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Lo que Usted Debería Saber

sobre Economía para Ser Más


Feliz

Por

Víctor Saltero

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Dedicado a Álvaro Sánchez-Cervera Serrano, el cual, pese a su
espléndida juventud, tiene una gran curiosidad por conocer una parte tan
importante de la relación entre las personas como es la economía.

LO QUE USTED DEBERÍA SABER SOBRE ECONOMÍA PARA SER


MÁS FELIZ

Existen dos materias que tendrían que ser enseñadas a todos los niños
del mundo antes de alcanzar la pubertad. Una es el dominio de la
expresión hablada y otra la economía, pues ambas serán clave para el
desarrollo posterior de sus vidas.
Un nivel alto de capacidad en el uso de la palabra abre muchas puertas
pues facilita la comunicación con el resto de personas, al permitir
expresar con precisión los deseos, pensamientos y emociones. Ello facilita
la integración de los jóvenes en la sociedad. La palabra nos une. Creo que
casi todo el mundo estará de acuerdo con esta idea.
Pero en el caso de la economía seguro que hay menos consenso. Intuyo
que muchos lectores han arrugado el ceño, dudando si seguir leyendo ante
algo tan aburrido, que creen es asunto de especialistas que jamás
entenderán.
Esa impresión es falsa. Es muy fácil de entender y es un conocimiento
de una inmensa utilidad, pues toda vida, desde el nacimiento a la muerte
—e incluso después de ella—, está envuelta por la economía.
Por ejemplo, la estabilidad social, de la que tanto depende el bienestar
de su vida, nace de una economía estable. Cuando los gobiernos actúan
disparatadamente en este campo —o algún otro interviniente en ella como
el sector financiero—, terminan arruinando a todo un país, aunque las
consecuencias de dichos disparates tarden unos años en verse
arrastrándole a usted en dicha ruina, y con ella a buena parte de su
felicidad.
Entender de economía es esencial porque su comprensión nos ayuda a
tomar decisiones personales más acertadas. Nos facilitará resolver
adecuadamente la compra de una vivienda o de un automóvil; nos ayudará
a tomar la decisión de si debemos adquirir un crédito; será muy útil
cuando vayamos a iniciar un negocio. E, incluso, ese conocimiento nos
permite saber si los políticos a los que vamos a votar están realizando
promesas factibles, o disparates populistas que terminarán hundiendo a la
sociedad y el bienestar de nuestra familia con ella.
Del dominio de esta materia nace una amplia comprensión del mundo
que vivimos —sus principios son idénticos en todos los países y tiempos—,
y de la historia de la humanidad. Con el desconocimiento de ella
navegamos por la vida a ciegas, y con mayor riesgo de encallar.
Tal vez la primera pregunta a la que habría que responder es ¿por qué
siendo tan importante no se enseña en los colegios? La respuesta es muy
sencilla: porque nadie —y los políticos los primeros— tiene el más mínimo
interés en que usted sepa algo sobre ese tema. Así que prefieren saturar
los estudios con asignaturas de historia más o menos manipulada, de
acuerdo con el interés del que gobierne en ese momento; de química o
matemáticas, que la mayor parte de veces no va a tener la más mínima
relevancia a lo largo de su vida —exceptuando las reglas básicas—, y de
otras asignaturas que no intentan transmitir conocimientos útiles, sino
sólo apariencia de conocimientos.
Las élites políticas intuyen que la economía es un conocimiento
peligroso para el poder. Así que no tienen gran interés en que los
ciudadanos aprendan gran cosa al respecto, más allá de que ellos tampoco
suelen saber demasiado, pues ni siquiera en las universidades donde se
estudia esta ciencia se aprende de manera eficaz. Lo que suele enseñarse
es el léxico particular que cada sector económico utiliza: el del financiero,
el industrial, el del comercio, el fiscal, etc. En definitiva, las
particularidades de los diversos sectores, pero no el entendimiento global
del fenómeno económico.
De hecho, solemos dar por sentado que alguien que entiende, por
ejemplo, del sector financiero sabe de economía. Es un error. El único
conocimiento que suele tener de esta materia es el de cómo navegar por
esa parte de la economía y las particularidades de ese sector concreto,
pero no su interrelación con el conjunto. No obstante, solemos suponerlos
como expertos porque le oímos usar con desenvoltura expresiones del
lenguaje financiero que no entendemos, aunque, probablemente, no sabe
de Economía más que usted.
Y, por otro lado, ¿cómo consiguen que usted y sus hijos se desinteresen
por esta materia? Pues creándole un halo de complejidad que no tiene —
como podrá comprobar inmediatamente—, y convirtiéndola en algo
aburrido y aparentemente especializado.
Entremos en el asunto sin más dilación.
Comencemos por precisar que es la economía. Esta no es más que la
ciencia que estudia todo acto de producción e intercambio de bienes y
servicios para satisfacer cualquier tipo de necesidad o deseo de las
personas.
Existe desde siempre. El hombre de las cavernas cambiaba con las
tribus vecinas cualquier bien que le sobrara por otro que le hiciera falta.
El intercambio era su forma de comercio, en una época donde aún no se
había inventado el dinero y ese procedimiento del intercambio era el único
posible. Pero es un sistema económico muy limitado, totalmente inútil en
los tiempos actuales con más de seis mil millones de habitantes en este
planeta.
Hace más de tres mil años que el dinero se creó, y, a partir de entonces
los conceptos económicos fueron evolucionando hasta llegar a la época
presente. Aunque conviene precisar que tendemos a confundir dinero con
economía lo que es incorrecto. El dinero, como más tarde explicaré, es
solo un instrumento más de la economía.
Vayamos a la actualidad.
En la naturaleza del hombre existe el deseo de poseer, que nace del más
potente de sus instintos: el de la supervivencia. Por este compramos
alimentos, casa, ropa y multitud de bienes que cuanto más desarrollada es
una sociedad mayor amplitud y variedad tienen, sobre todo según vamos
superando la simple economía de supervivencia.
De ahí brota el fenómeno económico, el cual se pone en marcha de
forma natural cada vez que alguien necesita algo que no tiene, pues
siempre encontrará a otro dispuesto a proporcionárselo. A partir de ahí
surgen los diversos sectores económicos: el que lo fabrica, el que lo
trasporta, el que lo almacena, el que lo vende; y, en su caso, el que lo
financia. Simultáneamente con estos intervinientes conviven los estados —
que se convierten también en otro sector económico en sí mismo—
quedándose con un porcentaje de ese movimiento de bienes y servicios,
por medio de los impuestos.
Dichos sectores son todos interdependientes entre sí, y su conjunto
conforma la Economía.
Como decía anteriormente, la economía comienza a andar en cuanto
alguien solicita un bien o servicio, pues con ello crea demanda natural y
ahí empieza todo.
Para la más fácil comprensión perfilé esta sencilla fórmula que explica y
regula todas las reglas que rigen la Economía, y es de aplicación
universal.
La fórmula es: Demanda = producción + comercio = trabajo.
Y por extensión: trabajo = +demanda + producción + comercio = +
trabajo.
Y así se reproduce en un ciclo infinito.
Por el contrario, la ausencia de demanda natural —permítame que
insista en este término— vuelve con signo negativo al resto de factores,
creando desempleo y pobreza.
En definitiva, cuando alguien solicita algo que desea (la demanda) otro
le satisfará fabricándolo y vendiéndoselo, necesitando crear empleo para
poder producir lo que aquel le pidió. Estos nuevos trabajadores también
necesitarán y querrán bienes que, a su vez, otros le proporcionarán, para
lo que también deberán crear trabajo para poderlos satisfacer, y así
sucesivamente. Pero si, por las circunstancias que fuesen, se corta la
demanda comienza el desempleo y la pobreza.
Esto es lo que explica esta Fórmula, y ahí están resumidos todos los
principios que rigen la Economía. En ella también encontramos las
razones de los grandes éxitos en esta materia e, igualmente, de las
grandes crisis de todos los tiempos.
Como a continuación podrá comprobar, dichas crisis, invariablemente,
están producidas por decisiones erróneas con las que algunos de los
sectores profesionales intervinientes han alterado el equilibrio armónico
de uno o más factores de la Fórmula.
Normalmente suelen ser decisiones equivocadas tomadas por los
gobiernos, o por el mundo financiero, que son los sectores económicos con
mayor capacidad de influencia sobre la economía, tanto para bien como
para mal.
Como la mejor forma para explicarlo es acudir a los casos reales,
vayamos a ellos.
La razón del fracaso económico —y por tanto social—, de África está en
que no existe demanda organizada, más allá de la necesaria para la mera
supervivencia. Por tanto, apenas existe producción, comercio y trabajo.
El fracaso de la URSS tuvo su motivación principal en que el gobierno
decidía lo qué se debía fabricar y comprar —las empresas de personas
particulares estaban prohibidas por ley—, y por ello su economía no
obedecía a la demanda natural de sus ciudadanos; obedecía a la demanda
creada y manipulada desde el Estado Soviético, con lo que terminó
hundiéndose estrepitosamente, pues dicho estado producía tanques y
misiles en las fábricas, cuando la gente lo que quería (la demanda natural)
era leche, pan, ropa y vivienda. Es decir, la producción no actuaba en
armonía con la demanda. Así que colapsaron, tras mucho sufrimiento de
sus ciudadanos. Hoy día hace exactamente lo mismo Corea del Norte, y así
les va.
Los chinos han aprendido de este rotundo fracaso y están aplicando a
rajatablas la fórmula arriba expresada, y con su implementación fiel se
han convertido ya en la segunda potencia del mundo.
El secreto del éxito económico de USA está en el vigor y regularidad de
una demanda natural y organizada, la cual creó, y mantiene, a una amplia
sociedad de clase media que es, a su vez, quien crea buena parte de la
demanda de la que vivimos medio mundo.
Como podrá ver en estos casos reales, lo que se produce en los casos
negativos es una alteración de los factores de la Fórmula por
manipulación o inexistencia de demanda; y en los positivos la aplicación
precisa de aquélla.
En África si no existe demanda ordenada y natural no pueden crear
empleo, para que a su vez genere nueva demanda y más empleo.
En la antigua URSS, como antes expresé, el estado era el que dirigía y
manipulaba la demanda por medio del control de la industria, la cual
producía sólo lo que el gobierno indicaba, no lo que los ciudadanos
deseaban. Como consecuencia lógica, ninguno de los factores de la
Fórmula funcionaba. En definitiva, fueron incapaces de poner la Economía
en marcha.
USA, y ahora también China, tienen la mayor clase media del mundo
porque crean una demanda libre, pero ordenada y natural. Es decir,
ambos países aplican la Fórmula con precisión, aunque de vez en cuando
también cometen errores que nos terminan afectando a todos.
CAPITALISMO VS SOCIALISMO

La economía tiene una enorme importancia en la historia del hombre;


tanto, que no existe ningún otro factor que haya tenido mayor influencia
en los cambios sociales y formas de vida que ha ido desarrollando la
humanidad a lo largo del tiempo. Entre otras, es la responsable de
guerras, revoluciones, miserias, riquezas, e, individualmente, del nivel de
bienestar de cada uno de nosotros. Pero, lamentablemente, siendo tan
importante apenas somos conocedores de la misma y no solemos, ni
siquiera, tener conciencia de su relevancia en nuestras propias vidas. De
hecho, solo sabemos si nos va bien o mal, pero casi nunca el por qué.
Pues bien, en los últimos dos siglos la sociedad se mueve entre dos
filosofías económicas enfrentadas, capitalismo y socialismo.
Para comenzar hay que decir que, curiosamente, la mayor parte de las
personas que se alinean con una u otra filosofía –incluso de manera
fanática– en realidad no conocen lo que significa ninguna de ellas, y por
ende la influencia real que tienen sobre sus propias vidas. Generalmente,
se alinean a una u otra por los mismos motivos que se hacen aficionados
de un equipo de fútbol. Suele ser la familia y el entorno quien siembra
desde la infancia una inclinación concreta, generando un sentimiento
ausente de toda razón; lo que, acompañado de nuestra condición gregaria,
termina impulsándonos a unirnos a una de ellas sin que intervenga en lo
más mínimo el conocimiento o la reflexión.
Las personas, una vez afiliadas a una filosofía política concreta –igual
que los fanáticos del fútbol hacen con los jugadores de su equipo favorito–
tienden a mitificar a todo aquel que comparte sus tesis, y glorificarán aún
más a los que predican los defectos del adversario, sean defectos reales o
imaginarios. A los cineastas, literatos o filósofos coincidentes con sus
simpatías políticas o religiosas los califican automáticamente como genios
del cine, de la literatura o de la filosofía respectivamente. Sin embargo,
hay que exceptuar de estas actitudes a aquellos que intentan “comer” de
la política, pues suelen decidir sus filiaciones por razones prácticas más
poderosas: vivir lo mejor posible de ella, y una vez lograda alguna parcela
de Poder intentar conservarlo a cualquier precio. Pero unos y otros –los
seguidores emocionales y los profesionales–, deciden seguir una opción
político-económica sin entender en absoluto lo que significan, y muchas
veces incluso sin importarles demasiado ese desconocimiento; cuando en
realidad debería serles causa de desasosiego, y más para aquellos que por
sus responsabilidades han de tomar decisiones que afectan al resto de
ciudadanos. Pero, desdichadamente, no es así, y de esa ignorancia suelen
emerger las grandes crisis económicas.
Llegados a este punto parece conveniente que comencemos a definir, de
forma sintética, lo que hay detrás de cada una de las dos corrientes
ideológicas de la economía.
Capitalismo: Sistema económico y social basado en la propiedad privada
de los medios de producción; en la importancia del capital como
generador de riquezas, y en la gente –es decir el mercado– como decisora
y correctora del tipo de riqueza que los medios de producción deben crear,
porque es lo que desean o necesitan los ciudadanos.
Socialismo: Sistema económico y social basado en la propiedad del
Estado de los medios de producción, que sin tener en cuenta al mercado –
es decir, a los ciudadanos–, determina y controla los bienes a fabricar y su
distribución. El comunismo es la fase última del modelo socialista. Ambas
teorías, socialismo y comunismo, tienen un origen común en los
pensadores del siglo XIX, los alemanes Marx y Engels, quienes las dieron
a conocer a través de sus obras el Capital y el Manifiesto Comunista.
Sólo como aclaración, antes de continuar, es bueno precisar que los
Mercados no son un malévolo “señor gordo” fumando un puro. Por
definición, son las decisiones de consumo que toman en conjunto las
personas individuales que conforman los pueblos, aunque esta definición
deja de poderse aplicar –o al menos se puede calificar como mal aplicada–
cuando los gobiernos, o el sector financiero, manipulan dichos Mercados,
como pasó en la crisis económica mundial del 2008.
Pero hablemos ahora de los antecedentes de cada una de estas
filosofías.
La primera etapa histórica donde encontramos ambas teorías llevadas a
la práctica es en la Grecia clásica. Lo primero que conviene precisar es
que, en realidad, la Grecia antigua fue un territorio europeo que nunca fue
capaz de superar los estrechos límites de las ciudades para convertirse en
nación. Dicho territorio estaba compuesto por multitud de ciudades-
estados continuamente en guerras entre ellas. Las de mayor significación
fueron, durante mucho tiempo, Atenas y Esparta. En Atenas se practicaba
el capitalismo, y en Esparta el comunismo.
Comencemos por el sistema capitalista. Como decía, en Atenas, ya
cuando Pericles alcanzó el poder –su edad de oro– el régimen era
capitalista. La propiedad de la tierra, que en tiempos anteriores de los
aqueos era del gobierno, pasó a los ciudadanos. Los Bancos, las grandes
empresas navieras y las industrias también eran privadas. Al Estado sólo
pertenecía el subsuelo, y aun éste no lo administraba directamente sino
que lo daba en explotación a particulares.
Pero no sería hasta el siglo XIX, como consecuencia de la revolución
industrial, cuando el sistema capitalista se comenzó a desarrollar de forma
definitiva. Como resultado de dicha revolución la producción de bienes se
mecanizó y esto llevó al aumento exponencial de la cantidad de ellos que
se fabricaban. Pronto comprendieron los empresarios que necesitaban
compradores con dinero para poderlos consumir, y trabajadores
especializados para el manejo de las máquinas.
Antes de esta época, y fundamentalmente durante la edad media, el
artesano, limitado por sus medios tecnológicos, fabricaba solamente cinco
platos al día (obviamente nos referimos a platos o a cualquier otro
producto). Así que le bastaban nobles y eclesiásticos como únicos clientes
para sobrevivir, pues eran los que podían permitirse el lujo de comprarlos.
Pero con la mecanización, traída por la revolución industrial, se
comenzaron a fabricar mil platos diarios. Eclesiásticos y nobles no podían
absorber tal cantidad. Hacían falta miles de personas con capacidad para
comprarlos y aparecieron los primeros salarios, aunque en principios muy
escasos. Pero poco a poco, según el sistema se fue consolidando y
extendiendo a todas las ramas de la producción, fueron regulándose y
subiendo.
Esta necesidad de contar con personas con dinero para comprar los
bienes que se fabricaban, y de trabajadores especializados para las
fábricas –los esclavos no tenían sueldos y eran mano de obra de muy
escasa cualificación profesional– tuvo una enorme relevancia, entre otras,
en la decidida aparición de los movimientos abolicionistas de la esclavitud.
De hecho, es en este siglo XIX cuando nacieron los movimientos a favor de
la prohibición de la misma, y ello no es casual. Fue la economía que surgió
tras la revolución industrial quien liberó a los esclavos, porque los volvió
innecesarios. Tampoco es casualidad que en la guerra civil americana el
norte industrial defendiera la abolición de la esclavitud y el sur agrícola la
permanencia de la misma, pues éste necesitaba de la mano de obra barata
y sin especialización profesional para seguir explotando el producto de sus
campos –fundamentalmente algodón– que vendían a los estados norteños,
y a Europa para sus mecanizadas industrias textiles. En cambio, el norte,
lo que precisaba era gente con capacidad económica para consumir los
bienes industriales que fabricaba y obreros especializados para el manejo
de sus máquinas. Por tanto, no es que la sociedad humana del siglo XIX
fuera mejor que la de los siglos anteriores; es que en realidad el esclavo,
que había existido desde la noche de los tiempos, dejó de ser rentable. En
definitiva, fue la economía surgida de la revolución industrial quien liberó
a los esclavos, no la conciencia del hombre; pues, por ejemplo, la propia
iglesia católica nunca cuestionó la legitimidad de la esclavitud, sobre todo
de las personas negras.
Así que, en su evolución, la revolución industrial fue creando
asalariados, los cuales, con el paso del tiempo, fueron dando paso a la
clase media. Esto tuvo amplias repercusiones en las sociedades más
avanzadas, creando estabilidad, y evitando las tormentas sociales que
nacían en aquellas otras que tenían grandes desigualdades económicas
entre los ciudadanos. Estas desigualdades suelen impulsar a los que no
tienen nada que perder, salvo la miseria, a seguir a cualquier loco que les
cree alguna esperanza por disparatada que sea. En cambio, las sociedades
cuyo mayor porcentaje lo integran las clases medias tienden a ser más
estables, pues estas sí tienen mucho que perder con la aparición de los
extremismos populistas, tanto de derecha como de izquierda.
Pero sigamos hablando del capitalismo. Conviene precisar que su
filosofía y aplicación no es homogénea, porque existen diversas formas a
la hora de llevarlo a la práctica.
Por un lado está la tendencia representada por Keynes, economista
Británico. Este proponía básicamente que, cuando los mercados fallasen,
el estado debería convertirse en el gran comprador e inversor con el fin de
estimular el consumo para generar empleo. Teoría que encuentra sus
mayores seguidores en los partidos socialistas –no marxistas– europeos, y
en Estados Unidos en el partido demócrata.
En oposición a esta teoría –pero también dentro del capitalismo– está la
de Milton Friedman, norteamericano y premio nobel de economía.
Rotundo defensor del liberalismo económico que, cuando las ideas
keynesianas cobraron mucha popularidad después de la II Guerra
Mundial, fue de los pocos que defendió con firmeza las ideas de Adam
Smith –considerado el padre de la economía moderna–, criticando con
dureza el gran tamaño adquirido por el sector público en los países
occidentales. Los Estados Unidos de Ronald Reagan y el Reino Unido de
Margaret Thatcher llevaron a la práctica esta filosofía económica.
Por otro lado, en su relación con la política, existen también dos tipos de
capitalismo: el capitalismo democrático, por ejemplo el de Estados Unidos;
y el capitalismo autocrático, por ejemplo el de la China actual. El
autocrático suele criticar al democrático su falta de eficacia por la
cantidad de debate interno que generan las democracias, a veces con
perversos efectos paralizantes. Y el democrático reprocha al capitalismo
autocrático la falta de libertad para los ciudadanos.
Sin entrar en esta polémica es conveniente señalar, observando la
historia reciente, que es un error muy frecuente en los países occidentales
exigir a otras naciones la democracia política antes que el cambio en la
economía. La historia demuestra, de manera irrefutable, lo errado de este
método de evolución. La antigua Unión Soviética, que supone uno de los
casos más significativos al respecto, intentó un cambio político antes que
el económico –pasar de una economía socialista a una capitalista– y sus
resultados fueron, y siguen siendo, lo más parecido a un desastre. En
cambio China tras la muerte de Mao –igual que España hace decenios tras
su guerra civil–, implantó un capitalismo autocrático que está creando la
clase media china, lo que le deberá permitir, como sucedió en España,
pasar con éxito en el futuro a un capitalismo democrático cuando dicha
clase media se convierta en mayoritaria. Pero deberá hacerlo sin
precipitaciones, pues aún sigue teniendo sumergida a más de un tercio de
su población en la pobreza absoluta, porque no toda China es Shanghái o
Pekín.
Por otro lado, tenemos la otra filosofía económica importante de nuestro
tiempo, el socialismo.
Podemos situar su origen histórico, como antes dijimos, en Esparta,
pues ésta desarrolló una especie de comunismo, subordinando por ley
todos los intereses privados al bien público. Es decir, al Estado.
Impusieron una estructura social modelada sobre la vida militar, e,
incluso, la educación de los jóvenes –por tanto la manipulación del
pensamiento– estaba encomendada al propio Estado, y era obligada la
sobriedad en la vida privada.
En la época actual la antigua Unión Soviética, China, Cuba, Venezuela y
Corea del Norte son naciones que implantaron el socialismo. La primera
se hundió por problemas económicos generados por el propio sistema.
China abrazó, muerto Mao, el capitalismo autocrático para salir de la
miseria. Y, actualmente, Cuba, Venezuela y Corea del Norte continúan
aplicando esta filosofía con muy malos resultados para los ciudadanos.
Pero, no obstante los repetidos fracasos de este sistema económico-
político, analizando los sucesos acaecidos durante el siglo XIX, alcanzamos
a encontrar explicación al éxito del mismo en algunas partes del mundo.
Parece indudable que fue una consecuencia de los dubitativos e
irregulares comienzos de la Revolución Industrial, los cuales fueron muy
duros para mucha gente, como siempre sucede con los cambios sociales
importantes. De hecho, la relación entre capital y trabajo fue muy similar,
al inicio de esta revolución, a la que durante siglos había existido entre los
nobles con sus siervos, tal vez por inevitables inercias y costumbres.
Un claro ejemplo de esta dureza fue la construcción del canal de Suez
en el siglo XIX. Surgió la idea como resultado de la revolución industrial,
pues su objetivo era acercar los mercados de Europa y Asia. Para la
realización de esta enorme construcción la mayor parte de los
trabajadores empleados fueron egipcios arrancados por la fuerza de sus
casas y granjas, a los que se les pagaba un salario mísero, y que
trabajando diez y ocho horas diarias murieron por accidentes laborales
más de veinte mil de ellos. El impulsor, y quien buscó el capital para esta
enorme obra de ingeniería, fue Ferdinand de Lesseps, un diplomático y
aristócrata Francés, comportándose con los trabajadores como hasta
entonces había hecho la aristocracia con sus siervos.
Es en este entorno y momento histórico donde aparecieron los filósofos
alemanes Marx y Engels con su teoría socialista. Como es natural, estaban
muy influenciados por los dramas que veían a su alrededor en la relación
del capital con el trabajo. Pero esta relación, con el tiempo –cosa que ellos
no previeron– se fue volviendo más equilibrada, llegando a convertirse los
trabajadores en clase media, sobre todo a partir de mediados el siglo XX,
no encontrándose ya identificados con las descripciones que de ellos,
como clase proletaria, hacía el marxismo. De hecho esta clase media,
según se convertía en la capa social mayoritaria, fue aumentando
enormemente su capacidad de influencia política contribuyendo de forma
muy significativa a la estabilidad de los países.
El tiempo, que es el único juez irrefutable, ha demostrado que el
capitalismo, en sus diversas variables, es más beneficioso y eficaz para el
ciudadano normal que el socialismo marxista, ya que éste, además de
pobreza, tiende a crear tiranías políticas; porque el poder concentrado en
unas pocas manos –el político y el económico– lo hace inevitable. Y, en otro
plano, otra de las razones del fracaso del socialismo nace de que atenta
contra la propia naturaleza humana al pretender limitar, o incluso
suprimir en según qué países, la propiedad privada, cuya existencia es
imprescindible para el buen funcionamiento de las sociedades, pues
satisface el humano deseo de poseer bienes para el disfrute de las
personas, así como también para alentar y estimular la superación en la
vida y el trabajo.
En definitiva, analizando el desarrollo histórico de cada uno de estos
dos sistemas económicos enfrentados, se puede observar que el socialismo
–como predijeron sus teóricos– evoluciona hacia el comunismo casi
inevitablemente, porque los estados poderosos tienden a ir aumentando su
poder al no tener ningún control por parte de sus ciudadanos, los cuales,
en este sistema, tienen muy poco peso en las decisiones que sus gobiernos
toman. De hecho, una de las frases acuñada por los pensadores de esta
tendencia política-económica lo expresa con nitidez: “gobernar para el
pueblo, pero sin el pueblo”.
En contraposición a esto, la misma historia nos demuestra que el
capitalismo autocrático suele evolucionar hacia la democracia porque al
crear clase media, ésta, siempre termina reclamando participación en la
gestión pública al tomar conciencia de que es ella misma quien la financia
a través de los impuestos que paga al estado.
En conclusión, y tras todo lo analizado, parece bastante sensato
establecer nuestras simpatías políticas a partir del conocimiento sobre
las repercusiones económicas que puedan tener para nuestra vida, y no
basándonos en la misma emoción que nos lleva a convertirnos en seguidor
de un equipo de fútbol.
LA ECONOMÍA DE LA ABUNDANCIA O EL FINAL DE LA
POBREZA

El nuevo marco económico que nació producto de la Revolución


Industrial, y del abandono del patrón oro como referencia para fabricar
dinero, tiene unas posibilidades que aún no han sido desarrolladas en
plenitud, porque todavía los responsables económicos no han conseguido
comprender todas las oportunidades que presenta este nuevo entorno.
Una de las características fundamentales del actual modelo económico
—que llamo de la Abundancia—, es que no tiene límites a la hora de
producir riquezas, y por tanto tampoco debiera tener límites a la hora de
crear puestos de trabajo y por medio de ellos liquidar la pobreza. Ésta, la
pobreza, siempre ha sido, y es, producto de la que denomino Economía de
la Escasez. Lo explico.
Hasta hace relativo poco tiempo —y aún subsiste en muchas zonas del
mundo— la economía estaba basada en la insuficiencia. El propio oro, que
era utilizado como patrón monetario, fundaba su solvencia y valor en
dicha insuficiencia. E igual pasaba con la explotación de la tierra y la
minería, principales fuentes de riquezas hasta hace poco tiempo. Como
consecuencia de esta producción limitada de riquezas, el trabajo,
obviamente, también era un bien escaso.
Dicha Economía de la Escasez ha sido la que ha regido la historia del
hombre desde la época de las cavernas. De hecho, la mayor parte de
guerras tenían como objetivo apoderarse de los bienes de otra tribu o
nación. También este limitado sistema de la escasez estaba detrás de casi
todas las crisis económicas antiguas.
La última gran manifestación traumática de lo aquí señalado fue la
crisis bursátil de 1929, que trajo como consecuencia la Gran Depresión.
Porque realmente la caída de la bolsa fue muy importante, pero lo que
paralizo la economía y llevó a una larga depresión mundial fue el
desvanecimiento de la demanda, que nació producto de las erróneas
medidas económicas que tomó el gobierno americano de entonces.
La Gran Depresión ayudó a desatarla la propia Reserva Federal
estadounidense porque actuó bajo la cultura de la escasez tras el crack
bursátil, y decidió, bajo dicha cultura, restringir el dinero; con la
inevitable consecuencia de ahogar con ello la demanda de bienes, y que
las familias no tuviesen dinero para comprar. Esto desató el incremento
del desempleo. El precio que se pagó globalmente por esta errónea
medida económica fue enorme, incluso tuvo mucha influencia en el
comienzo de la Segunda Guerra Mundial, pues el aumento de la miseria
que conllevó abrió las puertas del poder a un demente populista como
Hitler, dada la desesperación de los ciudadanos que no encontraban
trabajo, así que votaron al primer loco que les prometió “pan”; votos que,
muy probablemente, no hubiesen dado en otras circunstancias
económicas.
Es obvio que los responsables públicos actuaron con lo que las inercias
de la Economía de la Escasez les dictaba, y es por ello que en ningún
momento se les ocurrió que deberían haber hecho justamente lo contrario
de lo que hicieron. Es decir, en vez de restringir el dinero, deberían haber
inundado el mercado de él, a bajo precio, de forma que estimulara la
demanda, y por medio de ésta la producción y el trabajo. Pero la realidad
fue que a los responsables económicos ni se les pasó por la cabeza tal
posibilidad, previendo sólo como solución grandes inversiones del
Gobierno Federal, lo que nunca es procedimiento eficaz pues generan más
impuestos e incremento de la deuda pública, y como resultado de esto, a
medio plazo, menos dinero aún en manos de los ciudadanos y empresas, y
por tanto menos demanda y más desempleo. Todavía algunos economistas,
hoy en día, siguen alabando la política de grandes inversiones que la
administración de Roosevelt realizó, atribuyéndole a ésta el mérito de la
salida de la Gran Depresión. Es totalmente erróneo. La salida de esta
crisis —por desgracia— se produjo por la inmensa demanda de bienes de
todo tipo que generó la Segunda Guerra Mundial y que puso en marcha a
la industria americana, país que se convirtió en la fábrica del mundo.
No obstante, en realidad, ya hacía tiempo que se había iniciado el
primer paso que significaba el comienzo del fin del modelo económico de
la escasez. Sucedió con el éxito de la Revolución Industrial, aunque
entonces nadie era consciente de ello. Con aquélla los bienes de consumo
se comenzaron a producir en masa, por lo que para venderlos necesitaban
muchas personas con capacidad de compra; y para tener capacidad de
compra necesitaban gente con dinero para comprar. Pero aún no se había
desterrado el sistema de la escasez y en esos tiempos el dinero seguía
siendo un bien escaso. Pero fue el primer paso.
Durante un tiempo convivió este evolucionado sistema de producción
industrial con el dinero, que seguía teniendo el antiguo corsé del oro como
referencia para producirlo. Por tanto, se hacían grandes producciones de
bienes, pero no crecía al mismo ritmo el número de personas con dinero
suficiente para comprarlos.
Como es lógico eso acarreó fuertes tensiones que los economistas no
vieron venir, y menos explicar o resolver adecuadamente. Es más, en esa
etapa fue cuando surgieron personas como Karl Marx que terminaron
haciendo un enorme daño a la humanidad con sus teorías filosóficas-
económicas, las cuales nacieron desde la ignorancia más absoluta ya que
en ningún momento entendieron las oportunidades que estos nuevos
tiempos traían y las posibilidades que se abrían tanto para empresarios
como para trabajadores. No olvidemos que este señor era filósofo, y que
de economía no tenía ni idea. A pesar de ello sus erradas teorías las
siguieron muchas personas en todo el mundo —y algunos aún la siguen—
lo que fue causa de sufrimientos y problemas sociales en múltiples países,
incluida la Guerra Fría.
Así que no sería hasta muy avanzado el siglo pasado (año 1971) cuando
nació la nueva economía, como producto de la eliminación definitiva del
oro como referencia para producir el dinero de cada país.
A partir de entonces la referencia sería el producto interior bruto de los
países (PIB), y otra serie de variables como necesidades de circulante,
inflación, etc. El brillante efecto de este nuevo sistema es que ya no
existen más límites a la producción de dinero que los que tengan los
ciudadanos de un país para crear riqueza.
Por ello, una vez que ambos elementos se unieron —la Revolución
Industrial y la eliminación del patrón oro— dieron vida a la Economía de la
Abundancia. Es decir, al actual modelo económico.
Pero lo cierto es que se pasó del antiguo modelo de la escasez al nuevo
modelo económico de la abundancia casi sin darnos cuenta. Es por esto
que sus posibilidades y características no han sido aún bien comprendidas
y aprovechadas por los responsables económicos y por los gobiernos. De
esta falta de comprensión emergen, entre otras, la pobreza y las diversas
crisis económicas que con regularidad nos asaltan, incluida la del 2008.
Como ya expresé la clave del buen funcionamiento de este modelo de
economía está en el vigor de las sociedades para crear demanda de bienes
y servicios de manera natural y organizada, pues ella es la que pone en
marcha el trabajo para satisfacerla, y de éste nace nueva demanda
natural, y así hasta el infinito. Este círculo es el que debe terminar con la
miseria en poco tiempo, y después con la pobreza.
No obstante, hay que precisar, que la implantación de la Economía de la
Abundancia en el mundo se está realizando de forma muy irregular. En
África, por ejemplo, no tienen noticia de ella y aún están en la de Escasez.
Su economía es muy primitiva, tribal y poco organizada. En la mayor parte
de países latinoamericanos tampoco se ha comprendido bien este nuevo
escenario y apenas han aprendido a implementarla. Otros muchos países,
como la India o Rusia, tienen pendiente el desarrollarla con mayor
eficacia. En todos estos casos la implantarán con vigor cuando sus líderes
la entiendan bien, pues entonces comprenderán las posibilidades que
representa para sus ciudadanos y para los propios estados, que podrán
recaudar más impuestos en la misma medida que aumente el PIB.
En Europa occidental está en plena aplicación este modelo económico
de la abundancia, aunque el peso de los gobiernos, muy caros e
intervencionistas, le resta eficacia que se manifiesta en un siempre
elevado nivel de desempleo en el viejo continente. Al tener unos impuestos
excesivos los gobiernos están retirando dinero del mercado con lo que
desciende la capacidad de compra de sus ciudadanos, y por tanto de la
demanda. Por ello sube el desempleo.
En China se está implementando eficazmente, con la peculiaridad de
que un partido único controla todo el poder político lo que le supone gran
estabilidad positiva hoy, pero hace prever convulsiones futuras cuando las
nuevas generaciones de burguesía y clase media exijan compartir dicho
poder. Esperamos de su inteligencia que realicen una transición suave y
equilibrada.
En USA este modelo económico está implantado en plenitud, y como la
intervención del gobierno es limitada no tiene el inconveniente europeo
del desempleo.
Estados Unidos, que es la nación con mayor peso en la economía
mundial, es un caso especial pues su población está compuesta por una
mezcla de razas y culturas que en su mestizaje enriquecen al país,
naciendo de este fenómeno particular una sociedad dinámica y creativa
producto de la selección natural, la cual ha emergido del hecho de que
muchas de las personas más inquietas de otros países se han concentrado
allí por medio de la emigración.
Esas características, unidas a la libertad, potencian iniciativas de
imaginación desbordante que los lleva a crear riqueza variada y profusa
que se convierte en millones de puestos de trabajo y en una poderosa
clase media. Pero esa misma imaginación creativa aplicada al sector
financiero, a veces, les conduce a excesos creando extraños productos que
presentan riesgos importantes. Así que los eventuales problemas
económicos de este país vienen como resultado, habitualmente, de
acciones desafortunadas de su sector financiero, pero que afectan al resto
del mundo.
Es indudable que el sector financiero tiene una gran utilidad social pues
es el que sirve de cauce al fluir del dinero, por esta razón las tormentas en
este sector —de influencia decisiva en el conjunto de la economía—, a
veces pueden tener consecuencias catastróficas. Es por ello que debe ser
función clave de los gobiernos vigilarlo muy especialmente y controlarlo
para evitar los daños de dichos excesos, como sucedió en el año 2008.
Estados Unidos debería liderar estas regulaciones, que podrían
comenzar por volver a establecer fronteras bien definidas entre la banca
comercial y la de inversión.
La primera debe seguir contando —como siempre se ha hecho—, con el
respaldo de los bancos centrales para garantizar los depósitos y aportarle
la tesorería que pueda necesitar. Esta banca debe proporcionar créditos
con garantías al mercado, cuidando de que los mismos nunca se den por
encima del valor — o tiempo de vida útil—, del bien destino de cada
crédito otorgado. Debe tener prohibido participar en operaciones
financieras de riesgo; como, por ejemplo, la compra de “derivados”, pues
éstos no suelen ser otra cosa que una mezcla de productos financieros
distintos, con diferentes vulnerabilidades, que se compran y venden
frenéticamente con grandes riesgos porque casi nunca se sabe lo que
realmente se está comprando. Nada de esto debe estar en sus balances
pues supone un peligro para la fiabilidad del sistema. Los beneficios de
estas instituciones lógicamente siempre serán moderados, pero a cambio
tendrán gran estabilidad al no participar en operaciones de riesgo.
En el caso de la banca de inversión, o instituciones similares, lo más
urgente es que el usuario y cliente conozca con claridad —y esto también
debe ser labor de los gobiernos— que a diferencia de la comercial no está
protegida por los bancos centrales, y que con imaginación y suerte pueden
ganar mucho dinero operando con ella; pero también deben saber los
inversores que pueden perderlo todo, porque ni el dinero de los impuestos
ni el de la banca comercial, que debe estar poco apalancada con la de
inversión, acudirá a su rescate en caso de dificultades.
También hay que aprender de la reciente historia y corregir lo que sea
necesario, porque, entre otras, la crisis del 2008 demostró que el
aseguramiento de los riesgos que se hacían desde los bancos de inversión
con las aseguradoras era mera ficción. Funciona de la siguiente forma: la
entidad financiera realiza una compra, por ejemplo, de un paquete amplio
de hipotecas de otra entidad. Entonces asegura las posibles pérdidas o
impagos con una compañía de seguros, y con ello elimina teóricamente de
sus balances el riesgo, lo que le permite pedir nuevos créditos sobre las
garantías del aseguramiento y seguir invirtiendo. Esto en realidad no es
más que un artificio contable que enmascara los peligros pues dichos
riesgos siguen existiendo, porque cuando se producen los impagos las
aseguradoras no son capaces de asumirlos como estos sean de cierta
importancia, y por tanto terminan impactando sobre la entidad financiera
a la cual, de repente, le emergen pérdidas en sus libros contables, y de ahí
nace el pánico de sus acreedores y depositantes que ven en peligro sus
ahorros invertidos con esa compañía, y comienzan en estampida a intentar
salvar lo que puedan.
El papel social de las entidades financieras y de la banca es encauzar el
crédito y el ahorro de forma estable y eficiente. Pero para poder aplicar la
Economía de la Abundancia con toda su potencia de desarrollo hay que
corregir lo más rápidamente posible estos peligros del sector financiero
que estamos señalando, con el fin de intentar protegernos de nuevas crisis
globales.
Otra materia para mejorar es la siguiente. Actualmente cada país aplica
criterios diferentes en los sistemas contables de control de las grandes
compañías que cotizan en bolsa. La globalización en que se mueve el
dinero hace muy aconsejable que los métodos de medición y control de
dichas compañías fueran los mismos en todas partes, cosa que no sucede,
y esta anormalidad crea riesgos adicionales.
Lo explico. En el sistema contable americano los activos financieros de
sus entidades deben ser actualizados a diario —o como mínimo cada mes
— reflejando en sus cuentas las subidas y bajadas de los mismos, que se
traducen en beneficios y pérdidas.
En Europa la mayor parte de países no operan así. Las compañías que
cotizan en bolsa sólo modifican en sus contabilidades el valor de los
activos cuando se desprenden de ellos. Así que cuando prevén dificultades
por bajadas de dichos activos lo que deciden sus responsables es no
venderlos, con el fin de evitar presentar pérdidas en sus balances.
Indudablemente el sistema contable americano es más transparente,
pero el europeo es más seguro a la hora de evitar grandes sobresaltos,
pues su método contable les evita tener que hablar de pérdidas —lo que
siempre suele producir pánico en los inversores— y lo hacen en términos
eufemísticos de “falta de tesorería”, “problemas de liquidez” etc.
En cualquier caso, uno u otro método debería ser consensuado por los
gobiernos de los principales países adoptando un sistema contable global
único para cualquier empresa que cotice en bolsa, y con mayor razón las
integradas en el sector financiero. Las autoridades económicas de todas
las naciones deben asumir de una vez por todas que el sector financiero
está globalizado, y por tanto necesita reglas globales para minimizar
peligros.
Otro asunto de interés seria aproximar de nuevo la bolsa a sus orígenes
como financiadora de nuevos proyectos y mantenimiento de los existentes,
y reducir el peso de los “cortoplacistas”, los cuales apuestan a veces —y
obtienen altos beneficios— impulsando, incluso, la quiebra de empresas.
Esto debiera ser regulado y controlado por acuerdos entre los gobiernos y
el sector financiero, con el fin de evitar estas prácticas de economía
virtual pues son altamente desestabilizadoras.
Mil cosas más habrá que hacer, pero una de las más importantes, y que
evitaría riesgos futuros, es llevar el conocimiento de las bases de la
economía a las escuelas para que los jóvenes entiendan mejor esta
materia, ya que les afectará durante toda la vida mucho más que todas las
otras asignaturas que están estudiando.
En conclusión, estamos en la apasionante era de la Economía de la
Abundancia, y si sabemos prever y corregir sus riesgos podríamos estar
ante la primera etapa en la historia del hombre donde la pobreza no es un
problema insoluble, ya que puede resolverse con las posibilidades de este
modelo económico para crear centenares de millones de puestos de
trabajo en todo el mundo, una vez que todos los países aprendan a
aplicarlo y abandonen las prácticas y mentalidades, imperantes todavía en
muchos lugares, de la Economía de la Escasez.
PREGUNTAS MÁS FRECUENTES SOBRE TEMAS ECONÓMICOS

Voy a recoger aquí las cuestiones más habituales que, a estos respectos,
me han sido planteadas en los últimos años, aunque alguna de dichas
cuestiones ya las respondí en otros escritos publicados hace algún tiempo.

¿A qué se debió la crisis financiera global del 2008?


A finales del siglo pasado convivían en el sector financiero dos tipos
básicos de instituciones: los bancos tradicionales y los de inversión. Unos
y otros son al dinero lo que el cauce del rio es a las aguas. Si haces obras
en el cauce, como no estén bien diseñadas, puedes provocar que el rio se
seque o que, por el contrario, se desborde. En el caso de esta crisis, malas
decisiones, provocaron un desbordamiento inicial de dinero que condujo a
una posterior sequía del mismo. La consecuencia final fue que se secó el
crédito, y con este la demanda.

¿Por qué pasó?


Los bancos tradicionales tenían por función ser depositario del dinero
de los ciudadanos, y, con un margen en intereses, prestárselo a quien le
hiciera falta con las debidas garantías pues era dinero ajeno el que
prestaban. Los bancos centrales de cada país, supuestamente, controlaban
que estos bancos no hiciesen disparates que pusiese en riesgo el dinero de
sus depositantes.
Por otro lado, las entidades de inversión buscaban capital ajeno y lo
invertían en operaciones de riesgos, con el fin de intentar aumentar
beneficios para sus clientes, y para sí mismos, si dichas operaciones salían
bien. Eran, junto con los fondos de pensiones, los grandes inversores en
las bolsas de todo el mundo.
Pues bien, el presidente Clinton, a final de los años noventa del siglo
XX, levantó las restricciones que los bancos tradicionales tenían para
invertir en bolsa, al tiempo que permitía a las entidades financieras actuar
también como bancos tradicionales. Muchos otros países imitaron esta
decisión estadounidense.
La resultante fue la aparición masiva de dinero en las bolsas de todo el
mundo, impulsando con ello una demanda y bienestar ficticio. Ahí se inició
el problema cuyas consecuencias veríamos años más tardes.
A principio de este siglo bancos y entidades financieras comenzaron a
conceder enormes paquetes de préstamos fundamentalmente para
vivienda, pero también para la compra de otros bienes. Daban más
créditos del que los ciudadanos y empresas necesitaban para su demanda
habitual, y con dichos créditos los animaban a gastar por encima de las
posibilidades reales de devolución.
El sector financiero estaba encantado pues ganaba, sobre el papel,
mucho dinero. Con esos teóricos beneficios se repartían grandes premios
económicos entre sus gestores. Como más adelante podrá ver, dichos
opulentos beneficios, acabaron en grandes pérdidas que terminamos
pagando todos.
Las entidades prestamistas ya habían concedido préstamos a gente con
capacidad para devolverlo, así que comenzaron a rebajar las exigencias y
empezaron a dar créditos a personas menos solventes.
El ciudadano que recibe dicho crédito supone que los expertos saben lo
que hacen, y piensa: si los bancos están dispuestos a darme dinero será
porque puedo permitírmelo. Así que compra otra casa mayor o un nuevo
automóvil que no necesitaba, ni que en realidad podía pagar.
Bancos y entidades financieras sabían que ésas eran hipotecas y
operaciones crediticias de riesgo. Así que, para controlar este riesgo,
realizan seguros de impagos con aseguradoras (fundamentalmente con la
compañía AIG). Si hay un impago de hipoteca o crédito, aquéllas se tienen
que hacer cargo del pago. Con ello los bancos quitan, aparentemente, los
riesgos de sus libros contables y pueden pedir nuevos créditos para seguir
operando. Así se fueron endeudando brutalmente. Las aseguradoras
asumieron ese riesgo a escala global, convencidas de que el mercado de la
vivienda siempre estaría en alza.
Pero pasó lo lógico. Al haber inflamado con tanto crédito la demanda, la
vivienda termina bajando de precio porque hay sobre oferta pues se han
construido demasiadas; más de las que la gente necesita. Los títulos
hipotecarios se hunden y las aseguradoras tienen que pagar los impagos.
Todos, en todo el mundo y al mismo tiempo. No pueden pagar. Así que los
bancos sufren pérdidas masivas el mismo día, pues los impagos recaen
finalmente sobre ellos, y esto los hunde y con ellos al sistema financiero.
Estas fueron las razones de la crisis financiera que comenzó en el 2008,
y de la cual aún hoy pagamos consecuencias en muchos países.
Como verá fue una vulneración fragrante de la fórmula arriba
desarrollada al introducir una demanda ficticia, y por tanto no natural.
Crearon una burbuja que estuvo a punto de hundir la economía mundial.
Las entidades financieras, con el respaldo de los gobiernos, fueron
quienes crearon este inmenso problema, pues es necesario saber que el
crédito tiene la capacidad de construir una economía moderna, pero su
falta tiene el poder de destruirla veloz y totalmente; lo que ocurre
inevitablemente cuando la ciudadanía no puede acceder a préstamos para
comprar una casa, iniciar un negocio, llenar los estantes de las tiendas, o
comprar un automóvil. En suma, sin crédito desaparece la demanda y ella
arrastra al resto de factores de la Fórmula: producción, comercio y
trabajo.
Los bancos quedaron en pésima situación de solvencia, enormemente
endeudados, y desertaron de cumplir su función social, que es ser el cauce
al flujo del dinero, y detuvieron la circulación del mismo y del crédito,
mientras se relamían sus heridas.
Colocaron al mundo al borde del colapso, pues todo ello sucede muy
rápido. Mucha gente en esa situación comienza a preguntarse con pánico:
¿mi dinero estará a salvo en el banco? Y empieza a retirar efectivo. Luego
colas en los bancos, cierres de estos y en un mes no hay alimentos en las
tiendas.
Se resolvió muy lentamente, a base de enormes inyecciones de dinero
proveniente de los impuestos de los ciudadanos a los bancos por todo el
mundo. Pero no olvidemos que esta crisis se puede volver a repetir si los
gobiernos y bancos centrales no controlan adecuadamente a las entidades
financieras.
En definitiva, como podrá ver, el corazón de esta crisis estuvo en una
profunda manipulación de la demanda, que dejó de ser natural.

¿Qué es el dinero?
Es una de las más brillante creaciones del hombre, pues sin él jamás
podríamos alimentar a los miles de millones de habitantes del mundo
actual.
En primer lugar, conviene aclarar que el dinero no es más que una
simple convención, y un instrumento de la economía. Su solidez se basa en
la confianza que debe tener su poseedor en que podrá cambiar ese trozo
de metal, o papel, por bienes del país emisor de una determinada moneda.
El dinero nació por la necesidad de los individuos, y los pueblos, de
poseer una herramienta eficaz con la que poder realizar intercambios de
bienes.
En la remota antigüedad, en sociedades mucho más elementales que la
nuestra, esas transacciones se limitaban al mero intercambio de
mercancías entre las personas. Así, por ejemplo, aquel que poseía
excedentes de trigo procuraba cambiarlos por cuero para vestirse, con
aquel que producía más del que necesitaba. Probablemente ahí nació el
arte del regateo, que todavía hoy persiste en muchos lugares del mundo,
pues debía resultar difícil determinar cuánto trigo había que entregar a
cambio, por ejemplo, de una piel de cordero. Cabe suponer que esas
transacciones se llevarían a cabo tras largas veladas de discusiones que,
ciertamente, tendrían su encanto.
Las cosas se fueron complicando cuando, como consecuencia del
crecimiento demográfico y de la especialización de la producción,
comenzó a ser difícil realizar intercambios comerciales de cierta
importancia y equiparar precios y valores, lo que suponía un freno
evidente para el comercio a mayor escala. Esta cuestión se resolvió con la
ingeniosa invención de lo que hoy conocemos como el dinero. Con su
nacimiento, el comercio se expandió rápidamente pues facilitó el
intercambio de mercancías, tanto entre las personas individualmente
como entre los pueblos.
En un primer momento, a falta de un sistema monetario, se comerciaba
tomando como elemento de referencia las gallinas, las vacas o los cerdos.
De hecho, las primeras monedas romanas que se acuñaron llevaban
grabadas imágenes de estos animales y recibían el nombre de pecunia,
término derivado de pecus, que en latín significa “ganado”.
Pero, en realidad, ¿qué es el dinero? Como dijimos al principio se trata
de una convención, de un acuerdo no escrito, pues, físicamente, suele ser
un trozo de metal o de papel sin apenas valor en sí mismo.
Sin pretender ofrecer aquí un análisis de su evolución a lo largo de la
historia, señalaremos algunos puntos importantes que pueden arrojar
alguna luz sobre él.
Hasta hace poco tiempo el conjunto de dinero que cada país ponía en
circulación correspondía al valor total de las reservas de oro existentes en
el banco estatal. Era la Economía de la Escasez. Este sistema se ha
prolongado desde la antigüedad hasta casi nuestros días. El dinero
entonces era una especie de cheque al portador, de vencimiento
inmediato, emitido por el Estado y que el poseedor esperaba poder
convertir en su valor concreto en oro. Por ejemplo, si el banco de Francia
tenía en sus arcas cien toneladas de oro, fabricaba y ponía en circulación
monedas y billetes por un valor total equivalente; su división en unidades
menores daba lugar a lo que se conoce como divisa o moneda nacional, a
la que cada país da un nombre distinto. Ello significaba que cualquier
moneda en circulación estaba garantizada, en su valor, por el porcentaje
equivalente de oro depositado en el banco estatal. En otras ocasiones,
incluso, las monedas eran fabricadas directamente en oro o plata, por lo
que adquirían valor por sí mismas.
Este sistema —el del oro como patrón—, dejó de utilizarse a mediados el
siglo pasado. Lo sustituyó un complejo sistema, dirigido normalmente por
los bancos centrales de cada país —con mayor o menor independencia de
sus respectivos gobiernos—, en el que se tienen en cuenta múltiples
factores a la hora de decidir la cantidad de dinero que hay que poner en
circulación: El producto interior bruto (PIB), las necesidades de circulante
de empresas y particulares, así como de los Estados, las balanzas de pago,
la inflación, etcétera.
Este nuevo sistema ha creado la Economía de la Abundancia, porque su
implantación permite que el número de personas con un razonable nivel
de vida pueda ir aumentando continuamente al no tener más límites, la
producción de dinero, que la imaginación y esfuerzo de las personas por
crear riquezas.

¿Qué es la bolsa de valores?


La Bolsa nació como un instrumento financiero para las empresas,
complementario o sustitutivo del crédito tradicional. A su vez, se ha
convertido en un mecanismo de socialización de las compañías, pues
permite que cualquier ciudadano pueda acceder a su propiedad por poco
dinero.
Las empresas que necesitan una inyección de capital para poder
afrontar nuevos proyectos, o estabilizar los que se encuentran en fase de
desarrollo, tienen la oportunidad de conseguirlo de aquellas personas o
entidades que les confían sus ahorros y que, por ese motivo, se convierten
en accionistas.
La principal ventaja que tienen las compañías que cotizan en Bolsa es
que, además de obtener financiación, no pagan intereses por el dinero
recibido, a diferencia de lo que sucede con los créditos. El accionista o
inversor, por su parte, se convierte en copropietario de la empresa y, por
tanto, se halla sujeto a la evolución económica de ésta. En otras palabras,
si la empresa de la que ha comprado acciones obtiene beneficios, una
parte de ellos serán para él en función de su porcentaje de participación.
Ahora bien, si la empresa genera pérdidas el accionista puede llegar a
perder todo el capital invertido en ella.
Esta herramienta financiera, como decíamos, ha desempeñado un papel
fundamental en el crecimiento de las empresas en las últimas décadas y
ha socializado la participación en ellas, pues, en todo el mundo, existen
millones de pequeños inversores que destinan sus ahorros a la compra de
acciones en el mercado bursátil. Estas inversiones se conocen como
capital-riesgo, porque si la empresa genera pérdidas las acciones bajan de
valor y parte de los ahorros se pierden; pero si da beneficios el accionista
puede participar de ellos y revalorizar su participación.
No obstante, existe un valor subjetivo de las acciones que tiene cada día
mayor peso, derivado de la ley de la oferta y la demanda. Si unos títulos
tienen muchas solicitudes —más dinero comprador que vendedor—, su
precio tiende a subir; aunque la mayor parte de las veces ello obedece a
movimientos gregarios de los compradores más que a los resultados de las
cuentas de explotación de las empresas afectadas. Por el contrario, las
acciones bajan cuando el número de compradores —la cantidad de dinero
comprador— es inferior a la oferta de títulos.
Este comportamiento ha provocado que los movimientos especulativos
sean de tal envergadura en la actualidad, que se pueden estar
sobrevalorando acciones de empresas que atraviesan una delicada
situación económica, e infravalorando otras con una economía saneada.
En consecuencia, con el paso del tiempo, la Bolsa ha perdido parte de su
utilidad como termómetro del estado de salud de la economía de un país.
El problema radica en que se han confundido los medios con los fines.
Se ha difuminado el objetivo inicial de la Bolsa como captadora de
financiación para proyectos empresariales, en beneficio del mero juego
especulativo que busca el resultado inmediato. Ya casi nadie confía
durante un largo tiempo sus ahorros a las mismas acciones para recibir
las rentas de los beneficios de las empresas cuando sus proyectos tienen
éxito. En la actualidad los inversores en Bolsa compran y venden acciones
compulsivamente, buscando el beneficio inmediato en la subida o bajada
especulativa de los valores con que negocian. En otras palabras, la Bolsa
se ha convertido, en el fondo, en algo parecido a un negocio virtual que,
en la mayor parte de las ocasiones, no genera riqueza colectiva alguna.
Sería interesante considerar el retorno de la Bolsa a sus orígenes,
especialmente tras la globalización de las finanzas, pues ésta provoca que
los movimientos especulativos de Nueva York, por ejemplo, arrastren y
pongan en riesgo los ahorros de miles de inversionistas de múltiples
países, que ni tienen la información, ni la formación suficiente, como para
poseer el menor control sobre lo invertido.

¿Cuál debe ser la función del estado en la economía?


El papel del Estado en una economía moderna debe ser el de regulador
de los sectores económicos que intervienen en ella, creando leyes sensatas
y consensuadas con los sectores intervinientes, y el de ejercer otras dos
funciones fundamentales: la de árbitro en la resolución de los conflictos
que puedan surgir, y el de cuidadoso vigilante en el fiel cumplimiento de
las normas por parte de los diversos sectores económicos, sobre todo del
financiero por su gran capacidad de influencia.
Pero lo que nunca ha de ser el Estado —salvo muy limitadas
excepciones estratégicas de claro interés general— es empresario, pues
no sabe serlo. Cada vez que un estado se ha convertido en empresario, a
medio plazo, ha terminado arrastrando a los ciudadanos de su país a la
pobreza.
Por otro lado, es necesario saber que los estados no crean ni riqueza ni
empleo. Cuando contratan funcionarios no están creando empleo, están
creando gasto. La razón por la que esto es así —volvemos a la Fórmula—
es porque la mayor parte de los funcionarios realizan actividades que no
han nacido de ninguna demanda natural de los ciudadanos, sino de la
decisión de los políticos que ostentan el poder en ese momento. Es decir,
no están produciendo nada que haya sido solicitado o demandado por la
comunidad.
Es indudable que para que el Estado pueda ofrecer a la sociedad los
servicios para los que existe —seguridad, obras publica, justicia, etc.—
debe cobrar impuestos a los ciudadanos y crear funcionarios para ejecutar
estas obligaciones. Pero debe hacerlo con gran prudencia, pues el
aumento de funcionarios en las administraciones públicas tiene la
inevitable consecuencia de aumento de gasto burocrático, y con ello la
obligación de tener que subir los impuestos, lo que lleva a la disminución
de demanda porque hay menos dinero disponible para los ciudadanos, y,
por tanto, estaríamos ante un previsible aumento de desempleo a medio
plazo.
No obstante, en las filosofías políticas presentes, no es aceptable que
una parte de la sociedad viva en la miseria, por ello los estados actuales, a
la hora de gastar el dinero recibido de los ciudadanos por medio de los
impuestos, deben prever partidas de gasto para ayudar a los más débiles.
Pero también han de gestionarlo con mucha prudencia, porque si el
número de necesitados de ayudas va creciendo, el estado se dedicará a
aumentar los gastos para atenderlos —y de camino no perder sus votos—,
y sólo lo puede hacer aumentando los impuestos, o endeudándose, lo que
creará más miseria, cayendo en un círculo económico perverso que no
tiene otro final que la ruina de todos. Los estados deben cuidar que el
peso de las clases pasivas no hunda a las activas, que son las que
mantienen un país en marcha.
Realmente la mejor forma en que los estados pueden ayudar a los más
débiles es colaborando en crear trabajo, y como mejor puede hacer esto es
no dificultando la creación de empresas y alentando a los emprendedores.
Eso lo consigue aportando estabilidad social, reglas de juego sensatas y
consensuadas, y seguridad jurídica.
¿Es negativo el consumismo?
Hay una anécdota muy significativa relacionada de alguna forma con
este tema. Mario Soares (líder del partido socialista de Portugal) acababa
de ganar las elecciones en su país cuando recibió, para felicitarlo, la
llamada de su homólogo sueco Olof Palme (también socialista)
En dicha conversación Soares le dijo a Palme: en dos años habré
terminado con todos los ricos de Portugal. A lo que el sueco respondió: Yo
no quiero terminar con los ricos, me propongo terminar con los pobres.
Efectivamente, Palme tenía razón. Lo malo no es que existan ricos, sino
que existan pobres. Que muchas personas gasten grandes sumas de
dinero en consumos excéntricos no es nada negativo, si se lo pueden
permitir.
¿Para qué necesita alguien un Ferrari, cien pares de zapatos, o un avión
particular? La respuesta inmediata es que no son ninguna necesidad vital
y que por tanto para nada, como no sea el propio placer individual que le
produzca la presunción. Pero estos ricos al comprar esos bienes han
pagado impuestos y han creado empleo, pues han generado demanda por
valor de mucho dinero, que a su vez se convierte en trabajo.
En el extremo opuesto —y socialmente muy bien visto a diferencia del
ejemplo anterior— está ese ciudadano que tiene solo dos vestidos: uno
puesto y el otro lavándose, y presume de no necesitar más. El estoicismo
está muy bien intelectualmente, pero lamentablemente no aporta nada a
la sociedad, y no ayuda a crear trabajo para los demás.
Pero dicho esto hay que aclarar lo siguiente. El consumo es negativo —y
en este caso si cabe emplear el término peyorativo de “consumismo”—
cuando esas compras están financiadas con créditos que no se pueden
devolver, o con plazos de vencimiento superiores a la vida media del bien
financiado. A estos comportamientos sí podríamos aplicarle con justicia la
interpretación peyorativa del término. Pues cuando ello sucede —como
seria, por ejemplo, financiar la compra de un automóvil en 20 años, lo cual
significaría mucho más allá de su vida útil— lo único que hacemos es crear
sobredemanda hoy, y con ello inflación, cambiándola por escasez de
demanda mañana por haber saturado el mercado, y entonces estaremos
preparando una crisis de empleo para el futuro.

¿En economía, es cierta esa percepción de que, si uno tiene mucho, por
ello otro tiene poco?
Esta apreciación, muy generalizada, nace como inercias por el tipo de
economía existente durante toda la historia del hombre, hasta hace
relativamente poco tiempo.
Dicha economía estaba basada, básicamente, en la explotación de la
minería y tierras, con el oro como patrón monetario; todos ellos bienes
escasos. Por tanto, era evidente que si unos poseían mucho los demás
tenían poco.
Pero la revolución industrial primero, y hace menos de un siglo la
desaparición del oro como patrón para emitir moneda, acabaron con el
sistema económico de la Escasez, y emergió el actual que es el de la
Abundancia.
En la economía moderna, como antes comenté, no hay límites a la
creación de riqueza, sólo los que la imaginación y el esfuerzo de las gentes
estén dispuestos a realizar dentro de un sistema ordenado, de acuerdo a
lo previsto en la Fórmula arriba expresada.
La economía actual ha cambiado en profundidad aquellos principios
obsoletos de la escasez, de donde nacía lo de “si uno tiene mucho el otro
tiene poco”, aunque aún múltiples políticos siguen explotando con buenos
rendimientos este argumento panfletario, como arma demagógica y
populista, con el fin de conseguir poder.
En la actualidad el dinero que se pone en circulación en un país está
relacionado con el PIB de dicho país —como expliqué—, por lo que no
tiene más límite que la capacidad de crear riqueza de sus ciudadanos. Así
que mientras más bienes que los mercados deseen comprar sean
producidos, más subirá el PIB, y con ello el dinero circulante y los
ingresos de los ciudadanos.

¿Por qué Venezuela, a pesar de todo el petróleo que posee, esta tan mal
económicamente?
Efectivamente, este hermoso país vive un drama inmenso, donde la
miseria se ha apoderado de la vida diaria de sus ciudadanos.
Voy a realizar un rápido recorrido por su historia reciente para que se
pueda entender dónde está el origen de estos graves problemas.
Durante decenios, en el siglo pasado, Venezuela tuvo un sistema
bipartidista, teóricamente democrático, donde la corrupción fue la nota
más destacada. Lusinchi, Caldera, Pérez y otros arruinaron el país y eso
provocó convulsiones sociales. De estas convulsiones emergió el coronel
Chávez —de formación cuartelera— y ganó las elecciones prometiendo
sanear la situación y acabar con ella.
Pero no lo supo hacer, como tampoco su sucesor Maduro. Estos
gobernaron desde la ignorancia, igual que los anteriores habían
gobernado desde la corrupción. Desde dicha ignorancia nacionalizaron las
empresas de mayor importancia, pero, sencillamente, no tienen ni idea de
cómo gestionarlas con un mínimo de eficacia. Resultando de ello más
miseria aún que en la época de los dirigentes corruptos. Por tanto,
ocasionan mayor sufrimiento para los ciudadanos venezolanos, pues con
frases panfletarias e incendiarios discursos —como hace el gobierno
actual — culpando a todos los demás de sus males no se arregla
absolutamente nada.
Desde el punto de vista económico, hay que precisar que Venezuela
tiene una de las mayores reservas petrolíferas del mundo —y otros
importantes recursos naturales—, los cuales gestionados con honradez y
eficacia deberían ser capaces de hacer salir de la situación en que se
encuentran sus ciudadanos.
Para ello han de encontrar dirigentes competentes que apliquen con
honestidad y rigurosidad la fórmula arriba indicada, comenzando por
restablecer la paz social.
Si eso lo consiguen tendrán un gran futuro.

¿Cómo nos afectaría a los ciudadanos catalanes la separación de


España?
Estando navegando por el Mediterráneo vimos un grupo de delfines
nadando armoniosamente cerca de nuestro barco. Es una visión hermosa.
Nos acompañaba un biólogo marino el cual nos explicó que eran delfines
calderones, y que poseían unas características curiosas. Una de ellas era
que siempre seguían a un líder y que cuando este enfermaba, o perdía la
capacidad de orientación, terminaba nadando hacia las playas donde
varaba e inexorablemente moría. Lo curioso es que los demás le seguían
hasta el final y morían varados en las playas con el líder.
Lo de Cataluña me recuerda a esto. Unos dirigentes políticos la están
llevando a varar, y parte de la ciudadanía los sigue, igual que sus
congéneres al delfín líder desorientado.
Cataluña está estructurada política y económicamente dentro de
España, poseyendo una fuerte clase media con un nivel de vida más que
razonable. A pesar de ello, parte de los líderes políticos la quieren
arrastrar a la creación de un estado propio y una parte de ciudadanos los
sigue.
Si dicha segregación se llevara a cabo estarían creando un país nuevo e
independiente, y de acuerdo con las leyes imperantes, dicho país no
estaría dentro de la Unión Europea y obviamente saldría del euro como
moneda. Tendrían que crear una propia, la cual no poseería ningún valor
fuera de Cataluña. Esto es irrefutable, por más que ignorantes exaltados
ondeando banderas lo quieran negar.
Pero siguiendo con la hipótesis segregacionista es fácil prever que,
cuando se acercara la fecha de dicha secesión, en los bancos allí situados
no quedaría ni un solo euro o dólar, pues casi todo el mundo los retiraría
al adivinar con razón que después, el nuevo gobierno, se los convertirían
por decreto ley en la moneda catalana, la cual, fuera de allí, no valdría
más que el dinero del Monopoly.
Obviamente los ciudadanos recibirían sus sueldos en esa moneda, pero
tendrían que pagar las importaciones de todo tipo de bienes en dólares o
euros que tendrían que comprar a precios prohibitivos, y ello se traduciría
en fuertes alza de los costos de todas las materias importadas, e,
inevitablemente, en el encarecimiento galopante de los bienes normales
de consumo, haciendo caer en picado con ello el poder de compra del
ciudadano del nuevo país.
Esto no son opiniones. No es más que la aplicación precisa de principios
básicos de la economía, combinada con el derecho internacional. Dichas
consecuencias son inevitables, y una vez más echamos de menos la
formación de los ciudadanos en economía pues ello les permitiría advertir
los formidables riesgos que están asumiendo.
Amigo lector ¿este camino emprendido por parte de la ciudadanía
catalana no les recuerda a lo de los delfines calderones?

FIN

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