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“Arqueología Rural”, Territorio y Paisaje

en la protohistoria del Guadiana Medio:


una propuesta metodológica1

Alonso Rodríguez Díaz


Grupo de Estudios Prehistóricos Tajo-Guadiana (PRETAGU).
Universidad de Extremadura

Son bien conocidos, por reiteradamente citados, los comentarios realizados


hace ya algunos años por Finley (1973), Isserlin (1983) o Snodgrass (1990) mani-
festando el precario conocimiento de los paisajes rurales de la protohistoria medi-
terránea y la necesidad de abordar su estudio desde perspectivas interdisplinares.
Casi al mismo tiempo, comenzarían a proliferar numerosos proyectos regiona-
les de prospección (surveys) que pronto pondrían de manifiesto el formidable
potencial que atesoraban los campos y los territorios de las principales civiliza-
ciones mediterráneas, cuya esencia e identidad se habían afrontado hasta enton-
ces desde el urbanismo y el registro literario. Después de más de tres décadas,
la bibliografía generada sobre el tema es desbordante no sólo en lo relativo a la
propia información, sino también a cuestiones metodológicas e incluso la imbri-
cación de los resultados en proyectos de carácter ecológico y patrimonial (van der
Leeuw 1998, cit. en Favory et al. 1999; Bintliff y Sbonias 1999; Francovich y Pat-
terson 2000; Papadopoulos y Leventhal 2003; Alcock y Cherry 2004; Athanasso-
poulos y Wandsnider 2004; Ruiz del Árbol Moro y Orejas Saco del Valle 2005, etc.).

Como es sabido, dichos trabajos se han regido preferentemente por los prin-
cipios teóricos y metodológicos de la “Arqueología Agraria” y, sobre todo, la “Ar-
queología del Paisaje”. La primera, con una referencia ineludible en la Historia
Rural francesa, tiene entre sus objetivos preferentes reconocer los restos y rastros
vinculados a la explotación de la tierra (parcelarios, caminos, construcciones, fosas

1. Este trabajo forma parte de la actividad del “Grupo de Estudios Prehistóricos Tajo-Guadiana”
(PRETAGU) y se ha realizado en el marco de los proyectos I+D“El mundo rural en la protohistoria del
Suroeste peninsular: la Cuenca Media del Guadiana” (MEC. HUM2005-02900-HIST) y “La coloniza-
ción agraria orientalizante y su evolución posterior” (Junta de Extremadura. PRI07A032).
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de cultivo, semillas, especies animales…) y su interrelación con las restantes evi-


dencias de antropización del medio, marcadas por las cambiantes relaciones so-
cioeconómicas (Guilaine 1991; Chouquer 1996 y 2000; Mauné 1998, etc.). Desde
una perspectiva de longue durée, la “Arqueología del Paisaje”, evolucionada de la
llamada “Arqueología Espacial”, concibe el paisaje como un producto social, con-
secuencia de la relación simbiótica del hombre con el medio a lo largo del tiempo.
Una interacción diacrónica que, dicho sea sólo de paso, se define y concreta en
grados de complejidad y racionalidad distintos desde la Prehistoria hasta el pre-
sente (Ashmore y Knapp 1999; Criado Boado 1993; Orejas Saco del Valle 1991 y
1998; Anschuetz et al. 2001; etc.). Se trata, pues, de una percepción evolutiva y acu-
mulativa del paisaje que trasciende la caracterización material y socioeconómica
de los espacios productivos al considerar éstos dentro de una realidad más am-
plia y diversificada, en cuya construcción también concurren factores políticos e
ideológicos. Sea como fuere, justo es reconocer que ambas líneas de estudio y sus
correspondientes metodologías (fotografía aérea, cartografía, prospecciones y ex-
cavaciones arqueológicas, Geoarqueología, textos…), han tenido un especial pro-
tagonismo en la evolución de Arqueología en el último tercio del siglo XX.

El reflejo de tales investigaciones en nuestro país comenzó a fraguarse a raíz


de la introducción de la“Arqueología Espacial”a principios de los ochenta. Dichos
planteamientos, ya en proceso de revisión en sus centros originarios, significarían
–entre otras cosas– la salida escalonada (micro, meso y macro) del asentamiento
al territorio y la dotación de un soporte teórico-metodológico a las catalogacio-
nes extensivas realizadas con otros fines por aquellos mismos años. Si bien es
cierto que las primeras experiencias estuvieron muy dirigidas por la búsqueda de
“lugares centrales”, articuladores de espacios geométricamente delimitados con
círculos/polígonos y salteados por una nebulosa de asentamientos menores, la
progresiva renovación de los criterios y técnicas investigadoras ha conferido fi-
nalmente un mayor grado de concreción a los difusos entornos rurales.

Recientemente, F. Burillo Mozota (2005) ha reflexionado sobre estos casi treinta


años clave en la arqueología española. Este autor, partícipe en primera persona
de dicho proceso, distingue hasta tres“generaciones”de investigadores que, entre
principios de los años ochenta y el momento actual, han aportado una creciente
maduración teórico-metodológica a los estudios territoriales. No obstante, lejos
de la uniformidad, tales valoraciones territoriales de las sociedades pre y pro-
tohistóricas de la Península Ibérica ofrecen diferencias más o menos acusadas
entre sí, inherentes a la propia formación de los investigadores y al desarrollo de
las estrategias de conocimiento (Burillo Mozota 1998). En este sentido y a jui-
cio de Burillo, si las dos primeras generaciones se singularizaron por sus esfuer-
zos de síntesis de planteamientos espaciales, materialistas, estructuralistas… y
por la progresiva incorporación de las disciplinas arqueobotánicas, la generación
más reciente, cuyos inicios sitúa a finales de los noventa, destaca por la consoli-
dación de las diferentes estrategias de prospección, su utilización dentro de los
marcos teóricos desarrollados previamente y, sobre todo, por la aplicación a la Ar-
queología de las nuevas tecnologías informáticas, en particular los Sistemas de
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Información Geográfica (SIG). Pero a todo ello cabría añadir la especial atención
que de un tiempo a esta parte se viene prestando en reuniones o monografías es-
pecíficas a los espacios rurales dentro de la “Arqueología del Territorio o del Pai-
saje” (Buxó Capdevila y Pons Brun 2000-a y b; Mata Parreño y Pérez Jordà 2000;
Martín Ortega y Plana Mallart 2001; Gómez Bellard 2003-a; Orejas Saco del Valle
2006; Rodríguez Díaz y Pavón Soldevila 2007, etc.).

En efecto, la identificación y caracterización de los elementos conformadores


de los espacios rurales dentro de una realidad territorial-paisajística más amplia
están aportando aspectos de gran relevancia sobre el funcionamiento, la orga-
nización y el cambio de las sociedades pre y protohistóricas. Así lo confirma el
estudio de los campos y de los campesinos que, desde enfoques distintos (pai-
sajísticos, socio-territoriales, eco-culturales, morfológicos, étnicos…), se vienen
desarrollando en Galicia (Criado Boado 1991: 248-249; Parcero Oubiña 1997),
Cataluña (Buxó Capdevila 2004; Sanmartí Grego 2007), País Valenciano (Bonet
Rosado et al. 2007; González Villaescusa 2003), Ibiza (Gómez Bellard 2003-b;
Gómez Bellard et al. 2005), Andalucía (González Wagner y Alvar Ezquerra 1989
y 2003; López Castro 1992 y 2003; Mayoral Herrera 2004; Ruiz Rodríguez et al.
2007; Ferrer Albelda et al. 2007), Portugal (Arruda 2003; Calado et al. 2007) o la
propia Extremadura (Pavón Soldevila y Rodríguez Díaz 2007). De hecho, como
sucediera años atrás en los contextos mediterráneos, el creciente conocimiento
del mundo rural y de los campesinos de la protohistoria peninsular comienza a
redefinir las visiones tradicionales sobre el mundo castreño, los pueblos iberos,
el horizonte fenicio-púnico o la misma Tartessos.

1. Territorio y “Arqueología Rural” en Extremadura

Aunque centrados en época romana, los estudios sobre territorio en Extrema-


dura comenzaron pronto, dentro de la “primera generación” reconocida por F. Bu-
rillo (Cerrillo M. de Cáceres y Fernández Corrales 1980; Fernández Corrales 1988).
La continuidad relativa de dichos trabajos, dedicados a la distribución espacial del
poblamiento rural romano en relación con el viario y los principales núcleos ur-
banos de Lusitania, puede rastrearse en los coloquios celebrados sobre esta pro-
vincia romana (Gorges 1990; Gorges y Salinas de Frías 1994; Gorges y Rodríguez
1999; Gorges y Nogales Basarrate 2000; Gorges et al. 2004). Aunque participamos
inicialmente en esta línea de investigación con alguna contribución sobre la ocu-
pación rural del territorium emeritense (Rodríguez Díaz 1986), pronto dirigimos
nuestro interés hacia las culturas protohistóricas del Guadiana Medio y, en parti-
cular, al poblamiento de la Segunda Edad del Hierro (Rodríguez Díaz 1996). Esta
apuesta por un período hasta entonces casi inédito en nuestra región se amplia-
ría en los noventa a etapas precedentes, al tiempo que incorporábamos los análisis
paleoambientales y paleoeconómicos a las valoraciones socio-territoriales (Rodrí-
guez Díaz 1998; Pavón Soldevila 1998). De forma paralela, nuestra inclinación por
el mundo rural protohistórico tomaría definitivamente cuerpo con los proyectos te-
rritoriales sobre el edificio postartésico de La Mata (Campanario, Badajoz) y, más
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recientemente, la colonización agraria orientalizante en el Guadiana Medio a par-


tir del caserío de Cerro Manzanillo (Villar de Rena, Badajoz) (Rodríguez Díaz 2004;
Duque Espino 2007; Rodríguez Díaz e.p.; Rodríguez Díaz et al. e.p.).

En términos globales, puede decirse que estos trabajos participan de los cri-
terios de la “Arqueología Agraria”, parte esencial de la “Arqueología del Territo-
rio-Paisaje” dedicada a la caracterización y evolución de los contextos rurales; los
cuales reconocemos como espacios alterados mediante lógicas y mecanismos di-
versos en espacios productivos diversificados, pero también –y sobre todo– de
particulares relaciones de vecindad, de creencias y ritos e incluso en verdaderos
escenarios de poder. Como bien señala J. M. Ortega Ortega (1998: 42-43), en no
pocas ocasiones las investigaciones sobre los paisajes rurales han dejado en un
segundo plano a los campesinos y pastores (e incluso a propietarios y élites rura-
les), rehuyendo consciente o inconscientemente de la “estructuración del paisaje
como marco y medio de producción y reproducción de una forma de organizar
las relaciones sociales”, verdadero núcleo de la “Arqueología Rural”. Desde esta
perspectiva, resulta por tanto ineludible la consideración de la propiedad de la
tierra y las relaciones“campo-ciudad”, por cuanto son aspectos clave de cualquier
sistema complejo en lo referente a su organización territorial y a las relaciones de
subordinación, autonomía, complementariedad y tensiones entre lo urbano y lo
rural; relaciones más difusas y sutiles de lo que a menudo imaginamos. Llegados
a este punto, nos resulta oportuno recordar la reflexión con la que, desde otra óp-
tica, G. Barker (1988) cerraba su conocido trabajo sobre el mundo rural etrusco,
apelando a una arqueología imbricada de la ciudad y el campo, de los príncipes y
los campesinos y de lo profano y lo ritual.

1.1. Una propuesta metodológica

Como es fácil suponer, todo ello exige una estrategia metodológica integra-
dora de variables y aspectos muy diversos. De hecho, no son pocas las propues-
tas que desde diferentes disciplinas se han producido a lo largo del tiempo, tanto
dentro como fuera de nuestro país, de cara a la documentación y explicación mul-
tidimensional de tales cuestiones. Entre las aproximaciones antropológicas, es de
referencia obligada el trabajo de E. R. Wolf (1982), Los campesinos, todo un clásico
sobre los aspectos sociales, económicos e ideológicos de esta categoría social. Par-
ticularmente ilustrativos nos han resultado los esquemas de B. K. Roberts (1996:
fig. 1.4) sobre la terminología y los elementos de análisis del asentamiento rural,
incluidos en su libro Landscapes of Settlement: Prehistory to the Present (Fig. 1). Por
su parte, desde el ámbito de la investigación arqueológica y al margen de los
enormes avances producidos en los sistemas de registro de los numerosos casos
de estudio europeos y mediterráneos, destacamos –entre otros– la valoración in-
terrelacionada de los factores del sistema agrario formulada por Fowler (1983: 80)
en The farming of Prehistoric Britain. Como visión sintética e integradora de fuen-
tes diversas, especialmente ilustrativo nos resulta el trabajo de Isager y Skyds-
gaard (1995) Ancient Greek Agriculture. An Introduction. Sus tres partes principales,
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Figura 1. Atributos y elementos de los asentamientos rurales (Roberts 1996).


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“El arte de la agricultura”, “Estado y agricultura” y “Dioses y agricultura”, expre-


san todo un concepto sobre el ruralismo en la Grecia clásica. En nuestro país, son
dignas de mención, entre otras, las propuestas metodológicas realizadas con ca-
rácter general (Orejas Saco del Valle et al. 2002; Badal García 2002: fig. 1) o sobre
la documentación de construcciones agrarias y paisajes rurales de épocas diver-
sas en Galicia (Parcero Ubiña 1997 y 2006; Ballesteros Arias 2002 y 2003) y La Me-
seta (Díaz del Río et al. 1997; Orejas Saco del Valle 1996; Sánchez-Palencia Ramos
2000; Ruiz del Árbol Moro 2005 y 2006), la morfología de los campos mediterrá-
neos (González Villaescusa 1996, 2002 y 2003) o el calendario productivo ibérico
(Chapa Brunet y Mayoral Herrera 2007).

Sin perder de vista tales aportaciones, planteamos a partir de nuestra expe-


riencia en el Guadiana Medio en general, y del “edificio señorial” de La Mata en
particular, una matriz de análisis integrado de los espacios rurales y del mundo
campesino en el territorio-paisaje (Figura 2). Sin pretender sobreestimar los resul-
tados obtenidos en un ámbito restringido, con el que ilustraremos seguidamente
esta propuesta metodológica, se trata simplemente de ofrecer un marco referencial
de trabajo, que contribuya a la sistematización y a la valoración integrada de infor-
maciones diversas, al tiempo que favorezca su interpretación social y su desarrollo
histórico. Una suerte de “hoja de ruta” que facilite, sin compartimentaciones rígi-
das, el ir y venir entre el asentamiento, los entornos rurales y el territorio-paisaje.
Bien es verdad que el tránsito por dicha matriz será más o menos fluido en función
de la documentación obtenida mediante criterios teórico-metodológicos previa-
mente establecidos. Dependiendo de cada situación, ese tránsito puede concre-
tarse, unas veces, en un recorrido fiable, contrastable y probable; mientras que en
otras puede resultar escabroso, incierto e improbable. Todo ello se resume en un
esquema circular y bidireccional, por cuanto dicha geometría se nos antoja más
integradora que los cuadros y organigramas habituales. El punto de partida es el
asentamiento y su entorno inmediato para abordar la reconstrucción de los con-
textos rurales, tratando de reconocer su conformación diversa, su dinámico fun-
cionamiento interno y su interacción, diacrónica y cambiante, con los espacios
urbanos o protourbanos. Insistimos en que se trata de una metodología abierta,
diseñada para el estudio de los territorios protohistóricos de un ámbito determi-
nado, si bien se nos antoja adaptable a escalas espacio-temporales más amplias.

Como puede comprobarse dicha matriz incluye tres grandes ámbitos de es-
tudio, con sus correspondientes niveles y subniveles, fuertemente entrelazados:
1) El Asentamiento; 2) El Entorno en su doble vertiente económica y socio-ideo-
lógica; y 3) El Territorio Político. Tal diferenciación, como es fácil deducir, responde
a razones puramente instrumentales por cuanto a nadie escapa el carácter bo-
rroso y difuso de sus límites e incluso su solapamiento. Aunque resulte obvio, no
está de más recordar que los aspectos de análisis que se proponen dentro de los
campos contemplados conllevan la implicación de disciplinas y técnicas diver-
sas (Geología, Palinología, Antracología, Carpología, Zooarqueología, fotografía
aérea, cartografía histórica, prospección y excavación...). Los resultados deriva-
dos de dichas disciplinas son, en su mayor parte, susceptibles de estimaciones
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Figura 2. “Arqueología Rural” en la protohistoria del Guadiana Medio.


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cuantitativas a través de análisis matemáticos o métodos ya elaborados sobre


la producción (Gracia Alonso 1995; Alonso Martínez 1999; Mannoni y Gianni-
chedda 2004), el almacenaje (Sanmartí Grego 1996; Buxó Capdevila 1997: 253-
254; Alonso Martínez 1999; Pérez Jordà 2000, etc.), la demografía (Gracia Alonso
et al. 1996; Guerrero Vila 2004)…, todo lo cual les confiere un potencial informa-
tivo considerable para posibles estudios comparados. Aun así y pese a su carácter
orientativo, conviene reconocer sobre el particular que tales cálculos y estima-
ciones, casi siempre optimistas, sobre la población, su capacidad tecnológica y el
potencial productivo y excedentario de los asentamientos han generado a veces
valoraciones tan asombrosas como contradictorias entre sí. Porque ni los entor-
nos son tan feraces como a menudo se infiere de las condiciones biogeográficas
actuales, ni la capacidad de transformación o almacenaje resultan acordes con
la carga demográfica del asentamiento o asentamientos objeto de estudio. Por
ello y por otras razones, no desestimamos las aportaciones y referencias com-
parativas que desde la Etnoarqueología (Peña Chocarro 1996; González Ruibal
2003: 12) o los Textos –tratados específicos de agronomía de Caton, Varron, Colu-
mella, Palladius...o recopilaciones más tardías (Maroto Borrego 1998)– puedan ob-
tenerse. No obstante, como puede comprobarse en la gráfica, tales informaciones
se han situado en niveles inferiores, tratando de expresar los desajustes espacio-
temporales que casi siempre mantienen con el registro arqueológico.

1.1.1. El Asentamiento

El análisis de las ocupaciones rurales ha constituido, y sigue constituyendo,


un reto para la investigación arqueológica. Como es sabido, la mayor parte de la
información procede de prospecciones superficiales y, puntualmente, de excava-
ciones. La prospección, con métodos cada vez más precisos, se ha consolidado
como una estrategia básica en los proyectos territoriales. Aun así, las dificulta-
des en la caracterización de los pequeños asentamientos van desde su definición
terminológica (Osborne 1992; Mauné 1998; Pettegrew 2001) hasta su confusión
con prácticas de estercolado (Alcock et al. 1994; Isager y Skidsgaard 1995; Mayo-
ral Herrera et al. 2006). Salvadas estas cuestiones, en especial en los casos excava-
dos, entendemos que el análisis arqueológico del sitio pasa por la documentación
y valoración de dos niveles principales, reconocidos como “Aspectos generales”
y “Organización”. Dentro del primer apartado, especial atención se prestará al
marco biogeográfico como primera aproximación al contexto territorial en que
se encuentra el asentamiento, así como a aspectos concretos sobre su situación y
emplazamiento, extensión y visibilidad, por cuanto la valoración conjunta “Asen-
tamiento-Entorno” es cada vez más asumida por la investigación. En cuanto a la
“Organización”, entendemos que sólo el análisis micro y mesoespacial del en-
clave permitirá aproximarse con rigor a los detalles constructivos, las áreas fun-
cionales, el nivel tecnológico, las capacidades de producción y almacenaje y el
potencial demográfico. La valoración cualitativa y cuantitativa de tales capacida-
des y su relación entre sí nos resulta esencial de cara una reconstrucción ponde-
rada del asentamiento y su entorno inmediato.
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En el caso de La Mata, ubicada en el amplio llano suavemente alomado que


marca el tránsito entre las comarcas de La Serena y Vegas Altas del Guadiana,
el estudio de la fotografía aérea, el análisis cartográfico y, sobre todo, la pros-
pección geo-edafológica realizada en 2000 permitieron precisar que dicha cons-
trucción se levantó justo en el contacto entre dos substratos bien diferenciados:
uno granítico, de carácter eruptivo, que se extiende al sur del edificio; y otro
de naturaleza sedimentaria, compuesto de pizarras y grauvacas, dominante al
Norte, aunque matizado por los materiales metamorfizados (pizarras y cuarci-
tas) del contacto y alguna emergencia granítica (Figura 3, A). Tales diferencias
geológicas propiciaron el desarrollo de suelos y potencialidades diversas que
han marcado el desarrollo de la vegetación de esta zona y su aprovechamiento
histórico. De este modo, los suelos generados sobre los granitos son arenosos,
permeables y poco propicios para la agricultura. Aunque muy degradados en la
actualidad, aún conservan manchas de encinar residuales entre extensos pas-
tizales para el ganado (vacuno y ovicaprino). Por su parte, sobre la base sedi-
mentaria se concentran suelos arcillosos y aluviales, más profundos y propicios
para la agricultura de secano (cereales, vides y olivos). Éstos se vinculan al valle
del Molar, un arroyo de flujo irregular y márgenes prácticamente desarboladas,
afluente del Zújar y en última instancia del Guadiana por su flanco izquierdo,
referido como río en los siglos pasados por sus desbordamientos otoño-prima-
verales y por su abundancia en pesca (Ponce de León Iglesias 2004; Grau Al-
mero et al. 2004).

En dicho marco fisiográfico, diverso y complementario, se construyó sobre


una discreta ondulación de amplia visibilidad, el edificio de La Mata, oculto por
un enorme túmulo hasta su excavación y recuperación entre 1990 y 2002 (Rodrí-
guez Díaz y Ortiz Romero 1998 y 2004). Dichos trabajos pusieron al descubierto
una imponente obra datada entre mediados del siglo VI a.C. y finales del V a.C.,
con doble planta, fachada torreada orientada al Este y rodeada por una cerca de
mampuestos, un terraplén y un foso que delimitaron una superficie aproximada
de 2.500 m2 (Figura 3, B). Arquitectónicamente se trata de una edificación inspi-
rada en la edilicia de prestigio oriental y orientalizante, pero en este caso reali-
zada en un contexto rural con piedras, adobes y maderas diversas acarreadas del
entorno inmediato. Así mismo, se utilizaron caolines para los encalados y piza-
rras para los revestimientos interiores, procedentes de lugares algo más alejados
(Sierra de Magacela y La Coronada), pero nunca superiores a 5,5 Km. Las exca-
vaciones permitieron descubrir una planta baja con tres ámbitos arquitectónico-
funcionales (doméstico, almacén y ¿descanso?), cada uno de ellos formados por
dos estancias estrechas y alargadas comunicadas entre sí, pero sólo una con ac-
ceso a un amplio corredor transversal. En su extremo norte, apareció un pequeño
lagar de vino para un consumo interno de carácter elitista y, en el opuesto, una
escalera de “ida y vuelta” de acceso a la planta superior, cuya organización no
debió muy diferente a la inferior. Por encima de ésta, se propone la existencia de
una amplia terraza, que quizá acogiera un espacio de molienda en función de los
más de cincuenta molinos de vaivén de diferentes tamaños documentados entre
los derrumbes del edificio.
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B
Figura 3. A) Geología del entorno de La Mata (Ponce de León Iglesias 2004);
B) Planta del edificio de La Mata (Rodríguez Díaz y Ortiz Romero 2004).
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De asumirse tal hipótesis, sería muy ilustrativa de la capacidad de transfor-


mación en este complejo constructivo de especies como cebada, trigo, bellotas y,
en menor proporción, minerales (pigmentos rojizos) reconocidos en los análisis
de residuos de dichos molinos. A ello habría que añadir la constatación de herra-
mientas de hierro (pico, fragmento de hoz…), si bien la mayoría de ellas debió ser
retirada antes de la ruina del edificio. En estrecha relación con todo lo anterior, la
capacidad de almacenamiento en estructuras concretas (trojes para cereal y legu-
minosas), en ánforas y vasos de gran tamaño se sitúa en torno a los 25.000 l. Los
residuos registrados en dichos recipientes revelaron vino, cerveza, aceite de oliva,
harinas, hidromiel, yerbacuajo, etc. (Juan Tresserras y Matamala 2004). En suma,
una variedad de víveres y productos secundarios directamente relacionados con
la explotación del entorno rural donde se construyó esta suerte de “casa-fuerte” o
“edificio señorial”, probablemente habitado por una élite rural con acceso a im-
portaciones diversas, objetos de prestigio y de exhibición social, compuesta por
una familia extensa de 15-20 personas, que ejerció durante al menos dos o tres
generaciones su pleno dominio sobre el “pago” del Molar.

1.1.2. El Entorno

La definición y estimación del entorno de un asentamiento rural de cualquier


entidad es, sin duda, variable y puede obedecer a razones de muy diversa natu-
raleza: ecológicas, socioeconómicas y/o simbólicas. Entendemos que, como he-
rramienta de trabajo, el site catchment analysis (SCA) sigue siendo válido, aunque
teniendo muy presentes las revisiones y reflexiones que dicha metodología ha
suscitado desde su propuesta inicial (Chisholm 1968; Higgs y Vitta-Finzi 1972;
Davison y Bailey 1984; Fernández Martínez y Ruiz Zapatero 1984; Ruiz Rodrí-
guez et al. 1998). Como es de sobra conocido, el marco teórico propuesto para co-
munidades sedentarias, establecidas en un lugar homogéneo y sin dificultades
orográficas relevantes, corresponde a un círculo de 5 Km. de radio. Desde tales
consideraciones y por razones puramente metodológicas, proponemos diferen-
ciar como unidades de análisis dentro de la realidad inmediata al asentamiento
un“Entorno económico”y un“Entorno social y simbólico”. Ni que decir tiene que
tal diferenciación no suele corresponderse con espacios físicos distintos, aunque
a veces sí, sino que en la mayoría de los casos se encuentran solapados.

A. Entorno económico

Dentro de éste y pese a las dificultades prácticas en su distinción, algunos


autores han sugerido diferenciar entre “Territorio de Explotación” y “Territorio de
Captación” (Fernández Martínez y Ruiz Zapatero 1984). En términos generales,
como es sabido, el primero se identificaría con los espacios accesibles para la ex-
plotación orientada a la subsistencia alimenticia, mientras que el segundo, el “Te-
rritorio de Captación”, proporcionaría elementos que contribuirían a la propia
subsistencia, materias primas para la construcción... Como elementos básicos en
el reconocimiento del “Territorio de Explotación”, hemos considerado sus límites
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y organización (parcelarios, terrazas, lindes, vallados, canalizaciones, campos cul-


tivados, caminos...), los cultivos y prácticas agrarias, la ganadería y las prácticas
ganaderas y el potencial productivo. En cuanto al “Territorio de Captación”, en-
tendemos como aspectos significativos de análisis, la determinación de sus lími-
tes y la naturaleza de los recursos que, con mayor o menor regularidad, pueden
ser aprovechados: caza, minerales, materiales constructivos especiales....

B. Entorno social y simbólico

La caracterización arqueológica, dentro del territorio inmediato al asenta-


miento, de los aspectos sociales y simbólicos que lo regulan resulta potencial-
mente abordable en los contextos funerarios y religiosos cercanos. Sobre los
primeros, por sobradamente conocidos, no vamos reproducir aquí los debates
teórico-metodológicos suscitados en torno a la “Arqueología de la Muerte”. Pero
con ellos como telón de fondo, hemos reconocido como aspectos esenciales en
su valoración la localización de las necrópolis, su organización espacial, los ritos,
tumbas y ajuares y, por último, los aspectos paleodemográficos que puedan ob-
tenerse (Chapa Brunet 1991; Lull y Picazo 1989; Ruiz Zapatero y Chapa Brunet
1990; Ruiz Zapatero 1998-b: 79).

En cuanto a los espacios sagrados y santuarios, su reconocimiento no siempre


es fácil. Pero cuando se hacen visibles, de especial interés resulta determinar su
disposición territorial, su organización, la naturaleza de las ofrendas y depósitos
cultuales y, siempre que sea posible, la determinación de las divinidades. La cons-
tatación de santuarios rurales, lugares sacros, capillas…, aparte de su significado
como hitos territoriales o marcadores fronterizos, resulta especialmente significa-
tiva para aproximarse a los mecanismos que regularon a un tiempo la existencia
de quienes habitaron el campo y la relación con los templos urbanos o supraur-
banos. En suma, el orden social y la diversidad religiosa. Estos aspectos que han
sido abordados ampliamente en el mundo griego (De Polignac 1984; Carter 1994)
lo han sido en menor medida en nuestro país, donde la “religiosidad urbana” ha
gozado de mayor atención (Gusi Jener 1997; Almagro Gorbea y Moneo 2000; Fe-
rrer Albelda 2002, etc.). No obstante, justo es destacar, por un lado, la tradición in-
vestigadora sobre las “cuevas-santuario” (Gil-Mascarell Boscà 1975) dentro de la
diversidad de lugares de culto ibéricos (Domínguez Monedero 1997); y, por otro,
los trabajos realizados, como simples botones de muestra, sobre la dimensión ét-
nico-territorial de los santuarios del Alto Guadalquivir (Nicolini et al. 2004) o los
de C. Gómez Bellard (2003-b: 229) sobre el papel de los santuarios en la articu-
lación del poblamiento rural en la isla de Ibiza. En idéntico contexto cultural, se
sitúa la referencia de López Castro (2003: 98) a la fundación, en la fase 500-200 a.
C. de la ciudad de Baria, de un santuario extraurbano, de carácter rural, en el que
se practicarían ritos propiciatorios de la fertilidad de los campos de cultivo próxi-
mos a la ciudad y al río Almanzora. Por último, referir que Bonsor (Belén Deamos
2001: 7) identificó lugares sacrificiales de carácter rural en El Acebuchal y Entre-
malo, próximos a Carmona, que quizá complementaran los restos del santuario
urbano recuperado por M. Belén en los últimos años (Belén Deamos et al. 1997).
“Arqueología Rural”, Territorio y Paisaje en la protohistoria del Guadiana Medio:... 317

La reconstrucción del entorno de La Mata en su doble dimensión socioeconó-


mica y simbólica, entendida como prolongación natural del propio “edificio se-
ñorial”, se fundamentó en la valoración integrada del registro arqueobotánico
obtenido en el asentamiento y la geo-edafología de la zona, así como en traba-
jos de prospección intensiva y sondeos puntuales en diversas localizaciones in-
cluidas en el área objeto de estudio (Rodríguez Díaz et al. 2004-a) (Figura 4, A).
En función de todo ello, la propuesta realizada se concretó en la consideración de
un “Entorno económico” acotable en un círculo de 4,5 Km. de radio y un “Área de
captación” algo más amplia (hasta 5,5 Km.), inscritos ambos en plena cuenca hi-
drográfica del Molar. La organización del espacio explotado debió articularse en
dos sectores bien diferenciados entre sí: uno de “monte” y otro de “labor”. El pri-
mero estaría vinculado al substrato granítico y suelos más pobres, actualmente
muy degradado, aunque entre los siglos VI-V a.C. debió albergar un bosque de
frondosas bien estructurado que reportaría caza, bellotas, leña, madera y pastos
para una ganadería compuesta por bóvidos, ovejas, cabras y cerdos; elementos
todos ellos registrados en La Mata. La superficie de este ámbito productivo se ha
estimado alrededor de 3.850 ha. en función del horizonte de suaves lomas que
marca el límite topográfico entre las cuencas del Molar y Ortigas. Por su parte, la
zona de“labor”se desarrollaría sobre el substrato pizarroso y sedimentario, inme-
diato al curso del Molar, que ya en época protohistórica intuimos como un espa-
cio aclarado por los cultivos de cereales (cebada vestida, trigo desnudo, escanda y
mijo), así como de leguminosas (habas, guijas y quizá vezas) y frutales (vides, oli-
vos, higueras y almendros), sin descartar la existencia de pequeñas huertas (Pérez
Jordà 2004; Vázquez Pardo et al. 2004).

Aunque por el momento no se han documentado rastros de parcelas, estruc-


turas agrarias o posibles fosas de cultivo como las del paleoviñedo detectado
junto a la granja protohistórica de Los Caños (Zafra, Badajoz) (Rodríguez Díaz
et al. 2006), la prospección intensiva de 2000 reveló la concentración exclusiva
en este espacio de labranza de un buen número de restos globalmente conside-
rados como caseríos rurales de diferente extensión (alrededor de 40), cuya dis-
tribución permitió plantear una superficie global de esta zona en torno a 2.465
ha. Los sondeos realizados en 2006 en una de estas localizaciones satélites de
La Mata, la de Media Legua-2, constataron los restos de dos “hornos-tahona”
datados en pleno siglo V a.C. e integrados en un pequeño asentamiento, ocu-
pado probablemente por una familia campesina de 10-15 miembros (Rodríguez
Díaz et al. 2007) (Figura 4, B). Al margen de los beneficios de la vid y el olivo
más difíciles de precisar, los cálculos teóricos de producción de cereal (en régi-
men bienal) arrojaron cifras claramente excedentarias tras cubrir aspectos como
el consumo del grupo aristocrático, la redistribución campesina y la semen-
tera. Dicha producción global (trigo: 175.980 l.; cebada: 329.962,5 l.) estaría so-
portada por una población campesina de 400-600 personas, más que suficiente
para asumir la carga laboral de este verdadero latifundio dependiente del “edi-
ficio señorial”.
318 Alonso Rodríguez Díaz

B
Figura 4. A) El Entorno de La Mata (Rodríguez Díaz et al. 2004-a); B) Caserío
de Media Legua-2 (Campanario, Badajoz) (Rodríguez Díaz et al. 2007).
“Arqueología Rural”, Territorio y Paisaje en la protohistoria del Guadiana Medio:... 319

La legitimación de tal dominio se fundamentó, como tantas veces, en el hecho


funerario. En esta ocasión, resultó esencial la valoración de un túmulo funerario,
situado apenas 1 km al sureste del edificio, cuya deficiente excavación en los años
treinta del siglo XX desenterró una tumba revestida por el interior de seudosilla-
res de granito, con fondo escalonado y nicho-hornacina en la cabecera. La tumba,
partícipe de la edilicia funeraria orientalizante e ibérica del sur peninsular, fue le-
vantada sobre el nivel de suelo y cubierta/señalizada por un elaborado túmulo de
tierra y piedra que debió ser un verdadero hito en el paisaje. De hecho, dicho en-
terramiento se situó sobre un altozano alomado, muy visible y de amplia visibi-
lidad, justo en el contacto entre los granitos y las pizarras; o lo que es lo mismo,
entre el ager y el saltus de La Mata. La limpieza de la tumba y la valoración es-
tratigráfica del túmulo realizadas en 1999-2000 reportaron pruebas, escasas pero
suficientes, para proponer con argumentos materiales y tipológicos su cronología
protohistórica y, por ende, plantear que pudo tratarse de la sepultura, individual
o colectiva, de la élite o aristocracia rural que habitó La Mata. El hilo que nos sir-
vió de conexión entre dicha tumba de prestigio, el“edificio señorial”y los caseríos
rurales diseminados por la zona de “labor” del “pago” fue la intervisibilidad entre
todos ellos. Dicho lo cual y pese a no contar con otras evidencias complementa-
rias como santuarios rurales, enterramientos campesinos o evidencias de simples
labradores, consideramos que este espacio podía ser valorado como un “latifun-
dio” estructurado conforme a sólidos criterios socioeconómicos e ideológico-fu-
nerarios y visualmente apropiado.

1.1.3. El Territorio Político

La realidad concreta y mediata de cualquier asentamiento debe integrarse en


la realidad más amplia de su tiempo histórico. Uno de los mejores reflejos de éste
es, sin duda, el “Territorio Político”. El concepto de “Territorio Político”, que tras-
ciende el de macroespacio sugerido por Clarke (1977), ha sido objeto de valora-
ciones diversas en los últimos años, pero en todas ellas siempre se ha considerado
aspecto esencial su carácter organizado en función de las relaciones de poder que
se desarrollarían en él. Tomando como referencia las reflexiones de M. Godelier
(1990: 107-109), A. Ruiz, M. Molinos y C. Rísquez (1998: 26) conciben el “Territo-
rio Político”como“el espacio producto de las prácticas de poder que un grupo so-
cial desarrolla a partir de la aceptación del hecho por la totalidad del mismo. El
territorio político asume el cruce de dos espacios distintos, uno político-econó-
mico que queda definido por las estrategias que la estructura de poder impone
para su reproducción, y otro ideológico, espacio de legitimación, que sustenta
la legitimidad del uso de la fuerza en el espacio caracterizado por el bloque que
tiene una posición preeminente en la estructura de poder”. En función de todo
ello, se viene considerando que las partes esenciales en el análisis del “Territorio
Político” son el “Patrón de asentamiento” y las relaciones de poder social, econó-
mico y simbólico (“Relaciones políticas”). En realidad, ambos aspectos son tan
indisociables como las caras de una misma moneda.
320 Alonso Rodríguez Díaz

A. Patrón de asentamiento

En términos generales, el patrón de asentamiento se identifica con la distribu-


ción que muestra una población en una región determinada en función de facto-
res diversos: geográficos, sociales, económicos y religiosos (una síntesis en Alcina
Franch 1989: 157-166). Es bien sabido, que el reconocimiento arqueológico de los
patrones de asentamiento antiguos pasa por estrategias de prospección cada vez
mejor fundamentadas en sus planteamientos y más afinadas en su ejecución (una
síntesis reciente en Ruiz Zapatero 2004). En el caso de la Península Ibérica, es un
hecho tácitamente asumido que la diversidad poblacional constatada durante la
Protohistoria hace inviable cualquier propuesta de carácter universal. Pese a ello
y siendo conscientes de la polivalencia de la mayor parte de los enclaves antiguos
y que incluso un lugar concreto puede experimentar transformaciones a lo largo
del tiempo, nuestra propuesta se concreta en la valoración contextual-funcional
de los asentamientos. A pesar de todo y desde la cautela obligada, hemos dife-
renciado tres grandes grupos de referencia conforme a dichos criterios: hábitats
rurales, hábitats pre o protourbanos y núcleos especializados. En cierto modo,
podríamos decir que son las diversas posibilidades en las que, ya de forma única
o mixta, suelen integrarse las ocupaciones rurales en la protohistoria peninsular.
Dicho de otro modo, una pequeña ocupación puede formar parte de manera ex-
clusiva de un patrón de asentamiento disperso y autosuficiente o, lo más habitual,
estar integrado en una red constituida por diversas categorías de hábitats (proto-
urbano/urbano, rural y especializado). En los dos primeros grupos, se contemplan
como horizonte de análisis la tipología y el rango-tamaño de las ocupaciones,
los límites o fronteras, grandes parcelarios, los aspectos funerarios y simbólicos
(étnico-religiosos) y su potencial demográfico. Respecto a los núcleos especia-
lizados, se prioriza la definición de su carácter defensivo y/o económico, si bien
este último caso podría considerarse dentro de los hábitats rurales al considerar
minas, barreros, caleras... Con frecuencia, las relaciones de intervisibilidad se uti-
lizan como medio de aproximación y refuerzo en el estudio de territorios no sólo
jerarquizados social y económicamente, sino también visualmente conectados.

B. Relaciones políticas

Éste es, sin duda, un aspecto esencial dentro del esquema propuesto, por
cuanto en él se condensa buena parte del esfuerzo de reconstrucción histórica
desde el mundo rural. Como decíamos, se trata de proponer hipótesis contras-
tables sobre las relaciones de poder social, económico y simbólico que, ya desde
una perspectiva sincrónica o diacrónica, se desarrollaron en un espacio deter-
minado, integrado en un paisaje en el verdadero sentido del término; un paisaje
de naturaleza dinámica y cambiante, cuyas transformaciones se enmarcan en la
permanente y diacrónica interacción entre los factores bióticos, abióticos y an-
trópicos. Es bien conocido que la protohistoria es un tiempo de complejidad y
encrucijadas; un tiempo al que se asocian territorios diversos, construídos con-
forme a modos de explotación, división del trabajo, acceso a los recursos, fór-
mulas de legitimación sobre la tierra en creciente desarrollo y evolución. Cómo
“Arqueología Rural”, Territorio y Paisaje en la protohistoria del Guadiana Medio:... 321

se organizaron las sociedades y cómo evolucionaron constituyen interrogantes


claves y recurrentes en la reconstrucción de las culturas pasadas. El estudio de
los modelos de organización y cambio social ha generado visiones muy diversas
(“Modelos teóricos”), que por suficientemente conocidas sería ocioso desarrollar
aquí (Trigger 1992; Johnson 2000; Johnson y Earle 2003). En realidad, dichas lec-
turas acaban convertidas en aportaciones dignas de análisis (historiográfico y ar-
queológico) en la permanente búsqueda de“correspondencias”entre los modelos
de asentamiento, demografía, actividades económicas, actividades rituales y sim-
bólicas, etc. y dichas formas de organización y evolución social (Guidi 2001: 242).

Sin perder de vista todo ello y dada la tendencia cada vez más generalizada a
abordar el análisis evolutivo de las sociedades pasadas desde perspectivas conver-
gentes y multicausales, dos aspectos se nos antojan claves en este apartado sobre
las relaciones políticas en el mundo rural protohistórico: 1) las relaciones “campo-
ciudad” y su evolución; y 2) la propiedad de la tierra. Como es bien conocido, se
trata de dos cuestiones estrechamente interrelacionadas y con un recorrido histo-
riográfico igualmente amplio. Las relaciones “campo-ciudad” han sido uno de los
temas más debatidos y que mayores controversias ha suscitado en el mundo an-
tiguo. Pero lejos de clarificarse, dichos debates han llegado a generar sensaciones
de insatisfacción, no ocultadas por algunos autores. En ocasiones, mundo rural y
urbano se han considerado realidades indisociables y, en otras, radicalmente con-
trapuestas. Así mismo, su relación se ha abordado casi siempre desde la subordi-
nación económica, social y política del campo a la ciudad (López Paz 1989). Dichos
planteamientos han calado en los protohistoriadores. La constatación de patrones
de asentamiento jerarquizados a partir de “lugares centrales”, con o sin enclaves
menores en sus alrededores, se interpreta mayoritariamente desde la perspectiva
de que el campo es el territorio económico de la ciudad; dicho de otro modo, que
existe una visión del campo articulada desde la ciudad (Ruiz Rodríguez y Molinos
Molinos 1993: 194; Carandini 1995; Arteaga Matute 1997; Bendala Galán 2001).
Entendemos, no obstante, que tales relaciones no fueron siempre estables, sino
que pasaron por dialécticas de naturaleza muy diversa. En coyunturas de tensión
o crisis, el campo suele convertirse en valor seguro y estable frente a lo urbano, ex-
presión de lo dinámico y renovador, pero también más sensible a los avatares so-
cioeconómicos y políticos (Mataloto 2004: 36).

Pero otro aspecto fundamental de la “Arqueología Rural” radica, sin duda, en


el análisis de las formas de apropiación, tenencia y herencia de la tierra. De la
propiedad de la tierra, entendida como principal medio de producción, depen-
den el uso de la misma, la naturaleza de los cultivos, la organización de la pro-
ducción, el control de los recursos, la gestión de los excedentes, etc. Como dijo H.
Newby, “los derechos sobre la tierra son la piedra angular en las sociedades ru-
rales” (Newby y Sevilla-Guzmán 1983: 58, cit. en Ruiz Rodríguez y Molinos Mo-
linos 1997). Entre las aproximaciones al tema de mayor aceptación, destacamos
la realizada por A. Ruiz Rodríguez (1998: 295-296; 2000: 18-19) sobre la géne-
sis de las sociedades clientelares, con las cuales vincula un tipo de “propiedad
particular”, valorada como desarrollo de la propiedad comunal y nunca como
322 Alonso Rodríguez Díaz

“propiedad privada”. Para este autor, en dichas sociedades, la propiedad sobre la


fuerza de trabajo no debió jugar un papel clave en las relaciones de producción,
porque la institución de la clientela dejaba bien acotados los límites en que se
producía la dependencia: el pacto de fidelidad del cliente al patrono-aristócrata.
Por el contrario, lo realmente importante en la estructuración de la sociedad ibé-
rica es la propiedad de los medios de producción y, en particular, de la tierra. En
dicho marco, la sociedad aristocrática superó el nivel de propiedad colectiva al-
deana e impuso desde la progresiva apropiación de los medios de producción su
repartición desigual, generando propiedades “paraprivadas”.

Es difícil, no obstante, dar soporte arqueológico a tales cuestiones en los con-


textos pre y protohistóricos, tanto por la diversidad geográfico-cultural peninsu-
lar como por la misma ausencia de documentación escrita directa. Así las cosas,
no parece que exista, por el momento, otra vía de aproximación a este tema ca-
pital que la de la contrastación de tales hipótesis con la articulación de “luga-
res centrales”, antiguas parcelaciones, asentamientos rurales, campos de cultivo,
necrópolis y santuarios rurales. En síntesis, podemos concluir diciendo que este
apartado de nuestra propuesta metodológica se perfila como una suerte de “caja
negra” que regula el equilibrio entre los factores de cohesión y disgregación del
sistema. Dependiendo de la dirección en que se desarrolle la interacción entre di-
chos factores, se generarán sinergias centrípetas hacia modelos de poder concen-
trado, o centrífugas hacia fórmulas de poder disperso, propiciando las dinámicas
alternativas en las que parece haberse desarrollado buena parte de la pre y pro-
tohistoria peninsular. Sin ánimos de alargar en exceso esta reflexión, es de sobra
conocido que la percepción de tal dialéctica “cohesión-dispersión” está hoy por
hoy claramente basculada hacia lecturas triangulares o jerarquizadas. Pero a veces
la extensión y la altitud de un asentamiento probablemente no sean argumentos
suficientes para defender la existencia de un territorio jerarquizado. Por ello, quizá
sean también cada vez más los autores que cuestionan la tendencia de identificar
complejidad social y modelo piramidal socio-territorial (una reflexión reciente en
Ruiz Zapatero 2007). Un sugerente contrapunto a este estado de cosas lo repre-
sentan las lecturas heterárquicas que, desde la arqueología antropológica, vienen
realizándose en los últimos años como alternativa a las “sociedades triangulares”
(Ehrenreich et al. 1995). No está de más recordar que el concepto de“heterarquía”
se define como un modelo organizativo complejo basado en un sistema reticular
de relaciones, sin vértice ni centro, cuyo funcionamiento sigue una lógica autó-
noma e isonómica, con su particular interacción con el medio natural.

El estudio del territorio político de La Mata ha supuesto un buen campo de


pruebas para muchas de las cuestiones aquí planteadas. En este sentido, una
aproximación al patrón de asentamiento en que se integró este “edificio señorial”
y su hacienda poblada de campesinos (y, quizá también, de simples labradores)
consistió en la prospección extensiva de las comarcas de Vegas Altas-La Serena,
conforme a un plan de trabajo basado en el análisis informatizado de la fotogra-
fía aérea, la recopilación de la información obtenida en catalogaciones previas y
“Arqueología Rural”, Territorio y Paisaje en la protohistoria del Guadiana Medio:... 323

el trabajo de campo. Esta tarea permitió reconocer un patrón poblacional concre-


tado en tres categorías principales de asentamiento en función de su tamaño: el
oppidum, representado exclusivamente en el conocido enclave de Medellín, exca-
vado junto con su necrópolis por Almagro Gorbea (1977 y 2006; Almagro Gorbea
y Martín Bravo 1994) entre los años setenta y noventa; los “edificios señoriales”,
reconocidos en Cancho Roano (Maluquer de Motes 1981; Celestino Pérez 2001)
y La Mata (Rodríguez Díaz 2004) así como en una serie de túmulos de muy dife-
rentes proporciones, especialmente cercanos y concentrados a lo largo del Gua-
diana y más distanciados en la comarca de La Serena; y, por último, los caseríos
rurales reconocidos indistintamente alrededor de La Mata, Medellín y, más re-
cientemente, Cancho Roano (Celestino Pérez 2005: 781). Pese al esfuerzo reali-
zado en éste y en otros ámbitos del Guadiana Medio a fin de valorar el alcance
del fenómeno de estos complejos señoriales, somos conscientes que aún estamos
lejos de definir en toda su diversidad la ocupación rural de los siglos VI-V a.C. en
esta región. A pesar de ello, no renunciamos a proponer una lectura sobre las re-
laciones políticas de esta facetada e incompleta realidad poblacional.

Como hemos señalado en diversas ocasiones, dicho problema fue abordado


desde la doble posibilidad de un “Modelo Piramidal y de Poder Concentrado”
y un “Modelo Celular y Poder Disgregado” (Figura 5). El primero promovería la
existencia de un extenso territorio político con centro en Medellín, donde resi-
diría un régulo del cual dependería una extensa clientela o linaje de aristócratas
rurales con sus correspondientes pagos y campesinos. Como en el“modo de pro-
ducción asiático y oriental” incluido en las Formen (Marx y Hobsbawm 1979: 85-
87), el propietario absoluto de la tierra y de la sobreproducción sería en última
instancia el régulo, si bien no descartaríamos soluciones diversas de tenencia y
herencia en los niveles inferiores del organigrama socio-territorial. Salvando las
obligadas distancias espacio-temporales e históricas, dicho modelo recuerda en
ciertos aspectos el diversificado sistema rural ugarítico, con larga duración en el
Levante mediterráneo, centralizado por el palacio y canalizado por una red “al-
querías palatinas”, amén de las tierras de las aldeas y propietarios de diferente ca-
tegoría social (Vidal Palomino 2003 y 2007). En la protohistoria europea, el caso
extremeño podría sugerir también la compleja jerarquía de jefes dominantes (jefe
soberano, jefes vasallos, subjefes, jefes menores) planteada por S. Frankenstein
(1997: 248-252) para explicar el monopolio y la redistribución de bienes de pres-
tigio mediterráneos en el mundo de Hallstatt entre los siglos VII-V a.C. Pero vol-
viendo al ámbito y al contexto histórico que nos ocupa, el de los siglos posteriores
a la crisis tartésica, hemos de referir que M. Almagro Gorbea y M. Torres Ortiz
(2007) han defendido recientemente la existencia de una organización territo-
rial piramidal basada en “la fortificación de las ciudades [Medellín] como cen-
tro socioeconómico y político, pero completada por ‘palacio-fortines’ [Cancho
Roano, La Mata….] construidos para colonizar y controlar los territorios alejados
de la chora urbana”. Un planteamiento que, en nuestra opinión, padece de una
lectura parcial en exceso del registro disponible sobre los “edificios señoriales”
mejor conocidos, pero sobre todo de la limitada información que desde los años
setenta viene sustentando la supuesta entidad del propio oppidum de Medellín
324 Alonso Rodríguez Díaz

Figura 5. Territorio y Relaciones políticas en Vegas Altas del


Guadiana-La Serena (Badajoz) (Rodríguez Díaz et al. 2004-b).
“Arqueología Rural”, Territorio y Paisaje en la protohistoria del Guadiana Medio:... 325

durante los siglos postorientalizantes y prerromanos2. Una cuestión, junto a otras


­incógnitas y dilemas de este enclave, sobre la que sólo arrojarían algo de luz futu-
ras excavaciones en extensión.

Por su parte, el “Modelo Celular y de Poder Disgregado” propone una realidad


territorial fragmentada en élites urbanas y rurales, con sus respectivos dominios y
clientelas campesinas, inmersas en una dialéctica de competencia, emulación, os-
tentación y/o complementariedad en múltiples frentes. En este caso, la propiedad
de la tierra estaría dividida entre aristocracias protourbanas y rurales, verdaderos
“señores del campo”, que –como sus clientes campesinos– vivirían, morirían y se
enterrarían en sus “pagos”. En términos teóricos, dicha propuesta evoca ciertos
aspectos del “modo de producción germánico” (Marx y Hobsbawm 1979: 79) y de
los modelos heterárquicos reconocidos en diversos contextos geográficos e histó-
ricos (Ehrenreich at al. 1995). En función de todo ello y del registro actualmente
disponible, donde nos resulta muy llamativo el desajuste entre la recesión estra-
tigráfica (¿y urbanizadora?) del oppidum de Medellín y la monumentalidad de los
“edificios señoriales”, hemos propuesto que el panorama poblacional de los si-
glos postartésicos en el Guadiana Medio podría ser compatible con un proceso de
“señorialización del campo”. Un fenómeno, a nuestro juicio, producto de la par-
ticular evolución de la colonización agraria orientalizante impulsada desde Me-
dellín entre los siglos VII-VI a.C. atendiendo a razones coyunturales e históricas.
Es decir, que el jerarquizado modelo orientalizante extremeño pudiera derivar, a
raíz de la crisis del siglo VI a.C. y de la posible persistencia de fórmulas tradiciona-
les de propiedad que pudieran retrotraerse al Bronce Final-Orientalizante (“se-
ñorialización latente” reflejada en los oros, estelas y bronces), hacia una suerte de
heterarquía de aristocracias rurales de tintes caciquiles, independientes y no so-
metidas a un poder centralizado, que alargarían su dominio y legitimidad sobre
la tierra hasta finales del siglo V a.C. En un momento cercano al 400 a.C., las con-
tradicciones internas del sistema y las dinámicas divergentes de los territorios ve-
cinos acabarían provocando la crisis inevitable del “modelo señorial” (Rodríguez
Díaz et al. 2007; Rodríguez Díaz, e.p.).

2. Apunte final: Territorio y Paisaje en el Guadiana Medio

Aunque para algunos la comparación pueda resultar inadecuada, la dinámica


de “larga duración” inherente al Paisaje nos recuerda, en parte, esas imágenes in-
formatizadas de rostros humanos o de parajes que en una corta secuencia pasan,
en el primer caso, de la niñez a la vejez o, en el segundo, transforman su cielo,
el clima, la vegetación, las construcciones, los caminos, etc. Bien es verdad que,

2. El poblamiento prerromano se encuentra mejor definido a lo largo del río Zujar, eje vertebra-
dor de la Beturia Túrdula, donde destacan sitios como Las Cañas o Entrerríos. Los trabajos realizados
en 2008 en Entrerríos, situado a poco más de 18 Km. al este de Medellín y justo en la confluencia de
los ríos Zújar y Guadiana, han constatado un potente horizonte arqueológico de los siglos IV-III a.C.,
fechado por importaciones áticas.
326 Alonso Rodríguez Díaz

en ambos ejemplos, para evitar saltos y vacíos de información, dichas secuen-


cias suelen ser muy rápidas, casi vertiginosas; un simple esbozo que concluye en
el fotograma más reciente de los individuos o de las campiñas en cuestión. Pero
cuando la información permite reconstruir el proceso más lentamente, se perci-
ben mejor las continuidades y los cambios que factores muy diversos han mar-
cado la evolución de esos rostros o de esos parajes.

En “Arqueología del Paisaje”, una de las propuestas más divulgadas sobre la


coevolución de las relaciones hombre-medio y hombre-hombre quizá sea la de F.
Criado Boado (1993), que contempla diferentes niveles de interacción, complejidad
y racionalidad: los “paisajes ausentes o salvajes” vinculados a las formaciones caza-
doras-recolectoras; los“paisajes monumentales”asociados a los grupos megalíticos;
los“paisajes parcelados”ligados a las comunidades tribales y jefaturas simples; y, por
último, los “paisajes jerarquizados” propios de las sociedades estatales. De forma si-
milar, aunque desde otra óptica, A. Ruiz y sus colaboradores (Ruiz Rodríguez y Ro-
dríguez Ariza 2003; Ruiz Rodríguez et al. 2007) han aplicado a la dinámica del paisaje
ibérico del Alto Guadalquivir la concepción de M. Godelier (1990) sobre la cam-
biante relación de la Sociedad con la Naturaleza, desde su estado primario, Natu-
raleza Prístina, hasta su destrucción, Naturaleza Destruida, pasando por los niveles
intermedios identificados como Naturaleza Transformada, Modificada y Construida.

Desde cualquiera de dichas perspectivas, nuestra propuesta, fundamentada


en el análisis territorial de La Mata, pudiera parecer a primera vista la foto fija de
dicho espacio entre los siglos VI-V a.C. Aun siendo así en parte, debemos insistir
que el modelo socio-territorial fragmentado restituido ha sido concebido e inter-
pretado dentro de un proceso de cambio y continuidad que hunde sus raíces en
la colonización agraria orientalizante de los siglos previos. Justo es admitir que tal
consideración simplemente ha sido esbozada en el último apartado de estas pá-
ginas y que necesitaría un desarrollo más extenso y mejor documentado que el
que aquí podemos realizar. A pesar de ello, asumimos que la secuencia recons-
truida es sumamente corta y quizá resulte todavía difícil percibir el “movimiento”
del paisaje en el Guadiana Medio entre los siglos VII y V a.C. Pero ciertamente lo
hubo y así lo hemos tratado de recoger en una reciente lectura del período com-
prendido entre el Bronce Final-Orientalizante y el Postorientalizante en un con-
texto general de “heterarquía-jerarquía-heterarquía” (Rodríguez Díaz, e.p.). Pero,
además, es preciso imbricar la secuencia obtenida en la primera mitad del I mile-
nio a.C., con los registros que progresivamente se van obteniendo sobre las eta-
pas prehistóricas y las posteriores protohistóricas e históricas para poder realizar
una lectura lo más fluida y dinámica posible del paisaje en la cuenca extremeña
del Guadiana. En dicha tarea, la matriz propuesta para analizar los contextos ru-
rales postorientalizantes puede resultar una herramienta útil, si bien exigirá ajus-
tes y modificaciones en el futuro. En cualquier caso, nuestro interés último está
en que contribuya a reconocer en el estado actual del Paisaje del Guadiana Medio
la síntesis de los proyectos territoriales y sus principales elementos constitutivos
que se han ido integrando, perpetuando, ocultando, superponiendo e incluso eli-
minando en su azarosa y larga historia de humanización.
“Arqueología Rural”, Territorio y Paisaje en la protohistoria del Guadiana Medio:... 327

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Prehistoria y Arqueología
en homenaje a

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(coordinadores)
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Sevilla 2009
Serie: Historia y Geografía
Núm.: 145

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