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Cordillera de Atacama: movilidad, frontera y articulaciones collas-atacameñas

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Raul Jose Molina Otarola


CENTRO DE ESTUDIOS INTERCULTURALES E INDIGENAS CIIR Pontificia Universidad Católica de Chile
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Cordillera de Atacama: movilidad,
frontera y articulaciones
collas-atacameñas

Raúl Molina Otarola1

La cordillera de Los Andes ha sido considerada habitualmente como


una gran barrera natural, un espacio desconocido que separa, impide o
dificulta el poblamiento. Para superar esta visión es necesario abordarla
como espacio de continuidad territorial y articulación transcordillerana,
como pasadizo de interconexión, como lugar de asentamiento, producción
y complementariedad ecológica de los pueblos que la habitan y transitan,
para así adentrarse en la comprensión de las relaciones geográficas, econó-
micas y sociales que allí ocurren. Esta perspectiva cuestiona el pensamiento
fragmentario, separado por fronteras nacionales, que formula preguntas
enclaustradas en espacios internos, pero que omite o desconoce las re-
laciones transfronterizas, especialmente de los pueblos indígenas. Es lo
que ocurre en la cordillera de Atacama, donde muchas de estas relaciones
adquieren un carácter ancestral y consuetudinario.
La complementariedad y continuidad de los territorios que conforman
la cordillera de Atacama fueron insinuadas por el geógrafo Bowman (1942
[1924]), quien, a diferencia de las visiones institucionales y del pensamiento
común de la gente que vive fuera de estas regiones, escribía: «las montañas
en algunos casos tienden a juntar a las gentes». Justamente este escrito
se detiene a describir la existencia de articulaciones transcordilleranas
entre le puna y el desierto de Atacama. Para ello se efectúa una revisión

1
Observatorio Ciudadano (Chile). E-mail: raul.otarola@gmail.com

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Raúl Molina Otarola

sumaria de estas relaciones desde periodos prehispánicos, deteniéndose


en las prácticas de movilidad transcordillerana de collas y atacameños.
Esta aproximación pone énfasis en la esfera de la circulación, tanto
social como económica, para analizar la movilidad, la complementariedad
y los vínculos que se construyen a distancia sobre la geografía de la cordi-
llera de Atacama. Esta visión favorece el relevamiento de las articulaciones
ocurridas a través del tiempo, y que han dado impulso al desarrollo del
pensamiento acerca de sociedades andinas en estrecha relación con su
medioambiente2. El análisis destaca las relaciones históricas y consuetu-
dinarias transcordilleranas y avanza en el examen de la imposición de la
frontera política y los efectos sobre los vínculos sociales y económicos de
comunidades indígenas collas y atacameñas asentadas a ambos costados
de la cordillera de Atacama.

Descripción de un espacio geográfico «inhabitable»


La cordillera de Atacama (sensu Bertrand, 1985) es parte de la
cordillera de Los Andes que, entre San Pedro de Atacama y la latitud de
Copiapó, alcanza una extensión superior a los 550 km. Este es un espacio
desconocido, silencioso, que ha estado mayormente alejado de los estudios
de las ciencias sociales e incluso del control permanente de los Estados
nacionales, especialmente de Chile y Argentina. A sus características fí-
sicas se le han sumado percepciones que la caracterizan como un lugar
inhabitable. En el siglo XIX, el desconocimiento y la percepción negativa
de la cordillera de Atacama eran advertidos por el geógrafo boliviano José
María Dalence (1851), quien escribía acerca de «(...) las ideas incompletas
y poco favorables que se tiene de Atacama» (Bertrand 1885: 148). Los
informes de los naturalistas ayudaron al conocimiento geográfico de la
puna (Philippi, 1860; San Román, 1896; Von Tschudi, 1966), describien-
do los recursos mineros, la presencia de pastos, leñas y aguas (Darapsky,
2003 [1900]; Sundt, 1909; Brackebusch, 1883) y mejoraron la cartografía
(Bertrand, 1885; Pissis, 1875). En las primeras décadas del siglo XX los
estudios de Isahias Bowman (1924), Luciano Catalano (1930) y Carl

2
Los estudios de movilidad y complementariedad han dado origen a modelos de
intercambio y complementación ecológica en Los Andes (Murra, 1972; Shimada,
1982; Nuñez y Dillehay, 1992). Estos han incorporaron a las ciencias sociales
la perspectiva de complementariedad ecológica y de los vínculos económicos,
sociales y culturales (Hidalgo, 1984a, 1984b; García et al., 2002; García y Valeri,
2007; Göbel, 1998; Martínez, 1998) transcordilleranos, entre la puna y el salar
de Atacama.

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Cordillera de Atacama: movilidad, frontera y articulaciones...

Tröll (1980 [1931]) sirvieron para caracterizar las zonas altiplánicas, pero
no cambiaron la percepción de la puna y la cordillera de Atacama. En
1899 se decía: «(...) todo es triste y raquítico en las punas de los Andes»
(Holmberg, 1900: 76-77). Un naturalista sueco agregaba: «La impresión
que produce la Puna en el viajero es tan extraña que no se la creería real.
Uno se siente alejado de la tierra; casi parece que se atraviesa (…) un país
lunar. La desnudez de esta naturaleza es horrorosa: se transforma todo
en sombrío, taciturno» (Boman, 1908: 414). En 1930, el diagnóstico no
era mejor: «(...) la región puneña constituye un desierto alto, frío y seco»
(Catalano, 1930: 62). En 1970 continuaba este tipo de descripción «(...)
donde se marcaban los extremos de la naturaleza y se descalificaba a su
población, debido a su condición indígena» (Benedetti, 2005a: 329).
El discurso ambiental extremo escondió el poblamiento indígena
de la puna y la cordillera de Atacama (Molina, 2010), que ha estado
pivoteado por comunidades atacameñas, collas o collas-atacameñas.
Para estas comunidades la cordillera es un espacio formado por la suma
de la puna y los cerros, que posee los recursos ambientales —campos de
pastoreo y vegas— necesarios para las actividades ganaderas y la arriería.
La distribución geográfica de estos recursos han servido a la producción, al
pastoreo, la arriería y al asentamiento, y han formado parte de su sistema
simbólico y ritual (Figura N° 1).

Figura N° 1. Dos zonas de pastoreo y crianza de animales en la cordillera


de Atacama. Derecha: llamas pastando en el río Punilla, Antofagasta de
la Sierra, Argentina. Izquierda: majada colla sobre tambería prehispánica
y vega Barros Negros al interior de Potrerillos, Chile

Fuente: Archivo fotográfico del autor.

Etnogeográficamente se entiende por «cordillera» a los relieves


sobresalientes y a las zonas donde las manifestaciones climáticas son más

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Raúl Molina Otarola

extremas. Un viejo colla de Potrerillos señala que la cordillera comienza


a partir del Salar de Pedernales, allí «se nota... cualquier mal tiempo que
hay, ahí se ve la nieve» (Esteban Ramos, noviembre de 1997). El cerro
puede ser un volcán o una protuberancia de una serranía, que se asocia
a las labores de pastoreo, caza y recolección y a los rituales de «pago
a la tierra». En la cordillera y los cerros existen formaciones vegetales
de pajonales, vegas y matorral–herbáceo, que se desarrollan hasta los
4.500 msnm, zona conocida tno-botánicamente con el nombre de puna
(Haber, 2006; Quezada, 2007: 61). Por sobre la «puna» o pajonal esta
el «panizo» (Aldunate et al., 1981) o janca, la zona sin pastos. Por tanto,
la cordillera de Atacama puede entenderse como un espacio que presenta
recursos y ambientes que posibilitan el poblamiento, el pastoreo, el
tránsito y la arriería. Las vegas y campos de pastoreo actúan como nodos
de articulación del tránsito caravanero y trashumante, posibilitando las
relaciones transcordilleranas3.

Tránsito y articulaciones cordilleranas


La cordillera de Atacama ha sido soporte territorial para el tránsito
intra y extracordillerano, que se verifican desde periodos prehispánicos.
Estos vinculan al actual noroeste argentino, el desierto de Atacama y el
litoral del Pacífico en Chile, y a las localidades del Salar de Atacama, El
Loa, El Salvador y el valle de Copiapó con la Quebrada de Humahuaca,
Valle Calchaquí, Valle de San María, Belén, Fiambalá o Antofagasta de
la Sierra. El estudio de las relaciones prehispánicas ha utilizado catego-
rías y conceptos que ponen atención en la movilidad, la interacción y
los intercambios, análisis que sitúa las relaciones sociales en la esfera de
la circulación económica, social y cultural (Molina, 2010). Por ejemplo,
entre San Pedro de Atacama y la Quebrada de Humahuaca, los pueblos
indígenas usaron la cordillera y la puna «(…) desde épocas tempranas…
a través de las sucesivas etapas de desarrollo como lo atestiguan los
contactos posteriores relacionados con Tilcara, Yavi en la puna oriental
y luego con el estilo (cerámico) Inca Paya» (Tarrago, 1997: 62). Núñez
3
José María Dalence (1975 [1851]) nombra los siguientes potreros o vegas: Cara-
chapampa, Peñón, Peñas Chicas, Joste, Colorados, Quebrada de Las Postas, Cor-
taderas, Oire, Quebrada del Diablo, Quínuas, Breas, Potrero Grande, Botijuelas,
Mojones, Calaste, Antofalla, Cavi, Caajehas, Cori, Samenta, Pular, Arízar, Incahuasi,
Socompa, Tilopozo, Quebrada Honda, Zorras, Río Frío, Baquillas, Pastos Grandes,
Rincón Olacaca, Chaurchare, Pastos Chicos, Toro y Ama, que sirven de primera
escala a los argentinos para invernar sus tropas de mulas i conducirlas al interior
de la República (Bolivia), al Perú i aun a Copiapó» (Bertrand, 1885: 148).

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Cordillera de Atacama: movilidad, frontera y articulaciones...

(1994) plantea que los pueblos prehispánicos de Atacama y del noroeste


argentino, desde el periodo pre-Tiwanaku, cruzaron Los Andes con sus
identidades e idiosincrasias, respondiendo con distintos modos de inte-
racción, de acuerdo a los signos sociopolíticos de cada época. En la zona
meridional de la cordillera de Atacama, los ejes del vínculo prehispánico
se conformaban entre Fiambalá, Antofagasta de la Sierra, cordillera de
Chañaral y Copiapó. Iribarren (1972) propone la existencia de relaciones
transcordilleras desde el periodo de la cultura Las Ánimas hasta el Inca
(entre el 700 y el 1536 d.C.). Por su parte, Ratto et al. (2002), estudiando
el valle cordillerano de Chaschuil en Argentina, frente al salar de Mari-
cunga y Copiapó, concluyen que «(…) la región de Chaschuil se presenta
como un corredor de circulación de energía, bienes e información desde
tiempos de las sociedades agroalfareras hasta los momentos de ocupación
incaica, constituyéndose en una de las múltiples vías o rutas de circulación
que integraron los territorios del este con el oeste, de uno y otro lado de
la cordillera andina» (Ratto et al., 2002: 66).
La cordillera de Atacama también ha sido valorada como espacio de
sedentarización y ocupación permanente. Quesada (2007: 67) señala que
la concepción de la Puna como «un ambiente homogéneo, terriblemente
agresivo para el hombre y más aún para los cultivos (…) [ha impedido
pensarla como lugar de asentamiento permanente] a pesar de las críticas
hechas por Krapovickas, y los abundantes datos acerca de la impresio-
nante infraestructura agrícola de la Puna de Jujuy presentados por Albeck
(1993)». Por otra parte, Haber (2006) postula a la Puna no solo como
espacio de tránsito y caza eventual, sino como lugar de poblamiento y agri-
cultura. Lo hace a partir de los sitios encontrados en el salar de Antofalla,
frente a Taltal y Copiapó. En las cercanías de estos sitios aún se mantiene
el poblamiento indígena en las localidades de Las Quínoas, Antofalla
y Antofallita. Los estudios arqueológicos han sido fundamentales para
pensar a la cordillera de Atacama y la Puna como zonas de articulación,
de rutas, pero también de ocupación permanente.
Durante el periodo colonial se oscurece el conocimiento geográfico
y el uso económico de la cordillera de Atacama, puesto que, a mediados
del siglo XVII, el tráfico oficial de comercio de Chile a Perú y Alto Perú se
suspende por el desierto de Atacama y su cordillera, siendo remplazado por
la ruta marítima (Sayago, 1997 [1874]). Según Claudio Gay, los caminos
del desierto fueron abandonados hasta el siglo XIX «(…) y no se ha vuelto
a servir de ellos, a lo menos el de las cordilleras, sino en últimos tiempos,
gracias a la actividad comercial que la riqueza de las minas ha fomentado

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Raúl Molina Otarola

en esta provincia» (Gay, 1973 [1865]: 292). Esta percepción realizada des-
de el centro de Chile no da cuenta de lo que efectivamente está ocurriendo
en estos espacios durante los siglos coloniales, puesto que algunos pasos
cordilleranos sirvieron a la ruta del aguardiente y el charqui, que partía
del Norte Chico hasta Potosí, y cómo algunas zonas cordilleranas eran
objeto del constante cateo de minerales (Sayago, 1997) o se concurría a
ellos para la caza de vicuñas (Amat y Junient, 1930). Desde Copiapó salía
el camino llamado de «la Cordillera», que comunicó durante el periodo
colonial con los valles de Fiambalá y Calchaquí y Tucumán (Figura N°
2). En la zona del salar de Atacama la complementariedad ecológica,
social y económica con la puna y los valles circumpuneños (Humahuaca
y Calchaquí) es evidente a través del pastoreo, la caza de camélidos y la
explotación de minerales en Incahuasi, en el salar de Hombre Muerto
(Castro, 2001; Hidalgo, 1984a, 1984b; Martínez, 1998).

Figura N° 2. Vega y tambo Leoncito en el camino de arriería de Copiapó


a Antofagasta de la Sierra. Se aprecia el piso puneño del pajonal y la
tambería prehispánica usada por los arrieros

Fuente: Archivo fotográfico del autor.

A mediados del siglo XIX se produce una expansión de la minería en


el desierto de Atacama (Pérez Rosales, 1986): pequeñas minas de cobre se
comienzan a explotar y se descubren los minerales de plata de Tres Puntas,
Cachinal de la Sierra y Caracoles, los que exigen el abastecimiento de ali-
mentos y energía. La cordillera se transforma en el principal pasadizo de

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Cordillera de Atacama: movilidad, frontera y articulaciones...

las recuas de mulas y de los arreos de vacunos con destino a estos centros
mineros. Un cronista anota: «literalmente todos los artículos de consumo,
deben introducirse en Copiapó, pues sus únicas producciones consisten
en metales de plomo, cobre, plata y plomo» (Tornero, 1872: 227)4. Este
abastecimiento y uso de la cordillera de Atacama se incrementa con la
explotación salitrera en la segunda mitad del siglo XIX, cuando pasan
por las abras o portezuelos de la puna grandes remesas de ganado pro-
veniente de las haciendas del noroeste argentino con destino a las minas
del desierto de Atacama y las oficinas salitreras de Taltal, Antofagasta y
Tarapacá. A principios del siglo XX, solo en los cantones de Aguas Blan-
cas y Taltal existían cuarenta y dos oficinas salitreras (Bermúdez, 1963;
Hernández, 1930).
Algunos autores circunscriben el uso de la cordillera como ruta de
abastecimiento ganadero al denominado «ciclo salitrero», entre los años
1880 y 1930 (Conti, 2003 y 2006); otros autores señalan mediados de la
década del cuarenta (Benedetti, 2005b) o la década del cincuenta (Del Valle
y Parrón, 2006). Pareciera que después de la década de 1950 se extingue
este tipo de arriería hacendal y se deja de usar la cordillera de Atacama
(Molina, 2011). Las rutas de tráfico ganadero son de dos tipos: las oficiales,
que atraviesan pasos fronterizos habilitados y pasan por las aduanas; y
las rutas del ganado de contrabando, para la cual la cordillera cuenta con
numerosos pasos y caminos. Entre las rutas oficiales de circulación de la
ganadería hacendal, se nombra la Quebrada del Toro, en la provincia de
Salta, por la que se movilizó el 90% del ganado con destino a Chile, y la
del valle Calchaquí (Conti, 2003)5. En el caso de la Quebrada del Toro
en Salta, se iniciaba en Rosario de Lerma, donde se formaban las cara-
vanas. La ruta del valle de Calchaquí partía de las localidades de Cachi y
Luracatao. Ambas rutas se unían en Santa Rosa de Pastos Grandes y en
San Antonio de los Cobres, ingresando a Chile por el paso Huaytiquina,
para luego bajar a Talabre, Camar y Toconao. Se reunía el ganado en
San Pedro de Atacama, para descanso y pastaje, y luego continuaba su
4
Tornero (1872) señala la existencia de 1.025 minas en el departamento de Copiapó:
trescientas de plata, veinticinco de oro y setecientas de cobre, la mayoría de ellas
compuestas por uno a treinta pirquineros y, las más grandes, con doscientos o
trescientos trabajadores. Por su parte, Darapsky (2003 [1900]) señala que Taltal,
aparte de la riqueza salitrera, en esos años poseía numerosas minas y estableci-
mientos de fundición de plata y plomo.
5
Según el informe Consular de 1912, en 1910 entraron a Chile 31.000 bovinos, los
cuales se comercializaron de la siguiente manera: 13.440 fueron a Antofagasta;
3.000 a Boquete, Calama y Oficina Cecilia; 3.240 a Tarapacá; 8.520 a Tocopilla,
Collahuasi y Chuquicamata; y 2.760 fueron a Taltal (Conti, 2003).

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Raúl Molina Otarola

camino hacia el desierto en busca de las salitreras y ciudades (Denis, 1987


[1920]: 96). Además, la cordillera ofrecía pasos alternativos como Losló,
Puntas Negras, Incahuasi y Socompa (Conti, 2003), que servían de ruta al
contrabando de ganadoque se juntaba en el poblado de Guachipas. Esto,
posiblemente, da origen al termino local «guachipeado», que significaba
robado. Efectivamente, «al lado de las rutas oficiales, existieron durante
mucho tiempo rutas clandestinas por quebradas menos accesibles, por
donde pasaba, al abrigo de todo registro, el ganado robado. Guachitas,
era el lugar de cita para el ganado de origen sospechoso, que para evitar
ser visto en Salta y Jujuy, se internaba por la Quebrada del Toro o por la
de Escoipe. Cuando Brackenbush (1883) visitó Guachipas en 1880, sus
habitantes todavía no habían perdido su reputación de contrabandistas»
(Denis, 1987 [1920]: 94-95).
En Copiapó, las referencias al tráfico ganadero indican la importancia
como ruta con pastos y aguas de esta parte de la cordillera atacameña.
A mediados del siglo XIX las exportaciones de Catamarca a Chile
corresponden a «ganado que tiene su venta segura en Copiapó» (Von
Tschudi, 1966 [1860]: 345). El tráfico transcordillerano de ganado en
1864 alcanza a «10.000 bueyes, para el consumo de Copiapó y Caldera»
(Gay, 1973 [1865]: 294), que tenían como eje principal de abastecimiento
a la provincia de Catamarca y la zona de Copiapó (Meister et al., 1963).
El contrabando de ganado, por los pasos cordilleranos de Pircas Negras,
Come Caballos y Cachitos, también era considerable, lo que obligó a
mantener un destacamento en la llamada Vega La Guardia, en el río
Jorquera. Domeyko (1978) escribe que, a mediados del siglo XIX,
encuentra en el río Cachitos a dos agentes de aduanas acampando en unas
tamberías prehispánicas, aguardando sorprender a los contrabandistas de
ganado provenientes de Argentina. Entre la zona de Copiapó y el salar
de Atacama, la cordillera contaba con dos importantes pasos de ganado
no habilitados, los que funcionaron hasta mediados del siglo XX. Se
trata de León Muerto y Aguas Calientes, ambos sobre los 4.000 msnm
que conectaban al desierto y la Puna, distribuyendo sus caminos hacia
Paipote, Potrerillos y Doña Inés, la zona de Taltal y el salar de Atacama,
y usados para acceder a centros mineros, salitreros y poblados urbanos.
Por la cordillera de Atacama no solo se introdujo ganado vacuno,
como se reitera frecuentemente, señalándose que el ganado mular y asnal
se llevo a Bolivia (Conti, 2003; Conti y Sica, 2007; Meister et al., 1963).
Las estadísticas indican que, entre 1910 y 1914, por la cordillera se ingresó
a Chile mulares casi en igual número que los llevados a Bolivia, aunque

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Cordillera de Atacama: movilidad, frontera y articulaciones...

estos representaban entre el 5% y 10% de las remesas de los vacunos. En


ese lapso se exportaron a Chile, en promedio, 3.320 mulares cada año
(Denis, 1987 [1920]: 93).
El uso de la cordillera de Atacama como lugar de tránsito ganadero
hacendal con destinos a los centros mineros estuvo sujeto a los cambios
políticos, a los tratados de comercio, a la variación en los impuestos, a la
demanda de carne, y al auge o decadencia de la actividad minera y salitrera
en el desierto de Atacama6. Pero fue la crisis económica internacional de
1930 la que afectó decididamente la demanda de carne en pie, ya que
provocó el cierre de numerosas oficinas salitreras e importantes minerales
de plata, como Caracoles (Bravo, 2000), Cachinal de la Sierra y Tres
Puntas. El declive minero y salitrero provoca la lenta disminución del
tráfico ganadero hacendal por la cordillera (Conti, 2003 y 2006), hasta
que se extingue este tipo de arriería capitalista que conectaba las haciendas
y empresas ganaderas del noroeste argentino con la minería del desierto.
Ya en 1950, como señala Del Valle y Parrón (2006), el tráfico ganadero
hacendal se extingue irremediablemente y con ello las rutas de arriería de
vacunos y mulares. Sin embargo, pervivió otro tipo de uso ancestral de la
cordillera, el realizado por las comunidades indígenas, collas y atacameñas
(Molina, 2011).

Arriería, trashumancia y asentamientos collas-ataca-


meños
La cordillera de Atacama ha estado ancestralmente ocupada por
numerosos asentamientos indígenas de carácter permanente o eventual,
localizados en la puna y en zonas contiguas o inmediatas a la cordillera.
Algunos han sido abandonados definitivamente y otros reocupados, en un
dinámico proceso de recambio y movilidad socioproductiva cordillerana.
En la puna de Atacama se han localizado centros poblados como
Susques, Incahuasi y Antofagasta de la Sierra. Pero además han existido
pequeños poblados y estancias ganaderas, como Catua, Antofalla,

6
En 1902 los vecinos de Santa María de Catamarca señalan que: «Los negocios de
hacienda a Bolivia y Chile, que eran una fuente de riqueza, actualmente no dan
resultados, pues el cambio de mando en Chile y Bolivia y el fuerte impuesto que
tiene el ganado en Chile absorben por completo las pocas utilidades» (Meister
et al., 1963: 32). El Tratado de Libre Comercio de 1905 incrementó los flujos de
ganado, pues rebajó los impuestos de importación y exportación entre Chile y
Argentina (Lacoste, 2004). Luego, «la ruptura de las relaciones comerciales con
Chile, sin embargo, no acarreó una transformación notable de la actividad gana-
dera» (Denis, 1987 [1920]: 99).

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Raúl Molina Otarola

Antofallita y Las Quínoas. En la vertiente occidental varios poblados


se articulan y hacen uso de la cordillera, como los ayllus de San Pedro,
Toconao, Socaire y Peine, que han sostenido vínculos sociales y económicos
con los asentamientos de la puna desde épocas prehispánicas y coloniales.
Otros pueblos, como Camar y Talabre, se han formado recientemente
por la movilidad cordillerana (Rivera, 1994). En la parte sur, el uso de la
cordillera estuvo a cargo de los pueblos de indios del valle de Copiapó, en
especial el de San Fernando de Copiapó, y en la actualidad algunas familias
de descendientes de este antiguo pueblo de indios forman parte de las
comunidades collas, integradas preferentemente por familias provenientes
de la puna y los valles circumpuneños del noroeste argentino, las que se
asentaron a fines del siglo XIX en la cordillera de Copiapó. Estas formaron
los poblados-estancias de Pedernales y Doña Inés. Actualmente conservan
asentamientos en Potrerillos, quebrada de Paipote y río Jorquera (Figura
N° 3a y N° 3b).

Figura N° 3a y N° 3b. (1997) Dos arrieros. Derecha: arriero hacendado


(pintura El arriero, Museo de Salta). Izquierda: un arriero colla de la
Quebrada de Paipote
a) b)

Fuente: a) pintura El arriero, Museo de Salta; b) archivo fotográfico del autor, 1997.

La población de estos asentamientos se autoidentifica étnicamente


como colla o atacameña o colla-atacameña, aunque, en estas últimas
décadas, los etnónimos se han homogeneizado territorialmente como
«atacameños», en el salar de Atacama, considerando que coexiste lo colla

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Cordillera de Atacama: movilidad, frontera y articulaciones...

y lo atacameño en un mismo ese espacio (Rivera, 1994). En el desierto de


Copiapó y su cordillera se extendió el etnónimo colla (Cervellino y Zepeda,
1994) por sobre otras identidades étnicas dispersas. En cambio, en la puna
de Atacama y el valle de Fiambalá, el proceso ocurrido en los últimos años
es más versátil. En algunos poblados se consideran collas (coyas, kollas o
qolla); en otros, «atacameños»; y en otros «collas-atacameños» (Molina,
2010). Sin embargo, esta población autoadscrita a uno o más etnónimos se
encuentra en su mayor parte unida estrechamente por lazos de parentesco,
amistad y compadrazgos, muchos de ellos de carácter transcordillerano.
A lo largo de la cordillera de Atacama, las formas tradicionales del
uso y aprovechamiento colla-atacameño han estado basadas en la tras-
humancia ganadera, la caza de vicuñas, la recolección de leña, la confec-
ción de carbón, la pequeña minería y la agricultura en lugares propicios
para los cultivos. En el ámbito de la circulación de los productos, estas
comunidades desarrollaron la arriería y el intercambio transcordillerano
de productos complementarios (Molina, 2011), sustentadas en una red
de lazos de parentesco, amistad y compadrazgos que se tejió entre los
diversos poblados, a uno y otro lado de la cordillera.
Estas articulaciones indígenas son históricas, pues en el siglo XVII a
los atacameños de la cuenca del salar de Atacama era posible encontrar-
los «ocupando de preferencia los oasis de altura, las quebradas y algunos
sitios de la puna» (Martínez, 1998: 69). En el siglo XVIII ocurría «(…)
el desplazamiento de los atacamas hacia lugares como Fiambalá, Laguna
Blanca, Concho, Aconquija, Tacuil, San Antonio de los Cobres y otros,
todos puneños y más hacia el sur» (Martínez, 1998: 135). Los ayllús del
salar de Atacama estaban disminuidos de población pues un 60% de sus
habitantes se encontraba en poblados transcordilleranos y solo un por-
centaje reducido se dedicaba a la actividad caravanera, con viajes de ida
y vuelta. Producto de esta migración, el valle de San Juan en Tucumán,
en el siglo XVII, «(…) llegó a llamarse «río San Juan de los Atacamas»
(Castro, 2001: 47).
La movilidad atacameña en el siglo XVIII incluye los valles de cir-
cumpuna de Catamarca, al poblado puneño Antofagasta de la Sierra y a
Incaguasi, junto al salar de Hombre Muerto (García et al., 2004). A inicios
del siglo XIX, entre 1814 y 1817, en este mineral «la población indígena
presenta una relativa heterogeneidad en cuanto a su adscripción, corres-
pondiendo a Atacama la Alta, Antofagasta de la Sierra, Lípez y solo dos
de los contrayentes son considerados como «de» incahuasi» (Sanhueza,
2008: 217, Nota 9). Para el valle circumpuneño de Santa María, Cata-

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Raúl Molina Otarola

marca, se dice que los «inmigrantes altoperuanos, peruanos o atacameños


constituyen una parte importante de la población santamariana en el siglo
XVIII» (Rodríguez, 2004: 11). A los atacameños que habitan la puna, en el
siglo XIX, comienza a denominárseles también con el nombre de collas, en
especial en la zona de la puna. El vocablo colla emerge a fines del siglo XIX
para nombrar a los indígenas de la puna, los que se dedicaban a la caza
de vicuñas, al pastoreo trashumante, a la arriería y el comercio. Bertrand
(1885) nombra como atacameños y coyas a las personas que encuentra en
Antofagasta de la Sierra. Holmerg (1900) denomina colla a la población
puneña y constata que coexiste con las denominaciones atacameñas. Por
su parte, Boman (1991 [1908] y Bowman (1924[1942]) nombran a los
habitantes de la puna como atacameños, los mismos que serán más tarde
nombrados collas. Lo relevante es que estas denominaciones no podrán
borrar los lazos históricos y de parentesco que forman un tejido social o
red territorial transcordillerana.
Esta población colla y atacameña del desierto y la puna practicará una
movilidad cordillerana durante todo el siglo XX. En el poblado Laguna
Blanca, puna de Catamarca, «El intercambio comercial, especialmente
con Chile, continuó hasta avanzado este siglo, teniéndose referencias de
la continuidad del mismo hasta 1955» (Jiménez y Passina, 1997: 36). Por
su parte, Núñez (2006 y 2007: 4), en base a testimonios de habitantes
de Peine, sur del salar de Atacama, sostiene que «los relatos coinciden
en determinar la década del sesenta como fecha en que se realizaron los
últimos viajes —por esta vía (Camino de Tilomonte) a Antofagasta de La
Sierra». De la misma opinión es Benedetti (2002), quien comenta: «los
circuitos comerciales de caravaneo, los cuales siguieron realizándose casi
sin modificaciones en cuanto a los lugares de destino, hasta fines de la
década de 1970». Cipoletti (1984: 513) plantea una visión que generaliza
la idea que «(…) en zonas puneñas se sigue realizando el trueque en pe-
queña escala, estas actividades pertenecen en medida creciente al pasado.
Ya no se organizan grandes caravanas de llamas con las que se descendía a
oasis y valles para acceder a lo preciado: el maíz, el dulce fruto del Chañar,
que luego eran traídos de regreso a las alturas». Para Rabey et al. (1986:
140-141), la existencia de relaciones transcordillernas aún mantiene vi-
gencia en la década del ochenta: «(…) Con respecto a los valles altos de la
vertiente del Pacífico, los viajes de intercambio se polarizan en una única
área; las cuencas del salar de Atacama y del río Loa. Troperos de llamas
y burros de la puna argentina y del sur boliviano realizan importantes
viajes de trueque que, como señalamos arriba, se han intensificado en

200
Cordillera de Atacama: movilidad, frontera y articulaciones...

la Argentina durante 1984, luego de un temporal retroceso. Además, es


habitual que «arrieros» chilenos penetren pocos kilómetros en territorio
argentino, hasta las localidades más fronterizas de la puna —El Toro,
Susques—». Estos intercambios los hace contemporáneos Göbel (1998,
2009), quien estudia y describe viajes transfronterizos entre Susques en la
Puna y Toconao en el salar de Atacama, registrados hasta fines del siglo
XX, periodo de 1990-1996.
En el área del salar de Atacama, Castro y Martínez (1996: 105) hacen
una observación general, cuando señalan que en Toconao se advierte «(…)
un aumento de los vínculos hacia la zona de Jujuy y hacia lo que hoy es el
noroeste argentino». Morales (1997) refiere un circuito de articulación e
intercambio entre la localidad de Talabre, ubicada en el salar de Atacama
y el pequeño poblado de Catua, en la Puna de Salta, Argentina, que se
basaba en el comercio de camélidos. En la década de 1950 se constataba,
para el poblado atacameño de Socaire, «Un comercio de intercambio re-
ducido [que] se ejerce con los productos de esas economías, con los oasis
más bajos (Peine, Toconao) y con algunos pueblos de la Argentina (Tolar
Grande)» (Munizaga, 1958: 45). A su vez, Folla (1989) plantea que los
socaireños mantenían, en la década del ochenta, migraciones temporales
a Argentina para enrolarse en trabajos mineros, utilizando camino desco-
nocidos para acceder al poblado. Otro autor, a principios del siglo XXI,
dice para Socaire que el pastoreo y la agricultura fueron actividades «(…)
que promovieron desde tiempos ancestrales la construcción de redes de
circulación tanto de productos como de personas que abarcaron incluso
el actual territorio argentino» (Imilan, 2002: 112). En Peine, Monstny et
al. (1954: 70) registra, en 1948 y 1949, que los habitantes

«(…) efectúan frecuentes viajes hacia la frontera chileno-argentina (Arí-


zaro) y a veces se internan todavía más en la vecina República». Como
señalé anteriormente, según Núñez (2006, 2007) los viajes a Antofagasta
de la Sierra se mantuvieron vigentes hasta la década de 1960. Uno de
estos caminos pasa por el costado norte del volcán Socompa, donde
«se encuentra uno de los pasos más utilizados por los actuales arrieros
atacameños para acceder a la puna y a los territorios de las quebradas
cálidas orientales» (Martínez, 1998: 70).

En la parte sur de la cordillera de Atacama, en el área de Chañaral y


Copiapó, se verifican los mismo contactos transcordilleranos a lo largo
del siglo XX. Cobs (2000) describe los viajes realizados desde el poblado

201
Raúl Molina Otarola

colla de Doña Inés a Fiambalá en los años de 1940 a 1960, específicamente


a los desplazamientos collas hasta Antofagasta de la Sierra para la caza
de vicuñas. Ponce (1998) comenta viajes transfronterizos efectuados por
collas de la zona de Potrerillos en periodos anteriores a 1970 y Molina
(2009) analiza algunos viajes de intercambio con la puna de Atacama y
el valle de Fiambalá para mediados del siglo XX (Figura N° 4).

Figura N° 4. Asentamiento collas y atacameños en la puna de Atacama.


Poblado Las Quinoas en el salar de Antofalla y estancia ganadera cerca
de Suques

Fuente: Archivo fotográfico del autor.

Lo antecedentes señalados evidencian las articulaciones y relaciones


transcordilleranas, pero los viajes collas-atacameños no están dentro
del control de los Estados nacionales, por lo que no existen estadísticas
que dimensionen estas formas de intercambio, articulación económica y
relaciones sociales. Como plantean Guerrero y Platt (2000: 96), «gran
parte de la realidad social-comunitaria (indígena) se desenvuelve fuera del
alcance de la percepción administrativa, y por tanto, fuera de este tipo de
documentación». Es decir, fuera del alcance del control burocrático de los
Estados nacionales en las fronteras, para el control del contrabando, el
ingreso de personas y animales y la instauración de las barreras sanitarias.
Estas barreras hacen imposible un desplazamiento cordillerano para collas
y atacameños, por lo que esta movilidad se ha realizado históricamente
con discreción y fuera de la mirada de las autoridades administrativas y
las policías.

202
Cordillera de Atacama: movilidad, frontera y articulaciones...

Imposición de la frontera
Las fronteras nacionales en Atacama nacen con el establecimiento de
las repúblicas, pero se redefinen durante el siglo XIX. Desconfigurado el
viejo espacio colonial, nuevos límites y fronteras se dibujan en la región
atacameña, distribuyendo el territorio entre Argentina, Bolivia y Chile. En
1825, gran parte de la cordillera de Atacama queda bajo la jurisdicción
de Bolivia, incluyendo la recién creada provincia de Atacama, que incluía
el antiguo partido colonial con «San Pedro, los pueblos de Toconao,
Soncor, Socaire, Peyne, Suzquis, Ingahuasi» (Cañete y Domínguez, 1974
[1791]: 244) e incorpora a Antofagasta de la Sierra, que hasta 1821 fue
provincia autónoma de la gobernación del Tucumán (García et al., 2004:
30). A mediados del siglo XIX «Antofagasta, [es] un pequeño poblado
boliviano, en cuyas proximidades se juntan las fronteras de Chile, Buenos
Aires y Bolivia» (Domeyko, 1978: 444). Los límites de Bolivia incluyen el
mar Pacífico, el desierto de Atacama, parte de la cordillera y el borde de
toda la puna de Atacama y Jujuy7.
Las actuales fronteras en Atacama se configuran al término del con-
flicto bélico de 1879 entre Chile y Bolivia y de los tratados diplomáticos
de Argentina y Bolivia respecto de la Puna (Darapsky, 2003 [1900]; Cluny
2003). Un nuevo trazado fronterizo fractura un espacio territorial que
durante casi todo el siglo XIX había permanecido vinculado de modo
político, geográfico, económico y social. El Tratado de 1889 dejó las
tierras del desierto de Atacama para Chile. En el mismo año Argentina
permuta a Bolivia la puna de Atacama por la región de Tarija. Chile y
Argentina definieron las fronteras y límites ocupando la cordillera como
columna vertebral del fraccionamiento geográfico y el Tratado de Límites
de 1881 para su trazado. Así se decía que el límite entre ambos países
iba desde «el paraje de Sapalegui (...) hasta el paralelo 52º, sirviendo de
límite la cordillera de Los Andes la línea divisoria de las aguas» (Muñoz,
1898: 19). Pero existían zonas de la puna donde fue imposible aplicar el
Tratado, por lo que ambos países recurrieron a la mediación diplomática

7
A mediados del siglo XIX se dice: «El límite entre las dos repúblicas de Chile y
Bolivia pasa por el desierto de Atacama. El gobierno de Bolivia lo fija como sigue:
desde la desembocadura del río Salado cerca de Paposo a 25º39`lat.Sur, pasa el
límite ESE., hacia la cordillera por Basquillas al portezuelo; aquí gira hacia el norte
[debería ser sur] por los nevados de Chaco Alto y las cuestas de Carachapampa
[esto ya en la puna de Atacama], por el Cerro Galán y Puerta de los burros [en
el límite oriental de la puna], que separa las provincias de Catamarca y Salta de
Bolivia. Esto fue también el límite entre Chile y Perú en los tiempos españoles»
(Von Tschudi, 1966 [1860]: 401).

203
Raúl Molina Otarola

norteamericana, a cargo de William Buchanam, quien señaló el trazado de


la frontera en 1899 (Benedetti, 2002a). El límite fronterizo quedó definido
en terreno por medio de hitos demarcatorios, construidos en hierro. Los
trabajos de mensura y topografía fueron concretados por comisiones con-
juntas chileno-argentinas (Riso Patrón, 1906)8. El límite internacional en
la cordillera de Atacama quedó dibujado a lo largo de casi 600 km, entre
el cerro Zapaleri por el norte y el hito Paso de Quebrada Seca por el sur,
entre la latitud de San Pedro de Atacama y Copiapó, respectivamente. La
cordillera de Los Andes, la Puna y el desierto de Atacama quedaron sepa-
rados política y jurisdiccionalmente, fracturándose un espacio integrado,
de movilidad, continuidad y complementación que databa de periodos
coloniales y prehispánicos.
La nueva demarcación fronteriza separó a la puna del desierto de
Atacama y obligó a la adscripción forzada de unos y otros asentamientos
indígenas, collas y atacameños, y a los Estados nacionales ocupantes,
generando una alteración paulatina de las relaciones transcordilleranas
tradicionales (Molina, 2010), así como a un fraccionamiento de la unidad
étnico-cultural y económica existente hasta ese momento (Delgado y Göbel,
2003). En Chile quedaron los poblados del salar de Atacama —ayllus de
San Pedro, Toconao, Camar, Socaire y Peine—, mientras que en Argentina
quedaron los poblados de Susques, Catua, Santa Rosa de Pastos Grandes,
Incaguasi, Antofagasta de la Sierra, El Peñón, Laguna Blanca, Las Quinoas,
Antofallita y Antofalla. Esto transformó las relaciones transcordilleranas
en relaciones transfronterizas, ya que los habitantes de los poblados de la
puna, el desierto y de los valles circumpuneños mantuvieron sus vínculos
económicos y sociales a través de la cordillera (Figura N° 5).

8
El límite internacional en Atacama quedó constituido de norte a sur por el cerro
Zapaleri, línea recta al cerro El Rincón y luego al volcán Socompa. El límite sigue
al sur por las altas cumbres y divisorias de aguas, hasta Pircas Negras, en la latitud
de Copiapó y Tinogasta, aproximadamente.

204
Cordillera de Atacama: movilidad, frontera y articulaciones...

Figura N° 5. Hitos en límite fronterizo entre Argentina y Chile en Socompa,


emplazados en pampas con formación vegetacional del pajonal

Fuente: Archivo fotográfico del autor.

La incorporación de estos territorios a la administración política de


cada país implicó la presencia, aunque débil en un primer momento, de las
instituciones del Estado en estas regiones. En Argentina, las dos primeras
administraciones de la gobernación de Los Andes, o territorio puneño y
cordillerano, se dedicaron al reconocimiento de la desconocida Puna, a
evaluar sus recursos naturales, catastrar explotaciones mineras, instalar
servicios públicos y realizar un recuento de la población (Benedetti, 2002a;
Kuperszmit, 2008)9. En Chile, el Estado estaba representado en San Pedro
de Atacama y Copiapó por delegados y subdelegados funcionarios de
Aduanas y por la policía o la milicia, encargada del control del tránsito de
personas, animales y mercancías a través de pasos cordilleranos del desierto
y la puna de Atacama10. Sin embargo, la mayoría de los asentamientos
indígenas, tanto en Chile como en Argentina, se encontraban lejanos y

9
En 1920 una de las preocupaciones de los gobernadores del Territorio de los Andes
es el mal funcionamiento de las escuelas y la ausencia de niños, lo que retarda
los procesos de argentinización de la población indígena (Kuperszmit 2008). Con
la escolarización se intentaba crear sentimiento de pertenencia de la población
atacameña delapuna, a la nación Argentina (Benedetti, 2002a).
10
La Gendarmería Nacional Argentina y el Cuerpo de Carabineros de Chile son las
fuerzas que se crean en 1927 y 1938, respectivamente. La primera tiene por misión
«…contribuir debidamente a mantener la identidad nacional en las áreas limítro-
fes, preservar el territorio nacional y la intangibilidad del límite internacional»,
según la Ley Argentina Nº 12.367, y a la segunda, se le encomienda la vigilancia
y seguridad interna, evitar el tráfico de drogas, el contrabando de mercancías y el
ingreso ilegal de personas.

205
Raúl Molina Otarola

a resguardo de la mirada e inspección oficial, quedando la cordillera de


Atacama, en la mayor parte de su extensión geográfica, libre de la vigi-
lancia y control permanente de los agentes burocráticos y de la policía. El
escaso control de los 600 km de cordilleras en Atacama era evidente en el
década de 1930. Algunos autores sugerían que «convendría que la Nación
[argentina] estableciera un destacamento de Artillería de Montaña en An-
tofagasta de la Sierra para (…) ejercer una vigilancia sobre los numerosos
cazadores furtivos de vicuñas que amenazan dar fin a estos animales [y] (…)
la presencia del destacamento mencionado contribuiría a la extirpación
de los contrabandistas que basados en la escases de policías, hacen hasta
ahora su agosto a través de la cordillera» (Catalano, 1930: 62). El puesto
de la policía del Territorio de Los Andes fue remplazado en la década de
1940 por la Gendarmería Nacional, cuerpo armado que en la puna de
Atacama controló algunos pasos fronterizos con Chile (Benedetti, 2002).
Según informes de arrieros collas y atacameños, los destacamentos
de la Gendarmería se instalan en Tolar Grande, Caipe, San Antonio de
los Cobres y la quebrada Chaschuil, puestos ubicados con la finalidad
era interceptar a los viajeros, arrieros y comerciantes que llevan o traen
productos y animales. A fines de la década de 1960, ante el aumento de la
arriería e intercambio indígena transcordillerano, Gendarmería Argentina
incrementó la vigilancia fronteriza en los pasos de San Francisco y Tres
Quebradas, utilizados por los arrieros collas para conectar el valle de
Fiambalá con la cordillera de Chañaral y Copiapó (Molina, 2004, 2010
y 2011). Los viajeros collas y atacameños también debían tener cuidado
con los retenes fronterizos de Carabineros, so pena de arriesgarse a perder
la carga y los animales. En Chile los puestos policiales se encontraban en
San Pedro de Atacama, Toconao, El Laco y en el paso internacional So-
compa. Más al sur, desde la Oficina Salitrera Chile-Alemania se hacían las
rondas a la cordillera para visitar la zona del Llullailaco hasta el Chaco.
Otros puestos se ubicaban en el mineral de Potrerillos y posteriormente
en el mineral de cobre El Salvador, en Maricunga y Laguna Verde, muy
cercana al límite por el paso de San Francisco. En el valle de Copiapó,
la vigilancia de la cordillera se hacía desde el poblado de Los Loros, El
Tranque, Lautaro y Puquios (Figura N° 6).

206
Cordillera de Atacama: movilidad, frontera y articulaciones...

Figura N°6. Viejos arrieros de la cordillera de Atacama. Quebrada de


Paipote y Fiambala

Fuente: Archivo fotográfico del autor.

El resguardo policial intentó controlar las actividades de movilidad,


intercambio y relaciones sociales entre la puna y el desierto de Atacama
y los valles circumpuneños, que se realizaban de modo consuetudinario y
con anterioridad a las fronteras nacionales. Desde la perspectiva policial y
de los Estados nacionales, la vigilancia de la frontera atacameña se realizó
para reprimir las actividades consideradas ilegales y proscritas, argumento
suficiente para perseguir a viajeros, arrieros y comerciantes transcordille-
ranos. Estos eran acusados de «ingreso ilegal», «contrabando», «violación
de normas sanitarias» y «caza furtiva», pero, aun así, hasta inicios de
la década de 1970 las relaciones tradicionales transcordilleranas no se
habían extinguido.

Conflictos e impacto en las relaciones cordilleranas


Las articulaciones transcordilleranas se vieron resentidas a partir de
1973. Los cambios políticos y las amenazas de conflagración internacional
provocaron un cierre y el aumento de la vigilancia en las fronteras de la

207
Raúl Molina Otarola

cordillera de Atacama. Inmediatamente después del golpe de Estado de


1973, la cordillera de Atacama fue objeto de vigilancia policial y control
militar para evitar que perseguidos políticos, partidarios del gobierno de
la Unidad Popular, cruzaran las fronteras. Durante los días y meses poste-
riores al 11 de septiembre de 1973 se reactivó en la cordillera una antigua
«ruta de refugio político», que utilizaba el paso de San Francisco, y otros
cercanos, para acceder a poblados de la puna y al valle de Fiambalá. Estas
rutas de viajes evitaban los controles establecidos en la Vega la Guardia,
Quebrada de Paipote y Potrerillos11. Los pastores collas se convirtieron
en los principales sospechosos de ayudar a los perseguidos a cruzar las
fronteras. Incluso, con la intención de desalojar la cordillera se llegaron
a dictar decretos que prohibían la tenencia de ganado caprino, principal
especie de crianza colla. A estos sucesos estuvo asociada la muerte de
la hermanas Quispe, que conmocionó a la sociedad local (Farías, 2005;
Molina, 2004).
Pocos años después, con ocasión de las tensiones bélicas entre Argen-
tina y Chile por el Diferendo Limítrofe Austral de 1978, la vigilancia y
el control militar son redoblados en ambos lados de la frontera. Algunos
pasos fronterizos son minados con explosivos, en especial los que conectan
al salar y la puna de Atacama. En la puna de Copiapó se instalan puesto
militares en la laguna del Negro Francisco y Pedernales, que se mantienen
hasta 1989, para vigilar las huellas y pasos fronterizos. En el lado argen-
tino ocurre lo mismo, al intensificarse los controles de Gendarmería y del
Ejército, lo que hace más difícil el tránsito en las zonas cordilleranas de
Copiapó o Chañaral. Esto significó que en los caminos de herradura y
huellas más usados por los arrieros collas y atacameños, en sus relaciones
transcordilleranas, estuviesen dificultado el tránsito entre ambas vertientes
de la cordillera de Atacama.
11
Varios trabajadores de Potrerillos debieron huir de la represión instaurada tras
el golpe de Estado de 1973, utilizando esta vía cordillerana para salvar sus vidas.
Décadas antes, en 1946, la misma ruta fue utilizada por trabajadores del mineral
de cobre de Potrerillos para huir de la persecución política de Gabriel González
Videla: «Antonio Carvajal se fue por la política, yo lo fui a dejar allá (…) en
diciembre de 1949, lo llevé hasta Palo Blanco. Nos demoramos quince días» (M.
C. V., Diego de Almagro, mayo de 2009). En 1811, la misma ruta había servido
a realistas que huían de las fuerzas independentistas. Se trataba de Juan Leite y
Juan Chavarría, quienes en el mes de abril cruzaron la cordillera de Los Andes
por esta ruta de Chañaral. Autores de la célebre leyenda del derrotero de plata de
Los Aragoneses llegaron hasta Pastos Cerrados, Quebrada del Jardín, buscando
ayuda para cruzar el desierto, pero debieron «retroceder hasta Chañaral Alto para
dirigirse por allí al oriente, pasar Los Andes y caer a la banda argentina» (Sayago,
1997: 508).

208
Cordillera de Atacama: movilidad, frontera y articulaciones...

Más al norte, los principales caminos de arriería son minados con


explosivos, que aún permanecen activos. El diario Tribuno de Salta (16
de agosto de 1999) denunciaba que los portezuelos y pasos fronterizos
minados son Cerro Aracar (Pular), Cerro Bayo y Cerro Tecar, la quebrada
del Llullaillaco, la ladera sur del mismo volcán y los portales de Huayti-
quina, Socompa y Aguas Calientes. Estos, con excepción de Socompa,
corresponden a caminos de arrieros que unían la zona de la puna con el
desierto de Atacama. Al parecer ocurrió lo mismo en el otro lado de la
frontera, pues se «‘sembró’ la frontera de minas antipersonales»12. Estos
hechos interrumpen y dificultan el tránsito transfronterizo de collas y
atacameños, pero no lo impiden definitivamente (Figura N° 7).

Figura N° 7. Letreros que anuncian campos minados en la frontera entre


Chile y Argentina: Paso Socompa, Salar de Aguas Calientes y paso de
Huaytiquina

Fuente: Archivo fotográfico del autor.

Pese a estas restricciones y vigilancias, los viajes transcordilleranos en


Atacama no expiraron, aunque muy posiblemente se redujo su frecuencia,
realizándose con mayor dificultad y riesgo. Pese a los controles y minados
de caminos de herradura, existieron zonas geográficas de la cordillera
de Atacama que quedaron sin aparente vigilancia, las que sirvieron para
reanudar los viajes collas y atacameños; incluso algunos siguieron con
cautela y discreción atravesando los pasos tradicionales. El testimonio
de un atacameño señala: «(…) el camino tropero de Purichari a Leoncito
este quedó minado. Para pasar a las vegas de Incaguasi, Guanaqueros o
en los viajes a Tolar Grande (en Argentina), debíamos dar la vuelta por el
cerro» (V. C., Peine, 5 de abril de 2009).

12
Información obtenida de http://es.wikipedia.org/wiki/Departamento_Los_Andes

209
Raúl Molina Otarola

Algunos collas, a pesar de las restricciones fronterizas, hasta fines de la


década de 1970 se adentraban en zonas con escaza o nula vigilancia, para
hacer «cambalache» con poblados de la puna y en el camino practicar la
caza de vicuñas. Algunos partían en su periplo desde la zona de Potrerillos
hasta el salar de Plato de Sopa, para luego dirigirse a Antofagasta de la
Sierra, en la puna de Atacama. Esta misma actividad la hacían otros collas
que en el viaje cazaban vicuñas para llevar los cueros que sumaban a las
pequeñas cargas de pepitas de oro extraídas de los pirquenes de Copiapó,
a fin de intercambiarlas por mercaderías en la zona de Antofagasta de la
Sierra.
Algunos collas eran sorprendidos desairando la vigilancia de la policía,
la que, desde Potrerillos, se internaba cada quince días en la cordillera.
Cuando esta regresaba al poblado minero era el momento de emprender
el viaje. E. R. viajó a Fiambalá llevando loza (vajilla y ollas enlozadas), ra-
dios y relojes, para cambiarlas por burros. Cuando volvió a Potrerillos fue
sorprendido. La policía eliminó los animales obtenidos en el intercambio
transcordillerano (S. J., Potrerillos, julio de 2009). Esto no solo ocurría
en Chile. En 1978, los hermanos Nieva de Peine intentaron realizar un
intercambio transfronterizo; llegaron hasta una vega cercana al poblado
de Nacimiento, en la puna de Catamarca, pero fueron sorprendidos por
Gendarmería, que los detuvo y acusó de ingreso ilegal, confiscándoles los
animales y los enseres (O. R., Antofalla, enero de 2006).
Desde la puna de Atacama también se siguió transitando a pesar de las
restricciones en el lado chileno. Collas-atacameños viajaban a la medianía
del desierto, a la quebrada de Sandón, lugar que estuvo habitado hasta
1978. Uno de estos viajes ocurrió en 1975 desde Antofalla hasta la que-
brada Sandón: «Se llevaba negocio, como aceite comestible marca Gallo,
en tarros de 5 litros, ginebra llave, alcohol de caña, herraduras, clavos de
herrar, tejidos (puyos, frazadas, chalina, medias de lana de oveja). Llevá-
bamos cuatro burros arreados y dos mulas. (…) El cambalache consistió
en cambiar lo que llevábamos por charqui de vicuña, un tambo de hojas
de coca, Mentholatum, crema y grasa de carreta» (S. F., Antofalla, 29 de
enero de 2006). En el viaje también se aprovechaba de cazar para volver
con cueros de vicuñas para la venta o intercambio en Antofagasta de la
Sierra o en el valle de Santa María.
Los viajes atacameños hacia la puna continuaron en fechas posterio-
res. Desde Peine y Socaire, en la década de 1980 y de 1990 se registran
viajes a Tolar Grande para comprar mercaderías (Folla, 1989), e incluso
algunos socaireños se adentran al salar de Antofalla a realizar intercam-

210
Cordillera de Atacama: movilidad, frontera y articulaciones...

bios durante varias temporadas. Los viajes entre el salar de Atacama y la


puna continúan en la década del noventa. En un viaje fechado en 1995
se produce un intercambio o cambalache en el salar de Antofalla, con un
arriero de Socaire: «Cambiamos un caballo por una radio estéreo para
automóvil, una máquina de coser por quince corderos, un grabador por
veinte corderos, además el hombre traía máquinas de moler maíz» (A.
A., Antofalla, enero de 2006). Según pobladores del mismo salar, las re-
laciones transcordilleranas se mantuvieron con cierta frecuencia hasta el
año 2000: primero llegaban los parientes y luego conocidos que venían
de poblados del salar de Atacama. Lo dicho es clave, pues la sustentabili-
dad económica de los viajes transcordilleranos de intercambio y arriería
de collas-atacameños, entre el desierto y la puna de Atacama, estaban
basados en tres elementos primordiales que constituyen la red social de
la cordillera: el parentesco, la amistad y el compadrazgo (García et al.,
2007; Göbel, 2009; Molina, 2010; Montes, 1989).
Estos viajes transcordilleranos continuaron en algunas zonas hasta
entrados los primeros años del siglo XXI. En la puna de Atacama, uno
de los últimos viajes registrado ocurrió en los inicios de la década del
2000: «El último viajero a mula desde Socaire (…) Estuvo en el mes de
abril porque contaba que en esos meses de entrada del frío no andan las
patrullas de Carabineros. Él se vino a rumbo, y esquivando las zonas de
peligro. Se quedó alojado con su carga en El Puesto (...) Él paró como dos
días en el lugar y traía para comerciar grabadoras, máquinas de escribir,
hojas de coca, mentol y cremas Lechuga. Venía con dos mulas de arreo
[para carga] y una mula de montar» (F. S., Antofalla, 28 de enero de 2006).
Mientras tanto, en la cordillera de Copiapó, en 2004, ocurría otro
cambalache, quizás uno de los últimos. En esa oportunidad aconteció
un trueque de cuarenta y dos burros arriados del valle de Fiambalá que
fueron intercambiados por cuatro radios portátiles con casete, una radio
grande con dos caseteras y dos parlantes, una máquina de escribir, veinte
relojes pulsera, un caballo viejo, veinte cajas de crema Lechuga, quince
aguas de las Carmelitas y varias cajas de Mentholatum. Las mercaderías
manufacturadas fueron conseguidas por el grupo de collas en el comercio
establecido en Copiapó y en la feria ambulante de la Fiesta de la Virgen
de la Candelaria de Copiapó (Molina, 2010: 197).
Los intercambios registrados en la cordillera de Atacama entre collas
y atacameños subsistieron hasta fecha recientes. Estos se han realizado
con discreción, manteniendo una forma consuetudinaria de intercambios

211
Raúl Molina Otarola

y complementariedad que ha permitido sostener las relaciones sociales y


étnicas a lo largo de la cordillera de Atacama (Figura N° 8).

Figura N° 8. Dos aspectos de la arriería colla-atacameña. Derecha: cru-


zando la puna. Izquierda: cruzando el desierto

Fuente: Fotografía de N. Piwonka (1991).

Últimas reflexiones
El carácter consuetudinario y preexistente de los viajes collas-
atacameños, de articulación y complementariedad transcordillerana en
Atacama, ha estado étnica y socialmente sustentado en relaciones sociales,
las que no fueron consideradas al momento de establecer el tratado de la
frontera argentino-chilena a fines del siglo XIX, como lo han comprobado
diversos estudios (Delgado y Göbel, 2003; Karasic, 1984; Molina, 2011).
Tampoco han sido reconocidos por Chile y Argentina en la actualidad,
países que han suscrito, en 2000 y 2008, respectivamente, el Convenio
Internacional 169 de la OIT, que entre otros derechos de los pueblos
indígenas establece, en su artículo 32, que: «Los gobiernos deberán tomar
medidas apropiadas, incluso por medio de acuerdos internacionales, para
facilitar los contactos y la cooperación entre pueblos indígenas y tribales a
través de las fronteras, incluidas las actividades en las esferas económica,
social, cultural, espiritual y del medio ambiente».
Más bien, los vecinos Estados nacionales han dedicado sus esfuerzos
al control y cuidado de la frontera, reprimiendo, en la mayoría de las
ocasiones, la movilidad, los intercambios y la arriería tradicional y
consuetudinaria entre los poblados de la puna y el desierto de Atacama.

212
Cordillera de Atacama: movilidad, frontera y articulaciones...

Amparados en disposiciones aduaneras, de migración y sanitarias, han


aplicado con celo burocrático las disposiciones punitivas. La última acción
«ejemplificadora» ocurrió en 2003 en Toconao, salar de Atacama. Cuando
arribaron arrieros de Susques, como lo han hecho tradicionalmente (Göbel,
1998, 2009), fueron detenidos por carabineros, quienes les confiscaron
sus bienes, sacrificaron las llamas de la caravana e incinerados sus
cuerpos. Los arrieros fueron llevados a la cárcel de Antofagasta (Com.
Pers. Viviana Conti, 2007 y Guillermo González Chinga, presidente
Comunidad Atacameña de Toconao, 2008). La liberación fue lograda por
las gestiones de la etnóloga Bárbara Göbel ante agencias de las Naciones
Unidas (Contreras, 2005). Este evento dio término al trueque entre Susques
y Toconao que consistía en el intercambio de fruta seca —peras, damascos,
orejón de membrillo, higos y pasas—, que se producían en Toconao, a lo
que se agregaba bienes manufacturados como Mentholatum, pilas, cremas
Lechuga y otros enseres, por productos de la puna tales como tejidos,
frazadas, sogas, queso de cabra, legumbres, harina, frangollo y quínoa,
traídos por los caravaneros de Susques. En la actualidad, los habitantes de
Toconao dicen que las frutas no tienen comercialización ni se intercambian,
que ahora se pierden en el mismo huerto y ya no se ven «en los tejados de
las casas el color oro que le daban las frutas secándose al sol a la espera
de la llegada de los caravaneros» para su intercambio. Las consecuencias
para este y otros poblados de la puna, desierto y cordillera de Atacama,
ha sido la suspensión de los intercambios y relaciones transcordilleranas,
provocándose una alteración en sus economías y relaciones sociales
tradicionales.
Las relaciones transcordilleranas pudieron superar momentos de
mayor control de la frontera en Atacama, esquivando los peligrosos
campos minados y la vigilancia fronteriza. Incluso superaron las
medidas de incorporación territorial de zonas aisladas que los Estados
nacionales implementaron en la década de 1980, a fin de alcanzar el
control de estos espacios considerados «fronteras internas», en el lenguaje
geopolítico de los discursos nacionalistas. Sin embargo, en ningún caso
se han reconocido como legítimas, prexistentes y consuetudinarias a las
relaciones transcordilleranas por los gobiernos argentino y chileno. Estos
gobiernos se han preocupado de firmar acuerdos de integración comercial,
minera y de migración, pero desconsideran a las comunidades indígenas
que han sido el tejido social de estas regiones atacameñas. Pese a estas
dificultades, las comunidades collas y atacameñas de uno y otro lado de
la cordillera intentan mantener los intercambios y relaciones sociales a

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Raúl Molina Otarola

través de las ferias fronterizas de trueque o cambalache en Catúa y con


algunas iniciativas sin continuidad entre Fiambalá y comunidades collas
de Copiapó, intercambios que no alcanzan el monto y diversidad de
productos que las articulaciones tradicionales sí alcanzaban.
Hemos visto cómo la cordillera de Atacama ha sido un espacio de
encuentro, articulación, circulación, asentamiento, complementariedad
e intercambio, que ha generado redes sociales, culturales y económicas
desde épocas prehispánicas. La continuidad del desarrollo de estas redes
transcordilleranas requiere la aplicación de los acuerdos que establece el
artículo 32 del Convenio 169 de la OIT, junto a la generación de un estatus
especial para las comunidades con vínculos históricos transcordilleranos,
acompañado de un cambio en las políticas económicas, agraria, tributaria
y de migración que respalden la producción interna y tradicional, faciliten
el intercambio y la movilidad más allá de la frontera. Es probable que
mientras redacto estas últimas reflexiones, collas y atacameños, haciendo
uso del derecho consuetudinario, estén cruzando los espacios cordilleranos
como lo han hecho de modo ancestral.

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