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Contigo - Mauricio Perez
Contigo - Mauricio Perez
Sole era bipolar, tenía semanas en las que era el sol de todos los que la rodeábamos,
era la que daba los mejores consejos, amaba vivir, amaba el mar, amaba las flores y
bailar, le encantaba hacer caminatas por la playa y acampar frente a un atardecer.
La última vez que la vi con vida estábamos los cuatro, Claudia, mi ex; Carlos, Sole y yo,
sentados en la arena a orillas de una playa escondida al sur de Lima, Sole la había
descubierto en una de sus caminatas sin rumbo y decía que era su refugio. Estaba
sentada dejando que la arena se escapara entre sus puños apretados, como un reloj
antiguo que no volvería a dar la vuelta. Miraba fijamente el horizonte, como si
estuviera hipnotizada, sonreía a media asta, sus rodillas encogidas parecían abrazar su
pecho. Y es que siempre un atardecer le regalaba paz. No se veía mal. Esa tarde antes
de que el sol se escondiera nos miró y nos dijo —¿Nos vamos? El sol estaba a punto
de hacer su gran despedida, estampando el cielo con naranjas y violetas y ella se paró,
se dio media vuelta y arrancó unas lágrimas que colgaban de sus largas pestañas y, se
marchó.
Carlos se despidió y en un abrazo me dijo que tal vez no sería una buena noche.
Cuando llegaron a casa ella dijo que todo estaba bien, que solo estaba cansada, se
acostó como nunca alrededor de las 8 de la noche, como estaba, sus pies con arena,
su faldón de flores y un polo holgado. Mientras, Carlos preparaba la receta que el
psiquiatra le tenía para los momentos de crisis, él le administraba los medicamentos,
puesto que ella ya había tratado de deshacerse de sus crisis para siempre. Esa misma
noche mientras Carlos dormía en su lado de la cama, junto a la ventana, ella se
levantó y cerró las persianas, tomó las llaves del pequeño cajón donde Carlos
guardaba los medicamentos y se encerró en el baño. Carlos se despertó a la mañana,
el sol intentaba entrar por entre las persianas, —creo que buscaba los ojos de Sole,
creo que quería despedirse de su niña— me dijo Carlos cuando me contó lo sucedido.
Carlos encontró a Sole tendida en el suelo con espuma en la boca y un cóctel de todo
lo que encontró en el cajón, desparramado por el suelo, su piel estaba fría, e iba
poniéndose gris desde las manos, el tiempo se le había acabado. Carlos gritó, lloró, se
destruyó, se culpó durante mucho tiempo por lo sucedido. Sole se fue.
Él siempre había sido un gran tipo, un corazón enorme, en él cabían las dos Soles. La
de los ojos tristes y la que bailaba como si fuera la última canción. Ella lo amaba
porque él era el cómplice de sus locuras, y era un soplo de vida cuando se sentía
morir. Carlos siempre me decía que el amor todo lo curaba.
Cuando Sole murió, Carlos murió, se encerró en el pequeño lugar donde vivían, bebió
y bebió, hasta destruirse el estómago, estuve muchas noches y días esperando a que
mi hermano me abriera la puerta, pero yo sabía lo que le dolía. Después de todo
todos nos conocíamos desde niños. Habíamos crecido juntos, Carlos, Sole y yo éramos
como hermanos.