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(Salmo 40:1)

Puse en el Señor toda mi esperanza; él se inclinó hacia mí y escuchó mi


clamor.

(Pacientemente esperé a Jehová, Y se inclinó a mí, y oyó mi clamor.) Reina


Valera

Este Salmo en lo personal me recuerda como era, dónde me encontraba y


dónde estoy ahora gracias a su misericordia. Para mí fue bueno que el Señor
haya escuchado mi clamor y me haya liberado de los pozos sin salidas en los
cuales me encontraba prácticamente prisionera (la soledad, el aislamiento, el
miedo, la frustración y el dolor).

Aun dudando creo que nos preguntamos sí ¿Hemos puesto toda nuestra
esperanza en Dios?; muchas veces no es fácil esperar a que el Señor conteste
nuestras peticiones. Hay momentos que decidimos actuar por nuestra propia
voluntad y no esperamos la obra de Dios; y hacer todo por nuestra cuenta no
es la mejor idea.

Cuando esperamos en Dios recibimos lo mejor, como es lo que está dentro de


su voluntad. Al esperar en él, el bienestar llega a nuestra vida porque sus
caminos son más sabios y mejores.

En este Salmo tenemos una imagen muy tierna de Dios; ya que nuestro Señor
se inclinó hacia el salmista David y escuchó su clamor. Así como papá o mamá
se inclina para escuchar bien a su amado niño pequeño. Ellos se acercan
porque les interesa oír y entender lo que le sucede a su hijo, lo que inquieta su
corazón.

De la misma forma, Dios se acerca a nosotros como Padre afectivo. Él no es


un Dios distante, él está cerca de nosotros en todo momento. Dios escucha
nuestras palabras y oye nuestro clamor. Por lo que siempre debemos ¡Hablar
con él!

No olvidemos que podemos confiar en que, él actuará en el momento


apropiado porque nos ama y se interesa por cada uno de nosotros. Nunca
dejemos de esperar en Dios.

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