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TEMA: LA PRIMOGENITURA PERDIDA

PASAJE BIBLICO: Génesis 25:27-34; Hebreos 12:17

Esaú, como Caín, se levanta en la escritura como poste de advertencia, como el mástil de un barco
repentinamente hundido que sigue viéndose por encima de la marea creciente. Observemos aquí:

I. Un privilegio heredado. Esaú era el primogénito, y así, por nacimiento, tenía la oportunidad de venir a ser el
heredero. Aunque es cierto que el nacimiento natural no nos introducirá en la herencia de las promesas de
Dios, sí que nos introduce en el maravilloso lugar de la oportunidad, en comparación con aquellos que, sin
decisión alguna de su parte, han nacido en las tinieblas del canibalismo. Todos los nacidos en tierras de la
Biblia son herederos de un privilegio inapreciable.

II. Un privilegio despreciado. Esaú dijo: « ¿Para qué, pues, me servirá la primogenitura?» (v. 32). No podía
servirle de nada siendo que consideraba más importantes otras cosas sensuales. En aquel momento, el
guisado era para el lo principal. Dejó que su apetito dominara los más elevados instintos de su naturaleza.
Los hombres caen una y otra vez en este error cuando permiten que las cosas temporales tomen el lugar de
las espirituales. Las cosas de primera importancia debieran ser siempre puestas en primer lugar. Buscad
primeramente el Reino de Dios y su justicia, y estas cosas por las que tantos sienten hambre os serán
añadidas. Menospreciar los privilegios del Evangelio es menospreciar vuestro derecho de primogenitura.

III. Un privilegio perdido. «Y vendió su primogenitura» (v. 33). De manera deliberada la rechazó como algo
carente de valor. Una oportunidad no aceptada es una oportunidad perdida. Hay siempre muchos alrededor
del carácter de Jacob, que están dispuestos a sacar ventaja a costa de otros por su estupidez espiritual.
Moisés consideró su primogenitura de una manera muy diferente cuando escogió antes sufrir aflicción con el
pueblo de Dios que gozar temporalmente de los placeres del pecado (He. 12:17). El pecado de la incredulidad
irá ciertamente seguido de un terrible «después». Su envejecido padre trajo a su alma y conciencia la
convicción; pero sus lágrimas, aunque muchas y amargas, no le valieron para devolverle la bendición hasta
entonces despreciada. «Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida» fue el aguijoneante «después»
para el rico de que se habla en Lc. 16. ¿Cómo escaparemos al doloroso después «si descuidamos una
salvación tan grande»? (He. 2:3).

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