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El Credo niceno-constantinopolitano, que a finales del siglo V se recitaba en la liturgia

en Antioquía y desde 511 en Constantinopla,12 fue introducido en la liturgia de


la cristiandad occidental por decisión del III Concilio de Toledo en el año 589.3
La práctica se extendió en España, las islas británicas y el reino franco, pero por mucho
tiempo no fue aceptada en Roma. Cuando Carlomagno convocó en 809 un concilio
en Aquisgrán y quiso obtener la aprobación papal de la decisión del concilio de incluir en el
Credo la cláusula Filioque, el papa León III se opuso a la añadidura (a pesar de declarar
ortodoxa la doctrina expresada) y sugirió seguir el ejemplo de Roma al no incluir el Credo
en la celebración de la misa.4
En 1014 con motivo de su coronación como emperador del Sacro Imperio, Enrique
II solicitó al papa Benedicto VIII la recitación del Credo en la misa. El papa accedió a su
petición, con lo que por primera vez en la historia el Credo se usó en la misa en Roma. 4

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