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La muerte de Agamenón
Una mujer.
Un hombre.
amor, los hilillos naranjas jugaban al escondite entre mis dientes a la espera del grito
del vigía. ¿Pueden los ojos de tu Argos entretener su apetito en el cuerpo de otra
mujer a la llegada del hombre? Esposo mío, he recogido mis lágrimas. Mis lágrimas
humedecieron poco a poco la tierra de mi lecho hasta hacerla barro, y con el barro de
tu ausencia amasé con violencia una tinaja en la que depositar mis lágrimas. Esposo
mío, niego el alimento. Nada ha arañado mi garganta porque suficientes son las
lágrimas tuyas.
Después entregué mis manos a Helio. Con la sangre oscura y espesa que lloró mi
sexo, manché mis muñecas y, como arena, el titán erosionó desde la cutícula del dedo
corazón hasta mi cúbito manchado y carmesí. Su luz divina, asesina y partera, amputó
mis extremidades e hizo brotar del tuétano estéril las manos del gran Praxíteles y, con
tu barro, amasé tu sexo. Esposo mío, he devorado hasta la arcada inocua la forma de
este sexo tuyo terroso. Ocupan mi memoria todas las pequeñas torsiones que someten
a tu sexo. Mis dedos son cinceles inútiles para otra cosa que no sea mi sexo. Otra cosa
Las lágrimas desaparecieron, y con ellas mi génesis. Y los ojos de la Polis notaron
que mis días se tornaron noches, y que mis noches se tornaron en limbo infranqueable
para el Hado.
Esposo mío, te nombro por lo que eres. Esposo de mi carne, es sabido que tu vello fue
esposa, que no soy yo. Dime, esposo mío, esposo de mi carne, ¿tus poros gotearon
sobre sus poros las mismas lágrimas de las que ahora soy pedigueña? O quizás tan
AGAMENÓN: Mujer, hice lo que cualquier hombre haría y lo que una mujer como tú ha
hecho. Mujer, tú eres la única mujer que conozco. No podía tocar a esas falsas
náyades, ni ellas tenían el coraje de dejar la huella de sus manos sobre mi cuerpo. Tú,
mujer, única capaz de transformar esta pella de barro en algo de provecho. ¿Sabré
CLITEMNESTRA: Esposo mío, te odio porque me ofrendaste con una cicuta latente, que
no castiga con la muerte, no. Prefiero la muerte a besarte los pies con estas palabras,
propias de una furcia desvalida y sin juicio. Prefiero la muerte, y me arrodillo, esposo
mío, y lamo las palabras, y las escupo, y las vomito sobre la tierra, y arrejunto el
mejunje en una montaña, y de nuevo engullo, relamo, escupo, vomito, para ti, esposo
mío. Ahora, convoquemos el origen de los tiempos en este limbo que he habitado
AGAMENÓN: Tu eres la tierra. Yo me convoco el cielo y las estrellas, yo soy el cielo y las
estrellas.
CLITEMNESTRA: Tu eres el cielo y las estrellas. Urano mío, déjame concebirte dentro de
AGAMENÓN: Reconozco que ninguna otra podrá sorprenderme con su sexo. Convoquemos
el origen de los tiempos, mujer. Reconozco que soy adicto al sabor de tu sexo. Gea
CLITEMNESTRA: Urano mío, me desnudo ante ti. Yo te convoco el océano. Esta agua
tiene la virtud de abrir nuestras heridas. El Ponto que has recorrido durante mi no-ser
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entra ahora por tus heridas. Tu tez ya no es la que era, desde la primera arruga de tu
frente hasta la punta de tus pies. Este Ponto se arremolina contra tus heridas. Urano
mío, esposo mío, déjate doler, deja que el agua arranque las postillas y escueza tus
heridas.
Mis rodillas ahora están en remojo. Me postró ante ti y te miro a los ojos como el
AGAMENÓN: Mujer, en este limbo tu eres la tierra hecha mujer. Reconozco que tu sexo se
tomaba por los muslos y limaba con mi lengua las asperezas de tu flor desflorada?
CLITEMNESTRA: Urano mío, clavarás tus dientes en mis labios y no lloraré. Deja que
corte tus testículos, deja que se diluyan en este Ponto nuestro. La efervescencia
acaricia mis nalgas con una dulzura ausente en tus manos. La nacida de la espuma te
masculla todos los secretos de mi sexo. Esposo mío, este amor es indecente. Urano
mío, este amor es fútil. Esposo mío, este amor no es amor. Urano mío. Esposo mío.
Urano mío.
CLITEMNESTRA: Y esta boca nunca será mía, nunca. Urano mío, ¿por qué profanas mi
sexo? En el pasado profanaste tanto mi sexo como las estrellas de tu dominio. Solo recuerdo
el fulgor singular de una estrella, recuerdo un único instante en que profanaste mi sexo y nos
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hicimos indivisibles. Yo no quería, esposo mío. Sentí como tu simiente trepaba por mis
luminoso, un fuego fatuo que me susurró al oído. ¿Tú lo escuchaste, esposo mío ?
cierro los ojos y veo tus cejas pobladas y mi nariz lánguida. Me habla, me replica, me
momento que atraviesan mi garganta, ¿por qué? ¿Qué susurró aquel día que tu bálano
Sus palabras eran presagio, esposo mío, presagio de muerte. Por un momento poseo
las habilidades de esa concubina que usurpó mi lecho. Esposo mío, sigue hurgando en
este sexo en el que ya no intercede el Eros. Hunde tu rostro en este hueco inocuo.
El origen de los tiempos se repite. Ya tengo fe, ya estoy loca y ahora puedo hablar
como tú. Aunque la ceguera me castiga, puedo palpar con mis manos el camino.
Urano mío, tú asesinaste a mi Tea. Asesino de la luz de nuestro mundo. La única luz
que existe en tus retinas es la del rojo de mi sexo y esta morirá. Urano mío, mantendré
encontrarás brisa alguna dentro del cuerpo de esta mujer porque ya no hay nada en mí.
Mi sexo es la cicuta con la que me lastimaste. Esposo mío, seré benévola. El trago que
tomarás de mi cáliz será mortífero. Esposo mío, déjate doler, déjate caer sobre mis
manos. Flotaras sobre tu Ponto toda la eternidad. Tu bálano, ahora inerte, está febril, y
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esta vez no lo tocaré. Esta fiebre se dispersa entre las ondas que dibuja el agua hacia
ninguna parte.
Me gusta como luce la agonía porque sé que es verdadera. Los hombres no simulan el
dolor ni fingen un espasmo. Se vidrian nuestros ojos, esposo mío. No hay forma de
imitar estas perlas que enhebra en nuestra frente la angustia. Las venas azules
aparecen por tu mano. Esposo mío, de tu boca brota una herida. Déjate doler, déjate
sufrir. Hoy yaces muerto pero tus labios de granito hablarán para siempre.
Creo que no soy de este mundo. No tengo miedo de morir. Tengo miedo de esta tierra
hablar como todos. Mis palabras suenan extrañas y vienen de lejos, de donde no se es
ni se existe. Me iré y no sabré volver. No sabré siquiera que hay un saber volver. Ni lo
querré acaso. Mis manos se mueven y mi cerebro las contempla, siempre impasible.
Cómo decir con palabras de este mundo que tengo algo dentro de mí, un enredo, un
OSCURO Y TELÓN