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Amén
“¿Qué consejos le daría a un penitente para hacer una buena confesión? –se pregunta
Papa Francisco-. Que piense en la verdad de su vida frente a Dios, qué siente, qué piensa.
Que sepa mirarse con sinceridad a sí mismo y a su pecado. Y que se sienta pecador, que
se deje sorprender, asombrar por Dios”
Es el momento de ser sinceros con uno mismo y con Dios, sabiendo que Él no quiere que
nuestros pecados pasados nos opriman, sino que desea liberarnos de ellos para poder
vivir como buenos hijos suyos. El examen de conciencia consiste en reflexionar sobre
aquellas acciones, pensamientos o palabras, que nos hayan podido alejar de Dios, ofen-
der a los demás o dañarnos interiormente a nosostros mismos siguiendo los manda-
mientos de la ley de Dios y los pecados capitales. Recuerda que no debes de callar
ningún pecado mortal, si se calla algún pecado mortal voluntariamente si comete otro
pecado peor, un sacrilegio. La materia para confesar son los pecados mortales y venia-
bles. Elxamen de conciencia siguiendo los mandamientos de la ley de Dios y pecados
capitales. Preguntarnos
¿He mentido?
¿He acusado falsamente a otro?
¿Hablo mal de los demás: inventando falsedades sobre su comportamiento, revelando
sin necesidad sus defectos graves o haciendo eco a chismes?
¿Soy orgulloso?
¿Centro todo en mí mismo y no me interesa el prójimo?
¿No reconozco mis errores y defectos?
¿Busco que los demás me elogien por lo que soy y tengo?
¿Me dejo llevar por la lujuria en pensamientos, palabras y obras? ¿
¿Me aparto de las ocasiones de pecado y pongo los remedios adecuados?
¿Soy irascible, rencoroso o vengativo?
¿Me dejo llevar por la pereza y la desgana en mis deberes con Dios o con los demás?
¿Me he apartado de la vida cristiana porque me resultaba árida o difícil?
¿Me excedo en el comer o en el beber sin saber moderar mis deseos?
¿Me he entristecido del bien de otro, sintiendo envidia? ¿Me he alegrado del mal de otro?
La contrición, o arrepentimiento, es un dolor del alma y un rechazo de nuestros pecados,
que incluye la resolución de no volver a pecar. Es un don de Dios: por eso, si te parece que
aún estás apegado al pecado –que, por ejemplo, no te ves con fuerzas de abandonar un
vicio, perdonar a una persona o enmendar un daño causado–, pídele a Él que obre en tu
corazón, para que rechaces el mal. Lo importante es comprender que hemos obrado mal,
tener deseos de mejorar como cristianos y hacer el propósito de no volver a cometer
esas faltas.
Es una firme resolución de nunca más ofender a Dios. Y hay que hacerlo ya antes de con-
fesarse. Jesús a la pecadora le dijo: “Vete y no peques más” (Jn. 8,11). Esto es lo que se pro-
pone el pecador al hacer el propósito de enmienda: “no quiero pecar más, con la ayuda
de Dios”. Si no hay verdadero propósito, la confesión es inválida. No significa que el peca-
dor ya no volverá a pecar, pero sí quiere decir que tener la voluntad de no volver a caer,
en el pecado, con la gracia de Dios.