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A medida que los días pasaban, los pétalos de Rosalinda comenzaron a marchitarse y caer uno a
uno. Aunque ella intentaba mantener una sonrisa en su rostro, su corazón se llenaba de melancolía
y desesperanza. Se sentía sola, incapaz de encontrar su lugar en el mundo.
La gente que solía visitar el jardín notaba el cambio en Rosalinda, pero no sabían cómo ayudarla.
Algunos intentaban regarla más, otros le daban más luz solar, pero nada parecía funcionar. La
tristeza de Rosalinda era tan profunda que incluso sus amigos del jardín, las mariposas y las abejas,
no lograban animarla.
Un día, llegó una pequeña niña llamada Sofía al jardín. Sofía era una niña muy especial, siempre
buscando la belleza en las cosas más simples. Al ver a Rosalinda, supo de inmediato que ella
necesitaba su ayuda. Sofía se acercó con cuidado y le susurró palabras de aliento a la rosa,
compartiendo su amor y amistad.
Sorprendentemente, Rosalinda pareció reaccionar ante las palabras de Sofía. Sus pétalos, aunque
marchitos, recuperaron un poco de su brillo. La niña visitaba a Rosalinda todos los días,
compartiendo historias, risas y canciones. Juntas, encontraron belleza en la tristeza y esperanza en
la oscuridad.
Sin embargo, a medida que el tiempo pasaba, Rosalinda se debilitaba. Sus pétalos, uno a uno,
caían al suelo, dejando su tallo desnudo y desolado. Sofía estaba desconsolada al ver a su amiga
sufrir tanto. Pero Rosalinda, a pesar de su debilidad, nunca dejó de sonreír.
Un día, cuando el último pétalo de Rosalinda se desprendió, Sofía se sentó junto a ella,
sosteniendo su tallo vacío entre sus manos. Las lágrimas caían por el rostro de la niña mientras se
despedía de su amada amiga. Rosalinda había encontrado la paz que tanto anhelaba, y su tristeza
finalmente había llegado a su fin.