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Crónica Literaria
Crónica Literaria
Aquí te sugerimos
los pasos esenciales para escribir una buena crónica, que atrape y cautive al
lector.
Fuente: https://humanidades.com/cronica/#ixzz8UVWQMBGp
Para un lector de Cortázar como yo, español de nacimiento, Buenos Aires tenía
esa aura mágica y paradójica de la vida real. No es así, desde luego, o no
exactamente así. La capital argentina es, ciertamente, una ciudad encantadora, de
cafés y pasajes, de librerías y marquesinas.
Lo comprobé cuando la pisé por primera vez en 2016. Iba en unas brevísimas
vacaciones, por apenas tres días, pero tenía una misión secreta en mi interior:
reconstruir la ciudad de Cortázar a medida que la caminara. Quise pisar los
mismos lugares que el cronopio, quise tomar los mismos cafés que él tomara y
mirar con sus ojos la calle, guiándome por su obra maravillosa. Pero claro, no todo
sale como uno se lo esperaría.
Bajé del taxi a las dos de la mañana. El hotel, ubicado en Callao y Santa Fe, lucía
tranquilo pero concurrido, como si nadie se enterase a pesar de la hora de que
debía dormir. Una ciudad alucinada, insomne, muy cónsona con la obra
cortazariana, pródiga en desvelos. La arquitectura a mi alrededor parecía
arrancada de la Europa que había dejado en casa unas doce horas atrás. Entré al
hotel y me dispuse a dormir.
El primer día
Desperté con el ruido del tránsito a las diez de la mañana. Había perdido mis
primeros rayos de sol y debía apurarme si quería aprovechar los tenues días de
invierno. Mi itinerario riguroso comprendía el café Ouro Preto, donde dicen que
Cortázar recibió una vez un ramo de flores -no sé de cuáles- después de que
participara de carambola en una manifestación. Es un lindo relato contenido
en Cortázar por Buenos Aires, Buenos Aires por Cortázar de Diego Tomasi.
También pretendía visitar la librería norte, donde solían dejarle paquetes, ya que la
dueña era amiga personal del escritor. En vez de eso, salí a buscar un desayuno
entre el maremágnum de cafés con medialunas y dulces en que consiste la
pastelería porteña. Al final, después de caminar y elegir por más de una hora, me
decidí a almorzar temprano, para tener energías y caminar. Di con un restaurante
peruano, verdaderas perlas gastronómicas en la ciudad de las que nadie o pocos
hablan, seguramente por tratarse de un elemento foráneo. Y todos saben lo
resistentes que son los argentinos con lo de afuera.
Lo siguiente fue comprar la SUBE y una Guía T, mapa de la ciudad, y dedicar más
de una hora a descifrarlo, antes de darme por vencido y tomar un taxi. Buenos
Aires es un laberinto perfectamente cuadriculado, no me extrañaba que en
cualquier vuelta de esquina pudiera tropezarme con la figura alta y desgarbada del
cronopio, yendo o viniendo en alguna misión secreta e imposible, como su
Fantomas.
El segundo día
El tercer día