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“NI ME ACUERDO NI TE OLVIDO”
Víctor Ontiveros

Como todos los jueves, doña Andrea llegó puntual al cálido y florido
parque aquella tarde de primavera. Observó las plantas, escuchó el trinar de
las aves y el refrescante sonido que producía la vieja fuente de cantera. La
anciana suspiró con gran ilusión y esperanza, mientras reflexionaba para sí
misma:
-Cuando éramos niños, los viejos tenían como treinta años, un charco era
un océano y la muerte no existía. Luego, cuando fuimos jóvenes, los viejos
eran gente de cuarenta, un estanque era un océano y la muerte sólo una
palabra. Ya de adultos, los ancianos estaban en los cincuenta, un lago era
un océano y la muerte era la muerte de los otros. Pero ahora en la vejez, ya
le dimos alcance a la verdad, el océano es por fin un océano, y la muerte,
comienza a ser la nuestra.
Luego se sentó con dificultad en la misma banca de siempre. Sacó una
bolsita de papel estraza con alimento para las palomas y comenzó a
llamarlas.
-Vengan, vengan, anden. Les traje su maicito quebrado y unas migas de
pan. Acérquense, no tengan miedo, bribonas. ¡Tú hazte para allá, glotón, ya
comiste demasiado! Toma, hermosa, es para ti. Ven, acércate. No seas
tímida, o te quedas sin comer. ¿Eso quieres, Palomita hermosa?
Mientras ella discutía amorosamente con las palomas, una enfermera se
acercaba ayudando a su anciano paciente.
-Por aquí, don Samuel, con cuidado. A ver, siéntese aquí- Le decía la
mujer con cariño mientras lo ayudaba a tomar asiento al otro extremo de la
misma banca.
-No se me vuelva a ir, quédese quietecito, no me tardo- Le advirtió ella
mientras se marchaba dejándolo solo y muy cerca de doña Andrea, quien
sólo lo observó con empatía por un momento antes de hacerle plática.

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-“Samuel”, qué bonito nombre. Yo tuve un novio que se llamaba así, era
muy apuesto. ¿Quiere darle de comer a las palomas? Ande, le regalo un
poco de mis migas.
Como él no respondía y ni siquiera la miraba, ella siguió insistiendo.
-¿Sabe? Yo solía venir con mi marido todas las tardes a darle de comer
a las palomas. Este lugar fue nuestro refugio de amor por mucho tiempo.
Aquí recordábamos nuestros años mozos al cobijo de este cielo maravilloso,
del trino de las aves, del agua inquieta en la fuente, de los acariciantes rayos
del sol, y en compañía de estas hermosas palomas. ¿No quiere platicar
conmigo? ¿Qué le pasa? ¿No le agrado, o les tiene miedo a las mujeres?
¿Es usted mudo? ¡Dígame algo, no me deje con la palabra en la boca! Mmm,
además de mudo es usted maleducado.
-No le digo “vieja taruga” porque es pleonasmo- Respondió él sin ni
siquiera voltear a verla.
-Ah, lo que faltaba. Misógino hasta la pared de enfrente. Al menos ya vi
que mudo no es, y caballero tampoco.
-¿Qué esperaba después de tanto insulto?
-Bah, qué poco aguanta.
-¿No le parece que está muy vieja para andar de resbalosa?
-No sea tan anticuado. Hoy en día el hombre y la mujer tienen los mismos
derechos. Por lo tanto, nosotras también podemos tomar la iniciativa. ¿En
qué año nació?
-Habla como cotorra.
-No evada mi pregunta. ¿O pretende ocultar su edad como las damas?
-Soy un caballero.
-Pues no parece. ¿Cuántos años tiene?
-Qué le importa.
-¿Ya perdió la cuenta?
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-No, ¿y usted?
-Voy a cumplir setenta y ocho, y muy bien vividos.
-Se nota- Murmuró él entre dientes.
-Ojalá usted pudiera decir lo mismo.
-Cumpliré cincuenta y cinco.
-¿Está seguro?
-Muy seguro, son mis años.
-Pues se ve bastante mayorcito. ¿Cuándo los cumple?
-El día de mi cumpleaños.
-¿Fecha?
-Usted no tiene llenadera, caramba.
-Mmm, eso mismo me decía mi marido.
-Además de insoportable, “presumida”.
-Fui tan feliz con mi marido, me complacía en todo.
-Pobre hombre.
-¿Sabe?
-No soy adivino.
-Daría lo que fuera por regresar el tiempo. Cuando éramos jóvenes y
teníamos toda una larga vida por delante.
-¿La dejó por otra?
-No, cómo cree.
-¿Por otro?
-¡Qué cosas dice!

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-¿Por qué la dejó?
-Nunca dije que me había dejado.
-¿Lo mató?
-¡Por Dios, cómo se le ocurre!
-No me diga que está en prisión. ¿Prefirió la cárcel que seguir a su lado?
No lo culpo.
-¿Por qué mejor no me cuenta de usted?
-No acostumbro ventilar mis cosas- Respondió él con hermetismo.
-¿Estuvo alguna vez enamorado?
-Y dale con lo mismo.
-¿Se casó? ¿Tuvo hijos? ¿Nietos?
-¿A quién le importa mi vida?
-A mí.
-Porque es una chismosa.
-Porque ya comienzo a considerarme su amiga.
-¿Con aprobación de quién?
-Debería agradecer que alguien se preocupe por usted.
-No me gusta causar lástima.
-Sólo busco su amistad- Le aseguró ella.
-Me voy a otra banca.
-¡No, espere! Si viene la mujer que lo trajo no lo va a encontrar. Y según
escuché, ya se le ha ido en otras ocasiones.
-No soy un chiquillo para que me den “detente”.

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-Tiene razón. ¿Quién es ella?
-Oh, que la ch…
-No se moleste, sólo trato de entender.
-No sea mitotera.
-¿Qué le parece si le damos de comer a las palomas? Tome, también hay
maíz quebrado.
-Odio hacer eso.
-¿Por qué?- Preguntó ella extrañada. -Son aves muy lindas. ¿Alguna
mala experiencia?
-Nunca quise llegar a esto.
-¿Cree que es una actividad propia de la vejez?
-De la “ancianidad”, la “decrepitud”.
-No diga eso. Todas las etapas de la vida son hermosas.
-Sí, mientras no se llega al inevitable final del camino.
-¿Le teme a la muerte?
-La vida es tan corta…
-Pero tan linda cuando hay amor.
-¿Por qué la dejó su marido?- Insistió él.
-No me dejó, simplemente ya no es como antes. Pero lo sigo amando
como el primer día.
-¿Y él a usted?
-Creo que también. Aunque no pasa mucho tiempo conmigo.
-¿Agente viajero?
-Algo así. A veces está, a veces no.
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Ella aprovechó el momento para sacar de su bolso una antigua cajita
musical.
-¿Puedo mostrarle algo?- Preguntó ella con la mayor cautela posible. -
Mire, él me la regaló antes de que le diera el “sí”. Desde entonces la conservo
como un tesoro.
-¿Qué es?
-Una cajita de música, ¿qué no las conoce?
-Ah, sí.
-Ábrala, para que la escuche.
Él obedeció por pura curiosidad, abrió la tapa y comenzó a escuchar la
melodía por un instante sin darle mucha importancia.
-¿Le dice algo esa melodía?- Le preguntó ella.
-Que es vieja.
-¿Nada más eso?
-Y bonita.
-Fue la melodía que bailamos en nuestra boda. Gracias a ella pudimos
durar tantos años juntos. Cada que íbamos a empezar una discusión, alguno
de los dos abría la cajita y de inmediato se solucionaba cualquier
desavenencia.
-Debe tener mucho valor para usted.
-Le digo que es mi tesoro. ¿Quiere bailarla conmigo?
Él de inmediato le devuelve la cajita en total desacuerdo.
-¡Olvídelo! ¿Su marido sabe que viene al parque a bailar con
desconocidos?
-Jamás hago eso- Responde ella indignada.
-Yo nunca engañé a mi mujer- Aseguró el anciano.
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-Debe quererla mucho. Cuénteme de ella, ¿cómo se llama?
-No acostumbro ventilar mis cosas.
-De veras que es usted hermético.
-¿Por qué no trajo a su marido?
-Siempre es bueno conocer a alguien, salir de la rutina. Pero no crea que
yo platico con cualquier desconocido, ah no. Si me atreví a conversar con
usted, es porque me causó buena impresión. Se ve que es un buen hombre,
serio y distinguido. En su juventud debió ser muy apuesto.
-¿A poco ya no?- Replicó el anciano de inmediato.
-Mmm, aún le quedan vestigios.
-Aunque no lo crea, en mis tiempos tuve mucha suerte con las damas.
-Sí lo creo.
Él la mira con una pícara sonrisa.
-¿Y usted, qué tal?
-“Alabanza en boca propia es vituperio”. Pero hay quien dice que tenía lo
mío.
-Aún le deben quedar algunos cachos buenos.
-¡Ay, va a hacer que me sonroje! Pero sí, creo que todavía conservo
algunos.
-¿Cómo… cuáles?- Preguntó él con interés.
-Mi memoria, por ejemplo.
-Ah, yo no me refería a esas cosas- Aclaró él con cierto desencanto.
-Mmm, Pícaro. ¿Y usted cómo anda de… memoria?
-Ya es más lo que olvido que lo que recuerdo.
-Eso puede tener remedio.
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-Es mejor así.
-¿Será porque el olvido lo libera de sus culpas?
-Más bien, porque no estoy tan cabezón como para almacenar tanta
tarugada.
-¿Tarugada? Cada vivencia y cada detalle tienen su encanto.
-Prefiero recordar sólo lo bueno, lo que realmente vale la pena.
-¿Por ejemplo?- Preguntó ella con cierta curiosidad.
-Bueno, como… no sé… así de pronto no me acuerdo.
-¿Qué le parece si hacemos un ejercicio para la memoria?
-Olvídelo.
-Eso es precisamente lo que debemos evitar. A ver, ¿recuerda quién era
la actriz que interpretó a Scarlett O’Hara en “Lo que el viento se llevó”?
-¿Es película?
-Claro. Una inolvidable y hermosa película.
-No la vi.
-No creo que haya alguien de nuestra edad, que no la haya visto.
-Ya ve que sí.
-No, no lo creo. Haga memoria. Vivian Leigh, Clark Gable, Olivia de
Havilland…
-¿De qué habla?
-De “Lo que el viento se llevó”, Samuel.
-¿Cómo supo mi nombre?- Le preguntó él extrañado.
-La mujer que lo trajo lo llamó así. Por cierto, no me ha dicho quién es
ella.

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-No acostumbro ventilar mis cosas.
-Ah, seguramente es su…
-¿Mi qué?
-No sé, dígamelo usted.
-De veras que le encanta el chisme.
La anciana prefiere cambiar de tema para no perturbarlo:
-¿Quiere darle de comer a las palomas?
-No.
-¿Odia hacer esto?
-Hágalo usted.
-¿Lo hace sentir viejo? ¿Anciano? ¿Decrépito?
-No tengo paciencia para esos menesteres.
Ella comienza a buscar algo en su bolso que le pudiera interesar.
-Ya sé que le va a agradar- Le aseguró la anciana. -Siempre cargo con
algún libro de poesía, por aquí debe de andar. A mi marido y a mí nos encanta
la poesía.
-Son cursis, y aburridas.
-Claro que no. Escuche esta y verá que cambia de opinión.
-No lo creo.
Antes de que él se resistiera más, ella se puso sus anteojos y comenzó a
leerle una poesía con todo el corazón.
-“Viendo pasar las nubes fue pasando la vida, y tú, como una nube,
pasaste por mi hastío, y se unieron entonces tu corazón y el mío. Como se
van uniendo los bordes de una herida. Los últimos ensueños y las primeras
canas entristecen de sombra todas las cosas bellas; y hoy tu vida y mi vida

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son como estrellas, pues pueden verse juntas, estando tan lejanas. Yo bien
sé que el olvido, como un agua maldita, nos da una sed más honda que la
sed que nos quita, pero estoy tan seguro de poder olvidar. Y miraré las nubes
sin pensar que te quiero, con el hábito sordo de un viejo marinero que aún
siente, en tierra firme, la ondulación del mar”. ¿Qué le pareció?
-Cursi, y aburrida.
-Deje leerle otra, estoy segura que…
-Olvídelo, me voy- La interrumpe él mientras trata de levantarse.
-¡No, espere! ¿Qué razón le doy a la mujer si vuelve y no lo encuentra?
-No soy un chiquillo, señora.
-“Andrea”, me llamo Andrea.
-No le pregunté su nombre.
Al ver que se le iba, ella trató de encontrar alguna forma para detenerlo.
-¿Quiere darle de comer a las palomas?
-No.
Entonces, a ella se le ocurrió de pronto declamarle algo que se sabía de
memoria:
-“Quizás tu alma está abierta tras la puerta cerrada; pero al abrir tu puerta,
como se abre a un mendigo, mírame dulcemente, sin preguntarme nada”…
Entonces él se detuvo, volteo a verla y terminó el poema que recordó de
pronto:
-“Y sabrás que no he vuelto.., ¡porque estaba contigo!”.
-¡Samuel!- Exclamó ella entusiasmada.
-¿Cómo sabe mi nombre?
-Así lo llamó la mujer que lo trajo.

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Ella aprovechó el momento para ayudarlo a sentarse de nuevo sin que se
resistiera.
-No ha vuelto- Dijo él como ido.
-No debe tardar. ¿Ya le mostré mi cajita?
-¿Qué cajita?
-Mi cajita de música, mírela.
La anciana se la mostró y abrió la tapa para que volviera a sonar la
melodía.
-Su tesoro- Recordó él.
-Sí, mi gran tesoro. ¿Qué le parece la melodía?
-Vieja, pero bonita.
-Maravillosa.
-Ciérrela, o me hará llorar- Le suplicó él con notoria tristeza.
-¿Le recuerda algo?
-No, sólo me entristece.
-“A través de los años”. Es el tema de la película “Casa Blanca”, en
Marruecos… Humphrey Bogart, Ingrid Bergman…
-El negro “Sam”- Murmuró el anciano al recordarlo.
-¡Sí, tenía que haberla visto! Algo le debe recordar, haga un esfuerzo.
-Prefiero darle de comer a las palomas.
-Está bien, tome- Accedió ella con tal de retenerlo. -Abajo de las migas
hay maíz quebrado. ¿Le gustan los animales?
-No todos- Respondió él más relajado, mientras le arrojaba migas a las
palomas.

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-Mi marido siempre me llamó “Palomita”, “mi Palomita”. Y yo le decía
“Ratoncito”.
-Qué ridículo. De niño yo tuve una paloma.
-¡¿De verdad?!
-También un gato.
-¿Y luego?
-Se la comió el gato.
-Válgame Dios. ¿Y qué le hizo al gato?
-Lo llevé al atrio del templo.
-¿Para qué?
-Ahí había muchas palomas, todo un banquete.
-¡Qué crueldad!
-Las palomas son muy débiles, prefiero a los gatos.
-Yo prefiero a las palomas, son más lindas y amigables.
-¿Le gusta pescar?- Pregunta él abruptamente.
-No sé, nunca lo he intentado.
-Esto me recuerda a un día de pesca.
-Tal vez por la tranquilidad que produce darle de comer a las palomas.
Él tomó su bastón como caña de pescar simulando arrojar el anzuelo a lo
lejos.
-Pero no hay peces, sólo palomas- Dijo él con cierta decepción.
-Lo importante es la paz que le produce.
-¿Es usted casada?

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-Muy pronto me volveré a casar.
-No la entiendo.
-Mi marido y yo vamos a cumplir sesenta años de casados, y él me pidió
que nos volviéramos a casar.
-Qué absurdo.
-Estoy tan emocionada como la primera vez.
De pronto, fueron interrumpidos por la llegada de la enfermera disfrazada
y fingiendo ser amiga de la anciana.
-¡Andrea! No imaginé encontrarte aquí.
-Pues sí, aquí estoy. Dijo la anciana siguiéndole la corriente.
-¿No vas a presentarme al caballero?
-Él es Samuel, ella es Margarita.
-Tanto gusto, don Samuel.
Él la ignoró y doña Andrea apenada trató de justificar la situación.
-Acabamos de conocernos, y estamos hablando de películas.
-¡Uy, con lo que me encanta el cine! El de antes, por supuesto. ¿Qué me
dicen de “Mi bella dama”? ¿”Los amantes deben aprender” o “La dolce vita”
en la Fontana de Trevi?
-De esas no hemos hablado todavía- Respondió la anciana con
amabilidad.
-Entonces, ¿a usted también le gusta el cine, don Samuel? ¿O prefiere la
música? ¿Recuerda a Los Platters? ¿Edith Piaf? ¿Louis Armstrong? ¡Qué
bella música! Siempre quise viajar a Nueva Orleans ¿Usted conoce Nueva
Orleans?
-¿Usted tiene marido?- Preguntó el anciano con evidente hartazgo.
-¿Por qué la pregunta?-
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-Para que vaya a atenderlo.
-No, soy soltera.
-Tenía que ser- Murmuró él con obviedad.
-¿Suele venir al parque? No lo había visto antes.
-Samuel no es de mucho hablar- Intervino la anciana con serenidad.
-¿”Samuel”? ¿No es demasiada confianza para acabarlo de conocer?
-Así se dio, como por asares del destino.
-Tal vez sean almas gemelas.
-Es como si tuviéramos años de conocernos, ¿verdad, Samuel?
-No la conozco- Dijo él con fastidio. -No conozco a ninguna de las dos.
-Es que, apenas nos estamos contando nuestras vidas.
-Uy, entonces los dejo, para que sigan conociéndose.
-Gracias, Margarita. Luego nos vemos.
-Hasta luego, don Samuel. Gusto en conocerlo. Que te diviertas, Andreita.
La mujer al fin se marchó dejando solos de nuevo a los acianos.
-Ya me estaba mareando- Dijo él con cierto alivio. -No sé cómo la
aguanta.
-Está tan solita, la pobre.
-Eso y más se merece.
Ella volvió a sacar la cajita de música para que a don Samuel se le
olvidara el mal momento.
-Escuche bien la melodía de mi cajita. ¿Qué le recuerda?
Él escucha la música por un instante y luego responde:

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-Que es bonita.
-La preferida de mi marido y mía. Él siempre ha dicho que la música nos
alegra, nos entristece, nos activa, nos hace bailar, nos emociona...
-Cierto.
-Beethoven decía que la arquitectura es una música de piedras; y la
música, una arquitectura de sonidos.
-¿Y usted qué piensa?
-Yo siempre he pensado que la música toca las fibras del alma, de la
mente, de las emociones, de los recuerdos…
Él se quedó como ausente, con la mirada perdida.
-Edelmira…

-¿Qué?- Preguntó ella desconcertada.


-¿Dónde está Edelmira?
-¿Qué Edelmira?
-Me dejó aquí y no ha vuelto.
-¿Se llama Edelmira?
-¿A dónde fue?
-Supongo que a algún mandado, no debe tardar.
De pronto él se levanta para marcharse apoyándose en su bastón.
-Adiós.
-¡Espere! ¿A dónde va?
-A dormir la siesta.

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-¿No prefiere darle de comer a las palomas?- Insistió ella tratando de
retenerlo.
Pero la enfermera regresó en el momento preciso para salvar la situación.
Ahora disfrazada de vendedora de flores y plantándose frente a don Samuel
para impedirle el paso.
-Buenas tardes, caballero. ¿Va a querer una flor para su esposa? Traigo
violetas, pensamientos y nomeolvides.
Él vuelve a sentarse, olvidando por completo su decisión de marcharse.
-¿Usted, conoce a mi mujer?
-A ella le encantan las nomeolvides. ¿Le doy un ramito?
-No, no sé cuándo vuelva.
-¿Cómo que no sabe?- Preguntó doña Andrea con cierta compasión.
-Hace tiempo que no la veo- Respondió él tratando de hacer memoria.
Doña Andrea decide seguirle el juego a Edelmira al sentir que él ya no se
marchará.
-Gracias, señora. Tal vez mañana le compre un ramito.
-Hasta mañana, entonces. Con su permiso y que pasen buena tarde.
La mujer se marcha y doña Andrea continúa con su incansable estrategia.
-Mi marido me regalaba nomeolvides, son mis flores preferidas. Hasta su
nombre es maravilloso: “Nomeolvides”. Me gustaría contarle cosas de mi
vida. Dicen que recordar es vivir, y sería hermoso volver a vivir aunque sea
algunos momentos de mi vida. ¿Me lo permite?
-Si quiere- Contesta él sin darle importancia.
-Nuestro amor es digno de una novela- Asegura ella con un suspiro de
amor y nostalgia.
-Eso pensamos todos.

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-Es cierto. Pero le aseguro que la nuestra sí que lo es.
-¿Con… final feliz?
-Ah, eso espero- Dijo ella esperanzada, mientras él comenzó a
interesarse.
-¿Quiere contarme?
-Nuestra historia comenzó cuando yo era casi una niña. Tenía trece años
cuando murió mi padre, y mi madre y yo nos quedamos desamparadas, sin
saber cómo íbamos a sobrevivir.
-¿Y qué hicieron?
-Mi madre conocía a un hombre generoso y de buena posición, que para
apoyarla me ofreció trabajo en su casa.
-¿De sirvienta?

-A esa edad yo no sabía hacer otra cosa. Ahí lo conocí, era su único hijo.
Apuesto, joven y de muy buenos sentimientos. Pero tenía novia. Así que
durante un buen tiempo disfruté de un maravilloso amor platónico, hasta que
un día nos ganó la pasión y quedé embarazada. Su padre me alojó en una
casita que tenía porque en ese estado ya no podía regresar con mi madre.
-Ese no era amor- Murmuró don Samuel para sí mismo.
-Mi madre y yo sufrimos mucho nuestra separación, pero así eran las
reglas de la moral en nuestros tiempos. Yo cada día lo amaba más y más,
pero él seguía con su novia de siempre. Ya era una mujer, más o menos de
su edad y reina de las fiestas del pueblo. En cambio yo, aún no cumplía ni
quince años en aquel entonces, y ya estaba locamente enamorada de un
imposible.
-¿Así fue, o lo está inventando?
-Le digo que es como una novela.
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-¿Y qué pasó?
-¿Verdad que es interesante? Atrapa, es fascinante.
-¿Dejó a su novia para cumplirle a usted?
La anciana recordó aquellos tiempos con cierto dolor y siguió contándole:
-Empezó a visitarme de vez en cuando y nació nuestra hijita. A partir de
entonces comenzó a ir todos los días, hasta que se encariñó con ella. Le
puse Isabel, era un sol, un encanto. Gracias a ella nos casamos y yo fui la
mujer más dichosa.
Ella sonrió amorosa al recordarlo y permaneció en silencio por algunos
instantes.
-¿Ahí acaba la historia?- Preguntó él con desencanto.
-Ahí acabaría si fuera novela. Pero aún no termina porque es verdadera.
-Así pasa en las historias verdaderas. No terminan hasta que alguno
muere.
-Nuestra hija murió antes de cumplir seis meses de vida. Fue entonces
cuando conocí la verdadera tristeza, el verdadero dolor. Pero también
cuando vi culminado nuestro amor, gracias a mi angelito que sólo vino a este
mundo para concedérmelo.
-Es una bonita historia- Murmuró él a punto de llorar.
-¿Qué le pasa, está llorando? No pensé que fuera tan sensible.
-Es una de las tantas cosas que llegan con la edad.
-Hagamos un trato. Le sigo contando mi historia si usted me cuenta la
suya.
-No acostumbro ventilar mis cosas.
-¿No acostumbra, o no las recuerda?
-Prefiero no recordarlas.

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-Qué lástima. Me hubiera gustado conocer su historia, y terminar la mía.
-¿Ya no va a contarme?- Replicó él decepcionado.
-Sólo si usted me cuenta un poco de la suya. ¿Dónde está su esposa?
-No sé.
-¿Por qué no está con usted?
-No sé, no sé…
-¿Cómo se llama?
-¡No sé! ¡No sé!- Aseguró el anciano confundido y a punto de estallar.
-Discúlpeme, no se altere.
-Tengo que irme- Dijo él decidido al tiempo que se levantaba con
dificultad.
-¡No, espere!
-No sé qué estoy haciendo aquí. ¿Quién es usted?
-Andrea- Dijo ella tocándole un brazo.
-Déjeme, ya me voy.
Don Samuel comenzó a alejarse y ella preocupada fue tras él.
-¡No me siga o llamo a la policía!
La anciana se detiene con impotencia sin saber qué hacer mientras él se
alejaba.
-Válgame, Dios. ¿Qué hice?
En ese momento se acercó la enfermera preocupada.
-¿Qué pasa? ¿Dónde está don Samuel?
-Algo hice mal, no pude detenerlo- Respondió doña Andrea sollozando
derrotada.
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-No es fácil lidiar con la demencia senil. Voy a alcanzarlo- Dijo la
enfermera y se fue tras su paciente.
-No, no es nada fácil lidiar con ella- Murmuró la anciana para sí misma,
mientras volvió a sentarse en la banca. –Pobrecillo. Si al menos pudiera
recordar lo más importante…
Instantes después regresó la enfermera con don Samuel.
-Por aquí, don Samuel, con cuidado. A ver, siéntese aquí. No se me
vuelva a ir, quédese quietecito, no me tardo- Le dijo Edelmira con cariño y
en cuanto lo dejó sentado ella volvió a marcharse.
Luego de un momento, doña Andrea volvió a utilizar sus estrategias para
retenerlo.
-¿Quiere darle de comer a las palomas?
-No.
-Es como ir a pescar. Relaja la mente y el alma. ¿Por qué no prueba?
-No me gustan los animales- Aseguró él molesto, mientras ella seguía
intentando convencerlo.
-Las palomas son aves muy lindas. Nobles, amigables. ¿Usted no ha
soñado que vuela? Es una sensación extraña, pero hermosa. Como si en
lugar de aire hubiera agua, pero sin tener la necesidad de respirar. Es como
ser libre en el universo, sin miedo ni fronteras…
-“Libre en el universo”- Repitió él como imaginándolo.
-Maravilloso, ¿no cree?
-“Sin miedo ni fronteras”.
-¿Lo ha soñado?
-No me acuerdo.
-Yo desde que era niña, y espero seguir soñando.

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Una vez más fueron interrumpidos por Edelmira, que llegó haciéndose
pasar de nuevo por la amiga de doña Andrea.
-Andrea, que bueno que aún están aquí. Les traje unas galletitas
deliciosas. ¿Puedo sentarme?
-Sí, por qué no- Le respondió la anciana con amabilidad.
-La banca es muy chica- Refunfuñó don Samuel inconforme.
-Pero cabemos, aunque sea apretaditos- Aseguró la mujer con cautela. -
¿De qué quiere su galleta? Traje de nuez y de arándanos.
-Me hacen daño.
-No me diga que es diabético- Dijo doña Andrea con actitud de sorpresa,
mientras la otra mujer trataba de persuadirlo.
-Estas galletitas no hacen daño para nada, están hechas con miel de
agave y harina integral. Pruebe una- Insistió la mujer.
-Es cierto. Se ven deliciosas y muy nutritivas- Aseguró doña Andrea. -No
creo que usted sea diabético, al menos yo lo veo bastante saludable.
-Todo me hace daño- Aseguró él un tanto resignado, mientras la anciana
seguía insistiendo:
-Pruebe una, le aseguro que no le causará ningún malestar.
-Están riquísimas, ¿de cuál prefiere?- Le insistía la mujer mostrándoselas.
A don Samuel se le iban los ojos como a un chiquillo hasta que finalmente
se decidió.
-De nuez.
-Buena elección- Aseguró doña Andrea divertida. -La nuez es muy buena
para el cerebro.
Él coge una galleta y se la devora con gusto.
-¿Qué tal, eh?- Preguntó la mujer.

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-Buena. Muy buena- Respondió con la boca llena como un chamaco
glotón.
-Se lo dije.
-Comer es uno de los grandes placeres de la vida- Aseguró la anciana,
mientras la mujer apoyó su teoría:
-Y tratándose de postres, mucho más.
-Deje probar de otra- Solicitó el anciano ya con gula.
-Claro, todas las que guste, don Samuel- Respondió complaciente la
mujer, mientras doña Andrea recordaba con nostalgia:
-A mi marido le encantan los postres. Sobre todo el ate de membrillo con
queso.
-¿Es casada?- Preguntó él.
-Igual que usted.
-Lo prohibido, es otro de los grandes placeres de la vida- Aseguró la mujer
con picardía, por lo que la anciana se sintió obligada a reprenderla:
-¡Margarita!
-Está bien, ya me voy.
-Nadie te está corriendo.
- Pero entiendo perfectamente, cuando mi presencia es un estorbo. Hasta
luego, les dejo las galletitas.
La mujer se marchó y don Samuel aprovechó para seguir comiendo sin
parar.
-Buenas. Muy buenas- Decía el anciano entre una galleta y otra.
-Aunque sean saludables, los excesos son dañinos. Démelas- Ella se las
quitó ante la inconformidad y desconcierto del anciano.
-Todavía quedan.
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-¿Quiere una manzana?
-Quiero irme.
-¿Por qué no le damos de comer a las palomas? Debajo de las migas hay
maíz quebrado.
-No me gustan las migajas, ni el maíz- Aseguró él resentido.
Ella le cambió de tema por estrategia:
-¿Ya vio que lindo está el día? Me recuerda a los paseos con mi marido.
El sol brillante, el viento, el parque, el agua de la fuente, el trino de las aves…
-El sol quema.
-Permítame, aquí traigo mi sombrilla- Dijo ella mientras la sacaba de su
bolso y la abría para cubrirlo. -¿Qué tal, eh? Hágase para acá. ¿Así está
mejor?
-Mi madre tenía una sombrilla- Recordó él con profunda nostalgia. -La
usaba cuando iba a misa, así la conoció mi padre.
-¿De veras? Cuénteme de ella, debió ser muy bonita.
-¿Dónde está?- Preguntó él con notoria confusión.
-¿Quién?
-Edelmira. Me dejó aquí y no ha vuelto.
-No debe tardar. ¿Quiere que le cuente algo de mi vida?
-Si quiere- Respondió él sin darle importancia.
-Es como una novela. Ya le conté que mi hijita murió, ¿verdad? Y que
finalmente me casé con su padre gracias a ella.
-“Isabel”- Murmuró él al recordarlo.
-¡Sí! Ese es su nombre. Ahora me cuida desde el cielo.
-Mi madre está en el cielo- Aseguró él con dolor y tristeza.

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-Seguramente. ¿Cómo se llamaba?
-Era muy bonita.
-Me lo imagino.
-Iba a misa con su sombrilla.
-¿Ahí conoció a su padre?
Él le retira la sombrilla con alguna lágrima en sus ojos.
-Hay cosas que duelen.
-Lo sé- Respondió ella cerrando su sombrilla y guardándola. -Pero las
penas pueden ser menos si las compartimos.
Regresa Edelmira como vendedora de flores para apoyar a doña Andrea.
-Me queda sólo un ramito de nomeolvides. ¿No quiere llevárselo a su
esposa?
-No, no sé cuándo vuelva- Respondió él triste y confundido.
-Démelo a mí, señora- Le dijo doña Andrea abriendo su monedero para
pagarle. -Está hermoso, gracias.
-Me saluda a su esposa cuando vuelva- Le pidió la mujer al anciano.
-¿Conoce a mi mujer?
-A ella le encantan las nomeolvides. Con su permiso- Aseguró ella y se
marchó.
-“Nomeolvides”- Repitió él tratando de recordar.
-Son realmente hermosas- Aseguró la anciana.
-Ella las deshojaba para saber si la quería- Recordó él mientras doña
Andrea comenzó a deshojar una de las flores.
-Me quiere… No me quiere… Me quiere… No me quiere…
-¿Duda que la quiera?
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-Claro que no.
-¿Y para qué las deshoja?
-Sólo para recordarlo.
-Ha de quererlo mucho.
-Con toda mi alma. No concibo la vida sin él. Siempre será el amor de mi
vida.
-¿Y qué hace aquí con un desconocido?
-Recordarlo, y contarle mi vida para volver a vivirla. Usted ya no es un
desconocido para mí.
-¿Siempre ha sido así de… ofrecida?
-¡Óigame! ¿Por qué me insulta? Debería agradecer que le ofrezca mi
amistad y hasta le cuente mi vida.
-Yo no pedí que me contara nada.
-Pero bien que le interesa, ¿no?
-No me ha contado qué pasó después.
-¿Lo ve? Bien que le interesa.
-Fea no es cuando se enoja- Aseguró él mientras la observaba fijamente.
-Bribón. No sé por qué no puedo odiarlo.
-Ha de ser porque le gusto.
-¿Así ha sido siempre de casanova y engreído?
-No me acuerdo.
-¿Quiere que le siga contando de mi vida?
-Si quiere.
Doña Andrea se levanta de la banca para seguir contándole su vida.
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-Luego de que mi angelito volvió al cielo, su padre me siguió visitando
para consolarme, hasta que finalmente me propuso matrimonio.
-Vaya.
-Ya no podía casarme de blanco, y teníamos que hacerlo a las cinco de
la mañana como se acostumbraba en esos casos. Pero a pesar de eso, mi
sueño al fin se hizo realidad. Y aunque nuestra unión no fue muy bien vista
por muchos ojos, yo fui la más feliz sin que me importara el qué dirán.
-Como debe ser.
-Eran otros tiempos. Nuestro valor lo decidía la gente, sin intentar siquiera
ponerse en nuestros zapatos. Ahora todo es diferente. Cada quien hace su
santa voluntad sin importar la honra ni la decencia. Y ya ve, no hay nadie que
les ponga un precio.
-Todo es diferente.
-¿Pero sabe una cosa?- Dijo la anciana y volvió a sentarse. -Aunque
ahora haya tantas libertades, yo prefiero la vida de antes.
-“El tiempo pasado, siempre es mejor”- Aseguró el anciano.
-Sabias palabras. Aunque creo que tienen mucho que ver con la nostalgia.
-Tiene razón.
-Hablando de nostalgia, déjeme enseñarle mi tesoro. Mire…
Doña Andrea le volvió a mostrar la cajita musical y levantó la tapa para
que sonara.
-¿Le gusta la melodía? “A través de los años”. El maravilloso tema musical
de “Casablanca”. Marruecos, Humphrey Bogart, Ingrid Bergman…
-“Tócala de nuevo, Sam”- Murmuró don Samuel al recordarlo.
-¡Muy bien, lo recuerda!
El anciano se levanta recordando una escena de la mítica película.

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-El negro sentado al piano, y ella hermosa frente a él. Parecía una diosa
enamorada…
-Una escena maravillosa- Aseguró ella emocionada.
-Cómo olvidarla.
-Me encantaría bailarla, ¿a usted no?
-¿Me está invitando a bailar?
-Bueno, si no le parece muy atrevido de mi parte.
-¿No cree que sería menos atrevido si la invito yo?
Don Samuel dejó su bastón en la banca y le tendió su mano a la dama.
Ella accedió complacida. Dejó la cajita abierta sobre la banca para que
siguiera sonando y se levantó aceptando la invitación.
-Sería un placer, caballero.
Bailan suave y románticamente por algunos instantes, hasta que él rompe
el silencio.
-Sí que es atrevida, señora.
-“Andrea”. Me llamo Andrea.
-¿Andrea? Repitió él recordando. -Así se llama ella.
-¿Ella? ¿Quién?
-El amor de mi vida- Respondió él con el alma.
-Samuel… ¿sería muy pronto si le pido un beso?
Él la mira por un instante, y luego le besa suave y largamente la frente.
Hasta que él lo recuerda todo volviendo a la realidad.
-Andrea. Mi Palomita.
-¡Regresaste, Ratoncito! Sabía que no ibas a dejarme como novia de
rancho.

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-Tan persistente y atrevida como siempre.
-Y tú igual de encantador, canalla. Nuestra melodía sigue haciendo
milagros.
-Esta cajita ha sido la mejor inversión que pude haber hecho.
-Sin duda alguna.
-¿Cuánto tiempo llevo así?
-Eso no importa, yo siempre estaré a tu lado.
-No quiero que te sacrifiques más por mí.
-¿Qué otra cosa puedo hacer?- Aseguró ella con lágrimas en sus ojos. -
Sólo nos tenemos el uno al otro.
-No es justo para ti.
-Es un placer poder seguir a tu lado.
-No en estas condiciones. Te prohíbo que sigas sacrificándote por mí.
-Además de encantador, sigues siendo un viejo gruñón.
-Sabía que no era fácil llegar a viejo, pero nunca imaginé que sería tan
cruel- Aseguró él con profundo dolor.
-No digas eso.
-Se comienza por aceptar las canas.
-A los varones le dan gallardía y personalidad, pero hay que saber
portarlas.
-Y luego, las arrugas.
-No hay arruga que no pueda disimularse con una bella sonrisa.
-Creí que eso era todo, pero luego vienen los achaques.
-Si algo te duele, señal de que aún tienes vida. ¡Y eso es maravilloso!

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-Olvidos, recuerdos, nostalgia… La nostalgia duele.
-Duele más no poder llegar a esta edad. Somos muy afortunados,
Ratoncito. ¡Seguimos con vida, y juntos! ¿Qué más podemos pedir?
-Tengo miedo, Andrea. Mucho miedo de no volver a recordar.
-Eso me dijiste la última vez, y ya ves. Aquí estás de nuevo conmigo,
como antes, como siempre. Hasta que Dios decida llevarnos. Podremos
perderlo todo, pero nunca la Esperanza.
-Daría lo que fuera por otro instante como este- Aseguró él
amorosamente.
-¿Alguna vez imaginaste, que un solo instante podría ser tan
maravilloso?
-Volver a estar contigo, siempre será maravilloso.
Ella lo abrazó con fuerza y profundo amor.
-Viejito lindo.
Él con lágrimas en sus ojos la separó por un momento y la miró suplicante.
-Si volviera a olvidar quien soy, ¡por favor, por favor no lo olvides tú!
De nuevo la besa suave y largamente en la frente, aferrándose el uno al
otro. Hasta que de pronto él la separa abruptamente.
-Me voy, señora.
-¿Qué? ¿Estás bromeando?- Preguntó ella desconcertada.
Él tomó su bastón para marcharse mientras dijo:
-Mi hijita se quedó sola, su mamá no está.
-Samuel- Suplicó ella deshecha.
-Adiós.
-¡Espere, no se vaya!

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-Tengo que irme- Aseguró él y se marchó.
-Dios mío, ¡Dios mío!
Entra Edelmira tratando de calmarla.
-Tranquila, doña Andrea.
-Cada vez es más corto su regreso.
-Usted es muy fuerte, señora. Sólo persevere un poco más.
-No sé si aún me queden fuerzas.
-Ya verá que sí- Le aseguró la mujer mientras le cubrió la espalda a la
anciana con un chal. -Yo me encargo de él, con su permiso.
Edelmira se fue de prisa tras el anciano. Doña Andrea la vio marcharse
sin poder contener su llanto, mientras murmuraba para sí:
-Gracias por todo, Edelmira. Hasta mañana, y que sea lo que Dios quiera.
La anciana trató de sobreponerse, se sentó en la banca, sacó el libro de
poemas, se puso sus anteojos y comenzó a leer con toda su alma.
-“Y un día llegó la vejez a nuestras vidas, sin invitación, sin llamarla si
quiera. Se hizo parte de nosotros, nos acompaña a todos lados, nos vigila,
sin consejos, como si fuera la dueña de nuestro cuerpo; nos da órdenes que
debemos cumplir. Juventud, ¿dónde te has ido? Nos dejaste en el camino
de la vida. Y hoy, al final del camino, le digo a mi vejez que no se apure, que
no tema, que no tenemos a donde ir, pero sí tenemos ganas de seguir. No
pensamos en la juventud efímera, pensamos en ti, que nos marcas el fin del
camino. ¡No, no nos iremos solos, tú vendrás con nosotros!”
**********
Como todos los jueves, doña Andrea llegó puntual al frío y nevado
parque aquella tarde de invierno. La anciana suspiró con gran ilusión y
esperanza. Tomó asiento con dificultad en la misma banca de siempre. Sacó
una bolsita de papel estraza con alimento para las palomas y comenzó a
llamarlas.

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-Vengan, vengan, anden. Les traje su maicito quebrado y unas migas de
pan. Acérquense, no tengan miedo, bribonas. ¡Tú hazte para allá, glotón, ya
comiste demasiado…! Toma, hermosa, es para ti. Ven, acércate. No seas
tímida, o te quedas sin comer. ¿Eso quieres, Palomita hermosa?
Mientras ella discutía amorosamente con las palomas, Edelmira se acercó
ayudando a don Samuel, ahora con abrigo, bufanda y su mirada
completamente perdida.
-Por aquí, don Samuel, con cuidado. A ver, siéntese aquí- Le dijo ella con
cariño mientras lo ayudaba a tomar asiento al otro extremo de la misma
banca.
-No se me vuelva a ir, quédese quietecito, no me tardo- Le advirtió
Edelmira mientras se marchaba dejándolo solo y muy cerca de doña Andrea,
quien sólo lo observó con tristeza por un momento tratando de ahogar su
profundo dolor al verlo en ese deprimente estado.
-“Samuel”, qué bonito nombre. Yo tuve un novio que se llamaba así, era
muy apuesto. ¿Quiere darle de comer a las palomas? Ande, le regalo un
poco de mis migas- Insistió doña Andrea haciendo hasta lo imposible por
contener su llanto a pesar de tener el alma destrozada, pero sin perder en
ningún momento la esperanza.

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