medio de la acera a pocos pasos de un ómnibus que se echaba
encima, acudió valerosamente en su auxilio, lo asió y lo puso en
salvo; pero no habiendo retirado a tiempo el pie, una rueda del ómnibus se lo había pillado. Es hijo de un capitán de artillería. Mientras nos referían lo ocurrido entró como loca una señora en la habitación, abriéndose paso; era la madre de Robetti, a la cual habían llamado. Otra señora salió a su encuentro y, sollozando, le echó los brazos al cuello; era la madre del otro niño, del salvado. Juntas entraron en el cuarto, y se oyó un grito desgarrador: —¡Oh, Roberto mío, niño mío! En aquel momento se detuvo un carruaje ante la puerta, y poco después salió el director con el muchacho en brazos, que apoyaba la cabeza sobre su hombro, pálido y cerrados los ojos. Todos guardamos silencio; sólo se oían los sollozos de las madres. El director se detuvo un momento, alzó al niño en sus brazos para que lo viese la gente, y entonces, maestros, maestras, padres y muchachos exclamaron a un tiempo: —¡Bravo, Robetti! ¡Bravo, pobre niño! Y le hacían saludos cariñosos. Y los muchachos y las maestras que se hallaban cerca le besaban las manos y los brazos. Él abrió los ojos y murmuró: —¡Mi cartera! La madre del chiquillo salvado se la mostró llorando, y le dijo: —¡Te la llevo yo, hermoso, te la llevo yo! –y al decirlo sostenía a