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PAN Y BIBLIA | Parte 1 ¿Por qué debemos trabajar en lo social?

Por José Satirio Dos Santos | 24 junio, 2013

Tengo el privilegio de conocer al Señor desde mi niñez y apreciar por más de cincuenta años el avance del
evangelio en todo el continente latinoamericano. En el transcurso de ese tiempo he sido testigo de cómo las
buenas nuevas de salvación han ido cobrando vida dentro de nuestros pueblos, transformando no sólo el
área espiritual de las personas sino también su realidad social, económica, educativa y, en fin, todo aquello
que se traduzca en mejorar la calidad de vida. Existen, sin embargo, espacios por conquistar en materia del
alcance integral del evangelio en la vida de las personas y los pueblos; me quiero referir específicamente en
este artículo a la necesidad de alinear la evangelización con un trabajo social responsable y trascendente.

El por qué trabajar en lo social y cómo hacerlo son las preguntas sobre las cuales quiero basar mi reflexión.
Agradezco de antemano a teólogos y ministros que han buscado posicionar el tema en las últimas décadas,
exhortándonos a recordar la misión integral de la Iglesia. Varios de sus postulados y experiencias los encontrará
usted aquí junto con mi cosecha particular.

POR QUÉ LA IGLESIA DEBE TRABAJAR EN LO SOCIAL


“Aprended a hacer el bien, buscad la justicia, reprended al opresor, defended al huérfano, abogad por la
viuda.” Isaías 1:17.

1. Porque es un tema prioritario en la Biblia.

Brigitta Deistler, una de las maestras de nuestra escuela bíblica Generación de Conquista, nos ha hecho pensar que
entre los grandes temas que se entrelazan para formar la narración bíblica, la preocupación por el socialmente más
débil es un distintivo bien marcado. Pero aun más que esto, la atención dirigida a grupos de personas desvalidas, son
elemento esencial de la revelación que Dios hace de sí mismo, de sus propósitos y de su voluntad para con el
hombre. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento desbordan sobre recomendaciones para atender la viuda, el
huérfano, el extranjero, el pobre, el esclavo… es decir, todo aquel que está incapacitado para sostenerse y
defenderse.

En la ley, la pobreza y esclavitud de algunos miembros de la sociedad, se contempla como un estado escandaloso
que debe ser evitado por la misma sociedad aplicando las provisiones de la misma ley (Ex. 21:2-3; 22:21-27; Lev.
19:19-20; 25:24-41…). También la literatura sapiencial destaca la necesidad de contribuir a los pobres como uno de
los elementos de ser justo y de agradar a Dios (Pr 11:25; 19:17; 21:13). El muy interesante Salmo 82, exhorta a los
que fueron puestos en posición de hacerlo: “Defiendan la causa del huérfano y del desvalido; al pobre y al oprimido
háganles justicia. Salven al menesteroso y al necesitado; líbrenlos de la mano de los impíos”. Cuando los profetas
denuncian que la riqueza se volvió un suelo fértil para el orgullo y la soberbia, apuntan al mismo blanco: que Israel
perdía de vista lo que era tan importante para Dios y que la explotación de las clases bajas tomó formas
desvergonzadas que le merecieron el juicio (Is. 3:14-15; 5:8-9; 10:1-2; Ez 22:12-13; Am 5:11-12; Zac 7:8-11).

En los evangelios conocemos al Jesús compasivo, no sólo frente a individuos sino también a multitudes, sea cual sea
el motivo: el abandono espiritual (Mr. 6:34) o el estómago vacío (Mr. 8:2). Mateo contiene un pasaje largo y detallado
que define la identidad cristiana bajo una luz insólita: El juicio entre ovejas y cabras (25:31-46). Insólito porque traza
la pertenencia al Reino no bajo el criterio de la santidad, ni de la comunión espiritual con Dios, sino a través de la
actitud y acción frente al necesitado. Éste es la personificación de Cristo mismo; negarle la atención equivale a
desconocer a Jesús. “Entonces dirá el Rey a los que estén a su derecha: ‘Vengan ustedes, a quienes mi Padre ha
bendecido; reciban su herencia, el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre,
y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me dieron alojamiento; necesité ropa,
y me vistieron; estuve enfermo, y me atendieron; estuve en la cárcel, y me visitaron. ‘Y le contestarán los justos:
‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos como
forastero y te dimos alojamiento, o necesitado de ropa y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y te
visitamos?’ El Rey les responderá: ‘Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más
pequeño, lo hicieron por mí.’ Luego dirá a los que estén a su izquierda: Apártense de mí, malditos, al fuego
eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y ustedes no me dieron nada de comer; tuve
sed, y no me dieron nada de beber; fui forastero, y no me dieron alojamiento; necesité ropa, y no me vistieron; estuve
enfermo y en la cárcel, y no me atendieron.’ Ellos también le contestarán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o
sediento, o como forastero, o necesitado de ropa, o enfermo, o en la cárcel, y no te ayudamos?’ Él les responderá:
‘Les aseguro que todo lo que no hicieron por el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron por mí.’ Aquéllos
irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna”.

El anuncio más prolífico de la venida del Salvador se encuentra en Lucas, el evangelio que identifica a Jesús
plenamente con la humanidad. A lo largo de sus múltiples narraciones y parábolas percibimos la intención del autor
de hacernos comprender la calidad integral de las buenas nuevas y su extensión a todos los estratos sociales. Jesús
retoma la promesa del Antiguo Testamento -libertad y restauración-, y nos muestra que sólo ahora, por medio de Él y
de la presencia del Espíritu Santo, alcanzará su plenitud: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido
para anunciar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado para proclamar libertad a los presos y dar vista a los
ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año del favor del Señor” Lucas 4:16-21.

Si un tiempo histórico ha sido tan complicado como el nuestro, ciertamente lo fue el siglo I con su proliferación de
cosmovisiones y sincretismos, como lo percibimos dentro del ámbito judeo-grecorromano-cristiano en el cual se
desarrolla la iglesia primitiva. Este trasfondo turbulento nos facilita reconocer en ella la influencia y dirección del
Espíritu Santo, que caracteriza muchos de los rasgos singulares de las primeras comunidades cristianas (Hechos
4:32-35), mientras sus contemporáneos se quedaron sin respuesta para explicar el fenómeno solidario entre los
adherentes de la nueva secta. La solidaridad terminó siendo un factor decisivo para garantizar la supervivencia y
expansión de los cristianos. Comenzó con la distribución de alimentos a las viudas (Hechos 6:1-6); ofrenda para la
comunidad de Jerusalén en situación de hambre (2da Corintios 8:1-4); apoyo a misioneros (Filipenses 4:14-15);
hospitalidad (Tito 1:8). Por medio de actos como estos, los creyentes que por causa del evangelio habían perdido
posiciones y posesiones, vivieron en primera mano la “fe hecha acción” descrita por Santiago (1:27; 2:14-18).

2. Porque es una manera de manifestar la presencia del Reino de Dios en medio nuestro

Existe una discusión teológica en cuanto a la presencia del reino de los cielos entre los hombres, algunos piensan
que sólo se hizo manifiesto mientras Jesús caminó entre nosotros y otros aseguran que llegará con el regreso del
Mesías en toda su gloria. Yo prefiero unirme al pensamiento de mi amigo Eduardo Villaverde (Argentina) quien
tomando las parábolas de la semilla de mostaza (Mateo 13:31) y la levadura (Mateo 13:33), asegura que el Reino de
los Cielos está en medio de nosotros creciendo como un sistema de valores y principios diseñados por Dios para
administrar lo creado y hacer feliz al hombre.

Desde esta perspectiva es muy importante enfatizar que la proclamación del evangelio debe estar íntimamente ligada
con la satisfacción de las necesidades del hombre. El mismo Jesús, cuando nos enseñó la oración modelo, liga la
petición de que el reino de Dios se establezca en la tierra y haya el pan material cotidiano. Por otra parte, la misión
siempre estuvo acompañada con actos de sanidad y liberación como muestra de que el Reino de Dios se había
acercado.

Cuando Jesús envió a sus discípulos en sus misiones, las cuales son prototipos de la misión de la Iglesia, sus
instrucciones fueron: “Sanad a los enfermos… y decidles: Se ha acercado a vosotros el Reino de Dios” (Lucas 9:2,
10:9; Mateo 10:7-8). Esta combinación era también característica de la propia misión de Jesús (Mateo 9:35), sus
obras reales de compasión por el sufrimiento físico son la evidencia de que es el agente del Reino de Dios: “… Si
expulso a los demonios por medio del Espíritu de Dios, eso significa que el reino de Dios ha llegado a
ustedes” (Mateo 12:28), y cuando Juan Bautista preguntó sobre su identidad como Mesías sus respuestas fueron
actos de sanidad (Lucas 7:21-22).

Que el Reino de los Cielos, capaz de satisfacer las más profundas necesidades y cambiar vidas está entre nosotros,
es la buena nueva que la Iglesia debe anunciar. “A mí el evangelio me ha hecho gente” aseguraba el abuelo del
pastor Villaverde y lo que él quería decir era que el evangelio no sólo le dio el pasaporte al Cielo sino que le dio una
casa, un ingreso, una familia bien constituida y relaciones para crecer en todas las áreas. El evangelio devuelve a la
persona la dignidad con la que fue creada y borra las diferencias entre los seres humanos; tenemos incontables
casos de personas que siendo desechados por la sociedad se convirtieron en hombres y mujeres respetables y aun
ministros de la palabra. Afortunadamente el viejo concepto de que el evangelio era sinónimo de pobreza ha sido
revaluado.

Aunque Dios hace gran parte del trabajo en esta transformación, no podemos delegar en Él lo que nos corresponde.
¿Y qué nos corresponde? Unir a la proclamación del evangelio, la voz que se levanta para defender al débil, la mano
extendida al que sufre, los pies que van para socorrer al necesitado… en fin, la plena disposición para dar la vida
cada día para que otros lleguen a ser ciudadanos del Reino de los Cielos.

Una explicación más, al respecto de cómo se materializa la realidad del Reino, la encontramos en Lucas. El escriba
en la Parábola del buen samaritano (10:25-37), confrontado por el Señor, tiene que admitir que su amor a Dios y al
prójimo se encuentran estancados en la esfera intelectual, pero se excusa detrás de la pregunta: “¿Quién es mi
prójimo”? (vs. 27-29). Pero Jesús le quita el piso de auto-justificación y auto-absolución: “¿Cuál de los tres demostró
ser el prójimo?” Y de pronto ya no es la necesidad del otro que está en cuestión sino la necesidad nuestra de mostrar
compasión que nos define como prójimo: “Anda entonces y haz tú lo mismo -concluyó Jesús-” (vs. 37).

Tal vez no somos lo suficientemente conscientes de la gran oportunidad que tiene la Iglesia actualmente en este
servicio social pues, después de probarlo todo, nuestro continente se encuentra a la deriva, buscando dónde
aferrarse para salvarse del naufragio. Y aquí cabe como anillo al dedo un refrán acuñado por nuestro amigo
Valverde: “en río revuelto, ganancia de pecadores”; es decir, tenemos la ocasión precisa para sembrar y cultivar los
valores del Reino de los Cielos en estos desesperados náufragos. Ya hemos tenido algunas experiencias en este
sentido, entidades privadas y estatales empiezan a reconocer que la Iglesia tiene respuesta de restauración en
situaciones en las cuales ellos claudicaron y recomiendan los servicios eclesiales.

Algunos califican el Reino de Dios como religión y otros quieren dilatarlo para el futuro, pero a la Iglesia de Jesucristo
le corresponde demostrar con su proclamación y trabajo, que está aquí y ahora, es práctico, utilizable y se manifiesta
en calidad de vida no sólo individual sino en la sociedad, de tal manera que cada vida transformada sea un modelo
de lo que Dios quiere hacer en toda la sociedad.

3. Porque el Crecimiento Diaconal es igual de importante que las demás dimensiones del crecimiento de la
Iglesia

Teniendo en cuenta el modelo de Iglesia que nos presenta Hechos, encontramos que el crecimiento en la Iglesia se
puede observar en cuatro dimensiones: Crecimiento Orgánico, Diaconal, Conceptual y Numérico (Hechos 1-8). Si la
Iglesia refuerza una de estas dimensiones en detrimento de las otras comenzará a desintegrarse. Infortunadamente
algunos sectores no han comprendido este principio y subvaloran dimensiones como el Crecimiento Diaconal, es
decir el servicio que la iglesia presta a sus miembros y al mundo, como prueba concreta del amor redentor de Dios.
El evangelio se ve menoscabado cuando esta acción social está ausente.

La experiencia nos ha demostrado que este Crecimiento Diaconal incide directamente en la dimensión del
Crecimiento Numérico. La Iglesia de Hechos es un ejemplo de ello pues, es una comunidad que se propaga
extraordinariamente gracias a la predicación del evangelio, pero también a su preocupación por atender las
necesidades de los nuevos convertidos: la gente era sanada, liberada, y las viudas y los pobres eran atendidos
porque tenían un capital solidario para ello (Lucas 2:43-47). “Se mantenían firmes en la enseñanza de los apóstoles,
en la comunión, en el partimiento del pan y en la oración. Todos estaban asombrados por los muchos prodigios y
señales que realizaban los apóstoles. Todos los creyentes estaban juntos y tenían todo en común: vendían sus
propiedades y posesiones, y compartían sus bienes entre sí según la necesidad de cada uno. No dejaban de reunirse
en el templo ni un solo día. De casa en casa partían el pan y compartían la comida con alegría y generosidad,
alabando a Dios y disfrutando de la estimación general del pueblo. Y cada día el Señor añadía al grupo los que iban
siendo salvos.”

La extensión de la iglesia saltó luego a Judea y a Samaria (Hechos 8:13) y vino la conversión de Saulo y el llamado
de Bernabé para ir a Antioquía, ciudad que se convirtió en epicentro misionero no sólo para levantar misioneros, sino
para enviarlos y sustentarlos. Pero hay algo interesante aquí como lo resalta Raymond Bakke en su libro “Misión
Integral en la Ciudad”, esta iglesia entendió su dimensión global pues no sólo se preocupó por el sostenimiento del
ministerio sino que su primera ofrenda fue para los pobres de Jerusalén (Hechos 11:27-30).

Es necesario entonces resaltar que el ministerio social y el testimonio evangélico existen lado a lado en las Escrituras
sin ningún conflicto de subordinación como lo afirma Stephen Charles Mott en su libro “Ética Bíblica y Cambio Social”,
quien citando a Pablo asegura que debido a la contribución de la iglesia, los santos pobres de Jerusalén: “glorifican a
Dios por la obediencia que profesáis al evangelio de Cristo, y por la liberalidad de vuestra contribución para ellos y
para todos” (2da Corintios 9:13). El interés por las necesidades materiales de otros conduce a la alabanza a
Dios: “Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al
Padre que está en el cielos” (Mateo 5:16). La gente siempre nos mira y cuestiona, pero si la Iglesia está cumpliendo
con sus miembros la atención necesaria y aún sirve a los de afuera cuando vienen en busca de auxilio, todos tendrán
que reconocer la autenticidad del mensaje de salvación, de plenitud, que proclamamos.

Para nadie es ya una noticia el vertiginoso crecimiento que experimenta la familia evangélica en todo el continente,
existen amplios estudios al respecto y debemos reconocer que el fenómeno se debe en parte a que el mensaje
cristiano se ha contextualizado a las necesidades de las personas. Sin embargo, también hay una pregunta en el
ambiente ¿Por qué ese crecimiento no se evidencia en la transformación de nuestros pueblos donde predominan la
corrupción, la miseria, la violencia y el abuso a los débiles? Personas como el evangelista Alberto Mottesi y el pastor
René Peñalba (Honduras), conocedores del tema, lo explican como una tendencia de la iglesia a encerrarse en las
paredes eclesiales, en el confort de los movimientos de alabanza y la adoración, y de eventos que se han centrado
más en el bienestar personal que en la transformación social.

Y en este punto alguien preguntará ¿y qué tiene que ver esto con el trabajo social? Tiene que ver todo pues,
afortunadamente, el concepto asistencial de la ayuda a los más necesitados ha sido superado y todas las
organizaciones, tanto seculares como eclesiales, que trabajamos en este campo somos conscientes de que una
verdadera ayuda en esta área sólo se podrá dar si se afectan las raíces del problema. De aquí se desprende otra
gran oportunidad para el evangelio, pues en la medida que nos involucramos en lo social, tendremos la oportunidad
de llevar los valores del reino a todas las instancias. Abordaremos más adelante algunas ideas de cómo lograrlo.

Un llamado más sobre el peligro de dar prioridad a cualquiera de las dimensiones del Crecimiento de la Iglesia lo
hace Stephen Charles, quien citando la afirmación del conocido teólogo René Padilla: “si la iglesia ha de ser
obediente a su Señor, no debe hacer nada que no sea esencial; consecuentemente nada de lo que la iglesia hace en
obediencia a su Señor puede calificarse como no esencial”, reflexiona que los cristianos se esforzarán sólo por lo que
consideren esencial y dado que nunca se acaba la obra de la evangelización ni el poner en práctica la justicia; si se le
da preferencia a la una, nunca habrá tiempo para la otra, de tal manera, que decir que algo no es primordial para la
iglesia, es convertirlo en una excusa a la que sólo se le da atención simbólica.

En este punto espero que estemos de acuerdo en que se le debe prestar igual atención al Crecimiento Diaconal,
como a las demás dimensiones del crecimiento de la Iglesia. Pero por si queda alguna duda traigo como colofón la
respuesta de Jesús cuando fue interrogado sobre las prioridades en los mandamientos divinos: “Amarás al Señor tu
Dios… amarás a tu prójimo… no hay otro mandamiento mayor que éstos” (Marcos 12:28-31; Mateo 22:39).

Sigamos trabajando entonces por un crecimiento integral de la Iglesia. Alegrémonos por las multitudes que llegan
cada día a los pies de Jesucristo, no hay problema con la cantidad como piensan algunos, el desafío es crecer con
calidad y pasar ahora a la etapa de transformar la sociedad con los valores del reino.

4. Porque es una expresión del amor divino manifestado en el servicio

En nuestro segundo “por qué” mencionábamos el reino de los cielos como el avance de los valores divinos sobre la
vida individual y colectiva de los seres humanos. A lo dicho agregaremos que la fuerza de este reino no consiste en
un poder militar o intelectual, su secreto está en el amor. Estamos llamados a manifestar el reino en el lenguaje
maravilloso del amor. El amor derrite los corazones, desarma las personas; una gota de amor sana, revierte todo
problema, cambia toda conducta. Hoy más que nunca este mensaje está vigente porque las estadísticas nos
muestran que estamos pastoreando una generación del desamor: hijos abandonados, no deseados y maltratados en
todos los aspectos.

Al respecto podemos ver que Jesús se esforzó por cimentar en sus discípulos dos valores: el amor y el servicio,
siendo el último inspirado por el primero. Esta misma preocupación se ve en Pablo a quien debemos en gran medida
la sistematización de nuestra doctrina. El famoso pasaje de 1ra Corintios 13 deja plasmado un principio: cualquier
cosa que hagamos, independientemente de su resonancia humana, si no está inspirada por el amor, carece de todo
sentido. Lamentablemente hemos observado que el trabajo social, para algunas comunidades cristianas, no es más
que otro programa en su agenda de activismo. Y en ciertos casos lejos de responder al mandato bíblico de amor al
prójimo, se convierte en un acto de prepotencia frente al necesitado.

Nuevamente es el ejemplo de Jesús el que nos centra. Un Jesús que siente como sus entrañas se conmueven frente
al dolor de la humanidad -término griego splagjnizomai-. Un Jesús que no se siente “manchado” por la cercanía de
mujeres pecadoras, funcionarios corruptos, subversivos, enfermos y mendigos, como sí se sienten algunos frente a
los pobres y marginados. Por lo contrario el Maestro hace de esta gente su público predilecto, Marcos 12:17 “Al
oírlos, Jesús les contestó: –no son los sanos los que necesitan médico sino los enfermos. Y yo no he venido a llamar
a justos sino a pecadores”.

Uno de los seis pilares del carácter del ministro cristiano debe ser la compasión en imitación a su Maestro Jesucristo,
asegura el pastor Mizraim Esquilín en nuestra Escuela Bíblica Generación de Conquista: “Jesús siempre sentía
compasión de la gente (Mateo 9:36; 4:14; 15:32; Marcos 6:34; 8:2) más no es así por su mismo (Mateo 16:22-
23); carácter sin este pilar, no es carácter cristiano”. Una apreciación similar hace el apóstol Juan: “Pero el que tiene
bienes en este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo morará el amor de
Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra, ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1ra Juan 3:17).

También en el escenario de Generación de Conquista, el misionero Eliezer Lira nos exhortó en su charla sobre
Misiones Urbanas a dolernos por la necesidad de nuestro entorno: “Vivimos en días aparentemente buenos, la
tecnología nos ayuda, hay templos confortables, pastores llenos de la gracia de Dios. A veces, esta temperatura
espiritual nos ha convertido en irresponsables porque nuestro corazón está colmado de bendición y siempre quiere
más, olvidando la necesidad del vecino drogado, la adolescente embarazada, la madre con un hijo preso, la viuda
que perdió a su esposo trágicamente. Pocos nos hemos detenido a pensar que éste también es un campo
misionero que Dios en su infinito amor quiere conquistar”.

Una pregunta que puede surgir a estas alturas es quiénes merecen nuestra compasión. La merecen todos aquellos
que, por motivos de las estructuras sociales, no tienen la posibilidad de superar su condición; pero también la
merecen quienes por decisiones equivocadas han caído en un estado de indefensión. Jesús lo hace evidente cuando
expresa su misión (Lucas 4:18-19). Pero también amplía la dimensión de la ley, que aunque protegía al débil, era
implacable con el que sufría por cuenta de su pecado; para ello utiliza la parábola del hijo pródigo que exalta la
actitud del padre amoroso que perdona y restaura, sobre la del hermano mayor que despiadadamente pide justicia;
una justicia hipócrita que fue muchas veces recriminada por el Maestro a los líderes religiosos de su época. La
“ortocardia” debe estar por encima de la ortodoxia y ortopraxis diría mi amigo Valverde citado anteriormente.
Ahora bien, no basta con hablar de compasión o amor, hay que articularlo con acciones de servicio (Kerigma,
Koinonía y Diaconía) como lo expresa René Padilla en su libro “Discipulado y Misión”. Es un hecho que los cristianos
del primer siglo entendieron la necesidad de mantener ligada la predicación con el trabajo social, como él lo asegura
y como lo explicamos anteriormente. Un ejemplo que se destaca es el de Dorcas, quien no se conformó con sentir
lástima por la gente necesitada y darle una limosna, sino que se daba a sí misma con su amor, tiempo y recursos
(Hechos 9:36-42) lo cual le valió el aprecio de quienes la rodeaban y la conversión de muchas personas. Si la iglesia
no sirve pierde su identidad de ser el cuerpo de Cristo.

Existe el temor de que si nos involucramos demasiado en este tipo de servicio nos distraigamos de la evangelización.
A esta inquietud Stephen Charles comenta que una de las grandes barreras para la evangelización ha sido el fracaso
de los cristianos en tener relaciones significativas con los no cristianos y aconseja la acción social como un vínculo
que facilita la tarea evangelizadora, pues coloca a la Iglesia justo en el lugar donde debe trabajar, es decir en el
mundo.

PAN Y BIBLIA | Parte 2 ¿Cómo realizar la tarea social?

Por José Satirio Dos Santos | 1 julio, 2013

En la primera entrega hemos dado las bases por las cuales la Iglesia debe involucrarse en la labor social. En esta segunda
entrega nos dedicaremos a la praxis: como cumplir el mandato, siguiendo el ejemplo de Jesús y haciendo realidad el anhelo del
ministerio integral de Su Iglesia en la tierra.

El por qué trabajar en lo social y cómo hacerlo son las preguntas sobre las cuales quiero basar mi reflexión.
Agradezco de antemano a teólogos y ministros que han buscado posicionar el tema en las últimas décadas,
exhortándonos a recordar la misión integral de la Iglesia. Varios de sus postulados y experiencias los encontrará
usted aquí junto con mi cosecha particular.

CÓMO REALIZAR LA TAREA

“Bienaventurado el que piensa en el pobre, en el día malo lo librará Dios” Salmo 41:1

Pasemos ahora al terreno de lo práctico y cómo realizar un trabajo social significativo. Seguramente mis consiervos
tendrán un sinnúmero de experiencias e ideas al respecto y espero que mis apreciaciones sirvan para enriquecer ese
patrimonio.

Algunos cristianos no priorizan en sus agendas la obra social porque, aplicando una hermenéutica errada de Marcos
14:7 “A los pobres siempre los tendrán con ustedes”, han entendido que de alguna manera la pobreza es legítima. La
segunda parte del versículo “y podrán ayudarlos cuando quieran”, al igual que el mensaje completo del evangelio,
contradice esta posición como ya lo demostramos en la primera parte de este escrito. Entonces cualquier excusa
para relegar la atención social en nuestras agendas ministeriales queda inhabilitada. La afirmación del Maestro debe
ser interpretada entonces como un llamado a posicionar un tema que siempre será constante, no por Su voluntad,
sino por la condición pecaminosa del hombre. Desde ese punto de vista es necesario “pensar” qué lugar hemos dado
a este trabajo dentro de nuestros programas, eventos y empresas.

Desde que llegué a Colombia entendí este principio. Lamentablemente en esa época el evangelio era relacionado
con ignorancia y miseria, pues se pensaba que éstas eran sinónimos de humildad. Pensar y trabajar por una iglesia
que saliera de la periferia y se ubicara en lugares centrales, enseñar a los nuevos convertidos a crecer integralmente
en lo espiritual y en calidad de vida y cambiar la mentalidad de pedir por la de dar, han sido premisas de nuestro
ministerio. Algunas estrategias para transformar el pensamiento -en este sentido- han sido:

1. Posicionar el tema social en la vida de la Iglesia

“Mejorar la calidad de vida de sus miembros, y de la comunidad de su entorno, mediante una adecuada orientación
espiritual, social y empresarial”, es uno de los cinco objetivos de nuestra iglesia Centro Cristiano. Este objetivo está
allí plasmado para que en cualquier lugar donde llegué nuestro ministerio se tenga en cuenta el elemento social,
como parte de la identidad que tenemos como iglesia significativa.

¿Está el tema social dentro de la declaración de la identidad de su iglesia?


Predicar periódicamente sobre el deber cristiano de la ayuda social es otra manera de posicionar el tema. He notado
con preocupación que algunas verdades del evangelio dejan de ser predicadas porque han sido tergiversadas por
grupos contrarios a nuestros principios. Es el caso de la defensa del débil, que ha sido excusa para grupos armados
y aún tendencias teológicas equivocadas. Al otro lado, el temor a la generación de riquezas por relacionarlo con
nueva era o movimientos de prosperidad egoísta. Tenemos la Palabra de Dios que es nuestra guía, no podemos
ceder nuestro mensaje a otros que lo manipulen a su acomodo, debemos ser fieles al mandato de “llevar las buenas
nuevas”.

Tengo como estrategia preparar series de mensajes que proclamen este mensaje integral. Recientemente, por
ejemplo, abordamos la serie basada en Jeremías: “¿Qué ves?” sobre la importancia de contextualizar el mensaje a
las necesidades para lograr mayor impacto. Mantenemos también una reunión semanal para profesionales, hombres
y mujeres de negocios, cuyo propósito es enseñar sobre los principios bíblicos aplicados al crecimiento financiero.

2. Sensibilizar a los diferentes grupos de la Iglesia

No se trata de resolverle la vida a todo el mundo, más bien es un asunto tan sencillo como sentir dolor ante lo que
ocurre en la sociedad de hoy, como lo dice Stephen Charles. En nuestros cultos generales, ayunos, capacitaciones,
siempre este tema debe ser recurrente. Ya lo dijo John Stott: “El primer contacto del amor cristiano con la acción
social, es una sencilla y pura compasión”.

Un gran desafío en este sentido es enseñar a la iglesia a convivir con personas marginadas, lo que René Padilla
denomina “metanoia”. Tal vez habrá poblaciones más fáciles que otras, pero ninguna puede ser excluida, para
algunas de esas personas somos su última esperanza. Drogadictos, prostitutas, delincuentes, homosexuales,
corruptos, llegarán a nuestras puertas y necesitamos preparar a los miembros de la iglesia para que no los
discriminen, sino que vean en ellos a los futuros pastores, evangelistas, maestros, profetas.

Puedo dar testimonio que muchos de nuestros líderes y pastores vienen de haber sido marginados de la sociedad y
ahora son agentes de cambio. Cristian y Ángel son un ejemplo; cuando nuestro Ministerio Carcelario los encontró,
estaban cada uno sentenciado a más de 100 años de cárcel por sicariato y otros delitos. Su encuentro con Jesucristo
produjo cambios impresionantes que los llevaron a ser reconocidos por las autoridades y sus penas fueron
perdonadas. Ellos se han dedicado ahora a resarcir a la sociedad del mal que hicieron; en el caso de Cristian con el
plan “El Crimen no Paga”, mediante el que visita entidades educativas con campañas preventivas. Ángel por su parte,
regresó al barrio donde entrenaba menores de edad para el terrorismo y se ha dedicado a pedir perdón a estas
familias. Vale decir que ambos son predicadores fervientes del evangelio y fructíferos ganadores de vidas para Cristo.

3. Destinar espacios físicos para desarrollar el trabajo social

Con inmenso esfuerzo, y principalmente la ayuda de Dios, hemos logrado levantar más de un centenar de templos y
unidades de evangelismo en nuestra región. Un favor he pedido a cada uno de los obreros que me ayudan en cada
sector y es que estos espacios sean aprovechados en su máximo potencial. Es así que nuestra iglesia madre, por
ejemplo, alberga además del templo, el colegio, la escuela de música, un instituto de capacitación y actualización
empresarial, la cooperativa y el seminario bíblico, entre otros. Tenemos congregaciones que reciben durante el día
cientos de niños en los denominados “Centros de Desarrollo Integral y Comedores Infantiles”. Además hemos
adquirido propiedades para que funcionen casas-hogar para niños y adultos mayores abandonados y fundaciones a
favor de la mujer. Si el Señor nos ha permitido tener lugares para que le adoremos, no los subutilicemos,
aprovechémoslos para llevar a todas horas las buenas nuevas a los que sufren.

4. Servir con nuestros talentos

“Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a
fin de que las pongamos en práctica”. Efesios 2:10.

¿Para qué estoy en la tierra? Es una pregunta que ha logrado posicionar muy bien el pastor Rick Warren con su
valiosa enseñanza sobre vida con propósito. Y entre los objetivos descubiertos por él, a la luz de la Palabra, está
precisamente el servicio a través de los talentos. Debe ser trabajo permanente de la iglesia ayudar a sus miembros a
descubrir cuáles son sus talentos y motivarlos a ejercitarlos en beneficio tanto de sus hermanos en la fe, como de la
comunidad en la que se encuentra.

Una figura muy hermosa que trabajamos en las iglesias es el voluntariado. En el caso de nuestro ministerio, mujeres,
jóvenes, niños, empresarios y membresía en general, son invitados a participar con sus dones en todos los campos
de la Iglesia aun en el servicio social. Como fruto de ello han nacido fundaciones, asociaciones, cooperativas y
grupos informales, integrados en gran parte por personal voluntario.

Aquí es importante subrayar que veo con beneplácito como muchos de nuestros jóvenes han decidido estudiar
carreras profesionales orientadas al servicio social. Soy el primero en apoyarles y aclararles que no sólo se sirve a
Dios a través del ministerio, sino que el Señor puede también brillar por medio de sus profesiones. Esto no significa
que desee menos pastores pues ¡aún la mies es mucha y los obreros pocos! Lo que quiero es que también haya
médicos, trabajadores sociales, maestros, administradores de lo público, industriales, científicos y artistas que vean
sus profesiones, no sólo como un escalón para el éxito personal, sino como la manera de llevar los beneficios del
reino a todas las instancias.

A ciertas personas Dios les ha dado, como dones, las riquezas. Para ellos también la invitación es a no caer en la
trampa de la ambición y el consumismo, sino que puedan verse como mayordomos cuya función es administrar los
recursos a favor de la voluntad de Dios, como es el servicio a los menos favorecidos. “Dios nos ha llamado a ser
productores de abundancia y liberadores de riquezas para el Reino de los Cielos”, ha sido uno de nuestros lemas.

Cierro esta parte con una frase de mi amigo el pastor Eduardo Sánchez, directivo nacional de las Asambleas de
Dios: “Los pastores no pueden hacer la tarea del púlpito y de las mesas al mismo tiempo. Al igual que en la iglesia
primitiva, se requiere de ayudantes, que en el día de hoy pueden ser estos voluntarios, profesionales y hombres y
mujeres de negocios.”

5. Promover el desarrollo económico y los negocios como alternativa a la pobreza

“Las manos ociosas conducen a la pobreza; las manos hábiles atraen riquezas.” Proverbios 10:4

Vez tras vez hemos dicho que “es mejor enseñar a pescar que dar el pescado”; sin embargo, muchas de nuestras
estrategias sociales siguen dirigidas al asistencialismo más que a soluciones de largo plazo y en las cuales los
beneficiarios sean protagonistas. Como resultado, observamos en muchos casos que crecen fenómenos como la
dependencia y la ociosidad.

Una excelente alternativa en este sentido es trabajar en el desarrollo económico. David Befus, consultor económico y
misionero, asegura en su libro “Negocios para el Reino” que la Iglesia ha trabajado por muchos años en diversas
formas de ayuda social, especialmente en la asistencia humanitaria, educación, rehabilitación y cuidado de personas
en riesgo; no así en la generación de recursos a través de los negocios, debido a que algunos sectores se oponen a
ello por considerarlo contrario a los principios bíblicos. Desconocen estas corrientes que lo que condena la palabra es
el amor a las riquezas y que quien da el poder para hacer las riquezas es Dios: “Mas acuérdate del Señor tu Dios,
porque Él es el que te da poder para hacer riquezas, a fin de confirmar su pacto, el cual juró a tus padres como en
este día.” Deuteronomio 8:18.

El Dr. Befus nos ofrece dos alternativas de desarrollo económico que ayudan a la gente pobre a obtener empleo o a
incrementar sus ingresos: la incubación de negocios y las microfinanzas. Por la naturaleza de este artículo no
podemos abordar en profundidad cada modelo, pero básicamente diremos que el primero consiste en conseguir
capital-semilla para crear un negocio que es administrado por personas de escasos recursos y en la medida en que
ellos demuestran su capacidad, éste pasa a ser de su propiedad; mientras que las microfinanzas tienen que ver con
pequeños préstamos a personas que no tienen acceso al sistema bancario por su condición económica, las cuales
reciben capacitación y asesoría permanente hasta que sus negocios son rentables. La experiencia del misionero
Befus en diferentes ciudades de nuestro continente ha mostrado la efectividad de estos modelos cuando se aplica
debidamente.

Un beneficio adicional de esta propuesta es que “la persona cambia su mentalidad de pobreza, rescata sus valores y
entiende que es capaz de convertirse en autogestionador de su desarrollo y mejoramiento de su calidad de
vida” como lo asegura Adriana Bernal del área social de las Asambleas de Dios de Colombia.

En Cúcuta hemos tenido una experiencia similar con algunas de nuestras instituciones. La Cooperativa Coobethel
ofrece como parte de sus servicios la asesoría empresarial y los préstamos de libre inversión; uno de los logros que
más nos han causado satisfacción ha sido liberar a personas que estaban esclavas del crédito denominado
“cuentagotas” (una modalidad informal que presta dinero con elevadísimos intereses que son cobrados diariamente)
muchos han quebrado y aún se han quitado la vida porque este cáncer los consume. También nuestro Instituto para
el Trabajo y Desarrollo Humano habilita las personas para trabajar y actualiza los que están laborando; y nuestro
Centro Misionero Vida, cadena de negocios cuyo objetivo principal es apoyar las misiones, se ha convertido en
generador de capacitación, empleo y ayuda social.

No podemos negar la ayuda humanitaria a quien la necesite, por eso es necesario mantener las entidades que la
realizan. Pero debemos proyectarnos a soluciones de largo alcance como la creación de opciones de negocios para
ayudar a las personas a superar su pobreza, seguramente ellos agradecerán muchísimo más esta ayuda que
cualquier donación. Dios, por su parte, nos dará la creatividad para hacerlo y traerá las personas indicadas para
asesorarnos.

6. Ejercer incidencia política

“El pueblo que conoce a su Dios se esforzará y actuará”. Daniel 11:32

Algunos cristianos rehúsan escuchar cualquier tema que tenga que ver con política y es que lamentablemente el
significado de la palabra se ha venido degradando. Pero si nos vamos a su esencia, sin ningún matiz ni prevención,
encontramos que la política es el arte que ejercen los pueblos para dirigir su futuro. Desde esa perspectiva podemos
pensar que la Iglesia puede hacer mucho más en este campo.

Más allá de la participación electoral, que es el espacio más cercano a los ciudadanos comunes y corrientes, el
ámbito político ofrece una amplia gama de posibilidades de participación. La que sigue sólo es una reflexión sobre el
papel de la iglesia en la esfera pública, expuesta con el deseo de que se traduzca en incidencia, esto es, en una
influencia concreta de las comunidades que conforman el pueblo que ha puesto sus esperanzas en la justicia del
Reino Dios. Esperanza que nos empuja a luchar por un mundo mejor, el cual, en efecto, es posible (Éxodo 3:6-9).
Jenny Neme, especialista en el tema, será nuestra referencia para esta reflexión.

Empecemos por decir que la incidencia política es la capacidad de influir sobre aquellos que toman decisiones a
través de una estrategia elaborada participativamente y cuyo fin es hacer evidente el poder de las personas a través
de procesos planificados y la misma acción de los individuos y/o las comunidades. Uno de los mejores aprendizajes
de la incidencia política es entender que quienes están en instancias de tomas de decisiones no son solamente los
que tienen el poder, sino que cada uno de nosotros tenemos una porción de poder, pero necesitamos descubrirlo y
potencializarlo.

Sobre el valor trascendental de esta incidencia en el campo de la ayuda social me llama la atención la reflexión que
hace Stephen Charles Mott, citado anteriormente: “Llega un tiempo cuando el amor no solamente venda las heridas,
sino que se esfuerza por acabar con el ataque. ¿Habría sido perfecto el amor del buen samaritano que descendía por
el camino de Jerusalén a Jericó si cada vez que encontraba personas heridas no hacía nada con respecto a los
asaltantes? El amor espontáneo y sencillo, que sigue los dictados de su propia preocupación por los necesitados,
crece a una preocupación por la estructura formal de la sociedad. Se expande de la atención de individuos como
tales, a la interacción de los grupos en los cuales los individuos están atrapados”.

Algunos enfocan la incidencia política para influir en el cambio de políticas públicas, es decir cambiar las leyes. Por
ejemplo, para algunos cristianos de Colombia fue muy importante haber participado en el proceso de la constituyente
del ‘91, cuando se estaba gestando la nueva Constitución Política de la nación; si estos hermanos no hubieran
estado allí, hoy no tendríamos la ley de libertad religiosa y de cultos. Pero debemos destacar también que el tema de
la incidencia política tiene que ver igualmente con hacer veeduría a ciertas leyes o normas que deben estar
caminando, o al desarrollo de programas.

Un gran peso nos hemos quitado en el Centro Cristiano cuando entendimos este mecanismo, pues diariamente
recibíamos un sinnúmero de personas que buscaban apoyo y no teníamos recursos suficientes para responderles.
Nuestros profesionales del Área de Trabajo Social se dieron a la tarea de averiguar los beneficios que daba el Estado
para auxiliar las diferentes víctimas y han enfocado su trabajo a asesorar a las personas para que puedan acceder a
ellos.

Sea este el momento para resaltar que la Iglesia no está para quitarle al Estado su responsabilidad de velar por el
bienestar de sus ciudadanos como es el deber de los estados modernos (vale decir que la iglesia le ahorra
cantidades astronómicas al estado con esta ayuda que presta), pero por solidaridad entra cuando éste falla, bien sea
por incapacidad, corrupción o cualquier otro motivo.

¿Cuáles son los retos y oportunidades que tiene la iglesia entonces en este campo? Por un lado, los evangélicos
hemos crecido en Latinoamérica y también crece nuestra responsabilidad para influir en la sociedad, estamos
obligados a convertirnos en actores sociales y constructores de ciudadanía, lo cual implica construir una visión de
nación y continente. Las clases dirigentes nos buscan muchas veces sólo para tener nuestros votos, pero debemos ir
más allá, tenemos que tener propuestas sólidas que contengan los valores del Reino de Dios. En segundo lugar, es
interesante notar que la iglesia tiene una presencia extendida a través del territorio nacional inclusive en las zonas
rurales, lo cual le ha permitido tener una proximidad a la población en situación de sufrimiento. Los líderes de iglesias
y autoridades eclesiásticas se han convertido en guías y acompañantes en momentos de crisis. Esa presencia,
dedicación y cercanía ha legitimado a las iglesias y les permite tener una voz válida en el momento de intervenir ante
las diversas autoridades.

Ahora bien, hay algunos elementos que son importantes para la incidencia política. Primero, es necesario construir
propuestas que tengan un soporte ético que posea como escala de valores la defensa de la vida, la promoción de la
justicia y la solidaridad, para luego levantar la voz sobre un tema específico que obligue a una respuesta del Estado o
de la organización que le corresponda. Así avalaremos el calificativo que se nos ha dado como “la reserva moral de
la sociedad”.

Segundo, debemos encontrar otras organizaciones con las que tengamos puntos comunes y hacer alianzas
estratégicas para que la agenda pública vea una iglesia que es capaz de caminar con otros para construir país.
Asimismo tenemos que ser un conector institucional como nos lo aconseja el Superintendente Nacional de las
Asambleas de Dios en Colombia, pastor Héctor Buitrago: “Existen objetivos de desarrollo social, problemas a
solucionar o necesidades a satisfacer en nuestras comunidades, existen recursos disponibles a nivel estatal y privado
para lograrlo; pero para captarlos debemos formular proyectos de inversión social serios, bien trazados, técnicamente
viables, sostenibles en el tiempo y concertados con las comunidades menos favorecidas. La iglesia en este sentido
debe convertirse en una captadora y canalizadora de recursos”.

Tercero, es importantísimo fortalecer las capacidades del liderazgo; la comunidad evangélica debe empoderar
actores políticos y sociales que pueda sostener a nivel local, regional y nacional.

Hemos hablado de sentir compasión por el pobre, servirle con nuestros talentos y promover programas de desarrollo
económico a su favor; sin embargo, tenemos que reconocer que para avanzar significativamente en la solución de
sus problemas se debe ir más allá, de ahí la importancia de la propuesta sobre la incidencia política, pues ésta va
para remover estructuras que están limitando el acceso equitativo a los recursos de nuestras naciones. Al respecto,
Proverbios 13:23 dice: “En el campo del pobre hay abundante comida, pero ésta se pierde donde hay injusticia”.

Finalmente un llamado de Richard Ramsay en su libro Integridad Intelectual: “Los cristianos debemos participar en
cada aspecto de la cultura y la sociedad para transformarla. El Reino de Dios no está limitado a la Iglesia, pero la
Iglesia es el instrumento humano para seguir estableciendo el Reino, y la Iglesia es un modelo de lo que toda la
sociedad debía ser.”

PAN Y BIBLIA | Parte 3 Reflexiones finales

Por José Satirio Dos Santos | 8 julio, 2013

En la primera entrega hemos dado las bases por las cuales la Iglesia debe involucrarse en la labor social y en la segunda nos
dedicamos a la praxis: como cumplir el mandato, siguiendo el ejemplo de Jesús y haciendo realidad el anhelo del ministerio
integral de Su Iglesia en la tierra.
Me permito cerrar mi comentario con algunas recomendaciones finales que considero importantes para la efectividad del trabajo
social desde la Iglesia.

No sólo se debe atender al pobre de escasos recursos, hay que tener en cuenta otras clases de pobreza. Dios
tiene una preocupación especial por cualquier persona necesitada sea que sufra emocionalmente, tenga problemas
familiares o cualquier tipo de marginación.

Sirvamos primero a los de la familia de la fe. La palabra nos establece esta prioridad: “Por lo tanto, siempre que
tengamos la oportunidad, hagamos bien a todos, y en especial a los de la familia de la fe.” Gálatas 6.10.

No nos podemos limitar a la ayuda social, hay que entregar el evangelio. David Befus nos alerta de este
peligro: “Si proporcionamos a los necesitados ayuda material que los enriquecerá, pero no compartimos el mensaje
de salvación, corremos el riesgo de ayudarlos a seguir camino al infierno, aunque a buen estilo.”

Niños y jóvenes deben ser vinculados a estos programas. Las nuevas generaciones deben ser promotoras de
cambios y perpetuadores de los valores del Reino.

No desanimarse a pesar de los fracasos. El trabajo social no es fácil, y a veces trae sinsabores, porque las
comunidades son disfuncionales, no hay acceso suficiente a los recursos y a veces somos atacados. A pesar de
cualquier dificultad no debemos abandonarlo, Dios es nuestro inspirador y nos ayudará a ser creativos para superar
cualquier obstáculo.

No debemos menospreciar las pequeñas acciones. Existen acciones que puedan ser la semilla de grandes
cambios. Por ejemplo, una mujer pidió que en lugar de traer flores para el sepelio de su esposo, la gente donara para
fundar un hogar de refugio, y un estudiante propuso a sus compañeros cristianos asear los baños de su universidad
pública como un primer paso para un proceso de incidencia política.

Enseñar el principio del dar. No podemos privar a las personas de los beneficios de ley de “dar y recibir”: “Den, y se
les dará: se les echará en el regazo una medida llena, apretada, sacudida y desbordante. Porque con la medida que
midan a otros, se les medirá a ustedes”. Lucas 6.38. Ésta es una de las leyes que me apasiona enseñar porque he
visto como quien la practica, le quiebra la columna vertebral a la miseria. Por muy pobre que sea alguien, siempre
tendrá algo que dar.

En conclusión, la Iglesia debe ocuparse del trabajo social porque es un tema prioritario en la Biblia, una manera de
manifestar la presencia del Reino de Dios en medio nuestro, una exigencia primaria en el crecimiento eclesial y sobre
todo una expresión del amor divino manifestado en el servicio. Y cómo hacerlo, tomando tiempo para pensar en el
pobre, servirle con nuestros talentos, promover el desarrollo económico y los negocios como alternativa a la pobreza
y aprovechar los espacios que ha ganado para ejercer incidencia política y ser así protagonista de la transformación
de nuestro continente. ¿Y qué más queda? Agregar la humildad de quienes después de haberlo hecho todo, pueden
decirle a su Señor: “Somos servidores inútiles porque no hemos hecho más que cumplir con nuestra
obligación” Lucas 17:10.

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