Está en la página 1de 30

04vidaMovellán 24/6/09 12:27 Página 95

Civilización y brutalización del crimen en una


España de Ilustración
Tomás A. Mantecón Movellán
Universidad de Valencia

Para definir el término ilustración es recurrente remitirse al artículo que Imma-


nuel Kant y Moses Mendelssohn publicaron en 1784 en Berlinische Monatsschrift
considerando que con esta palabra se aludía a un fenómeno global, social, de eman-
cipación y acceso a una mayoría de edad cultural que permitía superar los anclajes a
prejuicios, injustos arquetipos o trabas para el desarrollo formativo y altruista del
individuo en un sentido humanista 1, además, de la superación de convencionalismos
y cadenas que ataban a las sociedades a principios, regímenes y creencias que impe-
dían esos desarrollos 2. Fue ese el referente conceptual en la mente de Theodor
Adorno y Max Horkheimer cuando, a través de sus formulaciones sobre la Dialéctica
de la Ilustración, consideraron que en pleno siglo xx se habían ya quebrado esos prin-
cipios altruistas consustanciales al fenómeno ilustrado dieciochesco, así como sus
efectos en la gestación de movimientos emancipadores respecto a las estructuras del
Antiguo Régimen y que eso se había producido por efecto de episodios que habían
destruido valores que eran el fruto de una conquista histórica. Así ocurrió tras el
ascenso nazi y por razón del Holocausto causado por la generalización de prejuicios
xenofóbicos contrarios al espíritu ilustrado 3.
La propia noción de ilustración cobraba en estos discursos un relieve filosófico
que trascendía a la propia consideración cronológica de un fenómeno cultural que,
además, rebasaba los ámbitos de lo francés y de las letras para adentrarse también en

1 Sobre la preocupación por la formación humanista y el espíritu humanista entendido en estos términos
véase F. Braudel, Las civilizaciones actuales. Estudio de historia económica y social, Tecnos, Madrid, 1989
(1.ª ed. 1968), pp. 296-318.
2 Una definición clásica de la ilustración entendida en estos términos y apoyada con referencias explíci-

tas a las palabras de Kant y Mendelssohn publicadas en los primeros años ochenta del siglo xviii puede
verse en la interesante obra de síntesis de D. Outram publicada por Cambridge University Press (The
Enlightenment, Cámbridge, 1995). También en los estudios más específicamente referidos a la Ilustración
alemana. H.B. Nisbet, “What is Aufklärung?: the concept of Enlightenment in eighteenth-century
Germany”, Journal of European Studies, 12 (1982), pp. 77-95. Igualmente en análisis más globales sobre
los entornos sociales en que se gestó la Ilustración en la Europa del siglo xviii. Th. Munck, Historia
social de la Ilustración, Crítica, Barcelona, 2001 (1.ª ed. 2000), pp. 22-24.
3 Véase Th. Adorno y M. Horkheimer, Dialéctica de la Ilustración: fragmentos filosóficos, Trotta, Madrid,

1994.

– 95 –
04vidaMovellán 24/6/09 12:27 Página 96

Tomás A. Mantecón Movellán

los escenarios de las ciencias experimentales, el debate político y, por supuesto, la


filosofía entendida de la forma más amplia posible. A pesar de ello, la reflexión de
Kant y Mendelssohn y la de Adorno y Horkheimer no partían de realidades análo-
gas o comparables, puesto que los ensayos de los primeros formaban parte de las res-
puestas a la pregunta de un pastor protestante llamado Johann Friedrich Zöllner
sobre la necesidad o no de la presencia del clérigo en los contratos esponsalicios entre
ciudadanos “ilustrados” o “no ilustrados” 4.
La cuestión de Zöllner, planteada para pronunciarse sobre una problemática con-
creta, no dejaba de tener ángulos suficientes para que en las respuestas suscitadas
emergieran consideraciones sobre las fronteras entre lo considerado ilustrado y lo no
ilustrado, la eficacia de los contratos (independientemente de la escenografía desarro-
llada o de las personas y autoridades presentes), la oportunidad de las mediaciones
civiles o eclesiásticas en los mismos o, incluso, el controvertido asunto de la relación
entre las esferas de lo civil y lo religioso, sagrado y profano, público y privado.
Zöllner se había llegado a preguntar en sus argumentaciones sobre “qué es ilustra-
ción”, para luego, consciente del amplio campo semántico a que se refería, concluir
que esta cuestión “nunca la vi contestada”. Las ulteriores consideraciones de
Mendelssohn y Kant, entre otros, fueron otorgando relieves aún más abstractos y
complejos a la noción 5. El primero de ellos en diversos escritos llegaba a referirse con
el adjetivo ilustrado a parte de la población, segmentos de la sociedad contemporá-
nea, incluso a miembros de sociedades secretas, gentes no convencionales, escritores,
clérigos, burócratas… “patriotas bienpensantes”, “la parte ilustrada de la nación, que
puede formular opiniones entre sí en amistad y confianza mutua”… En estas argu-
mentaciones concurrían también consideraciones sobre “la libertad de discurso” y la
de prensa, la actitud de lucha contra los “errores perniciosos” para individuos y socie-
dades, contra la credulidad, la superstición y el fanatismo 6.
De alguna manera en las reflexiones que fueron capaces de concentrar las páginas
de la Berlinische Monatsschrift en esos tempranos años ochenta del siglo xviii, se con-
templaba la necesidad de penetrar en el análisis de las causas de la superstición, los
prejuicios, convencionalismos, el espíritu acrítico y el fanatismo para lograr avances
en la ilustración. Así, efectivamente, la progresión de ésta supondría el retroceso y
destierro final de estos obstáculos para la “mejora de la sociedad humana”, a pesar de

4 Mendelssohn hizo su publicación en septiembre de 1784 y Kant vio editada la suya en diciembre del
mismo año en la misma revista, como respuesta a una cuestión planteada en diciembre de 1783 sobre
cómo entender la ilustración (aufklärung) por Zöllner, un reformador pedagógico –además de pastor
protestante– asociado a la editorial de la revista, siendo ésta, publicada por Friedrich Gedike (bibliote-
cario real), a su vez, uno de los órganos de expresión de la aufklärung.
5 J. Schmidt, “The question of enlightenment: Kant, Mendelssohn and the Mittwochsgesellschaft”,

Journal of the History of Ideas, vol. 50, 2 (1989), pp. 272 y 289.
6 Ídem, pp. 272, 276-278, 283.

– 96 –
04vidaMovellán 24/6/09 12:27 Página 97

Civilización y brutalización del crimen en una España de Ilustración

que la propia concepción de la ilustración en estos términos refería a una realidad


muy ubicua, cuando menos “relativa”, incluso contradictoria en su polisemia, según
fuera afectada por criterios como “lugar, tiempo, rango, sexo”. Incluso se podrían lle-
gar a distinguir grados tanto en el proceso individual como en el social de ilustra-
ción. Retomando los esquemas de Zöllner, podría llegarse también a situaciones de
conflicto entre “la ilustración del hombre” y la “ilustración del ciudadano”, entre las
libertades públicas y privadas o entre las formas de alcanzar y utilizar unas y otras en
formaciones sociales diferenciadas. La ilustración, más que una definición, se confi-
guraba como un problemático dilema de opciones que afectaban al plano de la ética,
a la política, por supuesto, a la escatología y, en general, a la filosofía.
Alguno de los miembros de la Mittwochsgesellschaft berlinesa que auspició el
debate sobre estas materias, en el mismo entorno y contexto en que se produjeron
los discursos de Mendelssohn y Kant, llegó a afirmar que “los rayos de la ilustración
sólo gradualmente se proyectan a los dos extremos, los rangos más altos y más bajos
[de la sociedad]” 7. Este enunciado podría extenderse sin grandes problemas a otros
contextos analíticos del cambio cultural y del cambio social, como es la noción de
civilización acuñada por Norbert Elias 8, quien, quizá, de haber podido, no hubiera
discutido mucho la opinión más generalizada entre los miembros de esta sociedad
secreta berlinesa de que “la ilustración de la ciudadanía era una materia de policía
pública” 9 que implicaba tanto a los sermones de los pastores como a las congregacio-
nes parroquiales o a las explicaciones de los maestros en las escuelas y a la acción de
las instituciones, a la aplicación de una justicia racional y equitativa…
Al fin, sea como fuere la ilustración, por todas las razones mencionadas, encerra-
ba también una política, algo que, aunque latente bajo la muestra de preocupación
por “el destino del hombre” o el propósito de “felicidad” por medio del proceso
emancipador que suponía ilustrarse, no era tan evidente en las consideraciones de
Mendelssohn y Kant, pero que, sin embargo, estaba muy presente en las reflexiones
de Horkheimer y Adorno. Para éstos la quiebra de la ilustración que evidenciaban
fenómenos como el holocausto judío en la Alemania nazi eran también un fracaso
entendido en términos de humanidad y civilización. ¿Podrían explicarse entonces
estos fenómenos históricos como irrupciones de brutalización, por buscar un térmi-
no con un campo semántico antagónico a los referenciados para las nociones de ilus-
tración y civilización? En contextos de guerra, la acción de los soldados y también de
la población civil permitían aflorar ocasionalmente venganzas personales o pasiones
como la envidia, la inquina personal o los celos, frustraciones o sentimientos variados

7 Ídem, p. 284.
8 N. Elias, El proceso de civilización, Fondo de Cultura Económica, México, 1993 (1.ª ed. 1969).
9 Schmidt, art. cit., p. 285.

– 97 –
04vidaMovellán 24/6/09 12:27 Página 98

Tomás A. Mantecón Movellán

para articular el antagonismo y la violencia, incluso aprovechándose por parte de fac-


ciones locales y personas concretas las nuevas oportunidades que podían venir de la
mano de los ejércitos invasores. El avance de ciertas dosis de insensibilización social
hacia la violencia, en esos contextos, así como el incremento de la tensión violenta
cotidianamente experimentada por las gentes, refieren a facetas y expresiones de este
fenómeno complejo de la brutalización.
En muy diversos momentos, circunstancias y coyunturas, las sociedades históri-
cas han evidenciado grados diversos de brutalización, así como combinaciones de
factores diferenciados para esos desenlaces. Las acciones violentas protagonizadas por
soldados licenciados después de las campañas, por veteranos de guerra o desertores en
pleno conflicto, gentes que estaban, a su vez, brutalizadas por su experiencia militar y
acostumbradas a la violencia, que, ocasionalmente, se convertían –entre campaña y
campaña– en crueles salteadores de caminos o inadaptados, cuando retornaban a sus
vecindarios o deambulaban de un lugar a otro, “sin destino”, ofrecen buenos ejemplos
de brutalización. La pintura holandesa del siglo xvii da una variada muestra de este
tipo de circunstancias y enfatiza la caracterización de estos grupos de hombres bestia-
lizados como una auténtica plaga para los vecindarios urbanos y rurales, pero no muy
diferente es la imagen que puede deducirse de consideraciones y percepciones desarro-
lladas en prácticamente toda Europa, sobre todo en Centroeuropa, en el marco de la
Guerra de los Treinta Años. Cuadros de pintores como Willem Duyster, Pieter de
Hooch, Lonaert Bramer, Jacques Callot, Jacob Duck, Rombout van Troyen o
Cornelis de Wael entre otros, en el temprano siglo xvii neerlandés, dan idea de la ima-
gen construida sobre este género de hombres que aparecen representados como
malentretenidos y expoliadores de intereses legítimos de las clases populares.
Estos fenómenos de brutalización se han expresado históricamente con variada
faz, tanto en la Edad Moderna como en nuestros días, de forma tanto colectiva como
individual. Alguno de los ejemplos más conocidos de la segunda opción en el con-
texto europeo es el proceso por el que se supone que un tal Sawney Bean llegó a con-
vertirse en un salteador de caminos antropófago junto con una extraña familia for-
mada por uniones incestuosas de él y su compañera con toda una piara de hijos,
padres a su vez unos de otros, en la Escocia de Jacobo I 10. De ser veraz, éste sería un
ejemplo de brutalización extraordinario, extremo, dentro del panorama europeo del
Antiguo Régimen, aunque quizá la propia existencia de Bean y su grupo sea una
construcción cultural, legendaria, destinada, entre otras cosas, a mostrar la frontera
del crimen como un auténtico límite de los rasgos de humanidad 11. Más cotidianos

10 The Complete Newgate Calendar, Navarre Society Ltd., Londres, 1926, vol. 1, pp. 37-42.
11 La leyenda en torno a este personaje, alimentada en contextos anteriores por informaciones variadas y
heterogéneas que se fueron sumando en el siglo xviii, parece haber cuajado en los términos hoy cono-
cidos en los años cuarenta del siglo xix. Pocos relatos sobre los episodios de Bean y su grotesca y

– 98 –
04vidaMovellán 24/6/09 12:27 Página 99

Civilización y brutalización del crimen en una España de Ilustración

y menos extraños eran los que llegaban a protagonizar antiguos soldados incluso ya
retornados a sus domicilios y licenciados de su oficio militar. Hombres de carne y
hueso, acostumbrados a ver derramada sangre propia y a verter la ajena sin ningún
tipo de contemplaciones.

1. Hombres brutales y hombres brutalizados

El historial militar del madrileño Juan Bernardo de Pina en África, como solda-
do aventajado de caballería en Orán y Mazalquivir, debía servir para atenuar la culpa
de este hombre cuando, retornado ya de sus campañas, se vio inmerso en toda una
sucesión de acciones violentas contra sus vecinos y esto obligó a su padre, escribano
de provincia en la corte, a tratar de evitar que todo el rigor de la justicia se descarga-
ra sobre la cabeza de este joven al que él consideraba ya un hombre “loco y sin jui-
cio”, quizá sin remedio ya. Las situaciones de guerra habían transformado a Juan
Bernardo de tal modo que entre agosto y noviembre de 1630 llegó a acumular hasta
cuatro causas criminales ante los alcaldes de corte y a fines de ese año ya se le hacía
merecedor de al menos dos condenas judiciales: la primera de diez años en el Peñón
de Gibraltar y la segunda de seis años al remo, sin sueldo, en las galeras del rey. La
noche del 30 de agosto de 1630, por una bagatela, ya medía espadas con otro hom-
bre. Llegaron sus propios padres al lugar, y trataron de separarle de la lucha, pero les
amenazó de muerte e insultó, lo mismo que a otras personas que se acercaron debi-
do al bullicio. Finalmente, pudo ser reducido, no sin lucha, y conducido a prisión,
donde provocó nuevos incidentes violentos, una vez tras otra.
El 15 de septiembre se apedreó y acuchilló con otros presos mientras blasfemaba
como un poseso. Acabó por autolesionarse clavándose un cuchillo en su vientre
“diciendo se quería matar a sí mismo, y cayó en el suelo pidiendo confesión, de lo
cual estuvo a punto de la muerte”. En los principios del mes de octubre protagoni-
zó varios accesos similares “y cosas de desesperación”. Volvió a acuchillarse con otros
presos y vigilantes un mes más tarde, logrando en esta ocasión incluso salir de la cár-
cel, aunque luego retornó y dijo que le abrieran, que quería volver al presidio para
que no pensaran que quería fugarse. Cuando depuso las armas que llevaba y fue
reducido volvió a pelear con los guardas de la cárcel, llegando a bañar de sangre la
cara de uno de ellos. Excesos de esta naturaleza, “bocados a sí mismo”, “calabazadas”,

animalizada familia coinciden entre sí en las referencias cronológicas de los hechos descritos. La escue-
ta información recogida en el Newgate Calendar es la que parece más consensuada, aunque no permite
separar el mito de la realidad, hasta el punto de que el episodio pudiera ser un fruto de invenciones basa-
das en prejuicios entre ingleses y escoceses acuñados ya en el siglo xviii, en el marco de levantamientos
jacobitas en Escocia. Esta última es la tesis de Ronald Holmes en torno al episodio. R. Holmes, The
legend of Sawney Bean, F. Muller, Londres, 1975.

– 99 –
04vidaMovellán 24/6/09 12:27 Página 100

Tomás A. Mantecón Movellán

agresiones, blasfemias y arrebatos violentos se habían ido acumulando también en


reyertas con otros soldados en las plazas en que había prestado servicio en África. El
padre, cuando trató de evitar las más duras penas para su hijo, explicó ante el juez
que, luego de semejantes acciones, el soldado no recordaba lo que había hecho, ni las
heridas causadas 12.
Es posible que la argumentación del padre de este soldado fuera cierta y los prin-
cipales factores para explicar la desorganizada pero intensa violencia que este hom-
bre era capaz de desplegar en sus arrebatos fueran fruto de una mente enferma, pero
lo que no queda claro es si los comportamientos violentos de Juan Bernardo de Pina
ya lo eran antes de formar parte de los ejércitos españoles en África o si fue el con-
tacto con la milicia y la guerra lo que potenció o hizo irrumpir este temperamento
compulsivo y los accesos de violencia desordenada y dirigida contra todo y todos,
incluido él mismo, de que hacía gala en los sucesos de 1630. Sea como fuere, a su
retorno de África, sus accesos violentos le convertían ya en un sujeto incontrolable y
peligroso. Independientemente del caso concreto, parece veraz que el ejército y la
vida de la milicia, incluyendo la propia sociabilidad entre soldados, generaba un
clima de cotidianidad y naturalidad para el desarrollo de la violencia. Esto propicia-
ba una brutalización de los sujetos, que luego pasaba a ser ya connatural a los mis-
mos. Eventos como la fratricida lucha suscitada en Toledo entre los hermanos Alonso
y Miguel Prieto la noche del 13 de enero de 1624 a eso de las ocho de la noche per-
miten comprobarlo.
Ambos estaban en el puesto de guardia jugando a los naipes. Alonso ganó en el
juego y pidió a su hermano los cuatro reales de la apuesta. Miguel no quiso pagar. El
primero sacó una daga y comenzó a golpear con ella en la cabeza compulsivamente
a su hermano. Se les acercó un sargento, tratando de evitar que Alonso prosiguiera
agrediendo a su hermano y acabara por matarlo. El agresor, entonces, exclamó “que
no se le daba nada”, sacó su espada y con ella golpeó con fuerza en la cara del sar-
gento, provocándole heridas en la nariz y barbilla. Luego le asestó varias cuchilladas
en la mano izquierda y brazo hasta que el oficial logró coger una alabarda y seguir al
soldado que ya se ponía en fuga. Otro hermano de estos dos, llamado Amaro, y su
camarada Andrés González, también soldados que estaban jugando a los naipes en el
mismo grupo, trataron de impedir al sargento perseguir al agresor. Todo esto fue pre-
senciado por otro pequeño grupo de soldados que se encontraba en el mismo lugar.
El agredido, Miguel Prieto, punto por punto, confirmó en su declaración todos estos
sucesos, aunque dijo no saber quién había golpeado y herido al sargento 13. En la per-
secución y captura del soldado agresor participaron algunos de los soldados, junto

12 AGS (Archivo General de Simancas), Cámara de Castilla, leg. 1.776, doc. 32, ff. 4-4vº, 8-8vº, 11, 19-20.
13 AGS, Cámara de Castilla, leg. 1.774, doc. 10, ff. 5-11, 15-17.

– 100 –
04vidaMovellán 24/6/09 12:27 Página 101

Civilización y brutalización del crimen en una España de Ilustración

con un alférez que también quedó herido. Colaboró, igualmente, uno de los algua-
ciles de la ciudad y la ronda urbana.
Alonso Prieto, que, como sus hermanos, era natural de Alcalá de Henares y sol-
dado de la compañía del capitán Juan de Fresneda Velasco, estaba en Toledo con éste
haciendo leva de jóvenes. Después del incidente relatado, quedó preso en la cárcel
real de Toledo. Allí aguardaba la ejecución de la pena de horca a que fue condenado
por el comisario general de la infantería de España el 25 de noviembre de 1624, por
razón de las heridas provocadas a dos oficiales y a otros soldados, entre ellos su her-
mano. Sin embargo, todos los heridos presentados en la causa se apartaron de la que-
rella ya en 20 de marzo de ese mismo año. Quizá ese fue el factor principal de que
el agresor lograra eludir la pena capital, quedando indultado para el Viernes Santo
de 1625.
Todo lo ocurrido esa noche en el Toledo de 1624 da idea de la prontitud y natu-
ralidad con que la violencia afloraba en estos círculos de sociabilidad masculina
impregnados de valores castrenses dentro de los que la capacidad para generar vio-
lencia formaba parte de las expresiones de la masculinidad, y ésta era uno de los ele-
mentos puntales en las estructuras y jerarquías informalmente establecidas dentro de
los grupos de jóvenes que integraban la milicia. Esto también hace comprensible no
sólo la dureza del castigo, sino también la propia manifestación de actitudes, inclu-
so de las víctimas, para ofrecer cierta protección al agresor y tratar de evitar que la
sentencia capital se llegara a ejecutar. Llegado el caso, se podía hasta ayudar a la fuga
de reos de cárceles y presidios, aun a riesgo de tener que enfrentarse por ello a con-
denas penales importantes. Más frecuentemente, el apoyo se expresaba sumándose a
los suplicatorios de remisión de condena tramitados por aquellos soldados inculpa-
dos por razón de homicidio u otras acciones violentas 14.
La protección dispensada en circunstancias como las indicadas implicaba una
cierta tolerancia hacia la violencia producida de acuerdo con esta cultura de solda-
desca. El hecho de que los propios agredidos mostraran un temprano apartamiento
de la querella también lo demuestra. Era este tipo de clima, de sociabilidad en que
la violencia no tenía unas connotaciones negativas evidentes o únicas, el que propi-
ciaba la génesis o la intensificación de procesos de brutalización como los que debió
experimentar el mencionado Juan Bernardo de Pina y tantos otros soldados.

14 A principios de marzo de 1615, Pedro y Mateo Martínez y Pascual Muñoz fueron condenados a dos años
de galeras por participar en alborotos entre soldados el 19 de enero de ese año y protagonizar una muer-
te y quebrantamiento de cárcel. El supuesto autor del homicidio, Mateo Martínez, además estaba con-
denado a ocho años de galeras al remo sin sueldo, cuando solicitaron y lograron una conmutación de
condena de estas penas corporales por otras pecuniarias de 200 ducados. Cuatro soldados se sumaron a
su suplicatorio, que alcanzó el éxito diez años después de los hechos y con los principales protagonistas
fugados. AGS, Cámara de Castilla, leg. 1.748, doc. 5, pássim.

– 101 –
04vidaMovellán 24/6/09 12:27 Página 102

Tomás A. Mantecón Movellán

También es cierto que si a este veterano de guerra todo esto, y la más que probable
enfermedad mental que potenciaba su brutalidad, le logró el indulto real, no en
todos los casos esto fue así. En algunos otros, como ocurrió por ejemplo en el del
suplicatorio al rey del soldado José Balboa y su padre, ni siquiera influyeron para
lograr un cambio de sentencia o el perdón de la pena capital. El hecho de contar con
un brillante historial militar en Nápoles, donde Balboa se asentó voluntario en 1757,
sirviendo siempre al rey, no ablandó el rigor de la condena. Tampoco el hecho de
contar con una carta personal del marqués de Esquilache a Manuel Roda desde
Mesina recomendando atender al suplicatorio del soldado.
Balboa había acuchillado a un paje del marqués de Castelar, llamado Pedro
Iturralde, quien fuera compañero de juergas y “alegrías” de burdel del propio agresor
y de otros soldados en la madrileña calle de la Espada. La noche del 30 de septiembre
de 1757 los dos camaradas discutieron y Balboa siguió acuchillando, una y otra vez,
compulsivamente, a su víctima mientras ésta se desplomaba en el suelo 15. El compor-
tamiento de Balboa es coherente con algunos de los rasgos ya comentados anterior-
mente. No es de extrañar, por consiguiente, que no hubiera contradicción alguna
entre su ensañamiento con su antiguo camarada, su brillante hoja de servicios en la
milicia e, incluso, el respaldo de Esquilache a su infructuoso suplicatorio de indulto.
Cotidianamente, no sólo la guerra, sino también las noticias de campañas y del
comportamiento y murmuraciones sobre la actitud de los soldados en las mismas
contribuía a hacer que estos vieran su fama, buena o mala, afectada. Esto era un
patrimonio inmaterial personal importantísimo en círculos de sociabilidad como
aquellos en que los hombres de guerra se movían y en los que se otorgaba un peso
específico al valor, el compañerismo, la audacia y el arrojo, además de la capacidad
para generar violencia. Lo ocurrido la noche del 22 de enero de 1664 junto a la
madrileña iglesia de San Ildefonso a los tres hermanos Hermosilla, uno de los cua-
les, Manuel, era soldado de la guardia alemana ofrece información sobre estos parti-
culares. Los hermanos se encontraban viendo las luminarias cuando se llegó hacia
ellos un grupo de cinco o seis hombres que sacaron sus espadas y asestaron una esto-
cada en el pecho a Juan de Hermosilla, que entró para lograr refugio en la iglesia
donde se desplomó muerto sin confesión. Los agresores habían sido los soldados
Tomás de los Reyes, de la guardia española, e Isidro Valdés, de la guardia vieja, a
quienes acompañaban un antiguo alguacil de la villa llamado Andrés Jiménez y un
“obligado de la limpieza” llamado Isidro de Fuenlabrada.
Reyes se había destacado del grupo y apartado a Juan de Hermosilla para pregun-
tarle si sabía algo de otro soldado apellidado Montúfar. Hermosilla le dijo que él
acababa de retornar de la galera en que había estado Montúfar, donde estuvo como

15 AGS, Gracia y Justicia, leg. 874, s.f.

– 102 –
04vidaMovellán 24/6/09 12:27 Página 103

Civilización y brutalización del crimen en una España de Ilustración

soldado. Reyes preguntó entonces a Juan sobre si Montúfar “decía que yo le había
vendido cuando le prendieron”. Uno de los Hermosilla respondió que así era. Reyes
le contestó que “si él lo entiende así es un cornudo y por vida de la corona de Cristo
y de la Virgen que le cortaré los cuernos”. Sacó su espada y Juan Hermosilla tam-
bién, como hicieron José y Manuel sus hermanos y todos los demás. Se acuchillaron.
En medio de la trifulca se llegó por un costado Isidro Valdés y tiró a Juan Hermosilla
una estocada. Éste gritó “confesión que me muero”, mientras se desplomaba, ya den-
tro de la iglesia adonde llegaba huyendo, seguido por sus hermanos. El agresor,
“como si no hubiera hecho nada metió la espada en su vaina y se fue juntamente con
sus demás compañeros” 16.
La violencia que eventualmente afloraba dentro de la sociabilidad entre soldados,
y de acuerdo con patrones como los señalados, también podía proyectarse fuera del
entorno de sociabilidad castrense, no sólo en episodios tan claros como los que pro-
tagonizara el mencionado Juan Bernardo de Pina o alguno de los otros episodios ya
relatados, sino en momentos y circunstancias azarosas de la vida cotidiana. Años
antes de los hechos descritos anteriormente, en San Sebastián, en la tarde del 1 de
agosto de 1619, entre las cinco y las seis de la tarde y frente a la puerta del Arenal del
cuerpo de guardia, un joven llamado Pedro de Abaunza resultó muerto cuando tra-
taba de separar, “para que no se matasen”, a un soldado que se enfrentaba con arma
blanca con otro hombre que resultó ser sastre. Abaunza, que estaba desarmado, asía
los brazos del soldado Francisco Díaz de Encinas, cuando recibió de éste una estoca-
da seca que lo hizo caer. No se desplomó. Lograba recobrarse cuando el agresor le
proporcionó otra estocada frontal. La víctima cayó, ahora sí, muerto en tierra. Estos
hechos fueron presenciados por guardas de la propia puerta. Ese mismo día el “go-
bernador de la gente de guerra del presidio de la villa de San Sebastián” inició causa
contra el agresor. Los azares llevaron los autos hasta el virrey de Navarra que lo con-
denó al presidio de Álava por ocho años y luego a otros cuatro de destierro de la pro-
vincia de Guipúzcoa. Ingresó el agresor homicida en el mencionado presidio el 27 de
mayo de 1620. Algo más de dos años después logró ya el apartamiento de la querella
por parte de la viuda del difunto. Así, el 24 de noviembre de 1625 logró eludir lo que
le faltaba aún por cumplir de condena 17.
En otras ocasiones incluso se llegaba a enfrentamientos entre grupos de jóvenes
reunidos para divertirse en tabernas o jugar a los naipes o con motivo de celebracio-
nes festivas y cuadrillas de soldados. Podía ocurrir en el marco de las celebraciones
del Carnaval, como sucedió, por ejemplo, en la localidad madrileña de Mollejón en
1665, cuando, paradójicamente, alguno de los adversarios del grupo de soldados

16 AGS, Cámara de Castilla, leg. 1.955, doc. 15, pássim.


17 AGS, Cámara de Castilla, leg. 1.746, doc. 1, pássim.

– 103 –
04vidaMovellán 24/6/09 12:27 Página 104

Tomás A. Mantecón Movellán

acabó por ser condenado a una pena de cuatro años de servicios militares en los pre-
sidios de Orán 18. Precisamente destinos y tareas como las que se habían dispuesto
para este hombre no eran las óptimas para abandonar los estallidos de violencia en
la vida cotidiana protagonizados por hombres brutalizados. Todo lo contrario, la
frontera, como la guerra, refería a un entorno a propósito para dar consistencia a ten-
dencias violentas.
Uno de los soldados españoles en Orán en una nota escrita el 27 de septiembre
de 1784 dejó testimonio de lo incierto de los episodios que cada día podían provocar
situaciones comprometidas, en que la agresión o la muerte llegaban a ser desenlaces
posibles y en absoluto extraordinarios en un entorno fronterizo como era el de este
enclave norteafricano. Para este soldado español las tempestades y las imprevistas
acciones armadas por parte de los nativos venían a incluirse dentro de una lógica que
presentaba cada jornada con enormes dosis de incertidumbre vital. Iniciaba su breve
relato colocando al lector en un entorno tan impredecible como era la plaza de Orán
antes de sucumbir ante el infiel:

“El día 21 del corriente mes principió por la noche un aguacero tan formida-
ble cuanto no vio en esta plaza, el cual entre tempestad y viento fuerte duró el espa-
cio de cuarenta y ocho horas, causando sus avenidas el más notable estrago en huer-
tas, posesiones y casas, de forma que las más necesitan reparos costosos, cuyas nubes
y temporal no se olvidará por algún tiempo a los habitantes de ella; pues las riadas han
sacado de pie muchos árboles, llevándoselos a la mar, dejando inservibles distintos
vancales inundados y cubiertos de tarquines y casquijo, desplomando los balates que
los sostenían, dejando tapados los conductos y acequias de riego, como también se ha
hecho mucho daño a los barcos del rey y otros de pescadores que estaban varados en
esta playa por razón de la piedra y broza de las avenidas, inundando así mismo el
almacén del real repuesto de paja situado en la marina y otros edificios, por cuya nove-
dad se invirtió el día 23 en registrar el descalabro ocurrido y ruinas del temporal” 19.

Cuando justamente se superaban los daños provocados por las inclemencias de


una naturaleza tan adversa, entonces se presentaban otras incertidumbres que alerta-
ban a la soldadesca y podían traer, igualmente, desenlaces trágicos:

18 Un joven llamado Manuel Díaz recibió esta condena por encararse con un arma de fuego al alcalde de
Mollejón cuando se disponía a aprenderle por razón de “una pendencia que tuvieron con unos solda-
dos de un alarde que hicieron el martes de Carnestolendas”. El 9 de septiembre de ese mismo año, no
obstante, logró conmutar esta condena de varios años de servicios militares por una pena pecuniaria.
AGS, Cámara de Castilla, leg. 1.955, doc. 5, folio suelto.
19 ASV (Archivio Segreto Vaticano), Segreteria di Stato, “Spagna. Appendice, 1701-1805”, Miscelanea del

tempo della nunciatura in Spagna di monsignore Colonna, sig. 468, hoja suelta.

– 104 –
04vidaMovellán 24/6/09 12:27 Página 105

Civilización y brutalización del crimen en una España de Ilustración

“El 26 por la mañana después de la descubierta que diariamente hacen los


fusileros de las partidas de presidiarios armados y moros mogataces, que consta de
un mediano número de ambas clases, se avistaron en el sitio de la Cantera del Cam-
po Santo algunos moros de guerra, que desalojaron de aquel apostadero a la guardia
de doce fusileros y un sargento que hacen el servicio de día en él, por la mayor fuer-
za de aquellos. Se dio parte a la plaza por el vigía del castillo de Santa Cruz de esta
novedad y de que se veían grandes porciones de caballería enemiga y peones por los
Barrancos del Nacimiento en el Campo Santo, Corralones, Ataques y otros parajes
hasta el número de ocho mil hombres.
Enterado de él, nuestro comandante general don Pedro Guelfi (que no obs-
tante que arribó en 18 del corriente, el Mariscal de Campo, don Luis de las Casas, su
sucesor, aún no le había entregado el mando) dio sus disposiciones para acudir al
remedio del lance, con la noticia, que también estando en misa de 9, de que se habían
internado en las huertas proximas a la plaza, salió de aquella y mandó inmediatamen-
te tocar generala, con cuyo motivo marcharon la compañía de mogataces, partidas de
fusileros y compañías de granaderos a incorporarse con los que hacían fuego en
Campo Santo, quedando la demás tropa sobre las armas en sus respectivos cuarteles.
Antes de llegar a dicho sitio advirtieron iban haciendo su retirada los moros
de guerra que estaban en las huertas y continuando los nuestros su dirección a la cita-
da torre a cuyo pie se hicieron firmes las partidas de fusileros desde donde se desta-
caron algunos para cubrir las inmediaciones de la Torre del Nacimiento, situándose
los mogataces más avanzados y empezaron el fuego con mucho ardor, desde los sitios
que se conocen ventajosos y apostaderos de la falda del fuerte de San Fernando. La
intrepidez y barbaridad con que entraron los enemigos llegó a tal extremo que se
introdujeron hasta la Huerta de Ifre, lindante con la llamada del Mayor, que está
próxima a la Puerta de Tremecén, sin temer el fuego de castillos, torres y fuertes y
por el costado izquierdo del río hasta la [Puerta] del Molino, en donde se refugió una
mora de paz, a quien llamaban los enemigos e iban ya a sus alcances.
En las Huertas de Villalba, que están entre Campo Santo y Torre Ifre, fue
grande el número de enemigos que entraron cuyo hortelano José Ros, de edad de 70
años, viendo lo iban a apresar tuvo que dejar su capa y sombrero y huir corriendo
hasta la torre, en donde se refugió. De esta huerta se llevaron varios granados ente-
ros y todos los cidreros con ramaje y fruto, talando hasta 120 árboles, destrozando
cuantas plantas y efectos encontraron, ignorándose el número de los que entraron a
ejecutar este lastimoso hecho, pero se advierte que fue crecido” 20.

20 Ídem.

– 105 –
04vidaMovellán 24/6/09 12:27 Página 106

Tomás A. Mantecón Movellán

El relato iba mostrando varias esferas de relación del soldado de este presidio afri-
cano con la vida, la lucha y la muerte. Había un universo controlado por la organi-
zación militar, las murallas, las torres defensivas, la artillería, la disciplina, jerarquía
y sociabilidad militar, pero también había otros universos que escapaban a esos con-
troles y se presentaban como realidades adversas y peligrosas. Uno de ellos era el de
sujetos como este hombre llamado José Ros, expuesto a las vicisitudes más inciertas,
al movimiento de tropas, a incautaciones, saqueos y violencias; otro era el de la incer-
tidumbre de la batalla, la sangre y la muerte. Así, el soldado español en Orán prose-
guía describiendo el asalto:

“Nuestros mogataces embistieron con tanto denuedo que no se creía fuesen


hombres sino fieras y lo mismo las partidas de fusileros con sus acertados fuegos. Tan
empeñados estaban en el destrozo de las huertas los de guerra que no obedecían a sus
gentes y fue necesario bajase un alcalde y a golpe de gumía los hiciese retroceder a su
campo y separarlos del riesgo que les amenazaba la salida de nuestras tropas. El fuego
que unos y otros hicieron no es posible explicarlo, como que la densidad del humo
no daba lugar para ver el estrago ni lo que se ejecutaba. Cuando se retiraban los ene-
migos se advirtió sacaron de la huerta que está por encima del puente de Sangotita
o del Miedo por otro nombre, antes de llegar a la [torre del] Nacimiento con bastan-
te distancia cinco moros de guerra muertos por los hortelanos, en cuyo acto robaron
un borrico del de dicha huerta” 21.

A la matanza se sumaban soldados y civiles, pues unos y otros, con sus fuerzas e
instrumentos defendían con uñas y dientes lo que les tocaba, ya fuera posiciones
estratégicas o patrimonios personales. Unos y otros, brutalizados, se convertían en
“fieras” por las circunstancias del momento. Así, se empleaban en la violencia desor-
denada con cuanta intensidad podían. En otro plano intervenía la guerra sujeta a la
acción puramente militar, regulada, orquestada y protagonizada por la artillería de
las fortalezas, igualmente mortífera y sangrienta:

“por todas partes hubo infinidad de moros pero el mayor número fue en los
citados dos barrancos, viéndose en la meseta mucha caballería de turcos y moros de
la guardia del rey, como que éste se hallaba en aquel sitio. El fuego de los castillos
fue considerable pero con especialidad el de San Andrés y San Felipe, que pasarían
de 400 tiros de artillería sin los de mosquetes y fusiles, e igualmente la Torre del
Nacimiento, que lo hizo muy vivo, todo con conocido descalabro de los enemigos;
y a juicio prudente se cree hayan muerto a nuestros fuertes más de 200 y muchos

21 Ídem.

– 106 –
04vidaMovellán 24/6/09 12:27 Página 107

Civilización y brutalización del crimen en una España de Ilustración

heridos, pues las descargas que se les disparó por los fusileros y granaderos de los tres
regimientos de esta guarnición claramente daban pruebas de su acierto, porque a la
vista se veían caer los de guerra y sus caballos.
El fuego de los castillos, fuertes y torres, artillería y tropa se principió a las
siete de la mañana y concluyó a las once y media de ella. Se advirtió traían hasta unas
cincuenta banderas en varios pelotones y a su última retirada se vieron caer cuatro
moros y dos caballos muertos a los fuegos de los mogataces. Luego que salió la tropa
de granaderos lo hizo también nuestro general acompañado del ingeniero del detall,
el mayor de la plaza y sus ayudantes, dirigiéndose a la torre de San Pedro, en cuyas
alturas del fuerte estuvo escoltado de la compañía de granaderos de Cantabria, en
observación del campo.
El mariscal de campo, don Luis de las Casas, general nombrado de estas pla-
zas, aunque no tenía el mando, al primer cañonazo, se trasladó a los castillos de San
Andrés y San Felipe, cuya presencia fue muy útil, pues promovió más el esfuerzo al
incesante fuego de artillería que se experimentó, sin retirarse hasta concluida que fue
la función. Por nuestra parte sólo hemos tenido la pérdida de un fusilero muerto,
cinco heridos, dos mogataces en igual clase y un granadero a quien maltrató una
mano el mosquete que se le reventó haciendo fuego” 22.

De este modo y sin firma acababa el soldado español su relato referido a un espa-
cio de frontera en la resistencia que organizaba la Monarquía Hispánica en los pre-
sidios del norte de África dentro de los que Orán y Mazalquivir, desde 1509, se
encontraban en posiciones de confín ante el turco. Cuando escribía este soldado,
precisamente, la presión se estaba intensificando. Efectivamente, unos pocos años
después, en 1792, Orán cayó ya bajo control argelino. Un universo de tensión, incer-
tidumbre y violencia de este tipo fue el que curtió a Juan de Pina y a tantos otros,
habituados a este tipo de accesos en Orán y en la vecina plaza de Mazalquivir a
mediados del siglo xvii. Esto debió contribuir a brutalizar el carácter de Pina hasta
convertirlo en un inadaptado social en su retorno ya como soldado veterano a la
sociedad madrileña.
En algunos casos la deserción, que era un fenómeno que afectó en la segunda
mitad del siglo xviii a un promedio en torno al cuatro por ciento de la soldadesca
española en presidios africanos, pudo ayudar a impulsar la brutalización de las cos-
tumbres. Esto también revertía en acciones violentas que se proyectaban, por lo
general, en el mismo entorno castrense en que se había producido la deserción, y no
sólo posteriormente en el del lugar de origen o vecindad del soldado cuando éste, lle-
gado el caso, retornaba. En Orán, por ejemplo, las deserciones lo eran generalmente

22 Ídem.

– 107 –
04vidaMovellán 24/6/09 12:27 Página 108

Tomás A. Mantecón Movellán

por varias horas o por algunos días, no definitivas. En ese tiempo, el desertor se apli-
caba a la embriaguez y la perpetración de crímenes diversos. La política de pagar
recompensas a los moros que devolvieran desertores tuvo, además, relativa eficacia en
los años setenta del xviii 23. Todo este ambiente de la frontera, la guerra y la tensión
que en ambos entornos se generaba contribuía a la gestación de culturas y psicolo-
gías marcadas por la violencia.
No sólo las experiencias individuales, de grupo o, incluso, las de degeneración
afectaban a los procesos de brutalización individual y colectivamente conocidos.
Éstos también podían formar parte de experiencias sociales globales. Particu-
larmente, como se ha señalado con anterioridad, en contextos de guerras, ocupacio-
nes militares, invasiones o acciones que suponían eventuales convulsiones sociales,
quiebra de las estructuras o recomposición drástica de las mismas se creaban las con-
diciones más a propósito para la brutalización global de las sociedades. Esta es men-
surable no sólo en términos de intensificación de la violencia, sino también de incre-
mento del delito y progresión de la tolerancia hacia este tipo de acciones,
comportamientos y actividades. No obstante, también se han conocido procesos de
cambio, tanto de avance como de retroceso, en la civilización de las pasiones, emo-
ciones y violencia, al igual que de coyunturas y procesos que podrían considerarse de
descivilización o brutalización. La mejor forma de apreciar el impacto y relevancia
histórica de unos y otros es realizar un análisis que permita consideraciones desde un
punto de vista de larga duración, para luego abordar el estudio de periodos, contex-
tos, momentos o coyunturas particulares que permitan explicar el cambio histórico
en su complejidad.

2. Violencia, civilización y brutalización

Hasta hoy, desde los primeros estudios que se plantearon el análisis de la evolu-
ción histórica de las tasas de homicidio en la sociedad británica en una panorámica
de larga duración que contemplaba la transición desde fines de la época medieval a
los inicios de la época contemporánea 24, ha habido un largo debate aún latente sobre
la evolución histórica de la violencia. Estas controversias historiográficas todavía tie-
nen varios frentes abiertos. Uno de ellos es el significado de las proporciones del
homicidio en las sociedades del pasado, aspecto para el que es imprescindible un

23 Ruth Pike ha realizado cálculos precisos a partir del ejemplo de Orán. R. Pike, Penal servitude in early
modern Spain, University of Wisconsin Press, Madison (Wis.), 1983, caps. 3 y 7.
24 T. Gurr, “Historical trends in violent crime: a critical review of the evidence”, Crime and Justice, 3

(1981), pp. 295-353; L. Stone, “Interpersonal violence in English society, 1300-1980”, Past & Present, 101
(1983), pp. 2-33.

– 108 –
04vidaMovellán 24/6/09 12:27 Página 109

Civilización y brutalización del crimen en una España de Ilustración

análisis contextual y coyuntural. Otra de las materias de discusión concierne a los rit-
mos del declive histórico de las proporciones del homicidio en las sociedades del
Occidente europeo 25, análisis que no debe aislar al homicidio de otros indicadores de
violencia interpersonal 26. En el último lustro varios estudios han permitido recobrar
el análisis de esta problemática para trazar comparativas dentro del encuadre euro-
peo 27 y subrayar la necesidad de renovar los estudios particularmente en entornos de
la Europa del Sur 28.
En lo que se refiere a la España Moderna, la información disponible parece indi-
car que, atendiendo a las tasas de homicidio urbanas, el más cruento crimen violen-
to siguió una trayectoria secular similar a la descrita en otros entornos de Europa
occidental aunque con un peldaño de retraso respecto a la evolución declinante des-
crita por el caso británico y holandés que expresó su declive más sustancial en la
segunda mitad del siglo xvii, mientras que la Castilla urbana parece haberlo hecho
en la primera de la centuria siguiente, ejemplo que, por otro lado, no parece ser el
de toda la Europa urbana meridional si se toman en consideración las referencias dis-
ponibles, por ejemplo, para el caso de Roma (Gráfico 1) 29.
En el caso español el retraso en el declive de las tasas de homicidio madrileñas res-
pecto a la evolución en otras ciudades europeas hace que aún se constaten altas pro-
porciones en las últimas dos décadas del siglo xvii, incluso con cifras mayores a las
de etapas previas (Gráfico 2). En las últimas dos décadas del xvii se endurecieron las
condiciones de vida en la capital española. Se asistía a un contexto de empobreci-
miento social que acompañó al alza de los precios de la vivienda y un consecuente
mayor hacinamiento en los hogares plebeyos. La tensión social se incrementó, con-
tándose hasta cinco tumultos en la ciudad y alfoz entre 1678 y 1699, momentos en
que desacatos a la justicia y a sus representantes y excesos de todo tipo se hacían más

25 M. Eisner, “Modernization, Self-Control and Lethal Violence. The Long-term Dynamics of European
Homicide Rates in Theoretical Perspective”, British Journal of Criminology, 41 (2001), pp. 618-638; ídem,
“Long-Term Historical Trends in Violent Crime”, Crime and Justice, 30 (2003), pp. 83-142.
26 T.A. Mantecón, “The Pope’s sword: early modern capital punishment, homicide and cultures of suffe-

ring. Rome in the European context”, en una obra obra colectiva de cuya edición se encarga el profe-
sor O. Matikainen en la universidad finlandesa de Jyväskylä (en prensa).
27 Me remito a los estudios ya mencionados de Eisner. Cf. n.º 25. La más reciente aportación enfatiza estas

perspectivas. L. Mucchielli y P. Spierenburg (dirs.), Histoire de l’homicide en Europe de la fin du Moyen


Âge à nos jours, La Decouverte, París, 2009.
28 Esta imagen puede ser matizada ya que las altas tasas conocidas por Madrid en las últimas décadas del

siglo xvii pudieran tener como explicación las duras circunstancias que vivió la sociedad madrileña en
ese contexto, afectada por las políticas fiscales, monetarias y por la adversidad económica. El ejemplo
de Madrid puede no ser un patrón infalible para considerar el conjunto de la sociedad urbana castella-
na. Más detalles en T.A. Mantecón, “The patterns of violence in early modern Spain”, The Journal of
the Historical Society, vol. VII, 2 (junio 2007), pp. 229-264.
29 Sobre Roma, Mantecón, “The Pope’s sword…”.

– 109 –
04vidaMovellán 24/6/09 12:27 Página 110

Tomás A. Mantecón Movellán

Gráfico 1. Evolución histórica de la tasa de homicidios(casos anuales


por cada 100.000 habitantes). Ciudades españolas en su contexto urbano europeo, 1700-1830.

– 110 –
04vidaMovellán 24/6/09 12:27 Página 111

Civilización y brutalización del crimen en una España de Ilustración

Gráfico 1. Fuentes: Cálculos realizados con datos procedentes del Archivo Histórico Provincial de
Segovia (AHPS), leg. J-1383; P. de León, Compendio de las industrias en los ministerios de la Compañía de
Jesús con que prácticamente se demuestra el buen acierto en ellos, Biblioteca Universitaria de Salamanca,
manuscrito 573, ff. 247 y ss. El promedio urbano europeo se ha calculado a partir de los casos de Áms-
terdam, Estocolmo, Roma y Londres. Gurr, “Historical trends…”, pp. 306 y ss. J.M. Beatie, Crime and
the courts in England, 1660-1800, Clarendon Press, Óxford, 1986, pp. 77-124. H. von Hofer, “Homicide
in Swedish statistics, 1750-1988”, en A. Snare (ed.), Criminal Violence in Scandinavia: Selected Topics,
Norwegian University Press, Oslo, 1994, p. 35. J. Liliequist, “Violence, honour and manliness in early
modern Sweden”, en M. Lappalainen y P. Hirvonen (eds), Crime and control in Europe from the past to
the present, Publications of the History of Criminality Research Project, Helsinki, 1999, pp. 174 y ss. P.
Karonen, P., “In search of peace and harmony. Capital crime in late medieval and early modern
Swedish real (1450-1700)”, en ídem, pp. 208 y ss. Alloza, óp. cit., pp. 130-131. B. Llanes, Las formas de la
violencia interpersonal y su impacto en el Madrid de los Austrias, Trabajo de investigación dentro del pro-
grama de doctorado Cambios y Permanencias en las Sociedades Tradicionales de la Universidad de
Cantabria, 2006 (inédito). A. Jansson, From swords to sorrow: homicide and suicide in early modern
Stockholm, Almqvist & Wiksell International, Stockholm, 1998. P.C. Spierenburg, “Long term-trends in
homicide: theoretical reflections and Dutch evidence, fifteenth to twentieth centuries”, en E.A. Johnson
y E.H. Monkkonen (eds.), The civilization of crime: violence in town and country since the Middle Ages,
Urbana, University of Illinois Press, 1994, pp. 63-107. Los datos sobre Roma, homicidas ajusticiados
anualmente por cada 100.000 habitantes, han sido calculados a partir de los registros de la cofradía de
San Giovanni Decollado, que se encargaba de la asistencia y acompañamiento de los condenados y,
luego, del entierro cristiano y funerales. ASR (Archivio di Stato di Roma), inventario 285

cotidianos que en momentos previos y posteriores 30. Precisamente, la evolución de


las tasas de homicidio en las ciudades de la Europa Moderna parece haberse afecta-
do en otros contextos cronológicos también por factores coyunturales adversos,
como los referidos para el ejemplo madrileño. Esto permite explicar los repuntes
generales en periodos como el de los años inmediatos al frío invierno de 1709 o los
últimos momentos del Siglo de las Luces, si bien es cierto que la intensidad con que
se experimentaron estos fenómenos no fue la misma en todos los casos y, además, las
diferencias entre los modelos urbanos y rurales fueron notables, tanto en lo que se
refiere a las magnitudes como en cuanto a su evolución en el tiempo 31 (Gráfico 3).
Ocioso, por conocido, es penetrar en los sucesos bélicos que enmarcaron la toma
francesa de Madrid, donde escenas de brutalización también estuvieron a la orden
del día, al igual que a lo largo de todo el conflicto 32.

30 Ángel Alloza ha contabilizado hasta treinta habitantes por hogar en este contexto. Á. Alloza, La vara
quebrada de la justicia. Un estudio histórico sobre la delincuencia madrileña entre los siglos XVI y XVIII, Los
Libros de la Catarata, Madrid, 2000, pp. 205 y 219.
31 Por lo que hasta hoy sabemos, esto es evidente en el caso castellano. T.A. Mantecón, “La violencia en

la Castilla urbana del Antiguo Régimen”, en J.I. Fortea y J.E. Gelabert (eds.), Ciudades en conflicto
(siglos XVI-XVIII), Junta de Castilla y León, Valladolid, 2008, pp. 307-336.
32 Numerosos son los ejemplos de publicaciones eruditas plagadas de referencias. Una de las que permi-

te, por citar un ejemplo temprano, análisis de este tipo es J. Muñoz Maldonado, Historia política y mili-
tar de la Guerra de la Independencia de España contra Napoleón Bonaparte desde 1808 a 1814, Imprenta de
José Palacios, Madrid, 1833, 3 vols.

– 111 –
04vidaMovellán 24/6/09 12:27 Página 112

Tomás A. Mantecón Movellán

Gráfico 2. Declive de los homicidios en la España del siglo xviii


(homicidios anuales por cada 100.000 habitantes).

Fuentes: AHPC (Archivo Histórico Provincial de Cantabria), Alfoz de Lloredo (legs. 78-94), Reocín (legs.
119-132) y Cayón (legs. 74-85). Los datos demográficos de Cantabria proceden de R. Lanza, La población
de Cantabria en el Antiguo Régimen. Los factores del crecimiento demográfico regional siglos XVI-XIX (Tesis
Doctoral, Universidad de Cantabria, 1990, Anexo 1). Para Madrid me he apoyado en los estudios de
Alloza (óp. cit., p. 124) y Llanes (óp. cit.). Los datos para la media europea se basan en los cálculos de
Eisner [“Long-Term Historical Trends…”].

– 112 –
04vidaMovellán 24/6/09 12:27 Página 113

Civilización y brutalización del crimen en una España de Ilustración

Gráfico 3. El declive de los homicidios en la quiebra del Antiguo Régimen


(homicidios anuales por cada 100.000 habitantes).

Nota: Los datos referidos a la Cantabria rural se refieren en el eje vertical derecho.
Los otros valores están en el eje de la izquierda.
Fuentes: AHPS, leg. J-1.383-1 ; AHPC, Alfoz de Lloredo (legs. 78-94), Reocín (legs. 119-132) y Cayón (leg.
74-85). Alloza, óp. cit., pp. 129-132. Llanes, óp. cit.

– 113 –
04vidaMovellán 24/6/09 12:27 Página 114

Tomás A. Mantecón Movellán

Tanto en ámbitos rurales como en ciudades provinciales como Segovia, todo


parece indicar que unos momentos especialmente difíciles en que se incrementaron
las tasas de homicidio fueron los que enmarcaron las crisis agrarias finiseculares en el
Setecientos y el contexto de los primeros años del siglo xix, además de durante la
invasión francesa y la guerra hispano-gala. En estos contextos no sólo se incremen-
taron las tasas de homicidio, a pesar de que el conflicto dificultara en su momento
el pulcro y sistemático registro de los asuntos criminales, sino que también se expe-
rimentó un notable crecimiento de la delincuencia general y del bandidaje y contra-
bando muy particularmente 33. La invasión francesa y las convulsiones que durante
las guerras napoleónicas se vivieron dentro de varias sociedades urbanas europeas
también dieron lugar a este tipo de fenómenos en otros encuadres espaciales de la
Europa de la quiebra del Antiguo Régimen 34, pudiendo ser esos contextos y otros de
reorganización política y convulsión social, considerados como propiciatorios para la
aparición de fenómenos de brutalización.
Con independencia del contexto de la quiebra del Antiguo Régimen en que inter-
vinieron los factores mencionados, todo parece indicar que el Siglo de las Luces, global-
mente considerado, fue el periodo en que se experimentó el declive más nítido en las
tasas de homicidio españolas, colocándose en la segunda mitad de la centuria las corres-
pondientes a ciudades, incluso las de Madrid, ya en el mismo plano y estadísticas que
las principales ciudades del entorno europeo occidental. De alguna manera este proce-
so de larga duración debió ser inducido por factores que actuaban complementaria-
mente superponiéndose unos a otros en el tiempo. El cambio institucional, el desarro-
llo de una más efectiva policía urbana, las iniciativas para lograr mayores cotas de
desarme de la sociedad, los avances médicos o, más incluso que este factor el de la
mayor capacidad para generar asistencia a los heridos y, sobre todo, principalmente el
cambio cultural que, combinado con los otros factores, permitió ir erosionando algu-
nos de los valores sobre los que se amparaban muchos comportamientos más violentos
dentro de la sociedad de la España Moderna y particularmente entre los grupos de jóve-
nes varones urbanos, responsables del grueso de la violencia callejera en las ciudades.

33 T.A. Mantecón, “El poder de la violencia en el norte de España: la Cantabria rural en la época
Moderna”, en I Encuentro de Historia de Cantabria: actas del encuentro celebrado en Santander los días 16
a 19 de diciembre de 1996, Universidad de Cantabria, Santander, 1999, vol. II, pp. 785-814; R. Iglesias
Estepa, Crimen, criminales y reos. La delincuencia y su represión en la antigua provincia de Santiago entre
1700 y 1834, Nigra Trea-Consorcio de Santiago, Vigo-Santiago de Compostela, 2007.
34 En el caso de Roma, por ejemplo, se vivieron experiencias de este tipo, además de tumultos y motines

urbanos ya desde el estallido y durante la vigencia de la república jacobina en 1789. Véase, entre otros,
M. Cattaneo, “L’opposizione popolare al ‘giacobinismo’ à Roma e nello Stato Pontificio”, Studi Storici,
39 (1998), pp. 533-567. También algunas referencias en C. Brice, “La Roma dei ‘francesi’: una moderniz-
zazione imposta”, en G. Ciucci, (ed.), Roma Moderna, Laterza, Roma, 2002, pp. 349-370.

– 114 –
04vidaMovellán 24/6/09 12:27 Página 115

Civilización y brutalización del crimen en una España de Ilustración

Tabla 1. Evolución de la violencia interpersonal en la Castilla del siglo xviii.


Porcentajes de causas por violencia interpersonal dentro de las criminales.
1700-1769 1770-1830

Modelo urbano 47,5 52,8

Modelo rural 43,7 31,7

Media 45,6 41,2

Fuente: Datos elaborados a partir de cálculos realizados por Weisser sobre los Montes de Toledo, Iglesias
sobre Galicia, Alloza y Llanes sobre Madrid y Mantecón a partir de la información de los archivos de
Cantabria y Segovia. M. Weisser, The Peasants of the Montes. The roots of rural rebellion in Spain, Chicago,
The University of Chicago Press, 1976. T.A. Mantecón, Conflictividad y disciplinamiento social en la
Cantabria rural del Antiguo Régimen, Universidad de Cantabria-Fundación Marcelino Botín, Santander,
1997. Alloza, óp. cit. Iglesias, óp. cit. AHPS, leg. J-1.383-1. Los datos sobre el modelo rural han sido elabo-
rados a partir de los ejemplos de Montes de Toledo, Galicia, Cantabria y La Rioja (Santurde), estos últi-
mos recopilados por Carolina Romero.

Ahora bien, si uno de los efectos más inmediatos de la acción de todos estos fac-
tores fue el descenso de la tasa de homicidios, este proceso podría a su vez ser indi-
cador de transformaciones más profundas sobre el significado y el uso de la violen-
cia interpersonal en la vida cotidiana. Ésta tenía y tiene otras manifestaciones además
de la del homicidio. Agresiones físicas con armas magullantes o perforantes, sin
llegar a provocar la muerte de la víctima, además de violencia verbal, expresada prin-
cipalmente a través de injurias y amenazas, fueron también formas de violencia inter-
personal que deben ser tenidas en consideración para analizar la evolución a largo
plazo de los comportamientos violentos en la vida cotidiana. Contemplando analíti-
camente estas otras expresiones de violencia en su conjunto se puede considerar al
siglo xviii como una etapa en que globalmente se experimentó una reducción de la
violencia interpersonal, aunque la caída no fuera tan acusada, clara e intensa como
la que muestran las estadísticas de homicidio. Esto también tiene unas connotacio-
nes que es preciso subrayar.
El porcentaje de casos de violencia interpersonal dentro de las causas criminales,
considerando no sólo los homicidios, decreció en términos generales a lo largo del
siglo xviii, pero la caída obedeció más a lo acontecido en entornos rurales que a la
evolución experimentada por las sociedades urbanas. Esto se debió a la crónica baja
tasa de homicidios en el mundo campesino y a una reducción notable de las agresio-
nes físicas y la violencia verbal en estos encuadres. En el mundo urbano el declive
drástico de la tasa de homicidios a lo largo del siglo xviii fue compensado por la pro-
gresión de las agresiones físicas y, consecutivamente, el retroceso de los casos genera-
dos por este tipo de violencia cedía ante el avance de los provocados por violencia
verbal. De alguna forma podría interpretarse que se produjo una civilización de la

– 115 –
04vidaMovellán 24/6/09 12:27 Página 116

Tomás A. Mantecón Movellán

violencia, suponiendo que ésta pudiera tener alguna suerte de expresión civilizada,
puesto que las formas más suavizadas e incruentas fueron sustituyendo a las más gra-
ves, bárbaras o bestiales. En los ámbitos rurales también se experimentó, con mati-
ces propios, una evolución como la descrita 35. El incremento del homicidio en el
marco de la quiebra del Antiguo Régimen fue también favorecido por la prolifera-
ción del bandidaje y la expresión de venganzas personales y revanchas en el marco de
las coyunturas críticas de los últimos años del siglo xviii y los primeros del xix, así
como debido al clima creado por el conflicto hispano-francés y en el marco de la
invasión gala 36. Se trataba de un repunte coyuntural en que la guerra, la acción de
los colaboracionistas y también la resistencia contra los invasores ofrecieron un
encuadre idóneo para la irrupción de fenómenos de brutalización.

3. Civilización y brutalización del delito en tiempos de Ilustración

Entendida en estos términos mencionados la civilización de la violencia interper-


sonal en la España Moderna, es decir, la transformación en las formas de violencia
que suponía reducir la presencia del homicidio y las agresiones físicas fue un fenóme-
no que se manifestó particularmente en el siglo xviii. Aún quedaría por comprobar
si se dio también un cambio sustantivo, también entonces, en lo que se refiere al

35 Para tener una imagen general del proceso de cambio de acuerdo con los patrones urbanos y rurales
véase Mantecón, “El poder de la violencia…” y “La violencia en la Castilla urbana…”.
36 Salas y Colás, Santos Torres, Montes, Reguera, Madrazo y otros historiadores han subrayado algunos de los

factores económicos que cooperaron a la eventual proliferación del bandolerismo en diferentes regiones espa-
ñolas. G. Colás y J.A. Salas, “Delincuencia y represión en el reino de Aragón durante el siglo xvi”, Estudios
del Departamento de Historia Moderna, Zaragoza, 1976, pp. 79-146. J. Santos Torres, El bandolerismo en
España: una historia fuera de la ley, Temas de Hoy, Madrid, 1995. R. Montes, “El bandolerismo en la región
de Murcia desde la invasión francesa hasta el advenimiento de Isabel II (1808-1840)”, Boletín de la Real
Academia de la Historia, t. 193 (1996), pp. 239-272. I. Reguera, “Marginación y violencia armada: bandole-
rismo vasco y salteamiento de caminos en la crisis del Antiguo Régimen”, en E. García Fernández (coord.),
Exclusión, racismo y xenofobia en Europa y América, Universidad del País Vasco, Bilbao, 2002, pp. 153-177. D.
Sánchez Aguirreolea, El bandolero y la frontera: un caso significativo. Navarra, siglos XVI-XVIII, Universidad de
Navarra-Iberoamericana, Pamplona-Madrid, 2006. S. Madrazo, “El bandolerismo en la Cuenca del Duero”,
en A. Cascón Dorado (coord.), Donum amicitiae: estudios en homenaje al profesor Vicente Picón García,
Universidad Autónoma de Madrid, Madrid, 2008. También la historiografía ha atendido a otros elementos
que coadyuvaron a estos resultados en contextos y coyunturas como las descritas. Igualmente, se han subra-
yado las brutalizadas actitudes de algunos oficiales del ejército español en encuadres históricos de tensión
militar. El ejemplo de los excesos de todo género protagonizados por teniente coronel Álvarez, responsable
de la defensa de la villa de Castro Urdiales, en Cantabria, cuando la Guerra de la Independencia tocaba a su
fin y el ejército galo se replegaba, resultan paradigmáticos sobre estos particulares. Sobres estos aspectos véase
T.A. Mantecón, “El atavismo y el bandido del Antiguo Régimen: de Montecillo al Rey de Castro”, en J.I.
Fortea (ed.), Castro Urdiales y las Cuatro Villas de la Costa de la Mar en la historia, Universidad de Cantabria,
Santander, 2002, pp. 177-212. Gutmaro Gómez Bravo también ha detectado asociaciones de factores de este
género en otros contextos históricos. G. Gómez Bravo, La violencia en Castilla-La Mancha durante la
Restauración, 1875-1923, Cortes de Castilla-La Mancha, Toledo, 2006, pp. 109-118. Y en otros entornos fron-
terizos, también en el Nuevo Mundo, incluso asociado también a fenómenos como la insubordinación y la
infidencia. S. Ortelli, Trama de una guerra conveniente. Nueva Vizcaya y la sombra de los apaches (1748-1790),
Centro de Estudios Históricos El Colegio de México, México D.F., 2007, pp. 113-138.

– 116 –
04vidaMovellán 24/6/09 12:27 Página 117

Civilización y brutalización del crimen en una España de Ilustración

delito en general y, en todo caso, analizar las otras expresiones principales de la cri-
minalidad, es decir, los delitos cuya consumación no precisaba del uso de la violen-
cia, como eran los considerados contra la moral o de naturaleza sexual, los produci-
dos contra la propiedad, contra la comunidad y la Corona –incluyendo en estas dos
esferas todo tipo de fraudes– y los que pudieran ser considerados de insubordina-
ción, desde el desacato al motín. La evolución de causas civiles y criminales en los
tribunales de primera instancia, a pesar de la gran desproporción cuantitativa que
hacía que por cada una de las segundas se conocieran entre tres y cinco de las prime-
ras, demuestra la gran sensibilidad de unas y otras a las más adversas coyunturas eco-
nómicas, de modo que ambas se incrementaban en los momentos más críticos y pro-
longaban los momentos de altas proporciones delictivas en los años inmediatos
siguientes a los mismos. Este patrón permite conocer la intensidad con que las mag-
nitudes del delito y, en general, del conflicto se resentían como efecto de la adversi-
dad económica, haciendo entonces más precisa que en otros contextos la interven-
ción de jueces y oficiales encargados de velar por la policía urbana (Gráfico 4).
Las estadísticas disponibles para amplias regiones rurales como es el caso de
Cantabria o Galicia en la Edad Moderna dan cuenta de un incremento de los delitos
de agresión física, homicidio y agresión verbal durante los críticos años de la quiebra
del Antiguo Régimen y en el contexto de la Guerra de la Independencia. No obstan-
te, el delito parece haber progresado en su conjunto, también en otras modalidades,
especialidades y variedades durante esos mismos contextos. Entonces, más que en
otras circunstancias y periodos, se quebraban pactos para cohabitar y formar socie-
dades conyugales, lo que permite explicar la progresión de intervenciones judiciales
por causa de delitos morales 37, pero también progresaron especialmente en estos
momentos daños y fraudes contra el común –talas furtivas y casos de incendiarios,
fraudes en los abastos locales y daños contra derechos y propiedades comunitarias–,
además de los daños contra propiedades individuales o familiares 38.
Particularmente en este tipo de coyunturas se tensaron las relaciones sociales, de
modo que se llegó más frecuentemente que en otros contextos a protagonizarse
desacatos a las autoridades establecidas. También llegaron a provocarse conmociones
colectivas que adoptaron la forma de “ruidos”, “alborotos”, tumultos, asonadas
o amotinamientos. Los daños contra las propiedades y los casos de hurto y robo

37 Puede obtenerse una imagen más precisa sobre esta materia en T.A. Mantecón, “El mito del cortejo galan-
te. Seducción y abuso sexual masculino en la Castilla Moderna”, en M. Daumas (ed.), Le plaisir et la trans-
gression en France et en Espagne aux XVIe et XVIIe siècles, (Orthez), Éd. Gascogne, 2007, pp. 109-150 e ídem,
“Las fragilidades femeninas en la Castilla Moderna”, en R. Córdoba de la Llave (ed.), Mujer, marginación y
violencia entre la Edad Media y los tiempos modernos, Universidad de Córdoba, Córdoba, 2006, pp. 279-310.
R. Barahona, “Coacción y consentimiento en las relaciones sexuales modernas, siglos xvi a xviii”, en ídem,
pp 257-278. Iglesias, óp. cit., pp. 168-190.
38 Véase Mantecón, Conflictividad…, pp. 363 y ss.

– 117 –
04vidaMovellán 24/6/09 12:27 Página 118

Tomás A. Mantecón Movellán

Gráfico 4. Evolución de las causas civiles y criminales en la Cantabria rural,


1650-1830. Datos con índice de base 100 para 1670-1690.

Fuentes: AHPC, Alfoz de Lloredo (legs. 78-94), Reocín (legs. 119-132) y Cayón (legs. 74-85)

– 118 –
04vidaMovellán 24/6/09 12:27 Página 119

Civilización y brutalización del crimen en una España de Ilustración

crecieron particularmente. En el caso del latrocinio, la acción de cuadrillas de salte-


adores de caminos se convirtieron en toda una plaga en las primeras décadas del
siglo xix (Gráficos 5 y 6). El contrabando se intensificó particularmente en estas áreas
y en el marco de las principales ciudades provinciales con accesos complicados, en
límites fronterizos o en aquellas cuyo contacto con puertos francos ofreciera óptimas
posibilidades para el desarrollo de esta actividad que requería de una cierta organiza-
ción y, generalmente, en sus niveles de captación y distribución, ofrecía una oportu-
nidad para lograr rentas complementarias a familias campesinas del entorno.
Justamente en el contexto de la quiebra del Antiguo Régimen y durante los años
de la ocupación francesa, tendían a converger la evolución de número de casos y de
reos por razón de contrabando, lo que apunta a un trabajo más individualizado que
de grupo, contrariamente a lo que había sido característico antes. El caso de Segovia
(Gráfico 7) permite comprobarlo claramente, en contraste con lo que venía siendo
común no sólo en esta ciudad sino también en otros entornos españoles y europeos
que indicaban mayor complejidad en las redes y contactos establecidos y desarrolla-
dos por los contrabandistas 39.
Todas estas características añaden rasgos, igualmente, al fenómeno de la brutali-
zación o descivilización de los comportamientos en contextos de especial adversidad
o en momentos de excepcionalidad creados por la presencia y acciones de ejércitos
invasores, o por regímenes de autoridad o gobierno que no contaban realmente con
una plena legitimación y aceptación social. Estos fenómenos guardaban analogías
evidentes con los experimentados de una forma personal y, al tiempo, grupalmente
por personas sometidas a experiencias vitales traumáticas, presiones fuera de lo
común, jerarquías de autoridad particular o entornos en los que la violencia y la
capacidad para producirla se aceptaba con naturalidad… gentes que se integraban en
universos como el del ejército, dentro de los que valores como la virilidad y la capa-
cidad para generar violencia llegaban a adquirir un valor positivo especial, del que
ocasionalmente podía llegar a depender la vida y la muerte. Este era el caso de los
soldados que se brutalizaban dentro de la milicia debido tanto a la vida castrense y
la sociabilidad de la soldadesca, como a la experiencia concreta de la guerra. También
la inserción en esferas de sociabilidad en que la agresividad era muy positivamente
estimada y favorecía el impulso de procesos individuales de brutalización. Los rela-
tos de soldados sobre las acciones de guerra en que se vieron inmersos dan buena
cuenta de estas cuestiones, al igual que los efectos de esas experiencias vitales en vete-
ranos de guerra, como se ha tenido ocasión de comprobar en páginas precedentes.

39 T.A. Mantecón, “Hampas contrabandistas en la España Atlántica de los siglos xvii y xviii”, en E. Fer-
nández de Pinedo, et alii, El Abra: ¿Mare Nostrum? Portugalete y el mar, Ayuntamiento de Portugalete,
Portugalete, 2006, pp. 131-172. J. Benito de la Gala y T.A. Mantecón, “Crimen organizado en las ciuda-
des atlánticas de Europa durante el Antiguo Régimen”, Anuario IEHS, 25 (2010, en prensa).

– 119 –
04vidaMovellán 24/6/09 12:27 Página 120

Tomás A. Mantecón Movellán

Gráfico 5. Tipología de los delitos cometidos. Galicia y Cantabria rural, 1770-1830.

Fuentes: AHPC, Alfoz de Lloredo (legs. 78-94), Reocín (legs. 119-132) y Cayón (legs. 74-85);
Iglesias, óp. cit.

– 120 –
04vidaMovellán 24/6/09 12:27 Página 121

Civilización y brutalización del crimen en una España de Ilustración

Gráfico 6. Tipología de los delitos cometidos en la Cantabria rural, 1610-1830.

Fuentes: AHPC, Alfoz de Lloredo (legs. 78-94), Reocín (legs. 119-132) y Cayón (legs. 74-85)

– 121 –
04vidaMovellán 24/6/09 12:27 Página 122

Tomás A. Mantecón Movellán

Gráfico 7. Contrabando en Segovia:


evolución del número de reos y causas ante el corregimiento, 1730-1830.

Fuentes: AHPS, leg. J-1383-4

– 122 –
04vidaMovellán 24/6/09 12:27 Página 123

Civilización y brutalización del crimen en una España de Ilustración

Gráfico 8. Tipología delictiva, Cantabria 1770-1830.

Fuentes: AHPC, Alfoz de Lloredo (legs. 78-94), Reocín (legs. 119-132) y Cayón (legs. 74-85).

De alguna manera, sin restar importancia a la cuestión de la violencia interperso-


nal y su evolución histórica, la consideración global de la evolución del delito, en gene-
ral, permite comprender estos cambios seculares y coyunturales dentro de escenarios
de evolución y cambio más amplios y complejos. En Cantabria, por ejemplo, las pro-
porciones de los delitos de robo, hurto y asalto se incrementaron un siete por ciento
entre 1770 y 1830 respecto a lo que habían sido habituales en la primera mitad del siglo
xviii, pasando de un tres por ciento a suponer el diez por ciento de los juicios crimi-
nales conocidos por los tribunales de primera instancia (Gráfico 8). La acción del ban-
didaje permite explicar este notable incremento de las mencionadas tipologías delicti-
vas. El bandido llegaba a concebirse en esos años como una auténtica plaga para los
trajineros y transeúntes que circulaban por las principales vías de comunicación en la

– 123 –
04vidaMovellán 24/6/09 12:27 Página 124

Tomás A. Mantecón Movellán

región 40. El contrabando, que pasaba de la cuarta parte de los delitos cometidos en la
Cantabria del Siglo de las Luces, alcanzó en el encuadre de la transición entre el siglo
xviii el veintiocho por ciento de los casos. Los fraudes pasaron del seis al ocho por
ciento. Los casos de desacato y “alborotos” o tumultos contra las autoridades estable-
cidas pasaron del cinco al seis por ciento y las causas criminales por razón de delitos
sexuales se incrementaron ligeramente también pasando del ocho al doce por ciento.
De alguna manera, mientras avanzaba lentamente un proceso de civilización de
la violencia interpersonal con los rasgos y complejidades que ya anteriormente han
sido descritos, los ligeros retrocesos de la violencia –prescindiendo del incremento
coyuntural del homicidio durante el periodo bélico y debido a la acción bandolera–
fueron compensados por los avances experimentados por todos los otros delitos que
han sido mencionados, para los que la coyuntura crítica y la relajación o inoperan-
cia institucional, unido al cuestionamiento del orden napoleónico –que desgastaba
el reconocimiento de autoridad a los encargados de responsabilidades gubernativas
en el escenario local– ofrecían un contexto más favorable. De alguna manera, no obs-
tante, retomando las nociones que los contemporáneos a todos estos fenómenos de
cambio histórico asociaban a la idea de ilustración y a la vista de las transformacio-
nes a que apuntan los cambios en las formas de violencia interpersonal y delito, a
pesar de la constatación de fenómenos, contextos y coyunturas de brutalización, bien
puede aceptarse que en el siglo xviii lo fue de ilustración, pues el cambio cultural
debió ser un factor fundamental en la civilización de la violencia y el crimen en los
términos aquí estudiados, lo que avanzaba en el impulso a formas de convivencia con
menor presencia de la violencia interpersonal, que optaba cada vez más por fórmu-
las menos duras o bestiales de resolución del conflicto, tanto dentro como fuera de
las instituciones.

40 Sobre los efectos del bandolerismo en esta región y estos contextos y los instrumentos de control des-
plegados, Mantecón, , pp. 363 y ss., y “El atavismo y el bandido…”.

– 124 –

También podría gustarte