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La muerte de Agamenón

Eduardo Guzmán Sánchez


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Una mujer.

Un hombre.

Una bañera de agua rebosante.

CLITEMNESTRA: Creo que mi existencia no me pertenece. He aguardado tu llegada hasta

la extenuación. He relamido cada segundo como el hueso de un mango maduro. Mi

amor, los hilillos naranjas jugaban al escondite entre mis dientes a la espera del grito

del vigía. ¿Pueden los ojos de tu Argos entretener su apetito en el cuerpo de otra

mujer a la llegada del hombre? Esposo mío, he recogido mis lágrimas. Mis lágrimas

humedecieron poco a poco la tierra de mi lecho hasta hacerla barro, y con el barro de

tu ausencia amasé con violencia una tinaja en la que depositar mis lágrimas. Esposo

mío, niego el alimento. Nada ha arañado mi garganta porque suficientes son las

lágrimas tuyas.

Después entregué mis manos a Helio. Con la sangre oscura y espesa que lloró mi

sexo, manché mis muñecas y, como arena, el titán erosionó desde la cutícula del dedo

corazón hasta mi cúbito manchado y carmesí. Su luz divina, asesina y partera, amputó

mis extremidades e hizo brotar del tuétano estéril las manos del gran Praxíteles y, con

tu barro, amasé tu sexo. Esposo mío, he devorado hasta la arcada inocua la forma de

este sexo tuyo terroso. Ocupan mi memoria todas las pequeñas torsiones que someten

a tu sexo. Mis dedos son cinceles inútiles para otra cosa que no sea mi sexo. Otra cosa

que no sea tu sexo.

Las lágrimas desaparecieron, y con ellas mi génesis. Y los ojos de la Polis notaron

que mis días se tornaron noches, y que mis noches se tornaron en limbo infranqueable

para el Hado.

Esposo mío, te nombro por lo que eres. Esposo de mi carne, es sabido que tu vello fue

inmigrante en el cuerpo ajeno, y tu piel se erizó al roce de una mujer que no es tu


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esposa, que no soy yo. Dime, esposo mío, esposo de mi carne, ¿tus poros gotearon

sobre sus poros las mismas lágrimas de las que ahora soy pedigueña? O quizás tan

solo eran secreciones comunes.

AGAMENÓN: Mujer, hice lo que cualquier hombre haría y lo que una mujer como tú ha

hecho. Mujer, tú eres la única mujer que conozco. No podía tocar a esas falsas

náyades, ni ellas tenían el coraje de dejar la huella de sus manos sobre mi cuerpo. Tú,

mujer, única capaz de transformar esta pella de barro en algo de provecho. ¿Sabré

mirarte, hablarte, tocarte?

CLITEMNESTRA: Esposo mío, te odio porque me ofrendaste con una cicuta latente, que

no castiga con la muerte, no. Prefiero la muerte a besarte los pies con estas palabras,

propias de una furcia desvalida y sin juicio. Prefiero la muerte, y me arrodillo, esposo

mío, y lamo las palabras, y las escupo, y las vomito sobre la tierra, y arrejunto el

mejunje en una montaña, y de nuevo engullo, relamo, escupo, vomito, para ti, esposo

mío. Ahora, convoquemos el origen de los tiempos en este limbo que he habitado

durante el vacío no vacío. Yo me convoco la tierra, yo soy la tierra.

AGAMENÓN: Tu eres la tierra. Yo me convoco el cielo y las estrellas, yo soy el cielo y las

estrellas.

CLITEMNESTRA: Tu eres el cielo y las estrellas. Urano mío, déjame concebirte dentro de

mi vientre. Urano mío, creemos el mundo. Mi pecho podrá soportar la encía

malformada de nuestro mundo. Convoquemos a la vez el origen de los tiempos.

AGAMENÓN: Reconozco que ninguna otra podrá sorprenderme con su sexo. Convoquemos

el origen de los tiempos, mujer. Reconozco que soy adicto al sabor de tu sexo. Gea

mía, desnudate ante mí.

CLITEMNESTRA: Urano mío, me desnudo ante ti. Yo te convoco el océano. Esta agua

tiene la virtud de abrir nuestras heridas. El Ponto que has recorrido durante mi no-ser
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entra ahora por tus heridas. Tu tez ya no es la que era, desde la primera arruga de tu

frente hasta la punta de tus pies. Este Ponto se arremolina contra tus heridas. Urano

mío, esposo mío, déjate doler, deja que el agua arranque las postillas y escueza tus

heridas.

Mis rodillas ahora están en remojo. Me postró ante ti y te miro a los ojos como el

mismo Zeus imaginó mi escorzo. Convoquemos el origen de los tiempos.

AGAMENÓN: Mujer, en este limbo tu eres la tierra hecha mujer. Reconozco que tu sexo se

me antoja brillante. Convoquemos el origen de los tiempos. ¿Recuerdas cuándo te

tomaba por los muslos y limaba con mi lengua las asperezas de tu flor desflorada?

CLITEMNESTRA: Urano mío, clavarás tus dientes en mis labios y no lloraré. Deja que

corte tus testículos, deja que se diluyan en este Ponto nuestro. La efervescencia

acaricia mis nalgas con una dulzura ausente en tus manos. La nacida de la espuma te

masculla todos los secretos de mi sexo. Esposo mío, este amor es indecente. Urano

mío, este amor es fútil. Esposo mío, este amor no es amor. Urano mío. Esposo mío.

Urano mío.

AGAMENÓN: Mi boca es ladilla en tu sexo rojo y espeso.

CLITEMNESTRA: Esta ladilla es mía.

AGAMENÓN: Mi boca es hielo en tu sexo rojo y espeso.

CLITEMNESTRA: Este hielo es mío.

AGAMENÓN: Mi boca es cáliz en tu sexo rojo y espeso.

CLITEMNESTRA: Este cáliz es mío.

AGAMENÓN: Mi boca es boca en tu sexo rojo y espeso.

CLITEMNESTRA: Y esta boca nunca será mía, nunca. Urano mío, ¿por qué profanas mi

sexo? En el pasado profanaste tanto mi sexo como las estrellas de tu dominio. Solo recuerdo

el fulgor singular de una estrella, recuerdo un único instante en que profanaste mi sexo y nos
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hicimos indivisibles. Yo no quería, esposo mío. Sentí como tu simiente trepaba por mis

entrañas. ¿Tú lo sentiste, esposo mío?

AGAMENÓN: Mi boca es boca en tu sexo rojo y espeso.

CLITEMNESTRA: Tu simiente habitó el cielo de mi boca por un instante. Expulsé un vaho

luminoso, un fuego fatuo que me susurró al oído. ¿Tú lo escuchaste, esposo mío ?

AGAMENÓN: Mi boca es boca en tu sexo rojo y espeso.

CLITEMNESTRA: Tu resplandor atravesó mi pecho y me infundió la imagen de una niña

hermosa, de rostro espectral y sonriente, que balbuceaba y me hablaba. Esposo mío,

cierro los ojos y veo tus cejas pobladas y mi nariz lánguida. Me habla, me replica, me

grita, y mis tímpanos, hechos en mármol, no responden. Olvido las palabras en el

momento que atraviesan mi garganta, ¿por qué? ¿Qué susurró aquel día que tu bálano

agrietado inyectó dentro de mí la esencia de la vida?

Sus palabras eran presagio, esposo mío, presagio de muerte. Por un momento poseo

las habilidades de esa concubina que usurpó mi lecho. Esposo mío, sigue hurgando en

este sexo en el que ya no intercede el Eros. Hunde tu rostro en este hueco inocuo.

El origen de los tiempos se repite. Ya tengo fe, ya estoy loca y ahora puedo hablar

como tú. Aunque la ceguera me castiga, puedo palpar con mis manos el camino.

Urano mío, tú asesinaste a mi Tea. Asesino de la luz de nuestro mundo. La única luz

que existe en tus retinas es la del rojo de mi sexo y esta morirá. Urano mío, mantendré

tu cabeza incrustada en esta cavidad hasta que tu carótida deje de palpitar. No

encontrarás brisa alguna dentro del cuerpo de esta mujer porque ya no hay nada en mí.

Mi sexo es la cicuta con la que me lastimaste. Esposo mío, seré benévola. El trago que

tomarás de mi cáliz será mortífero. Esposo mío, déjate doler, déjate caer sobre mis

manos. Flotaras sobre tu Ponto toda la eternidad. Tu bálano, ahora inerte, está febril, y
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esta vez no lo tocaré. Esta fiebre se dispersa entre las ondas que dibuja el agua hacia

ninguna parte.

Me gusta como luce la agonía porque sé que es verdadera. Los hombres no simulan el

dolor ni fingen un espasmo. Se vidrian nuestros ojos, esposo mío. No hay forma de

imitar estas perlas que enhebra en nuestra frente la angustia. Las venas azules

aparecen por tu mano. Esposo mío, de tu boca brota una herida. Déjate doler, déjate

sufrir. Hoy yaces muerto pero tus labios de granito hablarán para siempre.

Creo que no soy de este mundo. No tengo miedo de morir. Tengo miedo de esta tierra

ajena, agresiva. No puedo pensar en las cosas concretas, no me interesan. Yo no sé

hablar como todos. Mis palabras suenan extrañas y vienen de lejos, de donde no se es

ni se existe. Me iré y no sabré volver. No sabré siquiera que hay un saber volver. Ni lo

querré acaso. Mis manos se mueven y mi cerebro las contempla, siempre impasible.

Cómo decir con palabras de este mundo que tengo algo dentro de mí, un enredo, un

espesor. Que tengo algo dentro de mí que no sé lo que es.

Mañana haré el amor con el silencio.

OSCURO Y TELÓN

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