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Cuento 2: El relojero y el tiempo perdido

En el corazón de la ciudad, había un pequeño taller donde vivía un relojero solitario. Pasaba sus
días meticulosamente ensamblando y reparando relojes antiguos, perdido en el tic-tac constante del
tiempo.
Un día, mientras limpiaba su taller, el relojero descubrió un reloj especial escondido en el fondo de
un baúl polvoriento. Este reloj no se parecía a ningún otro que hubiera visto antes. Sus engranajes
eran de oro puro, y su tic-tac era más suave que un susurro.
Intrigado por su descubrimiento, el relojero comenzó a examinar el reloj con cuidado. Descubrió
que era un artefacto único, capaz de controlar el flujo del tiempo mismo. Pero también descubrió
algo más: el reloj estaba roto.
Decidido a restaurar el reloj a su antigua gloria, el relojero se sumergió en su trabajo con pasión
renovada. Pasaron días y noches mientras luchaba por reparar los delicados mecanismos del reloj,
enfrentándose a desafíos que nunca antes había encontrado.
Finalmente, después de mucho esfuerzo, el relojero logró restaurar el reloj a su antiguo esplendor.
Pero cuando lo puso en marcha, algo extraño sucedió: el tiempo comenzó a retroceder lentamente,
como si estuviera retrocediendo en una película.
Alarmado por lo que había desencadenado, el relojero intentó detener el reloj, pero era demasiado
tarde. El tiempo siguió retrocediendo, llevándolo a través de eventos pasados y recuerdos olvidados.
Desesperado por arreglar su error, el relojero se aferró al reloj con todas sus fuerzas, concentrando
toda su energía en un solo pensamiento: volver al presente. Y de repente, el tiempo se detuvo.
Con un suspiro de alivio, el relojero se dio cuenta de que había aprendido una lección valiosa: el
tiempo es un regalo precioso, y no debe ser jugado con ligereza. Guardó el reloj en un lugar seguro,
prometiendo usar su poder con sabiduría y respeto.

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