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Victoria Irturralde
La idea fundamental que sostiene Ihering en El fin del Derecho es que la finalidad es la
creadora de todo el derecho y que ésta domina y determina el derecho y cada una de
sus instituciones, tanto en su naturaleza como en su desarrollo, hasta el punto de
confundirse el fin con el medio dirigido a tal fin. Así, no hay ninguna norma jurídica que
no deba su origen a un motivo práctico. El Derecho no constituye un fin en sí mismo,
sino un medio encaminado a servir determinados fines. De la misma manera -dice- que
el mundo físico está dominado por la ley de la causalidad, el mundo del derecho está
dominado por la ley de la finalidad, y no existe ninguna proposición jurídica que no
tenga su origen en un fin, o sea, en un motivo práctico. “El pensamiento básico de la
obra presente consiste en esto, que la finalidad es la creadora de todo el derecho, que
no hay ningún precepto jurídico que no deba su origen a un objetivo, es decir a un
motivo practico u origen en un fin, o sea, en un motivo practico” (Ihering (2000), p.
LX). De aquí que si el jurista quiere entender el derecho debiera mirar a dichas
necesidades y no a conceptos abstractos derivados de las normas e instituciones
jurídicas. Si el fin es el motor del derecho, el fin constituye el motor más elevado de la
ciencia jurídica. Hay que conocer los motivos prácticos de las instituciones, el fin al que
tienden, así como las necesidades que satisfacen.
Los fines de los que habla Ihering no son los fines inmanentes al derecho, ni los
propósitos del legislador sino los inmanentes a la vida misma en sociedad, sociedad que
consiste en la unión de dos o más personas que están vinculadas por la consecución de
un fin común. La sociedad necesita de una regla de conducta como forma de asegurar
las condiciones de vida en sociedad, seguridad que se realiza mediante el poder
coercitivo del Estado; esta regla es el Derecho. De aquí deduce Ihering que todas las
máximas jurídicas tienen como fin la seguridad de las condiciones de vida de la sociedad
y que la sociedad es el sujeto de fin de todas las máximas jurídicas. Ihering critica el
método lógico-formal de interpretación y el modelo deductivo-silogístico, sometiendo a
crítica aquellas construcciones jurídicas desvinculadas de la vida real y de la práctica
jurídica. El método que Ihering propone es, en sus palabras, teleológico, en cuanto
tiene por objeto la investigación del fin y, realista, en cuanto que el fin radica en las
condiciones de la vida en sociedad. (Hernández Gil (1988), p.133, si bien
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posteriormente en La voluntad de la posesión donde Ihering contrapone explícitamente
el método formalista al método teleológico).
2. Concepto
El criterio teleológico puede definirse como “aquel por el que a una norma se le debe
atribuir el significado que corresponde a los fines propios de la ley en la que la norma
está incluida” (Tarello (1970), p.370) o aquella interpretación “de acuerdo con los fines
cognoscibles e ideas fundamentales de una regulación” (Larenz (1994), p.330), o con la
“finalidad de la norma en un contexto dinámico, finalidad que no es dada de una vez por
todas en el ánimo del legislador, sino que va evolucionando con al propia norma; el fin
de la norma más que un principio de regulación ab origene, es un punto de llegada
partiendo de ese principio regulador” (Soriano (1993) p.263). Ahora bien, más allá de
esta genérica caracterización, debe alcanzarse una mayor claridad, sea negativamente,
distinguiéndolo de otros conceptos con los que suele confundirse, y positivamente,
precisando más su contenido.
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habla del fin genérico del derecho y, en este sentido, suele referirse al valor de justicia.
Por último, se habla del fin de la sociedad en la que la norma se va a aplicar y en el
momento en que ello va a tener lugar, en este sentido se habla de “criterios teleológicos
de la sociedad”, “necesidades de la sociedad”, “sentido común social” o “realidad de la
experiencia” (Ezquiaga (1987), p.369, Frank (1970), p.200) y Llewellyn (1994), p.26)
para referirse a la interpretación o aplicación finalista como una interpretación que tiene
por objeto cuál es el objetivo social que se atribuye a la norma en el momento de su
aplicación, y a través del cual se puede proceder a actualizar el derecho.
Más allá de una invocación a los fines de la norma o de la ley, hay que tener en cuenta
los problemas que este criterio interpretativo presenta. El primero es el que se acaba de
mencionar: el intérprete debe hacer una primer elección y determinar dónde se
encuentra la finalidad; cuestión de relevancia puesto que mientras en los dos primeros
casos (cuando ello se haga explícito en el texto legal) puede considerarse como una
cuestión objetiva, en los dos últimos dependerá de la ideología del intérprete acerca de
cuáles son los fines del derecho o de un concreto sector del ordenamiento, y de la
interpretación de términos extremadamente vagos como los citados (“necesidades de la
sociedad”, “realidad de la experiencia”, etc). En estos casos el criterio teleológico
implica una toma de posición personal o subjetiva. En segundo lugar, hay que tener en
cuenta que en ocasiones es imposible establecer cuál es la finalidad de una ley o norma,
bien porque los fines pueden ser distintos de los expresamente mencionados en el texto
legal, bien porque hay normas con fines no discernibles. En tercer término, aun cuando
la finalidad de una actividad pueda ser establecida de forma inequívoca, ésta no
proporciona una guía única de cara a la interpretación, porque nunca se persigue una
finalidad única con exclusión de todas las demás. “El propósito indica el efecto
directamente buscado. Pero es también necesario tomar en consideración los diversos
efectos incidentales en otras direcciones. Lo mismo ocurre con la actividad que consiste
en legislar y ejecutar la ley. Tampoco aquí es posible mantener la mirada rígidamente
fija en la ratio aislada de la ley individual, y es menester adoptar enfoques valorativos
más amplios” (Ross (1970), p.141). Esta es la crítica que hace Radin (1929-1930),
p.878) a la interpretación finalista. Según este autor, si tomamos en consideración
cualquier norma jurídica no nos encontramos frente a un único fin, sino a una cadena de
fines, de los más próximos a los más remotos. Por tanto, la interpretación de una
norma jurídica desde el punto de vista de la finalidad consiste en el reconocimiento de
un fin remoto y en un juicio técnico acerca de la idoneidad de una determinación de las
variables contenidas en dicha norma como un instrumento útil para alcanzar dicho fin.
Lo que significa que el criterio del fin se resuelve en el criterio de los resultados, y los
resultados se juzgan sobre la base de uno de entre los fines más o menos remotos a
que, según el intérprete, se dirige la ley. En conclusión, interpretar una ley según sus
fines implica que el tribunal elija uno entre los fines que están en la secuencia o cadena
de fines [que persigue la ley], y esta elección está determinada por razones que
normalmente están ocultas. En cuarto lugar, muchas normas no tienen una finalidad
determinada. Si bien en determinados casos (p. ej. leyes de protección del medio
ambiente) puede ser fácil determinar los fines, en otros no es así. En palabras de Ross
(1970), p.142) ¿cuál es el propósito de las leyes del matrimonio o divorcio? “cualquier
cosa que pueda decirse acerca de esto es trivial. Por ejemplo, que el propósito de las
normas sobre el divorcio es habilitar a la gente a tener un razonable acceso al divorcio”.
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3. El criterio teleológico en la jurisprudencia
Por lo que respecta al Tribunal Constitucional, el ámbito en que este criterio despliega
su eficacia es, según los casos: a) la norma concreta (sea la que se trata de interpretar
sea otra diferente), b) varios artículos, obteniendo la finalidad a través de un
procedimiento inductivo, c) la exposición de motivos de la ley, d) los trabajos
preparatorios, y d) el contexto socio-económico. Por lo que a los resultados se refiere,
el criterio teleológico sirve: a) para optar por uno de entre los posibles significados de la
norma (aquel que mejor sirva para alcanzar la finalidad presupuesta por el texto), b)
para contravenir el significado claro de la norma, concretamente eximiendo del
cumplimiento de determinados requisitos procesales (en relación con el derecho a la
tutela judicial efectiva) y, c) como justificación de la aplicación analógica de una norma.
Por último, y en relación con la interpretación constitucional, el criterio teleológico se ha
empleado para: a) controlar la conformidad de la legislación con la Constitución, en
función de la finalidad de la norma, b) para apreciar lo razonable de la desigualdad en
relación con el principio de igualdad reconocido en el art. 14 de la Constitución, y c)
para juzgar la proporcionalidad de los límites impuestos por el legislador a los derechos
fundamentales como los recogidos en el art. 24.1 de la Constitución . (Ezquiaga
(1987), pp. 365-384).
El segundo se refiere a los límites del empleo del mismo. Un estudio de los argumentos
interpretativos que puede considerarse clásico en los análisis sobre la interpretación y
aplicación del derecho, clasifica los diferentes argumentos empleados para la
justificación de decisiones interpretativas en: a) argumentos lingüísticos (todos aquellos
relativos al significado común o técnico de los términos jurídicos), b) argumentos
sistémicos (los relativos al ordenamiento jurídico al que la norma pertenece y que
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incluye criterios como el contexto jurídico en sentido estricto, el empleo de los
precedentes, de la analogía, de los principios generales del derecho, el argumento de la
coherencia y el de la completitud) y, c) argumentos funcionales o pragmáticos (se
refieren a una valoración de la razonabilidad práctica del resultado, e incluye elementos
como la finalidad de la norma y del legislador, los resultados injustos o no razonables de
la misma, el argumento de la finalidad, los valores de la ley, las valoraciones
extralegales consideradas relevantes al derecho y a su aplicación, etc.) (MacCormick-
Summers (1991), pp.51-515; Wróblewski (1991), pp.271-272; Ost- Kerchove (1989),
pp.63-67).
Este carácter pragmático del criterio teleológico, cuyo empleo se justifica en la mayoría
de los casos en la “injusticia”, “no razonabilidad”, ... del resultado al que llega con la
utilización de otros criterios interpretativos, ha llevado a parte de la doctrina a
considerar el teleológico como el criterio interpretativo por excelencia; apoyándose (en
este caso sí) en el tenor literal del artículo 3.1 del Código Civil (“Las normas se
interpretarán según el sentido propio de sus palabras, en relación con el contexto, ...
atendiendo en todo caso al espíritu y finalidad de aquellas”), según el cual, el criterio
teleológico precede siempre y atempera al resto de criterios. De esta forma se ha dicho
que la búsqueda del espíritu y finalidad (intencionalidad, eficacia, resultado de su
aplicación) es la última ratio de la interpretación y que todos los demás criterios de
interpretación se resumen en el finalista, y que si es necesario hay que hacer una
lectura de la norma distinta a lo que establece su sentido literal y armonizar los
elementos materiales normativos con el espíritu e intención (Vega Benayas (1976),
pp.135-1366). En palabras del Tribunal Supremo “Si la justicia ha de administrarse
recta y cumplidamente, no ha de atenerse tanto a la observancia estricta y literal del
texto del precepto legal como a su indudable espíritu, recto sentido y verdadera
finalidad, ya que la disposición legal debe ante todo, responder al fin supremo de
justicia, el cual únicamente puede estimarse debida y razonablemente cumplido cuando
el precepto se aplica en forma tal que permite, usándose por el Juzgador de una
adecuada y justa flexibilidad de criterio, acomodarse a las circunstancias del caso” (STS
de 15 de marzo de 1983 (Sala de lo civil) cit. por García Lalaja-García Tenías-Hernández
Blasco (1995), pp.75-76).
NOTA BIBLIOGRÁFICA
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Casanovas -J.J. Moreso (eds.) “El ámbito de lo Jurídico”, ed. Crítica, Madrid, pp.244-
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