Los cuatro evangelistas, Mateo, Marcos, Lucas y Juan, nos transmiten que junto a la cruz, estaban algunas mujeres; cada evangelista según su estilo. San Juan añade en estos momentos una cita del profeta Zacarías: “Mirarán al que traspasaron (Jn 19,37; Zac 12,10)”; y vale también lo que el mismo versículo 10 del profeta menciona: “Harán llanto como el llanto por el hijo único, y llorarán como se llora al primogénito”. Estás mujeres alzaron la mirada hacia el que traspasaron, y lo lloraron y entre ellas estaba María, la Madre de Jesús. Las mujeres permanecieron fieles, al pie de la cruz, especialmente su madre, quien desde la concepción cuido de él, ahora lo contempla muerto; el dolor y la crueldad en torno al Señor es compartido por estas mujeres, pero de manera especial por su Madre, se vuelve aquí en una Madre llena de dolores, al igual que su Hijo, del cual profetizó Isaías: “Hombre lleno de dolores y familiarizado con el sufrimiento (53,3)”. San Juan no se limita a mencionar a las mujeres, sino que hace una precisión bellísima del último gesto de Jesús en la cruz, para su Madre y para el discípulo que él tanto quería: “Jesús, al ver a su Madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su Madre ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo’. Luego dijo al discípulo: ‘ahí tienes a tu Madre’. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa (Jn 19,26 ss)”. Jesús en el momento más alto de su dolor, realiza la última donación, lo último que posesía como suyo lo entrega: su Madre. Del dolor de la cruz nace un nuevo hogar, para toda mujer sufriente y para todo discípulo entristecido. Si del costado abierto de Jesús brotaron los sacramento que comunican vida a la Iglesia, de este momento de entrega total y del desprendimiento de lo último que se poseía nace lo que nada sabor y vigor a la Iglesia, pues Jesús en la cruz crea el nuevo hogar, donde todo discípulo puede habitar bajo el manto de su Madre MAría, bajo la protección de Dios su padre. Como María, la mujer, también el discípulo predilecto es a la vez una figura concreta y modelo del discipulado que siempre habrá y siempre debe haber. Al discípulo que es verdaderamente discípulo en la comunión de amor con el Señor, se le confía la mujer: María, que estambién figura de la Iglesia.
Fuente: Jesús de Nazaret, Joseph Ratzinger-Benedicto VI