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Civilizacion y Brutalizacion Del Crimen
Civilizacion y Brutalizacion Del Crimen
1 Sobre la preocupación por la formación humanista y el espíritu humanista entendido en estos términos
véase F. Braudel, Las civilizaciones actuales. Estudio de historia económica y social, Tecnos, Madrid, 1989
(1.ª ed. 1968), pp. 296-318.
2 Una definición clásica de la ilustración entendida en estos términos y apoyada con referencias explíci-
tas a las palabras de Kant y Mendelssohn publicadas en los primeros años ochenta del siglo xviii puede
verse en la interesante obra de síntesis de D. Outram publicada por Cambridge University Press (The
Enlightenment, Cámbridge, 1995). También en los estudios más específicamente referidos a la Ilustración
alemana. H.B. Nisbet, “What is Aufklärung?: the concept of Enlightenment in eighteenth-century
Germany”, Journal of European Studies, 12 (1982), pp. 77-95. Igualmente en análisis más globales sobre
los entornos sociales en que se gestó la Ilustración en la Europa del siglo xviii. Th. Munck, Historia
social de la Ilustración, Crítica, Barcelona, 2001 (1.ª ed. 2000), pp. 22-24.
3 Véase Th. Adorno y M. Horkheimer, Dialéctica de la Ilustración: fragmentos filosóficos, Trotta, Madrid,
1994.
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4 Mendelssohn hizo su publicación en septiembre de 1784 y Kant vio editada la suya en diciembre del
mismo año en la misma revista, como respuesta a una cuestión planteada en diciembre de 1783 sobre
cómo entender la ilustración (aufklärung) por Zöllner, un reformador pedagógico –además de pastor
protestante– asociado a la editorial de la revista, siendo ésta, publicada por Friedrich Gedike (bibliote-
cario real), a su vez, uno de los órganos de expresión de la aufklärung.
5 J. Schmidt, “The question of enlightenment: Kant, Mendelssohn and the Mittwochsgesellschaft”,
Journal of the History of Ideas, vol. 50, 2 (1989), pp. 272 y 289.
6 Ídem, pp. 272, 276-278, 283.
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7 Ídem, p. 284.
8 N. Elias, El proceso de civilización, Fondo de Cultura Económica, México, 1993 (1.ª ed. 1969).
9 Schmidt, art. cit., p. 285.
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10 The Complete Newgate Calendar, Navarre Society Ltd., Londres, 1926, vol. 1, pp. 37-42.
11 La leyenda en torno a este personaje, alimentada en contextos anteriores por informaciones variadas y
heterogéneas que se fueron sumando en el siglo xviii, parece haber cuajado en los términos hoy cono-
cidos en los años cuarenta del siglo xix. Pocos relatos sobre los episodios de Bean y su grotesca y
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y menos extraños eran los que llegaban a protagonizar antiguos soldados incluso ya
retornados a sus domicilios y licenciados de su oficio militar. Hombres de carne y
hueso, acostumbrados a ver derramada sangre propia y a verter la ajena sin ningún
tipo de contemplaciones.
El historial militar del madrileño Juan Bernardo de Pina en África, como solda-
do aventajado de caballería en Orán y Mazalquivir, debía servir para atenuar la culpa
de este hombre cuando, retornado ya de sus campañas, se vio inmerso en toda una
sucesión de acciones violentas contra sus vecinos y esto obligó a su padre, escribano
de provincia en la corte, a tratar de evitar que todo el rigor de la justicia se descarga-
ra sobre la cabeza de este joven al que él consideraba ya un hombre “loco y sin jui-
cio”, quizá sin remedio ya. Las situaciones de guerra habían transformado a Juan
Bernardo de tal modo que entre agosto y noviembre de 1630 llegó a acumular hasta
cuatro causas criminales ante los alcaldes de corte y a fines de ese año ya se le hacía
merecedor de al menos dos condenas judiciales: la primera de diez años en el Peñón
de Gibraltar y la segunda de seis años al remo, sin sueldo, en las galeras del rey. La
noche del 30 de agosto de 1630, por una bagatela, ya medía espadas con otro hom-
bre. Llegaron sus propios padres al lugar, y trataron de separarle de la lucha, pero les
amenazó de muerte e insultó, lo mismo que a otras personas que se acercaron debi-
do al bullicio. Finalmente, pudo ser reducido, no sin lucha, y conducido a prisión,
donde provocó nuevos incidentes violentos, una vez tras otra.
El 15 de septiembre se apedreó y acuchilló con otros presos mientras blasfemaba
como un poseso. Acabó por autolesionarse clavándose un cuchillo en su vientre
“diciendo se quería matar a sí mismo, y cayó en el suelo pidiendo confesión, de lo
cual estuvo a punto de la muerte”. En los principios del mes de octubre protagoni-
zó varios accesos similares “y cosas de desesperación”. Volvió a acuchillarse con otros
presos y vigilantes un mes más tarde, logrando en esta ocasión incluso salir de la cár-
cel, aunque luego retornó y dijo que le abrieran, que quería volver al presidio para
que no pensaran que quería fugarse. Cuando depuso las armas que llevaba y fue
reducido volvió a pelear con los guardas de la cárcel, llegando a bañar de sangre la
cara de uno de ellos. Excesos de esta naturaleza, “bocados a sí mismo”, “calabazadas”,
animalizada familia coinciden entre sí en las referencias cronológicas de los hechos descritos. La escue-
ta información recogida en el Newgate Calendar es la que parece más consensuada, aunque no permite
separar el mito de la realidad, hasta el punto de que el episodio pudiera ser un fruto de invenciones basa-
das en prejuicios entre ingleses y escoceses acuñados ya en el siglo xviii, en el marco de levantamientos
jacobitas en Escocia. Esta última es la tesis de Ronald Holmes en torno al episodio. R. Holmes, The
legend of Sawney Bean, F. Muller, Londres, 1975.
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12 AGS (Archivo General de Simancas), Cámara de Castilla, leg. 1.776, doc. 32, ff. 4-4vº, 8-8vº, 11, 19-20.
13 AGS, Cámara de Castilla, leg. 1.774, doc. 10, ff. 5-11, 15-17.
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con un alférez que también quedó herido. Colaboró, igualmente, uno de los algua-
ciles de la ciudad y la ronda urbana.
Alonso Prieto, que, como sus hermanos, era natural de Alcalá de Henares y sol-
dado de la compañía del capitán Juan de Fresneda Velasco, estaba en Toledo con éste
haciendo leva de jóvenes. Después del incidente relatado, quedó preso en la cárcel
real de Toledo. Allí aguardaba la ejecución de la pena de horca a que fue condenado
por el comisario general de la infantería de España el 25 de noviembre de 1624, por
razón de las heridas provocadas a dos oficiales y a otros soldados, entre ellos su her-
mano. Sin embargo, todos los heridos presentados en la causa se apartaron de la que-
rella ya en 20 de marzo de ese mismo año. Quizá ese fue el factor principal de que
el agresor lograra eludir la pena capital, quedando indultado para el Viernes Santo
de 1625.
Todo lo ocurrido esa noche en el Toledo de 1624 da idea de la prontitud y natu-
ralidad con que la violencia afloraba en estos círculos de sociabilidad masculina
impregnados de valores castrenses dentro de los que la capacidad para generar vio-
lencia formaba parte de las expresiones de la masculinidad, y ésta era uno de los ele-
mentos puntales en las estructuras y jerarquías informalmente establecidas dentro de
los grupos de jóvenes que integraban la milicia. Esto también hace comprensible no
sólo la dureza del castigo, sino también la propia manifestación de actitudes, inclu-
so de las víctimas, para ofrecer cierta protección al agresor y tratar de evitar que la
sentencia capital se llegara a ejecutar. Llegado el caso, se podía hasta ayudar a la fuga
de reos de cárceles y presidios, aun a riesgo de tener que enfrentarse por ello a con-
denas penales importantes. Más frecuentemente, el apoyo se expresaba sumándose a
los suplicatorios de remisión de condena tramitados por aquellos soldados inculpa-
dos por razón de homicidio u otras acciones violentas 14.
La protección dispensada en circunstancias como las indicadas implicaba una
cierta tolerancia hacia la violencia producida de acuerdo con esta cultura de solda-
desca. El hecho de que los propios agredidos mostraran un temprano apartamiento
de la querella también lo demuestra. Era este tipo de clima, de sociabilidad en que
la violencia no tenía unas connotaciones negativas evidentes o únicas, el que propi-
ciaba la génesis o la intensificación de procesos de brutalización como los que debió
experimentar el mencionado Juan Bernardo de Pina y tantos otros soldados.
14 A principios de marzo de 1615, Pedro y Mateo Martínez y Pascual Muñoz fueron condenados a dos años
de galeras por participar en alborotos entre soldados el 19 de enero de ese año y protagonizar una muer-
te y quebrantamiento de cárcel. El supuesto autor del homicidio, Mateo Martínez, además estaba con-
denado a ocho años de galeras al remo sin sueldo, cuando solicitaron y lograron una conmutación de
condena de estas penas corporales por otras pecuniarias de 200 ducados. Cuatro soldados se sumaron a
su suplicatorio, que alcanzó el éxito diez años después de los hechos y con los principales protagonistas
fugados. AGS, Cámara de Castilla, leg. 1.748, doc. 5, pássim.
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También es cierto que si a este veterano de guerra todo esto, y la más que probable
enfermedad mental que potenciaba su brutalidad, le logró el indulto real, no en
todos los casos esto fue así. En algunos otros, como ocurrió por ejemplo en el del
suplicatorio al rey del soldado José Balboa y su padre, ni siquiera influyeron para
lograr un cambio de sentencia o el perdón de la pena capital. El hecho de contar con
un brillante historial militar en Nápoles, donde Balboa se asentó voluntario en 1757,
sirviendo siempre al rey, no ablandó el rigor de la condena. Tampoco el hecho de
contar con una carta personal del marqués de Esquilache a Manuel Roda desde
Mesina recomendando atender al suplicatorio del soldado.
Balboa había acuchillado a un paje del marqués de Castelar, llamado Pedro
Iturralde, quien fuera compañero de juergas y “alegrías” de burdel del propio agresor
y de otros soldados en la madrileña calle de la Espada. La noche del 30 de septiembre
de 1757 los dos camaradas discutieron y Balboa siguió acuchillando, una y otra vez,
compulsivamente, a su víctima mientras ésta se desplomaba en el suelo 15. El compor-
tamiento de Balboa es coherente con algunos de los rasgos ya comentados anterior-
mente. No es de extrañar, por consiguiente, que no hubiera contradicción alguna
entre su ensañamiento con su antiguo camarada, su brillante hoja de servicios en la
milicia e, incluso, el respaldo de Esquilache a su infructuoso suplicatorio de indulto.
Cotidianamente, no sólo la guerra, sino también las noticias de campañas y del
comportamiento y murmuraciones sobre la actitud de los soldados en las mismas
contribuía a hacer que estos vieran su fama, buena o mala, afectada. Esto era un
patrimonio inmaterial personal importantísimo en círculos de sociabilidad como
aquellos en que los hombres de guerra se movían y en los que se otorgaba un peso
específico al valor, el compañerismo, la audacia y el arrojo, además de la capacidad
para generar violencia. Lo ocurrido la noche del 22 de enero de 1664 junto a la
madrileña iglesia de San Ildefonso a los tres hermanos Hermosilla, uno de los cua-
les, Manuel, era soldado de la guardia alemana ofrece información sobre estos parti-
culares. Los hermanos se encontraban viendo las luminarias cuando se llegó hacia
ellos un grupo de cinco o seis hombres que sacaron sus espadas y asestaron una esto-
cada en el pecho a Juan de Hermosilla, que entró para lograr refugio en la iglesia
donde se desplomó muerto sin confesión. Los agresores habían sido los soldados
Tomás de los Reyes, de la guardia española, e Isidro Valdés, de la guardia vieja, a
quienes acompañaban un antiguo alguacil de la villa llamado Andrés Jiménez y un
“obligado de la limpieza” llamado Isidro de Fuenlabrada.
Reyes se había destacado del grupo y apartado a Juan de Hermosilla para pregun-
tarle si sabía algo de otro soldado apellidado Montúfar. Hermosilla le dijo que él
acababa de retornar de la galera en que había estado Montúfar, donde estuvo como
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soldado. Reyes preguntó entonces a Juan sobre si Montúfar “decía que yo le había
vendido cuando le prendieron”. Uno de los Hermosilla respondió que así era. Reyes
le contestó que “si él lo entiende así es un cornudo y por vida de la corona de Cristo
y de la Virgen que le cortaré los cuernos”. Sacó su espada y Juan Hermosilla tam-
bién, como hicieron José y Manuel sus hermanos y todos los demás. Se acuchillaron.
En medio de la trifulca se llegó por un costado Isidro Valdés y tiró a Juan Hermosilla
una estocada. Éste gritó “confesión que me muero”, mientras se desplomaba, ya den-
tro de la iglesia adonde llegaba huyendo, seguido por sus hermanos. El agresor,
“como si no hubiera hecho nada metió la espada en su vaina y se fue juntamente con
sus demás compañeros” 16.
La violencia que eventualmente afloraba dentro de la sociabilidad entre soldados,
y de acuerdo con patrones como los señalados, también podía proyectarse fuera del
entorno de sociabilidad castrense, no sólo en episodios tan claros como los que pro-
tagonizara el mencionado Juan Bernardo de Pina o alguno de los otros episodios ya
relatados, sino en momentos y circunstancias azarosas de la vida cotidiana. Años
antes de los hechos descritos anteriormente, en San Sebastián, en la tarde del 1 de
agosto de 1619, entre las cinco y las seis de la tarde y frente a la puerta del Arenal del
cuerpo de guardia, un joven llamado Pedro de Abaunza resultó muerto cuando tra-
taba de separar, “para que no se matasen”, a un soldado que se enfrentaba con arma
blanca con otro hombre que resultó ser sastre. Abaunza, que estaba desarmado, asía
los brazos del soldado Francisco Díaz de Encinas, cuando recibió de éste una estoca-
da seca que lo hizo caer. No se desplomó. Lograba recobrarse cuando el agresor le
proporcionó otra estocada frontal. La víctima cayó, ahora sí, muerto en tierra. Estos
hechos fueron presenciados por guardas de la propia puerta. Ese mismo día el “go-
bernador de la gente de guerra del presidio de la villa de San Sebastián” inició causa
contra el agresor. Los azares llevaron los autos hasta el virrey de Navarra que lo con-
denó al presidio de Álava por ocho años y luego a otros cuatro de destierro de la pro-
vincia de Guipúzcoa. Ingresó el agresor homicida en el mencionado presidio el 27 de
mayo de 1620. Algo más de dos años después logró ya el apartamiento de la querella
por parte de la viuda del difunto. Así, el 24 de noviembre de 1625 logró eludir lo que
le faltaba aún por cumplir de condena 17.
En otras ocasiones incluso se llegaba a enfrentamientos entre grupos de jóvenes
reunidos para divertirse en tabernas o jugar a los naipes o con motivo de celebracio-
nes festivas y cuadrillas de soldados. Podía ocurrir en el marco de las celebraciones
del Carnaval, como sucedió, por ejemplo, en la localidad madrileña de Mollejón en
1665, cuando, paradójicamente, alguno de los adversarios del grupo de soldados
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acabó por ser condenado a una pena de cuatro años de servicios militares en los pre-
sidios de Orán 18. Precisamente destinos y tareas como las que se habían dispuesto
para este hombre no eran las óptimas para abandonar los estallidos de violencia en
la vida cotidiana protagonizados por hombres brutalizados. Todo lo contrario, la
frontera, como la guerra, refería a un entorno a propósito para dar consistencia a ten-
dencias violentas.
Uno de los soldados españoles en Orán en una nota escrita el 27 de septiembre
de 1784 dejó testimonio de lo incierto de los episodios que cada día podían provocar
situaciones comprometidas, en que la agresión o la muerte llegaban a ser desenlaces
posibles y en absoluto extraordinarios en un entorno fronterizo como era el de este
enclave norteafricano. Para este soldado español las tempestades y las imprevistas
acciones armadas por parte de los nativos venían a incluirse dentro de una lógica que
presentaba cada jornada con enormes dosis de incertidumbre vital. Iniciaba su breve
relato colocando al lector en un entorno tan impredecible como era la plaza de Orán
antes de sucumbir ante el infiel:
“El día 21 del corriente mes principió por la noche un aguacero tan formida-
ble cuanto no vio en esta plaza, el cual entre tempestad y viento fuerte duró el espa-
cio de cuarenta y ocho horas, causando sus avenidas el más notable estrago en huer-
tas, posesiones y casas, de forma que las más necesitan reparos costosos, cuyas nubes
y temporal no se olvidará por algún tiempo a los habitantes de ella; pues las riadas han
sacado de pie muchos árboles, llevándoselos a la mar, dejando inservibles distintos
vancales inundados y cubiertos de tarquines y casquijo, desplomando los balates que
los sostenían, dejando tapados los conductos y acequias de riego, como también se ha
hecho mucho daño a los barcos del rey y otros de pescadores que estaban varados en
esta playa por razón de la piedra y broza de las avenidas, inundando así mismo el
almacén del real repuesto de paja situado en la marina y otros edificios, por cuya nove-
dad se invirtió el día 23 en registrar el descalabro ocurrido y ruinas del temporal” 19.
18 Un joven llamado Manuel Díaz recibió esta condena por encararse con un arma de fuego al alcalde de
Mollejón cuando se disponía a aprenderle por razón de “una pendencia que tuvieron con unos solda-
dos de un alarde que hicieron el martes de Carnestolendas”. El 9 de septiembre de ese mismo año, no
obstante, logró conmutar esta condena de varios años de servicios militares por una pena pecuniaria.
AGS, Cámara de Castilla, leg. 1.955, doc. 5, folio suelto.
19 ASV (Archivio Segreto Vaticano), Segreteria di Stato, “Spagna. Appendice, 1701-1805”, Miscelanea del
tempo della nunciatura in Spagna di monsignore Colonna, sig. 468, hoja suelta.
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El relato iba mostrando varias esferas de relación del soldado de este presidio afri-
cano con la vida, la lucha y la muerte. Había un universo controlado por la organi-
zación militar, las murallas, las torres defensivas, la artillería, la disciplina, jerarquía
y sociabilidad militar, pero también había otros universos que escapaban a esos con-
troles y se presentaban como realidades adversas y peligrosas. Uno de ellos era el de
sujetos como este hombre llamado José Ros, expuesto a las vicisitudes más inciertas,
al movimiento de tropas, a incautaciones, saqueos y violencias; otro era el de la incer-
tidumbre de la batalla, la sangre y la muerte. Así, el soldado español en Orán prose-
guía describiendo el asalto:
A la matanza se sumaban soldados y civiles, pues unos y otros, con sus fuerzas e
instrumentos defendían con uñas y dientes lo que les tocaba, ya fuera posiciones
estratégicas o patrimonios personales. Unos y otros, brutalizados, se convertían en
“fieras” por las circunstancias del momento. Así, se empleaban en la violencia desor-
denada con cuanta intensidad podían. En otro plano intervenía la guerra sujeta a la
acción puramente militar, regulada, orquestada y protagonizada por la artillería de
las fortalezas, igualmente mortífera y sangrienta:
“por todas partes hubo infinidad de moros pero el mayor número fue en los
citados dos barrancos, viéndose en la meseta mucha caballería de turcos y moros de
la guardia del rey, como que éste se hallaba en aquel sitio. El fuego de los castillos
fue considerable pero con especialidad el de San Andrés y San Felipe, que pasarían
de 400 tiros de artillería sin los de mosquetes y fusiles, e igualmente la Torre del
Nacimiento, que lo hizo muy vivo, todo con conocido descalabro de los enemigos;
y a juicio prudente se cree hayan muerto a nuestros fuertes más de 200 y muchos
21 Ídem.
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heridos, pues las descargas que se les disparó por los fusileros y granaderos de los tres
regimientos de esta guarnición claramente daban pruebas de su acierto, porque a la
vista se veían caer los de guerra y sus caballos.
El fuego de los castillos, fuertes y torres, artillería y tropa se principió a las
siete de la mañana y concluyó a las once y media de ella. Se advirtió traían hasta unas
cincuenta banderas en varios pelotones y a su última retirada se vieron caer cuatro
moros y dos caballos muertos a los fuegos de los mogataces. Luego que salió la tropa
de granaderos lo hizo también nuestro general acompañado del ingeniero del detall,
el mayor de la plaza y sus ayudantes, dirigiéndose a la torre de San Pedro, en cuyas
alturas del fuerte estuvo escoltado de la compañía de granaderos de Cantabria, en
observación del campo.
El mariscal de campo, don Luis de las Casas, general nombrado de estas pla-
zas, aunque no tenía el mando, al primer cañonazo, se trasladó a los castillos de San
Andrés y San Felipe, cuya presencia fue muy útil, pues promovió más el esfuerzo al
incesante fuego de artillería que se experimentó, sin retirarse hasta concluida que fue
la función. Por nuestra parte sólo hemos tenido la pérdida de un fusilero muerto,
cinco heridos, dos mogataces en igual clase y un granadero a quien maltrató una
mano el mosquete que se le reventó haciendo fuego” 22.
De este modo y sin firma acababa el soldado español su relato referido a un espa-
cio de frontera en la resistencia que organizaba la Monarquía Hispánica en los pre-
sidios del norte de África dentro de los que Orán y Mazalquivir, desde 1509, se
encontraban en posiciones de confín ante el turco. Cuando escribía este soldado,
precisamente, la presión se estaba intensificando. Efectivamente, unos pocos años
después, en 1792, Orán cayó ya bajo control argelino. Un universo de tensión, incer-
tidumbre y violencia de este tipo fue el que curtió a Juan de Pina y a tantos otros,
habituados a este tipo de accesos en Orán y en la vecina plaza de Mazalquivir a
mediados del siglo xvii. Esto debió contribuir a brutalizar el carácter de Pina hasta
convertirlo en un inadaptado social en su retorno ya como soldado veterano a la
sociedad madrileña.
En algunos casos la deserción, que era un fenómeno que afectó en la segunda
mitad del siglo xviii a un promedio en torno al cuatro por ciento de la soldadesca
española en presidios africanos, pudo ayudar a impulsar la brutalización de las cos-
tumbres. Esto también revertía en acciones violentas que se proyectaban, por lo
general, en el mismo entorno castrense en que se había producido la deserción, y no
sólo posteriormente en el del lugar de origen o vecindad del soldado cuando éste, lle-
gado el caso, retornaba. En Orán, por ejemplo, las deserciones lo eran generalmente
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por varias horas o por algunos días, no definitivas. En ese tiempo, el desertor se apli-
caba a la embriaguez y la perpetración de crímenes diversos. La política de pagar
recompensas a los moros que devolvieran desertores tuvo, además, relativa eficacia en
los años setenta del xviii 23. Todo este ambiente de la frontera, la guerra y la tensión
que en ambos entornos se generaba contribuía a la gestación de culturas y psicolo-
gías marcadas por la violencia.
No sólo las experiencias individuales, de grupo o, incluso, las de degeneración
afectaban a los procesos de brutalización individual y colectivamente conocidos.
Éstos también podían formar parte de experiencias sociales globales. Particu-
larmente, como se ha señalado con anterioridad, en contextos de guerras, ocupacio-
nes militares, invasiones o acciones que suponían eventuales convulsiones sociales,
quiebra de las estructuras o recomposición drástica de las mismas se creaban las con-
diciones más a propósito para la brutalización global de las sociedades. Esta es men-
surable no sólo en términos de intensificación de la violencia, sino también de incre-
mento del delito y progresión de la tolerancia hacia este tipo de acciones,
comportamientos y actividades. No obstante, también se han conocido procesos de
cambio, tanto de avance como de retroceso, en la civilización de las pasiones, emo-
ciones y violencia, al igual que de coyunturas y procesos que podrían considerarse de
descivilización o brutalización. La mejor forma de apreciar el impacto y relevancia
histórica de unos y otros es realizar un análisis que permita consideraciones desde un
punto de vista de larga duración, para luego abordar el estudio de periodos, contex-
tos, momentos o coyunturas particulares que permitan explicar el cambio histórico
en su complejidad.
Hasta hoy, desde los primeros estudios que se plantearon el análisis de la evolu-
ción histórica de las tasas de homicidio en la sociedad británica en una panorámica
de larga duración que contemplaba la transición desde fines de la época medieval a
los inicios de la época contemporánea 24, ha habido un largo debate aún latente sobre
la evolución histórica de la violencia. Estas controversias historiográficas todavía tie-
nen varios frentes abiertos. Uno de ellos es el significado de las proporciones del
homicidio en las sociedades del pasado, aspecto para el que es imprescindible un
23 Ruth Pike ha realizado cálculos precisos a partir del ejemplo de Orán. R. Pike, Penal servitude in early
modern Spain, University of Wisconsin Press, Madison (Wis.), 1983, caps. 3 y 7.
24 T. Gurr, “Historical trends in violent crime: a critical review of the evidence”, Crime and Justice, 3
(1981), pp. 295-353; L. Stone, “Interpersonal violence in English society, 1300-1980”, Past & Present, 101
(1983), pp. 2-33.
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análisis contextual y coyuntural. Otra de las materias de discusión concierne a los rit-
mos del declive histórico de las proporciones del homicidio en las sociedades del
Occidente europeo 25, análisis que no debe aislar al homicidio de otros indicadores de
violencia interpersonal 26. En el último lustro varios estudios han permitido recobrar
el análisis de esta problemática para trazar comparativas dentro del encuadre euro-
peo 27 y subrayar la necesidad de renovar los estudios particularmente en entornos de
la Europa del Sur 28.
En lo que se refiere a la España Moderna, la información disponible parece indi-
car que, atendiendo a las tasas de homicidio urbanas, el más cruento crimen violen-
to siguió una trayectoria secular similar a la descrita en otros entornos de Europa
occidental aunque con un peldaño de retraso respecto a la evolución declinante des-
crita por el caso británico y holandés que expresó su declive más sustancial en la
segunda mitad del siglo xvii, mientras que la Castilla urbana parece haberlo hecho
en la primera de la centuria siguiente, ejemplo que, por otro lado, no parece ser el
de toda la Europa urbana meridional si se toman en consideración las referencias dis-
ponibles, por ejemplo, para el caso de Roma (Gráfico 1) 29.
En el caso español el retraso en el declive de las tasas de homicidio madrileñas res-
pecto a la evolución en otras ciudades europeas hace que aún se constaten altas pro-
porciones en las últimas dos décadas del siglo xvii, incluso con cifras mayores a las
de etapas previas (Gráfico 2). En las últimas dos décadas del xvii se endurecieron las
condiciones de vida en la capital española. Se asistía a un contexto de empobreci-
miento social que acompañó al alza de los precios de la vivienda y un consecuente
mayor hacinamiento en los hogares plebeyos. La tensión social se incrementó, con-
tándose hasta cinco tumultos en la ciudad y alfoz entre 1678 y 1699, momentos en
que desacatos a la justicia y a sus representantes y excesos de todo tipo se hacían más
25 M. Eisner, “Modernization, Self-Control and Lethal Violence. The Long-term Dynamics of European
Homicide Rates in Theoretical Perspective”, British Journal of Criminology, 41 (2001), pp. 618-638; ídem,
“Long-Term Historical Trends in Violent Crime”, Crime and Justice, 30 (2003), pp. 83-142.
26 T.A. Mantecón, “The Pope’s sword: early modern capital punishment, homicide and cultures of suffe-
ring. Rome in the European context”, en una obra obra colectiva de cuya edición se encarga el profe-
sor O. Matikainen en la universidad finlandesa de Jyväskylä (en prensa).
27 Me remito a los estudios ya mencionados de Eisner. Cf. n.º 25. La más reciente aportación enfatiza estas
siglo xvii pudieran tener como explicación las duras circunstancias que vivió la sociedad madrileña en
ese contexto, afectada por las políticas fiscales, monetarias y por la adversidad económica. El ejemplo
de Madrid puede no ser un patrón infalible para considerar el conjunto de la sociedad urbana castella-
na. Más detalles en T.A. Mantecón, “The patterns of violence in early modern Spain”, The Journal of
the Historical Society, vol. VII, 2 (junio 2007), pp. 229-264.
29 Sobre Roma, Mantecón, “The Pope’s sword…”.
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Gráfico 1. Fuentes: Cálculos realizados con datos procedentes del Archivo Histórico Provincial de
Segovia (AHPS), leg. J-1383; P. de León, Compendio de las industrias en los ministerios de la Compañía de
Jesús con que prácticamente se demuestra el buen acierto en ellos, Biblioteca Universitaria de Salamanca,
manuscrito 573, ff. 247 y ss. El promedio urbano europeo se ha calculado a partir de los casos de Áms-
terdam, Estocolmo, Roma y Londres. Gurr, “Historical trends…”, pp. 306 y ss. J.M. Beatie, Crime and
the courts in England, 1660-1800, Clarendon Press, Óxford, 1986, pp. 77-124. H. von Hofer, “Homicide
in Swedish statistics, 1750-1988”, en A. Snare (ed.), Criminal Violence in Scandinavia: Selected Topics,
Norwegian University Press, Oslo, 1994, p. 35. J. Liliequist, “Violence, honour and manliness in early
modern Sweden”, en M. Lappalainen y P. Hirvonen (eds), Crime and control in Europe from the past to
the present, Publications of the History of Criminality Research Project, Helsinki, 1999, pp. 174 y ss. P.
Karonen, P., “In search of peace and harmony. Capital crime in late medieval and early modern
Swedish real (1450-1700)”, en ídem, pp. 208 y ss. Alloza, óp. cit., pp. 130-131. B. Llanes, Las formas de la
violencia interpersonal y su impacto en el Madrid de los Austrias, Trabajo de investigación dentro del pro-
grama de doctorado Cambios y Permanencias en las Sociedades Tradicionales de la Universidad de
Cantabria, 2006 (inédito). A. Jansson, From swords to sorrow: homicide and suicide in early modern
Stockholm, Almqvist & Wiksell International, Stockholm, 1998. P.C. Spierenburg, “Long term-trends in
homicide: theoretical reflections and Dutch evidence, fifteenth to twentieth centuries”, en E.A. Johnson
y E.H. Monkkonen (eds.), The civilization of crime: violence in town and country since the Middle Ages,
Urbana, University of Illinois Press, 1994, pp. 63-107. Los datos sobre Roma, homicidas ajusticiados
anualmente por cada 100.000 habitantes, han sido calculados a partir de los registros de la cofradía de
San Giovanni Decollado, que se encargaba de la asistencia y acompañamiento de los condenados y,
luego, del entierro cristiano y funerales. ASR (Archivio di Stato di Roma), inventario 285
30 Ángel Alloza ha contabilizado hasta treinta habitantes por hogar en este contexto. Á. Alloza, La vara
quebrada de la justicia. Un estudio histórico sobre la delincuencia madrileña entre los siglos XVI y XVIII, Los
Libros de la Catarata, Madrid, 2000, pp. 205 y 219.
31 Por lo que hasta hoy sabemos, esto es evidente en el caso castellano. T.A. Mantecón, “La violencia en
la Castilla urbana del Antiguo Régimen”, en J.I. Fortea y J.E. Gelabert (eds.), Ciudades en conflicto
(siglos XVI-XVIII), Junta de Castilla y León, Valladolid, 2008, pp. 307-336.
32 Numerosos son los ejemplos de publicaciones eruditas plagadas de referencias. Una de las que permi-
te, por citar un ejemplo temprano, análisis de este tipo es J. Muñoz Maldonado, Historia política y mili-
tar de la Guerra de la Independencia de España contra Napoleón Bonaparte desde 1808 a 1814, Imprenta de
José Palacios, Madrid, 1833, 3 vols.
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Fuentes: AHPC (Archivo Histórico Provincial de Cantabria), Alfoz de Lloredo (legs. 78-94), Reocín (legs.
119-132) y Cayón (legs. 74-85). Los datos demográficos de Cantabria proceden de R. Lanza, La población
de Cantabria en el Antiguo Régimen. Los factores del crecimiento demográfico regional siglos XVI-XIX (Tesis
Doctoral, Universidad de Cantabria, 1990, Anexo 1). Para Madrid me he apoyado en los estudios de
Alloza (óp. cit., p. 124) y Llanes (óp. cit.). Los datos para la media europea se basan en los cálculos de
Eisner [“Long-Term Historical Trends…”].
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Nota: Los datos referidos a la Cantabria rural se refieren en el eje vertical derecho.
Los otros valores están en el eje de la izquierda.
Fuentes: AHPS, leg. J-1.383-1 ; AHPC, Alfoz de Lloredo (legs. 78-94), Reocín (legs. 119-132) y Cayón (leg.
74-85). Alloza, óp. cit., pp. 129-132. Llanes, óp. cit.
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33 T.A. Mantecón, “El poder de la violencia en el norte de España: la Cantabria rural en la época
Moderna”, en I Encuentro de Historia de Cantabria: actas del encuentro celebrado en Santander los días 16
a 19 de diciembre de 1996, Universidad de Cantabria, Santander, 1999, vol. II, pp. 785-814; R. Iglesias
Estepa, Crimen, criminales y reos. La delincuencia y su represión en la antigua provincia de Santiago entre
1700 y 1834, Nigra Trea-Consorcio de Santiago, Vigo-Santiago de Compostela, 2007.
34 En el caso de Roma, por ejemplo, se vivieron experiencias de este tipo, además de tumultos y motines
urbanos ya desde el estallido y durante la vigencia de la república jacobina en 1789. Véase, entre otros,
M. Cattaneo, “L’opposizione popolare al ‘giacobinismo’ à Roma e nello Stato Pontificio”, Studi Storici,
39 (1998), pp. 533-567. También algunas referencias en C. Brice, “La Roma dei ‘francesi’: una moderniz-
zazione imposta”, en G. Ciucci, (ed.), Roma Moderna, Laterza, Roma, 2002, pp. 349-370.
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Fuente: Datos elaborados a partir de cálculos realizados por Weisser sobre los Montes de Toledo, Iglesias
sobre Galicia, Alloza y Llanes sobre Madrid y Mantecón a partir de la información de los archivos de
Cantabria y Segovia. M. Weisser, The Peasants of the Montes. The roots of rural rebellion in Spain, Chicago,
The University of Chicago Press, 1976. T.A. Mantecón, Conflictividad y disciplinamiento social en la
Cantabria rural del Antiguo Régimen, Universidad de Cantabria-Fundación Marcelino Botín, Santander,
1997. Alloza, óp. cit. Iglesias, óp. cit. AHPS, leg. J-1.383-1. Los datos sobre el modelo rural han sido elabo-
rados a partir de los ejemplos de Montes de Toledo, Galicia, Cantabria y La Rioja (Santurde), estos últi-
mos recopilados por Carolina Romero.
Ahora bien, si uno de los efectos más inmediatos de la acción de todos estos fac-
tores fue el descenso de la tasa de homicidios, este proceso podría a su vez ser indi-
cador de transformaciones más profundas sobre el significado y el uso de la violen-
cia interpersonal en la vida cotidiana. Ésta tenía y tiene otras manifestaciones además
de la del homicidio. Agresiones físicas con armas magullantes o perforantes, sin
llegar a provocar la muerte de la víctima, además de violencia verbal, expresada prin-
cipalmente a través de injurias y amenazas, fueron también formas de violencia inter-
personal que deben ser tenidas en consideración para analizar la evolución a largo
plazo de los comportamientos violentos en la vida cotidiana. Contemplando analíti-
camente estas otras expresiones de violencia en su conjunto se puede considerar al
siglo xviii como una etapa en que globalmente se experimentó una reducción de la
violencia interpersonal, aunque la caída no fuera tan acusada, clara e intensa como
la que muestran las estadísticas de homicidio. Esto también tiene unas connotacio-
nes que es preciso subrayar.
El porcentaje de casos de violencia interpersonal dentro de las causas criminales,
considerando no sólo los homicidios, decreció en términos generales a lo largo del
siglo xviii, pero la caída obedeció más a lo acontecido en entornos rurales que a la
evolución experimentada por las sociedades urbanas. Esto se debió a la crónica baja
tasa de homicidios en el mundo campesino y a una reducción notable de las agresio-
nes físicas y la violencia verbal en estos encuadres. En el mundo urbano el declive
drástico de la tasa de homicidios a lo largo del siglo xviii fue compensado por la pro-
gresión de las agresiones físicas y, consecutivamente, el retroceso de los casos genera-
dos por este tipo de violencia cedía ante el avance de los provocados por violencia
verbal. De alguna forma podría interpretarse que se produjo una civilización de la
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violencia, suponiendo que ésta pudiera tener alguna suerte de expresión civilizada,
puesto que las formas más suavizadas e incruentas fueron sustituyendo a las más gra-
ves, bárbaras o bestiales. En los ámbitos rurales también se experimentó, con mati-
ces propios, una evolución como la descrita 35. El incremento del homicidio en el
marco de la quiebra del Antiguo Régimen fue también favorecido por la prolifera-
ción del bandidaje y la expresión de venganzas personales y revanchas en el marco de
las coyunturas críticas de los últimos años del siglo xviii y los primeros del xix, así
como debido al clima creado por el conflicto hispano-francés y en el marco de la
invasión gala 36. Se trataba de un repunte coyuntural en que la guerra, la acción de
los colaboracionistas y también la resistencia contra los invasores ofrecieron un
encuadre idóneo para la irrupción de fenómenos de brutalización.
35 Para tener una imagen general del proceso de cambio de acuerdo con los patrones urbanos y rurales
véase Mantecón, “El poder de la violencia…” y “La violencia en la Castilla urbana…”.
36 Salas y Colás, Santos Torres, Montes, Reguera, Madrazo y otros historiadores han subrayado algunos de los
factores económicos que cooperaron a la eventual proliferación del bandolerismo en diferentes regiones espa-
ñolas. G. Colás y J.A. Salas, “Delincuencia y represión en el reino de Aragón durante el siglo xvi”, Estudios
del Departamento de Historia Moderna, Zaragoza, 1976, pp. 79-146. J. Santos Torres, El bandolerismo en
España: una historia fuera de la ley, Temas de Hoy, Madrid, 1995. R. Montes, “El bandolerismo en la región
de Murcia desde la invasión francesa hasta el advenimiento de Isabel II (1808-1840)”, Boletín de la Real
Academia de la Historia, t. 193 (1996), pp. 239-272. I. Reguera, “Marginación y violencia armada: bandole-
rismo vasco y salteamiento de caminos en la crisis del Antiguo Régimen”, en E. García Fernández (coord.),
Exclusión, racismo y xenofobia en Europa y América, Universidad del País Vasco, Bilbao, 2002, pp. 153-177. D.
Sánchez Aguirreolea, El bandolero y la frontera: un caso significativo. Navarra, siglos XVI-XVIII, Universidad de
Navarra-Iberoamericana, Pamplona-Madrid, 2006. S. Madrazo, “El bandolerismo en la Cuenca del Duero”,
en A. Cascón Dorado (coord.), Donum amicitiae: estudios en homenaje al profesor Vicente Picón García,
Universidad Autónoma de Madrid, Madrid, 2008. También la historiografía ha atendido a otros elementos
que coadyuvaron a estos resultados en contextos y coyunturas como las descritas. Igualmente, se han subra-
yado las brutalizadas actitudes de algunos oficiales del ejército español en encuadres históricos de tensión
militar. El ejemplo de los excesos de todo género protagonizados por teniente coronel Álvarez, responsable
de la defensa de la villa de Castro Urdiales, en Cantabria, cuando la Guerra de la Independencia tocaba a su
fin y el ejército galo se replegaba, resultan paradigmáticos sobre estos particulares. Sobres estos aspectos véase
T.A. Mantecón, “El atavismo y el bandido del Antiguo Régimen: de Montecillo al Rey de Castro”, en J.I.
Fortea (ed.), Castro Urdiales y las Cuatro Villas de la Costa de la Mar en la historia, Universidad de Cantabria,
Santander, 2002, pp. 177-212. Gutmaro Gómez Bravo también ha detectado asociaciones de factores de este
género en otros contextos históricos. G. Gómez Bravo, La violencia en Castilla-La Mancha durante la
Restauración, 1875-1923, Cortes de Castilla-La Mancha, Toledo, 2006, pp. 109-118. Y en otros entornos fron-
terizos, también en el Nuevo Mundo, incluso asociado también a fenómenos como la insubordinación y la
infidencia. S. Ortelli, Trama de una guerra conveniente. Nueva Vizcaya y la sombra de los apaches (1748-1790),
Centro de Estudios Históricos El Colegio de México, México D.F., 2007, pp. 113-138.
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delito en general y, en todo caso, analizar las otras expresiones principales de la cri-
minalidad, es decir, los delitos cuya consumación no precisaba del uso de la violen-
cia, como eran los considerados contra la moral o de naturaleza sexual, los produci-
dos contra la propiedad, contra la comunidad y la Corona –incluyendo en estas dos
esferas todo tipo de fraudes– y los que pudieran ser considerados de insubordina-
ción, desde el desacato al motín. La evolución de causas civiles y criminales en los
tribunales de primera instancia, a pesar de la gran desproporción cuantitativa que
hacía que por cada una de las segundas se conocieran entre tres y cinco de las prime-
ras, demuestra la gran sensibilidad de unas y otras a las más adversas coyunturas eco-
nómicas, de modo que ambas se incrementaban en los momentos más críticos y pro-
longaban los momentos de altas proporciones delictivas en los años inmediatos
siguientes a los mismos. Este patrón permite conocer la intensidad con que las mag-
nitudes del delito y, en general, del conflicto se resentían como efecto de la adversi-
dad económica, haciendo entonces más precisa que en otros contextos la interven-
ción de jueces y oficiales encargados de velar por la policía urbana (Gráfico 4).
Las estadísticas disponibles para amplias regiones rurales como es el caso de
Cantabria o Galicia en la Edad Moderna dan cuenta de un incremento de los delitos
de agresión física, homicidio y agresión verbal durante los críticos años de la quiebra
del Antiguo Régimen y en el contexto de la Guerra de la Independencia. No obstan-
te, el delito parece haber progresado en su conjunto, también en otras modalidades,
especialidades y variedades durante esos mismos contextos. Entonces, más que en
otras circunstancias y periodos, se quebraban pactos para cohabitar y formar socie-
dades conyugales, lo que permite explicar la progresión de intervenciones judiciales
por causa de delitos morales 37, pero también progresaron especialmente en estos
momentos daños y fraudes contra el común –talas furtivas y casos de incendiarios,
fraudes en los abastos locales y daños contra derechos y propiedades comunitarias–,
además de los daños contra propiedades individuales o familiares 38.
Particularmente en este tipo de coyunturas se tensaron las relaciones sociales, de
modo que se llegó más frecuentemente que en otros contextos a protagonizarse
desacatos a las autoridades establecidas. También llegaron a provocarse conmociones
colectivas que adoptaron la forma de “ruidos”, “alborotos”, tumultos, asonadas
o amotinamientos. Los daños contra las propiedades y los casos de hurto y robo
37 Puede obtenerse una imagen más precisa sobre esta materia en T.A. Mantecón, “El mito del cortejo galan-
te. Seducción y abuso sexual masculino en la Castilla Moderna”, en M. Daumas (ed.), Le plaisir et la trans-
gression en France et en Espagne aux XVIe et XVIIe siècles, (Orthez), Éd. Gascogne, 2007, pp. 109-150 e ídem,
“Las fragilidades femeninas en la Castilla Moderna”, en R. Córdoba de la Llave (ed.), Mujer, marginación y
violencia entre la Edad Media y los tiempos modernos, Universidad de Córdoba, Córdoba, 2006, pp. 279-310.
R. Barahona, “Coacción y consentimiento en las relaciones sexuales modernas, siglos xvi a xviii”, en ídem,
pp 257-278. Iglesias, óp. cit., pp. 168-190.
38 Véase Mantecón, Conflictividad…, pp. 363 y ss.
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Fuentes: AHPC, Alfoz de Lloredo (legs. 78-94), Reocín (legs. 119-132) y Cayón (legs. 74-85)
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39 T.A. Mantecón, “Hampas contrabandistas en la España Atlántica de los siglos xvii y xviii”, en E. Fer-
nández de Pinedo, et alii, El Abra: ¿Mare Nostrum? Portugalete y el mar, Ayuntamiento de Portugalete,
Portugalete, 2006, pp. 131-172. J. Benito de la Gala y T.A. Mantecón, “Crimen organizado en las ciuda-
des atlánticas de Europa durante el Antiguo Régimen”, Anuario IEHS, 25 (2010, en prensa).
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Fuentes: AHPC, Alfoz de Lloredo (legs. 78-94), Reocín (legs. 119-132) y Cayón (legs. 74-85);
Iglesias, óp. cit.
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Fuentes: AHPC, Alfoz de Lloredo (legs. 78-94), Reocín (legs. 119-132) y Cayón (legs. 74-85)
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Fuentes: AHPC, Alfoz de Lloredo (legs. 78-94), Reocín (legs. 119-132) y Cayón (legs. 74-85).
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región 40. El contrabando, que pasaba de la cuarta parte de los delitos cometidos en la
Cantabria del Siglo de las Luces, alcanzó en el encuadre de la transición entre el siglo
xviii el veintiocho por ciento de los casos. Los fraudes pasaron del seis al ocho por
ciento. Los casos de desacato y “alborotos” o tumultos contra las autoridades estable-
cidas pasaron del cinco al seis por ciento y las causas criminales por razón de delitos
sexuales se incrementaron ligeramente también pasando del ocho al doce por ciento.
De alguna manera, mientras avanzaba lentamente un proceso de civilización de
la violencia interpersonal con los rasgos y complejidades que ya anteriormente han
sido descritos, los ligeros retrocesos de la violencia –prescindiendo del incremento
coyuntural del homicidio durante el periodo bélico y debido a la acción bandolera–
fueron compensados por los avances experimentados por todos los otros delitos que
han sido mencionados, para los que la coyuntura crítica y la relajación o inoperan-
cia institucional, unido al cuestionamiento del orden napoleónico –que desgastaba
el reconocimiento de autoridad a los encargados de responsabilidades gubernativas
en el escenario local– ofrecían un contexto más favorable. De alguna manera, no obs-
tante, retomando las nociones que los contemporáneos a todos estos fenómenos de
cambio histórico asociaban a la idea de ilustración y a la vista de las transformacio-
nes a que apuntan los cambios en las formas de violencia interpersonal y delito, a
pesar de la constatación de fenómenos, contextos y coyunturas de brutalización, bien
puede aceptarse que en el siglo xviii lo fue de ilustración, pues el cambio cultural
debió ser un factor fundamental en la civilización de la violencia y el crimen en los
términos aquí estudiados, lo que avanzaba en el impulso a formas de convivencia con
menor presencia de la violencia interpersonal, que optaba cada vez más por fórmu-
las menos duras o bestiales de resolución del conflicto, tanto dentro como fuera de
las instituciones.
40 Sobre los efectos del bandolerismo en esta región y estos contextos y los instrumentos de control des-
plegados, Mantecón, , pp. 363 y ss., y “El atavismo y el bandido…”.
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