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2. En segundo lugar, examinar nuestra conciencia nos debe ayudar a reconocer que
nuestros pecados producen, internamente, un conflicto personal y, externamente, son
causa de separación y distancia para con los demás. Respecto de Dios, la conciencia de
haber pecado hace que nos sintamos alejados de él. Por ello, un buen examen de
conciencia en el que la sinceridad ha estado presente, nos hace asumir responsablemente
la realización de nuestros actos y favorece el que dejemos de responsabilizar a los demás
acusándoles de aquello que nosotros hemos hecho o afirmando que los otros han sido
causantes de tal o cual comportamiento nuestro. A esto, es a lo que tradicionalmente se le
ha conocido como dolor de los pecados.
3. En tercer lugar, la Iglesia nos recuerda que aquella persona que se ha hecho consiente
de su vida y la asume con verdadera libertad y responsabilidad, es alguien que ha llegado
a adquirir un cierto grado de madurez. Esta madurez personal genera en la persona el
reconocimiento de sus faltas y posibilita que de cara a Dios, y movidos por su gracia,
surja el propósito de no volver a pecar, con lo cual, la persona se ha puesto en un
auténtico camino de conversión, pues esta sólo puede ser posible, humanamente, si existe
libertad y responsabilidad.
Con Dios:
✓ Si alguien te pidiera que describieras tu experiencia de Dios: ¿qué le dirías? ¿cómo la describirías?
¿cómo definirías tú a Dios?
✓ Cuando te relacionas con él, ¿lo haces sólo cuando pasas por un momento difícil?
✓ ¿Tienes confianza en Él?
✓ ¿Hablas con Él de tus cosas?
✓ ¿Participas en la Misa del domingo?
✓ ¿Te preocupas por conocerlo más y más mediante la lectura de su Palabra?
Atrévete a vivir siempre junto a Él, pues tú eres importante para él, te quiere y lo único que desea es verte
feliz.