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CHARLES PÉGUY

TODOS ESTAMOS
EN EL FRENTE

TEXTOS DE LA OBR A EN PROSA


ESCOGIDOS POR H.U. VON BALTHASAR

L
CHARLES PÉGUY
TODOS ESTAMOS EN EL FRENTE
L
CHARLES PÉGUY

TODOS ESTAMOS
EN EL FRENTE
TEXTOS DE L A OBR A EN PROSA
ESCOGIDOS POR H.U. VON BALTHASAR

SAINT JOHN PUBLICATIONS


© Saint John Publications (an imprint of The Community of
St. John, Inc.), 2023 | Edición original de la antología por Hans
Urs von Balthasar: Wir stehen alle an der Front, 1952 (© Johannes
Verlag Einsiedeln) | Para el original francés de los textos véase la
referencia bibliográfica al final del volumen | Traducción de Ni-
colas Faguer | La publicación se distribuye gratuitamente y puede
ser compartida libremente sin ánimo de lucro (detalles en el aviso
legal de la página balthasarspeyr.org) | isbn 978-1-63674-034-8 |
https://doi.org/10.56154/vp ■

balthasarspeyr.org
CONTENIDO

Nota previa 7
Introducción 12

I. LUCHA

Hoy todo cristiano es un soldado 19


Juana de Arco 24
Las reservas se agotan 27
La revolución como nacimiento 30
Una gran filosofía 34
Remontar la corriente 36
El segundo coraje 38
Vigny 46
Vanidad 48

II. CULTURA

La franja estrecha 55
Eydtkuhnen 60
El equilibrio de las culturas 62
Un comunismo interior 65
La totalidad como elección 67
La pérdida de la medida y de la finitud 69
El declive del humanismo 72
Lo ya hecho 75
La época de la jubilación 79
Infierno y esperanza 89
Rigidez y flexibilidad 94

III. HISTORIA

Los acontecimientos elegidos 99


Los coronamientos perpetuamente inacabados 101
Osar elegir 106
Así dijo la historia 110
El alma pagana 119
El suplicante representa 126
El affaire Jesús 134
Dos modos de considerar la encarnación 136
La venida del Hijo de Dios 142
Mística y política 149

Referencia bibliográfica 159


NOTA PREVIA

n este volumen, el lector encontrará la primera antología


E de obras en prosa de Charles Péguy (1873-1914) concebida
y publicada en un país de habla alemana, Suiza.
La selección y disposición de los textos se debe a uno de
los mayores teólogos del siglo XX, Hans Urs von Balthasar
(1905-1988). El público lo conoce especialmente por su estética
teológica titulada Gloria, cuyo segundo tomo, publicado en
alemán en 1962, contiene justamente un capítulo dedicado a la
figura de Péguy. Pero quizá no es tan conocido lo mucho que
él contribuyó a dar a conocer al escritor francés a los lectores
de lengua alemana: aparte de esta antología, fue también el
primero en traducir El pórtico del misterio de la segunda virtud
(Das Tor zum Geheimnis der Hoffnung, 1943; 2ª edición revisada
en 1980).
Von Balthasar descubrió la obra de Péguy en el tiempo
de sus estudios de teología en Lyon-Fourvière durante los
años treinta, y desde entonces no dejó de referirse a ella. En
cierto modo, Péguy vino siempre a iluminar las cuestiones que
el teólogo se planteaba. La traducción del Pórtico le permitió
ahondar en el misterio de la esperanza universal de salvación; la
monografía dedicada al escritor en Gloria lo llevó a desentrañar
la belleza originaria de la Revelación y su centro incandescente,
es decir el corazón paterno de Dios, acerca del cual habló el
poeta en sus Misterios y en sus Tapicerías.
Entre la primera traducción del Pórtico y la monografía en
Gloria, en 1953 salió a la luz esta antología de textos en pro-
sa. Fue publicada en la Editorial Johannes Verlag Einsiedeln,

7
dentro de la colección Christ heute (Cristiano hoy en día) que el
mismo von Balthasar dirigía y que respondía a su deseo de ilu-
minar la situación del cristiano en el mundo contemporáneo.
Fue algo así como la segunda parte de un díptico comenzado
un año antes, en 1952, con un pequeño escrito programático
que dio inicio a la colección: Abatir los bastiones. En ese texto,
von Balthasar mostraba cómo el cristiano no puede escapar
a la confrontación con el mundo moderno que lo rodea por
todas partes; todavía más, tiene que ponerse valerosamente
en la brecha. En la antología, Péguy aparece como un pionero
y un modelo: es el primero de los que están en la «frontera»
(o, con las palabras de Papa Francisco, en la «periferia») y que,
por amor a los hombres, sus hermanos, defiende el misterio
del centro, que es misterio de Dios y de la Iglesia.
La defensa del centro no es una defensa meramente verbal,
es ante todo existencial, porque es imitación de Cristo que une
en sí mismo humanidad y divinidad, y que vive en este mundo
la obediencia al Padre. Para el cristiano, se trata de entrar en
esta dinámica integradora, esforzándose por reunir dentro de
sí mismo las líneas que suelen considerarse incompatibles: Dios
y el mundo, lo espiritual y lo carnal, el compromiso con el
mundo y la profundidad contemplativa, la doble pertenencia
civil y eclesial, etc. Ubicarse en este cruce de caminos es –para
decirlo con la bella expresión de Péguy que von Balthasar
retoma en su introducción– un «ponerse en el eje».
En el caso de Péguy, la gran cantidad de líneas, la variedad
de aspectos de la realidad de abajo y de arriba que consigue
reunir en su existencia, supone un verdadero desafío. El lector
descubrirá no sin asombro todos estos aspectos, a lo largo de
los treinta textos escogidos por von Balthasar y reunidos en

8
tres secciones: «Lucha», «Cultura» e «Historia». Esta selección
ofrece, además, una buena visión de conjunto de la prosa
del escritor: están tomados de toda su obra, desde los textos
inéditos del estudiante en la École Normale Supérieure («Vigny»)
hasta las páginas inacabadas de 1914 («Juana de Arco», «La época
de la jubilación», «Infierno y esperanza», «La venida del Hijo
de Dios»), pasando por los comentarios de actualidad como
socialista comprometido («Eydtkuhnen») y los grandes escritos
de la madurez cristiana («Hoy todo cristiano es un soldado»
y «Mística y política»). El lector notará cuánta fuerza tienen
las ideas centrales y algunas expresiones clave; se advertirán
particularmente las referencias a la obra poética y, en especial,
al Pórtico del misterio de la segunda virtud, la esperanza: ella es la
que anima, desde dentro, la lucha de Péguy y de cada hombre,
de cada cristiano. Por esta razón, es recomendable leer en
paralelo esta antología y el Pórtico.
En esta antología, como en muchas otras editadas por von
Balthasar, los textos escogidos se organizan según un crite-
rio temático, subrayado por los títulos de las tres secciones
principales. Por ejemplo, «Hoy todo cristiano es un soldado»,
primer texto de la sección «Lucha», habla de la lucha hacia
fuera, hacia los enemigos, mientras que el segundo, «Juana
de Arco», menciona la lucha hacia dentro, contra los propios
hermanos. Desde luego, este criterio temático no siempre
coincide con el orden cronológico interno de la obra de Pé-
guy. Hay que advertir otra peculiaridad de la edición alemana
desde el punto de vista formal: von Balthasar algunas veces
ha hecho amplios cortes dentro de las páginas escogidas sin
indicarlo tipográficamente; en otros casos, ha reordenado en
nuevos párrafos trozos escogidos con una unidad de sentido.

9
Ahora bien, esta edición en castellano toma como referencia la
edición francesa de la antología (Nous sommes tous à la frontière,
Éditions Johannes Verlag, 2014) en la que no fue posible, por
razones de derechos de autor, reproducir esta particularidad:
fue necesario indicar expresamente los cortes y respetar estric-
tamente las divisiones de los párrafos del original francés. Esta
limitación llevó a modificar ligeramente algunos extractos
respecto a la edición alemana, sobre todo allí donde lo exigía
el ritmo de la frase o el hilo del pensamiento. En todo caso,
se ha puesto el mayor cuidado en no introducir más cambios
de contenido que los pocos que surgen necesariamente de un
nuevo cotejo con la selección hecha por Balthasar. En este
esfuerzo de fidelidad a las intenciones del teólogo, en muchas
ocasiones nos hemos inspirado en su traducción (a menudo
muy perspicaz) del francés al alemán. Agradecemos también
a la Hna. Belén Sarmiento, a Don Javier Montero Casado de
Amezúa y al padre Ignacio Díaz por sus atentas relecturas del
manuscrito y por sus preciosas correcciones y sugerencias. Si
se quisiera leer los textos originales en su integridad, deben
consultarse las obras completas, cuyas referencias se encuen-
tran al final del libro. Por último, las notas explicativas que
acompañan al texto se inspiran, en parte, en las de la edición
de La Pléiade; se indicará expresamente el único caso de ano-
tación por el propio von Balthasar, en la n. 3 en el texto «La
franja estrecha».
El título de la antología está sacado de una cita de Un nou-
veau théologien. M. Fernand Laudet: «Nous sommes tous à la
frontière» (cf. el primer texto). El título alemán, Wir stehen alle
an der Front, introdujo un pequeño cambio en la traducción de
la frase: «frontera» pasó a «frente». Titulando así su antología,

10
«Estamos todos en el frente», von Balthasar consiguió crear un
efecto inesperado y genial, pues con esta mínima modificación
logró expresar con una única fórmula tanto la lucha de orden
esencialmente espiritual a la que Péguy nos invita, como igual-
mente el destino al que él fue llamado, muriendo en el frente
el 5 de septiembre de 1914 en Villeroy, a unos 50 kilómetros de
París. Ojalá esta antología, que ahora se publica en castellano
con ocasión del 150 aniversario del nacimiento de Péguy, pue-
da ayudar a mantener su figura cercana y viva para nosotros.

Nicolas Faguer
7 de enero de 2023

11
INTRODUCCIÓN

e aquí un primer intento de dar a conocer la inmensa obra


H en prosa de Péguy –que incluso para los mismos franceses
es una selva virgen– a los lectores de lengua alemana. Mucho
de ella, incluso algo de lo más hermoso, quedará para siempre
intraducible. Hay partes que son matorrales y no merecen
una traducción. Muchas otras son discusiones y polémicas
apasionadas sobre cuestiones políticas, y presuponen, para ser
entendidas, un estudio histórico previo. Pero de todo este
conjunto, brillan con luz imperecedera los grandes pasajes
centrales, sus tesis y conclusiones inolvidables, en la prosa
única que Péguy ha inventado y que nadie copia, con su mezcla
de forma latina y de abstracción, de humor popular, pleno,
francés, y de entusiasmo lírico de amplio espectro. Para poder
dar una primera idea de todo esto, fueron inevitables duros
sacrificios: cortes radicales allí donde Péguy (que, pluma en
mano, no tiene conciencia del tiempo) despliega sus espirales
sobre cientos de páginas, y reducir aún más en los mismos
pasajes escogidos. Hay, además, cierta extensión que es difícil
de soportar en el vigoroso texto original, y que hubiera sido
del todo inoportuna en la pálida traducción.
Por tanto, lo que se ha quedado atrapado en la red, que fue
echada en profundidades fecundas e inagotables, permanece,
desde distintos puntos de vista, como algo casual y poco satis-
factorio, especialmente para el conocedor. Pero el aficionado
disfrutará de ello; podrá intuir, más que todo, el genio del
creador, y a partir del parentesco irrefutable de todos estos
textos, podrá representarse el contenido fundamental de sus

12
escritos, tendrá sed de más, querrá ir a los originales: para el
traductor, no hay mayor recompensa.
Charles Péguy nació en 1873 en Orléans. Es hijo de un car-
pintero difunto prematuramente y de una tejedora de sillas
que le ha sobrevivido. Desde el inicio, une lo que parece in-
compatible: aprende con el mismo entusiasmo el catecismo
y las enseñanzas de sus maestros laicistas y anticlericales; per-
manece toda su vida como el representante del pueblo pobre,
de la raza anónima, pero en la École Normale llega a ser un
humanista y un hombre de cultura; tomará una postura cada
vez más fuerte contra la descomposición del intelectualismo
moderno, ya sea del intelectualismo de izquierda ( Jaurès) o de
derecha (Maurras), o bien del intelectualismo esencialmente
politizado de los señores de la Sorbona. El drama central de su
vida sigue siendo aquel salto decidido, con veinte años, desde
la Iglesia hacia un socialismo de clanes, al cual consagra (en
sus «Cahiers») lo mejor de sus fuerzas vitales. Con una decep-
ción, e incluso una amargura creciente, se distancia de este
socialismo alienado, de rasgos parlamentarios y demagógicos,
para seguir en solitario unas sendas interiores que lo llevarán
a reencontrar la fe católica, en torno a los treinta y cinco años.
Reza, peregrina a Nuestra Señora de Chartres, se siente inte-
riormente católico, no quiere oír hablar de conversión, sino
solo de una profundización consecuente de la solidaridad so-
cialista terrena, hacia la mucho más radical solidaridad católica
y representación vicaria recíproca de todos los cristianos y de
todos los hombres en su eterno destino celestial delante de
Dios: la comunión de los santos. Sin embargo, como cristiano,
no es practicante, y rechaza obstinadamente todos los intentos
de sus amigos para que lo sea. Es que no quiere abandonar a

13
su mujer aún no creyente y a sus hijos (a los que no quiere
bautizar sin el consentimiento de su esposa). Su concepción de
la solidaridad le impone, en su conciencia, este sacrificio dolo-
roso, que sobrepasa sus fuerzas. Apóstata del partido socialista,
tampoco se convierte en miembro indiscutido y protegido
de la comunidad cristiana: en el más solitario de los puestos
fronterizos, defiende el misterio del centro. Péguy cae en 1914,
uno de los primeros, en esa guerra que siempre ha presentido,
temido, acechado.
La palabra «eje» aparece continuamente. Se trata de ponerse
en el eje justo, en el único punto justo en el que se toman las
decisiones, donde las líneas se cruzan. Y ahí, lacerado, desga-
rrado por la cruz espiritual, testimoniar la unidad –recom-
poniéndola por medio de su propia existencia– de lo que el
mundo entero considera irreconciliable. Primero, el punto
de encuentro entre el socialismo radical y el cristianismo ra-
dical; la abolición de la aparente oposición entre izquierda y
derecha. Es precisamente la antigua Francia de los reyes la que
era social en sus entrañas. El rey Luis, Juana de Arco, Cornei-
lle. Luego, el punto de encuentro entre soledad radical (en
Francia fue Péguy quien vivió y representó de manera más
expuesta que nadie, al «solitario» de Kierkegaard) y comuni-
dad radical. En fin, el punto de encuentro entre una perfecta
calidad artesanal (en los maravillosos «Cahiers») y un cierto
alejamiento y extrañamiento místico en el mundo; punto en
el que triunfa allí donde George 1 fracasó. En Péguy reluce lo
que falta en el ámbito alemán de manera tan manifiesta: un

1
Stefan George (1868-1933), poeta alemán, animador de un círculo literario
y fundador de la revista Blätter für die Kunst.

14
cristiano que se haya mantenido firme en el ámbito en el que
Nietzsche y George han desplegado su misión. Una vez más,
como tantas otras, Francia ha dado en el blanco, y el éxito lo
demuestra: en los últimos veinte años, Péguy ha tenido un
impacto incalculable, solo comparable con el de Teresita. Pero
mientras Teresita obra en el ámbito más interior, Péguy brilla
ampliamente hacia afuera. Entre los miles de estudiantes que
todos los años siguen sus huellas peregrinando hacia Chartres,
se pueden encontrar también a judíos y a paganos. Tampoco
nosotros llegaremos a la meta sin la ayuda de este hombre.

Hans Urs von Balthasar


Pentecostés del 1953

15
I

LUCHA
HOY TODO CRISTIANO ES UN SOLDADO

uando hablamos de las edades de la fe, si queremos decir


C que durante siglos, que eran siglos de cristiandad, siglos
de la ley de amor, siglos del reino de la gracia, anni Domini, an-
ni gratiae Domini, la fe, la creencia era común, era como quien
dice literalmente pública, corría en la sangre y en las venas
comunes, vivía en el pueblo, era algo natural, era como quien
dice de derecho común, recibía no solo un asentimiento sino
una celebración pública, solemne, oficial, y que hoy ya no es
lo mismo –entonces, tenemos razón–. Tenemos históricamente
razón. No hacemos más que constatar, que registrar un hecho
histórico.
Sin embargo, también esto hay que registrarlo con extre-
mo cuidado. […] Es una gran pregunta la de saber si nuestras
fidelidades, si nuestros créditos modernos, es decir cristianos,
que bañan el mundo moderno, que cruzan intactos el mundo
moderno, la edad moderna, los siglos modernos, los dos y los
otros siglos intelectualistas, no reciben de ellos una belleza
particular, una belleza todavía no alcanzada, y una grandeza
especial a los ojos de Dios. Es una pregunta eterna, la de saber
si nuestras santidades modernas, es decir nuestras santidades
cristianas ahondando en el mundo moderno, en esta vastatio, 1
en este abismo de incredulidad, de descrédito, de infidelidad
del mundo moderno, aisladas como faros que asaltaría en vano
un mar encrespado desde hace casi tres siglos, no son, no serían

1
Saqueo, soledad.

19
las más agradables a los ojos de Dios. Nolite judicare, 2 no lo
juzgaremos, y no somos nosotros (se olvida con demasiada
frecuencia) los encargados de realizar el juicio. Pero sin ir hasta
los santos, hasta nuestros santos modernos, cronológicamen-
te modernos, nosotros también, los pecadores, tenemos que
evitar caer en el orgullo. Tal vez no sea orgullo lo de ver.
Tal vez no sea orgullo el constatar a nuestro alrededor. Que,
asaltados por todas partes, probados por todas partes, nunca
sacudidos, nuestras constancias modernas, nuestras fidelida-
des modernas, nuestros créditos modernos, cronológicamente
modernos, aislados en este mundo moderno, golpeados en
todo este mundo, incansablemente asaltados, incansablemente
golpeados, inagotablemente golpeados por las olas y las tem-
pestades, siempre de pie, solos en todo un mundo, de pie en
todo un mar incansablemente encrespado, solos en todo un
mar, intactos, enteros, nunca, de ninguna manera sacudidos,
nunca, de ninguna manera desportillados, nunca, de ningu-
na manera doblegados, acaban por hacer, por constituir, por
elevar un hermoso monumento delante de la faz de Dios.
A la gloria de Dios.
Y sobre todo, e insisto, un monumento que nunca antes
se había visto. Que nuestra situación sea nueva, que nuestro
combate sea nuevo, tal vez no nos toca a nosotros decirlo,
pero en fin quién no ve que nuestra situación es nueva, que
nuestro combate es nuevo. Que esta Iglesia moderna, que
esta cristiandad moderna, cristiana bañándose en el mundo
moderno, cristiana cruzando el mundo moderno, el período
moderno, tiene una especie de gran belleza trágica propia, casi

2
Mateo, VII,1: «No juzguen».

20
una gran belleza, no de viuda sino de mujer que sola guar-
da una Fortaleza. Una de aquellas bretonas, una de aquellas
francesas heroicas, una de aquellas trágicas damas que durante
años y años guardaban el Castillo intacto para el Señor y para
el Maestro, para el Esposo. Quién no ve que nuestro Crédito
y nuestra Fidelidad son más que nunca un fiel Vasallaje. Que
nuestra Constancia, que nuestra Fe, que nuestro crédito, que
nuestra fidelidad tienen un valor propio, un valor hasta ahora
desconocido, por haber pasado precisamente por pruebas hasta
ahora desconocidas […]. Es una pregunta, una pregunta eter-
na, la de saber si acaso la ignorancia esté más cerca de Dios que
la experiencia, si la ignorancia es más bella a los ojos de Dios
que la experiencia, si la ignorancia es más agradable a Dios
que la experiencia. Pero lo que sí podemos decir, porque lo
vemos, porque basta solo con verlo, es que nuestra constancia,
que nuestra fidelidad, que nuestro crédito, tienen cierta nue-
va belleza propia, cierto valor, cierta nueva grandeza propia.
Como inventada para nosotros. Como creada para este mundo
moderno. Nuestra fidelidad es como más fiel que la fidelidad
antigua. Nuestro crédito es una fidelidad como más fiel que
la fidelidad antigua. Lejos de que nuestra fe esté disminuida,
como lo supone el Sr. Fernand Laudet, 3 tal vez en cierto senti-
do esté como aumentada. Como más resplandeciente. Más que
nunca es una fe que se mantiene firme. Miles Christi, hoy todo
cristiano es un soldado; el soldado de Cristo. Ya no existen

3
Director de La Revue hebdomadaire, en la que su colaborador, François Le
Grix, publicó una crítica muy dura de El Misterio de la caridad de Juana de
Arco de Péguy (1910). Este contestó directamente al director de la revista,
el Sr. Fernand Laudet.

21
cristianos tranquilos. Aquellas cruzadas que nuestros padres
iban a buscar hasta las tierras de los Infieles, non solum in terras
Infidelium, sed, ut ita dicam, in terras ipsas infideles, 4 son las que
hoy, por el contrario, vienen hacia nosotros, las que ahora
nos alcanzan, y las tenemos en casa. Nuestra fidelidad es una
ciudadela. Aquellas cruzadas que transportaban pueblos, que
transportaban un continente sobre otro, que lanzaban unos
continentes contra otros, se han retransportado hacia nosotros,
han refluido hacia nosotros, han vuelto hasta nuestras casas.
Como una oleada, bajo la forma de una oleada de increduli-
dad han refluido hasta nosotros. Ya no llevamos el combate
adonde están los Infieles. Son los infieles sueltos, los infieles
comunes, difusos o más bien precisos, informales y formales,
informales o formales, generalmente diseminados, los infieles
de derecho común, y más aún, son las infidelidades las que
nos han traído el combate adonde estamos. El más ínfimo de
nosotros es un soldado. El más ínfimo de nosotros es, literal-
mente, un cruzado. […] Todas nuestras casas son fortalezas in
periculo maris, en peligro de naufragio. La guerra santa está en
todas partes. Está siempre. Por eso, ya no necesita ser predi-
cada en ningún sitio. Quiero decir en un punto determinado.
[…] Todos somos islotes batidos por una incesante tempestad
y todas nuestras casas son alcázares en el mar. Esto significa
que las virtudes que antes solo se requerían de cierta fracción
de la cristiandad, hoy se requieren de la cristiandad entera.
[…] Una guerra, ciertas virtudes que eran voluntarias, ya que
eran el objeto y la materia de un voto, hoy se requieren, se

4
«No solamente en las tierras de los Infieles, sino, por así decirlo, en tierras
ellas mismas infieles».

22
exigen, imperiosamente se exigen aún sin, aún antes de que
debamos ocuparnos de ellas. Sin que se nos consulte. Sin que
se nos pregunte, sin que podamos decir qué nos parece. Es
preciso decirlo: Todo el mundo es un soldado sin necesidad
de su consentimiento. ¡Qué prueba de confianza en las tropas!
Se trata, literalmente, de un servicio militar obligatorio, y
es extremadamente notable que las sociedades civiles hayan
exactamente seguido la misma ley, la ley de cristiandad. Es un
levantamiento masivo. […] Lo que era del ámbito del voto,
y, por consiguiente, se dejaba a la libertad de cada uno, se ha
tornado la ley común.
Se ha contado tanto con nosotros, que ahí donde los demás
eran libres, nosotros somos forzados. Constreñidos. Lo que se
les ofrecía a los demás, se nos impone a nosotros. […] Nuestros
padres necesitaban cruzarse, ellos mismos, y transportarse para
hacer la cruzada. A nosotros, Dios nos ha marcado con la
cruz, 5 él mismo, (¡qué prueba de confianza!) para una cruzada
incesante aquí donde estamos. Incluso las mujeres más débiles,
los niños de cuna, ya son asediados. Hoy en día todos estamos
situados en la brecha. Todos estamos en el frente. 6 El frente
está en todas partes. La guerra está en todas partes.

5
El original francés dice: «Dieu nous a croisés lui-même». Aquí seguimos la
traducción de Hans Urs von Balthasar.
6
Traducimos Frontière por frente, tal como hizo Hans Urs von Balthasar.
Esta frase es la que el teólogo eligió como título de su antología: Wir stehen
alle an der Front [Todos estamos en el frente].

23
JUANA DE ARCO

e sabe cómo fue recibida. Encontró a los ingleses (y a los


S borgoñones) y, hay que decirlo, a los franceses, y a la Sor-
bona y al rey de Inglaterra y, hay que decirlo, al rey de Francia
y a la Iglesia de Inglaterra y, hay que decirlo, a la Iglesia de
Francia, más sorda y cerrada a la voz de Dios, más rebelde a
Dios que los infieles a los que san Luis había encontrado en
Egipto. Y este es uno de los motivos por los cuales fue la mayor
santa y mártir. Se podría tal vez decir que fue santa en segundo
grado y que fue mártir en segundo grado. Pues fue allí, en
el corazón de la cristiandad, donde encontró sus puntos de
aplicación, sus puntos de resistencia, sus puntos de guerra, sus
puntos de honor, sus puntos de santidad, sus puntos de marti-
rio. Fue como un soldado que no solo pelearía en las fronteras,
sino para quien su propio hogar fue una inmensa, una univer-
sal frontera. San Luis fue más dichoso, solo tuvo que vérselas
con infieles.
Se puede decir que San Luis tenía a su alrededor un pueblo
de fieles y que combatía a un pueblo de infieles que era más
bien un pueblo de contra-fieles. Juana de Arco, al contrario,
tuvo que responder a su vocación y perseguir su objetivo, tuvo
que cumplir su misión en un pueblo de infidelidad, en medio
de un pueblo empedernido infiel, en medio de un pueblo caído
habitualmente en estado de infidelidad. Nadie le fue fiel hasta
el fin. Fue abandonada y renegada como Cristo. Y entre los
que le fueron fieles algún tiempo (si las palabras ser fiel algún
tiempo tienen algún sentido), había solamente gente del pueblo
humilde. Humilde pueblo de soldados, humilde pueblo de

24
Iglesia, humilde pueblo de pueblo. Monjes, soldados, burgue-
ses. Ni prelados ni, por supuesto, nobles. Ni rey. Tuvo que
ser cristiana, mártir y santa en contra de franceses y en contra
de cristianos. Encontró la infidelidad anidada en el corazón
mismo de Francia, en el corazón de la cristiandad. Tuvo que
acabar con esta larga costumbre. […]
Hacer la guerra al enemigo, ser presa del enemigo, no digo
que no sea nada, pero al fin y al cabo, es el primer grado. Hacer
la guerra a su hermano, ser presa de aquellos que pertenecen a
la propia raza espiritual, ese es el segundo grado de la prueba
y esa es la prueba duplicada.
Partir, luchar en las fronteras, eso está bien. Pero luchar en
el corazón de su casa, devorarse en su propio corazón, ¡qué
desdoblamiento!
Esta diferencia y este desdoblamiento, esta distancia, es tan
importante, que se puede decir que corta la guerra en dos,
que divide la victoria misma en dos categorías: la categoría
de las guerras libradas y de las batallas dadas y de las victorias
ganadas en la frontera, y la categoría de las guerras libradas y
de las batallas dadas y de las desdichadas victorias ganadas en
el centro. […]
Toda operación de guerra extranjera, toda operación de
guerra en las fronteras, toda operación de guerra contra el
enemigo es, en cierto sentido, y siempre que, aunque desastro-
sa, salvaguarde el honor: […] una operación de cierta felicidad.
[…] En la segunda categoría, al contrario, todo es infelicidad.
Si esto sucede en la guerra civil y en la guerra extranjera en
materia territorial y política, qué sucederá en materia espiri-
tual. Allí también hay fronteras y hay un centro. (El centro es
Roma). Allí también está el enemigo y el propio hogar. […]

25
( Jesús ha tenido ambas, superpuestas o mejor dicho entre-
lazadas, pues tuvo que vérselas a la vez con los Judíos y con
los Romanos, con su raza y con la raza extranjera, con Caifás
y con Pilato, con la turba y con los soldados).

26
LAS RESERVAS SE AGOTAN

oda operación que trastorna y crea desorden, aunque fue-


T ra etiquetada con el epíteto de revolucionaria, es esencial-
mente una operación reaccionaria, […] ya que una revolución
no puede ser otra cosa que una organización, una ordena-
ción, una instauración –instauratio magna–, 7 una institución,
el establecimiento de un nuevo orden.
Ahora bien, ni el orden puede salir del desorden, ni la vida
puede salir de la muerte. […] Eso es exactamente lo que ol-
vidan las demagogias modernas. Olvidan que en este caso
particular, en el caso particular de la revolución social, son los
pueblos mismos, la humanidad misma la que está en juego.
Son los mismos pueblos los que están en juego; y cuan-
to más terreno ganan los tiempos modernos, cuanto más se
establece el régimen moderno, tanto más serán los mismos
pueblos, tanto más será verdad que son los mismos pueblos,
ya que, cuanto más se establecen los tiempos modernos, tanto
más llega a ser verdad que en este punto, con respecto a la
demagogia, a las demagogias particulares, poco a poco van
desapareciendo los tabiques de los compartimientos que en
tiempos antiguos delimitaban a los diferentes pueblos.
En consecuencia, cuanto más terreno ganan los tiempos
modernos, tanto más peligrosa llega a ser, automáticamente,
la demagogia moderna.
En otras épocas, cuando la demagogia había usado a un pue-
blo, podía salir, y siempre salía otro pueblo al que su propio

7
Alusión a la Instauratio magna scientiarum del filósofo inglés Francis Bacon.

27
aislamiento había preservado. Hoy en día, y quizá para siem-
pre, en fin, en los tiempos modernos, justamente porque el ais-
lamiento se va borrando y desaparece, la demagogia, moderna,
usa, sensiblemente y casi al mismo tiempo, sensiblemente al
mismo nivel, a todos los pueblos. No hay más, ni puede haber
más pueblo de reserva. Y es ahí donde está el peligro capital, el
peligro todavía no experimentado, de la demagogia moderna.
En cada instante, ella alcanza a toda la humanidad, sensible-
mente, afecta a toda la humanidad, usa a toda la humanidad.
No solo a todos los pueblos, sensiblemente en el mismo tiem-
po y al mismo nivel, en el interior de la común humanidad,
sino a todos los hombres también, sensiblemente en el mismo
tiempo y al mismo nivel, en el interior de los pueblos comu-
nes. Los compartimientos interiores de los pueblos no han
caído menos que sus compartimientos exteriores, los tabiques
interindividuales no han caído menos que los tabiques interpo-
pulares. Y así como no hay pueblos de reserva, no puede haber,
ni hay, en los tiempos modernos, hombres de reserva. […]
Es precisamente por eso que la humanidad en los tiempos
modernos está corriendo un peligro que no corría, que no po-
día correr en las antiguas organizaciones, en las organizaciones
celulares.
Hoy en día, hay un peligro, una forma de peligro hasta aho-
ra desconocida, y que es total, capital, universal, irreparable.
Los antiguos errores de la humanidad se podían arreglar
siempre, las demagogias antiguas se podían reparar; un pue-
blo usado, un retoño nuevo podía siempre salir del árbol vie-
jo. Hoy en día, al contrario, todo error es irreparable, toda
demagogia es definitiva porque toda demagogia afecta a la
raíz toda.

28
Es eso precisamente lo que no quieren considerar nuestros
demagogos modernos, porque se dan cuenta, de manera más
o menos confusa, que dicha característica esencial del mundo
moderno en la historia de la humanidad les crea una responsa-
bilidad espantosa, responsabilidad que, revistiendo todas sus
operaciones e invistiendo todos sus crímenes, de este modo,
se vuelve eterna.
Ahora bien, al mismo tiempo resulta que la responsabilidad
es lo que los modernos, que tienen tantos miedos, más temen.
Así, para enmascarar esta responsabilidad, que por sus pro-
pias obras se ha vuelto repentinamente eterna, las demagogias
modernas aparentan razonar como si no fueran modernas,
como si no estuvieran en la edad y en el mundo moderno,
como si la humanidad tuviera todavía y debiera tener siempre
reservas, como si hubiera en algún sitio, para el día que siga a
esa revolución que ellos quieren entronizar, una humanidad
de recambio.
Ahora bien, […] es la humanidad misma la que está en juego,
la vieja y común humanidad misma, y no habrá otra, porque
las reservas de la tierra hoy en día están mermando.

29
LA REVOLUCIÓN COMO NACIMIENTO

na tradición, una conservación, consiste en hacer vivir,


U en la realidad, en mantener la vida, real, de toda una or-
ganización, viva, realizada, de todo un sistema social, moral,
mental, de todo un mundo; una revolución consiste en hacer
vivir en la realidad, en instaurar la vida, real, de toda una orga-
nización, que tiene que ser viva, realizada, de todo un sistema
social, moral, mental, a hacer intervenir, de todo un mundo
para hacerlo nacer; una conservación consiste en continuar
a hacer vivir, exactamente en continuar en hacer continuar
a vivir; una revolución consiste en comenzar a hacer vivir,
exactamente en comenzar a hacer comenzar a vivir. […]
Así pues, una revolución no es lo contrario de una conser-
vación en el mismo nivel; no se opone, no se enfrenta a una
conservación como lo haría una anticonservación, en cuanto
operación igual y en sentido contrario; una revolución no es
nada si no es la introducción de un nuevo plan, si no empren-
de toda una nueva mirada, toda una nueva visión, toda una
nueva vida, si no introduce todo un nuevo plan, social, moral,
mental; una revolución no es revolución si no es entera, global,
total, absoluta.
La conservación, por su parte, no tiene que tomar tantas
precauciones, ni tiene que prestar la misma atención; por el
solo hecho de que lo que ella mantiene, lo que conserva, es
algo ya presente, y por consiguiente ya realizado, tiene la segu-
ridad de que ya es, en cierto sentido, algo real; la revolución,
por el contrario, al trabajar en el futuro, en lo posible, al propo-
nerse hacer nacer, no puede tener certezas; al no haber tenido

30
ninguna experiencia, por lo menos total (la sola que contaría),
al no haber experimentado, en resumen, la realidad que presen-
ta ante la aceptación de la humanidad –pues una experiencia
total de la revolución equivaldría a la revolución misma–, una
revolución, en rigor, no puede garantizar la realidad de su
ideal, ni, por tanto, la posibilidad de su realización, por medio
de ninguna prueba, de ninguna experiencia; dado que, por
definición, no hubo jamás realización alguna de ese ideal; […]
así pues, una revolución no puede garantizar la realidad de su
ideal, y luego la posibilidad de su realización, nada más que
por medio del testimonio del genio, que es propiamente el
único sustituto de la realidad, el único equivalente, el único
reemplazante de la realidad. […] El genio cuenta con una in-
tuición; la operación del genio es una intuición, el sentido y
la intuición de la realidad no realizada.
Así pues, la conservación no requiere más que hombres
ordinarios, u hombres de talento; la revolución requiere tanto
hombres ordinarios como hombres de talento, pero además
exige el genio, ya sea el genio de un hombre o de varios hom-
bres, o el genio más profundo de una raza, o de un pueblo, o
de una clase, o en fin aquel genio particularmente profundo
que nace de una experiencia prolongada de la miseria.
Una atenuación de la conservación no beneficia necesaria-
mente a la revolución, ya que la revolución no ocupa espacio;
espera; está solo en idea, en el genio. […] Una atenuación de la
conservación puede ciertamente acabar beneficiando a alguna
otra situación reaccionaria, y más reaccionaria aún, o simple-
mente a otra conservación. La atenuación de la conservación
romana imperial no acabó beneficiando, en la realidad, a la re-
volución cristiana; solamente sirvió para legar a la revolución

31
cristiana los gérmenes, las corrupciones de vicio y de auto-
ridad de mando de la Roma imperial; la atenuación de la
conservación política en la Francia de los últimos años del
segundo Imperio no acabó beneficiando, en la realidad, a la
Tercera República; solamente sirvió para legar a la Tercera
República los gérmenes, las corrupciones de vicio y de autori-
dad de gobierno del Segundo Imperio […]. La conservación,
la reacción juega a «quien pierde puede ganar»; la revolución
juega a «quien pierde no gana nada»; la conservación no lo
arriesga todo; la revolución arriesga siempre su todo.
Si ello es así, cualquiera que atenúe, que disminuya la re-
volución hace el trabajo de la conservación, si es que no hace
el trabajo de la reacción; al contrario, cualquiera que atenúe,
que disminuya la conservación no hace necesaria ni automáti-
camente el trabajo de la revolución; por eso, es rigurosamente
verdadero decir que en la realidad se ve a muchos antiguos
o presumidos revolucionarios traicionar la causa de la revo-
lución; mientras que, por esta razón y por muchas otras, no
pueden verse a antiguos o presumidos conservadores traicio-
nar la causa de la conservación; quien no está con la revolución
está en contra de ella; quien no está en contra da la conserva-
ción está con ella; una revolución tiene en su contra a todos
los neutros y a todos los indiferentes; la conservación tiene
con ella a todos los neutros y a todos los indiferentes.
Y así, todo lo que se pierde para una revolución se gana
necesariamente, automáticamente para la conservación, o para
el fomento de la reacción; pero todo lo que se pierde para la
conservación no se gana necesariamente, automáticamente
para la revolución. […]

32
A toda una vida, como es la vida cristiana, en particular cató-
lica, nada se le puede comparar, a no ser toda una vida nueva,
toda una revolución; es decir, una más profunda excavación;
res nova, decían los Latinos; vita nova, diremos nosotros, pues-
to que una revolución consiste esencialmente en cavar más
profundamente en los recursos no agotados de la vida interior;
y por esta razón los grandes hombres de acción revolucionaria
son eminentemente grandes hombres de una gran vida interior,
meditativos, contemplativos; no son los hombres hacia fuera
los que hacen las revoluciones, sino los hombres hacia dentro.

33
UNA GRAN FILOSOFÍA

na filosofía grande no es una filosofía sin reproches. Es


U una filosofía sin miedo.
Una filosofía grande no es un dictado. La más grande no es
aquella que no tiene faltas.
Una filosofía grande no es aquella en contra de la cual no
hay nada que decir. Es aquella que ha dicho algo.
Es incluso aquella que tenía algo para decir. Aun cuando
no hubiera podido. Decirlo.
No es aquella que no tiene defectos. No es aquella que no
tiene vacíos. Es aquella que está llena.
No se trata de confundir. Es en las escuelas donde se trata
de confundir. Tampoco se trata de convencer. […]
Confundir al adversario, en materia de filosofía, ¡qué
grosero!
El filósofo verdadero sabe perfectamente que no está ins-
tituido frente a su adversario, sino que está instituido al lado
de su adversario y de los demás, frente a una realidad siempre
más grande y más misteriosa.
Y esto, hasta el físico verdadero lo sabe. Que no está insti-
tuido frente al físico contrario, sino al lado del físico contrario,
frente a una naturaleza siempre más profunda y más misteriosa.
Asistir a un debate de filosofía o participar en él con la idea
de que uno va a convencer o a silenciar a su adversario, o que
se va a ver cómo uno de los dos adversarios confunde al otro,
significa que uno no sabe de qué habla, significa testimoniar
una gran incapacidad, bajeza y barbarie. Significa testimoniar

34
una gran falta de cultura. Significa mostrar que uno no es de
aquel país. […]
Una filosofía grande no es aquella que pronuncia juicios
definitivos, que instala una verdad definitiva. Es aquella que
introduce una inquietud, de la que nace un estremecimiento.
Quizá el mundo no haya seguido el método cartesiano, y
Descartes, no cabe duda, no lo ha seguido. Pero Descartes y
el mundo han seguido el estremecimiento cartesiano.
Una filosofía grande no es aquella donde no hay nada que
reprender. Es aquella que ha agarrado algo. 8
Una filosofía grande no es aquella que es invencible en sus
razonamientos. Ni siquiera aquella que una vez, alguna vez,
ha vencido. Es aquella que, una vez, ha luchado.
Y las filosofías pequeñas, que ni siquiera son filosofías, son
aquellas que fingen luchar. […]
Una filosofía grande no es la que sale primera en composi-
ción. No es la que sale primera en disertación. En las clases de
filosofía sí se vence con razonamientos. Pero la filosofía no va
a clases de filosofía.
Una filosofía tampoco es un tribunal de justicia. No se trata
de tener la razón o de no tenerla. Es un signo de gran grosería,
(en filosofía), querer tener la razón; y todavía más, querer
tener la razón en contra de alguien.

8
Hay un juego de palabras entre «reprendre» (reprender) y «pris» (agarrado,
del verbo «prendre», agarrar).

35
REMONTAR LA CORRIENTE

oda filosofía grande tiene un primer tiempo, que es un


T tiempo de método, y un segundo tiempo, que es un tiem-
po de metafísica. Cuando se dice que el platonismo es una
filosofía de la dialéctica, y el cartesianismo una filosofía del
orden, y el bergsonismo una filosofía de lo real, se toma a
los tres en su momento de método. Cuando se dice que el
platonismo es una filosofía de la idea, y el cartesianismo una
filosofía de la sustancia, y el bergsonismo una filosofía de la
duración, se toma a los tres en su momento de metafísica.
El cartesianismo ha sido una ruptura violenta. El bergsonis-
mo ha sido una ruptura, una desgarradura poderosa y como
encarnizada. Hay ciertamente en el bergsonismo una espe-
cie de encarnizamiento que no hay en el cartesianismo. Pero
es que la ruptura, la desgarradura que se trataba de realizar
en el bergsonismo, estaba quizá todavía más amenazada, era
más precaria, y, por otra parte, incluso más indispensable
que la que se trataba de realizar en el cartesianismo. Estamos
mucho más vinculados a la esclavitud de lo ya hecho que
a la esclavitud del desorden. 9 La esclavitud de lo ya hecho
está infinitamente más lista para atraparnos de nuevo que la

9
«Le tout fait» (lo ya hecho, como un traje ya hecho), en oposición al «se
faisant» (lo «haciéndose», lo que está en proceso de realización). En este
ensayo publicado el 26 de abril de 1914, Péguy defiende a su maestro, el
filósofo Henri Bergson, frente a las críticas hechas por los católicos, como
la de su antiguo colaborador y amigo, Jacques Maritain; y sobre todo frente
a la amenaza de ser puesto en el Índex por el Vaticano (cosa que sucederá el
1 de junio de 1914).

36
esclavitud del desorden. Y tiene consecuencias infinitamente
más desastrosas. Incluso en el desorden pueden darse golpes
de suerte y hasta golpes de orden. En lo que está cansado ya
no hay ni gracia ni surgimiento. De todo lo que puede haber
de malo, el hábito es lo peor. El cartesianismo no remontaba,
no rechazaba más que un único hábito, que era el hábito del
desorden. El bergsonismo ha emprendido la tarea de rechazar
todo hábito en cuanto tal, todo hábito orgánico y mental. […]
Se han visto batallas ganadas en el mismo desorden y por
medio del desorden, pánicos por adelantado. Nunca se han
visto cansancios y envejecimientos que dieran, por error, obras
novedosas.
Puede haber cierta fecundidad en el desorden. En vano el
hábito y el envejecimiento se hacen pasar por jóvenes.

37
EL SEGUNDO CORAJE

reo que, a lo largo de la historia del mundo, se encon-


C traría fácilmente un grandísimo número de ejemplos de
personas que, percibiendo de repente la verdad, captándola, o
habiéndola encontrado tras haberla buscado, rompen delibe-
radamente con sus intereses, sacrifican sus intereses, rompen
deliberadamente con sus amistades políticas y hasta con sus
amistades sentimentales. No creo que se encuentren muchos
ejemplos de hombres que, habiendo cumplido ese primer sa-
crificio, y enterándose después, como pasa comúnmente, que
sus nuevos amigos no valen más que los viejos, que los segun-
dos amigos no valen más que los primeros, hayan tenido el
segundo coraje de sacrificar, con la misma deliberación, sus
segundos intereses, sus segundas amistades. Desgraciado el hom-
bre solitario, 10 y lo que más temen en la creación, es la soledad.
Están dispuestos, por causa de la verdad, a enemistarse con
una mitad del mundo. Más aun cuando, al enemistarse con
una mitad del mundo, no sin cierta repercusión, generalmente
ganan partidarios de la otra mitad del mundo, que no desea
otra cosa que ser antagonista de la primera. Pero si, por amor
a esa misma verdad, son tan tontos como para romper con esta
segunda mitad, ¿quiénes serán sus partidarios?
De esta verdadera ley histórica, […] hemos tenido […] el
ejemplo más ilustre, el caso ejemplar, más ilustre, en el inmor-
tal Affaire Dreyfus. […] Los dreyfusistas políticos, habiéndose

10
Eclestiastés, IV,10.

38
vuelto victoriosos según el poder, no descansaron hasta formar
a su vez un gobierno antidreyfusista. Y el pueblo naturalmen-
te los siguió. Porque el pueblo naturalmente va por el lado
del poder. Y no por el lado de la justicia ni de la verdad. O
va por el lado de la justicia y de la verdad únicamente si están
acompañadas de poder, o si prometen, si anuncian un próximo
acompañamiento de poder. Los intelectuales siguieron a la mu-
chedumbre que seguía al poder; y todo esto junto formaba un
hermoso cortejo; y así los intelectuales, de un solo seguimien-
to hicieron dos que les son igualmente queridos; pues les gusta
igualmente seguir a la muchedumbre, acompañar al mayor nú-
mero, formar el mayor número, sobre todo si es muy grande;
y seguir al poder. […] Les gusta sobre todo tener, ejercer el go-
bierno. Tienen debilidad por el gobierno, pero especialmente
cuando es el suyo, y no se trata más que de gobernar a todo
el mundo. Ahora bien, para ejercer el gobierno, en nuestras
sociedades democráticas, e incluso en las demás, es mejor, en
principio, estar en el lado en donde hay mucha gente.

Este fue el mecanismo, esquematizado, de ese inmortal Affaire


Dreyfus, este es el mecanismo, de todos los grandes affaires
humanos, y también de todos los pequeños: […] a veces, no
muy a menudo, se ven conversiones, sinceras. Nunca, o por
así decirlo nunca, se ven contra-conversiones, o sobreconver-
siones; es decir, conversiones ulteriores y superiores, segundas
conversiones, conversiones segundas, en sentido contrario.
Esta será propiamente una de las leyes de las conversiones. Son

39
operaciones que se hacen bien una sola vez, y aún así habría
que ver. Pero no hay peligro de que se hagan dos veces. 11
Un hombre valiente, y ya no son muchos, rompe por causa
de la verdad con sus amigos y sus intereses; así se forma un
nuevo partido que es originariamente y supuestamente el par-
tido de la justicia y de la verdad, que en poco y nada se vuelve
absolutamente idéntico a los demás partidos; un partido como
los otros, como todos los otros; igual de vulgar; igual de gro-
sero; igual de injusto; igual de falso; así, esta segunda vez,
haría falta un hombre supervaliente para operar una segunda
ruptura: y por así decirlo, ya no quedan más.
A sumar los enemigos irredimibles que uno se ha hecho por
la primera operación, con los enemigos contrarios infinitamen-
te más irredimibles que uno se hizo por la segunda operación:
¿quién se atrevería? […] A sumar como por gusto, sobre su
desgraciada cabeza, hostilidades que en cualquier otra parte se
contrarrestarían, hechos de guerra que en cualquier otra parte
se anularían mutuamente, hacerse un total de mismo signo
con dos partes de signo contrario; ir, en perjuicio suyo, contra
todas las reglas del cálculo; sostener este desafío matemático:
¿quién levantará la mano para hacerlo? Severamente filtrada
por estas dos operaciones sucesivas y de sentido contrario, solo
la pobre verdad, la pobre justicia, de la cual la mitad de un
mundo por un instante se había mostrado partidaria, continua-
rá como pueda su camino miserable. Y lo más sorprendente
11
Con esta reflexión sobre el coraje de separarse una segunda vez de sus
amigos y cercanos, Péguy contempla su propia vida: ha dejado a los de dere-
cha (católicos y monárquicos) durante el Affaire Dreyfus para incorporarse al
socialismo; y ahora, en 1906, se aleja de un socialismo que se ha traicionado
a sí mismo.

40
es que, desde que camina así, nunca se haya perdido del todo,
caminando así al azar de los senderos humanos.
Lo inexplicable en el mundo, no es el error, no es tanto la
verdad, sino esta singular supervivencia y este encaminamien-
to de la verdad.
Digo enemigos infinitamente más enemigos. […] Cuan-
do una antigua mayoría de hombres, siguiendo su sendero
político, abandona a la verdad, no perdona a la pequeña com-
pañía que, rompiendo filas, acompaña a la verdad. Pero esta
reprobación, este odio y este resentimiento no es nada en com-
paración con el que esta pequeña compañía –que a su vez se ha
tornado grande, que se ha tornado mayoría, cuando a su vez
abandona a la misma miserable verdad continuante 12 – profesa
a los pocos miserables solitarios que, rompiendo de nuevo,
no temen acompañar una verdad que se ha vuelto solitaria.
Parece que esta segunda ruptura, denunciando la primera, a
contracorriente, por así decir la refuta y lleva adelante como
un doble escándalo, al volver atrás hacia un escándalo que se
creía superado.
Era tan dulce, para los otros, legitimar por así decir esta rup-
tura primera, consolidarla, como se legitima una revolución,
como se consolida un préstamo. Véase su situación de enton-
ces. Habían roto, con el poder. Habían hecho una revolución.
A su pesar, sin duda, pero en fin, habían hecho una revolución.
Habían abandonado la sala. No sin cierta inquietud, secreta,
porque es dulce estar del lado del poder, de la conservación, de
la tradición. Se apresuraban, pues, para consolidar todo esto.
Para hacerse una nueva vida, para darse un nuevo objetivo. Se

12
«La même misérable vérité continuante» escribe Péguy.

41
constituían con prisa en partido, político. Hacían con prisa su
pequeña restauración. Se convertían en los potentados de la
verdad, en los dominadores de la justicia, en los tiranos de la
libertad, en los reyes de la república, en los conservadores de
la revolución, en los bibliotecarios y en los archivistas de esta
revolución ahora hecha y cumplida, y que nadie recomenza-
ría, que nadie se atrevería a recomenzar nunca más. […] Pero
para conservar el orgullo, incluso ahora, en su nueva situación,
han imaginado hacer del heroísmo vitalicio una función de
estado, y se han hecho y son ellos los funcionarios heroicos e
inamovibles.
De esta manera, lo han conservado todo.
Por eso no perdonan a los que hacen la segunda salida, el
segundo salto. Justo en el momento en que su antigua revolu-
ción, ya siendo muy conservadora y muy formal, empezaba
a ser recibida en el mundo. Bien llevada. Llevada como una
de estas decoraciones revolucionarias. Legítima por fin. Casi
legitimista. Y he aquí que ese retrasado, con su nueva sali-
da, con su segundo salto, arroja una fastidiosa sospecha sobre
aquella operación primera que se había hecho en común con
él. Sobre aquella operación originaria, sobre aquella operación
de la cual, en fin, ha salido; la gente no hace más que recordár-
selo. ¡Qué razón tienen los que dicen que uno debe siempre
desconfiar de sus antiguos cómplices! […]
Se ha notado a menudo, y desde hace un largo tiempo,
que las sectas religiosas, y a imitación suya las sectas políti-
cas, perdonan todo, que pueden perdonar la infidelidad, la
indiferencia, la hostilidad, la guerra, pero que no perdonarán
jamás la apostasía. […] Y, sin embargo, es menester que la vida
del hombre honrado sea, en un sentido, una apostasía y un

42
renegar perpetuos, es menester que el hombre honrado sea
un perpetuo renegado, es menester que la vida del hombre
honrado sea, en este sentido, una infidelidad perpetua. Por-
que el hombre que quiere permanecer fiel a la verdad debe
mantenerse incesantemente infiel a todos los constantes, suce-
sivos, incansables, renacientes errores. Y el hombre que quiere
permanecer fiel a la justicia debe mantenerse constantemente
infiel a las injusticias inagotablemente triunfantes.

Esta perpetua infidelidad es tanto más difícil de guardar –en-


tiendo esta expresión en el sentido de guardar su fe– cuanto
que los poderes modernos tienen sanciones implacables. […]
Ponen y mantienen a su disposición todos los diferentes, in-
geniosos aparatos del infierno social moderno, laicizado. En
primer lugar, la soledad, el supuesto espléndido aislamiento,
tan terrible por el contrario, y tan poco llamativo, tan cargado
de inquietudes, y tan comúnmente temido. La soledad, que
en otros tiempos alimentaba al hombre y le proporcionaba
perspectiva, […] en estos tiempos modernos mata a su hom-
bre, lo estrangula de miseria, lo asfixia de sombra y de silencio.
Un perfecto aislamiento, un silencio total, un aislamiento do-
ble, dado que los nuevos enemigos los abandonan, y por eso
mismo los antiguos enemigos no vuelven hacia ustedes. Una
doble soledad, acumulada y perfecta. […]
Las antiguas censuras, el ostracismo griego, el exilio anti-
guo, la exterminación de la polis, el destierro, las penalidades
medievales, feudales, reales, eclesiásticas, la excomunión, el
index eran o comportaban sanciones horrorosas. A menudo
mortales. A menudo eran capitales. Y, por tanto, alcanzaban
quizá con menos certeza el efecto buscado (no hablemos de su

43
objeto), afectaban mucho menos gravemente y definitivamen-
te las libertades intelectuales de lo que las afecta ahora el hábil
boicoteo ideado y organizado en el mundo moderno por el
mundo moderno contra todo lo que pudiera comprometer a
la dominación del mundo moderno. […]
Así han empezado a perfilarse ante nuestros ojos los prime-
ros trazos de la enorme cuestión, del sistema.
El antiguo problema, el problema de las generaciones prece-
dentes, y especialmente de la generación que nos ha precedido
inmediatamente, era saber cómo y por qué todo un mundo se
había separado del cristianismo y particularmente del catoli-
cismo. […] El problema no solo ha dejado de ser interesante,
para nosotros. Ha desaparecido. Ha sido como sofocado, como
aplastado bajo la solución. La solución, una comadre demasia-
do gorda, se había sentado inadvertidamente encima del llano
problema.
Entonces aparece, en el silencio y en el allanamiento del
antiguo problema, en la desaparición de ese antiguo problema
hoy en día agotado, vaciado, deshecho, superado, entonces
aparece a lo lejos el nuevo problema, el problema de la pre-
sente generación, infinitamente más difícil, aun cuando solo
fuera porque es un problema de comparación, de relación, y
también infinitamente menos sumario y menos grosero, el
problema […] de saber cómo y por qué todo este mundo, y
Renan como introduciendo y representando todo ese mundo,
ha abjurado las dificultades, las imposibilidades, las contra-
riedades metafísicas del cristianismo, y particularmente del
catolicismo, solo para adentrarse, para dedicarse, para dedicar
su fe y su vida a unas dificultades infinitamente más difíciles,
a unas imposibilidades infinitamente más imposibles, a unas

44
contrariedades infinitamente más contrarias, en fin, a unas
metafísicas infinitamente más groseras, a saber, las dificultades,
las imposibilidades, las contrariedades, las metafísicas de la
historia y de la sociología en esta edad moderna.
En lugar de esperar, de aguantar la soledad, de hacer cual-
quier otra cosa. De ver venir. De hacer venir.
De hacer cualquier otro oficio, que hubiera sido honora-
ble. De volverse, aunque desde muy lejos, los que anuncian,
aunque en un gran aislamiento, los preparadores de otro mun-
do, fuera el que fuese –en cualquier caso siempre habría sido
mejor que este mundo moderno–, los introductores, aunque
muy lejanos y muy perdidos, de cualquier otro mundo, por
venir, de un tercer mundo, de una tercera creación, de una
tercera Roma.

45
VIGNY

A lfred de Vigny parece haber amado con apasionado celo


todas estas virtudes que parecen ser sobreañadiduras al
deber, pero que también eximen de calcular exactamente y
luego de cumplir exactamente el simple deber, el deber exac-
to; no menos ha amado los deberes particulares, sobre todo
cuando se oponían al deber total, cuando planteaban un caso
doloroso de conciencia, dado que amaba los problemas y no
las soluciones; de estas virtudes excelentes y de estos debe-
res particulares, nos ha dejado una lista larga, en la que los
nombres a menudo están escritos en mayúsculas, y son, por
ejemplo, un poco al azar: la disciplina, en especial la disciplina
militar, el amor a la gloria, el orgullo del pobre, la consigna
militar, la caridad, la dedicación, el sacrificio, la abnegación,
la nobleza, la fidelidad, la lealtad, el martirio, el silencio, la
obediencia pasiva, en fin y sobre todo el honor, ya que el honor,
es la poesía del deber. *
De hecho no amaba el deber en prosa; consentía aceptar
la miseria solo bajo condición: «Sí, dijo Stello, la odio, odio la
miseria, no porque sea la privación, sino porque es la suciedad. Si la
miseria fuera lo que David pintó en Los Horacios, una fría casa de
piedra, toda vacía, amueblada con dos sillas de piedra, una cama de

■ Como recordamos en la nota introductoria, este texto está sacado de un


trabajo escrito por el joven Péguy en su época en la École Normale Supérieure
de París, un instituto universitario selecto.

*
Diario de un poeta, 1835. [Nota de Péguy]

46
madera dura, un arado en un rincón, una copa de madera para beber
agua pura y un trozo de pan sobre un cuchillo grueso, bendeciría
esa miseria, porque soy estoico. Pero cuando la miseria es un desván
con una especie de cama con cortinas sucias, niños en unas cunas de
mimbre, una sopa sobre una estufa y un trozo de manteca sobre las
sábanas, envuelto en un papel, –preferiría ataúd y cementerio–». **
Él amaba los deberes que quedan bien en las pinturas.
Esta es la razón por la cual jamás ha sospechado lo que es
la acción, si es verdad que sea, en un sentido, un esfuerzo
incesante por calcular exactamente el deber total tal como se
nos presenta, y luego por cumplir exactamente ese deber tal
como es; y es esta la razón por la cual no ha entendido para
nada a los hombres de acción. […]

Poeta de genio, Alfred de Vigny alcanzó en parte los fines


que se había propuesto: llegó a ser uno de los primerísimos
de entre aquellos que aún se están ocupando ante todo de
determinar el rango que se les asignará.

**
Diario de un poeta, 1839. [Nota de Péguy]

47
VANIDAD

odo lo que uno ha hecho, todo lo que uno tiene detrás de


T sí, (y, sin embargo, uno se dice que ya empieza a formar
algo, a contar un poco) está detrás de sí como nada, como una
llanura inmensa. Y todo lo que hay aún por hacer, todo lo
que uno ve, todo lo que uno tiene por delante (incluso lo que
uno nunca hará) está por delante como montañas inmensas, se
presenta delante de sí como montañas infranqueables. Todo
lo que uno ha dicho es como nada. Un agua que corre, un
hueco, una nada en el hueco de la mano. Un agua que ha
corrido ya, de la cual no se habla más. Todo lo que uno no ha
dicho (todavía, y todo lo que uno nunca dirá) planta delante
montañas infranqueables. Montañas y montañas. Todo lo que
uno ha pasado, no es nada. Comparado con todo lo que queda
por pasar. Y uno se siente muy pequeño. Uno es tan pequeño
delante de la realidad, es un hombrecito. Admiro a esos gran-
des intelectuales que, desde el fondo de sus sillones, dirigen la
realidad a bastonazos. Por más que sea con un bastón de man-
do. Uno se siente tan pequeño, tan insuficiente en todo. Se ve
muy bien lo pequeño que es Péguy, se mide muy bien la vida,
la carrera (de trabajo) de Péguy. […] Entonces, en este desam-
paro, para armarse de valor, uno habla de sus proyectos. A uno
le gusta tener a alguien con quien hablar de sus proyectos. Un
oído amigo, (un corazón amigo), una comprensión recíproca,
una escucha amiga. Uno no lo hace solo para darse coraje.
Y un consuelo. Una especie de consuelo anticipado, prema-
turo. Un consuelo por adelantado. Tanto mejor. Tanto más
querido. Lo que uno quiere darse, lo que así se da, visto más

48
profundamente, es otra especie de anticipación, la anticipa-
ción de la inserción en la realidad, producida, de esta obra que
uno tiene por entero, que uno cree tener por entero, que uno,
sin embargo, no tiene (ya que no está producida), que no está
producida, que no es real, por lo menos en este sentido, que no
está inscrita, que no ha entrado en (el orden de) la realidad, en
(el orden de) el acontecimiento, ya que no está escrita. Usted
conoce este estado, Halévy. 13 Cuando uno tiene una obra en
mente, cree que no es nada, en cuanto a tamaño, a dimensio-
nes, que le cabe en el hueco de la mano, in cava manu, la ve
como un carozo, la ve solo a ella, la ve por entero en un punto
(orgánico), en un pequeño volumen, en seguida se ve su fin, lo
de dentro y lo de fuera, todos los pormenores, todas las partes,
todos los miembros, todos los órganos, todo el todo, ya está,
ya se acabó, ya está en la mano. Seguro que esta noche estará
acabada. Y cuando la desarrolla, cuando la desenrolla sobre el
papel, a nivel del papel, en este desarrollo, en este acto lineal de
desenrollar que es la condición misma, que crea la institución,

13
Daniel Halévy (1872-1962), historiador, escritor, amigo y colaborador
de Péguy en los Cahiers de la Quinzaine. Amigo también de Marcel Proust,
hizo que este se abonara un tiempo a los Cahiers. Péguy se peleó con Halévy,
en el verano de 1911, debido a las diferencias en la valoración de sus luchas
de juventud en favor de Dreyfus. Halévy había publicado en los Cahiers de
Péguy una Apología de nuestro pasado, una especie de arrepentimiento por
los excesos du su compromiso dreyfusista juvenil, a lo que Péguy contes-
tó con su fervoroso Nuestra juventud, donde dice que no cambiaría nada
de sus luchas socialistas y dreyfusistas, y que de hecho no ha cambiado
desde entonces. Halévy tomó muy mal el texto de Péguy; incluso quiso
enfrentarle en un duelo con espada. En el otoño de 1911, Péguy dedica su
largo Victor-Marie, comte Hugo al amigo Halévy, con el fin de buscar una
reconciliación.

49
que es la constitución del arte de escribir, que hace la ley, uno
ya no sabe más adónde va, (si uno es leal, si uno es probo,
si uno quiere seguir, si uno sigue fielmente las modalidades,
las modulaciones, las ondulaciones de la realidad). (Las cur-
vas geológicas.) (Las curvas, los pliegues del terreno.) Si uno
no hace trampa, aunque fuera para tomar atajos (artificiales).
Uno está constantemente aterrorizado por las exigencias de
este desarrollo, de este desenrollo. Es exactamente como en
la sierra. Hasta llegar a esta cima, que ya tenía a mano, hacen
falta días y días de esa labor, de marcha necesariamente lineal,
(y necesariamente por etapas), para llegar solo a sus prime-
ros avances. ¿Alguna vez veremos el final? La vida es breve.
¿Alcanzaremos aunque sea el primer contrafuerte? Se ve muy
bien el final de la vida de Péguy. Sobre todo el que está dentro.
Se ve, se distingue claramente la curva, la caída de esta tra-
yectoria. […] Uno quiere tocar la cima con la mano. Se trata
ciertamente de una tentación, de un deseo carnal. Un deseo
corporal, temporal. Uno quiere de verdad, con este medio,
con este rodeo, con este avance, con este golpe de fuerza y esta
anticipación forzada, dar cuerpo antes de tiempo a una obra
que legítimamente, naturalmente, está todavía en período de
parto, está orgánicamente todavía en parto. Y uno quiere no
perder nada. No perder tiempo alguno. Ni una migaja, ni un
tiempo. Como avaro, cierra los dedos de la mano. Uno aga-
rra todo esto, recogiéndolo nerviosamente de antemano en el
hueco del espíritu. Ahora bien, usted sabe que este es nuestro
estado constante, porque las obras pasadas no pesan nada, y
las obras futuras, eventuales, soñadas, imposibles, pesan sobre
nosotros eternamente.

50
Todas estas montañas que uno tiene por delante pesan sobre
los hombros. Hay que superarlas. Hay que levantarlas con
los hombros. Con solo poder entrar en ellas. Representar,
reflejar este mundo, estas tres dimensiones, gracias a esta pluma
que garabatea con regularidad, que corre de prisa sobre el
papel. Cuando uno está sentado a su mesa, se da cuenta, ve
claramente que la mano no rema, no va adelante, que la pluma
no lleva a nada, que la mano no rinde. Pues no, no se está en un
automóvil. No se anda sobre ruedas. Así es nuestra miserable
condición. La mano no parece ir adelante. Y siempre parece
que uno no ha dicho nada.

51
II

CULTURA
LA FRANJA ESTRECHA

os pueblos de cultura y de libertad, las naciones liberales, o


L libertarias […] ocupan en el mapa del mundo una franja
estrecha (algunas parcelas) miserable y precaria, estrecha en
anchura, estrecha también en profundidad, una tenue película,
frágil, siempre agitada, siempre vacilante, y siempre amenaza-
da. Amenazada por una sumersión o, según la palabra de un
ilustre predecesor, una subversión total. 1 Esta humanidad li-
bre, más o menos liberada, esta pequeña fracción, la única que
está aunque sea un poco liberada, este pequeño fragmento que
flota, pero que puede perfectamente hundirse, es, tal como es,
por muy vacilante que sea, la única esperanza de todo el mun-
do. Los que forman parte de ella, por haber nacido allí, los que
tienen la dicha, el honor y la responsabilidad de formar parte
de ella, qué crimen no cometerían si se olvidaran, ellos tam-
bién, de la masa agobiante, la materia de la barbarie. […] Las
parcelas de cultura y de libertad que la humanidad, que ciertas
partes de la humanidad han laboriosamente conseguido, y
conquistado, están constantemente amenazadas por enormes
oleadas de barbarie, barbaries que ascienden casi de todos la-
dos, casi de todos los otros pueblos; y dentro de estos mismos
pueblos, […] de su mismo fondo remontan sordas barbaries
que están listas para sumergir los restos o los monumentos

1
«Subversión total», son las palabras de amenaza empleadas en el manifiesto
firmado por el duque de Brunswick, General en Jefe de los ejércitos de
Prusia y de Austria, el 25 de julio de 1792, y que provocaron la primera
Comuna de París.

55
de cultura. Sería entonces un grosero error pensar que la cul-
tura y la libertad hayan ganado la partida en los países de esta
estrecha zona occidental. […]
Sería un grosero error imaginar que la marcha de la cultura
y de la justicia y de la libertad en la historia de la humanidad
está regulada por no sé qué fatalidad soberana y benevolente
que dirige todo. El dicho que se atribuye a Jaurès: Nada puede
hacer daño, no es solamente la más falsa afirmación que jamás un
orador haya proferido, desde hace más de cuatrocientos años
que hay oradores, y que farfullan, es también la más peligrosa
en lo que refiere a la salvación de la humanidad. Si nada puede
hacer daño, ¿de qué sirve la acción, de qué sirve la conducta,
de qué sirve la moral, de qué sirve toda vida? […]
Nada puede hacer daño: es lo que no han tomado en cuenta, en
su imperdonable ligereza, es lo que se debería cuidadosamente
hacer notar (simple nota preliminar) a todas las poblaciones
atrozmente atormentadas, a esos pueblos enteros torturados
con torturas y guerras, a esas miserables poblaciones colonia-
les, a esas miserables poblaciones extremo-orientales, a esas
miserables poblaciones orientales, a esos tres cientos mil Ar-
menios masacrados, a todo un inmenso imperio devorado por
los estragos más atroces, a todos esos miserables rusos, a todos
esos miserables obreros, a todos esos miserables campesinos, a
todos esos miserables judíos, a todos esos miserables polacos, a
todos esos miserables revolucionarios, a todos esos miserables
soldados, a todos esos miserables burgueses, intelectuales y
brutos, igualmente atormentados, igualmente encerrados en
el mismo círculo, igualmente desdichados. […]
Nada puede hacer daño, era lo que decían los mártires. Pero
los mártires se valían de la frase para el uso propio, y para

56
el tormento del cuerpo propio. Era la frase de los estoicos
griegos. Para el uso propio. Fue, sin duda, la frase de los santos
del budismo. Para el uso propio. Fue la frase de los mártires
cristianos. Para su uso propio. Es la frase de los santos, de los
sabios, de todos los mártires. Pero para su uso propio. Es la
frase de Polieucto. 2 Pero Polieucto no tenía una villa cómoda
en Passy. 3 […]
Sería un grosero error imaginar que el progreso de la cultura
en el mundo, que la salvación temporal de la humanidad, están
asegurados de modo automático por el juego benevolente de
una fatalidad ajustada que piensa en lugar nuestro, y que piensa
sola, y que trabaja en lugar nuestro para los fines últimos del
hombre y de la humanidad. A falta de una teología o de una
filosofía de la Providencia, solo una vía queda abierta: la de
una eterna vigilancia. 4 […]

2
Péguy piensa en el drama Polyeucte (1641) de Pierre Corneille. A lo largo
de su obra, Péguy vuelve continuamente sobre esta pieza de teatro, sea
como socialista, sea como cristiano. Junto con Antígona y Edipo Rey de
Sófocles, las Memorias de Joinville sobre San Luis Rey, las Actas del proceso
de Juana de Arco y los Pensamientos de Pascal, el teatro de Corneille es una
pieza fundamental del horizonte del pensamiento de Péguy.
3
Como Jaurès [Nota de Hans Urs von Balthasar]. Jaurès fue el líder político
que consiguió unificar las distintas corrientes socialistas en un partido polí-
tico. Péguy estuvo cerca suyo cuando Jaurès inició su carrera política, pero
no pudo aceptar luego los compromisos hechos en nombre de la unidad
del partido, ni apoyar una filosofía acrítica del progreso, como puede verse
en este texto.
4
Vigilancia traduce la palabra «inquiétude»: término típico de la búsqueda
continua de la verdad por parte de Péguy y de su sentimiento de nunca
abandonar esa búsqueda, pues la verdad no es nunca poseída de manera
definitiva. Esa «inquiétude» describe también perfectamente para Péguy la
actitud interior de Pascal.

57
Civilizaciones enteras se han extinguido, americanas y tam-
bién del viejo continente. Se han absolutamente, enteramente
y totalmente extinguido. Sin contar aquellas que están muer-
tas al punto de que ni siquiera sabemos de su muerte. […]
Entre aquellas que nos han dejado algunos monumentos:
la antigua civilización egipcia, civilización del Nilo autor y
padre, las civilizaciones del Tigris y del Éufrates, la antigua
civilización hebraica, las antiguas civilizaciones fenicias, ti-
ria y cartaginesa. La antigua civilización helénica, salvada en
parte de la barbarie y reinstalada, por obra del Renacimiento,
en el corazón del mundo moderno, la antigua civilización
helénica, la cultura más hermosa del mundo, hoy en día su-
cumbe, definitivamente, bajo los golpes de nuestros radicales
modernistas. 5 […]
La suerte del hombre y de la humanidad es sin duda esencial-
mente precaria. Pero la suerte de la humanidad nunca ha sido
tan precaria, tan miserable, tan amenazada como desde que
empezó la corrupción de los tiempos modernos. Es evidente
que en el siglo XVIII por ejemplo la barbarie era rechazada
más allá de los confines sagrados mucho más que hoy en día.
Hoy, desde todas partes, guerras y matanzas, e imbecilidad,
incluso laica, la barbarie remonta. Desde todas partes sube la
inundación de la barbarie. Y las únicas cuatro culturas que en
la historia del mundo (que ha finalmente acabado por ser el
mundo moderno), consiguieron alguna vez hacer retroceder
la barbarie: la cultura hebraica, la cultura helénica, la cultura

5
«Radicales» se refiere a los miembros del Parti Radical (Partido Radical),
que ha tenido un papel importante en la Tercera República.

58
cristiana, la cultura francesa, están hoy en día perseguidas por
igual. […]
Leamos pues en el libro de lo real, uno de los raros libros
en Francia que no está escrito en alemán.

59
EYDTKUHNEN

s una idea acariciada por el mundo moderno, la de pensar


E que los perfeccionamientos conseguidos, especialmente
en el ámbito de los medios de comunicación, por la aplica-
ción de la ciencia a la industria, y más generalmente por la
aplicación de la industria a la ciencia, han producido resulta-
dos inmodificables, irremisiblemente inamovibles. Yo creo,
por el contrario, que unos grandes temblores podrían, sin
mucha dificultad, sumergirnos de nuevo en condiciones de
vida anteriores, y que casi en seguida sumergiría de nuevo
partes significativas de la humanidad, si no a la humanidad
toda entera, en condiciones de existencia y de conocimiento
que creíamos irrevocablemente superadas. Eydtkuhnen 6 está a
nuestra puerta, pero inmediatamente después de Eydtkuhnen
hubo una cortina tal, que apenas pasada, apenas superada la
cortina, comenzaba un silencio más silencioso que los silen-
cios de la Edad Media y de la Antigüedad, un silencio total
y perfectamente realizado, sin filtraciones, sin peregrinacio-
nes ni odiseas. Este silencio no duró más que unos días, pero
durante los pocos días que duró, ignorábamos lo que pasaba
en aquellos países igual que nuestros padres en el tiempo de la
Horda de oro, 7 y más que ellos en la época y por el ministerio
de las cruzadas. Y aún hoy en día, cuando las comunicaciones
6
Ciudad rusa situada en la frontera con Lituania, hoy en día denominada
Černyševskoe. El autor está comentando una huelga de los operadores rusos
de correos postales y telegráficos.
7
Nombre de una dinastía proveniente de Mongolia, que conquistó y con-
troló las estepas rusas durante los siglos XIII y XIV.

60
se han parcialmente restablecido, cuando el servicio postal por
autos y trenes ha parcialmente sustituido el telégrafo desde
San Petersburgo hasta Eydtkuhnen, lo que vemos, es que para
los mismos rusos, para la capital oficial de Rusia, provincias
enteras, provincias significativas, provincias más grandes que
esta misma Francia y que la otra Alemania están sepultadas
desde hace varios meses en un silencio total. ¡Qué razón tie-
nen los psicólogos cuando nos dicen que oímos el silencio!
Tenemos todavía en el oído la memoria y el sonido de aquel
silencio. Y lo hemos oído también como una advertencia.

61
EL EQUILIBRIO DE LAS CULTURAS

n los mundos antiguos, bajo los antiguos regímenes, había


E otros poderes de fuerza que equilibraban a la vez a ese
poder de fuerza que es el dinero y a los poderes del espíritu.
Y había suficientes, porque el mundo era rico en poderes. Po-
deres de armas y sobre todo poderes de raza; poder del puño,
poder del guante, poder de la daga, poder de la tradición, ella
misma medio intelectual o espiritual, poder de tantos ritmos
que latían en tantos corazones, poderes de tantas vidas que
marcaban su compás, poderes de tantos cuerpos que no estaban
sujetados, poderes de la jerarquía, ellos mismos medio intelec-
tuales o medio espirituales, poderes de la ciudad, poderes de
la comuna, poderes cívicos, poderes de la comunidad, medio
temporales y medio de espíritu, poder náutico (Atenas) o po-
der de caballería, y sobre todo poderes de la raza, entonces los
más fuertes de todos, y los más hermosos, poderes realmente
dinásticos, dinastías de los reyes, dinastías de los Grandes del
Reino, dinastías de los mendigos, todas igualmente dinásticas,
todo el mundo entonces era dynastes, una infinidad de her-
mosos y fuertes poderes de fuerza, en el límite inferior todos
temporales y desde allí, indefinidamente graduados, poderes
que se volvían, en una indefinidad de gradaciones, espirituali-
zados, una indefinidad de poderes de fuerza o de semi-fuerza
luchaban o pactaban y combatían entre ellos (y así se man-
tenían doblemente en equilibrio), y al mismo tiempo o bien
luchaban contra los poderes del espíritu, o bien pactaban y se
desposaban más o menos con ellos.

62
Entonces surgió en esos mundos antiguos y bajo esos anti-
guos regímenes una especie de equilibrio inestable que había
que restablecer perpetuamente, renovar, reinventar, rehacer,
pero que de hecho casi siempre se restablecía, se renovaba,
que casi siempre conseguía reinventarse […]. [Había] suficien-
tes poderes de fuerza y de espíritu [que] se combinaban y se
equilibraban entre ellos para que los poderes del espíritu no
fueran infaliblemente sometidos (cosa que para ellos significa
la muerte), para que singularmente cada poder del espíritu
sobreviviera y fuera finalmente libre y vivo o llegara a serlo.
[…]. En los equilibrios, e incluso por lo menos de igual ma-
nera en los desequilibrios, […] persistía ese carácter común
a todas las antiguas humanidades: […] el poder del dinero
estaba muy lejos de ser el único poder de fuerza. […] En ese
misterioso revoltijo de grandezas y miserias temporales que
forma toda la trama, que forma todo el tejido de la historia
de las humanidades que han ido siguiéndose una tras otra, en
ese viviente revoltijo hecho por equilibrios y desequilibrios,
los poderes del espíritu vivían. Ellos también, por su parte,
tenían sus grandezas y sus miserias. Ellos también, por su parte,
vivían. Y es incluso por eso, porque vivían, que tenían sus
grandezas y sus miserias. Compartían las grandezas comunes
y las comunes miserias de los poderes temporales con los que
estaban entretejidos, participaban en estas grandezas y miserias
y además tenían las suyas propias. […] Un organismo amigo
también podía invitarlos a organizarse, podía conducirlos a
la vida. Hasta un organismo enemigo invita y conduce a la
organización y a la vida, ya que nos obliga a ello, aunque solo
sea para combatirlo. Lo que es peligroso, es este gran cadáver
muerto del mundo moderno. […]

63
Donde hay un revoltijo, donde hay un desorden vivien-
te, siempre hay recursos, y esperanza. Donde hay un orden
muerto, no hay más esperanza. […]
Hizo falta esperar hasta la entronización del mundo mo-
derno para asistir también a la entronización oficial del go-
bierno de la esterilidad.

64
UN COMUNISMO INTERIOR

abía cien veces más de movimiento, a pesar de las apa-


H riencias, había cien veces más de vida, de vida verdadera,
bajo el vestido de inercia de las sociedades feudales; pues no
todo movimiento consiste en ese continuo e indiferente torbe-
llino de polvos desagradables. Existen movimientos orgánicos,
movimientos de oración, de vida y de acción; existen movi-
mientos interiores, incluso movimientos secretos; había cien
e infinitas veces más movimiento orgánico y por tanto movi-
miento verdadero, había cien e infinitas veces más vida interior
y, por tanto, vida verdadera en la sociedad feudal francesa de
la Edad Media, de lo que hay en nuestras sociedades moder-
nas. Una inmensa vida interior animaba el todo, circulaba por
todas partes, iluminaba toda jornada, calentaba todo nuevo
nacimiento, fomentaba toda vida individual. Qué importaba
que los distintos individuos estuvieran situados en distintas
alturas sociales; no eran individuos, como hoy en día, sino
cristianos y feudales; todos tenían la misma participación en lo
que había de esencial, en lo que hay, eternamente, de esencial.
Una misma sangre animaba todo este inmenso cuerpo; un
mismo pensamiento, un mismo corazón latía; una comunidad
perfecta, diré la palabra: un perfecto comunismo; y no, como
nuestros comunismos modernos, un comunismo por concen-
tración de polvo, por conglomerado, por colectividad, no un
comunismo por colectivismo; al contrario, un comunismo
interior, el único y verdadero; un comunismo procedente; y
no un comunismo por síntesis; qué importa que las ramas del
árbol se escalonen según las alturas, si la misma savia sube y

65
vuelve a bajar de la raíz a la copa; así en las sociedades feudales
todo el mundo estaba anudado por vínculos sociales y reli-
giosos tan poderosos que una misma circulación, una misma
respiración, una misma conciencia habitaba en todo el cuerpo.
El rey de Francia estaba más cerca del último de sus súbditos, y
el súbdito del rey, que en las sociedades modernas dos conciu-
dadanos lo están uno de otro, están mutuamente cerca; el rey
de Francia y el campesino de Saint-Denis eran, en el fondo,
del mismo mundo; tenían, constituían, formaban juntos el
mismo sistema del mundo; tenían el mismo Dios, el mismo
Salvador; tenían la misma conciencia, la misma eternidad; hoy
en día pagamos los mismos impuestos y tenemos los mismos
diputados.

66
LA TOTALIDAD COMO ELECCIÓN

abía que llegar al comienzo de este mundo moderno para


H encontrar una humanidad –¿es ella digna todavía de ese
nombre?– tan perfectamente ignorante, tan perfectamente
desprovista de cualquier sentido de solidaridad. Sin duda, nun-
ca se ha hecho tanta ostentación de la palabra organismo como
en los tiempos modernos; nunca se ha hecho tanto alarde de
la palabra solidaridad. Es que la realidad de lo orgánico y la
realidad de lo solidario, en particular de lo solidario orgánico,
nunca ha sido tan verdaderamente ignorada, tan extraña a los
espíritus. Un judío, que sabía lo que es la vida, sabía lo que
es la solidaridad de una raza; un griego, que sabía lo que es
la vida y la forma y el movimiento de un cuerpo y la vida y
la forma y el movimiento de una ciudad, sabía lo que es la
solidaridad de un cuerpo y la solidaridad de una ciudad; un
cristiano sabía lo que es la solidaridad de la vida interior y
la solidaridad de la ciudad de Dios; 8 un francés sabía lo que es
la solidaridad de la nación y la solidaridad de su acción. Un
moderno, completamente embadurnado de orgánico, todo
enjabonado de solidaridad, desconoce totalmente lo que es,
en verdad, la solidaridad orgánica.
Lo propio, lo esencial de toda solidaridad orgánica, sin ex-
cepción alguna, es que todos los elementos de un sistema de
vida dado, todos los órganos de un cuerpo viviente, todos los
acontecimientos del acontecimiento de una vida dada, estén
ligados entre sí por una solidaridad tal que nadie puede, que el

8
Título de una obra fundamental de San Agustín.

67
viviente no puede aceptar algunos y rechazar otros, al mismo
tiempo y bajo la misma relación aceptar los que le gustan y
rechazar los que le disgustan. En el orden de la vida y, si se
le quiere llamar así, de lo orgánico, hay que pertenecer o no
pertenecer a un sistema, hay que pertenecer o no pertenecer a
un conjunto, a una totalidad, a una vida. Ahora bien, resulta
claro que el gran vicio moderno en este sentido es esencial-
mente cierta inconstancia, cierta infidelidad, cuyo mecanismo
esencial es el de aceptar a discreción las ventajas que se quieren
en ciertas, en varias situaciones, en varias vidas que de por
sí son inconciliables y contradictorias, y el de rehusar a dis-
creción todos los cargos que no obstante son orgánicamente
inseparables de estas ventajas.

68
LA PÉRDIDA DE LA MEDIDA Y DE LA FINITUD

as humanidades politeístas y creadoras de mitos, que, inclu-


L so en el orden de la divinidad, poseían de modo excelente,
eminente, el sentido de lo perfecto, de lo finito, del límite, lo
poseían en particular en el orden de lo humano; no necesito
añadir que estas humanidades eran generalmente inteligen-
tes, y que no vivían sobre contradicciones internas sin antes
haberlas registrado; en estas humanidades se reconocía al hom-
bre limitado dentro de los límites humanos; y el historiador
permanecía un hombre.
Las humanidades panteístas y en general teístas poseían,
en el orden de la divinidad, de modo excelente, eminente, el
sentido de lo infinito, de lo absoluto, de la totalidad; pero
justamente porque poseían el sentido de la totalidad como
todo, poseían el sentido de que la modesta humanidad estaba
en su sitio particular dentro de este todo; conocían las limita-
ciones de la humanidad; referían, comparaban incesantemente
la humanidad con lo demás; y con el todo; no necesito añadir
que estas humanidades eran generalmente profundas, y que
no vivían sobre contradicciones internas sin haberlas conocido
mediante las profundas vías del instinto; en estas humanidades
se reconocía al hombre como parte y limitado dentro de los
límites humanos; el historiador permanecía un hombre.
Las humanidades deístas y particularmente cristianas, estas
humanidades singulares, que nos parecen ordinarias y comu-
nes solamente porque estamos acostumbrados a ellas, estas
humanidades singulares, en las que el hombre ocupa para con
Dios una situación tan singular de grandeza y de miseria, tan

69
audaz en el fondo, y tan sobrehumana –el hombre hecho a
imagen y semejanza de Dios– y Dios hecho hombre–, poseían
separadamente el sentido de lo perfecto y de lo imperfecto, de
lo finito y de lo infinito, de lo relativo y de lo absoluto; cono-
cían pues las limitaciones de la humanidad; no necesito añadir
que generalmente estas humanidades eran a la vez inteligentes
y profundas, y que la constatación misma de las contradiccio-
nes internas, de la grandeza y de la miseria, quizá formaba el
principal objeto de sus meditaciones; en estas humanidades
se reconocía al hombre como criatura y como limitado a los
límites humanos; el historiador permanecía un hombre. 9
Por una contradicción interna imprevista, y nueva en la
historia de la humanidad, había precisamente que esperar a
llegar al mundo moderno, al espíritu moderno, a los méto-
dos modernos, para que el historiador dejara realmente de
considerarse a sí mismo un hombre.
El mundo moderno, el espíritu moderno, laico, positivista
y ateo, democrático, político y parlamentario, los métodos
modernos, la ciencia moderna, el hombre moderno, creen
haberse quitado a Dios de encima; y en realidad, para quien
mira un poco más allá de las apariencias, para quien quiere
superar las fórmulas, nunca antes el hombre se había cargado
tanto a Dios encima.
9
Aquí trata Péguy el tema del método histórico y de la posición del his-
toriador frente al saber. Llama la atención su comprensión finísima del
cristianismo –con su polaridad de grandeza y miseria (grandeur y misère de
Pascal) y su centro en el misterio de la Encarnación–, considerando que
todavía, en 1904, no ha vuelto a la fe católica (recién se llamará a sí mismo
cristiano en 1908). En esta página, puede verse cómo la gracia va actuando
en él, abriendo «sendas interiores», tal como afirma von Balthasar en el
prefacio de la antología.

70
Cuando el hombre se encontraba en presencia de dioses con-
fesados, cualificados, reconocidos, y por así decirlo notificados,
podía, de modo claro, permanecer como hombre; precisamen-
te porque Dios se llamaba Dios, el hombre podía llamarse
hombre; se tratara de dioses humanos o sobrehumanos, un
Dios Todo o un Dios personal, como Dios estaba puesto en su
lugar de Dios, nuestro hombre podía permanecer en su lugar
de hombre. Por una ironía de verdad nueva, precisamente en
la edad en la que el hombre cree haberse emancipado, en la
edad en que cree haberse quitado a todos los dioses de encima,
él mismo no se mantiene ya en su lugar de hombre, sino que,
por el contrario, se carga encima a todos los dioses antiguos;
consumidores del Señor, 10 dicen con su fórmula popular nuestros
demagogos anticatólicos; ellos mismos han consumido mu-
chos más Señores nuestros, y Señores malos, de lo que creen.
Frente a los dioses del Olimpo, frente a un Dios Todo, fren-
te al Dios cristiano, el historiador era un hombre, permanecía
como hombre; frente a la nada, frente al cero Dios, el viejo
orgullo ha hecho su trabajo; el espíritu humano ha sido desca-
balgado; la brújula ha enloquecido; el historiador moderno se
ha convertido en un Dios; se ha hecho a sí mismo, semiincons-
cientemente, semicomplacientemente, un Dios; no digo un
dios como nuestros dioses frívolos, insensibles y sordos, im-
potentes, mutilados; se ha hecho Dios, pura y sencillamente,
Dios eterno, Dios absoluto, Dios todopoderoso, todo justo y
omnisciente.

10
«Mangeurs de bon Dieu»: expresión de la jerga popular para definir a los
santurrones y a los curas.

71
EL DECLIVE DEL HUMANISMO

l hombre se consolaría fácilmente al envejecer, pasar y des-


E aparecer, dado que esa es su naturaleza, y ese es su destino,
si por lo menos tuviera el consuelo de que las generaciones
pasan, pero la humanidad permanece.
Nosotros, desgraciadamente, ya no tenemos ni siquiera este
consuelo; e incluso tenemos la certeza contraria, de que la
humanidad no permanece. Las generaciones pasan, y la huma-
nidad no deja de pasar. La humanidad griega muere hoy en
día ante nuestros ojos. Lo que no habían podido conseguir las
invasiones ni las infiltraciones de ningún bárbaro, lo que no ha-
bían podido lograr las persecuciones de los bárbaros cristianos,
ni los motines sordamente concertados, y disimuladamente
groseros, y asesinos, de aquellos sucios monjes groseros de la
Tebaida, lo que no había logrado el tiempo mismo, infatiga-
ble demoledor, lo está llevando a cabo, ante nuestros ojos, el
pasajero triunfo de algunas demagogias políticas.
Hoy: esta tarde, a las ocho y media, como lo dicen las car-
teleras, como lo pregonan los pregoneros de teatro: esta tarde,
a las ocho y media, en el teatro del mundo moderno, irrevocable-
mente suprema representación, en la vida real, del drama de
Hipatia. 11 Los sucios monjes groseros salidos de la Tebaida

11
Hipatia (aprox. 370-415) fue una matemática y filósofa de Alejandría,
asesinada de manera brutal durante una sedición conducida por un grupo
de monjes. Péguy comenta la decisión del gobierno radical de quitar el
griego de las materias obligatorias de la secundaria (reformas de Georges
Leygues, 1902-1907).

72
como una cuadrilla nocturna de perros flacos no habían ase-
sinado más que el cuerpo. Lo que no había logrado ningún
bárbaro ni el Tiempo cómplice de todas las demoliciones, lo
ha actuado, ante nuestros ojos, una desdeñable compañía de
políticos modernos, y ha ganado la partida. […]
Es algo muy frecuente en la historia que pequeñísimas com-
pañías de humilde gente de bien consigan hacer lo que ha sido
negado a grandes compañías de grandes hombres de bien. Y
naturalmente es aún mucho más frecuente que pequeñísimas
compañías de poca gente de mal consigan hacer lo que no
habían logrado compañías muy grandes de criminales. Unas
cuantas grandes y fuertes humanidades se han batido durante
siglos en pro y en contra de la cultura griega, es decir, en pro
y en contra de una de las culturas esenciales de la humanidad.
Se ha hecho un inmenso esfuerzo en pro de la opresión, de la
sepultura, de la aniquilación de la cultura griega. Un respeta-
ble esfuerzo de conservación, de continuación ha sido hecho
por cierto número de cristianos. Un admirable esfuerzo de
restitución ha sido hecho por los hombres del Renacimiento.
Y nuestros grandes connacionales del siglo XVII, e incluso los
del siglo XVIII, e incluso los del siglo XIX, habían mantenido
los resultados de este renacimiento. Los grandes republicanos
–no hablo naturalmente de los de hoy–, los republicanos de la
primera, de la segunda, y del comienzo de la tercera república
habían visto con toda claridad cuánto importaba para la con-
servación del espíritu público bajo un gobierno republicano
el que las humanidades fueran lo primero que se mantuviera.
Es un fenómeno muy frecuente en la historia de la humani-
dad. Durante siglos, unas cuantas grandes humanidades luchan
en pro y en contra de una gran causa. Y luego todo pasa. Y

73
luego, un día, aprovechando que la humanidad está distraída,
una pequeña banda de salteadores llega, ladrones de cadáveres,
chacales y menos que chacales, y al día siguiente nos damos
cuenta de que la llamada gran causa ha sido estrangulada du-
rante la noche.
Es lo que penosamente nos ha pasado en el mundo moderno
con el griego. Por una simple alteración, por una simple su-
puesta reforma de los programas de la enseñanza secundaria
francesa, por el triunfo pasajero de algunos maníacos mo-
dernistas y cientificistas franceses, generalmente radicales, 12
algunos de ellos socialistas profesionales, toda una cultura,
todo un mundo, una de las cuatro culturas que hicieron el
mundo moderno –es verdad que no es lo mejor que hayan
hecho– desaparece de la faz del mundo y de la vida de la hu-
manidad con toda tranquilidad y suavidad delante de nuestros
ojos. Delante de nuestros ojos, por nuestras propias manos des-
aparece la memoria de la más bella humanidad. Y en segunda
línea, en segundo grado, delante de nuestros ojos, por nuestras
propias manos perece todo el esfuerzo de los humanistas y de
los hombres del Renacimiento. Todo ese admirable siglo XVI
habrá fermentado y se habrá restituido en vano.
Es una pérdida que será sin duda irreparable. Pues sabemos
por la historia de la humanidad que, en materia de cultura,
se sabe bien cuándo se pierde, y lo que se pierde, pero no se
sabe cuándo se recupera, ni lo que se recupera. El triunfo de
las demagogias es pasajero. Pero las ruinas son eternas. Jamás
se llega a recuperar todo. En semejante materia, es mucho más
fácil perder que recuperar.

12
Referido al Partido Radical.

74
LO YA HECHO

xiste una elección del pecado e incluso por parte del pe-
E cado. Las naturalezas que son aptas para el pecado son de
la misma naturaleza, del mismo reino, que las que son aptas
para la gracia. Y la gracia y el pecado son dos operaciones
de un mismo reino. Muchos son los llamados, pocos son los
elegidos. Y fuera existe una inmensa multitud que no es apta,
juntamente, ni para el pecado ni para la gracia. Pues el pecado
junto a la gracia son las dos operaciones de la salvación, her-
méticamente articuladas la una sobre la otra. Y fuera está la
inmensa multitud de los que ni siquiera son capaces de pecar,
y a los que llamaré intelectuales o intelectualistas en el orden
del pecado; de la gracia; de la salvación.
Estoy convencido de que ocurre lo mismo en todos los
órdenes y de que hay muy pocos seres que son aptos para la
felicidad, como asimismo hay muy pocos seres que son aptos
para la infelicidad. Y fuera está la inmensa multitud de seres
que, juntamente y con un mismo movimiento, con la misma
incapacidad, con la misma esterilidad, con la misma infecun-
didad, no son aptos ni para la felicidad ni para la infelicidad.
Y a los que llamaré intelectuales en el orden de la felicidad.
Muy pocos seres son los señalados, para quien sabe su cris-
tiandad. Y fuera está ese inmenso reino de desgracia, que
consiste en ni siquiera saber de qué se habla.
Lo mismo ocurre con la pasión. El amor es más raro incluso
que el genio. Y es tan raro como la santidad. Y la amistad es
más rara que el amor. Decir que para la pasión todo el mundo es
apto, es tan falso y diré tan tonto y también tan escolar y dicho

75
tan brevemente es algo así como decir que para la escultura
todo el mundo es apto, o bien que para el análisis matemático
todo el mundo es apto. Hay intelectuales en todas partes y
hay intelectuales de todas las cosas. Es decir, hay una inmensa
multitud de hombres que sienten mediante sentimientos ya
hechos, en la misma proporción que hay una inmensa multi-
tud de hombres que piensan mediante ideas ya hechas, y en la
misma proporción hay una inmensa multitud de hombres que
quieren mediante voluntades ya hechas, en la misma propor-
ción que hay una inmensa multitud de «cristianos» que repiten
mecánicamente las palabras de la oración. Y se podría seguir
así mucho tiempo y pasar por todos los compartimentos y se
podría decir: En la misma proporción que hay una inmensa
multitud de pintores que dibujan con líneas ya hechas. Hay tan
pocos pintores que miran cuanto filósofos que piensan.
Esta denuncia de un intelectualismo universal, o sea de una
pereza universal que consiste en el uso constante de lo ya hecho,
habrá sido uno de los grandes logros y la instauratio magna de
la filosofía bergsoniana. 13 […]

Cuando Bergson opone lo ya hecho a lo haciéndose, […] esta-


blece una oposición, reconoce una contrariedad metafísica del
orden mismo de la duración, que afecta a la oposición, a la
contradicción profunda, esencial, metafísica, entre la relación
del presente con el futuro y la del presente con el pasado. Es
una distinción del orden de la metafísica. (Se trata de aquella
profunda y capital idea bergsoniana según la cual el presente,
el pasado, el futuro no pertenecen solamente al tiempo, sino

13
Cf. la nota 7 en el texto «Las reservas se agotan».

76
también al ser mismo. Que no son solamente cronológicos.
Que el futuro no es solamente pasado para más tarde. Que
el pasado no es solamente antiguo futuro, futuro de dentro
del tiempo. Que la creación, a medida que pasa, baja y cae
del futuro al pasado por el ministerio, por la realización del
presente, no cambia solamente de fecha, sino que cambia de
ser. Que no cambia solamente de calendario, sino que cambia
de naturaleza. Que el pasaje por el presente es el revestimiento
de otro ser. Que es el desvestimento de la libertad y el revesti-
miento de la memoria.) Pero cuando este mismo filósofo habla
de lo ya hecho en el sentido de ideas ya hechas, de pensamiento
ya hecho, toma la palabra en el mismo sentido con que se dice
una prenda de confección en lugar de una prenda a medida. Es
una distinción de fabricación, de operación, de corte, de téc-
nica. La filosofía bergsoniana quiere que uno piense a medida
y que no piense confeccionado.
Tanto más en cuanto que una prenda de confección es siem-
pre una prenda de ocasión. Es una prenda de ocasión en lo
nuevo en lugar de ser una prenda de ocasión en lo viejo. Pero es
siempre una prenda de ocasión. Es ocasionalmente y por casuali-
dad por lo que queda bien, o que se supone que queda bien. No
por una adaptación particular anterior, por un corte particular
anterior. No por una adaptación única, por un corte elegido.
Es una de las mayores fuentes de sofismas y de errores, o,
para permanecer en nuestra comparación, diré: es una de las
mayores tiendas de sofismas y de errores, esta negligencia en
considerar, esa falta, ese fallo en considerar, quiero decir esa ne-
gligencia que consiste en no considerar, en omitir el considerar
que algo totalmente nuevo no es necesariamente totalmente
novedoso. Muchos contrasentidos vienen de ahí, y muchas

77
faltas de juicio, muchos errores de juicio. Se cree generalmente
que basta con que una idea sea nueva para que sea novedosa.
Se cree que basta con que una idea sea nueva para que no haya
servido nunca. ¡Qué error! Ha servido al fabricante. Cuando
un árbol de teatro, cuando un amor de escenario, sale del fa-
bricante, no deja de ser un árbol viejo, no deja de ser un árbol
ya hecho, y no deja de ser algo para teatro. Por muy nuevo
que sea, no es, sin embargo, un árbol verdadero, un árbol en
el campo. Por tanto no hay un árbol nuevo en el mundo. No
es una cuestión de grados, es una cuestión de orden. Homero
es novedoso esta mañana, y nada es quizá tan viejo como el
periódico de hoy. Es una cuestión de naturaleza y de esencia.
Así como en la filosofía bergsoniana el futuro y al límite el
presente no se distinguen solamente del pasado cronológi-
camente, sino esencialmente y metafísicamente, así también
una idea ya hecha es ya hecha en sí misma y esencialmente.
Se la fábrica ya hecha como un árbol de teatro se fabrica ya
hecho y como árbol de teatro. Nace una idea ya hecha como
un árbol de teatro se saca a la luz ya hecho y árbol de teatro.
Es de papel madera, de papel pintado. Es totalmente ajeno a la
germinación, a la fecundidad, a la concepción. Hay hombres
que reinventan, seres que reviven, pensamientos que vuelven
a concebir de nuevo las ideas más viejas. Y hay hombres que
hacen ideas ya hechas. Hay ideas que son ya hechas mientras
se las hace, antes de que se las haga, como los abrigos ya
hechos son ya hechos mientras se los hace, como los árboles de
teatro son ya hechos y son árboles de teatro mientras se los hace.
Es una cuestión de naturaleza o de facticidad. Es una cuestión
de gracia o de desgracia.

78
LA ÉPOCA DE LA JUBILACIÓN

n esto está el peligro terrible, en esto está el terrible señorío


E del pasado: solo él puede tener registros. Y dado que todo
el mundo necesita registros, siempre es a él al que uno se dirige.
[…]
Tener paz: es el gran lema de todas las cobardías cívicas e
intelectuales. Mientras el presente está presente, mientras la
vida está viva, mientras la libertad es libre, se hace pesada,
nos hace la guerra. Uno habla de ella; y debe hablar de ella.
Incluso es el momento para hablar de ella. Cuando el presente
ha pasado, todo se apacigua. […]
Para entender correctamente lo que ha ocurrido, tenemos
que pensar siempre en aquella antigua regla de moral elemental
y escolar que tanto se elogiaba: que nunca tienes que dejar para
mañana lo que puedas hacer hoy. Era la regla de la sabiduría
misma, y de la prudencia, y del buen gobierno de uno mismo.
[…]
Era la más modélica de todas las reglas que formaban al
hombre modelo y al niño modelo. Así como la libreta de
ahorro era el símbolo modelo y el instrumento modelo y el
libro modelo de la más modélica de las instituciones.
Dado que la caja de ahorros era la institución modelo y
la institución central y el pilar del templo y aquella que lo
compendiaba todo. […]

79
Esa era la gran regla de nuestros maestros laicos. Esa era tam-
bién la regla de nuestros maestros curas. Porque, como dije en
El dinero, los dos tenían las mismas reglas. 14
Y tenían una moral común. Y eran hombres iguales.
Solo que, si bien nuestros maestros laicos no tenían por qué
darse cuenta, nuestros maestros curas sí podrían haberse dado
cuenta (y no se daban cuenta) de que esta regla tan maravillosa,
esta famosa regla modélica iba directamente en contra de la
más profunda tal vez, y en contra de la más acreditada de las
reglas evangélicas, y en contra de la que, tal vez, había sido
dada al hombre más seriamente: que a cada día le basta su afán,
cuique diei malitia sua. 15
Pues si a cada día le basta su afán, por qué cargar hoy con el
afán de mañana, por qué cargar hoy con el trabajo de mañana,
por qué cargar hoy con la maldad de mañana. […]
Pues el ahorro de tiempo es tan peligroso, siendo tan frau-
dulento, como el ahorro de dinero. Es naturalmente y esencial-
mente infecundo. Es naturalmente y profundamente inexacto.
Adelantarse, retrasarse, ¡qué inexactitudes! Ser puntual, la úni-
ca exactitud.
Prefiero mucho más esta máxima de mi amigo Benda 16 : que
nunca hay que dejar para hoy lo que se puede hacer mañana. Qué
fórmula más exacta, qué fórmula más cristiana, y ágil y alerta.

14
Cf. Œuvres en prose complètes, vol. III, pp. 810-811.
15
Mateo, VI,34.
16
Julien Benda (1867-1956), escritor, amigo de Péguy desde el tiempo del
Affaire Dreyfus.

80
Quieren, ante todo, estar tranquilos. Quieren, ante todo, ser
sedentarios. La tentación misma de la pereza, la fatiga misma,
la necesidad misma de tranquilidad para mañana que los mueve
a todos a hacerse funcionarios, es también la misma que los
mueve a todos a ser intelectuales. Así como todos corren tras
los púlpitos y las cátedras no para enseñar en ellas, sino porque
uno allí está sentado, así quieren, ante todo, una filosofía, un
sistema de pensamiento, un sistema de conocimiento en el que
uno esté sentado.
Lo que llaman un buen orden de pensamiento, es la tran-
quilidad del pensador.
Pero sería preciso saber si lo cognoscible ha sido hecho para
la comodidad del que conoce o si el que conoce debe estar
disponible para el conocimiento de lo cognoscible.
Y más generalmente: si el mundo ha sido hecho para la
comodidad del hombre.

No se trata de saber si es agradable que el presente sea move-


dizo, sino si lo es realmente.
Cuando esta gente reclama fijeza, estatuto, lo que llaman
sabiduría, lo que llaman ciencia, lo que llaman conocimiento
y lo que ellos llaman método, es la paz del sabio, la tranqui-
lidad del erudito y el buen orden de la carrera del experto.
Lo que llaman método científico, es el método de su propio
establecimiento.
Lo que llaman el progreso de la ciencia, es el progreso de
su propia carrera. […]
Tienen un sistema de pensamiento, un mecanismo mental,
una maquinaria intelectual de sedentarios, de tranquilos y de
funcionarios. […]

81
De un extremo al otro del frente corre el mismo contrasen-
tido, y la misma deformación, y el mismo quid pro quo, y
la misma sustitución fraudulenta, en psicología y en meta-
física, en moral y en economía. Pensar en el día de mañana.
Nuestra muerte. En psicología y en metafísica, nosotros que
estamos en el presente y pasamos por él, no consideramos
más que el instante de después, el ser de después, por la ne-
cesidad de seguridad y de tranquilidad que tenemos; y por
eso vemos, consideramos el presente como un pasado recien-
te, como el último que acaba de pasar, pero siempre como
un pasado, y lo vemos atado, registrado, muerto. Esto es la
muerte de la vida y de la libertad. […] En moral, no pen-
samos más que en las tranquilidades del día de mañana en
lugar de hacer el trabajo de hoy. En economía preparamos,
para estar tranquilos mañana, la aniquilación de toda una raza.
[…]
Sacrificamos el día de hoy a favor del día de mañana, […]
sacrificamos toda una raza a favor de nuestra tranquilidad de
mañana.

Siempre se trata del sistema de la jubilación. Siempre el mismo


sistema de descanso, de tranquilidad, de consolidación final y
mortuoria.
Solo piensan en la jubilación, o sea en esa pensión que co-
brarán del Estado ya no para hacer, sino por haber hecho. […]
Su ideal, si está permitido hablar así, es un ideal de Esta-
do, un ideal de hospital de Estado, una inmensa casa final y
mortuoria, sin preocupaciones, sin pensamiento, sin raza.
Un inmenso asilo de ancianos.

82
Así como el cristiano se prepara para la muerte, así el mo-
derno se prepara para la jubilación. Pero es para disfrutarla,
como dicen ellos. […]

En semejante materia, lo económico es como una imagen


ampliada de la moral, y la moral es como la formulación codifi-
cada de ciertos aspectos de la psicología y de la metafísica. Esta
necesidad monstruosa de tranquilidad que brilla en la infecun-
didad de todo un pueblo, en la aniquilación de toda una raza,
no es más que una grosera traducción, a una escala enorme,
de esa necesidad monstruosamente familiar de tranquilidad
moral que hace siempre pensar en el día de mañana y sacrificar
el día de hoy al día de mañana, y esa necesidad familiar no es a
su vez más que una codificación de esa monstruosa necesidad
de tranquilidad que en psicología y en metafísica nos hace
siempre sacrificar el presente al instante que viene después.

Siempre lo paga la raza. Para tener paz mañana, hoy no tene-


mos hijos. Pero esta figura de abdicación y de aniquilación de
la raza, trasladada a una escala más grande, y más grosera, a
la escala económica y cívica, no es más que la proyección de
la común figura moral e intelectual y psicológica y metafísi-
ca. Para tener paz mañana, cargamos sobre el día de hoy las
sabidurías, las previsiones, las infecundidades. […]

En segundo lugar, vemos a nivel económico, cívico, a nivel


del Estado, lo que podríamos ver a nivel moral, psicológico,
metafísico, a nivel del alma y a nivel del ser, si tuviéramos me-
jores ojos: que esa tranquilidad, que es el objeto último de los

83
intelectuales, y a la que van todos los deseos de los modernos,
es esencialmente un principio de servidumbre. Siempre paga
la libertad. El señorío siempre lo tiene el dinero. Para tener
paz mañana, (y la paz no se consigue más que con dinero), uno
aliena, uno vende su libertad de hoy. Para tener una jubilación
asegurada, (o sea dinero asegurado para cuando uno sea ma-
yor), uno no dice, uno no escribe lo que piensa, lo que tiene
que decir y escribir, lo que todo el mundo sabe, lo que nadie
se atreve a decir ni a escribir. Para tener paz en los días últi-
mos, hoy uno no es un hombre libre. El mundo moderno todo
entero es un mundo que no piensa más que en sus días últimos.
En lugar de pensar en esos días jóvenes que son los días de
la raza. Y de la raza que está por venir.
De ahí viene esa universal infecundidad y esa universal
servidumbre.
Pero esta servidumbre económica y cívica no es más que
la ampliación, el engrosamiento, el traslado, la proyección, a
nivel económico y cívico, a nivel del pueblo y del Estado, de
una servidumbre moral e intelectual, psicológica y metafísica.
Así como en lo económico sacrificamos la fecundidad y la
libertad de toda nuestra carrera a favor de la seguridad de
una jubilación estatal, asimismo, en la moral, sacrificamos la
fecundidad y la libertad del día de hoy a favor de la tranquilidad
del día de mañana, y asimismo, en psicología y en metafísica,
sacrificamos la fecundidad y la libertad y la movilidad y la
presencia y la gloriosa inseguridad del presente a favor de la
intranquilidad del instante que viene justo después. […]

Dejar para mañana. Es la sabiduría en sí misma y la vida. Es


la libertad, la salud, la medida, y es la fecundidad. Es un ser

84
en su medida y es un alma dispuesta para todo bien. Dejar
para mañana las preocupaciones de mañana. Dejar para maña-
na la tranquilidad de mañana. No querer estar tranquilo por
antelación. No anticipar el día de mañana.
Dejar para la vejez las preocupaciones de la vejez. Dejar
para la vejez la tranquilidad de la vejez. No sacrificar el día
de hoy y la libertad y la fecundidad del día de hoy a favor
de la tranquilidad del día de mañana. No sacrificar toda una
vida y la libertad y la fecundidad de toda una vida a favor de
la tranquilidad de la vejez. No sacrificar todo un mundo a
la jubilación de un mundo, a una vejez artificial, anticipada,
fraudulenta.
No envejecer el día de hoy: ya envejece bastante. No en-
vejecer la vida: ya envejece bastante. No envejecer todo un
mundo: ya envejece bastante.
En eso consiste la moral, y lo económico, y lo cívico. No
alienar el día de hoy en beneficio del día de mañana. […]
El que ahorra, que economiza dinero para sus días últimos
es, en sentido estricto, un pródigo, y un mal pródigo. Porque
empeña, aliena su libertad, su fecundidad, que son sus verda-
deros bienes. Los vende, y lo que pone aparte para ahorrar, es
precisamente el precio de esta venta.
De este modo, todo un pueblo puede empeñar su libertad,
alienar su fecundidad, vender su raza, para comprar rentas
pagadas por el Estado. Pero cuando ya no haya más pueblo ni
raza, ¿dónde estará el Estado? […]
El avaro es pródigo. Es incluso el único pródigo, el verdade-
ro pródigo. El avaro de dinero es pródigo de lo que ha vendido
para conseguir dinero. Es dilapidador y pródigo de su alma,
que ha vendido a cambio de nada, a cambio de dinero.

85
Y por el contrario, el caritativo es el verdadero avaro que
amontona bienes. […] Y el avaro es el despilfarrador. Y el
despilfarrador el avaro.
Es la enseñanza más profunda de los Evangelios, la más
presente en los Evangelios, en todas partes, y sin duda la que
Jesús, con toda evidencia, más guardaba en su corazón.
Estamos a tal punto bajo el reino del dinero, es a tal punto
el Anticristo y el dueño del mundo moderno en todas partes,
que sobrentendemos (familiarmente, usualmente) su nombre
en nuestras palabras. En nuestras expresiones. Cuando no lo
nombramos, sabemos que se está hablando de él. Cuando no
lo advertimos, sabemos que está allí. Cuando no decimos nada
de él, es él.
Cuando no lo nombramos, es él al que nombramos. Cuando
no lo presentamos, es él a quien presentamos.
Cuando no lo pensamos, es en él en quien pensamos. […]
Así, este endurecimiento del dinero, que gobierna toda la
sociedad moderna, esta inmensa venalidad, esta universal sus-
titución de las fuerzas flexibles por el dinero rígido, tiene su
punto de origen económico, cívico, moral, psicológico y me-
tafísico en el endurecimiento del presente, en la osificación,
en la momificación del presente que ha producido todo el
materialismo y el intelectualismo y el determinismo y el me-
canicismo. Todo vino, toda esta inmensa y universal venalidad
vino del ahorro y de la cartilla de la caja de ahorros. Todo vino
de haber querido, por el espíritu de ahorro, poner aparte el
presente para guardarlo. Y para estar bien seguros de ponerlo
aparte, se lo ha enviado al pasado. […]
Mientras que el presente era flexible, libre, vivo, gratuito,
lleno de gracia, de fecundidad, no podía ser tenido en cuenta.

86
No se prestaba al cálculo. No podía entrar en el ámbito de la
venalidad. Una vez engreído, endurecido, una vez convertido
en un punto rígido del pasado, una vez convertido en un punto
inerte y atado, un punto muerto, un punto de servidumbre,
un punto oneroso y un punto de desgracia y de infecundidad,
podía empezar a ser tenido en cuenta. Desde ese momento,
se prestó al cálculo. Se volvió del mismo orden de grandeza
y de la misma naturaleza que el duro y que el rígido dinero.
Pudo volverse una unidad del mismo orden, él mismo un
punto de unidad comparable, un punto de unidad que pudo
entrar como unidad en todas las operaciones de esta inmensa
categoría. Se le pudo por fin tener en cuenta en esta inmensa
y total venalidad.
Mientras el presente permanecía flexible, no era canjeable,
comparable, vendible, venal. Apenas endurecido, apenas fijado
se volvía todo esto. Lo propio de una unidad de medida es la
de ser rígida. […]
Solo los reales se pueden apilar. […]
No son esos pocos libros libertinos los que forman, en el
mundo moderno, este punto secreto de resistencia, al que
corresponden, en el mundo cristiano, los Evangelios […]. Es
la cartilla de la caja de ahorros.
Los libros libertinos no son nunca muy listos. Nunca se
pasan de fuerza. Son de todos los tiempos. La cartilla de la
caja de ahorros, (bajo todas sus formas, y especialmente bajo
la suya), es la invención propia del mundo moderno.
Los libros libertinos nunca han podido producir más que
pecadores. La cartilla de la caja de ahorro produce al moderno.
Estamos pereciendo a causa de esta rigidez, de esta pruden-
cia y de esta avaricia. La avaricia se ha convertido sin duda

87
alguna en el pecado central. Está en el centro del mundo mo-
derno. El dinero está en el centro del mundo moderno. Está en
todas partes. Y en el centro y en todas partes es el señor. […]
Tanto la sequedad del corazón como la sequedad de la raza,
que son las dos grandes y espantosas invenciones modernas,
las dos grandes formas modernas de la aniquilación misma del
mundo, o sea tanto la sequedad espiritual como la sequedad
temporal y carnal proceden de este mismo punto de origen,
de este mismo punto de desecación y de endurecimiento y
de entumecimiento que ha sido para el mundo moderno la
desecación y el entumecimiento del presente. […]
Dime cómo tratas al presente y yo te diré de qué filosofía
eres. […]

Toda la cuestión está ahí. Qué es lo negociable. Qué es lo


no negociable. Toda la cuestión está en saber lo que en un
cierto mundo es negociable y lo que no es negociable. Un
mundo dado, (el mundo antiguo, el mundo cristiano, el mun-
do pagano), (el mundo moderno), cada mundo, el mundo será
juzgado sobre lo que habrá considerado como negociable o
no negociable.
Todo el envilecimiento del mundo moderno, es decir, toda
la puesta a saldo del mundo moderno, toda la bajada de su
precio viene de que el mundo moderno ha considerado como
negociables valores que el mundo antiguo y el mundo cristiano
consideraban como no negociables.

88
INFIERNO Y ESPERANZA

ay algo peor que tener un mal pensamiento. Es tener un


H pensamiento ya hecho. Hay algo peor que tener un alma
mala e incluso que hacerse un alma mala. Es tener un alma ya
hecha. Hay algo peor que tener un alma incluso perversa. Es
tener un alma habituada.
Se han visto los juegos increíbles de la gracia y las gracias
increíbles de la gracia penetrar en un alma mala e incluso en
un alma perversa y se ha visto salvar lo que parecía perdido.
Pero no se ha visto a lo que estaba barnizado ser mojado, no
se ha visto a lo impermeable ser atravesado, no se ha visto a lo
habituado ser bañado.
Las curas y los éxitos y los salvamentos de la gracia son
maravillosos y se ha visto ganar y se ha visto salvar a lo que
estaba (como) perdido. Pero los peores desamparos, pero las
peores bajezas, las torpezas y los crímenes, pero el pecado
mismo son a menudo los defectos de la armadura del hombre,
los defectos de la coraza por donde la gracia puede penetrar
en la coraza de la dureza del hombre. Pero sobre la inorgánica
coraza del hábito, todo resbala, y toda espada se embota. […]
Se ha visto salvar a los más grandes criminales. Por medio de
su crimen mismo. Por el mecanismo, por la articulación de su
crimen. No se ha visto salvar a los más grandes habituados por
la articulación del hábito, porque el hábito es precisamente lo
que no tiene articulación.
Se pueden hacer muchas cosas. No se puede mojar un tejido
que está hecho para no ser mojado. Se le puede echar el agua
que se quiera, porque no se trata aquí de cantidad, se trata de

89
contacto. No se trata de verter. Se trata de que agarre o no
agarre. Se trata de que se produzca o no se produzca cierto
contacto. Es el fenómeno tan misterioso al que se llama «hu-
medecerse». Poco importa aquí la cantidad. Hemos salido de
la física de la hidrostática. Hemos entrado en la física de la
humidificación. […] Cuando una superficie es grasienta, el
agua no agarra. […]
Hay frutos que tienen una pelusa hecha para no mojarse. Y
que los cielos lluevan. Rorate, coeli, desuper. 17 […]
De ahí provienen tantas carencias, (pues las carencias mis-
mas tienen causas y proveniencias), de ahí provienen tantas
carencias que constatamos en la eficacia de la gracia, y que
llevando a cabo victorias inesperadas en el alma de los mayores
pecadores, queda a menudo inoperante en la gente más respe-
table, sobre la gente más respetable. Es que precisamente la
gente más respetable, o simplemente la gente respetable, o en
fin los que así se llaman y que aman ser así llamados, no tienen
ellos mismos defectos en su armadura. No están heridos. Su
piel de moral permanentemente intacta les crea una capa de
cuero y una coraza sin defectos. No presentan esa apertura
que surge allí donde hay una espantosa herida, un inolvida-
ble desamparo, una aflicción invencible, un punto de sutura
eternamente mal cosido, una inquietud mortal, una ansiedad
invisible permanentemente velada, una amargura secreta, un
hundimiento perpetuamente escondido, una cicatriz eterna-

17
Antífona de Adviento, citada y traducida por Péguy en El misterio de los
Santos Inocentes: «Cielos, destilad vuestro rocío, desde arriba». [tr. esp. de
María Badiola Dorronsoro en: Los tres misterios, Encuentro, Madrid, 2008,
p. 470].

90
mente mal cerrada. […] Porque no carecen de nada no se les
aporta nada. Porque no carecen de nada no se les aporta lo
que es todo. El mismo amor misericordioso de Dios no puede
vendar a aquel que no tiene llagas. Porque un hombre estaba
echado en el suelo, un samaritano lo recogió. Porque la cara
de Jesús estaba sucia, Verónica se la limpió con un pañuelo.
Pero a quien no ha caído, nunca se lo levantará; y a quien no
está sucio, no se lo limpiará.

Por eso no hay nada tan contrario a lo que llamamos (con un


nombre un poco vergonzoso) religión como lo que llamamos
la moral. La moral recubre al hombre con una capa de barniz
en contra de la gracia. […]
La moral nos hace propietarios de nuestras pobres virtudes.
La gracia nos hace una familia y una raza. La gracia nos hace
hijos de Dios y hermanos de Jesucristo. […]
(Y por esa vía también nos enteramos del vínculo profundo,
del triple vínculo profundo de la libertad con la gracia y con
la vida. Y de que los tres tienen en común la gratuidad. Y de
que el determinismo, (en la medida en que sea pensable), (yo
no me encargo de pensarlo), (y que A da lugar a B sin dejar de
ser A y sin convertirse en B, que a su vez no es A, no es más A),
y de que el determinismo físico y metafísico quizá no sea más
que la ley de los residuos. De lo que incesantemente cae.
El determinismo, (en la medida en que sea pensable), sería
la ley del inmenso desecho).
(Y si no es pensable por un pensamiento vivo, por un ser
pensante, precisamente no lo es a lo mejor porque es la ley de
lo que ya no está en lo viviente, de lo que ya no está en el ser,
del desecho.)

91
Un ser que muere es un ser que llega a ese punto, a ese límite:
estar completamente invadido, completamente ocupado por
su desecho, por el inmenso desecho de su memoria.
El polvo y los escombros, los inmensos escombros de su
hábito.
La madera muerta es madera extremadamente habituada.
Y un alma muerta es también un alma extremadamente habi-
tuada.
La madera muerta es madera habituada a su límite. Y un
alma muerta es también un alma habituada a su límite.
Y es extremadamente notable que la muerte espiritual, que
la muerte del alma se represente en el lenguaje tradicional
de la Iglesia como el resultado (y podríamos decir como el
límite alcanzado) de un endurecimiento. Hay que guardarse
de ver aquí una metáfora. De hecho, no hay nunca metáforas.
Cuando se habla del endurecimiento final y de la impenitencia
final, hay que entender justamente un fenómeno real de endu-
recimiento que vuelve al alma como madera muerta. Se trata
realmente de una incrustación espiritual, de un revestimiento
del hábito que impide de ahora en adelante que el alma sea
mojada por la gracia. […]
Se trata propiamente de una degeneración e incluso de una
degeneración fisiológica. El revestimiento no solo reviste. No
solo es revestimiento. Sino que bajando el revestimiento al-
canza el corazón. Todo no es más que revestimiento.
Cuando se dice que la Iglesia ha recibido promesas eternas,
que se recogen en una única promesa eterna, hay que entender
rigurosamente, con estas palabras, que ha recibido la promesa
de que no sucumbiría jamás bajo su propio envejecimiento,

92
bajo su endurecimiento, bajo su rigidez, bajo su hábito y bajo
su memoria.
Que no llegaría jamás a ser madera muerta y un alma muer-
ta; de que no iría jamás hasta el final de una amortización que
desemboca en la muerte.
Que no sucumbiría jamás bajo sus actas y bajo su historia.
Que sus memorias jamás la aplastarían totalmente.
Que no sucumbiría jamás bajo la acumulación de papeleo,
bajo la rigidez de su burocracia.
Y de que los santos volverían a surgir siempre.

Aquí aparece bajo una nueva luz, aquí reluce, aquí y en este
cruce surge en su plenitud el sentido y la fuerza y el destino
central de esa virtud que hemos llamado la joven y la niña
esperanza. 18 Ella es esencialmente el contra-hábito. Y así, es
diametralmente y axialmente y centralmente la contra-muerte.
Es la fuente y el germen. Es el chorro que surge y la gracia.
Es el corazón de la libertad. Es la virtud de lo nuevo y la
virtud de lo joven. Y no en vano es Teologal, y es la princesa
misma de las Teologales, y no en vano es el centro de gravedad
de las Teologales, ya que, sin ella, la Fe resbalaría sobre ese
revestimiento del hábito; y, sin ella, la Caridad resbalaría sobre
ese revestimiento del hábito.
Y es ella, particularmente, la que le garantiza a la Iglesia
que no sucumbirá bajo su mecanismo.
18
El pórtico del misterio de la segunda virtud: «La pequeña esperanza. / Avanza.
/ Entre sus dos hermanas mayores». «Esa pequeña esperanza que parece de
nada. / Esa niñita esperanza. / Inmortal» [tr. esp. de José Luis Rouillon
Arróspide en: Los tres misterios, op. cit., pp. 236. 233].

93
RIGIDEZ Y FLEXIBILIDAD

s un prejuicio, pero es absolutamente inextirpable, que


E una razón rígida sea más racional que una razón flexible
o más bien que una razón rígida sea más razón que una razón
flexible. Es un prejuicio que tiene curso y florece en toda la
línea. Reina y queda inextirpable en todas las disciplinas. […]
Es el mismo prejuicio que quiere que una lógica rígida sea más
lógica que una lógica flexible. Y que un método científico
rígido sea más metódico, y más científico, que un método
científico flexible. Y sobre todo que una moral rígida sea más
moral, y más una moral, que una moral flexible. Es como si
se dijera que las matemáticas de la recta son más matemáticas
que las matemáticas de la curva.
Es evidente, al contrario, que por ser los que ciñen más, son
más severos los métodos flexibles, las lógicas flexibles y las
morales flexibles. Las lógicas rígidas son infinitamente menos
severas que las lógicas flexibles, siendo infinitamente menos
ceñidas. Las morales rígidas son infinitamente menos severas que
las morales flexibles, siendo infinitamente menos ceñidas. Una
lógica rígida puede dejar escapar ciertos pliegues del error.
Un método rígido puede dejar escapar ciertos pliegues de
la ignorancia. Una moral rígida puede dejar escapar ciertos
pliegues del pecado, cuyas huidizas sinuosidades una moral
flexible, al contrario, ceñirá, desvelará, perseguirá. Una lógica
flexible, un método flexible, una moral flexible, persigue,
recoge, calca las sinuosidades de las faltas y de las deficiencias.
Una moral flexible agota las sinuosidades de los fallos. En
una moral flexible todo sale a la luz, todo se revela, todo se

94
persigue. En un entramado de compartimentos rígidos, puede
haber impunemente carencias, recovecos, arrugas. La rigidez
es esencialmente infiel y es ella, la flexibilidad, la que es fiel.
Y la que denuncia. Contrariamente a todo lo que se cree, a
todo lo que se enseña comúnmente, la que engaña es la rigidez,
la que miente es la rigidez. Y la flexibilidad no solo no hace
trampa, no solo no miente, sino que no deja que se engañe y
no deja que se mienta. La rigidez, al contrario, deja pasar todo,
no señala nada. En un baúl moderno ustedes pueden apilar
todos los velos de lino de la súplica antigua. Si estos velos
forman arrugas en el interior del baúl, nada de ello aparece
sobre la tapa. […]
Son las morales rígidas las que pueden tener nichos llenos
de polvo, de microbios, de mohos y recovecos llenos de po-
dredumbre, en los rincones de dentro de las rigideces, posos,
lues, 19 y lo que nuestros Latinos llamaban situs, un moho, una
suciedad debida a la inmovilidad, al estar dejado ahí. Una
suciedad por haber sido dejada ahí. Las morales flexibles, al
contrario, exigen un corazón perpetuamente al día. Un co-
razón perpetuamente puro. Nous nous sommes lavés d’une telle
amertume. 20 Al igual que con los métodos flexibles, las lógicas
19
Lues, luis: sustantivo femenino latino referido a algo que se está licuando.
En sentido figurado, puede significar la corrupción moral.
20
La Tapisserie de Notre Dame, «Prière de résidence», Œuvres poétiques et dra-
matiques, «La Pléiade», Gallimard, Paris, 2014, p. 1152: «Nous nous sommes
lavés d’une telle amertume / Étoile de la mer et des récifs salés, / Nous
nous sommes lavés d’une si basse écume, / Étoile de la barque et des souples
filets». («Nos hemos limpiado de tanta amargura / Estrella de la mar y de los
arrecifes salados, / Nos hemos limpiado de una espuma tan baja, / Estrella
del barco y de las flexibles redes». Tr. esp. de Ignacio María Díaz en: La
tapicería de Nuestra Señora, Agape Libros, Buenos Aires, 2021, p. 67-68.)

95
flexibles exigen un espíritu perpetuamente al día, un espíritu
perpetuamente puro. Las morales flexibles, y no las morales rí-
gidas, ejercen las coerciones más implacablemente duras. Son
las únicas que nunca se ausentan. Las únicas sin compasión. Las
morales flexibles, los métodos flexibles, las lógicas flexibles,
imponen las obligaciones implacables. Por eso, el hombre más
honrado no es el que se sujeta a reglas aparentes. Es el que se
queda en su lugar, trabaja, sufre, calla.

96
III

HISTORIA
LOS ACONTECIMIENTOS ELEGIDOS

no de los mayores misterios que hay en la historia y en


U la realidad, (y naturalmente también, naturalmente pues,
uno pues de aquellos sobre los que pasamos más ciegamente,
más fácilmente, más distraídamente, más sin entrar), es esa
especie de diferencia absoluta –irrevocable, irreversible, como
infinita– que hay en el precio de los acontecimientos. Que cier-
tos acontecimientos sean de cierto precio, que tengan cierto
precio, un precio propio; que distintos acontecimientos del
mismo orden o de órdenes cercanos, de la misma materia o
de materias del mismo orden y del mismo valor, de la misma
forma o de formas del mismo orden y del mismo valor, tengan,
sin embargo, precios, valores infinitamente distintos; que cada
acontecimiento modele y haga nacer, bajo una misma materia,
bajo una misma forma, en una misma forma, que todo aconte-
cimiento tenga, por tanto, un precio propio, misterioso, una
fuerza propia en sí, un valor propio, misterioso; que existan
guerras y paces que tengan un valor propio, que existan affaires
que tengan un valor propio, absoluto; 1 heroísmos que tengan
un valor propio; hasta santidades que tengan un valor propio:
seguramente es uno los mayores misterios del acontecimien-
to, uno de los problemas más punzantes de la historia; que
existan no solo hombres (y dioses) que cuenten más que otros,
infinitamente más, sino que haya pueblos, que estén como
marcados; […] que tengan un precio, un valor propio, que es-
tén marcados para la historia, para toda la historia temporal, y

1
El autor piensa en el Affaire Dreyfus, en el que participó activamente.

99
(por tanto) quizá, sin duda, para la otra; y que pueblos enteros,
tantos otros pueblos, la inmensa mayoría de los pueblos, la
casi totalidad, estén marcados, al contrario, para el silencio y
la sombra, para la noche y el silencio: […] esto es ciertamente
quizá el mayor misterio del acontecimiento, el problema más
punzante de la historia. Que incluso existan como aconteci-
mientos elegidos. Es el mayor problema de la creación.

100
LOS CORONAMIENTOS
PERPETUAMENTE INACABADOS

na lectura bien hecha, una lectura honesta, una lectura


U sencilla, en fin, una lectura bien leída es como una flor,
como un fruto proveniente de una flor; (es como la pelusa
sobre el durazno, decía el Anciano); es como un espectáculo
bien visto, bien mirado; como una estatua armoniosamente
vista, mirada eurítmicamente; la representación que nos da-
mos de un texto es como la representación que se nos da de
una obra dramática (y también que nosotros nos damos); es
como la representación que la obra nos da (y que nosotros
nos damos también) de una obra estatuaria; no es nada menos
que el verdadero, el auténtico e incluso y sobre todo el aca-
bamiento del texto, el real acabamiento de la obra; como un
coronamiento; como una gracia particular que corona; como
una umbela en el acabamiento del tallo; como un frontón
colocado sobre las columnas del templo; […] como un punto
de madurez, […] como un completamiento, […], como un
éxito, como un punto logrado, alcanzado una vez; como un
logro; como un alimento y un complemento y un comple-
tamiento del alimento; como una clase de completamiento
de alimentación y al mismo tiempo de operación. La simple
lectura es el acto común, la operación común del que lee y de lo leído,
del autor y del lector, de la obra y del lector, del texto y del
lector. […] Por eso es, literalmente, una cooperación, una co-
laboración íntima, interior; singular, suprema; y, por tanto,
una responsabilidad comprometida, una alta, una suprema
y singular, una desconcertante responsabilidad. Qué destino

101
maravilloso, y casi espantoso, que tantas grandes obras, que
tantas obras de grandes hombres y de hombres tan grandes
puedan esperar recibir todavía un cumplimiento, un acaba-
miento, un coronamiento de nuestra parte, mi pobre amigo,
con nuestra lectura. Qué espantosa responsabilidad, para noso-
tros. (Y también, en cierto sentido, qué responsabilidad para
el autor, para los autores, para ese pequeño pueblo de autores
que así fuerzan, llevan, inducen a la colaboración, ulterior, a
la cooperación, temporalmente indefinida, a ese gran pueblo
de lectores, por lo menos a ese pueblo más grande, antes tan
grande, cuyo número hoy disminuye día a día.) Hay aquí un
juego cruel del destino, como solía decirse –nosotros diremos
uno de los juegos más crueles de la destinación temporal–, y
que le es del todo propio, totalmente en su línea y en su estilo:
que ningún autor tenga jamás temporalmente el derecho de
cerrar su puerta, ninguna obra esté jamás eternamente tempo-
ralmente cerrada para siempre en ningún taller; es uno de los
misterios quizá más inquietantes de la destinación temporal,
uno de los más plenos, de los más abarrotados de inquietud,
que ninguna obra, por acabada que sea, y así nos parezca, y
tal vez así le haya parecido al autor, su padre, que ninguna
obra esté con todo temporalmente tan acabada, haya tempo-
ralmente recibido tan completamente su último sentido que
no tenga todavía, en otro sentido, (y quizá en el fondo en
el mismo sentido, ya que todos los hombres son hombres, y
este autor es hombre, y nosotros también, nosotros pequeños,
somos hombres, y hagamos lo que hagamos continuamos al
autor mismo en un sentido) que estar perpetuamente acabada
en cuanto inacabada, a título de inacabada, que no tenga que
recibir y no reciba y no deba perpetuamente recibir un sentido,

102
un coronamiento él mismo perpetuamente inacabado. Es la
suerte común de todo lo temporal, de la obra misma, en cuanto
es temporal. Volens nolens, de grado o por fuerza, la obra siem-
pre obtendrá un cumplimiento perpetuo, un acabamiento, un
coronamiento perpetuamente eterno, él mismo perpetuamen-
te incompleto, perpetuamente inacabado, que quizá, que sin
duda ella no pedía; […] pues el autor, necio, ignorante, frus-
trado por adelantado –ya sea el mayor genio del mundo– ama
ser el dueño de su casa. Como si jamás el hombre pudiera ser
el dueño de su casa, ni incluso estar en ninguna casa como
en su propia casa. Pues en las casas temporales, lo propio del
juego temporal es que nunca esté uno en su casa, nunca llegue
a conseguir estar en su casa; y en la otra morada, está en la
morada de otro. Querer ser el dueño de su casa, incluso solo
imaginárselo, qué vanidad. En vano el maestro ha cerrado su
puerta [y ha] cerrado la obra en su taller. […] La muerte ha
llegado, la última asistenta. […] Por última vez ha barrido el
suelo, ha puesto en orden las obras. […] Y el autor quisiera
gozar (en paz) de una paz que cree haber ganado. El autor
quisiera saborear, el autor quisiera nutrirse del descanso de
la paz eterna. Decepción: en este taller cerrado estamos to-
dos perpetuamente siempre presentes: una mala lectura de
Homero tiene una repercusión sobre y en la obra, sobre y en
el autor. […] Lo vuelve a descoronar. […] Es la ley común,
general, de todo lo temporal. Por duro que sea, ese mármol
del Pentélico no solamente ha recibido y perpetuamente re-
cibirá los golpes físicos del tiempo, que los filósofos nos han
acostumbrado a considerar, sino que ha recibido y perpetua-
mente recibirá los golpes no menos graves, los coronamientos
y los descoronamientos, los incrementos y los desechos de la

103
colaboración de todos aquellos que están en el tiempo. […]
Aquí está quizá el mayor misterio del acontecimiento, amigo
mío, ahí está propiamente el misterio y el mecanismo mismo
del acontecimiento, histórico, […] el secreto de la fuerza de
la historia, el secreto de mi fuerza y de mi dominación. 2 […]
Nuestras malas miradas, nuestras miradas indignas descoro-
nan a esos templos. Las buenas miradas, miradas dignas los
coronarían otra vez temporariamente. Complementos, com-
pletamientos indispensables llegarían a hacerse. Acabamientos
indispensables llegarían a hacerse.
Digo indispensables porque si no los hacemos nosotros,
nadie los hará, nunca. Una buena mirada, una mirada antigua
cumple. Una mala mirada, una mirada bárbara, una mirada
moderna destruye. Una mirada nula, cero mirada, ninguna
mirada en absoluto es en un sentido la peor mirada, la peor
mala mirada: pues es la mirada de la desnutrición definitiva,
de la desafección final, es la mirada de la abolición eterna, es
en fin la mirada de la desintegración del olvido. […]
Somos libres de declarar las cosas que queramos, ¡ay de noso-
tros!, es decir de aportar, de introducir las colaboraciones que
queramos. Somos libres de decir y de hacer todas las tonterías
que queramos. Y queremos muchas. Y lo peor, es que cuando
no queramos más, entonces será lo peor, porque será el olvido.
[…] Las malas lecturas desagregan. Las inexistentes lecturas
hacen la consumación de los tiempos; consummatio saeculorum;
llevan a cabo la desagregación suprema, la desagregación final;
realizan algo como un primer juicio final, temporal; crean
algo como una (primera) imagen, temporal, de un juicio final.

2
La que habla es Clío, la Musa de la Historia.

104
Es espantoso, amigo mío, pensar que tenemos toda licencia.
[…] Qué riesgo horroroso, amigo mío, qué aventura horroro-
sa; y sobre todo qué espantosa responsabilidad.

105
OSAR ELEGIR

n los tiempos modernos y contemporáneos, nada hace


E tan difícil cualquier trabajo de historia y nada es tan con-
trario a la misma existencia del historiador como el diario
amontonamiento de diarios.
Todas las mañanas se publican inmensas cantidades de dia-
rios; en los tiempos del Affaire, 3 los leíamos casi todos; hoy,
con el cansancio creciente, quién piensa en leer seriamente
incluso uno solo de ellos; por la tarde y por la noche, muchos
diarios más; y a cada hora del día y de la noche tantas revistas
que son solo diarios malos, más pesados; y tantos libros que
son solo diarios malos, pesados o ligeros, insignificantes; y si
añadimos, como se debe, a este vano amontonamiento de los
diarios, de los libros diarios, de los diarios revistas, todo ese
vano amontonamiento de palabras, si además de todo el re-
voltijo de la palabra escrita añadimos el revoltijo de la palabra
hablada, de la cháchara mundana, política, electoral, parla-
mentaria, de los salones, de los meetings, de las compañías, de
las sociedades, de las asambleas, de los discursos, de las clases,
de los cursos y de las conferencias: todo historiador moderno,
todo ciudadano, todo hombre está perpetuamente sumergido
bajo una oleada creciente de vanidades.
Y esta es una de las razones por las que la vida moderna, en
tantos aspectos, es tan inferior a tantas vidas que la humanidad
ha vivido a lo largo de su historia.

3
Otra alusión al Affaire Dreyfus.

106
Bajo esta oleada creciente de vanidades modernas, cómo
orientarse; aquí, la tarea del historiador ya no es la de reha-
cer ingeniosamente –artificialmente, vanamente– toda una
civilización abolida por medio de dos o tres fragmentos más o
menos fraudulentos de ruinas inciertas; al contrario, la tarea
del historiador es […] clasificar, […] dejar caer, hacer caer; al
historiador le hacen falta ruinas, y cuando no las hay, tiene
que hacerlas él; él mismo se ve obligado a sacudir este enorme
amontonamiento de materiales, para no ser aplastado todo el
tiempo; cuestión de vida o de muerte, para él; […] él sólo,
un hombre moderno, un pobre hombrecito, todo vestido de
negro, y con su sombrero de copa, tiene que sustituir, como
puede, el indispensable tiempo.
[…] Agarrar solamente algunos documentos, raros y espe-
cialmente preciosos, raros y especialmente plenos de sentido y
de realidad, dejar pasar todo el resto de la oleada: en esto está
el método, la actitud, a los que se ve fatalmente obligado el his-
toriador moderno; en qué dificultad, en qué contrariedad, eso
lo examinaremos algún día; porque si no quiere elegir, en su
loco orgullo de científico moderno, si se rehúsa formalmente
a elegir, elige igualmente, dado que elige el aplastamiento, la
inexistencia y la esterilidad; si se rehúsa formalmente a elegir,
de entre sus materiales, si quiere engullir todos sus materiales,
si no quiere dejar caer ninguno, entonces quien cae es él, y
elige no ser más.
Pero si al contrario elige: […] qué espantosa responsabili-
dad; elegir allí donde la realidad no ha elegido; […] mostrarse,
ser más exigente que la realidad, […] tener otro método que
la realidad, ser metódicamente infiel a la realidad, cuando no
se tiene otro modelo, otro fin, y otra razón de ser, y otra

107
justificación que no sea la realidad: […] dilema inextricable,
al que siempre somos reconducidos, así como siempre somos
reconducidos a las formas del pari, 4 apenas intentamos ahon-
dar un poco en los problemas del trabajo y de la acción; y
en general en los problemas de la vida y de la existencia; es
inevitablemente necesario elegir. […]
No elegir: y es el aplastamiento, la esterilidad, la muerte;
o bien elegir: es decir, osar hacer lo que la gran, la única, la
anterior y soberana realidad no ha hecho; es decir, en defini-
tiva, […] arrogarse el derecho de juzgar entre iguales y del

4
Es decir, de la apuesta según el pensamiento famoso de Pascal. Les Pensées,
fragmento 680 en la edición Sellier [= 418 (Lafuma) o 233 (Brunschvicg)]: «Il
faut parier. Cela n’est pas volontaire, vous êtes embarqué. Lequel prendrez-
vous donc? Voyons. Puisqu’il faut choisir, voyons ce qui vous intéresse le
moins. Vous avez deux choses à perdre: le vrai et le bien, et deux choses à
engager: votre raison et votre volonté, votre connaissance et votre béatitude;
et votre nature a deux choses à fuir: l’erreur et la misère. Votre raison n’est
pas plus blessée, puisqu’il faut nécessairement choisir, en choisissant l’un que
l’autre. Voilà un point vidé. Mais votre béatitude? Pesons le gain et la perte,
en prenant croix que Dieu est. Estimons ces deux cas: si vous gagnez, vous
gagnez tout; si vous perdez, vous ne perdez rien. Gagez donc qu’il est, sans
hésiter». [«Hay que apostar. Esto no es voluntario, estáis comprometido.
¿Qué partido tomaréis? Veamos; puesto que hay que escoger, consideremos
qué es lo que os perjudica menos. Tenéis dos cosas que perder: la verdad y
el bien, y dos cosas que arriesgar: vuestra razón y vuestra voluntad, vuestro
conocimiento y vuestra felicidad; y vuestra naturaleza (tiene) dos cosas que
evitar: el error y la desgracia. Vuestra razón no resulta más perjudicada
escogiendo lo uno o lo otro, ya que hay que escoger ineludiblemente. He
aquí un punto resuelto. Pero ¿y vuestra felicidad? Pesemos el pro y el
contra de apostar cruz a que Dios existe. Consideremos los dos casos: si
ganáis, lo ganáis todo; y si perdéis no perdéis nada. Apostad por lo tanto sin
vacilar a que existe»; tr. esp. de Carlos R. De Dampierre en: Blaise Pascal,
Pensamientos, Editorial Gredos, Madrid, 2012, p. 150].

108
todo igualmente reales realidades, entre hombres igualmente
nacidos, igualmente pasados o presentes […]; es decir, en fin,
en último análisis, arrogarnos el derecho de decidir si ciertos
hombres son más o menos reales que otros hombres, y por así
decirlo si han nacido más o menos, si ciertos acontecimientos
son más o menos reales que otros acontecimientos, y por así
decirlo si han acontecido más o menos, si ciertos elementos
son más o menos reales que otros elementos, y por así decirlo
si tienen más o menos ser; como si tuviéramos algún derecho
de considerarnos, o alguna razón para ser, nosotros débiles,
los fabricantes, los autores, los padres de la realidad; es decir,
en ultimísimo análisis –y siempre volvemos a ello–, como si
fuéramos creadores, –dioses–.

109
ASÍ DIJO LA HISTORIA

[Los vencidos] apelan al juicio de la historia. Es la apelación


moderna. Es el juicio moderno. Pobres amigos. Pobre tribunal,
pobre juicio. Me toman por un magistrado, [decía Clío], y yo
no soy más que una (pequeña) funcionaria. Me toman por el
Juez, y yo no soy más que la señorita del registro.
Quizá quieran decir algo un poco diferente cuando hacen la
apelación al juicio de la historia, al tribunal de la historia. Qui-
zá quieran decir, más precisamente, que hacen una apelación
al juicio de la posteridad, al tribunal de la posteridad. […] En
el fondo, son padres que hacen una apelación al juicio de sus
hijos, y que solo tienen un pensamiento: comparecer, citarse a
sí mismos en el tribunal de sus hijos. Cómo negarlo, dijo ella,
reconozco que hay aquí un pensamiento muy grave, y muy
profundo, y muy piadoso, un pensamiento muy pobre, muy
humilde, un pensamiento muy miserable y muy conmovedor:
que el día de hoy, tan pobre, dirija una apelación al pobre día
de mañana; que el año de hoy, tan miserable, que el año de esta
vez, el año de ahora, tan débil, haga una apelación al miserable
año de mañana; que esta miseria haga una apelación a aquella
miseria; y esta debilidad a aquella debilidad; y esta humildad
a aquella humildad; y esta humanidad a aquella humanidad.
Es, otra vez, un misterio de nuestra joven Esperanza, Péguy,
dijo ella, y ciertamente uno de los más conmovedores y de los
más maravillosos. […] Esa confianza, esa clase de crédito, esa
esperanza que van poniendo de generación en generación. […]
En el fondo, esa ingenuidad. Pero, por tanto, esa inocencia.
Que estos desdichados incesantemente hagan una apelación a

110
otros no menos desdichados, […] que incesantemente exijan
de otros no menos desdichados su justificación, y su consagra-
ción, y su glorificación, es decir, y su absolución, únicamente
porque aquellos otros desdichados, aquellos segundos desdi-
chados, serán sus hijos, porque aquellos segundos desdichados
vendrán después de ellos en el tiempo, serán generaciones
siguientes, serán la posteridad, posteri; esta obstinación inau-
dita, infantil, por hacerse juzgar, glorificar, consagrar, absolver
por seres que no serán más que ellos; […] este furor por que-
rer hacer, por esperar, por pensar hacer algo eterno con lo
temporal, (¿quién sabe?) empleando para ello mucho tiempo;
[…] una obstinación tal, esta implacabilidad de estos seres pre-
carios de apoyarse por adelantado sobre una indefinición de
seres no menos precarios; […] como si jamás algo indefinido
hubiera producido un infinito; […] tanta ingenuidad en tanta
astucia; tanta humildad, en el fondo, en tanto orgullo; una tan
desarmante ingenuidad y, hay que decirlo, un tan desarmante
orgullo: aquí está todo el hombre, dijo ella. Tanta debilidad
en tanta presunción. Tanto retraso en tanta anticipación. […]
Una tal torpeza en el orgullo, y tan desarmante; una torpeza
en todo: esto es lo que hace, dijo ella, que no tengamos el
coraje de tenérselo en cuenta. […]
Hacen una apelación a la historia, al juicio de la historia, al
tribunal de la historia. Pobres seres. No tienen más remedio
que hacerme una apelación. Mira a estos desdichados que,
temiendo al Juez, se vuelven al señor escribano y le piden una
pequeña absolución. –Señor escribano, ponga usted, pues, en
su registro, solamente que soy yo quien tenía razón. –O bien:
Señor escribano, anote usted: que el derecho, el honor, la
justicia estaban de nuestro lado. […] Siempre esa superstición,

111
ese culto de la inscripción. Esa idea de que la inscripción hace
el acto, que es el acto. Que agota el acto. Que hace, que es la
operación misma.

Se trata propiamente de la religión del papel. Te acuerdas,


Péguy, cuando eras niño, con qué tono los campesinos decían:
Ha escrito un papel que… Ha escrito un papel que lo ha deshereda-
do… […]

Se trata siempre de esta idea de apelar ante mí, de un juicio


deferido a mí, a la posteridad y a mí, de un proceso perdido en
una primera instancia, que es la instancia del hecho, de la reali-
dad, del acontecimiento en su fecha, y que se trata de ganar
en una segunda instancia, en una suprema instancia, que es al
mismo tiempo la instancia de la historia y de la posteridad. Sin
fecha. Y que, en sus pensamientos, sería o establecería una es-
pecie de eternidad. Pobres niños. Como si su segunda instancia
pudiera ser otra cosa que una segunda primera instancia. […]

La posteridad es ellos mismos más tarde. En toda simplici-


dad. […] Tendrá muchos peces más grandes para freír, aquella
bendita posteridad; a saber: sus propios peces. […]
Cuando el siglo presente hace una apelación a la posteridad,
[…] no solo cree, no solo se convence de que aquellas genera-
ciones son competentes, no solo cree, no solo se convence de
que están desocupadas; de que tienen tiempo de ocio, para él;
de que están por así decirlo de servicio, para él; de que están
por así decirlo de guardia, para él. Está también convencido,
(en perspectiva, en aritmética), quiere convencerse, no quie-
re verlas solo a su disposición, quiere verlas indefinidamente,

112
indefinidamente ulteriores, indefinidamente desplegadas y
propulsadas hacia el futuro. Y quiere verlas indefinidamente
y, por tanto, definitivamente señoras de un juicio definitivo,
porque, siendo indefinidamente escalonadas en el futuro, le pa-
recen, quiere que le parezcan dueñas de un tiempo definitivo,
de un juicio, de un fallo definitivo. […]

Quién no reconocería en esta falsa, en esta indefinida perenni-


dad, en esta desdichada indefinidad un intento, un lamentable
aborto de eternidad. Quién no reconocería en este juicio pre-
tendidamente definitivo, que recula y se esquiva siempre, un
intento, un lamentable, un temporal, un temporario aborto
del juicio final. […]

Esta generación presente se ve, quiere verse bajo las miradas,


bajo las consideraciones, bajo los juicios de generaciones innu-
merables, indefinidamente crecientes en número. […]

El cristiano se ve al revés, dijo ella. Se ve más bien bajo la mirada


de numerosas pero no innumerables generaciones anteriores
(por lo menos desde Jesús). (Quiero decir contándolas desde
Jesús.) Se ve bajo la mirada, bajo la consideración, y no tanto
bajo el juicio cuanto bajo la protección de innumerables santos
anteriores, de innumerables patronos. O mejor dicho, o con
toda exactitud, el cristiano se ve en el pasado, en el presente,
en el futuro. Pues se ve en una verdadera, en una real eternidad.
El cristiano se mira, por así decirlo, dijo ella, bajo la mirada,
bajo la consideración, bajo la protección de todos los santos
pasados, a la vez, y a la vez de todos los santos presentes, y a
la vez de todos los santos futuros y por venir. De hecho, es lo
que llamamos la comunión de los santos. […]

113
Los modernos quieren ver un haz de luz, un haz de mirada,
un haz de consideración, un haz de juicio, del que ellos son al
mismo tiempo la punta y el objeto, y que partiría, sobre ellos,
hacia ellos, desde una base indefinidamente creciente.
Es mucho honor. Demasiado. En general, los haces lumino-
sos no parten desde una base indefinidamente creciente para
concentrarse maravillosamente hacia un centro, en un punto
que sería, geométricamente, como un punto de origen. […]
Lo que ocurre es exactamente lo contrario.
Lo inverso, e incluso hay que decir: lo invertido. […]
No es que el apelante sea uno, y el juez sea indefinidamente
más numeroso. Sino que el juez es sucesivamente uno y los
apelantes son indefinidamente más numerosos. […]
Miserables modernos, dijo ella. […] Es bastante evidente
que estos desdichados han querido laicizar la comunión; y que
han hecho de ella esta miserable solidaridad histórica. Que han
querido laicizar el Juicio y que han hecho de él ese miserable
juicio histórico. Y que han querido laicizar al Juez y que me
han elegido a mí, miserable. A mí, la más perecedera de las
criaturas y la más pobrecita, y la princesa del perecer mismo.
Ahora bien, oyendo eso, y al oír eso, los devotos protestan, y
gritan «¡impiedad!», «¡escándalo!», «¡sacrilegio!», «¡parodia!».
Pero yo digo: las Teologales resplandecen a tal punto que sus
luces brillan aun a través de las desviaciones mismas que se
hace de ellas. […] Se reencuentra la fuente y se la reconoce
en las canalizaciones mismas. Qué me importa, dijo con una
especie de cólera, qué me importa que estas desviaciones sean
laicizaciones. Dios ama más quizá una Virtud desviada que
ninguna Virtud en absoluto. Dios ama quizá más una Virtud
laicizada que ninguna Virtud en absoluto. Sí, estos modernos

114
han querido eliminar de entre ellos, de su sociedad, de su fa-
milia, de todo su ser toda substancia de cristiandad. Puede que
yo lo sepa, dijo, y si alguien lo sabe, soy yo. Pero también sé,
dijo, que la gracia es insidiosa, que la gracia es astuta y que es
inesperada. Y también que es obstinada como una mujer, y
como una mujer pertinaz y como una mujer tenaz. Cuando se
la echa a la calle, vuelve a entrar por la ventana. Los hombres
que Dios quiere tener, los tiene. Los pueblos que Dios quiere
tener, los tiene. Las humanidades que Dios quiere tener, las
tiene. La humanidad que Jesús ha querido tener, la gracia de
Dios se la dio a Jesús. Cuando la gracia no viene derecha, es
que viene torcida. Cuando no viene por la derecha, es que
viene por la izquierda. Cuando no viene recta, es que viene
curva, y cuando no viene curva es que viene quebrada. Hay
que cuidarse de la gracia, dijo la historia. Cuando quiere tener
un ser, lo tiene. Cuando quiere tener una criatura, la tiene. No
toma los mismos caminos que nosotros. Toma los caminos que
quiere. Ni siquiera toma los mismos caminos que toma. Nun-
ca toma dos veces el mismo camino. Puede que sea libre, dijo
la historia, ella es la fuente de toda libertad. Cuando no viene
por encima, es que viene por debajo; y cuando no viene por el
centro es que viene por la circunferencia. […] Sería demasiado
fácil creer, dijo, para agradar a unos pocos miserables devotos,
que Dios (él también para agradar a unos pocos miserables
devotos), vaya a abandonar todo un pueblo, y qué pueblo, y
todo un mundo, y todo un siglo de sus criaturas porque estas
criaturas, porque este mundo, porque este pueblo está dentro
del pecado de no estar dentro de las formas sacramentales.
(Y un pueblo cubierto por qué patronos). Dónde se dice que
Dios abandone al hombre en el pecado. Al contrario, lo trabaja.

115
(Podríamos casi decir que allí es donde menos lo abandona.)
Este pueblo acabará un camino que no ha empezado. Este siglo,
este mundo, este pueblo llegará por el camino por el cual no
ha salido. Y muchos además, y así, se revestirán, se reencontra-
rán, en las formas sacramentales. Y yo misma, dijo, me estoy
volviendo como la burra de Balaam. Y, sin embargo, no había
venido para profetizar. 5 Mi trabajo, mi oficio es hablar después,
incluso estoy hecha para ello, en ningún modo para hablar
antes. Sí, este mundo moderno ha hecho todo para eliminar de
sí herméticamente toda cristiandad. Pero hay traslados 6 . Y hay
la eterna atención. Tanta ignorancia, como la hemos visto, es
ya un comienzo de inocencia, tanta torpeza, tanta ineptitud,
una metafísica tan imbécil, una incompetencia tan rara, tan
loable. Dios no hace a un siglo tan tonto impunemente. Debe
haber algo por debajo. Algún tejemaneje de la gracia. Y esta
debilidad que hemos visto, no solo una flaqueza, una imbecili-
dad por así decir ordinaria, si no un desamparo, una debilidad
profunda, esencial, una debilidad íntima, una debilidad axial,
una debilidad central, en el centro mismo del mecanismo or-
gánico, esto, hijo mío, es la suerte misma de la criatura, es
la naturaleza misma del hombre, es el sabor profundo de la

5
Aquí Péguy hace un juego de palabras que no se puede reproducir en
español: escribe «prophétizer» con z, según la grafía del latín eclesiástico, en
lugar de la forma correcta en francés «prophétiser».
6
Balthasar traduce la palabra «traslados» (reports) con dos palabras: «Es gibt
einen Übertrag. Eine Hinterlegung». Hinterlegung es una palabra clave de su
teología y de la de Adrienne von Speyr. Significa poner algo en depósito: en
sentido literal, dinero dejado en el banco; en sentido cristológico, algo de
la divinidad de Cristo (su presciencia, por ejemplo) dejado entre las manos
del Padre y no utilizado en la tierra.

116
cristiandad y por ahí es por donde siempre la cristiandad re-
torna. […] Tanto desamparo, y de este tipo, es ya el comienzo
de la Virtud. Pues es la materia misma que espera tanto a la
primera como a la segunda –la niña–, y a la tercera. Dios ama
tal vez más al que practica la virtud que al que habla de ella.
Tanta debilidad es ya desarmante. Tanto desamparo los vuelve
casi inocentes. Cuando se asoma el desamparo, amigo mío, es
que la cristiandad regresa. […]
Tienen mucha razón al hacer de mí la señora y dueña del
mundo moderno, yo, la historia, y el centro de su sistema, y
la princesa de su extravío, porque de este mismo modo, y por
un singular regreso, yo soy, yo me torno de ahora en adelante
dueña y señora de su miseria, y de su mayor miseria, enfermera
de su enfermedad, princesa de su desamparo, y de su mayor
desamparo, reina de su irrevocable regreso.
Furriel de una nueva, de la misma cristiandad.
Pobres seres. Tienen razón en colocarme en el centro. Por-
que de hecho estoy en el centro. En el centro de su desamparo.
En el centro y en la cima de su debilidad. Pero en tal desam-
paro, quién se atrevería a condenarlos. (En el centro de su
cristiandad.) Y en tal debilidad, quién antes del Juez se atre-
vería incluso solo a juzgarlos. Noli, nolite judicare. 7 ( Juzgarlos,
que es peor, que es lo peor de todo). La historia tiene los brazos
largos, pero no tiene brazos. Una ignorancia como esta es ya,
constituye ya un comienzo de inocencia. Una miseria como
esta significa que ya viene la cristiandad. Un desamparo como
este es un comienzo de virtud. Dios ama quizá más a los que
padecen la virtud que a los que hablan de ella. Y tal vez no haya

7
Mateo, VII,1: «No juzgues, no juzguen».

117
nada más conmovedor para un corazón cristiano, y nada tan
desarmante para Dios como una debilidad tan perfecta y casi
tan ostentosa, una flaqueza tan profunda y tan orgánica, en
suma tan confesada, una miseria tan evidente, un desamparo
tan entero. El que padece una virtud es quizá más que el que
la práctica. Porque el que la practica la practica solamente, no
hace más que practicarla. Pero el que la padece es quizá más,
hace quizá más. (Mientras así hablaba, la historia entraba en
un punto de vista cristiano, en el espíritu cristiano mismo en
lo que tiene quizá de más profundo y de más específicamente
cristiano). Porque el que practica la virtud, dijo, se designa a sí
mismo para practicarla. Pero el que la padece es tal vez designa-
do desde otra parte. Y el que practica la virtud no es más que
su padre y su autor; pero el que la padece es su hijo y su obra.

118
EL ALMA PAGANA

or un largo día, conserva, detén tu alma pagana. […] Con


P un alma pagana se puede hacer un alma cristiana. Pero con
ellos, [los modernos], que no son nada, ni antiguos ni nuevos,
ni plásticos ni músicos, ni espirituales ni carnales, ni paganos
ni cristianos, con esos muertos vivos, ¿qué vamos a hacer?
Con el alma de la víspera se puede hacer el alma del día.
Pero al que no tiene víspera, cómo se le hará un mañana. Y
al que no tiene un alma de ayer, cómo se le hará un alma de
mañana. Con el alma de la mañana se puede hacer el mediodía
y la tarde. Pero estos modernos no tenían alma esa mañana;
cómo se les hará un mediodía y una tarde.
Luego tú te revestirás de tu alma cristiana. Y es posible
que entre tanto la hayas revestido incluso. Seguramente la has
revestido incluso antes. Sobre la Antigüedad vino una gracia
secreta, una gracia anterior. Con un alma pagana se puede
hacer un alma cristiana y a menudo la mejor alma cristiana se
hace con un alma pagana. No es malo haber tenido un pasado.
Antecedente. No es malo haber visto la luz la víspera. El día
está más lleno, si ha tenido una víspera. Es preciso edificar la
casa sobre un sótano. El mediodía madura más si ha tenido su
primera alborada.
A menudo la mejor alma cristiana se hace con un alma
pagana. […] Tiene que ser así, ya que de hecho, (en historia, dijo
Clio), es con el alma pagana como fue hecha el alma cristiana y
no, y de ningún modo, con un cero de alma. Es con el mundo
pagano como fue hecho el mundo cristiano, y no, y de ningún
modo con un cero de mundo. Es de la ciudad pagana de donde

119
salió la ciudad cristiana, es de la ciudad antigua de donde
salió la ciudad de Dios, y no, y de ningún modo de un cero
de ciudad. (No quedaba más que hacerlas). A esos modernos
les falta alma. Pero son los primeros a quienes les falta alma.
Al mundo antiguo no le faltaba alma. No le faltaba su alma.
Estaba lleno, se nutría del alma más piadosa, más pura, y hay
que decir la palabra: más sagrada. Una triple cuna temporal
había sido preparada, (carnal, espiritual), y hay que creer que
no era demasiado. Y que no se llegaría a menos. […] Israel
trajo a Dios, la sangre de David, el largo linaje de profetas.
Roma trajo Roma, la bóveda romana, la legión, el imperio, la
espada, la fuerza temporal. Roma trajo la espada, Israel trajo
el horror de la espada. Converte gladium tuum in locum suum. 8
Roma trajo el lugar, mientras Israel trajo el tiempo. […] Pero
Homero y Platón habían traído precisamente lo que intentarás
decir en tu Ensayo sobre la pureza antigua.
Por un largo día, Péguy, retén tu alma pagana. Luego, ya
se desvanecerá demasiado pronto. No se trata de rehabilitar a
los dioses. Son indefendibles. Pero el mundo que estaba por
debajo, el mundo que tenían a sus pies, quizá era, quizá es
defendible, quizá merece no ser confundido con ellos, quizá
es digno de que le conservemos su honor y que se conserve su
honor propio.
No se trata de defender a los dioses. Son indefendibles. No
solamente por ser falsos dioses. Eso tal vez no sería nada. Mas
son malos, mas son malvados, infinitamente menos puros,
infinitamente menos piadosos, hay que decir la palabra: infini-
tamente menos sagrados que los hombres. (Con la excepción,

8
Mateo, XXVI,52: «Trae tu espada a su lugar».

120
sin embargo, de Zeus, de él solo, cuando actúa como Zeus de
los huéspedes.) Ellos no eran de su mundo. Su mundo no era de
ellos. […]
Entiéndeme bien, dijo. Jesús era del mismo mundo que
el último de los pecadores; y el último de los pecadores es
del mismo mundo que Jesús. Es una comunión. Esto incluso
es propiamente lo que constituye una comunión. Y para ha-
blar de verdad, o mejor dicho según la realidad, no hay otra
comunión que no sea la de ser del mismo mundo. […]
Aquellos dioses eran falsos dioses, pero su mundo, quiero
decir el mundo que tenían a sus pies, no era un falso mundo.
Eran malvados, eran malos dioses, y hasta malos bichos. […]
No se trata de defender a aquellos dioses. Ni siquiera se
trata de sepultarlos en un sudario de púrpura. […] Se trata
de no cargar a ese mundo con el peso de sus dioses; ya que
finalmente no eran sus dioses. […]
Haz como yo, dijo. Toma a Homero. Haz como se debe
hacer siempre. […] Lee como si fuera un libro sacado la se-
mana pasada por Émile-Paul. 9 […] Como si fuera la última
novedad. Uso intencionalmente este término de librería. Sin
precaución. Sin espera. Sin embotamiento. […] Y entonces te

9
Editorial que estuvo activa entre 1901 y 1955. En ella se publicó, por ejem-
plo, en 1913, Le Grand Meaulnes de Alain-Fournier, quien fuera también
amigo íntimo de Péguy. Fue Alain-Fournier quien acompañó a Péguy en el
primer día de su peregrinación a Chartres el 14 de junio de 1912 (marcharon
hasta Dourdan): «Nous avancions déjà comme deux bons apôtres» (La Tapisserie
de Notre Dame. Présentation de la Beauce à Notre Dame de Chartres, Œuvres
poétiques et dramatiques, op. cit., p. 1144), «Avanzábamos [ya] como dos bue-
nos apóstoles» («Presentación de la Beauce a Notre Dame de Chartres», en
La tapicería de Nuestra Señora, op. cit., p. 45).

121
llamará la atención que el Olimpo antiguo y el mundo antiguo
no están ajustados el uno al otro. Hay un profundo desfasaje
entre ellos. […]
Hay en Homero, y sobre todo quizá en la Ilíada, cierto
cielo, y una tierra del todo distinta. […] Los inmortales y los
mortales no son inmortales y mortales de la misma muerte.
Los beatos, como el poeta los nombra, y los desdichados, no
son dichosos y desdichados de la misma dicha. […] El cielo no
es el cielo de esa tierra. Es otro. Los dioses no son los dioses de
esos hombres. Son otros. El Olimpo no es el Olimpo de ese
mundo. Es otro. Hubo una equivocación. No están ajustados.
Hubo un deslizamiento. […] El Olimpo no domina al mundo
como coronamiento de una jerarquía; sagrada; simplemente lo
tiene a sus pies. El mundo lo conoce solo en la medida en que
lo sufre, en que está aplastado por él. […] Lo conoce, lo vuelve
a encontrar siempre solo para subir. Lo único que conoce de
él, por ser lo que de él sufre, son las innumerables e increíbles
crueldades, las persecuciones, los efectos de las más descaradas
persecuciones, unos resentimientos más obstinados, los juegos
más crueles, los caprichos más sangrientos. Una falta de honor
a la que solo se le puede contraponer el respeto mismo y la
grandeza del hombre entre los hombres. […]
Una duplicidad frente a la cual Ulises mismo es todo rec-
titud.
De manera que lo más grande que hay en toda la Antigüe-
dad, especialmente en Homero, son los héroes. Y no solo en
sentido amplio los héroes humanos, los hombres héroes, sino
en sentido propio los semidioses. (Y los héroes que han nacido
de un hombre y de una diosa tienen quizá algo más grande
aún, más grave, que los héroes nacidos de un dios y de una

122
mujer.) No es que su semisangre de dioses los aventaja. Más
bien al contrario, si se puede decir, su semisangre de hombres
los aventaja como dioses. De ella sacan aquella profundidad,
aquella gravedad, aquel conocimiento del destino, […] por
lo cual son de hecho los ejemplares más hermosos del hom-
bre antiguo en el mundo antiguo […]; es lo que los hace tan
grandes. […]
Créeme, lee a Homero como te he dicho. Te sorprenderás.
Verás, para mayor asombro tuyo, que para los Griegos mismos,
y ya, muy seguramente sin que se hayan dado cuenta de ello,
sin que hayan dudado de ello, el Olimpo era ya una mitología.
Me entiendes, verdad, dijo ella. Jesús nunca es un ser de
mitología. Jesús es del último de los pecadores y el último de
los pecadores es de Jesús. Se trata del mismo mundo.
Vayamos más a fondo, lee tranquilamente a Homero. (Y
quizá más todavía a los trágicos.) Es imposible que no llame
muchísimo la atención cierto desprecio muy particular para
con los dioses. Este desprecio está entreverado de envidia, des-
de luego; y quizá sea incluso a base de envidia. (Y aún así
habría que ver.) […] Desprecio quizá inconsciente, desprecio
tanto más temible, y tanto más definitivo. Y tanto más signi-
ficativo. Y tanto más él mismo sin apelación. ¿Desprecio de
qué? Pues precisamente de esto: de que los dioses son eterna-
mente jóvenes y eternamente hermosos; casi universalmente
poderosos, instantáneamente rápidos; desprecio de que libran
una batalla eterna, de que ofrecen un eterno banquete, y se
dan a las batallas de un eterno amor. […]
¿Desprecio de qué? Desprecio, en el fondo, de que los
dioses no son perecederos y de que así no están revestidos
de la más grande, de la más conmovedora grandeza. Que es

123
precisamente la de ser perecederos. Desprecio de que los dioses
no son pasajeros. […] Desprecio de que no son transitorios.
Deprecio precisamente de que permanecen y no pasan. Des-
precio de que no recomienzan todo el tiempo y no como el
hombre, que pasa una vez sola. […] Desprecio en fin de que
no presentan aquella grandeza única que le confiere al hombre
el estar incesantemente expuesto.
Desprecio de que no tienen la triple grandeza del hombre,
la muerte, la miseria, el riesgo. […]
Un aire como si dijeran constantemente, (y a menudo lo
dicen expresamente con palabras): Tienen suerte, de ser así,
de ser asá; de hacer así, de hacer asá; de tener esto, de tener
aquello. Y ahí dentro, un sordo desprecio. Exactamente el
tono con que, en el mundo moderno, los obreros hablan de
los burgueses. Les gustaría ciertamente estar en su lugar. No
piden, no buscan ciertamente nada más que convertirse en
burgueses. Pero ahí dentro, en lo profundo, un sordo despre-
cio, (a lo mejor también para sí mismos). (Ciertamente para
sí mismos.) (Porque codician ser como esos menospreciables.)
(Convertirse en uno de esos menospreciables.) […]
Morir, en Homero, es llenar su destino de mortal, o es llenar
el destino de un mortal. […] Es en cierto sentido y finalmente:
cumplirse. A pesar de todo es siempre un acto que llena, que
cumple, y el resultado, a pesar de todo, es una clase de plenitud.
Es particularmente este llenamiento, este cumplimiento, esta
plenitud, lo que a los dioses les falta.
A los dioses les falta esta coronación que es, en fin, la muerte.
Y esta consagración. Les falta la consagración de la miseria.
(Especialmente la miseria del huésped, la miseria del suplicante,

124
la miseria del errante y del ciego, la miseria de Homero, la
miseria de Edipo.) Les falta la consagración del riesgo.
Porque no arriesgan incluso nada de todo esto. Están ase-
gurados de no arriesgar la muerte, de no arriesgar la miseria,
de no arriesgar el riesgo mismo. […]
En suma, para el mundo antiguo, (decía ella), para todo
el mundo antiguo y hasta en Platón en cierto sentido, que
lo hayan reconocido o no, o más o menos, los dioses no son
plenos, y el hombre es pleno.
Y yo la historia, dijo, porque soy, a pesar de todo, una Musa
y la mayor de las Musas y la hija de Zeus, y del Zeus olímpico,
quizá sea por esto también por lo cual mi suerte nunca es plena.
El hombre que hace su oración es pleno. El hombre que recibe
un sacramento es pleno. El hombre que muere es pleno. Es
lleno de una vida e incluso de una eternidad. Pero el hombre
que se rememora nunca es pleno. Y yo soy aquella que nunca
hace más que rememorarse.
A mí me falta, dijo ella, naturalmente, pero a los dioses
hombres les falta lo más grande que haya quizá en el mundo;
y lo más hermoso; y lo más grande y hermoso en Homero: el
ser cortado en la flor; el perecer inacabado; el morir joven en
un combate militar. La suerte de Aquiles.

125
EL SUPLICANTE REPRESENTA

ntre los modernos, una súplica es una operación de aplas-


E tamiento, una manifestación de poquedad; el postrarse es
una postración, física y moral; para decirlo en una palabra, el
suplicante es un candidato. Tal fue la repercusión de nuestras
costumbres políticas parlamentarias sobre toda la vida, sobre
todas nuestras relaciones sociales, y tal fue su tinte. Infinita-
mente más profunda, y podría casi decir incomparablemente,
infinitamente más verdadera, totalmente distinta, toda llena
de sabiduría y de conocimiento –la súplica antigua–. En Ho-
mero, en los trágicos, el suplicante no es un candidato; no es
un solicitante; no es un hombre que se abaja, que se humilla,
incluso cristianamente; apenas hace falta decir que no es un
moderno, que se aplasta. […] Léase atentamente al contrario
una de esas admirables súplicas antiguas, la súplica de todo
ese pueblo a los pies de Edipo, o aquella más admirable aún,
sin duda, la más admirable quizá de todas, la súplica del viejo
Príamo a los pies de Aquiles. Reléasela atentamente: no es el
suplicado, al contrario, es el suplicante quien tiene la altura
de la situación, la altura del diálogo, en el fondo. […] El su-
plicado es un hombre que parece ocupar una buena posición,
incluso es un hombre que tiene, como se dice, una buena po-
sición; que tiene lo que llamamos una buena posición: es un
rey; es un tirano; es algún jefe; en la guerra es un vencedor;
es un hombre que tiene cierto dominio; aparente; ¿real?; es
un poderoso de la tierra; en la paz es rico, un poderoso, un
hombre que tiene muchos bueyes; digámoslo en una palabra:
es un hombre feliz, un hombre que parece ser, que es feliz.

126
Pero justamente por eso, en ese encuentro del suplicante y del
suplicado, que es la súplica, no es él, el suplicado, quien tiene
la altura del diálogo. Es un hombre feliz. Así pues, para los
Griegos, es un hombre digno de lástima. En este diálogo del
suplicante y del suplicado, el suplicado puede hablar sólo en
nombre de su felicidad, a lo sumo en nombre de la felicidad en
general. Lo cual es poco. Lo cual es nada. Menos que nada. Es
incluso lo contrario de toda ventaja. La felicidad, entendida
en ese sentido, como el éxito del acontecimiento, el éxito un
poco descarado y como injurioso, es para los Griegos el signo
infalible de que un hombre esté marcado para la Fatalidad
–por la Fatalidad–. […] De tal manera que en este encuentro,
en este diálogo del suplicante y del suplicado, que constitu-
ye toda la súplica antigua, es el suplicante, sea como sea, sea
quien sea, sea el mendigo errante por las carreteras, sea el cie-
go miserable, sea el proscripto, el exterminado, el ciudadano
expulsado de la polis, culpable o no culpable, el niño echado
de la familia, culpable o no culpable, eso en el orden político
y en el orden de la paz, o bien, en el orden de la guerra, el
prisionero, el vencido, el anciano impotente, sea el huérfano
o al contrario el contra-huérfano: el anciano despojado de
su descendencia, siempre es el suplicante quien está en reali-
dad por encima, quien ocupa la altura del diálogo, la altura
de la situación.
El suplicado, él, ocupa una gran, una alta situación humana.
Pero nunca es más que una situación humana completamente
miserable. Sea su situación, esta situación, la que sea, nunca el
suplicado ocupa más que esta situación. Y eso es todo. Y eso
no es nada. Sobre todo en comparación con otras grandezas.
Comparación que se impone por la operación misma de la

127
súplica. Lo que hace la debilidad, la pequeñez del suplicado, es
el no ser más que sí mismo, y su cachito de situación humana.
No representa.
El suplicante representa. Ya no es más solamente sí mismo.
Incluso ya no es sí mismo. No existe más, él. Ya no se trata de
él. Y es por eso que el otro debe desconfiar. Despojado de todo
por ese mismo acontecimiento que ha causado precisamente la
peligrosa felicidad del suplicado, ciudadano sin polis, cabeza
sin mirada, hijo sin padre, padre sin hijos, vientre sin pan,
nuca sin cama, cabeza sin techo, hombre sin bienes, este ya
no existe como sí mismo. Y es a partir de ese instante que se
torna temible. Representa.
Porque ha sido manejado, amasado, manipulado por los
dedos humanos sobrehumanos de los dioses, se ha vuelto de
repente caro al corazón humano sobrehumano de los dioses.
Porque ha sido una cera para los dedos divinos sobredivinos
de la fatalidad, se ha vuelto misteriosamente caro al corazón
divino sobredivino de la fatalidad. Porque los poderes de arriba
han puesto su mano pesada sobre él, por una vuelta singular
–y no por una compensación–, por una especie de filiación,
más bien, de parto superior, de adopción particular, se ha
tornado su protegido, su hijo. Los dioses y por encima de
ellos, detrás de ellos, la fatalidad, le han quitado su padre. Pero
los dioses se han tornado su padre. Los dioses, y detrás de ellos
la fatalidad, los dioses le han quitado la ciudad. Pero los dioses
de alguna manera le han puesto a disposición su propia ciudad.
Los dioses, subalternos de la fatalidad, le han quitado sus bienes.
Pero esos mismos dioses le han dado el bien al que ningún
bien puede sustituir, los dioses le han dado el primero de los
bienes: haberse convertido en un representante de los dioses.

128
Ninguna idea de compensación, ni incluso de justicia; una
idea tal sería una idea cristiana, por lo menos una idea relati-
vamente reciente, en cierto sentido una idea moderna; bien
entendida, ninguna idea de antítesis romántica. Sino una idea
mucho más profunda, un sentimiento mucho más profundo
y mucho más verdadero, por cuanto está permitido recono-
cerse un poco en estos sentimientos misteriosos, profundos,
verdaderos, un sentimiento de vida, de arte y de obra: esos
hombres han dado prueba de haber sido hombres plásticos
para los dedos estatuarios de la fatalidad.
Los dioses, la fatalidad han llegado a ser su padre y su madre;
[…] se ha convertido en su hijo como la estatua ha nacido del
escultor. Con este crecimiento, con esta elevación, de que el
escultor es dios, más que dios, fatal. […]
En fin los dioses lo aman como arcilla, bien plástica para
sus dedos, como un metal dúctil, como un mármol que ha
rendido bien. Considerando además que el dios, escultor, es
más que hombre, y que el hombre, su materia, es más que
metal, arcilla y mármol.

De ahí viene, no podemos dudar, de ahí viene, por lo menos


en parte, que los dioses estén hasta este punto con el hombre,
que la fatalidad esté hasta este punto detrás del hombre que ella
una vez ha trabajado. Cuando leemos en los textos que Zeus es
xenios: 10 que Zeus es hospitalario, que es el dios de los huéspedes,
que los huéspedes vienen de Zeus, que el extranjero viene de
los dioses, que el mendigo, que el suplicante, que el desdichado
es un enviado de los dioses, cuidémonos sobre todo de creer

10
Odisea, XIV, v. 389: «El hospitalario, el dios de los huéspedes».

129
que son metáforas y elegancias. Los modernos tratan estas
graves cuestiones con metáforas y elegancias. Los antiguos
entendían estas expresiones literalmente. Realmente. Aquellos
miserables hombres, los suplicantes, eran como los testigos
ambulantes de la fatalidad, dos veces obra (no digamos dos
veces criaturas) de los dioses. […] El otro está enteramente solo,
totalmente desnudo, y no representa nada. [Pero el suplicante
tiene], detrás de él, a todo el Olimpo, y a lo que domina
al Olimpo mismo. Representa todo un mundo de dioses, e
incluso representa a lo que sepultará a los dioses mismos.
Representa la miseria, la desdicha, toda clase de infortunio,
la enfermedad, la muerte, la fatalidad, que herirá a los dioses
mismos.
En toda súplica antigua, es el suplicante quien es el señor,
es el suplicante quien domina. Téngase bien en cuenta que se
le puede negar lo que pide. Si el otro quiere agravar su caso,
es libre de hacerlo. […] Peor para [él.] Tiene un palacio, una
casa, servidoras. Puede rechazar al suplicante y empujarlo al
azar de los caminos. Peor para él, el otro.
En la súplica antigua, el suplicante es quien es rey de la
súplica. Atengámonos a los textos. Recuérdese ese tono, esas
expresiones, ese tono verdaderamente soberano. Todos ellos
son embajadores. Y embajadores de un gran rey.
Recuérdese ese tono de nobleza y de firmeza, ese tono
digno y como alejado, lejano, ese tono anterior. Son ellos
los que hablan desde lo más alto. Y que hablan desde lo más
lejos. Saben saberes que el otro jamás sabrá. A menos que haya
pasado, él también, por la misma gran e insustituible prueba.
No hablemos de ascensión; ni siquiera hablemos de eleva-
ción; porque es preciso, en estas investigaciones del mundo

130
antiguo, que evitemos cuidadosamente las expresiones cristia-
nas, el lenguaje cristiano. Hablemos de lo que era todo para
ese pueblo cívico: de una mutación cívica, de una promoción,
de un nuevo derecho de ciudadanía. La promoción de la desdi-
cha es verdaderamente para ellos una promoción. La desdicha,
definida técnicamente como el no-éxito del acontecimiento,
otorga verdaderamente, en su espíritu, en su estatuto, un dere-
cho de ciudadanía singular, un derecho de ciudadanía superior,
un derecho a tomar parte como ciudadano de una ciudad supe-
rior singular. Es lo que hace el valor único, eminente, singular,
de Edipo Rey entre todas las obras antiguas. Edipo Rey es esen-
cialmente, eminentemente la historia de una promoción (no
digamos de una elección). […] Había comenzado, comenzaba
como un simple rey. Continúa con una mutación, con una
promoción. Sube. Sube. Acaba como suplicante. Edipo Rey re-
presenta así una tragedia eminente, […] la más profundamente
griega y la más esencialmente trágica de las tragedias griegas,
el tipo, el modelo, y en un sentido platónico, la idea de la
tragedia, y especialmente de la tragedia griega. La tragedia
griega es esencialmente una demostración, una manifestación
de la súplica antigua introducida por una intervención de la
fatalidad. […]
Había entrado como rey. Sale de allí como suplicante. Pro-
moción misteriosa (no digamos mística), y que no han olvi-
dado las pocas personas que han podido asistir en Orange a la
primerísima ceremonia que fue la representación de estreno
de Edipo Rey. 11 Edipo es grande cuando aparece, por primera

11
En 1894, Péguy fue a Orange para asistir a esta representación de la
tragedia de Sófocles.

131
vez, en el desarrollo de esa suntuosa obertura. Cuánto más
grande Mounet, 12 ciego, sale por aquel camino de teatro que,
maravilla aún no inventada, proseguía imperceptiblemente
en un verdadero camino campestre, un verdadero camino de
verdadera tierra, cuando se iba por un totalmente miserable,
pero verdadero camino común que debía acabar en algún ca-
mino vecinal de una provincia francesa. Había entrado como
rey de Tebas. Se iba por una carretera común, ciego como
todos los ciegos. Había entrado como rey de púrpura y oro.
Se iba en el común barro y en el común polvo. Se iba por
piedras puntiagudas, sus pobres pies heridos sangrando en las
sandalias. Más miserable que todo el mundo, iba a caminar por
los caminos de todo el mundo. Había entrado como rey. Salía
como suplicante, y como el eterno padre de Antígona. […]
Frente a tales promociones, qué se vuelve, para los Griegos,
la contrariedad, sin embargo, tan importante de lo justo y de
lo injusto, de la inocencia y del crimen. Qué se vuelve la cate-
goría de lo justo. Qué se vuelve la justicia. Qué honor o qué
deshonor humano, o si este es un término moderno, qué ven-
taja o qué desventaja humana puede compararse con la ventaja
de haber sido elegido para convertirse en la materia plástica de
los dioses, y de aquella que domina y que modelará a los dioses
mismos y que los gobernará en el sueño de la muerte. Y es la
razón por la cual el suplicante criminal, o, para hablar de modo
exacto, antiguo criminal –ya que siendo suplicante no puede
más ser criminal–, es la razón por la cual el suplicante supues-
to criminal es para los Griegos un hombre infinitamente más
sabio, más cercano a los dioses, más inocente y más sabio que

12
El famoso actor Mounet-Sully (1841-1916).

132
el más sabio y el más inocente de los hombres felices. Puede
en todo momento dar lecciones al hombre feliz, lecciones de
sabiduría y de inocencia. El hombre feliz siempre es culpable.
Al menos de ser feliz. Pero es el mayor de los crímenes.

133
EL AFFAIRE JESÚS

ste horrible régimen democrático, dijo Clío, el único que


E quedará en el mundo moderno, el menos popular, el me-
nos profundamente pueblo que haya y que jamás se haya visto
en el mundo, y sobre todo el menos republicano, reina indis-
cutido en la historia, dijo ella, y es una prueba, entre muchas
otras, del poco interés, del cero interés que yo tengo. Yo no sé,
dijo, si existe una determinada filosofía de todos los años, o a
través de todos los años, perpetua en años, (eso, dijo, no es de
mi competencia), una determinada filosofía (temporalmente)
eterna, quaedam perennis philosophia, que necesariamente fuera
una determinada filosofía común, quaedam communis philosophia,
pero es cierto que de día en día se forma una determinada histo-
ria (temporalmente) eterna y al mismo tiempo común, quaedam
perennis ac communis historia: precisamente la que no ofrece nin-
gún interés. Sobre la que todo el mundo está de acuerdo. […]
Hay una especie de vago y de difuso, y por eso de tanto
más peligroso sufragio universal histórico que perpetuamente
pronuncia una vaga sentencia y, por tanto, nunca será recusada.
[…] Pues se trata de la sentencia mediocre, y no hay nada en
el mundo que sea tan acertado y tan profundo, dijo, como
el instinto con que los mediocres reconocen y saludan a lo
mediocre; sea a los otros mediocres; sea al acontecimiento
mediocre. […] (El instinto democrático.)
Cuando la gente se reconcilia sobre un affaire, dijo ella, es
el signo de que ya no se entiende nada. En este sentido hay
un único affaire, dijo, sobre el cual estamos seguros de que la
gente jamás se reconciliará y sobre el que estamos seguros de

134
que siempre habrá una división eterna: el affaire Jesús. Y en el
mismo sentido, es el único también del que estamos seguros de
que jamás se hará la historia. La mayor desgracia que le podría
ocurrir al mundo, y la única quizá que seguramente le será
evitada, es, sería que se le permitiera al mundo hacerse historia-
dor del affaire Jesús; que esta eterna división cesara sobre Jesús;
que Jesús se convirtiera en materia de historia y de inscripción;
(en lugar de ser lo que es esencialmente, materia de memoria,
materia de envejecimiento, y en consecuencia, y solamente en
consecuencia, fuente de rejuvenecimiento eterno); y que se
hiciera una reconciliación sobre Jesús que fuera distinta de la
reconciliación misma del juicio final.
Quien dice reconciliación en este sentido de historiador,
dijo ella, dice pacificación y momificación. […]
Le desafío a que encuentre alguna vez en el transcurso de
los siglos de los siglos a un solo hombre que hable de Jesús en
historiador.
Nunca le hablarán de él de otro modo que como cristianos
o anticristianos.
Siempre le hablarán de él como creyentes; o como no
creyentes.

135
DOS MODOS DE CONSIDERAR
LA ENCARNACIÓN

t homo factus est. 13 Los paganos y los judíos general-


E mente no consideran la encarnación. Los cristianos sí
(menos de lo que deberían, pero, en fin, la consideran, por lo
menos a causa de su profesión, mucho por diplomacia, mucho
por costumbre, por tradición, algunos (antaño todo el pueblo)
de forma mística); pero profesionalmente incluso, por decir
así, justamente, por un efecto de su disciplina misma y de su
orientación, y quiero decir precisamente por el sentido hacia
donde están dirigidos, hacia donde tienen el espíritu y el alma
dirigidos, hacia donde su corazón se dirige habitualmente,
tradicionalmente e incluso místicamente, la consideran casi
solo como proveniente de lo eterno, del costado de lo eterno,
procediendo de lo eterno, ab aeterno, ab aeternitate. Lo que
constituye el valor único de ese poema [de Victor Hugo, Booz
endormi] 14 (y lo que hace de él infinitamente más que un poe-
ma, (y Hugo lo intuía, el pícaro, el viejo, bien lo sabía) 15 es
que es quizá la única vez que tenemos, con tal grado de pu-
reza, de plenitud, y sin duda alguna en absoluto, la única vez
que tenemos una mirada pagana, (y una mirada judía), de la
encarnación, una encarnación vista, venida desde el mundo
judío y desde el mundo pagano, una encarnación venida como
13
«Y se hizo hombre». Proposición central del Credo de Nicea, rezado por
los fieles en la misa dominical.
14
En La Légende des siècles, Libro I.
15
Péguy no cierra el paréntesis. Forma parte de las libertades que se toma
con la puntuación.

136
un coronamiento carnal, como un desenlace carnal, como un
cumplimiento, como una compleción carnal, como el don de
una plenitud carnal a una serie carnal.
La encarnación es solo un caso culminante, más que eminen-
te, supremo, un caso límite, una suprema reunión en un punto
de aquella perpetua inscripción, de aquella (toda) misteriosa
inserción de lo eterno en lo temporal, de lo espiritual en lo
carnal que es el quicio, que es cardinal, que es, que constituye
la articulación misma, el codo y la rodilla de toda creación
del mundo y del hombre, me refiero a este mundo, el codo
y la rodilla, la articulación de toda criatura, (de toda criatura
humana, material, de toda criatura de este mundo), el codo,
la rodilla, la articulación de todo hombre, el codo, la rodilla,
la articulación de Jesús, el codo, la rodilla, la articulación de
la organización de toda vida, de toda vida humana, de toda
vida material, de toda vida de este mundo. Volvemos aquí
a lo que decíamos antes [a propósito de Polyeucte]: que toda
santificación que se abstrae groseramente de la carne es una
operación sin interés. Pero et homo factus est; hay dos mane-
ras de considerar esta inscripción, esta misteriosa inserción,
perpetua. O, mejor dicho, hay dos lugares desde donde con-
siderarla. Los cristianos la consideran generalmente desde el
lado de lo eterno, desde el lugar de lo eterno, procedente des-
de lo eterno, situándose desde lo eterno, (y esto, Dios mío,
es un poco su oficio). Es su tarea. Es desde ahí desde donde
contemplan esta inserción culminante, ese punto de recon-
centración, esa condensación en un punto de todo lo eterno
en todo lo temporal. Ese es generalmente su punto de vista,
su propio punto, su ángulo de vista, su costado de vista, y
mi Dios, es totalmente natural. En una palabra, consideran

137
esta gran historia, esta historia única, este caso supremo, este
caso límite, esta culminación, esta infloración, esta cumbre,
este coronamiento, esta inscripción carnal, esta inscripción
temporal, este punto de cumplimiento, (y de todo comienzo),
sobre todo como una historia que le ha acontecido a Jesús.
Et homo factus est. La eternidad ha sido hecha, se ha vuelto
tiempo. Lo eterno ha sido hecho, se ha vuelto temporal. Lo
espiritual ha sido hecho, se ha vuelto carnal. Es (sobre todo)
una historia que le ha pasado a la eternidad, a lo eterno, a lo
espiritual, a Jesús, a Dios. Para tener la contra parte, la vista
desde el otro lado, la «contra-vista» por así decir, esta historia
como una historia que le ha pasado a la tierra, lo de haber
dado a luz a Dios, haría falta que ensayáramos lo contrario:
o sea, que los terrenales, que los carnales, que los temporales,
que los paganos (y también los místicos de la primera ley, los
Judíos), desde su lado consideraran la encarnación. Pero es lo
que no harán. Y esto, Dios mío, es del todo natural. No se
les puede hacer un reproche. No se les puede echar eso en
cara. En un sentido, no era esta su tarea. En un sentido, no
era eso a lo que estaban destinados. Su oficio. Hubiera hecho
falta que de su parte, desde su punto de vista, consideraran la
encarnación. Para que tuviéramos la otra parte, la contra parte.
Para que contrariamente, (conjuntamente), esta encarnación,
este punto de encarnación viniera, se produjera en el orden
del acontecimiento temporal como una flor y como un fruto
temporal, como una flor y como un fruto de la tierra, como
un cumplimiento, como un coronamiento temporal, como un
golpe supremo de fecundidad temporal, por así decirlo, lite-
ralmente como un extraordinario éxito de fecundidad carnal,

138
como una infloración, como una implacentación 16 carnal,
como una cumbre, como una fructificación del ápice, como un
vivero, sin embargo, natural, como un coronamiento carnal,
como una aventura (culminante, suprema, límite) que le ha
pasado a la carne y a la tierra. Pero al fin, por deficiencia, por
carencia no podemos quizá pedirle a los paganos, (a los judíos),
que consideren, que contemplen la encarnación. No era quizá
su destinación natural. No era quizá su oficio. Entonces nos
faltaba toda la contraparte. Cuando hubo un pagano, uno solo,
(y un judío, un bíblico), […] para contemplar eso: Dios desde
el lado de su criatura, viniendo desde el lado de su criatura,
[…] Dios entrando en su criatura, la criatura acogiendo a (su)
Dios, una serie de criaturas, el linaje de David, que desemboca
en Dios como en un fruto carnal:

Y aquel sueño era así: Booz vio un roble


Que salía de su vientre y llegaba al cielo azul;
Una raza subía como una larga cadena;
Un rey cantaba abajo, arriba moría un dios. […]

Liber generationis Jesu-Christi. Salmon autem genuit


Booz de Rahab. Booz autem genuit obed ex Ruth. Obed
autem genuit Jesse. Jesse autem genuit David regem. David
autem rex genuit Salomonem ex ea quae fuit Uriae. 17 […] Se trata

16
Implacentation, palabra inventada por Péguy a partir de placenta.
17
Mateo I,1s.: «Libro de la generación de Jesús Cristo. Salmon engendró,
de Rahab, a Booz. Booz engendró, de Rut, a Obed. Obed engendró a Jesé.
Jesé engendró al rey David. David engendró, de la que fue mujer de Urías,
a Salomón».

139
realmente de una generación carnal, y hasta es demasiado car-
nal; en un sentido; en nuestro sentido; pues pasa por crímenes
de carne, o por lo menos recibe el reflejo más próximo de los
crímenes de carne. […]
Hay que reconocerlo, el linaje carnal de Jesús es espantoso.
Pocos hombres, pocos otros hombres, habrán tenido quizá tan-
tos antepasados criminales, y tan criminales. En particular tan
carnalmente criminales. Esto es, en parte, lo que le da al mis-
terio de la Encarnación todo su precio, toda su profundidad,
una resonancia espantosa. […]
Mateo, ese campesino tan toscamente verídico, se pone
en el punto de origen, carnal, temporal, en Abraham, en ese
segundo Adán, carnal, espiritual, de elección. Partiendo de
allí sigue tranquilamente el tiempo, desciende tranquilamente,
sosegadamente el tiempo, despliega, desenrolla un hilo, cons-
tituye, da, presenta una línea, una raza, una serie lineal. […]
Lucas, al contrario, realiza una extracción. […] Ubicándose
ahí donde Jesús, e incluso donde Jesús adulto, comenzando
sobre los treinta años, procede remontando verticalmente. […]
Empezando por Jesús, va a buscar a Jesús, a la raza temporal
de Jesús, hasta en el primer Adán, el Adán de carne. […]
Remontando de hijo a padre, qui fuit, qui fuit, de generación
carnal en generación carnal, de grado en grado remonta hasta
el primer Adán qui fuit Dei. Lo que hay como misteriosa
filiación carnal en el primer Adán mismo, en la creación del
primer Adán, en la creación carnal del Adán carnal, lo que
hay, por tanto, de carnal en el Pater noster mismo, en el Padre
nuestro, pues se trata de un padre real, de un padre de verdad:
todo este misterio se encuentra ya de forma maravillosamente
concentrada en este qui fuit que se repite continuamente, sin

140
que nada lo distinga, sin que nada lo separe, en serie continua,
en serie homogénea después de todos los innumerables qui
fuit, sin que nada lo distinga, sin que nada lo separe, a través
de esta expresión idéntica, homogénea, que se repite en serie
continua después de tantas otras ocurrencias, después de tantas
ocurrencias iguales, después de tantas otras ocurrencias iguales,
a través de este qui fuit idéntico a los otros y que va coronando
continuamente la serie continua de todos esos otros.

141
LA VENIDA DEL HIJO DE DIOS

o se debe considerar a Jesús como el summum de summums


N así como un maximum de maxima en todas las categorías
de clasificación, en todas las categorías de santidad. No se ha
metido en todas las clasificaciones. No se ha metido en todas
las categorías. Por lo cual el centro de la nave central no está
alineado con los ejes de las naves laterales.
Jesús es el mayor de los santos, y el príncipe y el primero
de los santos. Pero no es el mayor de los santos a la manera de
un maximum matemático o incluso físico. […] Es una perso-
na, viva, tiene una personalidad claramente delineada y cuyo
retrato nos ofrecen precisamente los Evangelios.
Es una sola persona, en dos naturalezas: es hombre, y es
Dios. […]
Ahora bien, cuando decimos que Dios es santo y cuando
decimos que el hombre, (incluso en Jesucristo), es santo, enten-
demos esta palabra, y diría estas dos palabras, en dos sentidos
muy diferentes. Cuando decimos de Dios que es santo, o tres
veces santo, entendemos con ello que es sin ninguna reserva y
sin ninguna limitación la sede de todas las perfecciones que
son de Dios. Es decir, de todas las perfecciones metafísicas,
de todas las perfecciones absolutas. En este sentido Dios es
verdaderamente un absoluto, un ser absoluto, el summum, un
maximum, y un optimum metafísico.
Pero cuando decimos, y mientras decimos que un hombre
es santo, aun tratándose de Jesucristo, no entendemos con ello
que sea sin ninguna reserva y sin ninguna limitación la sede

142
de todas las perfecciones, si es que se las puede nombrar así, la
sede de todas las virtudes que son propias del hombre mismo.
Porque la reserva y la limitación son propias del hombre mis-
mo. Sobre todo la limitación en el tiempo y en el espacio. Y
la limitación en las categorías de clasificación.
Se debe considerar siempre, ya lo hemos dicho, que Jesús
ha asumido la encarnación en toda su exactitud y en toda su
plena seriedad. Sin ninguna limitación ni reserva. Sin ninguna
prudencia ni precaución fraudulenta. Se ha vuelto un hombre
entre los hombres. Se ha hecho un santo entre los santos. Se
ha revestido particularmente de la reserva y de la limitación
propia del hombre. Particularmente de la limitación en el
tiempo y en el espacio. Y de la limitación en las categorías de
clasificación. […]
Si Jesús hombre y santo hubiera sido el summum, un ma-
ximum matemático y por así decir físico de las virtudes del
hombre, no tendríamos necesidad de los Evangelios. Porque
no tendríamos necesidad de un retrato. Y no tendríamos ne-
cesidad de una historia. El summum, un maximum no se pinta,
no se cuenta. No se representa. Se calcula. Se fija en un punto
de absoluto y de perfección. Non evenit neque devenit. 18 Coeli
enarrant gloriam Dei. 19 Pero no cuentan a Dios mismo. […]
Jesús es un hombre entre los demás y que ha dejado algo a
los demás. […]
Ha sido particular, personal, ha sido una persona. No ha
sido todo el mundo a la vez. Ha sido lealmente y plenamente

18
«No surge ni deviene».
19
Salmo 19 (18), 2: «Los cielos proclaman la gloria de Dios».

143
un hombre y un santo. Pero no ha estado en todos los tiempos
ni a la vez en todos los lugares. […]
Se pone en la fila de los hombres, se pone en la fila de los
santos. Se pone el primero, pero se pone en la fila. […]
Es la primera estrella en el cielo de la santidad. […]
La primera estrella es la que más brilla de un mismo resplan-
dor, de un resplandor del mismo orden. Brilla de un mismo
resplandor primero. Pero deja a las demás su brillo. […]
Asimismo el rey es el primero entre y a la cabeza de sus
barones. […] No es todo el mundo a la vez. No absorbe a todo
el mundo. Deja algo a los demás. […]
Está permitido decir que la historia y la figura de Jesús
hombre y santo era metafísicamente incalculable, como todo
lo que es propio del hombre. Porque la libertad del hombre,
que es la más grande invención de Dios, ha desempeñado su
papel también para él, hombre, diré que lo ha desempeñado
para él entre todos, que lo ha desempeñado eminentemente.
Sería el colmo que esta libertad, que es el centro mismo del
hombre, y la creación más hermosa de Dios en el hombre, y la
más irrevocable, y la más necesaria, ya que solo ella se articula
exactamente a la gratuidad de la gracia, hubiera sido ligada
para un solo hombre y que se tratara precisamente de Jesús.
Es gracias a un pleno juego de su libertad y de su voluntad,
es gracias a un pleno juego de su voluntad libre que se ha
encarnado, que se ha hecho hombre: et homo factus est. Es
gracias a un pleno juego de su libertad que se ha revestido
del ser hombre, y es gracias a un pleno juego de su libertad
infinita de Dios que se ha revestido de la libertad del hombre.
Es gracias a un pleno juego de su libertad de Creador que se
ha revestido de la libertad creada. Todo el acontecimiento

144
de su vida y su martirio y su muerte era libre, consentido,
voluntario y querido. Hasta el último momento era libre de
no morir para la salvación del mundo. Toda su vida y hasta el
último momento era libre de no cumplir las profecías.
Es la razón por la cual nos hacían falta los Evangelios. Aquí
también Jesús no ha querido ser un santo extraordinario. Ha
sido un santo ordinario, el primero en ese orden, pero dentro
del orden. Ha necesitado a sus notarios y cronistas, […] del
mismo modo que san Luis ha necesitado a Joinville, y que
Juana de Arco ha necesitado a aquel pobrecito clérigo que
anotaba las preguntas y las respuestas. […]
Ha querido necesitar a sus testigos, a sus mártires, a sus
notarios, a los escritores. No ha querido ser acreditado, reme-
morado por medio de un milagro constante. Por medio de un
milagro permanente. No ha querido apelar a más medios que
a los medios del hombre y de la historia y de la memoria del
hombre. Le han hecho falta escrituras. Ha querido necesitar a es-
cribas y a ujieres, como sus santos, y de todo el aparato judicial
e histórico. Ha querido ofrecer materia para todo el aparato
judicial e histórico. Ha querido ser la materia y el objeto de un
proceso e incluso de dos, de un proceso en lo civil y de un pro-
ceso en lo religioso. De un proceso de Iglesia y de un proceso
de estado. Ha querido ser la materia y el objeto del exégeta y
del historiador, la materia, el objeto, la víctima de la crítica his-
tórica. […] Se ha entregado al exégeta, al historiador, al crítico
como se ha entregado a los soldados, a los otros jueces, a las
otras turbas. Se ha entregado a los que llevan palma de maestro
como se había entregado a los que llevaban fustas y látigos. Es
la misma tradición. Es la misma entrega. Se ha entregado a las
controversias como se ha entregado a las demás injurias. […]

145
Para que la encarnación fuera plena y entera, para que fue-
ra leal, para que no fuera ni restringida ni fraudulenta, era
necesario que su historia fuera una historia de hombre, some-
tida al historiador, y que su memoria fuera una memoria de
hombre, humanamente, defectuosamente conservada. En una
palabra: hacía falta que su historia misma y que su memoria
se encarnaran [como él].
Hacía falta que su memoria y su historia fueran objeto de
controversias. Que fueran entregadas a la misma plebe, […] al
mismo interrogatorio. […]
Hacía falta que él sobreviviera como había vivido. […]

Si la vida de Jesús no hubiera sido más que la realización auto-


mática, 20 el cumplimiento mecánico, e incluso el coronamien-
to metódico de las profecías, no tendríamos necesidad de los
Evangelios y el mismo Jesús no los hubiera necesitado. […]
Si Jesús hubiera cumplido las profecías por vía de una
deducción automática, de una deducción mecánica, de una
deducción puramente y estrictamente determinativa, es decir,
si Jesús hubiera sido determinista y determinado, es decir, si
hubiera actuado en el marco y en el sistema del determinis-
mo moderno, no tendríamos necesidad de los Evangelios. Las
profecías […] nos habrían bastado.
Pero no las ha realizado como un autómata y de modo
automático, no las ha llevado a cabo como una máquina y de
modo mecánico, no las ha desplegado, no las ha desarrollado
como un determinista y como un moderno; las ha cumplido
libremente y como hombre. Las ha cumplido, sin duda, de

20
La cursiva es una alusión a la Vida de Jesús de Ernest Renan (1863).

146
manera única y eminente, pero únicamente y eminentemente
en el común reino de la gratuita gracia y de la gratuita libertad.
En una palabra, eso es propio del orden del hombre y
del orden del acontecimiento, el pasaje de las profecías a los
Evangelios es propio del orden del hombre y del orden del
acontecimiento, y de ningún modo del orden de la deducción
lógica, matemática, física, supuestamente científica, de ningún
modo del orden determinista y de lo moderno.
En una palabra, los Evangelios no son las profecías puestas en
pasado, transportadas tal cual, transportadas en bloque, trans-
portadas a granel del futuro al pasado por el ministerio del
presente. […]
No son solamente las profecías devenidas, son las profecías
realizadas. […]
La Anunciación puede ser considerada como la última de las
profecías y como la profecía que está al límite (y al último tér-
mino, al último punto, al comienzo mismo de la realización).
Y no solo es la profecía más inminente. Se puede decir que es
también la más alta y la capital. Así como Jesús es el último
y el más alto de los profetas, así y con un mismo movimien-
to, la Anunciación es la última y la más alta de las profecías.
Viene directamente de Dios, por un ángel, que no es más que
un ministro y un heraldo. Ya no por un profeta que es un
hombre. Y es verdaderamente, en toda la secuencia, el punto
maravilloso en el que, sobre la promesa, viene a articularse el
cumplimiento de la promesa.
Así la Anunciación es una hora única en la historia mística y
en la historia espiritual. Es una hora culminante. […] Es todo
el fin de un mundo y todo el comienzo del otro. […] Y en
uno de esos largos hermosos días de junio en los que ya no

147
hay más noche, en los que ya no hay más tinieblas, en los que
el día le da la mano al día, es el último punto de la tarde y a
la vez el primer punto del alba. […] Es el último punto de la
promesa y a la vez el primer punto del cumplimiento de la
promesa.
Y así como un punto y una punta y una cima es estrecha
y fina y no tiene toda la anchura de su base, así esta ancha
promesa, empezada con todo un mundo, reducida a todo un
pueblo, acababa, en el secreto y en la sombra, en una humilde
niña, flor y coronamiento de toda una raza, flor y coronamien-
to de todo el mundo. Esta profecía que había estado sobre el
trono con David y Salomón, que había sido pública para todo
un pueblo, publicada para todo el mundo, proclamada para
toda una raza, acababa en una cima secreta, en una flor, en un
coronamiento de silencio y de sombra. Acababa siendo una
salutación confidente dirigida a una única y humilde mucha-
cha y por el ministerio de un único ángel. Y todo un pueblo
había esperado a Cristo en el tiempo en el que no venía. Pero
nadie más lo esperaba ya cuando iba a venir.
Esta salutación que debía llenar el mundo fue llevada al
mundo reducida en un punto de confidencia y en un punto
de secreto. […]
El cedro más inmenso no puede dar otro cedro, un cedro
aún más inmenso, no puede engendrar su heredero de otro
modo que pasando por cierto punto de ser y de raza que no
es ni siquiera el fruto del cedro, sino el germen que está en lo
interior del fruto.

148
MÍSTICA Y POLÍTICA

a degradación de la mística en política, ¿no es una ley


L común? […]
Todo empieza en mística y termina en política. Todo em-
pieza con la mística, con una mística, con su (propia) mística y
todo termina en política. […] Lo importante, la cuestión, no
es que prevalezca tal política sobre tal o cual otra, ni el saber
qué política prevalecerá sobre todas las políticas. Lo importan-
te, la cuestión, lo esencial es que en cada orden, en cada sistema,
la mística no sea devorada por la política a la cual
dio a luz.
Ustedes nos hablan siempre de la degradación republicana.
No hubo, por el mismo movimiento, no hay una degradación
monárquica, una degradación realista paralela, simétrica, más
que análoga. Es decir, para hablar propiamente, una degra-
dación de la mística monárquica, realista, en cierta política,
nacida de ella, correspondiente, en una, en la política monár-
quica, en la política realista. No hemos visto durante siglos,
no vemos todos los días los efectos de esa política. No hemos
asistido durante siglos a la devoración de la mística realista por
la política realista. […]
Se nos habla siempre de la degradación republicana. Cuando
se ve lo que la política clerical ha hecho de la mística cristiana,
cómo asombrarse de lo que la política radical 21 ha hecho de
la mística republicana. Cuando se ve lo que los clérigos han
hecho generalmente de los santos, cómo asombrarse de lo

21
Referido al Partido Radical.

149
que nuestros parlamentarios han hecho de los héroes. Cuan-
do se ve lo que los reaccionarios han hecho de la santidad,
cómo asombrarse de lo que los revolucionarios han hecho del
heroísmo.
Y entonces, hay que ser justos, a pesar de todo. Cuando uno
quiere comparar un orden con otro orden, un sistema con otro
sistema, tiene que compararlos plano a plano y por planos del
mismo nivel. Tiene que comparar las místicas entre ellas; y las
políticas entre ellas. No hay que comparar una mística con una
política; ni una política con una mística. En todas las escuelas
primarias de la República, y en algunas de las secundarias,
y en muchas de las superiores, se compara incansablemente
la política realista con la mística republicana. En la Action
Française todo se reduce a comparar casi incansablemente la
política republicana con la mística realista. Esto puede durar
mucho tiempo.
Nunca se entenderán unos a otros. Pero quizá es eso lo que
quieran los partidos.
Quizá es ese el juego de los partidos.
Nuestros maestros de la escuela primaria nos habían ocul-
tado la mística de la antigua Francia, la mística del antiguo
régimen, nos habían ocultado diez siglos de la antigua Francia.
Nuestros adversarios de hoy nos quieren ocultar aquella mís-
tica de antiguo régimen, aquella mística de la antigua Francia
que fue la mística republicana.
Y a saber la mística revolucionaria.
Porque el debate no es, como se suele decir, entre el Anti-
guo Régimen y la Revolución, […] entre un antiguo régimen,
una antigua Francia que acabaría en 1789 y una nueva Francia
que comenzaría en 1789. El debate es mucho más profundo. Es

150
entre toda la antigua Francia junta, pagana (el Renacimiento,
las humanidades, la cultura, la literatura antigua y moderna,
la griega, la latina, la francesa), pagana y cristiana, tradicional
y revolucionaria, monárquica, realista y republicana, –y, por
otra parte, y en frente, y al contrario, cierta dominación pri-
maria, que se ha establecido alrededor de 1881, 22 que no es la
República, que se dice República, que parasita la República,
que es el más peligroso enemigo de la República: propiamente
la dominación del partido intelectual–.
El debate es entre toda aquella cultura, toda la cultura, y
toda esta barbarie, que es propiamente la barbarie.
El debate no es entre los héroes y los santos; el combate es
contra los intelectuales, contra aquellos que desprecian igual-
mente a los héroes y a los santos. […]

Una primera consecuencia de esta distinción, una primera apli-


cación de este reconocimiento, de este discernimiento, de esta
redistribución, es que las místicas son mucho menos enemigas
entre ellas que las políticas, y que lo son de manera totalmente
distinta. Por lo cual no se debe cargar a las místicas con la culpa
de las disensiones, de las guerras, de las enemistades políticas,
no se debe trasladar sobre las místicas la intolerancia de las
políticas. Las místicas son mucho menos enemigas entre ellas
que las políticas. Porque no tienen, como las políticas, que
repartirse continuamente entre ellas una materia, temporal,
un mundo temporal, un poder temporal para siempre limi-
tado. Unos despojos temporales. Unos despojos mortales. Y

22
Los años 1880-1882 estuvieron marcados por la reforma de la escuela que
hizo Jules Ferry.

151
cuando son enemigas, lo son de manera totalmente distinta, a
una profundidad infinitamente más esencial, con una nobleza
infinitamente más profunda. Por ejemplo, la mística cívica, la
mística antigua, la mística de la polis antigua y de la súplica
antigua nunca se ha opuesto, nunca ha podido oponerse a la
mística de la salvación como la política pagana se opuso a la
política cristiana; tan toscamente, tan bajamente, tan tempo-
ralmente, tan mortalmente como los emperadores paganos se
opusieron a los emperadores cristianos, y recíprocamente. Y
la mística de la salvación, hoy en día, no puede oponerse a la
mística de la libertad como la política clerical se opone por
ejemplo a la política radical. Es fácil ser a la vez buen cristiano
y buen ciudadano, en tanto no se haga política.
*
El desconocimiento de los santos por los pecadores, y, sin
embargo, la salvación de los pecadores por los santos: toda la
historia cristiana está allí.
*
Todas las dificultades de la Iglesia vienen de ahí, todas sus
dificultades reales, profundas, con relación al pueblo entero:
de que, a pesar de algunas supuestas obras obreras, bajo la más-
cara de algunas supuestas obras obreras y de algunos supuestos
obreros católicos, de que el taller le está cerrado, y de que ella
está cerrada al taller; de que la Iglesia en el mundo moderno,
sufriendo ella también una modernización, se ha convertido
casi únicamente en la religión de los ricos, y así, socialmente,
ya no es más, si se me permite decirlo, la comunión de los
fieles. Toda la debilidad, y quizá haya que decir la debilidad

152
creciente de la Iglesia en el mundo moderno viene no, como
se cree, de que la Ciencia hubiera montado contra la Religión
sistemas supuestamente invencibles, de que la Ciencia hubiera
descubierto, hubiera encontrado contra la Religión argumen-
tos, razonamientos pretendidamente victoriosos, sino de que
hoy en día lo que queda del mundo cristiano socialmente ca-
rece profundamente de caridad. No es en absoluto que carece
de razonamiento. Es de caridad. Todos esos razonamientos,
todos esos sistemas, todos esos argumentos pseudocientífi-
cos no serían nada, no pesarían mucho si hubiera un gramo
de caridad. Todas esas caras y esos semblantes arrogantes no
llegarían lejos si la cristiandad hubiera permanecido lo que
era, una comunión, si el cristianismo hubiera permanecido
lo que era, una religión del corazón. Es una de las razones
por las que los modernos no entienden nada al cristianismo,
al verdadero, al real, a la historia verdadera, real del cristia-
nismo, y a lo que realmente era la cristiandad. (Y cuántos
cristianos lo entienden todavía. Cuántos cristianos, justo en
este mismo punto, también en este punto, no son ellos mismos
modernos.) Creen, cuando son sinceros (y los hay), creen que
el cristianismo siempre fue moderno, es decir, exactamente,
que siempre fue como lo ven en el mundo moderno, donde
ya no hay cristiandad, en el sentido en el que antes había. Así
en el mundo moderno todo es moderno, sea lo que sea, y sin
duda el mejor golpe del modernismo y del mundo moderno
es el de haber en muchos sentidos, casi en todos los sentidos,
vuelto moderno al mismo cristianismo, a la Iglesia y a lo que
aún quedaba de cristiandad. Y así, cuando hay un eclipse, todo
el mundo está en la sombra. Todo lo que pasa en una edad de la
humanidad, por una época, en un período, en una zona, todo

153
lo que está en un mundo, todo lo que ha sido colocado en un
sitio, en un tiempo, en un mundo, todo lo que está situado en
cierta situación, temporal, en un mundo, temporal, recibe la
tintura de esa edad, lleva su sombra. Se hace mucho ruido en
torno de cierto modernismo intelectual que ni siquiera es una
herejía, que es una especie de pobreza intelectual moderna, un
residuo, una escoria, un fondo de cuba, un bajo de tinaja, un
fondo de barril, un empobrecimiento intelectual moderno de
las antiguas herejías para uso de los modernos. Esta pobreza
no hubiera llevado a cabo ningún estrago, hubiera sido pu-
ramente risible si las vías no le hubieran sido preparadas, si
no hubiera existido este gran modernismo del corazón, este
grave, este infinitamente grave modernismo de la caridad. Si
las vías no le hubieran sido preparadas por este modernismo
del corazón y de la caridad. Es a causa de él por lo que la Iglesia
en el mundo moderno, por lo que en el mundo moderno la
cristiandad ya no es pueblo, que lo era, y ya no lo es de ningún
modo; que así ya no es socialmente un pueblo, un inmenso
pueblo, una raza, inmensa; que el cristianismo ya no es social-
mente la religión de las profundidades, una religión con sabor
a pueblo, la religión de todo un pueblo, temporal, eterno, una
religión arraigada en las mayores profundidades temporales
mismas, la religión de una raza, de toda una raza temporal, de
toda una raza eterna, sino que ya no es socialmente más que
una religión de burgueses, una religión de ricos, una especie
de religión superior para clases superiores de la sociedad, de la
nación, una miserable clase de religión distinguida para gente
supuestamente distinguida; en consecuencia lo más superficial
que hay, la más oficial en cierto sentido, lo menos profundo;
lo más inexistente; lo más pobre, miserable y exteriormente

154
formal que hay; y, por otra parte, y sobre todo lo más con-
trario que hay a su institución; a la santidad, a la pobreza, a
la forma misma originaria de su fundación. A la virtud, a la
letra y al espíritu de su institución. De su propia institución.
Alcanza con remitirse al menor texto de los Evangelios. […]
Esta pobreza, esta miseria espiritual y esta riqueza tempo-
ral, es la que ha provocado todo, que ha provocado el mal.
Este modernismo del corazón, este modernismo de la cari-
dad que ha suscitado el desfallecimiento, el decaimiento, en la
Iglesia, en el cristianismo, en la cristiandad misma, es lo que
ha originado la degradación de la mística en política.
*
Mucho ruido hace hoy, veo que se atiende mucho al hecho
de que, desde la separación, 23 el catolicismo, el cristianismo
ya no es la religión oficial, la religión de(l) estado, y que la
Iglesia, así, es libre. Y es justo en cierto sentido. La posición
de la Iglesia es claramente distinta, totalmente distinta bajo el
nuevo régimen. Bajo todas las durezas de la libertad, de cierta
pobreza, la Iglesia es mucho más ella misma bajo el nuevo
régimen. Nunca llegaremos a tener bajo el nuevo régimen
a obispos tan malos como los obispos concordatarios. Pero
tampoco hay que exagerar. No hay que disimularse que, si
bien la Iglesia ha dejado de representar la religión oficial del
estado, no ha cesado de ser la religión oficial de la burguesía
del estado. Políticamente, ha perdido, ha sido desplumada,
pero socialmente no ha perdido, no ha dejado todos los cargos

23
Ley de separación de las Iglesias y del Estado (1905). Péguy escribe este
texto cinco años más tarde.

155
de servidumbre que le provenían de su oficialidad. […] Es
la razón por la cual el taller le está cerrado, y que ella está
cerrada a él. Ella hace, ella es la religión oficial, la religión
formal del rico. He ahí lo que siente perfectamente el pueblo,
oscuramente o formalmente, con toda certeza. He ahí lo que
ve. Ella entonces no es nada: he ahí la razón por la cual no
es nada. Y más que todo no es nada de lo que era, y es (se ha
vuelto) lo más contrario que hay a sí misma, lo más contrario
que hay a su institución. Y no se le reabrirá el taller, y no se le
reabrirá el pueblo a menos que pague, ella también, ella como
todo el mundo, a menos que pague los gastos de una revolución
económica, de una revolución social, de una revolución indus-
trial, para decir la palabra, de una revolución temporal para la
salvación eterna. Esta es, eternalmente, temporalmente, (eter-
nalmente temporalmente y temporalmente eternalmente), la
misteriosa sujeción de lo eterno mismo a lo temporal. Esta es
propiamente la inscripción de lo eterno mismo en lo temporal.
Hay que pagar los gastos económicos, los gastos sociales, los
gastos industriales, los gastos temporales. Nadie puede sustraerse
a ello, ni siquiera lo eterno, ni siquiera lo espiritual, ni siquiera
la vida interior. Por eso nuestro socialismo no era tan tonto, y
era profundamente cristiano. […]

Hay que pagar los gastos temporales. Es decir, que nadie, aunque
fuera la Iglesia, aunque fuera cualquier poder espiritual, se las
arreglará a menor precio que el de una revolución temporal,
de una revolución económica, de una revolución social. De
una revolución industrial. A menos que pague esto. Para no
pagar, para no correr con los gastos, un singular concierto se ha
acordado, una singular colusión se ha instituido, establecido,

156
se está estableciendo entre la Iglesia y el partido intelectual.
Sería incluso divertido, sería risible si no fuera tan profunda-
mente triste. Este concierto, esta colusión consiste en mover,
en desplazar el debate, el terreno mismo del debate. El obje-
to del debate. En disimular en un rincón el modernismo del
corazón, el modernismo de la caridad, para poner de relieve,
de falso relieve, para poner a la luz, a falsa luz, para poner en
la superficie, a la vista, en toda la superficie, el modernismo
intelectual, el aparato del modernismo intelectual, el solemne,
el glorioso aparato. De este modo todo el mundo gana, pues ya
no cuesta nada, ya no cuesta ninguna revolución económica,
industrial, social, temporal, y nuestros burgueses de uno u
otro lado, nuestros capitalistas de uno u otro bando, de una
u otra confesión, los clericales y los radicales, los clericales
radicales y los radicales clericales, los intelectuales y los cléri-
gos, los intelectuales clérigos y los clérigos intelectuales, nada
desean tanto como, no quieren más que eso: no pagar. No tener
gastos. No correr con los gastos. No aflojar los cordones de la
bolsa. Se me perdonará esta expresión grosera. Pero se necesita
alguna, se la necesita en esta situación grosera. Concierto ma-
ravilloso, maravillosa colusión. Todo el mundo gana. […] Los
intelectuales están encantados. Miren, exclaman, lo poderosos
que somos. Qué cabeza tenemos. Hemos encontrado argumentos y
razonamientos tan extraordinarios que, simplemente con estos razo-
namientos, hemos desestabilizado la fe. La prueba de que es verdad,
es que son los curas los que lo dicen. Y los curas juntos
y los buenos burgueses clericales, supuestamente católicos,
pretendidamente cristianos, olvidadizos de los anatemas sobre
el rico, de las espantosas reprobaciones sobre el dinero de las
que el Evangelio está como saturado, suavemente sentados

157
en la paz del corazón, en la paz social, todos nuestros buenos
burgueses protestan: Todo esto también, protestan, es culpa de
aquellos malditos profesores, que han inventado, que han encontrado
argumentos y razonamientos tan extraordinarios. La prueba de que
es verdad, es que somos nosotros, curas, los que lo deci-
mos. Y entonces todo bien, y no solamente todo el mundo
está en la República, sino que todo el mundo está contento.
Las billeteras se quedan en los bolsillos, y el dinero se queda
en las billeteras. No se mete la mano en la billetera. Es lo esen-
cial. Pero lo repito en verdad, todos estos razonamientos no
pesarían mucho si hubiera un gramo de caridad.

158
REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA

El original de los textos antologizados es indicado a conti-


nuación según los tres volúmenes de la edición de La Pléiade,
utilizada para nuestra traducción:

I = Œuvres en prose, 1897 – mai 1905, édition présentée, établie


et annotée par Robert Burac, Bibliothèque de la Pléiade,
Gallimard, Paris, 1987.
II = Œuvres en prose, juin 1905 – juin 1909, édition présentée,
établie et annotée par Robert Burac, Bibliothèque de la Pléiade,
Gallimard, Paris, 1988.
III = Œuvres en prose, juillet 1909 – août 1914, édition présentée,
établie et annotée par Robert Burac, Bibliothèque de la
Pléiade, Gallimard, Paris, 1992.

I. LUCHA

■ Hoy todo cristiano es un soldado


Un nouveau théologien. M. Fernand Laudet, III, 459-464
■ Juana de Arco
Note conjointe sur M. Descartes et la philosophie cartésienne, III,
1385-1388
■ Las reservas se agotan
Cahiers de la quinzaine, texte posthume, II, 466-468

159
■ La revolución como nacimiento
Avertissement au cahier Mangasarian, I, 1309-1312, 1316
■ Una gran filosofía
Note sur M. Bergson et la philosophie bergsonienne, III, 1264,
1269-1270
■ Remontar la corriente
Note sur M. Bergson et la philosophie bergsonienne, III, 1271-1272
■ El segundo coraje
De la situation faite à l’histoire et à la sociologie, II, 506-517
■ Vigny
Ébauche d’une étude sur Alfred de Vigny, I, 29-30, 33
■ Vanidad
Victor-Marie, comte Hugo, III, 199-201

II. CULTURA

■ La franja estrecha
Par ce demi-clair matin, II, 95-107
■ Eydtkuhnen
Les Suppliants parallèles, II, 367-368
■ El equilibrio de las culturas
De la situation faite au parti intellectuel dans le monde moderne
devant les accidents de la gloire temporelle, II, 700-704
■ Un comunismo interior
Par ce demi-clair matin, II, 152-153

160
■ La totalidad como elección
Hervé traître, II, 442-443
■ La pérdida de la medida y de la finitud
Zangwill, I, 1399-1401
■ El declive del humanismo
Les Suppliants parallèles, II, 372-373
■ Lo ya hecho
Note sur M. Bergson et la philosophie bergsonienne, III, 1252-1256
■ La época de la jubilación
Note conjointe sur M. Descartes et la philosophie cartésienne, III,
1412-1431
■ Infierno y esperanza
Note conjointe sur M. Descartes et la philosophie cartésienne, III,
1307-1312, 1321-1322, 1327
■ Rigidez y flexibilidad
Note sur M. Bergson et la philosophie bergsonienne, III, 1276-1277

III. HISTORIA

■ Los acontecimientos elegidos


Notre jeunesse, III, 38-39
■ Los coronamientos perpetuamente inacabados
Clio, Dialogue de l’histoire et de l’âme païenne, III, 1007-1015
■ Osar elegir
La Délation aux Droits de l’homme, I, 1515-1519

161
■ Así dijo la historia
Clio, Dialogue de l’histoire et de l’âme païenne, III, 1114-1132
■ El alma pagana
Clio, Dialogue de l’histoire et de l’âme païenne, III, 1156-1167
■ El suplicante representa
Les Suppliants parallèles, II, 345-353
■ El affaire Jesús
Clio, Dialogue de l’histoire et de l’âme païenne, III, 1188-1189.1198
■ Dos modos de considerar la encarnación
Victor-Marie, comte Hugo, III, 233-242
■ La venida del Hijo de Dios
Note conjointe sur M. Descartes et la philosophie cartésienne, III,
1396-1407
■ Mística y política
Notre jeunesse, III, 20 s., 37, 56, 98s.

162

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