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Fragmentos
Fragmentos
- Como si yo no estuviera.
Solución
Fragmentos:
-Cuando por la noche daba vueltas en la cama, sintiendo cómo el cuerpo extraño se
movía en su vientre, veía sus caras encima de ella, las caras de los hombres, las
caras de los padres. Hombres sin nombre, casi siempre borrachos. No sabía cuántos
eran. Pero recordaba los ojos de alguno, tal vez las facciones o la voz, las manos, el
olor, a menudo el hedor. Todos podían ser el padre.
-De nuevo se siente sucia. Es una sensación que también se repite a menudo. Tan
dolorosa como el sueño de la venganza. Se mira las manos, la suciedad bajo las
uñas, percibe el olor a sudor de las axilas, la piel que se le descama en láminas
diminutas, casi invisibles, una capa de impureza semejante a una segunda piel…
Sabe que nunca volverá a estar completamente limpia. No existe agua que pueda
lavarla.
-Ya ha terminado todo. Está acostada boca arriba con los ojos cerrados. La cabeza
vuelta hacia un lado. No quiere ver su cara. Es su única defensa. Siente un dolor
sordo, pero no abre los ojos. No se mueve. No emite ningún sonido. El soldado
planta la bota en su pecho. «¡Vuélvete!», le ordena. S. vuelve la cabeza hacia él,
pero sin abrir los ojos. Aún no. «¡Abre la boca!», le ordena de nuevo él. S. le
obedece. Siente el chorro cálido de su orina en la cara. «¡Traga!», grita él.
«¡Traga!». No tiene escapatoria. Se traga el líquido salado. Tiene la sensación de
que no se acaba nunca y lo único que desea es morir.
- Le indica que se acerque. Le dice que ella, porque es maestra, se encargará de las
mujeres. Delante de los otros hombres le habla en un tono grosero, tuteándola. Su
voz es más profunda, como debe ser la voz de alguien que manda. Nota que está
orgulloso porque se encuentra en compañía de adultos, hombres peligrosos.
«¿Cómo encargarme?, ¿qué quiere decir eso?», pregunta ella. «Pues cuidar de que
todas suban al autobús, que ninguna se esconda», contesta el muchacho
acariciando su fusil. S. pasa por alto ese gesto. Piensa que la advertencia sobra,
¿quién se quedaría solo en el pueblo y dónde iba a esconderse? Pero no lo dice en
voz alta. Ya entonces me tragué no solo mis propias palabras, sino también mis
pensamientos, ya empezaba ese silencio en el que pronto me hundiría, al igual que
los campesinos que me rodeaban.
Después ya no está tan segura. Piensa que esas personas han entendido mucho
mejor que ella lo que está ocurriendo y por eso no han dicho nada. Ellos sí sabían
lo que iba a ocurrir, ella es la que no lo había entendido. Se siente presente un
momento y ausente al siguiente; oye los latidos de su propio corazón, pero no es
capaz de moverse ni de decir nada.
-La madre en estos casos no cuenta, piensa con amargura. Su imagen de la realidad
se hace añicos, como si esa mañana hubiese explotado la pantalla del televisor y la
guerra se Página 26 hubiera derramado sin más en su casa. Ahora, ella también
forma parte del torrente. Si quiere sobrevivir, debe obedecer a los que tienen las
armas. Su vida, igual que su muerte, ya no depende de su elección.