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El Jesús que hasta ahora hemos conocido es un solitario. Por eso se define el
período de su infancia y juventud como el de su vida “oculta”. Pero a partir del su
bautismo comienza su vida “pública”.
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Se denomina “vida pública” al período de aproximadamente 3 años en los cuales Jesús se dedicó a
predicar al pueblo lo referente e Él y su Padre Dios. Después de treinta años de vivir una vida sencilla, de
trabajo, de familia en Nazaret, Jesús emprende el camino.Deja todo atrás y comienza su aprición pública.
Tres años dedicados a cumplir su misión, predicando, curando, enseñando. Ha llegado el momento de
anunciar el Reino de Dios, de dar las pistas necesarias para alcanzar la salvación. Este segmento de la
vida de Jesús es la que mas narran los evangelios.
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P. David Rogani. Apuntes de Teología II- 2020
Pero a partir de este llamado que Jesús les hace, ya no van a separarse. La
decisión de los apóstoles de seguirlo no debió de ser tan sencilla como suponemos.
Buena parte de ellos estaban casados. El celibato no era corriente en la vida ordinaria de
los judíos. Muchos de los apóstoles tendrían, pues, familia, trabajos, etc. A más de uno
debió de acorralarlo la risa de su mujer cuando contara su «hallazgo» del Mesías. ¡Estos
galileos siempre tan soñadores! Seguramente no era ésta la primera vez que Pedro o
Juan se encandilaban tras uno de los abundantes profetas o personajes de la época. No
debemos pensar que fue sencillo el que ellos lo dejaran todo y fueran tras Él. En primer
lugar, por lo inusitado de la invitación. En la Palestina de aquel tiempo un predicador
jamás invitaba a sus oyentes a seguirlo.
Jesús señalaba una tarea para la que era necesario dejar toda la vida anterior.
Una tarea que, además, se presentaba como profundamente enigmática: iba a hacerlos
pescadores de hombres. Pero no hicieron preguntas. Jesús había crecido de tal modo en
sus almas, que ya sabían que harían por Él todo lo que les pidiese, hasta la mayor
locura. Por eso Andrés y Pedro dejaron sus barcas y sus redes tal como estaban; por
eso Santiago y Juan dejaron sin palabras a su padre y a sus empleados...y
“abandonándolo todo lo siguieron” (Lc 5,11; Mt 4,18-22).
De todos los llamados hechos por Jesús, el que más se distingue de los demás es
el de Mateo, que en nada parece encajar con los restantes del grupo (Mt 9,9). Practicaba
el más sucio de los oficios, el de publicano. Como vimos en el apunte el año pasado, ser
publicano suponía no sólo sacar dinero a sus compatriotas y ser un verdadero usurero,
sino que incluía, sobre todo, el haberse vendido a los paganos y ayudar a llenar las
arcas romanas con el sudor del pueblo de Israel. Es fácil imaginar la repulsión con que
los demás apóstoles —fanáticos patriotas— recibieron a este traidor a sus ideas más
sagradas. Pero hay un misterio en la figura de Mateo: no encaja su oficio con el
testimonio de su evangelio, que ha sido designado como el evangelio del
patriotismo. Efectivamente: ningún otro subraya tanto las virtudes del pueblo judío,
ninguno tiene tan vivo el recuerdo de la historia de su nación. Muchas veces Mt regresa
al pasado para citar a Isaías, Jeremías, Daniel, Miqueas u otros pasajes de la historia del
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P. David Rogani. Apuntes de Teología II- 2020
pueblo de Israel y sus protagonistas. Habría que concluir entonces que Mateo amaba a
su patria mucho más de lo que su oficio parecería indicar. O mucho cambió en su
contacto con Jesús y los demás apóstoles.
Acerca de cómo fue el encuentro de Jesús con algunos otros de sus apóstoles
nada sabemos. Eran probablemente amigos o conocidos de los primeros elegidos y
fueron progresivamente acercándose a Jesús. Incluso el grupo era inicialmente bastante
más grande.
Pero más tarde, se fija definitivamente en Doce. Y Jesús rodea de solemnidad el
momento. La noche antes de la selección definitiva, la pasa entera en oración, como en
otros grandes momentos de su vida (Lc 6,12-16). Jesús está eligiendo sus Doce testigos,
las doce columnas de su Reino, de su Iglesia. Mt, Mc y Lc trasmiten cuidadosamente el
momento y las listas de estos Doce.2 Al comienzo de las tres aparece primero Pedro, de
cuya primacía nunca dudan los evangelistas.
Y se formula ahora la gran pregunta: ¿por qué elige a estos
Doce, precisamente a estos doce?
Socialmente carecen de todo peso y de todo influjo, son, literalmente,
«insignificantes».
Intelectualmente, son poco menos que analfabetos y más bien duros de
entendimiento (Lc 24,25).
Tampoco religiosamente son seres excepcionales: egoístas, codiciosos, amigos
de pelear por pequeñeces. Natanael espiritualmente parece comprometido, otros
son amigos de los sumos sacerdotes como Santiago y Juan. Los demás son
apenas creyentes.
Políticamente son una extraña mezcla: junto a algunos claramente violentos y
sin duda pertenecientes al grupo de los zelotes, está Mateo el colaboracionista
con Roma.
¿Es que no había en todo el pueblo de Israel hombres de más categoría, de más
peso?
Desgraciadamente los evangelios ofrecen tan pocos datos sobre la personalidad de cada
uno de ellos que es imposible hacer una galería personal con sus retratos. Pedro tiene la
personalidad más recia del grupo y es un hombre de una sola pieza. Tiene evidentes
condiciones de líder, tanto en su pasión por las grandes tareas, como en su incapacidad
para ocultar sus propios defectos. Es vehemente, orgulloso, terriblemente seguro de sí
mismo. De los otros once tenemos pocos pasajes en que son caracterizados.
Sin embargo, aparece en escena uno que va a tener un rol determinante. Se trata
de Judas, el traidor. Los evangelistas le colocan siempre último en la lista de los Doce.
Y en todos los casos con la frase de que sería él quien traicionara y vendiera a Jesús. De
este misterioso apóstol quizás volvamos a hablar más adelante cuando se acerque la
pasión. Existen complicadas interpretaciones que han surgido en torno a su persona.
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La lista de estos Doce se encuentra en Mc 3,13-16; Mt 10,1-4 y Lc 6,12-16. Bartolomé es también
llamado Natanael en Jn, Mateo es también llamado Leví; Pedro es llamado Simón o Simón Pedro o
Cefas. Judas es llamado también Tadeo, se diferencia de Judas Iscariote el traidor (¡había dos Judas!) y
Santiago el hermano de Juan (hijos de Zebedeo) se diferencia de Santiago hijo de Alfeo (¡también había
dos Santiago!). El primero también es denominado el Mayor, y el segundo el Menor. Además de Simón
Pedro, el principal de ellos, tenemos a otro Simón llamado el zelote o el cananeo.
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P. David Rogani. Apuntes de Teología II- 2020
Hoy daríamos oro por conocer la interioridad de Judas y los móviles que lo condujeron
a la traición final.
Eran doce personajes sin relieve. Tal vez, doce diamantes en bruto, porque
personalidad no les faltaba. Pero muy lejos todos ellos de la categoría de lo que se les
iba a encomendar. ¿No pudo Cristo encontrar en su país, en su tiempo, doce
compañeros de mayor calibre? ¿Por qué los eligió precisamente a ellos? Hay en el NT
una especie de sinceridad y realismo a la hora de contar los defectos de los apóstoles.
Nada se oculta de sus incomprensiones, de sus cobardías. Los Hechos de los apóstoles
nos los presentan como personas poco instruidas y sin cultura (4, 13). ¿Qué grupo
social, qué clase política dibujaría así a sus líderes?
Pero aquí el liderazgo poco tiene que ver con la inteligencia o la ideología. Con
estos Doce, nace la Iglesia. La Iglesia, la “institución” como nostros le decimos, la
Iglesia que el mismo Jesús quiso desde el comienzo. La Iglesia, falible desde el pricipio,
con la elección de estos Doce, sumamente falibles y mediocres. Sin embargo, poco
después de subir al cielo, estos Doce encenderían el mundo; llevarían adelante la
aventura más perdurable de la historia humana. Con «éstos» se redimirá el mundo;
sobre ese barro se asentará la fe que llegó hasta nosotros hoy y hasta el último rincón
del mundo.3
El Papa Benedicto resume de manera eminente este vínculo entre Jesús y su
Iglesia fundado en el dato de la elección y misión de los Doce:
“Los doce Apóstoles son así el signo más evidente de la voluntad de Jesús respecto a la
existencia y la misión de su Iglesia, la garantía de que entre Cristo y la Iglesia no existe ninguna
contraposición: son inseparables, a pesar de los pecados de los hombres que componen la Iglesia. Por
tanto, es del todo incompatible con la intención de Cristo un eslogan que estuvo de moda hace
algunos años: "Jesús sí, Iglesia no". Este Jesús individualista elegido es un Jesús de fantasía. No
podemos tener a Jesús prescindiendo de la realidad que Él ha creado y en la cual se comunica.
Entre el Hijo de Dios encarnado y su Iglesia existe una profunda, inseparable y misteriosa
continuidad, en virtud de la cual Cristo está presente hoy en su pueblo. Es siempre contemporáneo
nuestro, es siempre contemporáneo en la Iglesia construida sobre el fundamento de los Apóstoles, está
vivo en la sucesión de los Apóstoles. Y esta presencia suya en la comunidad, en la que él mismo se da
siempre a nosotros, es motivo de nuestra alegría. Sí, Cristo está con nosotros, el Reino de Dios viene”. 4
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Una excelente catequesis sobre la elección de los Doce se puede encontrar en un discurso del Papa
Benedicto XVI, contenido en el siguiente enlace:
http://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/audiences/2006/documents/hf_ben-
xvi_aud_20060322.html
San Juan Pablo II señala de manera perfecta la misión de los Doce en la siguiente catequesis:
http://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/audiences/1992/documents/hf_jp-ii_aud_19920701.html
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Cfr. Benedicto XVI, Audiencia General, Ciudad del Vaticano, miércoles 15 de marzo de 2006. En estas
palabras del Papa hay una respuesta al por qué no se puede separar a Jesús de la Iglesia, como a veces
suele pregonarse: “Creo en Jesús, pero no en la Iglesia”...o sí a Dios pero no a la religión ni a la Iglesia
ni a la institución o a los hombres. ¿Cómo rechazar la comunidad de fe fundada por el mismo Jesús si
responde a su voluntad contar con hombres, aunque éstos sean pecadores?
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P. David Rogani. Apuntes de Teología II- 2020
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P. David Rogani. Apuntes de Teología II- 2020
“El Reinado de Dios es el núcleo central de toda su predicación, la convicción más profunda, la pasión
que anima toda su vida, el eje de su actividad. Todo está subordinado a la idea del Reino de Dios y todo
adquiere su unidad, su verdadero significado y su fuerza apasionante desde la realidad de este Reino. Si
no comprendemos su contenido y no descubrimos la fuerza y el atractivo de su llamada, corremos el
peligro de comprender muy poco sobre Jesús”.
Pero...¿qué quiere decir Jesús cuando habla del Reino o del Reino de los Cielos?
¿Cuál es y en qué consiste ese Reino que anuncia? A estas preguntas responderá Jesús
con todas sus palabras (sus enseñanzas, sus parábolas), con sus obras y en definitiva
con su propia persona.
3.2.1. La idea del Reino de Dios en el Antiguo Testamento
A)- La idea del Reinado de Dios ya aparecía en el AT. En éste se encuentra la
certeza de que Dios es el Señor del mundo y de los hombres. Ya sus primeros libros
explicitan ese dominio divino. El canto triunfal de los hijos de Israel después de
atravesar el mar Rojo (Ex 15,1-21) proclama a Yahvé (nombre de Dios en el AT) como
«glorioso en santidad, terrible en prodigios, autor de maravillas». Dios se manifiesta
como el que libra a su pueblo, conduciéndolo hacia la tierra prometida que es como un
símbolo de ese Reino y esa liberación (Núm 23,21; 24,8; Dt 8,14; 33,5). Y esta
protección es reconocida por los israelitas cuando, al recitar su fe, confiesan: “Dios nos
ha sacado de Egipto con mano fuerte”.
B)- Pero la designación de Yahvé como Rey no aparece sino en las secciones
tardías del AT.5 Sólo cuando Israel copia de otros pueblos las formas monárquicas
comienza a hablarse de la Realeza Universal de Dios (Mal 1,14). Dios es el Rey que se
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Recordemos que la lieratura del AT, sus libros, tienen un tiempo de redacción de casi 1000 años.
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asienta y gobierna sobre las nubes (Is 14, 14). Su trono es Sión (Sal 99, 2) 6 y sentado en
ese trono será adorado como Rey del Universo.
C)- Es en el período del cautiverio en Babilonia cuando la idea del Reino de Dios
comienza a crecer.7 Cuanto más se alejaba la realidad del reino nacional, tanto más
aguardaba Israel ese reino glorioso del final de los tiempos. Con él llegaría su
liberación.
Esta esperanza había llegado a su culminación en tiempos de Cristo. Los
historiadores comentan que cuando Jesús nació y vivió la principal preocupación de un
judío era liberarse de toda especie de dominación de los otros, a fin de que sólo Dios
sea servido.8
El tema del Reino de Dios se convierte en central para la Biblia al final del AT y comienzo
del NT. El Reino de Dios posee entonces indiscutiblemente una connotación política, en el sentido
judío según el cual la política es una parte de la religión y, en concreto, designaba la liberación de
todas las opresiones. La Realeza de Dios sobre todo debería manifestarse también políticamente. El
Mesías —para ellos— es, ante todo el que inaugurará ese Reino de Dios.
Eso sí: los judíos esperaban una liberación puramente nacionalista. Y Jesús
trajo otra infinitamente más grande y universal. Tal vez por eso desilusionó a sus
contemporáneos: porque les traía mucho más de lo que ellos pensaban.
En este momento se comprende una vez más por qué es importante conocer
la sociedad, la historia y la cultura del pueblo de Jesús, como venimos haciendo.
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El término “Sión” tiene varios significados en las Sagradas Escrituras.
Inicialmente fue el nombre de la colina en el sureste de Jerusalén en la que fue construida la ciudad del
rey David, es decir Jerusalén. De ahí algo tan repetido en la Biblia: “el monte Sión”.
Posteriormente el monte de Sión hizo referencia a la tierra prometida, a la tierra de Israel o a la
propia Jerusalén.
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Cuando el pueblo de Israel fue vencido, capturado y deportado a Babilonia, (en el año 538 a.C. a
expensas de Nabucodonosor -rey de los babilonios-), la confianza en la realeza humana decae
notablemente y se trasladan a Dios las esperanzas de verse liberados de toda dominaci ón y de todo mal.
Dios se convertirá (con el paso del tiempo y concluido el exilio en Babilonia sobre todo) en el único Rey,
y su Mesías (Ungido o Enviado) será quien salve al pueblo de toda esclavitud o atadura. O sea:
¡¡imaginemos esta esperanza de liberación en el Mesías de Dios durante casi 5 siglos!! ¡¡A ese
pueblo llega Jesús muchos años después!! ¡¡¡Y lo peor: será el Mesías derrotado en la cruz!!!
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Esta idea por ejemplo está muy presente en el islamismo, en algunos de casos hasta el extremo. Alá debe
ser adorado por todos; los que no lo adoren son paganos. De allí se pasa al concepto de “Guerra Santa”.
Ella comprende el esfuerzo y a veces la violencia para que el nombre de Alá sea reconocido.
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Por ejemplo, los zelotes que hemos estudiado el año pasado. Ellos pensaban que debían provocar, con
guerrillas, con la violencia, la intervención salvadora de Dios. Su lema era: Sólo Yahvé es Rey y a Él sólo
serviremos.
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