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UNIDAD N.

1: EL FIN, EL BIEN Y LA FELICIDAD EN EL OBRAR HUMANO

Contenido
1. La moral ¿ciencia del deber o de la felicidad?.......................................................1

2. ¿Qué es el fin?........................................................................................................2

3. ¿Hay un fin último en la vida humana?..................................................................2

4. ¿Hay un único fin último para todos los hombres?................................................3

5. Relación entre el fin y el bien.................................................................................3

6. La felicidad.............................................................................................................4

6.1. ¿Qué es la felicidad (bienaventuranza) objetiva?.......................................................5

6.2. ¿Cuáles son los requisitos del bien que aspire a constituir la bienaventuranza objeti-
va?....................................................................................................................................................5

6.2.1. Conclusión 1ª: «La suprema felicidad del hombre no puede encontrarse en
ninguno de los bienes creados externos (riqueza, honor, fama / gloria y poder)
o internos (salud, placeres, virtud y sabiduría)»...............................................6

6.2.2. Conclusión 3ª: «Únicamente en Dios puede encontrar el hombre su suprema


felicidad plenamente saciativa»........................................................................7

1. La moral ¿ciencia del deber o de la felicidad?


En el sentido común de las personas la ciencia moral se ocupa acerca del deber:
La primera cuestión que viene a la mente cuando se habla de moral: ¿Qué es lo que se puede
hacer y qué es lo que no se puede hacer? ¿Qué está permitido, qué está prohibido y cuáles son
los límites? ¿Qué es lo obligado y qué es lo que es pecado? O simplemente, como diría Kant,
¿qué debo hacer? ¿Cuál es el imperativo moral? Todas estas preguntas giran alrededor de la idea
y del sentimiento de la obligación que imponen las leyes, los preceptos, las normas. Expresan la
concepción de la moral más extendida hoy1.

Ese punto de vista, esa consideración inicial, hay que señalarlo, no es acorde al pensamiento de
Santo Tomás y de la moral cristiana. En efecto, en el estudio de la teología moral Santo Tomás « da
el primer lugar a la cuestión de la felicidad, al tratado de la bienaventuranza (…), que constituye la
clave de bóveda de todo el edificio moral, al fijarle su fin último y su orientación general» 2. Se trata
de «la primacía de la cuestión de la felicidad sobre la de la obligación» 3. Concluye el padre Pin-
ckaers señalando que:

1
Servais (Th.) PINCKAERS, Las fuentes de la moral cristiana, EUNSA, Navarra 20073, p. 41.
2
S. PINCKAERS, Las fuentes…, p. 45.
3
Ibídem.

1
Así, pues, se abren ante nuestros ojos dos grandes modelos de moral. En efecto, la cuestión de la
felicidad entraña una organización diferente del campo de la moral, dando preferencia a las
virtudes principales sobre las prescripciones. La moral se convierte entonces en la ciencia de los
caminos que llevan al hombre a la verdadera felicidad, gracias a esas cualidades del alma y del
corazón que se llaman virtudes4.

Comencemos, entonces, nuestro estudio de la moral cristiana por el tema del fin último del obrar
humano.

2. ¿Qué es el fin?
«En general, la palabra fin significa el término de una cosa. Y así decimos que la muerte es el fin o
término de la vida.
Con relación a las actividades de un agente cualquiera, el fin representa aquello cuya consecu-
ción le hace descansar y cesar en su actividad. Si se trata de un agente racional, que conoce y
obra siempre por un fin, se le define: aquello por lo cual se hace una cosa. Es lo último que se
consigue, pero lo primero que se intenta.
Por razón del término se divide en próximo, remoto y último. Fin próximo es aquel al que la volun-
tad se dirige directamente, o sea, sin que medie o se interponga otro fin; aunque el fin próximo de-
pende siempre, sin embargo, de otro fin superior, que es el fin remoto. Y así, v.gr., el estudiante de
derecho estudia tal o cual asignatura (fin próximo) para llegar a ser abogado (fin remoto). El fin úl-
timo es aquel que no se subordina a ningún otro, porque representa el término de todas las aspiracio-
nes.
El fin último se divide en absoluta o relativamente último. Fin absolutamente último es aquel al que
se orientan todas las otras finalidades y no admite otro fin superior en ninguna clase de bienes. Y fin
relativamente último es aquel que lo es en una determinada serie de actos, pero no de un modo ab-
soluto. Por ejemplo, la salud es el último fin de la medicina; pero la misma salud está subordinada,
a su vez, a otro fin más alto, o sea, la gloria de Dios y la salvación del hombre».

3. ¿Hay un fin último en la vida humana?


«Dentro de los fines se distinguen dos órdenes: el orden de la intención y el orden de la ejecu-
ción, y en ambos debe haber algo que sea primero.
1. Lo primero en el orden de la intención es como el principio que mueve al apetito; por
eso, si se quita el principio, el apetito permanece inmóvil.
2. La acción comienza a partir de lo que es primero en la ejecución, por eso nadie comien-
za a hacer algo si se suprime este principio.
El principio de la intención es el último fin, y el principio de la ejecución es la primera de las
cosas que se ordenan al fin.
Así, pues, por ambas partes es imposible un proceso al infinito, porque:
1. Si no hubiera último fin [en el orden de la intención]:
a. no habría apetencia de nada,

4
Ibídem.

2
b. ni se llevaría a cabo acción alguna,
c. ni tampoco reposaría la intención del agente.
2. Si no hubiera algo primero entre las cosas que se ordenan al fin [orden de la ejecu -
ción]:
a. nadie comenzaría a obrar,
b. ni se llegaría a resolución alguna,
c. sino que se procedería hasta el infinito»5.

4. ¿Hay un único fin último para todos los hombres?


«El fin último puede considerarse de dos modos: uno, refiriéndonos a lo esencial del fin último; y
otro, a aquello en lo que se encuentra este fin. Pues bien, en el primer caso, todos coinciden en de-
sear el fin último, porque todos desean alcanzar su propia perfección, y esto es lo esencial del fin
último (…). Pero en cuanto a aquello en lo que se encuentra el fin último no coinciden todos los
hombres, pues unos desean las riquezas como bien perfecto, otros los placeres, y otros cualquier
otra cosa. Del mismo modo que lo dulce es agradable a todos los gustos, pero unos prefieren la dul -
zura del vino, otros la de la miel, otros la de cualquier otra cosa. Sin embargo, se debe considerar
propiamente como dulzura más agradable la que satisface al gusto más refinado. De igual modo se
debe considerar como bien más perfecto el deseado como fin último por quien tiene el afecto bien
dispuesto»6.

5. Relación entre el fin y el bien


«El objeto de la voluntad es el fin [bien], como el de la vista es el color»7.
«El bien se identifica realmente con el fin, ya que todo agente busca con su acción algo que
juzga conveniente para sí y que, por lo mismo, tiene para él razón de bien (real o aparente);
de lo contrario, se abstendría de obrar. Por eso los filósofos definen el bien diciendo que es “lo
que todos apetecen”.
Es imposible que un agente racional oriente o dirija su acción a conseguir un mal precisamente en
cuanto mal, ya que, como demuestra la filosofía, el objeto propio de la voluntad es el bien -como el
de los ojos el color y el del oído el sonido-, y, por lo mismo, el mal no tiene ninguna razón apeteci-
ble. Sin embargo, cabe perfectamente el error al apreciar como bien lo que sólo lo es aparentemen-
te, siendo en realidad un mal. Y así, el que comete un crimen, o cualquier otra acción inmoral, bus-
ca con ello proporcionarse el placer de la venganza o cualquier otro gusto desordenado; o sea, reali -
za su mala acción buscando un bien (en este caso, falso y aparente), pero jamás un mal.
El bien puede dividirse en:
1. Bien honesto. Es el bien objetivo y real que se busca y apetece por sí mismo, o sea, por su
propia intrínseca bondad. Es siempre verdadero y realmente conveniente a la naturaleza racio-
nal.

5
SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma de teología, I II, q. 1, a. 4c.
6
S.Th., I II, q. 1, a. 7c.
7
S.Th., I II, q. 1, a. 1, ad. 2.

3
2. Bien deleitable. Es aquel que causa un placer en el apetito del que lo goza. Ese placer puede
ser honesto y conveniente o pecaminoso y desordenado. No tiene nunca razón de fin, sino
únicamente de medio para facilitar la práctica del bien honesto.
3. Bien útil. Es aquel que se apetece en orden a otra cosa, como instrumento para conseguirla
(v.gr., la medicina para alcanzar la salud). Tampoco tiene nunca, como es obvio, razón de fin,
sino únicamente de medio»8.

6. La felicidad
«La felicidad no es otra cosa que el estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien
que le llena de dicha y de paz.
Todo ser racional tiende a su propia felicidad de una manera necesaria, siempre y en todas partes,
sin que sea libre para rechazarla o renunciar a ella. Incluso el suicida, que, abrumado de dolores,
renuncia a la vida, busca con ello su felicidad, creyendo erróneamente que muriendo dejará de su -
frir. Es imposible que la criatura racional dé un solo paso voluntario que no vaya encaminado, en
una forma o en otra, a su propia felicidad, ya que, como hemos visto en los números anteriores, todo
agente racional obra por un fin, que coincide con un bien (aparente o real) y, por lo mismo, conduce
a Infelicidad. De donde se sigue que el fin, el bien y infelicidad son una misma cosa con nombres
diferentes. O en otra forma más precisa y exacta: todo hombre obra por un fin que tiene para él ra-
zón de bien, en cuanto que le proporciona o conduce a su propia felicidad.
La felicidad se divide en:
1. Felicidad absoluta: es la que sacia plenamente el apetito, sin que pueda desearse nada
más. No es posible en esta vida, pero lo será en la otra.
2. Felicidad relativa proporciona una dicha parcial e imperfecta, en una determinada línea
o en un género limitado de bienes. Cabe en esta vida cierta felicidad relativa en la prácti-
ca perfecta de la virtud.
A su vez, la felicidad absoluta puede considerarse en el orden objetivo y en el subjetivo:
1. La felicidad objetiva no es otra cosa que el objeto beatificante, o sea, el que nos pro-
porciona la bienaventuranza última, absoluta y plenamente saciativa. Como veremos
más abajo, no es ni puede ser otro que el mismo Dios, Bien infinito, que sacia por com-
pleto el apetito de la criatura racional, sin que nada absolutamente pueda desear fuera de
él. Es el Bien perfecto y absoluto, que excluye todo mal y llena y satisface todos los de-
seos del corazón humano. Es la última perfección de la criatura intelectual.
2. La felicidad subjetiva es la posesión y disfrute del objeto beatificante. Fue definida por
Boecio: el estado perfecto que resulta de la posesión de todos los bienes. En cuanto es-
tado perfecto, supone la posesión estable e indeficiente de esos bienes; no fugaz, caduca
o perecedera. Y en cuanto que supone la posesión de todos los bienes, abarca la bien-
aventuranza esencial o primaria y la accidental o secundaria. Nada absolutamente le
falta ni le puede faltar»9.
Examinaremos por separado la felicidad o bienaventuranza objetiva y la subjetiva.

8
A. ROYO MARÍN, Teología moral para seglares, t. I, BAC, Madrid 1961, pp. 18-19.
9
Ibíd., pp. 19-20.

4
6.1. ¿QUÉ ES LA FELICIDAD (BIENAVENTURANZA) OBJETIVA?
La felicidad objetiva no es otra cosa que el objeto beatificante, o sea aquel que llena por com-
pleto las aspiraciones de nuestro corazón, proporcionándonos la bienaventuranza perfecta y
plenamente saciativa. Es -como dice Santo Tomás- «el bien perfecto que excluye todo mal y
llena todos los deseos» (I II, q. 5, a. 3c). Vamos a investigar ahora cuál es ese objeto supremo que
constituye por sí mismo la bienaventuranza.

6.2. ¿CUÁLES SON LOS REQUISITOS DEL BIEN QUE ASPIRE A CONSTITUIR LA
BIENAVENTURANZA OBJETIVA?

Condiciones que exige. El objeto que aspire a constituir la bienaventuranza objetiva del hombre ha
de reunir, al menos, las siguientes cuatro condiciones:
1. Que sea el supremo bien apetecible, de suerte que no se ordene a ningún otro bien más
alto.
2. Que excluya en absoluto todo mal, de cualquier naturaleza que sea.
3. Que llene por completo, de manera saciativa, todas las aspiraciones del corazón humano.
4. Que sea inamisible, es decir, que no se le pueda perder una vez conseguido.
Es evidente que, sin alguna de estas condiciones, el hombre no podría ser plena y absolutamente
feliz. Sin la primera, aspiraría siempre a ese otro bien más alto y estaría inquieto hasta conseguirlo.
Y sin las otras tres, tampoco podría alcanzar la perfecta felicidad, ya por los males adjuntos o por
las zonas insatisfechas de su propio corazón, o por la tristeza inevitable que le produciría el pensa-
miento de que su dicha y felicidad tendrían que acabar algún día.

I) Corporal: riquezas
a) Externo II) Espiri- Personales: honores
tual Social: fama y gloria
III) Mixto: poder
1) Parcial
El bien puede ser…

I) Corporal: salud, belleza, fuerza,


etc.
b) Interno II) Mixto (corporal y animal): place-
1) Creado o finito
res
III) Espiritual: virtud y sabiduría

2) Total: todos los bienes creados, colectivamente

2) Increado o infinito: Dios

5
6.2.1. Conclusión 1ª: «La suprema felicidad del hombre no puede encontrarse en
ninguno de los bienes creados externos (riqueza, honor, fama / gloria y
poder) o internos (salud, placeres, virtud y sabiduría)»10.
NO CONSISTE EN LAS RIQUEZAS. «Hay dos clases de riquezas:
1. Las riquezas naturales, que sirven para subsanar las debilidades de la naturaleza; así el
alimento, la bebida, el vestido, los vehículos, el alojamiento, etc.
2. las riquezas artificiales, que como el dinero, por sí mismas, no satisfacen a la naturaleza,
sino que las inventó el hombre para facilitar el intercambio.
La bienaventuranza del hombre no puede estar en las riquezas naturales, pues se las busca en or-
den a otra cosa; para sustentar la naturaleza del hombre. Las riquezas artificiales, a su vez, sólo se
buscan en función de las naturales. No se apetecerían si con ellas no se compraran cosas necesa-
rias para disfrutar de la vida. Por eso tienen mucha menos razón de último fin»11.
«El deseo de riquezas naturales no es infinito, porque las necesidades de la naturaleza tienen un
límite. Pero sí es infinito el deseo de riquezas artificiales, porque es esclavo de una concupiscencia
desordenada, que nunca se sacia (…). Sin embargo, el deseo de riquezas y el deseo del bien supre-
mo son distintos, porque cuanto más perfectamente se posee el bien sumo, tanto más se le ama y se
desprecian las demás cosas. Pero con el deseo de riquezas o de cualquier otro bien temporal ocurre
lo contrario: cuando ya se tienen, se desprecian y se desean otras cosas, como manifiesta Jn 4,13,
cuando el Señor dice: Quien bebe de esta agua, refiriéndose a los bienes temporales, volverá a te-
ner sed. Y precisamente porque su insuficiencia se advierte mejor cuando se poseen»12.
NO CONSISTE EN LOS HONORES. «El honor no está en quien es honrado, sino más bien en quien
honra, en quien le rinde homenaje. Luego la bienaventuranza no consiste en el honor»13.
«Es imposible que la bienaventuranza consista en el honor, pues se le tributa a alguien por motivo
de la excelencia que éste posee, y así el honor es como signo o testimonio de la excelencia que hay
en el honrado. Pero la excelencia del hombre se aprecia sobre todo en la bienaventuranza, que es el
bien perfecto del hombre, y en sus partes, es decir, en aquellos bienes por los que se participa de la
bienaventuranza. Por tanto, el honor puede acompañar a la bienaventuranza, pero ésta no puede
consistir propiamente en el honor»14.
NO CONSISTE EN EL PODER. «Dice Boecio: El poder humano no es capaz de impedir el peso de las
preocupaciones, ni de esquivar el aguijón de la inquietud. Y añade: ¿Llamarás poderoso a quien se
rodea de una escolta y teme más que es temido?»15.
«La bienaventuranza no consiste en el poder, por dos razones:
1- porque el poder tiene razón de principio; mientras que la bienaventuranza la tiene de fin
último.

10
Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma de teología, I II, q. 2, aa. 1-4.
11
S.Th., I II, q. 2, a. 1c.
12
S.Th., I II, q. 2, a. 1, ad. 3.
13
S.Th., I II, q. 2, a. 2sc.
14
S.Th., I II, q. 2, a. 2c.
15
S.Th., I II, q. 2, a. 4sc.

6
2- porque el poder vale indistintamente para el bien y para el mal; en cambio, la bienaventu-
ranza es el bien propio y perfecto del hombre»16.
NO CONSISTE EN EL PLACER. «Hay que considerar que toda delectación es un accidente propio que
acompaña a la bienaventuranza o a alguna parte de ella, porque se siente delectación cuando se tie-
ne un bien que es conveniente, sea este bien real, esperado o al menos recordado. Pero ni siquiera la
delectación que acompaña al bien perfecto es la esencia misma de la bienaventuranza, sino algo que
la acompaña como accidente»17.
Notemos que es imposible que la felicidad del hombre consista en los placeres sensuales18:
1. Son medios para facilitar las funciones animales que se relacionan con la conservación del
individuo (comer, beber) o de la especie (venéreos). Pero la suprema felicidad del hombre
no es un medio, sino el fin último al que nos encaminamos. Luego...
2. Los bienes del cuerpo pertenecen a la parte inferior del compuesto humano, formado de
alma y cuerpo. Luego el hombre no puede encontrar su plena felicidad en ningún bien que
pertenezca sólo al cuerpo.
3. No excluyen todos los males. Al contrario, son con frecuencia causa de grandes crímenes
pasionales y de repugnantes enfermedades.
4. No satisfacen plenamente la sed de felicidad del corazón humano. La experiencia demues-
tra con toda claridad y evidencia que los que se entregan con desenfreno a los placeres sen-
suales jamás están satisfechos: siempre aspiran a más y nunca se sienten felices y dichosos.
6.2.2. Conclusión 3ª: «Únicamente en Dios puede encontrar el hombre su suprema
felicidad plenamente saciativa».
La demostración es clarísima y deslumbradora. Solamente Dios reúne en grado rebosante e infinito
todas las condiciones requeridas para la bienaventuranza objetiva del hombre. Luego solamente Él
la constituye. En efecto:
1. Dios es el Bien supremo e infinito, que no se ordena ni puede ordenarse a otro bien más
alto, puesto que este bien más alto no existe ni puede existir. Luego Dios es el supremo
Bien apetecible.
2. Excluye en absoluto toda clase de males, de cualquier naturaleza que sean, ya que son in-
compatibles con la plenitud infinita del Ser, que constituye la esencia misma de Dios.
3. Por consiguiente, su perfecta posesión y goce fruitivo tiene que llenar forzosamente todas
las aspiraciones del corazón humano, anegándolas con plenitud rebosante en un océano de
felicidad.
4. Finalmente, sabemos de manera infalible, por la fe católica, que, una vez poseído por la
visión y gozo beatíficos, no se le puede perder jamás. La bienaventuranza del cielo es eter-
na, y los bienaventurados son absoluta e intrínsecamente impecables.
Queda, pues, fuera de toda duda que sólo Dios es el objeto infinito que constituye la bienaventuran-
za objetiva del hombre.

16
S.Th., I II, q. 2, a. 4c.
17
S.Th., I II, q. 2, a. 6c.
18
A. ROYO MARÍN, Teología moral…, p. 29.

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