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Introducción

Según el plan de Dios, Jesus pasaría su tiempo con los doce, los doce llevarían el mensaje,
los que lo oyeran de ellos le hablarían a otros, y a otros, y a otros, y aquí estamos dos mil
años después volviéndolo a contar a esta generación que le dirá a la siguiente generación.
Pero todo comenzó con doce hombres. Ellos son el cimiento con Cristo siendo la principal
piedra del ángulo. Recibieron revelación divina, fueron los que fueron responsables por
escribir la mayor parte del Nuevo Testamento.
Además ellos no solo fueron el cimiento en términos de liderazgo y autoridad, sino que
fueron la fuente de revelación y fueron los que bosquejaron la teología.
Recibieron revelación. Habiéndola recibido, la enseñaron. Habiéndola enseñado la
codificaron, por así decirlo. La bosquejaron en un sistema de verdad y teología.
Entonces, se convirtió en la sustancia que la iglesia enseñó y de la cual aprendió. También
establecieron el patrón de una vida virtuosa, piadosa, santa.

San Andrés
Tuvo el honor y el privilegio de haber sido el primer discípulo de Jesús.
El día del milagro de la multiplicación de los panes, fue San Andrés el que llevó a Jesús el
muchacho que tenía los cinco panes. El santo presenció la mayoría de los milagros que hizo
Jesús y escuchó, uno por uno, sus maravillosos sermones, se dedicó a predicar el evangelio
con gran valentía y obrando milagros y prodigios.

San Mateo
Su oficio era el de recaudador de impuestos, tal cargo le permitía enriquecerse fácilmente,
pero una vez que se encontró con Jesucristo ya dejó para siempre su ambición por el dinero
y se dedicó por completo a buscar la salvación de las almas y el Reino de Dios. Mateo aceptó
sin más la invitación de Jesús, se fue con él, no ya a ganar dinero, sino a almas.
Mateo va siempre al lado de Jesús. Presencia sus milagros, oye sus sabios sermones y le
colabora predicando y catequizando por los pueblos y organizando las multitudes cuando
siguen ansiosas de oír al gran profeta de Nazaret.

San Pablo
Es llamado el «Apóstol de los gentiles», fundador de comunidades cristianas, evangelizador
en varios de los más importantes centros urbanos del Imperio romano tales como
Antioquía, Corinto, Éfeso y Roma, y redactor de algunos de los primeros escritos canónicos
cristianos, o a Pablo no le preocupaba su propia reputación, sino la del evangelio. Él era un
líder que vivía de manera coherente con el evangelio, y su motivación era agradar a Dios y
no a los hombres. De hecho, era consciente de que sería imposible servirle fielmente si
estuviera pensando en complacer también a los hombres. Pablo no buscaba provecho ni
exaltación personal, no era un diplomático o político religioso ansioso de hallar las palabras
que sonasen bien en los oídos de aquellos que podrían ayudarle a escalar las alturas de la
fama en este mundo. Él no acomodó su mensaje al gusto de sus oyentes. Es admirable la
humildad y tenacidad de Pablo, que era capaz de limitar su autoridad en beneficio de los
demás. Aquí hay un verdadero líder cristiano que está dispuesto a no hacer uso de su poder,
y mostrar constantemente su dominio sobre otros, sino que es capaz de controlarse e
incluso de ceder a sus derechos legítimos por el bien de otros.

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