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aprobación expresa del grupo Traducciones Ganimedes, además esta obra


es de contenido homoerótico, es decir tiene escenas sexuales explicitas
hombre/hombre, si te molesta este tema no lo leas, además que su
contenido no es apto para cardíacos.
Jade Swift siempre ha querido a un hombre que cayera
perdidamente enamorado de él y hacerlo suyo. Él quiere ser dominado.
Cuando conoce a Marcus Wynterbourne, un hombre dominante, con una
pasión por el látigo, se enamora de él a primera vista.

Marcus es un miembro del Parlamento, gay, y tratando de vivir


tan libremente como le sea posible en 1885, cuando su sexualidad no es
tolerada y su asociación con el hermoso Jade lleva a la especulación
desenfrenada. Herido por una traición pasada, e incapaz de aceptar la
fidelidad de Jade por su naturaleza coqueta, echa a Jade de su casa.

Pero Jade ama a su Amo y sólo quiere complacerlo. Decidido,


hará lo que debe hacer para ganarse la confianza de su Amo y restaurar
su reputación que otros quieren arruinar.
Mi nuevo Amo.

Yo era hermoso en 1885, cuando la reina Victoria estaba en


el trono, y aun lo soy de acuerdo con algunos que me aman.
Recibía mucha más atención de la que merecía tanto de hombres
como de mujeres y, francamente, era vanidoso. A los dieciocho
años, era muy delgado, con la piel como un melocotón sin mancha
y mi cabello del color del sol era demasiado largo. Había crecido
en el teatro y pasé mi infancia actuando en el escenario, cantando.
Me encantaba ser el centro de atención y nunca me recuperé del
resentimiento por tener que salir de él. Para mi disgusto, mi voz
cambió a los quince años y, junto con ella, mi habilidad para
ganarme la vida. Por lo tanto en este cálido día de principios de
mayo, la sola idea de tener que asistir a una entrevista para un
trabajo que no quería en una casa en Belgravia, me tenía tan
hosco como un príncipe mimado.

Dinero, lo quería; una ocupación, la necesitaba; ¡pero


trabajo! Quería pedirle a Dios que me salvara. ¿Por qué no podía ser
rico y libre y vivir en algún lugar en el exterior donde el clima fuera
siempre cálido y a nadie le importara que yo, un niño, prefiriera a los
hombres antes que a las damas? Era un niño romántico. No puedo
contar el número de citas que he disfrutado, pero siempre había
querido un hombre que me dominara, que fuera mi Amo, que
estuviera perdidamente enamorado de mí y me hiciera suyo.
Mientras caminaba por las tranquilas calles del hermoso
barrio, imaginaba un hermoso Amo que sintiera amor y lujuria en el
momento en que pusiera sus ojos en mí. En un momento de pasión
juvenil, extendí la mano para tomar una rama de una flor rosada de
un cerezo en un jardín frente a mi paso, y la puse en mi solapa.

—Hey, ¿qué crees que estás haciendo? —Un corpulento


policía me agarró el brazo, sacudiéndome me devolvió a la
realidad. Cualquier Amo con el que podría terminar sería un hombre
viejo que no me quisiera cerca o algo más desagradable, un
caballero casado que me tratara con absoluto desprecio—. Sigue
tu camino, niño nancy1, y sal de la propiedad de otras personas —
me dijo.

—Lo siento, señor —murmuré sumisamente, refrenando las


ganas de darle una patada en la espinilla. Para el momento en el
que llegué al estudio de la casa número 9 en Belgravia y me paré
frente a un amplio escritorio de roble, mientras una anciana vestida
de seda negra me veía de arriba abajo, me sentía muy molesto.

Nunca me invitó a sentarme, ella disparaba preguntas,


mientras actuaba como si yo hubiera traído un olor a basura a la
casa conmigo y, en definitiva, me hacía sentir querer dale una
palmada en su cadavérica mejilla. Encontré que mi ceja izquierda
se elevaba, algo que hacía muchas veces cuando estaba
ofendido.

Recordé la advertencia de mi madre antes de salir esta


mañana. “Evita esa altiva expresión de tu cara mi niño querido. Un
empleador no ve eso con buenos ojos.” Bajé la ceja y traté de parecer
dócil.

1
Nancy al ser nombre femenino se utiliza para referirse despectivamente a hombres afeminados u homosexuales.
Las delgadas y huesudas manos de la mujer jugaban con mis
cartas de referencia. —¿Tu madre está en el escenario? ¿Ella se
hace llamar Amatista Swift? —dijo la señora Wynterbourne.

Por su tono, ella bien podría estar diciendo: “Tu madre es una
prostituta, ella tiene sexo por dinero con perfectos desconocidos.” Mi ceja
de nuevo por su propia voluntad se elevó. —Mi madre es una
cantante, una coloratura2, y ese es su nombre real.

—¿Y siguió la tradición familiar de nombrar a los hijos con el


nombre de piedras preciosas al llamarte Jade? —Ella realmente
bufó, haciendo un sonido muy poco atractivo. Estaba indignado.
Me agarré las manos detrás de la espalda para controlarme—. El
Jade es muy caro. Es del mismo color que mis ojos.

—Así es, ¿en serio? —Las cejas de la señora Wynterbourne


subieron casi a la línea de su cabello—. ¡Cuida tu tono, mi niño! ¿Por
qué no estás en el escenario también? Será mejor que te adaptes a
esta vida. —Ella se estaba refiriendo obviamente a mi largo cabello
y mi chaqueta de terciopelo negro.

—Mi madre quiere lo mejor para mí —dije en voz baja,


avergonzado de admitirlo. Yo siempre había estado orgulloso de
decir que mi madre era una artista, y odiaba que ella pensara que
eso no era lo suficientemente bueno para mí, pero ella me decía
que era hora de hacer algo más.

—Ella lo quiere, ¿en serio? Bueno, supongo que el trabajo es


tuyo.

—Gracias —murmuré, tomado por sorpresa. El sol brillaba a


través de la ventana detrás de ella directamente a mis ojos,

2
Coloratura, aunque significa color en italiano, en los siglos XVIII y XIX se utiliza para describir cierto timbre de voz
utilizado en la opera.
haciéndome sentir caliente e incómodo. Quería desesperadamente
escapar de ella.

—¿Puedo ver mi habitación, por favor? Entonces podre ir a


buscar mis cosas.

—No vas a quedarte aquí —dijo ella, como si la idea fuera


muy repugnante para ella—. Vas al campo a trabajar para mi hijo,
el señor Marcus Wynterbourne, que está escribiendo un libro.
También es miembro conservador del parlamento de East Sussex,
así que también tiene una buena cantidad de cartas que hacer y
enviar. Quiere que le envíe una señorita, pero no confío en él con
una.

¿No le podía confiar una jovencita? ¡Qué suerte la mía!

Regresé a mi lúgubre aposento que compartía con mi madre


a empacar mi maleta. Todas las habitaciones de la casa de tres
pisos, se dejaban para la gente de teatro, por lo que el ruido de los
instrumentos musicales y las voces que practicaban canciones
llenaban los pasillos y habitaciones todo el día. Sólo teníamos un
dormitorio y un pequeño salón en el segundo piso de la casa. Yo
había compartido la cama de mi madre toda mi vida, excepto
cuando ella tenía un caballero de visita, y me iba al suelo al lado de
la caliente figura de ella.

—Botas, Jade —dijo adormilada. Era casi mediodía, pero ella


había estado, “cantando para los espectadores”, según sus propias
palabras, hasta las primeras horas de la mañana. Me quité las botas
y mi chaqueta, y apoyé la cabeza en su hombro. Me jaló a su
pecho, con los ojos aun cerrados. Mi madre siempre olía a pan
recién horneado, no tenía idea de por qué, pero me encantaba.
Ella nunca había cocinado en su vida dado que siempre comíamos
comida preparada por la dueña de la casa de huéspedes en la
que vivíamos en ese momento.

—¿Lo tienes, querido? —preguntó.

—Mmmm. —Sabía que me oí gruñón.

Ella me empujó con más fuerza, besando mi frente. —


Necesitas una carrera correcta, no una cadena de trabajos en el
teatro. Quiero una vida mejor para ti que la que he tenido.

—Te encanta el teatro —protesté.

—Lo sé, pero no es vida cuando siempre eres pobre, siempre


moviéndote de un lugar a otro.

—Tienes sólo treinta y seis años —le dije.

—Treinta y seis años casada y establecida es una cosa, pero


treinta y seis, sin marido, ni vivienda digna, ni ahorro, es totalmente
otra cosa —dijo con desacostumbrada melancolía.

Mi madre era la persona más alegre que conocía, mucho


más que yo, que tenía estados de ánimo cambiantes todos los días
y, a veces, cada hora. Asentí contra su hombro mientras jugaba
con las cintas rosadas de su camisón.

—Tengo que irme mañana a East Sussex, cerca de la villa de


Herstmonceux. Voy a trabajar como secretario de un hombre
decrépito, un señor Marcus Wynterbourne.

Mi madre suspiró. —Es respetable, querido. Te irá bien allí. ¿Le


escribirás a tu madre cada día sin falta? —Retorció un rizo de mi
cabello alrededor de sus dedos.
—Por supuesto que lo haré, mamá, pero quiero quedarme
aquí contigo y con mis amigos.

—No hay futuro para ti en el teatro, Jade. —Mi madre estaba


completamente despierta y mirándome, su voz firme—. Ya no
puedes tener tu propio acto, y el dinero que ganas quitándote la
ropa mientras los tan-llamados artistas te pintan, no es suficiente
para vivir.

Era cierto que no lo era, pero el medio soberano que


deslizaban en mi mano por chupar su viejo y arrugado pene me
daba una alegre noche fuera con mis amigos.

—¿Qué pasa con mi voz? Sólo necesito entrenar de nuevo.

—Ya no eres un soprano, Jade. La gente pagaba para


escuchar tu angelical voz, pero se rompió cuando cambió.

—Y ahora soy un contratenor —protesté—. La naturalidad ya


no existe, lo admito, pero aun puedo cantar. Necesito más
formación para adaptarme a los cambios. —El hecho de que ya
hubieran pasado tres años para adaptarme a mi nueva voz parecía
irrelevante.

—Entonces tendrás que trabajar en otra cosa para pagar las


clases. Te echaré de menos, querido niño, pero quiero que tengas
perspectivas y un futuro seguro, y no los encontrarás en el teatro. —
Ella me besó de nuevo, y ambos derramamos algunas lágrimas.

Decir que el viaje a East Sussex en el carruaje público fue


infernal, es decir poco. Aplastado la primera mitad del trayecto
entre una mujer gorda y sucia y su flatulento marido, entonces para
la segunda parte, solo en el carruaje con un hombre con las manos
errantes y halitosis, mis sentidos estaban furiosos con mi propia
persona. Al principio lo ignoré lo mejor que pude, y después lo
palmeé y luego más duro cuando se rehusó a aceptar mi firme
negativa.

Una carreta con un caballo conducido por un viejo y hosco


hombre, poco comunicativo me recogió en la villa de
Herstmonceux de donde me dejó el carruaje público. O él no
escuchó mis preguntas o simplemente no se sentía obligado a
contestarme, y el viaje a la Casa Wynterbourne transcurrió en
silencio a excepción de las rachas de frío viento que golpeaban mi
chaqueta y levantaban el sombrero de mi cabeza. Decidí que lo
más seguro era quitármelo o lo perdería, así que dejé mi pobre
cabeza helada. Finalmente llegamos en plena oscuridad a una
inmensa finca, estaba cansado, hambriento y abatido. También
estaba nervioso, una emoción que no tenía por lo general.

El viejo me dejó en la puerta lateral, el lugar estaba tan


oscuro, que apenas pude ver el camino hacia la campana.
Después de una eternidad de preguntarme si alguna vez alguien
me oiría o tendría que pasar la noche hecho un ovillo en la puerta,
abrió la puerta un enojado y hermoso hombre de mediana edad.
Juro, incluso con la tenue luz de la lámpara de parafina que
mantenía en alto, que alzó los ojos hacia el techo al verme. Entré
rápidamente sin esperar a ser invitado.

—Soy Jade Swift. Me esperan —le dije rápidamente y con


arrogancia—. Soy el nuevo secretario del señor Wynterbourne.

—Lo eres, ¿en serio? —se burló.

—Sí, lo soy, en serio.


Me miró por un momento. Supongo que estaba esperando un
acento cockney3, pero crecí en el teatro, había hablado siempre
muy bien. —¿En serio? —dijo con sarcasmo.

Como no quería empezar con el pie izquierdo, contesté más


educadamente esta vez: —Sí, señor. —No era un siervo, yo era un
secretario. Eso tenía que contar para algo, pero sabía que no sería
nada bueno si el personal se molestaba conmigo. Nunca
conseguiría una comida caliente, y mi ropa acabaría con manchas
que no habían tenido cuando las dejé.

—Soy el señor Beagle, el mayordomo, y la señora Beagle es la


cocinera. Sígueme —ordenó. El recorrido por los largos pasillos
pareció tomar tanto tiempo como el recorrido en la carreta con el
caballo a través del campo y los fríos vientos. Cuando al fin se
detuvo ante una puerta situada en un extremo de un pasillo
alfombrado, estaba decepcionado y ofendido. La puerta daba a
un cuarto pequeño y oscuro, con una cama estrecha, una
pequeña chimenea con un sillón junto a ella, una cómoda y una
mesa alta que tenía una palangana y una jarra de agua helada. El
mayordomo se tomó un momento para encender la lámpara junto
a la cama antes de darse la vuelta e irse.

—No soy un siervo, ¿sabes? —le dije.

—Y esta no es una habitación del servicio. Te encontrarías


caminando por otro tramo de escaleras a las habitaciones bajo el
alero si lo fueras.

—Ya veo —murmuré.

—Tampoco habría ninguna lámpara. Tendrías una vela, y no


habría ninguna chimenea. —Vi a la vacía chimenea, donde no se
había encendido el fuego. El aire era gélido.

3
Cockney desde el siglo XVII se usa en Inglaterra para referirse al acento de la gente de pueblo o de clase baja.
Mis mejillas se ruborizaron acaloradamente, en parte por la
ira, pero también de vergüenza por haber sido reprendido en mi
primera noche. —Tengo hambre. No cené —le dije más bien
infantilmente. El pastel de carne y las manzanas que mi madre me
había dado para el viaje hacía tiempo que me las había comido, y
me moría de hambre. Pensaba que iba a tener por lo menos pan y
queso a mi llegada.

—La cocina está cerrada. Son después de las diez.


Conseguirás algo hasta la mañana. —Con eso, cerró la puerta
detrás de él.

Desempaqué mi ropa y la puse cuidadosamente en los


cajones y el armario. Puse mi polvo para los dientes, cepillo, jabón,
polvos de talco, y mi cepillo para el cabello, junto a la palangana y
me fui a la cama, todo el tiempo apenas conteniendo los sollozos
por la soledad. Por último, coloqué la fotografía enmarcada de mi
madre en uno de sus trajes de escena al lado de la cama. Veinte
minutos más tarde, sintiéndome hambriento y miserable, rompí en
llanto en la cama. Un momento después hice una pausa en mi
patético llanto, jurando que oí pasos fuera de mi puerta. Jalé el
edredón hasta debajo de la barbilla como una doncella
defendiendo su virtud, a pesar de que mi virtud desde hace mucho
tiempo fue pisoteada, y estaba más decepcionado que nada
cuando nadie entró en mi recámara. Todo lo que realmente quería
era a alguien con quien desahogarme. A la mañana siguiente me
levanté temprano y me preparé para encontrarme con mi nuevo
Amo.

Saliendo de mi habitación, vi que el pasillo era bastante más


atractivo de lo que había imaginado en la oscuridad. El piso de
madera estaba cubierto con una oscura y hermosa alfombra que
amortiguaba las pisadas. Las paredes estaban cubiertas de grandes
espejos dorados y hermosas pinturas. Me quedé viendo a izquierda
y derecha, sin saber qué camino tomar y me preguntaba si sería
amonestado si caminaba por la escalera principal en lugar de la
escalera de servicio. No tenía ni idea de dónde estaba, y me
estaba muriendo de hambre. Al final del pasillo vi a un lacayo, muy
elegantemente vestido con un traje oscuro y notablemente
hermoso. —¡Tú! No estoy seguro a dónde ir. Soy el nuevo secretario
del señor Wynterbourne.

—Mi nombre es Archie, no “tú”. Soy un lacayo. —Me vio de


arriba abajo mordazmente—. Tienes que conseguir un corte de
cabello. ¡Sígueme! —Marchaba delante de mí, llevándome a lo
largo de interminables hermosos pasillos hacia la amplia escalera
principal, que terminó en un vestíbulo con suelo de mármol.

Me vi al espejo, admirando mi nueva chaqueta. Era la de


terciopelo negro que había usado en la entrevista.

También tenía una corbata ascot4 de seda negra. Mi madre


había sido muy generosa comprándomela para presentarme en mi
nueva vida.

Él tenía razón sobre mi cabello, era demasiado largo para un


niño.

Mis ojos eran verdes, en realidad muy raros. El primer hombre


que me había tomado en sus rodillas y me acariciaba me había
dicho que mis ojos verdes estaban para morirse, y me había vuelto
más vanidoso desde entonces. Escuché una risa y vi a Archie
mirándome. —Vanidoso pequeño niño nancy —dijo. Odiaba lo
hermoso y engreído que él era. Al mismo tiempo, tenía esa clase de
fuerte masculinidad que me atraía.

—No soy tal cosa —murmuré sin convicción.

4
Corbata ascot.
—Oh, sí, lo eres. ¡Eres un niño nancy! —No podía discutir eso.
Me condujo a través de la puerta verde y bajamos una oscura
escalera a la cocina.

Durante el desayuno con los sirvientes —que me miraban


como si fuera un reciente fugitivo de un espectáculo viajante—,
fantaseaba con mi nuevo Amo como lo había hecho desde que oí
por primera vez el nombre: Marcus Wynterbourne.

Desde niño había soñado con un hombre frío y arrogante,


cuyo gélido corazón sólo pudiera ser derretido por mí, pero al señor
Wynterbourne al parecer le gustaban las damas, y de todos modos
probablemente era feo.

—Él come mucho, ¿no es así? —la cocinera le dijo al


mayordomo, señalando con la cabeza donde yo estaba sentado
en el extremo de la mesa—. Y es tan delgado como un hilo de
agua.

Recordando poner mi mejor cara, sonreí. —Realmente estoy


hambriento, y el tocino y los champiñones están deliciosos. Muchas
gracias, señora Beagle. —Una chica muy joven y delgada se rio y
me miró a los ojos. Llevaba un viejo vestido y un delantal
manchado, y ella nunca sería tan bonita como yo.

—No le sonrías a este niño. Él es el nuevo secretario del Amo,


no el más bajo criado de la casa como tú, Sara —dijo la cocinera—.
Dale más tocino. ¿Quieres más pan tostado, querido? —Me sonrió y
agradecido comí un segundo desayuno y bebí otra taza de té.
Comí una enorme cantidad de comida, teniendo en cuenta lo
delgado que siempre había sido.

Archie miró a la criada y le dijo en voz alta: —De todos modos


no eres su tipo. No le gustan las niñas. —Un tenue murmullo de risas
se extendió entre las demás personas en la mesa, en especial los
criados, hasta que el mayordomo golpeó la mesa con una cuchara
y se quedaron en silencio.

Estaba acostumbrado a la tranquila aceptación entre la


gente de teatro de Londres, pero aquí en los confines de la Casa
Wynterbourne, la vida sería muy diferente. Era como un pequeño
pueblo en sí mismo. Si había queers5 en esta casa, ellos eran muy
callados. Era demasiado obvio que era lindo y había evitado las
bromas y burlas siempre que me presentaban, ya había tratado con
ellos antes. Mis mejillas comenzaron a volverse rosas, y me
preguntaba cómo escapar, cuando otro lacayo entró en la cocina.
Era muy guapo, pero había oído que los lacayos eran elegidos a
menudo por su altura y apariencia física. Al igual que Archie, éste
también me vio por debajo de su nariz.

—El Amo lo quiere, señor Beagle.

—Entonces será mejor que lo lleves, William —dijo el


mayordomo.

Me levanté, aliviado de salir de allí. —¿Hay una señora


Wynterbourne? —le pregunté por el camino—. ¿O algunos jóvenes
Wynterbourne?

—Él es soltero —William me dijo y lo dejó así.

Por fin, me hicieron pasar a una sala soleada, un hombre


estaba parado junto a la ventana, de espaldas a la habitación,
ignorándome. Me quedé de pie en medio de la alfombra hasta que
se dignó a darse la vuelta.

5
Queer literalmente significa raro, extraño, a principios del siglo veinte fue usada por heterosexuales como una
manera despectiva de referirse a lo homosexual. Sin embargo en años recientes las personas homosexuales
deliberadamente están usando la palabra en lugar de gay (gay originalmente significa feliz sin preocupaciones), u
homosexual para darle una connotación positiva a la palabra y quitarle su negativo poder. Se deja el original a
pesar de que en esa época solo significaba raro, y mantengan en mente que también significa raro.
Cuando por fin lo hizo, la vista me atrapó el aliento como
había fantaseado que sería. Cuando se acercó a mí, observé a un
hombre casi tan delgado como yo, aunque mucho más alto y más
masculino. Tenía el cabello oscuro comenzando a ser plateado,
intensos ojos gris oscuro, y frenética presencia. Di un paso atrás,
temiendo por un momento que pudiera tomarme y examinarme
más de cerca. En su lugar, sacó una carta del bolsillo de su
chaqueta de lana negra y lo sostuvo con el brazo extendido para
leerla.

—James Swift —declaró—. Dieciocho años de edad, bueno


leyendo y escritura excelente.

—Jade — corregí—. Señor, mi nombre es Jade Swift.

Se echó a reír, un sonido casi aterrador, pero se detuvo


abruptamente. —Jade, mi madre cambió tu nombre. Ella quiere
que seas James mientras trabajas para mí. —Él me vio de arriba
abajo, con una sonrisa burlona jugueteando en su boca.

—Bueno, no voy a serlo —le dije con petulancia. Ya había


tenido suficiente. Estaba muerto de hambre a mi llegada, fui
llamado nancy por Archie, y luego atormentado en la cocina por el
personal masculino. Estaba en condiciones para romper a llorar—.
Mi nombre es Jade. Insisto en eso. —Mi corazón se agitó mientras
hablaba.

—¿Lo haces? —Se acercó más, mirándome. Realmente era


un hombre muy alto.

—Sí, señor —murmuré, no tan seguro de mí mismo ahora que


podía sentir su aliento en mi mejilla. Olía maravilloso: nada lujoso, ni
caro, solo jabón masculino y un poco de colonia6. Estaba bien

6
Bay rum, Solución hecha con hojas de laurel alcohol y agua, para usos medicinales y cosméticos, También es el
nombre de loción para después de afeitar, desodorante, astringente y colonia, se eligió esta ultima.
afeitado en un momento en que los bigotes de un hombre estaban
fuera de moda. No podía admitir que era guapo con su fuerte
mandíbula y cara delgada. De hecho, era un poco aterrador verlo.
Sin embargo, no sería una mentira llamarlo atractivo.

—Jade —dijo, como si se burlara de mí—. Estoy escribiendo


un libro, y tomarás dictado y buscarás los libros que necesito para la
investigación, aunque la mayor parte de mi libro es de recuerdos de
mis extensos viajes. También hago una buena cantidad de cartas.
Irás a mi oficina al final del pasillo y allí me esperarás.

—Sí, señor —murmuré.

Mientras trotaba por el pasillo alfombrado, sentí una violenta


emoción en el estómago. Amor a primera vista, es como lo llaman, y
un niño romántico como yo, había pasado muchas horas felices
imaginando tal evento. Había sentido la atracción a primera vista
muchas veces, no muy riguroso. De hecho, hubo momentos en que
el guiño de un chico guapo o un hombre guapo era suficiente para
hacerme seguirlo como un perrito a la primera oscura curva
disponible. Sin embargo, esta debilidad en el estómago y el
insondable deseo eran nuevos para mí. Varios minutos más tarde
entré en la habitación y me dejé caer en la silla detrás del escritorio.
Estaba sentado en una silla de respaldo recto por la ventana y salté
poniéndome de pie cuando él entró. Me sostuvo la mirada durante
un largo momento antes de señalar un pequeño escritorio,
realmente no era nada más que un escritorio, sobre el que se
colocaron papel, pluma y tinta. Corrí al escritorio, me senté, tomé mi
pluma, y esperé.

Sin pausa, el señor Wynterbourne comenzó a dictar. Por el


resto de la mañana, me quedé enterrado en mi trabajo mientras él
caminaba de arriba abajo por la habitación, hablando al aire, con
las manos cruzadas a su espalda, nunca me miró.
Yo estaba demasiado nervioso para mirarlo.

Pero fortalecido por la comida que comí con los criados, una
vez más, me sentí animado a arriesgar varias largas miradas a él
durante la tarde. En mi primera cautelosa mirada a él esa mañana,
me había encontrado un poco atemorizado, y mi examen de ahora
lo confirmaba. Sus rápidos movimientos y la intensa mirada me
trajeron a la mente esa historia aterradora “El Vampiro”, de John
Polidori7, que había leído el invierno anterior y me había aferrado a
mi madre cada noche en la cama durante una semana completa.

A las seis en punto, se detuvo bruscamente al lado de mi


escritorio. Me quedé sin aliento ante su proximidad, inhalando de
nuevo el olor de su colonia. Si hubiera tenido algún vello en mi
cuerpo, estoy seguro de que se me hubieran erizado. Me miró con
los ojos oscuros e intensos. Él parecía estar esperando por algo que
aún no había dicho. Mordí mi labio, preguntándome lo que quería y
cómo complacerlo. Pensé que sería mejor estar de pie, así que me
puse de pie. Enseguida vi una ligera relajación en la tensión de su
boca.

—Buen niño —dijo en voz tan baja que apenas lo oí. Mi


corazón casi estalló de alegría por esas dos simples palabras—. Te
puedes ir.

—Gracias, señor. —Salí de la habitación rápidamente y en


silencio, pero no porque quería alejarme de él. Me sentía
extremadamente atraído por él. Mis mejillas estaban volviéndose
rosas con mucha facilidad, y por alguna razón no quería que él
viera el efecto que tenía sobre mí.

7
William Polidari (1795-1821) Medico y escritor ingles, de padres Italianos, que escribió The Vampyre, la primer
historia que inicio el genero de vampiros, en 1816, por un tiempo se le atribuyo a Lord Byron, pero luego él confino
que la historia pertenecía a Polidari.
La cena de los sirvientes era servida antes que la cena de
arriba, y cuando entré en la cocina, el personal ya estaba sentado,
las cabezas inclinadas en silencio mientras el señor Beagle
agradecía. Busqué una silla vacía, pero la única disponible era a la
derecha del señor Beagle. Como mayordomo, se sentaba a la
cabecera de la mesa, con la cocinera a la izquierda, y Archie,
siendo el lacayo principal, a su derecha. El lugar de Archie estaba
vacío, y se había movido una silla. No dispuesto a asumir nada, me
quedé esperando hasta que hubieran terminado.

—Señor Swift —dijo el señor Beagle. Vi brevemente sobre mi


hombro, sacando carcajadas del personal. Nadie me decía señor
Swift. Dándome cuenta de que se refería a mí, me sonrojé escarlata.
Me sentí un idiota—. He hablado con el Amo acerca de tu estatus,
señor Swift. —Me señaló el asiento a su lado. Caminé lentamente
hacia él. Hubiera preferido sentarme entre las chicas. Cuando me
senté, Archie me sonrió al lado, el Sr. Beagle continuó—: El señor
Wynterbourne dice que eres su secretario.

—Se lo mencioné cuando llegué —le dije educadamente.

La criada jadeó, aunque yo no consideraba mi respuesta


terriblemente audaz. Supongo que debió de haber sido mi tono. Mi
madre siempre me estaba advirtiendo acerca de mi tono. El señor
Beagle hizo una pausa, dándome un nivel. —Puedes comer tus
comidas con los criados, o si lo prefieres, tus comidas pueden ser
llevadas a tu habitación.
Vi alrededor la enorme y brillante cocina, cálida y llena de
gente y actividad, y pensé brevemente en mi habitación tranquila y
fría. —Prefiero tomar mis comidas aquí, gracias.

—Entonces debes sentarte en el asiento que dicta tu posición


—dijo—. La señora Beagle, siendo la cocinera y ama de llaves, está
sentada a mi izquierda, y el siguiente miembro del personal se
encuentra a mi derecha. Archie por lo general se encontraba allí,
con William a su lado.

Miré de reojo a Archie, preguntándome si le molestaba que


yo usurpara su lugar, pero ya que mi status era ahora reconocido,
decidí que bien podría empujar mi suerte. —¿Podría alguien
encender la chimenea de mi dormitorio? Hace mucho frío ahí
adentro.

—Una de las recamareras se encargará de eso mañana —


estaba a punto de dar las gracias cuando él continuó—, después
que el señor Wynterbourne haya sido atendido.

—Por supuesto, gracias. —Mientras que el mayordomo estaba


distraído hablando con la cocinera, Archie me vio de reojo,
diciendo—: Señor Swift —en voz baja, sarcásticamente. Todas las
doncellas y lacayos lo oyeron y se echaron a reír.

—Mi nombre es Jade, puedes decirme así —le dije, tratando


de sonar amable.

—¿Jade? —la cocinera dijo en voz alta, después de haber


escuchado mi respuesta.

Tanto ella como el señor Beagle me miraron fijamente. —


¿Qué clase de gentes da ese nombre? Ese no es un nombre
cristiano.
—Ese es mi nombre cristiano —repliqué. Incluso la criada
atrapó el chiste y se carcajeó. Pero yo sabía que me había
sobrepasado cuando vi la oscura mirada del señor Beagle. No
estaba teniendo un buen comienzo con el personal.

Incliné la cabeza sobre mi plato y empecé a comer mi


comida. Era deliciosa, y tenía hambre como de costumbre. Intenté
una o dos veces participar en las alegres bromas con los criados,
pero fracasé miserablemente. Tenía un ingenio suficientemente
rápido, pero estaba acostumbrado a bromear con un tipo diferente
de personas. La verdad era que eran un montón bastante aburrido
y no con el agudo ingenio londinense al que estaba acostumbrado,
por no hablar de las bromas con los hombres del teatro que eran
subidas de tono. Archie hacía constantemente burlas sarcásticas de
mí, sobre todo por lo bajo, y William se reía todo el tiempo, como si
estuvieran en la misma liga. De repente, sentí una firme mano sobre
mi muslo. Casi me ahogo. No era el señor Beagle, eso era seguro.

Vi de reojo a Archie, quien hablaba en voz baja con William


que estaba a su lado. Tenía miedo de ver hacia abajo en caso de
que fuera demasiado obvio. El pudin fue servido por la criada, y
tomé una cucharada de la dulce mermelada y crema que pusieron
frente a mí, pero tenía la boca tan seca que apenas podía tragar.

Esta no era la primera vez que un hombre había puesto su


mano en mi muslo pero aquí, en esta brillante cocina con quince
miembros del personal en la mesa si se contaba al niño limpiabotas
de catorce años, me sentí ridículamente expuesto. Mis mejillas se
inundaron con calor de nuevo. Finalmente vi a mi derecha para ver
a Archie, que no me miraba y comía su postre con su mano
derecha. Su mano izquierda para todos los efectos, parecía que
descansaba en su regazo, cuando en realidad estaba en el mío. Él
apretó con fuerza y deslizó la mano hacia mi entrepierna, que
estaba empezando a hincharse. Dejé escapar un pequeño gemido,
causando que la señora Beagle frunciera el ceño.

—¿No te gusta el pudin, señor Swift? —dijo con un claro dejo


de sarcasmo.

—¡Es excelente! —Traté de sonreír, aunque probablemente


parecía más una calavera sonriente—. Es una cocinera maravillosa.

—Bueno, sabes, he ganado premios. —Sus ojos se arrugaron


amablemente. Parecía que estaba perdonado por el juego de
palabras. Era casi como una versión más vieja y menos atractiva de
mi madre.

—Puedo creerlo —le dije. Mi madre y las señoras del teatro


siempre sucumbían ante mi adulación. Supongo que porque al ser
queer, mi adulación no poseía connotaciones sexuales y por lo
tanto era más genuina.

Archie me pellizcó el muslo tan duro que grité. En el mismo


instante se levantó con calma, tomó el plato de su pudin, me miró
como si yo fuera un loco y se excusó de la mesa. Miré a William
sobre el asiento vacante de Archie y le vi esconder una sonrisa
mientras se terminaba su pudin.

No eran queer como yo, se burlaban de mí. Me negué a


morder el anzuelo, tal como lo había hecho tantas veces en el
pasado. Cuando se presentara la oportunidad, me gustaría darles
una lección, tal como lo hice con el chico que barría el escenario
del Teatro Alhambra donde mi madre cantaba cuando yo tenía
doce años.

Un día me llamó y me dijo niño nancy y dijo que mis ojos


verdes eran del color del sucio Támesis y que la gente como yo,
deberían ser ahogadas en él. Una semana después lo seguí hasta
un vestidor y lo encontré poniéndose el maquillaje del teatro que
pertenecía a las coristas en los labios y los ojos. Mi idea original era
seguirlo y encerrarlo en algún armario para desquitarme. Al ver mi
oportunidad, grité fuerte. El director de teatro vino corriendo y el
niño fue declarado queer y despedido al instante.

Debo admitir que esa noche en la cama en nuestro


alojamiento, lloré ante mi propia mezquindad. Nunca fui muy bueno
con la ira y siempre quería perdonar a todos y ser perdonado a
cambio. Esperé hasta que todas las pruebas de las caricias de
Archie hubieran desaparecido y luego salí rápidamente. No llevaba
en mi cuarto frío más de cinco minutos cuando la puerta se abrió
silenciosamente. Archie entró llevando una cubeta con carbón. —
He venido a encender tu fuego, señor Swift. —Su tono era amable y
desinteresado, aunque puso un énfasis definido en “encender tu
fuego”—. No quiero que tengas que esperar hasta mañana.

—Gracias. —Me moví en la pequeña habitación, tanto como


pude. Se arrodilló en la alfombra frente a la chimenea y vi cómo sus
musculosos hombros se movían bajo su blanca camisa mientras
lanzaba carbones a la chimenea y la encendía.

—Solo unos minutos y la habitación debe estar caliente, señor


Swift.

—Muy amable de tu parte —dije con cautela.

—No hay problema, señor. —Sonrió.

—¿Por qué estás aquí encendiendo mi fuego cuando es el


trabajo de una empleada doméstica menor? —pregunté con
suspicacia.

Archie se enderezó. Era más alto que yo por varios


centímetros. Sonrió y se metió las manos en los bolsillos, viéndose
adorable como un escolar avergonzado. Agachó la cabeza, luego
me miró de nuevo. —Siento haber bromeado contigo en la mesa.
William me metió en esto. Siempre se burla del nuevo personal, a
pesar de que no eres un siervo. Sabíamos que podías tomarlo.

Suspiré con alivio, al ver de nuevo lo guapo que era con sus
profundos ojos azules y rectas cejas oscuras.

—Está bien. No me importa un poco de diversión.

—Sólo porque eres bonito no significa que no te gusten las


chicas.

—Me gustan las chicas —le dije muy rápido, y me gustaban


las chicas, solo que no de esa manera.

—Mira, termino mi trabajo en una hora. ¿Por qué no vienes a


los cuartos de servicio y tomas unas copas con William y conmigo
en nuestra habitación? Tengo una botella de whiskey. Un regalo de
uno de los invitados del señor Wynterbourne. A él le gustó la forma
en que lo serví. —Lo dijo con tanta inocencia, pero sabía que él no
sólo quería decir que había acomodado correctamente la ropa del
caballero y le había preparado bien el agua del baño caliente.

—Me encantaría. Gracias —le dije un poco con más


entusiasmo del que me hubiera gustado tener. Admito que me
sentía solo, pero no quería parecer desesperado.

Archie abrió la puerta para salir. —Gira a la izquierda y


camina hasta el final del pasillo, y encontrarás la escalera de
servicio. Hasta luego.

Me acomodé feliz en el sillón junto a la chimenea a leer mi


pequeño volumen encuadernado en piel de los poemas de Lord
Byron8 mientras esperaba.

8
Lord George Gordon Byron, (1788-1824) Poeta Ingles y sexto Barón Byron, conocido simplemente como Lord
Byron.
Archie y William.

Cuando el reloj del vestíbulo marcó las diez, abrí


silenciosamente la puerta y salí al pasillo. Giré a la izquierda
conforme las instrucciones de Archie y choqué directamente con el
señor Wynterbourne. Mi corazón empezó a latir. ¿Qué estaba
haciendo afuera de mi puerta?

—Le ruego que me perdone, señor —le dije, dando un paso


hacia atrás para ver los oscuros ojos—. ¿Me necesita para algo,
señor?

Me miró durante un gran momento sin hablar. Él era un


hombre intimidante, y no sólo porque era el dueño de la casa. —No
—dijo. Pensé que tenía la intención de añadir algo más y esperé
con expectación, pero no dijo nada más, y empecé a sentirme
tonto. Me preguntaba si debería disculparme, pero no me atreví, así
que bajé los ojos y crucé las manos por delante.

»—Buen niño —murmuró. Mi corazón saltó ante sus palabras.


Nunca en mi vida me había encontrado tan ansioso por complacer
a alguien.

Tenía un efecto muy extraño en mí. »—Mantén tus manos


detrás de la espalda cuando me hables. —Inmediatamente llevé
mis manos detrás de mi espalda.

»—¿Vas a alguna parte?


—Sí, señor. Los lacayos me invitaron a su habitación a charlar.

Después de otro gran momento él asintió y pasó por delante


de mí sin decir palabra. Mi corazón latía asquerosamente rápido y
con entusiasmo ante su proximidad. Me sentía muy mareado, tenía
que apoyarme en la pared para sostenerme. Cuando por fin me
atreví a girarme y ver, ya no estaba. ¿Qué significaba eso? ¿Estaba
él simplemente pasando por mi habitación, o estaba esperando a
que yo saliera? Pero ¿por qué iba a esperar por mí? Él era mi Amo,
yo no era el suyo.

Recobrándome, me dirigí hacia el final del pasillo y encontré


la tenuemente iluminada y estrecha escalera sin alfombra que sólo
podía conducir a las dependencias del servicio.

Tendría que preguntarle a Archie y William sobre el señor


Wynterbourne para conocer su opinión sobre el hombre, sin
hacerles saber el efecto que tenía sobre mí. En verdad, no estaba
seguro exactamente de cómo me sentía. Mi corazón se saltaba un
latido cuando hombres guapos como el señor Wynterbourne se
fijaba en mí, y hacía tiempo que con todo eso de los besos y
caricias había levantado telarañas en los rincones oscuros de los
teatros de Londres.

En la parte superior de las escaleras me encontré con un


completo contraste con los pasillos silenciosos y alfombrados de la
casa. Era cerca del final de un día de trabajo, y los sirvientes se
veían aliviados y felices. Un par de sirvientas estaban de pie
charlando entre sí, me vieron y se rieron antes de apresurarse a
entrar a su habitación. No tenía ni idea de qué era tan divertido. El
niño limpiabotas pasó frente a mi, viéndose más limpio y ordenado
que durante el día.
Cuando oí a alguien en las escaleras detrás de mí, me giré y
vi al señor Beagle, me miró con sorpresa y luego al niño limpiabotas.
—¿A dónde vas a esta hora, Pip?

—A ninguna parte, señor Beagle. Salí con Sara a caminar un


poco, eso es todo —dijo.

—No están permitidos los cortejo entre el personal —el señor


Beagle le dijo.

—Sí, señor Beagle. Somos sólo amigos —dijo el niño,


apresurándose a irse. El mayordomo me miró, levantó una ceja
como diciendo “Y eso va para ti también”. —¿Señor Swift? —
preguntó.

—Archie y William me pidieron venir a conversar con ellos —le


dije—. ¿Dónde está su habitación?

—Este es el pasillo del personal femenino. El pasillo del


personal masculino está por ese camino a la derecha —señaló—. El
personal masculino puede caminar por este corredor, pero no
detenerse. —Me miró con seriedad—. Ten cuidado con Archie. Él es
un lacayo excelente, pero es un problema.

Sonreí mientras camina hacia la habitación, anticipando la


amistad y la aceptación. La puerta de la habitación al final del
pasillo estaba entreabierta y pude oír la risa de Archie y la risa de
William en respuesta mientras me acercaba. Asomé la cabeza por
la puerta. —Pasa, señor Swift —dijo Archie con su hermosa sonrisa
cuando me vio en la puerta.

Entré, sintiéndome muy animado y cerré la puerta. Extrañaba


terriblemente a mi madre y trataba duro de suprimirlo. Una tarde de
animada distracción era lo que necesitaba.
La habitación era muy espartana comparada con la mía,
tenía sólo dos camas estrechas, un pequeño armario y una
pequeña cómoda. Sus cosas de afeitar y cepillos para el cabello se
amontonaban en el espacio junto a la palangana y la jarra que
compartían.

Archie, que había estado descansando en su cama, se sentó


y me hizo lugar. Me senté a su lado y tomé el vaso que me ofreció.
Tomó la botella de whiskey Glenfarclas9 del piso y me sirvió medio
vaso, entonces llenó el suyo y el de William. Vi la cantidad, sabiendo
que no podía beber mucho whiskey sin sentirme enfermo, pero
quería agradarles, así que tomé un trago rápido y me quedé sin
aliento al sentir el ardor en mi pecho. Se echaron a reír.

—Hay que temrinarlo, señor Swift —Archie sonrió. Él me dio


una palmadita en la espalda y trató de servir más. Puse mi mano
sobre el vaso para evitarlo.

—No, gracias. Beberé lo que me queda —le dije.

—Entonces, ¿qué te trajo a las tierras salvajes del East Sussex?


—Archie preguntó de una manera amistosa—. Aparte de un trabajo
bastante aburrido con un hombre decididamente extraño.

Su comentario me dio la apertura que había esperado para


preguntar sobre el señor Wynterbourne sin ser demasiado obvio. —
¿Por qué dices que es extraño? ¿Es un buen Amo?

—Tan bueno como cualquier otro —dijo William—. Pero a su


edad, es extraño que no esté casado. Los hombres de su clase se
casan para mostrarse, si no para otra cosa, y para poder tener hijos.

—¿Tal vez es viudo?

9
Tipo de whiskey de una sola malta producido en la destilería Glenfarclas en Escocia, propiedad de la familia
Grant.
—No, nunca se ha casado. Creo que no le gustan las mujeres.
Es mejor que tengas cuidado con la cantidad de tiempo que pasas
con él, señor Swift. —Archie sonrió, entonces me empujó en el
hombro para indicar que estaba bromeando.

—¿Pero es un hombre bueno? ¿Generalmente es amable?

Archie tomó un largo trago de whiskey. —Los inquilinos de sus


propiedades lo quieren. Las cabañas están todas en buenas
condiciones. Supongo que eso dice algo acerca de él, ¿no es así?

Lo hacía. Decía que estaba al tanto y que atendía sus


obligaciones. Decía que era un hombre honrado. —Debes de
llamarme Jade si yo voy a llamarlos por sus primeros nombres.

—Oh, pero tú eres un caballero, ¿no es así? Hablas muy bien,


y estás educado.

William inclinó su largo y musculoso cuerpo cómodamente


contra la pared.

—No soy un caballero —protesté—. Fui a la escuela por un


tiempo, pero me crie en el teatro. Mi madre es una cantante en el
escenario.

—¿En serio? —Archie preguntó—. ¿Y actuabas en el


escenario?

Tomé un sorbo de mi whiskey. —Sí, yo cantaba cuando era


más joven. Tenía muchos seguidores, en su mayoría mujeres, pero
después mi voz se quebró, necesito entrenamiento extra, así que
tuve que hacer otro trabajo, aquí y allá. He trabajado también
detrás del escenario cuando era necesario.

—Apuesto a que viste algunas hermosas coristas con trajes


más bien escasos. —Archie sonrió.
—Sí, he visto todo. No mucho me sorprende. —Esperaba sonar
mundano. Había pasado toda mi infancia vagabundeando entre
los bastidores de los teatros de toda Inglaterra y había visto a
mujeres hermosas en todas las etapas imaginables de desnudez.

Las damas no pensaban en cubrirse sus desnudos senos en sus


camerinos conmigo dando vueltas a los catorce años ayudándoles
a ponerse su maquillaje teatral. No tenían absolutamente ningún
efecto en mí, y ellas lo sabían.

—Entonces, ¿qué hiciste después de que ya no podías


cantar? —Archie bebió su whiskey y se sirvió más.

—De todo. Era un apuntador y ayudaba con el vestuario. En


ocasiones participé en parodias. Tuve algunas partes en las obras
de teatro, y me disfracé de chica un par de veces cuando una
actriz se enfermó y no tenían a nadie que tomara su lugar. —Me
arrepentí de decir eso en el momento en que salió de mis labios,
pero Archie me lo puso fácil.

—Era un trabajo. Uno hace lo que tiene que hacer, y apuesto


a que hiciste una chica muy bonita.

Asentí agradecido. —Sí, nadie podría notar la diferencia, pero


sólo lo hacía cuando tenía que hacerlo.

Di un grito ahogado, mi estómago girando nervioso cuando


sentí la fuerte mano de Archie en la parte posterior de mi cabeza,
jalando mi cabello, largo hasta mis hombros. —Con tu cabello
peinado hacia arriba, nadie lo sabría. —Me sonrojé
acaloradamente, sentí mi piel de gallina en mis hombros con su
toque. Trató de rellenar mi vaso, pero protesté—. Vamos —dijo
suavemente—. No eres más que uno de los muchachos aquí. —Me
sonrió y quitó mi mano, lo que le permitió llenar mi vaso.

—Termínate esto. —Sonrió.


Queriendo impresionar como el niño estúpido que era, me
bebí el resto del whiskey, sintiendo arder mi garganta y el camino
hacia mi estómago, y me causó una sensación de aleteo en la
ingle.

Cuando William se inclinó y le puso el cerrojo a la puerta, me


pregunté qué estaba haciendo, pero sólo por un segundo. Estaba
sintiendo los efectos del whiskey y estaba seguro de que sólo
querían ser mis amigos. Antes de que pudiera preguntar, Archie
había dejado su vaso y me jaló a la cama. En un instante, él estaba
encima de mí.

—¿Qué estás haciendo? —Realmente me asusté.

—Vamos a tener un poco de diversión contigo, pequeño


puto queer. —Su sonrisa se había ido, dejando sólo la determinación
en su rostro.

Intenté gritar, pero William apretó la mano en mi boca hasta


que casi no pude respirar. —Si gritas, vamos a hacer que lo
lamentes mucho. ¿Entiendes? —Asentí frenéticamente que no iba a
hacer un sonido, y la quitó.

Aunque estaban más borrachos que yo, los dos hombres no


tuvieron problemas para ponerme de pie y quitarme la ropa muy
rápidamente y me arrojaron bruscamente al suelo. Por un ridículo
momento estuve más preocupado por mi ropa nueva que por la
seguridad de mi persona. Pero rápidamente me di cuenta de que
estaba desnudo, vulnerable, y asustado. Ellos se sonreían uno al
otro. Archie tenía una sonrisa torcida en su hermoso rostro. —Mira
qué pequeño es su pene, William. ¿Ni un vello alrededor? Después
de todo quizás sea una niña.

William se rio fuerte. —Podrías tener razón.

—Yo voy primero. Tú detenlo —dijo Archie.


—¿Por qué tienes que ir primero? —William dijo malhumorado.

Mirando a los hombres, cubrí mis partes íntimas, con la


cabeza mareada por el alcohol y el estómago apretado de miedo.
No era que no fueran atractivos o que en otras circunstancias no
habría jugado de buena gana con ellos. Pero ellos me estaban
dando otra opción, y esa era aterradora.

—Porque es mi idea. —Con rápidos y pulcros movimientos,


Archie desabrochó los botones de su pantalón y lo empujó hacia
abajo a sus rodillas, rápidamente seguido por sus calzoncillos.

—Fuiste el primero la última vez, no es justo. —William sonaba


como un niño mimado. Me pregunté de quién estaba hablando,
cuando oí unos pasos en el pasillo exterior. Abrí la boca para gritar,
pero lo pensé mejor. Archie se inclinó hacia adelante y golpeó su
mano sobre mi boca. Sus ojos azules tenían una fuerte advertencia
para hacerme callar. Los pasos se retiraron, y sentí que hasta el
último gramo de fuerza se fugaba de mí.

Ebrio como estaba, me di cuenta de que si llamaba la


atención sobre mi situación, entonces tendría que explicar qué
estaba haciendo desnudo en el dormitorio de los lacayos. ¿Quién
iba a creer que me habían atraído hasta aquí, entonces me
emborracharon y me desnudaron, cuando yo era el nuevo de la
casa y obviamente queer? Tenía que salir de este lío por mi cuenta,
sin que nadie se enterara. Me sentía atrapado y desamparado,
pero no estaba dispuesto a darme por vencido.

Archie levantó su pene. —Chúpalo —ordenó.

Me senté y extendí mis piernas en el suelo. Me tomó el


mentón con las yemas de los dedos y lo levantó hasta que mis ojos
se encontraron con los suyos. —Si me muerdes, te voy a matar —
murmuró. Asentí dócilmente. Dudaba de que en realidad
provocara mi muerte, pero me haría desear estar muerto si lo
lastimaba. Coloqué ambas manos en sus caderas, Tomé su pene en
mi boca y chupé duro. Siempre me había gustado el sabor del
pene, así que no fue un gran problema.

Cuando estaba muy duro me alejó. —Voy a joder tu culo


ahora, pequeño nancy. Te voy a mostrar lo que un hombre de
verdad puede hacer.

—Archie, espera. Quiero que me chupe —dijo William.

Bajó sus pantalones y le dio un codazo a Archie haciéndolo a


un lado y parándose frente a mí.

—Está bien, pero sé rápido. Tendrás tu turno cuando yo haya


terminado.

Sorprendentemente William era más rudo que Archie y agarró


mi largo cabello en un puño, golpeando mi cara contra su
entrepierna. Lo chupé con fuerza durante varios minutos hasta que
él se retiró.

Por un instante vi la localización del cerrojo y calibré mis


posibilidades de escapar, pero con dos hombres adultos en el
camino y yo apenas siendo un muchacho, no se veía bien. Archie
tomó la botella de whiskey, bebiendo el resto hasta que William se
la quitó y se la acabó. Con ellos distraídos por un momento, me
lancé hacia la puerta, pero aún borracho Archie era más rápido y
más fuerte que yo. No estoy muy seguro de cómo se las arregló
para cruzar la pequeña habitación y agarrarme con los pantalones
aun alrededor de sus rodillas, pero lo hizo.

William se acercó por detrás de mí, yo estaba entre ellos.


Hubo una refriega, y Archie golpeó mi mejilla, su uña raspó la suave
piel de mi mejilla y sentí un hilo de sangre correr por mi cara. Detrás
de mí, podía sentir el pene de William apretarse contra mis nalgas, y
por delante, el pene de Archie contra mi vientre. Archie me miró a
los ojos. —Jade —murmuró sarcásticamente—. Estúpido queer.
¿Honestamente creías que sólo quería ser amigo tuyo? ¿De un
queer como tú? —Él pellizcó mi rosado y minúsculo pezón tan duro
como pudo. Grité, incapaz de detenerme.

Animado, él lo retorció hasta que las lágrimas corrieron por


mis mejillas. Archie miró a William, quien respiraba con fuerza en mi
oído mientras me sujetaba los brazos inmovilizándolos tras mi
espalda.

—Tráelo de regreso a la cama. Podemos amarrarlo hasta que


terminemos con él. Eso le enseñará a conocer su lugar.

En algún lugar entre la puerta y la cama, tuve un repentino


destello de recuerdo de una espectacular obra que había visto
muchas veces. Un hombre borracho está tratando de ir a la cama,
y su esposa enojada quiere desquitarse porque gastó el dinero en
una juerga. Cuando él tiene sus pantalones alrededor de sus rodillas,
ella lo empuja desde atrás y agarra la cintura de sus pantalones
entre sus piernas. Cae de bruces, y el público ruge de risa. Con una
ráfaga de determinación, me liberé de sus manos y caí al suelo,
entre ellos, arrastrándome detrás de Archie. Una vez allí, llegué entre
las rodillas y agarré la pretina del pantalón. Jalé con la suficiente
fuerza para hacerle perder su equilibrio. Como el hombre de la
obra, él movió los pies con rapidez, tratando de recuperar el
equilibrio, pero ya estaba cayendo. Borracho y sin coordinación,
cayó contra William, y ambos cayeron como fichas de dominó,
chocando sus frentes juntas. Nadie se reía. Viendo mi oportunidad,
tomé mi ropa, abrí el cerrojo a la puerta, y salí tambaleándome al
oscuro pasillo.

Me tomó unos segundos orientarme. Había tantos pasillos


largos y estrechos, y estaban especialmente mal iluminados en las
dependencias del servicio. Decidí que la ruta más rápida y segura
de regreso a mi habitación era el camino por el que había venido.
Por un breve instante contemplé vestirme, pero temía que Archie y
William intentaran detenerme si me detenía, simplemente empecé
a correr. Recordé girar a la izquierda en el pasillo de las sirvientas y
corrí a lo largo de él en silencio hasta que llegué a la escalera. Para
mi consternación, en la mitad me encontré con el señor Beagle. —
¿Señor Swift? —preguntó, sorprendido al ver mi desnudez, mi ropa
amontonada contra mis partes íntimas.

—¡Señor Beagle! ¡Con permiso!

Al pie de las escaleras, miré cuidadosamente por el pasillo


alfombrado para asegurarme de estar solo, y luego volé como
Mercurio10 a mi recámara. Adentro me tiré a la cama y lloré con
todo mi corazón. Odiaba a Archie y William. Odiaba esta casa, mi
trabajo, mi Amo y al mundo entero. Quería a mi madre y la
familiaridad de nuestra habitación en Londres. Quería ir a casa.

Mi primer día fue un desastre.

La luz de la mañana se deslizó a través de las delgadas


cortinas. Había dormido sólo en ratos, y me desperté para encontrar
a alguien en mi habitación. Un momento de pánico de infarto fue
rápidamente seguido por el alivio cuando me di cuenta de que era
sólo la pequeña Sara arrodillada frente a la chimenea. Aun estaba
agotado, y me tenía que levantar para un largo día de escribir. No
estaba seguro de poder mantenerme despierto. Cuando la
mucama se fue, me quité mi camisa de dormir y vertí agua fría en el
10
Dios griego Romano que era el mensajero de los dioses y se le representa con alas en los pies.
recipiente de porcelana para lavarme. Los moretones destacaban
en mis brazos donde había sido maltratado anoche. Traté de
ignorarlos mientras me vestía con una camisa limpia, tomé el cepillo
de ropa que mi madre había preparado para mí. Con cuidado lo
pasé sobre mis pantalones y chaqueta y terminé de vestirme.

Limpie rápidamente mis botas con un cepillo y me limpié los


dientes. Vi el rasguño en mi mejilla por primera vez cuando me miré
en el pequeño espejo ovalado en la pared para cepillarme el
cabello. No era serio y no dejaría una marca, pero aun así, me
molestaba. Y causaría preguntas.

Incapaz de enfrentarme a Archie y William, y temiendo


represalias, decidí no ir a desayunar, y en lugar de eso esperé en mi
habitación hasta la hora de ir a mi trabajo. Sentado en mi cómoda
silla, aun confundido y enojado, aticé el fuego, viéndolo arder. La
noche anterior pasaba por mi mente una y otra vez como un
espectáculo iluminado por una linterna mágica. Nunca en mi vida
había sido tratado tan cruelmente. Me moriría de vergüenza si el
señor Wynterbourne lo descubría. Cuando ya no pude esperar más,
dejé mi habitación, rezando para no encontrarme a los lacayos al
pie de las escaleras. Me las arreglé para llegar al estudio del Amo
sin que nadie me viera y me coloqué en mi escritorio. Un momento
más tarde, el Amo entró en la habitación, me miró brevemente y
empezó a dictar. Eso fue todo durante el resto de la mañana: él me
dictaba y yo escribía. Mantuve mi cabeza baja, aliviado de que no
notara el rasguño. A media que la mañana pasaba mi estómago se
quejaba por la falta de comida, y para el almuerzo, me moría de
hambre.

—Ahora puedes descansar hasta las dos —dijo Wynterbourne


cuando el reloj dio las doce.
Agradecido de ser puesto en libertad y sin embargo aun
temiendo enfrentarme con Archie y William en la cocina, dejé la
pluma y me levanté. MIré al señor Wynterbourne y vi que me estaba
mirando desde detrás de su escritorio. Le di una pequeña
reverencia mientras me dirigía hacia la puerta.

—Ven aquí, niño —ordenó.

Mis mejillas cada vez estaban más calientes, me paré frente a


su escritorio, esperando. Con su largo dedo señaló mi mejilla. —
¿Qué te pasó en la cara?

Por su propia voluntad, mis dedos fueron hacia el pequeño


rasguño. —No es nada, señor. Me he cortado al afeitarme.

El señor Wynterbourne se levantó y rodeó la mesa hasta que


estuvo muy cerca de mí. Era mucho más alto que yo, e incliné la
cabeza para mirarlo antes de recordar sus palabras de anoche.
Rápidamente bajé la vista y coloqué las manos detrás de mi
espalda, esperando que él dijera, “buen niño”, como lo había hecho
entonces.

Con el dorso de los dedos, trazó una línea por mi mejilla,


dejando un rastro de fuego. Sus manos eran frescas y suaves,
aunque grandes y fuertes. Pensé que podría desmayarme ante la
cercanía y su contacto. —No me mientas, niño —dijo
peligrosamente bajo—. Esos perfectos pómulos de melocotón
nunca han conocido una navaja.

—Señor, yo… —empecé, sólo para ser interrumpido.

—Fuiste visto en la escalera de servicio anoche por el Sr.


Beagle. Estabas desnudo.

—Oh Dios —murmuré.


Su voz se elevaba más a medida que hablaba. —Venías del
pasillo del personal femenino con la ropa en tus manos, y tienes un
rasguño en la cara. ¿Qué sucedió, niño?

—¿Alguien se ha quejado sobre mí, señor? —le pregunté


desesperadamente, sabiendo que no lo habían hecho.

—Sólo el señor Beagle —dijo—. Él prefiere que el personal


permanezca vestido en las zonas comunes de la casa.

—Señor Wynterbourne, le pido disculpas, señor. No va a


suceder de nuevo.

—Estoy feliz de oír eso. Puedes irte —dijo.

El alivio me inundó, corrí hacia la puerta, sólo para ser


detenido en seco una vez más.

—Swift.

Me gire hacia él. —¿Señor?

—Si no recuerdo mal, cuando te vi anoche, estabas en


camino a ver a Archie y William. Ibas al área de servicio a visitarlos.

—Sí, señor. —Él me iba a despedir por ser queer. Sólo sabía
que lo haría.

—¿Por qué te quitaste la ropa?

Yo podía decirle la verdad y arriesgarme a que Archie y


William fueran despedidos. O podría decirle la verdad y arriesgarme
a que no me creyera y me pusiera en el primer carruaje público a
Londres. —Señor, no me acuerdo, me temo que bebí demasiado.
Pero si alguien se queja de mi conducta, me disculparé.

—¿Qué bebiste? —preguntó.


Mantuve los ojos bajos. —Whiskey, señor. Archie tenía una
botella que le fue dada por uno de sus invitados por su buen
servicio.

—¿Lo hizo, en serio? Y dime, Swift. ¿Archie también te quitó la


ropa?

Mis mejillas ardían. Se sentían como faros que enviaban


señales diciendo: “Soy un queer, un comerciante de la puerta trasera,
un hada”. Iba a perder mi puesto y regresar a Londres en desgracia.

—No señor. Quiero decir, no me acuerdo. Lo siento. No era


nada más que travesuras. —Me miró a los ojos, y lo que vi allí me
impactó como un golpe en el estómago. No vi ningún enojo, ni
indignación. Lo que vi fue decepción. Conocía al señor
Wynterbourne desde hace apenas dos días, y sin embargo sentí un
abrumador deseo de complacerlo.

Las lágrimas corrían por mis mejillas, y me gire rápidamente


limpiándomelas con las mangas de la chaqueta. Lloriqueando
como un niño pequeño, permanecí ahí un largo momento
queriendo morir. Estaba haciendo el ridículo. Inesperadamente sentí
una mano muy firme agarre en mi hombro. Entonces él lo acarició
dos veces. —No diremos nada más al respecto, Swift. Ve a comer y
mantente alejado de las dependencias del servicio en el futuro. Esos
jóvenes te comerían en el desayuno.

Gratitud llenó mi corazón y salí corriendo del estudio sin mirar


atrás. En lugar de ir directamente a la cocina, encontré mi camino
hasta una puerta lateral y salí al aire fresco para recuperarme. Tomé
unas largas respiraciones, palmeé mis mejillas hasta que
comenzaron a enfriarse. Ir a la cocina con una cara avergonzada y
manchada de lágrimas sólo serviría para alimentar el placer de
Archie y William aún más, y no les daría esa satisfacción. Gracias a
Dios mi Amo no sabía lo que me habían hecho.
Con temor, me dirigí a la cocina, desesperado por comer. Si
no estuviera tan hambriento, habría evitado la cocina por completo
y me hubiera sentado en mi habitación durante las siguientes os
horas. Quizás debería aceptar la sugerencia del señor Beagle y
tomar todas mis comidas allí. Ciertamente estaba en libertad si yo
quisiera.

Preparándome para hacerles frente, entré en la cocina. La


oración ya estaba en marcha, lo que significaba que cada cabeza
estaba inclinada. Me sentí muy aliviado, porque estaba seguro de
que todos ellos levantarían la vista hacia mí cuando entrara. Lado a
lado, Archie y William, ambos, tenían moretones en la frente, a
juego. Eso me dio una pequeña satisfacción, pero dudaba que
hubiera un siervo presente que no hubiera oído que el señor Swift
fue sorprendido desnudo y ebrio en la escalera de servicio anoche.

En silencio tomé mi asiento.

—Oh, te has unido a nosotros, señor Swift —dijo la señora


Beagle en voz alta y con desaprobación. Un par de criadas se rieron
y fueron amonestadas por el señor Beagle. Sí, todos lo sabían.

—En realidad tenía que hacerlo, señora Beagle. —La miré


directamente. No era un siervo, y no me reprendería nadie más que
el señor Wynterbourne.

La comida se sirvió y se comió en relativa calma. El señor


Beagle permitía un poco de bromas y charla, pero ni chismes ni
discusiones.

A mi lado, Archie dijo: —¿Cómo estás hoy, señor Swift? ¿Me


refiero a que si sientes los efectos de la bebida de anoche? —
Hablaba en voz lo suficientemente alta para que el personal
escuchara. La risa siguió a sus palabras, que fueron silenciadas de
inmediato cuando el señor Beagle vio a lo largo de la mesa.
—Por favor, recuerden que el señor Swift no es un sirviente y
denle la cortesía que dicta su posición.

Me consoló que sólo Archie y William supieran lo estúpido que


había sido al caer en su trampa, a menos que hubiera otras víctimas
silenciosas a la mesa. El resto del personal simplemente asumía que
me había emborrachado y comportado estúpidamente.

—Me siento bien. Gracias, Archie —afirmé.

La comida era deliciosa, como siempre, pastel de carne y


verduras con salsa. Me la devoré sin ver a nadie. Archie no dejaba
de sonreír y murmurar lo suficientemente bajo para que sólo yo
pudiera oírlo. —¿Te gustaría unirte de nuevo con nosotros para
tomar una copa...Jade? Podrías usar un lindo vestido, y podríamos
fingir que eres una niña —dijo provocativamente—. Si crees que te
alejarás de nosotros la próxima vez, estás soñando. Estamos listos
para ti.

No le hice caso.

»—Podríamos palmear tu trasero, te gustaría. Ese trasero es


tan suave como tus mejillas sin vello. Soltarías tu carga en segundos.

Miré directamente a la señora Beagle y sonreí. —Este es el


mejor pastel de carne que cualquiera que haya probado en mi
vida. No es que me haya pasado mucho tiempo en restaurantes
finos, lo aseguro, pero dudo que los mejores restaurantes de Londres
sirvan estos alimentos.

En el momento exacto en que las criadas se rieron de mis


elegantes palabras y la señora Beagle me sonrió, yo deslicé mi
brillante tenedor y apuñalé el muslo de Archie y lo regresé a la mesa
con notable destreza de las manos. Todo el personal se quedó en
silencio cuando Archie gritó. Todo el mundo, incluyéndome, lo
miramos. El señor Beagle dijo: —¿Archie, estás bien?
Recobrando el aliento, Archie lo miró. —Un cólico repentino,
señor Beagle. No voy a tomar el pudín si no le importa. —Se puso de
pie, favoreciendo su pierna izquierda.

—Sí, deja el pudín y toma media hora para acostarte. William


puede intervenir, si es necesario.

Sintiéndome victorioso, tomé una gran porción de pudín de


miel y natillas y me los comí. En la puerta de la cocina, Archie hizo
una pausa para ver hacia atrás. Lo miré a los ojos el tiempo
suficiente para verlo hacer un movimiento de pasar sus dedos a
través de la garganta. Un aterrador miedo me inundó y me recorrió.
Archie era más fuerte que yo, y podría ser cruel. Tenía que hacer
algo o el tormento empeoraría. Había aprendido esa lección
temprano en la vida. Miré a William y tomé el tenedor claramente. Él
bajó la mirada hacia su pudín, y juro que parecía un poco
avergonzado. Tal vez podría perdonarlo por lo de anoche, pero
observaría a Archie con mucho cuidado a partir de ahora.

De repente, me di cuenta de lo mucho que quería este


trabajo. Era aburrido, y mi mano quemada con calambres al final
de la jornada. Sabía que tenía que evitar a Archie cuando entrara
solo a alguna parte. Pero cada vez que levantaba la miraba y veía
a mi Amo, el señor Wynterbourne —alto, fascinante, extraño, un
imán para mis ojos—, me quedaba sin aliento. El recuerdo de él
tocando mi mejilla, diciéndome: “Buen niño”, hacía que todo valiera
la pena. La mirada de decepción que tenía antes de la comida era
insoportable. Quería que él me viera digno. Poniéndome de pie, le
dí las gracias a la señora Beagle y salí con la cabeza bien alta. Sí,
había hecho el ridículo anoche, pero me negué a sentir vergüenza
por más tiempo.
Cayendo enamorado.

Describir la furia de mis emociones durante las primeras


semanas de mi empleo en la Casa Wynterbourne sería imposible. En
un momento estaba aburrido hasta las lágrimas con un sinfín de
horas escribiendo y con la mano acalambrada. Después estaba
abrumado con el impotente deseo de que el señor Wynterbourne
me lanzara ocasionalmente una sonrisa o me dijera “buen niño”,
cuando él estaba especialmente contento con mi trabajo.
Cualquier palabra de aliento de él era como un hueso a un perro, y
la mordía durante días. Mi atracción por él se hacía más fuerte con
cada hora que pasaba. Me quedaba sin aliento cada vez que
caminaba muy cerca de mí, que juro que lo hacía cada vez más
conforme las semanas pasaban, hasta que me volvía loco de
anhelo. Una tarde se inclinó sobre mi hombro tan de cerca que su
cuerpo tocó el mío, y dijo: —Vamos a ver lo que tenemos hasta
ahora, niño. —La sensación de su cálido aliento contra mi oreja hizo
que mi pene aumentara. Juro que él se reía mientras caminaba de
regreso a su escritorio, y yo entraba a mi habitación cada noche,
con las mejillas bañadas en lágrimas de frustración a escribir una
corta para mi madre acerca de lo desesperado que estaba por
querer estar en Londres, en el teatro, y con ella.

Estaba completamente enamorado de mi Amo, y tenía la


sospecha de que él lo sabía. Tenía una gran tendencia a caer
fácilmente dentro y fuera del amor, y cada vez que lo hacía, creía
que iba a durar para siempre. Pero lo que estaba empezando a
sentir por el señor Wynterbourne era diferente. Las intensas
habituales emociones estaban allí, pero era como si algo muy
arraigado hubiera empezado a crecer dentro de mí. Busqué una
comunión con él, yo no entendía y no podía ponerlo en palabras,
incluso si quisiera.

Un día, cuando mi Amo me dio la espalda, dejé la pluma en


el tintero, estiré mis manos y las froté.

El Amo me atrapó y me preguntó: —¿Están tus manos rígidas,


Swift?

—Lo siento, señor. —De inmediato tomé la pluma.

—Deja eso y ven aquí —ordenó.

Obedecí de inmediato y me dirigí rápidamente hacia él.


Cuando me detuvo frente a su escritorio, me hizo señas con un
gesto elegante para que llegara a su lado. Recargado en su silla,
estiró las manos hacia mí y esperó. Dudé, aterrorizado de hacer las
cosas mal, aun así me había dado la instrucción. Le ofrecí mis
manos, sin atreverme a tocar las suyas. El Amo tomó mis dos manos,
girándolas para mirarlas. Luego presionó la palma de su mano
derecha contra la palma de mi mano izquierda, al parecer
intrigado por la diferencia de tamaño. La mía se veía mucho más
pequeña. El toque de sus manos frescas y suaves envió un escalofrío
a través de mí. Contuve la respiración por un momento
terriblemente largo, y cuando la solté, una suave sonrisa ladeó su
boca.

—Tienes manos pequeñas, niño.

—Sí, señor —le contesté.

—Tengo que acordarme de eso y permitirte descansos con


regularidad.
—Gracias, señor.

Me temblaban las manos en el momento en que las liberó. —


Gírate alrededor —ordenó. Confundido, dudé. Hizo un pequeño
gesto girando un dedo. Así que me giré de espaldas, esperando. Mi
corazón latía con fuerza mientras tomaba mis muñecas y las
acomodaba detrás de mi espalda. Las colocó junto a mi rabadilla—
. Ya está. Ahí es donde tendrás las manos cuando me hables.

Miré por encima del hombro. —Si lo desea, señor.

—No es un deseo, es una orden, niño. —La sonrisa suave


había dejado su cara. Su tono de repente era duro.

—Sí, señor Wynterbourne. —Lo miré de nuevo, prestando


atención como deseaba. Vi directamente los oscuros ojos, su
intensidad aterradora. Luego, recordando lo que le gustaba, bajé la
mirada e incliné ligeramente la cabeza.

—Cuadra los hombros, niño —ordenó. Me enderecé.

Bajó la mirada hacia mis pies que estaban ligeramente


separados, y murmuró: »—Perfecto.

Mi corazón dio un salto ante su aprobación. Quería jalar mis


brazos alrededor de él por permitirme el vertiginoso placer de estar
ante él. »—Deja tus botas afuera de tu habitación cada noche. Voy
a pedirle al niño limpiabotas que las limpie para ti.

Miré la punta de mis zapatos, viendo que estaban rayados, y


una repentina vergüenza me inundó. Sólo quería ser perfecto para
él. Quería complacerlo desesperadamente. —Gracias, señor.

Cada noche me acostaba en la cama, con un nudo en el


estómago, pensando en él. En mi fantasía favorita, lo imaginaba
superando el aprecio por mi trabajo jalándome a sus brazos y
besándome cariñosamente en la boca. Me excitaba intensamente
ante la imagen de sus firmes labios sobre los míos y sus manos
sosteniéndome la cabeza de forma tan segura que no pudiera
moverme de su agarre. Quería que me dominara, pero también
quería que me amara. Pero ¿cómo podría ser posible esta
paradoja?

Quería ambas cosas, pero ¿cómo podía tener las dos cosas?
Incluso apenas reconocía mi presencia la mayoría de los días.

Señaló a mi escritorio, y me fui a trabajar.

Semana tras semana seguía igual: trabajaba, dormía, comía,


y muy poco más. De hecho, gran parte de mi tiempo fuera del
estudio del señor Wynterbourne parecía que me ocupaba en evitar
a Archie y William —especialmente a Archie.

Me aburría y estaba de mal humor, así que cuando las


criadas me preguntaron en la mesa que si acompañaría a los
siervos esa noche a la villa Herstmonceux para el baile del solsticio
de verano, me apresuré a aprovechar la oportunidad. —Es posible
que lo disfrutes, señor Swift —dijo Archie, mirándome de reojo.

—¿Irás? —le pregunté con cautela.

—Sí, vamos a todos los bailes del pueblo. Llegaste demasiado


tarde para el baile de la víspera de mayo11, pero el del solsticio de
verano es siempre un momento alegre.

11
May Eve o Walpurgis Night, tradicional festividad en el noroeste de Europa que se celebra la noche del 30 de
abril al primero de mayo, con bailes y a menudo fuegos artificiales.
—Vamos, señor Swift, puedes bailar conmigo —Rosie, una
criada muy gorda, me miró con fingida lujuria.

La risa estalló alrededor de la mesa, supongo que ante la


imagen de la pequeña y muy llena Rosie bailando con el pálido y
delgado señor Swift. También me reí. —Sí, por supuesto. Me
encantaría bailar contigo, Rosie.

A través del ruido de la alegría, Archie me dijo en voz baja: —


Estarás bailando una alegre giga12 antes de que la noche termine,
porque intento tenerte en esta ocasión. —Hizo una pausa y
añadió—: Jade.

Nada podía calmar mi emoción de salir a pasar un buen rato,


ni siquiera las amenazas de Archie, ya que seríamos una multitud y
era poco probable que me molestara mientras otros observaban.

Con mi segunda mejor chaqueta de terciopelo verde oscuro,


pantalones negros, una camisa blanca como la nieve y un pañuelo
de color rojo oscuro, bajé las escaleras delante de mi habitación, mi
cabello se balanceaba como pesada seda sobre mis hombros.

Cuando bajé mi pie al suelo de mármol, vi al señor


Wynterbourne de pie fuera de la puerta de la biblioteca con una
mujer. Llevaba un chal común sobre un antiguo vestido marrón, y su
rostro estaba avejentado por el trabajo y la ansiedad. El Amo le dio
algunas monedas en su mano y le palmeó el hombro.

—Avísame lo que diga el médico. —Su voz era amable, y le


sonreía.

—Gracias, señor. Muchas gracias. —La mujer hizo una


reverencia y se apresuró a salir hacia una puerta lateral. El Amo me
miraba a un metro de distancia, me pregunté si debería acercarme

12
Jig, Giga, danza folclórica desarrollada en Inglaterra durante el siglo 16, adoptada rápidamente por el
continente, convirtiéndose en e estilo de baile barroco. Hoy en día se asocia a la danza irlandesa.
a él o quedarme donde estaba. Decidí permanecer quieto, y como
era de esperar, adopté la posición que le gustaba, con las manos
detrás de la espalda, la mirada baja, los pies ligeramente
separados, los hombros cuadrados. Por mi visión periférica, vi su
sonrisa de aprobación y mi estómago se apretó con cariño y
emoción. Por un loco momento esperaba que viniera al baile del
pueblo y bailara un vals conmigo.

—Swift, ¿vas con los criados en Herstmonceux? —preguntó.

Se me ocurrió que debí haber pedido su permiso. —Le ruego


que me disculpe, señor, debí haber preguntado si tenía alguna
objeción.

Sacudió su cabeza. —No tengo ninguna. —Miré en dirección


de la mujer que se había ido, y el Amo vio la pregunta en mi cara—.
La señora Denbigh es una inquilina de mi propiedad. Su hijo está
enfermo. Adelante, niño. Disfruta del baile.

Como una aparición, desapareció en las sombras. Me quedé


mirando durante por un momento hacia donde había ido, luego
me apresuré por el pasillo hacia la puerta de vaivén verde hacia la
cocina. Un alegre grupo estaba reuniéndose en la puerta de atrás,
y me uní feliz a ellos. Rosie tomó mi brazo derecho y otra criada el
izquierdo, y nos aventuramos a la noche. Amaba hablar con las
chicas, sobre todo cuando charlaban acerca de los hombres, y yo
las escuchaba y reía mientras paseábamos entre los bajos setos del
cielo iluminado por la luna. El aire estaba caliente en esa noche de
verano, haciendo el paseo agradable. Los siervos, incluido el
personal del exterior de la casa, a los que usualmente no veía,
estábamos emocionados con la libertad de una noche fuera. Entre
ellos se encontraba un chico guapo que no conocía. Me guiñó un
ojo y levantó las cejas sonriendo descaradamente. Incliné la
cabeza tímidamente hacia él.
Los aldeanos ya estaban reunidos en el jardín, y el baile
estaba en su apogeo cuando los siervos de la Casa Wynterbourne
llegamos. Nos dieron la bienvenida y agradecimos, aunque recibí
varias miradas de uno y otro lado con las cejas levantadas.

Rosie había decidido que era de ella, al menos por ahora, y


me presentó a todos los que se acercaban.

—Él es el secretario del señor Wynterbourne. —Eso recibía un


“oh, ¿si?” cuando ella agregaba—: Es educado. —Una conocedora
sonrisa seguía. El golpe de gracia era dado con las palabras.
“Creció en el teatro…en Londres”. Una ligera aceptación y una
triste aceptación le seguían. Casi podía oírlos decir: “No pudo
evitarlo, pobre”.

—Aunque le gustan las chicas —dijo en voz alta, luego nos


metimos entre los bailarines. La pasé de maravilla, aunque no
pudiera bailar con ninguno de los guapos chicos del pueblo. Dado
que había aprendido a bailar a temprana edad y había practicado
los bailes con las jóvenes bailarinas del teatro, hice un digno papel y
pronto me encontré llamado por una chica tras otra.

—Absolutamente el hombre del momento, ¿verdad? —Archie


se acercó a mi lado cuando me fui a buscar cervezas para mí y un
par de las chicas.

—Sólo me divierto y soy cortés con las damas —le dije—.


Deberías intentarlo.

—Ten cuidado de camino a casa —dijo en voz baja mientras


tomaba dos tarros en cada mano, y dejaba las monedas en la
mesa.
—Eres un bully13, Archie. —Caminé de regreso hacia la
reunión, feliz—. Eres hermoso, y un buen lacayo, pero eres un bully y
no te tengo miedo.

—Lo tendrás —dijo en voz baja en mi oído.

No estoy muy seguro cuando comencé a hablar con la


camarera quien había vivido en Londres durante varios años y que
había visto a mi madre cantar en el Teatro Drury Lane en una ópera
de Gilbert y Sullivan. Escuchar su emoción por lo maravillosa que era
la voz de Amatista Swift trajo lágrimas a mis ojos y mi corazón se
llenó de orgullo. Para cuando terminé de charlar, el jardín estaba
vacío excepto por unos pocos rezagados, y me encontré solo en el
viaje de regreso a la Casa Wynterbourne en la desalentadora
oscuridad.

—Toma el camino —me dijo después de ofrecerme varias


veces una cama para pasar la noche—. Entonces sigue, no puede
salir mal. La luna está muy brillante. Vas a estar bien, Jade. —Ella me
besó en la mejilla, y me fui nervioso. No era tanto la oscuridad a lo
que temía sino a perderme y llegar tarde a mi trabajo por la
mañana. No quería causarle ningún malestar al Amo por ningún
motivo. Corrí por el jardín, salté una zanja, y comencé a caminar
rápidamente a lo largo del camino hacia la Casa Wynterbourne. A
pesar de que había bebido varios vasos de sidra, no estaba muy
borracho, sólo me sentía bastante mareado y muy contento de
haber pasado la última hora hablando con alguien que amaba el
teatro y apreciaba la hermosa voz de mi madre. Al alivio de ver que
estaba casi a mitad del camino le siguió rápidamente el pánico
cuando vi a dos figuras altas dirigiéndose hacia mí y cerrándome el
paso. Por un fugaz momento, pensé que eran salteadores de

13
Bully – persona quien deliberadamente intimida o ataca a quienes son mas débiles, aunque podría traducirse
como matón o bravucón, se deja el original debido a que ya se esta volviendo de uso internacional.
caminos, hasta que se hizo cargo la razón y me aterré cuando vi
que eran Archie y William.

—Es hora de darte una real lección —dijo Archie. Me giré


rápidamente y eché a correr. Ambos eran más altos que yo, y sus
piernas eran más largas. Al cabo de sólo un momento me
alcanzaron y me jalaron fuera del camino, hacia un claro en medio
de altos sauces que ofrecían privacidad, y allí me lanzaron sobre la
hierba.

—Recuerda, ni una marca en la cara —dijo William—. Al amo


le gusta esa linda cara.

—¿De qué hablas? —Me senté, recuperando mi dignidad,


tratando de retirar las ramas y la hierba de mi ropa.

—Oh, a él le agradas, mucho —dijo Archie, mirando a su


alrededor en el claro iluminado por la luna. Cuando sacó un
pequeño cuchillo del bolsillo de su pantalón, entré en pánico,
pensando que tenía la intención de usarlo en mí. Mi pánico
aumentó más cuando cortó una gruesa pero flexible rama de
sauce antes de guardar de nuevo el cuchillo.

Golpeándose la mano con ella, dijo: —Quítate la ropa. Te voy


a hacer pagar por apuñalarme en la pierna. Aun tengo el moretón
después de todas estas semanas.

—Debes de tenerlo después de lo que me hiciste. ¡Trataste de


violarme!

Archie se burló. —¿Violarte? No seas estúpido. Estabas


pidiéndolo. Querías sentir mi pene en tu culo, y lo harás, después de
que te golpee. Ahora bájate los pantalones o te desnudaremos
como la última vez.
—No haré tal cosa, y si me haces algo de nuevo se lo
informaré al Amo.

—No lo creo, señor Swift. —Con eso, se abalanzaron sobre mí,


y yo no tenía ninguna posibilidad en contra de dos lacayos fuertes,
varios años mayores que yo, era como un pequeño ratón
enfrentándose a un par de gatos de granja bien alimentados.

Me lanzaron sobre mi estómago en la hierba. William se sentó


en mi espalda mientras Archie me bajaba los pantalones. Con
William sosteniendo mis manos firmemente con las suyas y su peso
fijándome, Archie golpeó sin piedad mi desnudo trasero con la vara
de sauce.

—Esto te enseñará a no apuñalarme —dijo sin aliento. El dolor


repentino e intenso me dejó rígido y en silencio durante el primer
momento, y luego grité. Pero cuando la intensidad del asalto
golpeó mis sentidos, el dolor me dejó débil. Después de que mi grito
inicial se desvaneció, casi ni podía respirar, y mucho menos seguir
gritando para pedir ayuda. La paliza continuó y continuó hasta que
Archie arrojó la rama de sauce y se quedó jadeando por el
esfuerzo.

—Mira cómo sus nalgas son de color rosa. —William se rio y


palmeó mis nalgas varias veces con su gran mano.

—Ahora empieza la verdadera diversión —dijo Archie,


desabrochándose los pantalones. Se colocó a horcajadas sobre mí.

En medio de las fuertes y jadeantes voces de los lacayos, se


oyó el resoplido de un caballo, sorprendiéndolos en el silencio. La
voz del Amo quebró el repentino silencio. —En el nombre de Dios,
¿qué está sucediendo aquí?
Archie se puso de pie, subiéndose los pantalones. William se
levantó de un salto y le ofreció una pequeña reverencia, lo cual era
ridículo, dadas las circunstancias.

Oí la voz del señor Wynterbourne con alivio y horror, alivio de


que el asalto se detendría, y horror al verme atrapado en esta
ignominiosa situación por el hombre del que estaba locamente
enamorado.

Rodando sobre mi espalda, vi que mi pene estaba erecto.


¿Cómo había ocurrido? No lo sabía, porque no estaba disfrutando.
Antes de que pudiera cubrirlo con mis dos manos, ¡lo vio!

Ahora él nunca creería que había estado siendo abusado en


contra de mi voluntad. Quería gritar. Podría ser despedido. Todos
podríamos ser despedidos por conducta inadecuada.

Con la gracia de un actor de teatro en una coreografía el


Amo bajó de su caballo. Luché por ponerme de pie, levantando mis
pantalones. Gracias a Dios por la oscuridad, porque mi cara ardía
con el color escarlata.

—¿Pregunté, qué está sucediendo? —La voz del Amo se


elevaba con cada palabra. Adopté la posición correcta ante mi
Amo, mientras que William y Archie se enderezaban como lacayos
atentos. Con varios largos pasos, el Amo se acercó a medio metro
de ellos.

—¿Archie? —le preguntó.

—Era sólo un poco de diversión, señor —murmuró—. El señor


Swift lo ha estado pidiendo durante semanas. Siempre está
haciendo cabriolas alrededor, alardeando frente al personal
masculino. Él vino a nuestra habitación hace un par de semanas y
trató de interesarnos en sus juegos sucios. Se quitó la ropa. El señor
Beagle lo vi. Él es un queer, señor. ¿No es verdad, William?
William asintió. —Lo es, es cierto, señor.

Con la escasa luz de la luna, medí la respuesta del señor


Wynterbourne. Su rostro se endureció. Estaba perdido. Por un largo
momento todos nos quedamos en silencio ante el Amo. El viento
comenzó a soplar frío. Quería cerrarme mi chaqueta para
protegerme del frío que avanzaba, pero no me atreví a moverme.
La larga y fantasmal llamada de un búho rompió la tensión.

—William, Archie, regresen a la casa. Voy a hablar con


ustedes dos en la mañana —dijo el Amo con calma.

—Sí. Señor. —Juntos, recogieron sus abrigos de la hierba y se


fueron, medio corriendo hacia la carretera. El Amo los miraba irse
mientras yo seguía en silencio, temblando de miedo. Una parte de
mí se sintió aliviada de ser capaz de regresar a casa en Londres, y
otra parte de mí no quería separarse de la presencia del señor
Wynterbourne, incluso si el amor que tenía por él no fuera
correspondido en toda la vida. Me sentí enfermo de aprensión y
avergonzado sin medida.

—¡Niño! —Levanté la vista, mirándolo a los ojos. Pude ver su


expresión incluso en la oscuridad. No había rabia, ni disgusto. No
había nada que pudiera entender o comprender.

»—Ven conmigo.

El caballo del Amo se había alejado a comer hierba, y fue


tras el animal. Con tanta gracia como se había bajado, montó el
caballo con un rápido movimiento y extendió el brazo hacía mí. No
sabía qué hacer. »—Toma mi brazo —ordenó. Aún sin entender, me
agarró del brazo y después de un momentáneo y fuerte jalón, me
encontraba montado detrás de él en el enorme lomo de la bestia.
Por un momento me quedé impactado. Nunca me había montado
en un caballo antes, y el calor y la firmeza del animal debajo de mí
tan de repente se sentían extraño. Más extraño aún, era la
maravillosa e inesperada proximidad con el señor Wynterbourne.
Me senté detrás de él tan cerca que mi entrepierna se situaba al
abrigo de sus nalgas. Un movimiento precipitado del animal me hizo
entrar en pánico y abracé la cintura del Amo con ambos brazos.
Me agarré con fuerza temiendo caerme. Con la práctica de años,
el Amo estabilizó al animal con unas palabras amables y una
palmada en su cuello. Permanecí aterrado. Era peligrosamente
presuntuoso envolver mis brazos alrededor de él, pero me
aterrorizaba soltarlo, en caso de que me cayera. También temía
que podría orinarme en cualquier momento.

—¿Tienes miedo? —preguntó.

—Sí, señor. —Mi voz se oyó pequeña y aterrorizada. Con el


aire de la noche y el gran espacio abierto a mi alrededor, empecé
a sentir que me desmayaba—. El caballo es tan grande.

—Sostente fuerte —dijo. Cerré los brazos más cerca de él


hasta que mis manos estaban cruzadas frente a su pecho.
Entonces, para mi sorpresa, él colocó su fría mano sobre las mías
durante un momento—. Está bien —dijo. Luego, con ambas manos
en las riendas, partió al galope. La velocidad a la que el caballo
corrió era vertiginosa. Sin embargo, a pesar de mi certeza de que
en la mañana sería enviado a empacar, justo en ese momento
tenía el inesperado placer de un contacto más estrecho con el
señor Wynterbourne de lo que esperaba conseguir, y absorbí todo
eso. Mantuve mi pecho pegado a su espalda, y apoyé la mejilla en
el calor de su hombro. Llevaba un abrigo de lana oscuro de tan
excelente calidad que se sentía como el satín contra mi caliente
cara. Incluso con el frío viento, podía oler el aroma masculino de él,
su jabón de afeitar y un limpio y nuevo sudor. Cerré los ojos, no sólo
para impedirme ver lo rápido que cruzábamos el campo sino para
experimentar mejor la cercanía, deleitándome con ese momento. El
constante ritmo del galope del animal me mecía suavemente
contra la espalda del Amo. Con las piernas estiradas sobre el
caballo, mi pene se presionaba con entusiasmo contra las nalgas
del Amo, mi placer se levantó con una fuerza que no podía
controlar.

Mi pene tensó los botones del pantalón, y se presionó arriba y


abajo de las nalgas y el ritmo del caballo se sentía demasiado. Me
corrí y gemí, incapaz de detenerme. Iba a matarme. Lo sabía.

—¿Estás bien, niño? —preguntó por encima del hombro.

—Sí, señor. —Respiraba pesadamente contra su cuello. El


señor Wynterbourne era un hombre de mundo, debía de saber lo
que acababa de suceder. Me entraron ganas de llorar.

Montamos por el campo abierto hacia la Casa


Wynterbourne.

Cuando el Amo llegó a la casa, llevó el caballo a trote a


través del patio y de regreso a los establos. La puerta del establo se
abrió ante el sonido de los cascos del caballo sobre los adoquines,
el lacayo nos saludó. Con su habitual agilidad, el Amo desmontó y
se giró hacia mí. —Levanta la pierna derecha hacia este lado y
deslízate sobre tu abdomen.

El lacayo tomó la cabeza del caballo para sostenerlo firme.


Me moví para obedecerlo, pero me encontré agarrándome de la
silla cuando el animal se movió un poco. Tenía miedo de caerme,
especialmente con tan poca luz. El lacayo tenía una linterna, pero
aparte de eso, el patio estaba en las tinieblas causadas por los altos
edificios que lo rodeaban.

De la nada, sentí las manos del Amo rodeando mi cintura.


»—Desliza tu pierna por arriba —ordenó. Obedecí de
inmediato, motivado por la impaciencia en su tono. Cuando lo
hice, el Amo me bajó al suelo, y caí contra su pecho mientras el
lacayo se llevaba el caballo. Me estabilizó hasta que me encontré
firme de pie—. Vamos, niño. —Parecía impaciente, su voz resonaba
en las paredes del establo en la silenciosa noche.

No había viento en el patio protegido, y ya no tenía frío.


Cuando caminé junto a él, sentí un líquido pegajoso en mis
calzoncillos y me pregunté avergonzado si habría sentido mi
excitación apretarse contra sus nalgas. Fue entonces cuando
empecé a sentir el dolor de los golpes que me habían dado.

Entramos en la casa por una puerta lateral. Sin palabras entre


nosotros, caminé unos pasos detrás de él, era difícil mantener su
paso dado sus piernas largas. El Amo me llevó directamente hasta
la escalera principal por un largo pasillo hasta la puerta de mi
dormitorio. Allí se detuvo, evaluándome desde su altura superior.
Levanté la vista hacia él, demasiado cansado y golpeado para
adoptar la postura correcta. Mis hombros caídos, y retorcía las
manos juntas.

—Vete a la cama ahora, niño. —La dulzura de su voz me hizo


querer llorar.

—Sí, señor. Gracias. —Entré en mi habitación mientras las


lágrimas corrían por mis mejillas. Me tiré a la cama y lloré. Había
perdido mi puesto, y sería expulsado vergonzosamente en la
mañana. Decepcionaría a mi madre, que quería una mejor vida
para mí que el teatro. Considerando todo, era un completo fracaso.

Lo peor de todo era que no volvería a ver de nuevo al Amo.


Nunca le oiría decirme “buen niño” ni me derretiría ante su sonrisa de
aprobación. Incluso si nunca hubiera pensado en mí como algo
más que su secretario, aun quería servirle.
Sintiéndome miserablemente me desvestí y me lavé las partes
privadas. Estaba cubierto de ronchas por la flagelación. El paseo en
carruaje de regreso a Londres sacudiéndome por los ásperos
caminos sería horrible con mis nalgas lastimadas. Estaba subiendo
con cautela en la cama cuando oí un paso fuera de mi puerta y
salté cuando jalaron el cerrojo. Sólo podía ser Archie viniendo a
vengarse.

—Abre la puerta.

Era el Amo. Quité el cerrojo rápidamente, sin atreverme a


desobedecer, pero temiendo lo que quería. ¿Acaso después de
todo tenía la intención de echarme esta noche?

—Por favor, señor… —empecé a decir, pero él entró delante


de mí y cerró la puerta.

—Se me ocurrió que tu trasero debe estar dolorido. Archie te


golpeó con una rama de sauce, ¿verdad?

—Sí, señor, lo hizo —le contesté en voz baja.

—El sauce es demasiado duro. Personalmente yo nunca lo


usaría —me dijo. No entendía muy bien lo que quería decir y me
pregunté si en ocasiones golpeaba a los criados. Me paré frente a
él en mi camisón blanco. Tenía cuello y mangas con holanes, me lo
hizo mi madre a quien le divertía satisfacer mi deseo por la hermosa
ropa de dormir. Siempre me había gustado, pero ahora me sentía
ridículo en ella, sobre todo cuando el Amo se acercó y tomó entre
sus dedos el encaje del cuello—. Acuéstate en la cama, niño —
ordenó.

Confundido, me acosté encima de mi edredón, haciendo


una mueca cuando mi espalda tocó la cama.

—Gírate —ordenó con un pequeño gesto de la mano.


Rodé sobre mi abdomen, aún sin saber qué pensaba hacer.

Quizás quería golpearme por mi audacia en su caballo. Gemí


cuando se sentó en el borde de la cama y levantó mi camisón,
exponiendo mi trasero. Mi pene se endureció de nuevo, recé, ¡por
favor no dejes que me vea!

—Dios mío, mírate —dijo.

Miré por encima del hombro las abultadas ronchas rojas y vi


como en un sueño al Amo desenroscar la tapa de un frasco de
ungüento y que empezaba a aplicarlo en mi trasero. Mi piel ardía
por el dolor, ahora ardía de nuevo por el deseo. Suavemente frotó
el ungüento en mis ardientes nalgas con las dos manos, sus intensos
ojos no me miraban a mí, solo a mi trasero. Su toque era tan suave y
calmante. La crema olía a hierba nueva y era suave y sedosa al
tacto. Era fría y se sentía maravillosa en mi piel en carne viva.

»—Es bálsamo de caléndula14. Es bueno para la piel dañada.


Es muy reconfortante para las abrasiones. Odiaría ver marcas
permanentes en ese dulce pequeño trasero de melocotón.

La amabilidad en su voz me dejó más confundido que nunca.

¿O estaría siendo sarcástico? No podría decirlo. Su


observación no era precisamente el tipo de cosa que un Amo le
decía a su secretario.

¿Estaría pensando en echarme o no?

»—Jade —dijo.

14
Comfrey – Consuelda, planta muy usada para tratar piel y heridas, al tener sustancias que disuelven
las secreciones en las heridas y estimulan la creación de tejido nuevo, por lo que se usan en heridas, ulceras,
internas o externas, luxaciones, fracturas y dislocaciones, entre muchos de otros usos
—¿Sí, señor? —Era difícil hablar con mis nalgas desnudas y sus
manos por todos lados. Me distraje extremadamente excitado y
confundido.

—Cuando estabas sentado detrás de mí en mi caballo, ¿tu


pene se puso duro?

¡Lo sabía! Aun así me impactó que me preguntara. Mis mejillas


ardían, en parte porque sabía, y en parte debido a mi falta de
auto-control. —Señor, perdóneme. No lo pude evitar. Lo siento
mucho. ¡No me eche!

—¿Te corriste? —pregunto en voz baja. Cuando no contesté


a la vez, demasiado avergonzado para admitirlo, repitió la
pregunta—. Respóndeme, niño.

—Sí, señor. Le ruego que me perdone.

Con una última suave palmadita, dijo: —Ya está. Eso deberá
de ayudar. —Bajé mi camisa de dormir, teniendo cuidado de
ocultar mi pene erecto, y me senté cuidadosamente. El Amo se
sentó limpiando el resto de la crema de sus manos con un pañuelo.
Me miró a los ojos.

Todo esto era demasiado para mí, y las lágrimas cayeron por
mis mejillas. Dejé escapar un fuerte sollozo. La noche, que había
comenzado tan alegre, había terminado echa un desastre. Estaba
dolorido y el Amo estaba siendo amable conmigo. Si él se hubiera
enfurecido conmigo, no estaría llorando. Lancé mis brazos
alrededor de su cuello y lloré en su hombro.

»—Ya, ya, niño. —Me palmeó la espalda con amabilidad.

—Lo siento, señor Wynterbourne —me disculpé—. Lo siento


por todo. Sólo quiero complacerlo, señor.
—Eso es bueno, niño. Es muy bueno que quieras
complacerme. —Tomó mis muñecas para apartar mis brazos de su
cuello y se puso de pie—. Ve a dormir ahora y te espero en mi
oficina a las ocho y media de la mañana, controlado.

—Sí, señor.

Con eso, él se fue, y yo lloré hasta quedarme dormido.


¡Eres cruel!

No pude comer nada a la mañana siguiente y me fui directo


al estudio del Amo a las ocho y media según lo ordenado. Como
era mi costumbre, entré sin llamar. El Amo estaba sentado detrás de
su escritorio, esperándome. Fui a pararme frente a él con las manos
sobre mi trasero, los hombros cuadrados y la cabeza inclinada,
esperando una palabra de aprobación.

—Mírame, Swift —ordenó. Levanté la vista y me encontré con


su intensa mirada—. Dime lo que sucedió cuando fuiste al cuarto de
Archie y William hace algunas semanas.

Estaba sorprendido. Esperaba que exigiera saber acerca de


lo que sucedió anoche. —Señor, fui a tomar una copa con ellos,
pero ellos me obligaron a tomar whiskey —dije en voz baja, mis ojos
húmedos como de costumbre—. Lo siento mucho, señor.

—¿También te forzaron?

—Lo intentaron, señor. —Tenía la esperanza de que pudiera


creerme—. Honestamente pensé que sólo querían ser mis amigos.
Quería hacer amistad con ellos porque me sentía solo, pero se
volvieron contra mí.

—Dime lo que pasó —dijo suavemente.


—Señor, preferiría no hacerlo. —La sola idea de repetir lo que
me habían hecho me daba vergüenza—. Señor, vio anoche lo que
hicieron.

—Vi que Archie te golpeó con una rama de sauce, y que


tenía el pantalón desabrochado. Dime lo que pasó la primera vez,
niño. —Ahora parecía enojado. Las lágrimas ardían en mis ojos, y
sentía mi rostro caliente. Bajé la mirada y comencé—. Me dieron
whiskey y lo bebí.

—Mírame, Swift.

Levanté la mirada hacia él, odiando sentirme expuesto, pero


quería mantener mi trabajo. Quería quedarme con mi Amo. —
Señor, me dieron whiskey hasta que estuve ebrio —todos lo
estábamos—, entonces ellos se abalanzaron sobre mi y me
desnudaron. —Mi voz se redujo a un murmullo—. Me obligaron a
chupar sus penes. No pude luchar contra ellos. Archie solo, es más
fuerte que yo, pero eran dos. Me forzaron. Luego intentaron
tomarme por detrás, pero logré liberarme. —El recuerdo de aquella
noche me inundó de nuevo, trayendo consigo la ira y la vergüenza.
Él asintió.

—Continúa.

—Corrí hacia la puerta cuando pude, señor.

—¿Y Beagle te vio en las escaleras de servicio corriendo


desnudo con la ropa en un bulto?

—Sí, señor —dije en voz baja, completamente avergonzado—


. Por favor, créame. No sabía lo que se proponían, señor. Lo juro.
Obviamente lo tenían planeado. No era un participante dispuesto.

—¿Les diste algún motivo para que creyeran que podrías


estar interesado en tal comportamiento?
—No, señor. Supongo que pensaron que podían salirse con la
suya, y si el señor Beagle no me hubiera visto, lo habrían hecho. Yo
no le habría dicho a nadie.

—Mentiste por ellos. Los protegías, Swift.

—Sí, señor —le dije vacilante, viendo mis posibilidades de ser


creído escapar.

—¿Por qué?

—Pensé que les creerían a ellos y no a mi —dije con


sinceridad. Mi barbilla temblaba, pero contuve mis lágrimas con
maestría.

Sin saber por qué, caí de rodillas. El Amo me miró,


sorprendido, sin embargo, una pequeña sonrisa elevó la comisura
de su boca. Me sentí como un idiota una vez que estuve allí, pero
en ese momento me pareció la única respuesta. Tenía el fuerte
impulso de besarle las botas, pero me contuve. Sólo Dios sabía lo
que pensaría si lo hacía. El señor Wynterbourne se recostó en su silla
y juntó los dedos delante de él. Le había visto hacer eso a menudo
cuando estaba pensando en qué decir después. Lo veía con mi
pluma suspendida sobre el tintero, mientras él buscaba a través de
sus recuerdos para encontrar el complemento perfecto para un
capítulo.

—Siento mucho que sintieras que no podía confiar en mi


capacidad de entender —dijo en voz baja.

—Señor, no quise ofenderlo. —Estaba desesperado de no


encontrar el camino—. Solo es que yo soy… —Me mordí el labio
inferior, sabiendo que era peligroso continuar.

—¿Tu eres qué, niño?

—Soy queer —murmuré—. Lo siento.


—Lo sé —dijo suavemente—. No te disculpes por eso. Si
sentiste que no podías confiar en mí, entonces eso es culpa mía, no
tuya.

Confundido por esta enigmática respuesta, esperé. Alejé la


mirada mientras mis rodillas empezaron a sentir los efectos del duro
suelo de madera.

—Y anoche, niño. ¿Qué fue todo eso?

—Amo, yo apuñalé a Archie con el tenedor en la mesa para


hacerle saber que él no podría ser bully conmigo. Es por eso que él y
William estaban detrás de mí anoche.

El Amo sonrió. —¿Lo apuñalaste con tu tenedor? Eso no es


hacer algo bueno.

—Ya lo sé, señor, pero tenía que hacer algo, así que hice lo
que pude.

—Sí, sí, lo hiciste. Puedes levantarte —dijo, como si supiera que


esperaba su permiso. Me levanté rápidamente, tratando de no
mostrar que me dolían las rodillas—. Espera afuera —ordenó.
Agradecido de ser dejado en libertad, salí de la habitación, sólo
para encontrarme a Archie y William de pie juntos en el pasillo. Me
miraban venenosamente—. Si has estado mintiéndole al Amo,
pequeño queer, le diré exactamente lo que eres —dijo Archie.

—Peor para ti. Ya le dije la verdad —le dije. Me moví


rápidamente lejos de ellos y me senté en un banco de hermoso
brocado cerca de la pared. La crema de caléndula había
trabajado durante la noche, y mi trasero había mejorado mucho. La
voz del Amo llegó hasta afuera, diciéndole a los lacayos que
entraran a su estudio.
Aunque estuve sentado muy cerca de la puerta durante los
siguientes veinte minutos, no pude oír nada de la conversación. Si
ellos eran los que se quedaban y yo quien se fuera, no creo que
pudiera soportarlo. Incluso si el señor Wynterbourne eligiera
despedirme, aun así quería que él supiera que no había decidido
voluntariamente estar con Archie y William.

Sin embargo, el recuerdo de mi pene erecto cuando rodé


sobre mi espalda en el campo, entraba con fuerza en mi mente. Él
lo vio; no había duda que mi Amo lo vio. ¿Cómo iba a creer que yo
era una víctima involuntaria y poco dispuesto a la cruda escena
que había presenciado?, ¿y por qué me había sentido excitado por
la paliza que había tomado? Mi mente era un torbellino. Salté
cuando la voz de la Amo se oyó fuerte repentinamente a través de
la puerta cerrada. —No les creo. ¡Son unos cobardes mentirosos!
Agradezcan que esté dispuesto a darle cartas de recomendación y
no hable sobre su vergonzosa conducta. Ahora, los quiero fuera de
mi casa en una hora. —La puerta se abrió violentamente—. ¡Largo!

Con las cabezas colgando y las mejillas escarlata, Archie y


William se escabulleron como escolares regañados. Sentí un
momento de júbilo ante sus rostros de regañados hasta que se
giraron hacia mí con venenosa rabia pura en sus ojos. Di un paso
hacia atrás, asustado por un momento de que me atacaran.

Mi Amo salió al pasillo. —Dije que se largaran —les dijo de


nuevo—. Swift, entra. Voy a dictarte las cartas de recomendación
para estos bribones, aunque Dios sabe que voy a tener que mentir.

—Tendría que mentir si ese pequeño queer incluso necesitara


una carta de referencia —dijo Archie entre los dientes—. Él rogo por
eso.

La rabia en la expresión del Amo se convirtió en un silencio


aterrador. Las caras rojas de los dos lacayos se volvieron de repente
pálidas. El Amo dio dos pasos con sus largas piernas hacia ellos, al
mismo tiempo que metió su mano en su bolsillo. Sacó un ancho
cinturón de cuero negro de alrededor de un metro de largo. Como
un rayo, flageló los muslos de Archie varias veces antes de que
pudiera moverse. Archie chilló como un cerdo en el corral antes de
correr precipitadamente por el pasillo alfombrado con William
siguiéndolo.

El Amo se giró hacia mí, doblando la correa y metiéndola de


nuevo en el bolsillo como si nada hubiera pasado. Lo seguí al
estudio, pensando que sería mejor recordar que el Amo estaba
armado en todo momento. Confundido, sentía mucho miedo y
felicidad. Me senté ante mi pequeño escritorio. Me dictó las breves
cartas de recomendación para los lacayos. El Amo no mintió
exactamente. Él alabó sus virtudes como excelentes en su trabajo,
pero se abstuvo de llamarlos decentes, honestos, o dignos de
confianza. En definitiva, las cartas eran lo suficientes buenas para
asegurar que los emplearan en el futuro.

Cuando terminé las cartas, el Amo las firmó con su esplendida


y audaz letra. Aunque él no era un hombre dado a gestos excesivos
o ropa elegante, su firma era perfecta para él, poderosa y más
larga que la vida.

Dobló las cartas, las selló con cera caliente al rojo vivo y un
sello de plata que sacó del cajón de su escritorio. Cuando me
entregó las cartas, vi el sello. Era muy extraño.

Era una pequeña imagen claramente definida de un hombre


con otro hombre arrodillado a sus pies. Estudié curiosamente el sello
y levanté la mirada hacia él, con una ceja levantada me invitaba a
preguntar. Desesperadamente quería hacerlo, pero no me atreví
después de lo que había visto unos minutos antes.

—Entrégaselas a Beagle. Verá que las reciban los lacayos.


—Sí, señor. —Me giré para salir.

—Y ve a desayunar. He estado escuchando tu estómago


gruñir desde que entraste esta mañana.

—Sí, señor. Estaba tan nervioso que no pude comer. Lo siento.

Salí de la habitación, mi corazón loco de felicidad. Mi Amo


me creyó, y Archie y William se habían ido y nunca más me
molestarían. Quería correr a la cocina, pero caminé viendo de
nuevo el extraño y hermoso sello. Quería ser el hombre arrodillado y
que el hombre de pie fuera mi Amo, pero no entendía por qué.
¿Sería posible tener una unión así con un hombre, amarlo,
respetarlo, y servirlo, para que él correspondiera mi amor y aun así
estar completamente en su poder?

Para mi enorme sorpresa, el señor Beagle me sonrió cuando


entré a la desierta cocina. Pensé que se pondría furioso al perder
dos buenos lacayos. Le entregué los sobres. —¿Quedó desayuno,
señor Beagle? ¿Me podrían dar algo?

La señora Beagle vino corriendo hacia mí, llevando un plato.


—Lo mantuve caliente. Siéntate, señor Swift. —Ella dejó un plato de
huevos y salchichas en mi lugar—. Voy a poner la tetera al fuego —
dijo amablemente.

Así que no caí en desgracia con ellos como había esperado.


Mientras comía, el niño limpiabotas atravesó de camino hacia el
cubículo donde trabajaba en los zapatos y las botas. Se detuvo
junto a la mesa, con los brazos cargados con varios pares de finas
botas de montar de piel del Amo. —Señor Swift, gracias por haberse
desecho de Archie. Le tenía miedo, y William seguía su ejemplo.
Ellos eran crueles conmigo.

—Fue el Amo el que lo hizo, no yo, Pip. También eran crueles


conmigo —le dije amablemente. La señora Beagle me trajo una
taza de té y una pila de pan tostado caliente con mantequilla. Vi su
sonriente cara, pensando que ella era una mujer muy atractiva,
pero cualquiera que me recordara a mi madre era atractiva para
mí. Decidí ser honesto—. Pensé que todo el mundo se volvería
contra mí por Archie y William.

La señora Beagle habló. —No, señor Swift. Esos dos se lo


habían estado buscando desde hace mucho. Intimidaban al niño
limpiabotas y al personal masculino más joven. No eran tan
respetuosos con el señor Beagle como deberían haber sido. Tal vez
una o dos de las empleadas domésticas llorarán por ellos, pero el
resto de nosotros estamos contentos de verlos ir.

El señor Beagle se acercó y se sentó en su silla. —Dame una


taza de té, amor —le dijo a su esposa. Ella le sonrió con cariño y se
fue al mostrador y sirvió una taza de té caliente de la olla.

—He querido deshacerme de esos niños por los últimos meses


—dijo el señor Beagle—, pero eran muy buenos en su trabajo, por lo
que me resistía a quejarme con el Amo. Pero después de lo que te
hicieron hace unas semanas —él sacudió la cabeza—, le dije al
señor que te habían atraído a su habitación.

Empecé a sonrojarse seriamente. —Sí, me engañaron. Pero


¿cómo lo sabías?

—No eres tan mundano como crees, señor Swift, incluso


aunque hayas crecido en Londres. Pero deberías haberle dicho al
Amo el día siguiente lo que había sucedido. Nos habríamos librado
de ellos antes.

—Tenía miedo de que no me creyera, y realmente no quería


recordar lo que me habían hecho —murmuré—. Pensé que podría
ser yo el despedido.
—El Amo es un hombre bueno —dijo el Sr. Beagle en voz
baja—. Un muy buen hombre. Él es un hombre justo, y entiende la
naturaleza humana.

—Así es, es un hombre maravilloso —coincidió la señora


Beagle, acariciando la mano de su marido de nuevo. Él agarró sus
manos gastadas del trabajo entre las suya. La pareja se miró y me
sonrieron—. Sólo recuerda, Sr. Swift, por encima de todo, es el valor
de la lealtad al Amo.

—Lo recordaré. Muchas gracias. —Terminé mi desayuno feliz y


regresé a mi trabajo con renovada determinación de complacer al
señor Wynterbourne de todas las formas posibles. Sin embargo,
conforme la semana avanzaba y él me daba muy poca atención
comencé a sentirme frustrado y traté de llamar su atención. Vivía
del recuerdo de la noche en que cabalgué detrás de él en su
caballo, y anhelaba esa intimidad de nuevo. Me daba masaje para
llegar al clímax cada noche recordando sus manos distribuyendo el
bálsamo en mis doloridas nalgas. Casi me desmayaba cada vez
que su brazo rozaba el mio, pero aun así solo parecía nada más
que una figura de fondo para él, un adorno, algo para usar, pero no
para comunicarse efectivamente con él.

Lo mejor que pasó con que Archie y William se fueran fue que
ellos fueron remplazados por un joven hombre encantador llamado
Tom, que me guiñó un ojo la primera mañana que llegó y me
murmuró un día en la comida: —Tenemos que mantenernos unidos
los de nuestra clase. —El otro nuevo lacayo era indescriptible y no
dio ningún problema, pero Tom me agradaba mucho.
Una mañana, a principios de julio, el señor Wynterbourne me
atrapó mirando los jardines, que habían crecido hermosos en la
plenitud del verano. Me había perdido varias líneas de dictado sin
darme cuenta.

—¿Estoy evitando que hagas algo que prefieres estar


haciendo, niño? —Su tono sarcástico de maestro de escuela me
sacó de mi ensueño. Me giré hacia él, mi ira levantada. Estaba
harto del trabajo, cansado de suspirar por una palabra amable o
una mirada de él. Preferiría que me diera una bofetada que esta
negación total a mi ser.

—¡Nunca debería haber dejado Londres! —Bufé como si fuera


un ridículo niño.

Con mucha tranquilidad me preguntó: —¿Qué habrías hecho


si te hubieras quedado?

Con una mano, empujó su silla de detrás de su escritorio, la


colocó en medio de la habitación y se sentó en ella, con los codos
doblados y los dedos entrelazados, estiró las piernas frente a él. Su
intensa mirada descansó sobre mí, y mis mejillas comenzaron a
calentarse. Lo único que odiaba de ser tan bello era la tendencia a
que todas mis emociones se mostraran en mi rostro. Él me hizo una
seña para que me acercara frente a él.

—Habla —exigió—. Cuéntame todo sobre ti, niño.

Estaba en shock. Hace instantes estaba aburrido hasta las


lágrimas y resentido por que no me hacía caso. Ahora me ponía
delante de él, toda su atención centrada en mí, y deseaba estar a
kilómetro y medio de aquí. No tenía idea de por dónde empezar. —
Mi madre está en el escenario, yo también trabajaba en el
escenario.
—¿Qué hacías en el escenario? —Sus ojos parecían serios, sin
embargo, su boca se torció, y yo estaba seguro de que quería
sonreír. Se mordió el labio inferior, como si él mismo se controlara.

—Fui asistente de un mago por un tiempo, a veces me vestía


y participaba en las obras de teatro. Estuve en un par de obras, A
menudo ayudaba a los actores a ensayar sus líneas. Fui un
apuntador en más de una ocasión, pero quiero ser cantante de
nuevo. Cantaba en el escenario cuando era más joven, y era muy
popular. Solía ser considerado como el Angel de Amatista.

—¿El Angel de Amatista? —Sonrió.

—Sí, señor, pero mi voz se quebró.

—Esto tiende a suceder. —Parecía serio, pero estaba seguro


que le hizo gracia—. Estoy seguro de que te veías y oías como un
ángel.

—Sí, señor, así era, pero ahora necesito más entrenamiento si


he de volver al escenario.

—¿Entonces eras un cantante? Canta para mí —ordenó.

Empecé a temblar. Estaba tan sólo a un metro de él,


sintiéndome totalmente expuesto en este pequeño lugar. Estreché
mis manos frente a mí y levanté la voz en una vieja canción del
teatro de variedades. Cuando terminé, el silencio llenó la
habitación con mucho más intensidad que mi canto. Por fin habló.
—¿Por qué dejaste el teatro?

—Mi madre insistió en que hiciera algo más respetable. —


Odiaba decir eso, pero era lo que ella me dijo.

—Tu madre quería que hicieras algo con lo que puedas


ganarte la vida porque nunca más volverás a ganarte la vida con
esa voz. Es horrible —dijo con calma. Me aparté de él rápidamente
para ocultar las calientes lágrimas que corrían por mis rosadas
mejillas. ¡Lo odiaba! Quería golpearlo y huir de regreso a casa de mi
madre. ¿Por qué me trataba con tanta crueldad?

»—Niño —le oí decir. No lo miré de nuevo, estaba en la


ventana con los hombros agitados, llorando en silencio. Entonces él
llego detrás de mí, envolviendo uno de sus fuertes brazos alrededor
de mi cintura, sujetando mi cuerpo al suyo. Me jaló de nuevo como
cuando yo cabalgaba detrás de él, excepto que aquella ocasión lo
abracé con fuerza. Ahora él me abrazó, y yo quería derretirme
contra su delgado cuerpo. Con la otra mano, me limpió las
lágrimas, y me giró para que lo viera. Apreté mi caliente rostro en su
pecho y sentí su mano en la parte posterior de mi cabeza,
acariciando mi cabello. La noche que había arrojado mis brazos
sobre su cuello mientras lloraba, él me había sostenido solo un
momento antes de apartar mis brazos, esperé a que ahora hiciera
lo mismo, a pesar de que ahora él había iniciado este abrazo.

—Jade, precioso Jade —murmuró mi nombre—. No llores,


hermoso niño. —Emocionado y sorprendido por esa intimidad, no
me atreví a moverme por miedo a que se diera cuenta de su locura
y me dejara ir—. Tú voz es horrible, prefiero ser cruel y decirte eso. Tu
escritura, por otro lado, es excelente, tomas el dictado
rápidamente, y tu habilidad de investigación es impresionante. Eres
un niño inteligente y hablas bien con un gran vocabulario.

—Gracias, señor —respondí a través de mis lágrimas,


emocionado de su halago y aun así sintiéndome débil y estúpido.

—Has crecido mucho. —Entonces él me sostuvo a la distancia


de su brazo extendido, mirándome—. Y eres hermoso.

Estaba tan confundido. Durante dos largos meses había


estado distante, llamándome Swift o niño, sobre todo niño, y me
llamaba Jade sólo para burlarse de mí. Ahora me decía precioso
Jade y me abrazaba. ¿Estaba jugando conmigo? Me lancé sobre él
y envolví mis brazos alrededor de su cintura como si nunca lo fuera
a dejar ir. —Señor, ¿es queer como yo? —Mantuve mi voz baja, con
miedo a pronunciar las palabras en voz alta.

Cuando habló, había una sonrisa en su voz. —Soy más queer


de lo que nunca serás, mi niño. He estado en esto mucho tiempo.
Jade, hermoso Jade —murmuro en mi cabello. Su voz era tierna,
cuando dijo—: ¿Puedo tenerte?

Casi me desmayé. ¿Era realmente así de simple? ¿Realmente


sólo estaba ofreciéndome hacerme suyo? ¿Habría oído mal?
Levanté la vista para mirarlo, sin saber si me estaba atormentando.
—¿Señor? —le pregunté con voz temblorosa.

—¿Puedo tenerte, niño? A diferencia de Archie y William, yo


nunca tomaría a un niño en contra de su voluntad. Debes dar tu
consentimiento. ¿Deseas entregarte a mí?

—Sí, por favor, señor —dije sin vacilar, asumiendo que él


podría levantarme en sus brazos y cargarme a su dormitorio, con
gran conmoción y horror de cualquier siervo que nos viera en el
camino. En los momentos que siguieron, cada posible imagen de
intimidad cruzó por mi mente. Me vi a mí mismo desnudo junto al
Amo, y hacíamos el amor durante horas mientras yo gemía y
sudaba. Pero me levantaba.

Mi Amo era un hombre muy fuerte a pesar de su delgadez,


poseía fuertes músculos sin grasa sobre ellos, y ahora él podría darle
buen uso a esos. Antes de que pudiera reaccionar, él tenía mis
pantalones abajo y me jalaba sobre el respaldo de una silla.

Para mi sorpresa, todo había terminado en cuestión de


minutos. Mi pene se endureció en el momento en que entró en mí,
pero yo no tuve tiempo para responder más.
Mi clímax nunca llegó. El señor Wynterbourne me jodió bien y
apropiadamente por no más de medio minuto, se corrió rápido y
caliente y luego se subió los pantalones y volvió a sentarse detrás de
su escritorio. Me giré a verlo, aun seguía medio vestido y él sólo
empezó a dictar de nuevo. Completamente humillado, subí mis
pantalones y tomé la pluma y la tinta, y traté de mantener el ritmo.

Esa noche, en la cama, lloré de corazón. Me sentí maltratado,


herido y enojado. Mi Amo había fingido quererme y no había hecho
más que hacer uso de mí. Lo que me hizo sentir aún peor era que yo
había dado mi consentimiento para ser tratado como un pedazo
de carne en el mercado de Smithfield. Mi llanto era tan fuerte y
autoindulgente que no escuché los pasos fuera de mi puerta. De
hecho, no me di cuenta de su presencia hasta que levanté la vista y
lo encontré de pie en silencio al lado de mi cama. Me senté de
nuevo y jalé el edredón hasta la barbilla para protegerme. Se rio de
mí, una fuerte, hermosa y retumbante carcajada que en cualquier
otra circunstancia me hubiera sentido orgulloso de haber
conseguido. Se habían reído de mí antes, pero no podía soportarlo
de él.

—¡Eres cruel! —Exploté y de nuevo comencé a llorar. Qué


patético debí de haber sonado—. Me tomas y utilizas como si fuera
una puta en la calle, luego me echas a un lado.

Mi arrebato emocional no fue bien recibido, y me marchité


bajo su mirada.
—Nunca me levantes la voz, ni me faltes al respeto —dijo, con
los ojos fijos en mí—. Si te hubiera tratado como una puta, te habría
ofrecido dinero. No lo hice.

—Señor, te pido perdón.

Él inclinó la cabeza hacia un lado, mirándome desde su gran


altura. Luego se sentó en mi cama y tomó mis temblorosas manos.
—¿Quieres ser mi niño, precioso Jade? —Habló en voz baja.

Jale sus manos a mi boca y las besé suavemente.

—Sí, señor. Sí, por favor, señor —le supliqué—. Pero no me uses
y me hagas a un lado como lo hiciste hoy. No lo puedo soportar.

Yo estaba mucho más allá de cualquier pretensión de


dignidad. Lo quería y estaba dispuesto a arrastrarme sobre brasas
calientes para lograr que me quisiera. Podría besar sus pies y
suplicarle como un perro si fuera necesario. Sólo quería su atención.

Solemnemente asintió. —Sabía que ibas a aceptar.

Si hubiera sido cualquier otra persona, hubiera querido darle


una lección por ser tan petulante. Pero no era nadie más, era mi
Amo, y lo único que sentía era la gratitud y el deseo desesperado
por complacerlo.

Lo veía con adoración, él lo tomaba con calma.

»—Jade, eres orgulloso y decidido. Eso fue evidente en la


forma en que te negaste a quejarte y andar con chismes cuando
los lacayos te utilizaron. También te he visto escribir por horas
cuando tu mano te dolía, aun así trabajabas sin quejarte.

Emocionado por sus halagos, casi no podía hablar. Esperé por


más palabras como un mendigo hambriento en un festín.
»—Sin embargo, también tienes un corazón sumiso, mi niño,
un corazón que desea servir a su Amo y someterte a su voluntad.
Tienes un corazón esclavo.

¿Cómo podía leer mis pensamientos y deseos tan


perfectamente cuando él me había dado tan poca atención? Las
lágrimas que apenas se habían secado cayeron de nuevo. —
¿Cómo puedes saberlo, señor? —Mi voz sonaba extraña por la
emoción y las lágrimas—. ¿Cómo puedes saber cómo me he
sentido todas estas semanas? ¿Cómo puedes saber lo que mi alma
está pidiendo a gritos, cuando yo mismo no me entiendo? Sé que
soy voluntarioso y amo las cosas a mi propia manera, sin embargo,
quiero doblegarme a tu voluntad. Estoy tan confundido.

—Crees que te he ignorado durante todas estas semanas,


¿no es así? —Asentí, lo que hizo que sonriera—. No lo he hecho, te
he observado de cerca, niño hermoso. Te he observado, esperando
mi momento. Eres veinte años más joven que yo. Sé que has vivido
una vida interesante y poco común en el teatro, pero eres
demasiado joven para haber tenido alguna experiencia de vida.
¿Has estado con muchos hombres?

Un poco avergonzado, asentí. —Sí, señor. Comencé cuando


tenía trece —murmuré. Era como si hablara con mi pastor y
necesitaba confesarle mis pecados. Él esperó—. Voluntariamente
he tenido relaciones con una gran cantidad de niños y hombres, y
posé desnudo para un artista en Londres.

—No veo ninguna vergüenza en eso —dijo con seriedad.

Me mordí el labio. —Me pagaba dos chelines en cada


ocasión, pero me ofrecía medio soberano más si le chupaba el
pene.

—¿Y lo hiciste?
—Sí, señor, muchas veces, pero nunca me vendí a otros
hombres, solo a él —murmuré, avergonzado—. Quería el dinero.

Su boca se torció en una sonrisa, que rápidamente controlo.


—¿Así que sabes cómo chupar bien un pene?

Una vez más, asentí. —He tenido mucha práctica en eso,


señor.

El Amo permitió que una pequeña sonrisa iluminara su rostro.


—Estoy feliz de escuchar eso, niño. —Apretó las manos—. Jade,
tengo ciertos requisitos para cualquier niño que tomo a mi servicio, y
si bien es posible que no estés familiarizado con estos, creo que te
vendrían muy bien. He observado que eres un niño que quieres ser
una mejor persona. Veo a un niño que desea tener más auto-
control, más autodisciplina. Te puedo enseñar esas cosas, si estás de
acuerdo. Si tu deseo es ser todo lo que puedes ser, entonces lo vas
a lograr conmigo.

—Lo deseo, señor. Muchas gracias. —Estaba en la punta de la


lengua declararle mi amor, pero una prudencia que era rara en mí
me contuvo. De alguna manera sabía que si decía “te amo”, el
Amo rechazaría mis palabras con una pasión infantil. En el pasado,
cuando había pronunciado esas palabras, eran precisamente eso.
Este momento parecía ser más importante que las salvajes
declaraciones de amor.

»—Gracias, señor —repetí.

—Bien. Haremos un trato.

La decepción me inundó cuando se puso de pie y caminó


hacia la puerta. Pensé que por lo menos él me invitaría a su
habitación.
Tenía ganas de echarme a sus brazos. —Sé puntual en mi
oficina por la mañana como de costumbre, y por la noche vamos a
hablar de mis expectativas para tu nuevo cargo.

Mi confusión debió haber sido obvia. Sin embargo, él se


esperó a que preguntara. —¿Nueva posición, señor? Aun estoy
trabajando para ti, ¿verdad?

—Vas a seguir siendo mi secretario —estuvo de acuerdo—. De


hecho, sin ti no podría hacer mi libro. Pero ahora es más que eso.
Ahora eres mi esclavo. ¿Eso, te complace?

—Sí, señor. Gracias, señor. —Eso fue todo lo que pude decir.
Nalgadas y Disciplina.

A la mañana siguiente me presenté a trabajar en el estudio


del Amo, mi corazón latía con fuerza. Esperaba que me saludara
con un beso y un abrazo. No lo hizo. Como siempre, me esperaba
en su oficina, en el momento en que entré al cuarto, él señaló mi
escritorio. Me senté, y él empezó a dictar antes de que pudiera
tomar mi pluma.

Había dormido poco, toda la noche enfermo de anticipación


y de emoción, y ¿para qué? ¿Para esto?

Ser ignorado como de costumbre. Ser tratado como un


pedazo de mueble como de costumbre. A medida que el día
avanzaba, también lo hacía mi inquietud.

¿Había imaginado que vendría a mi habitación anoche? ¿Lo


había deseado con tanta desesperación que me habría imaginado
toda la escena?

A las seis de la tarde, justo cuando pensaba que escribiría


hasta bien entrada la noche, el señor Wynterbourne dejó de hablar
y se acercó a la ventana. Lo vi pararse en silencio por un rato, y
entonces él me miró con esos intensos ojos grises. —Ven aquí, niño.

En mi entusiasmo por llegar a él, se me cayó la pluma al suelo,


gimiendo de miedo de haber salpicado con tinta la hermosa
alfombra persa. Me agaché para recogerla, tropezando
estúpidamente, y logré regresar la pluma al estuche de plumas. Me
vio, sonriendo, y esperó pacientemente hasta que llegué delante
de él. Quería lanzarme a él, pero no me atrevió a presuponer.

Extendió sus brazos hacia mí, y caí en ellos con tal alivio que
temí que podría llorar de nuevo. —Señor, pensé que habías
cambiado de opinión —murmuré en su solapa.

—Para nada, querido niño. Cuando tomo una decisión


siempre sé que es la decisión correcta. —Me abrazó, una mano en
la parte posterior de la cabeza. Él era más alto que yo por una
cabeza, así que mi cara descansaba sobre su pecho—. A las ocho
en punto, te unirás conmigo para cenar en el comedor, y
hablaremos.

—¿En el comedor? —No esperaba eso. Apretó su dedo índice


en mis labios.

—Nunca me cuestionaras. —Hizo una pausa, agarró mi


barbilla entre el índice y el pulgar, e inclinó mi rostro hacia el suyo—.
¡Nunca! ¿Está claro?

—Sí, señor.

Me soltó la barbilla, pero no me atreví a ver al otro lado hasta


que él me indicó que podía. —Vete ahora y te espero en el
comedor a las ocho en punto, y comenzaremos.

Soltó sus brazos de mi cintura y me dejó. Lo vi irse, inseguro de


mí mismo y lo que él esperaba de mí. “Vamos a empezar”. ¿Qué
significaba todo eso? Estaba locamente enamorado de él, pero
también tenía miedo: miedo de disgustarlo, miedo de aburrirlo,
miedo de ser demasiado joven y estúpido, temiendo la esclavitud y
sus consecuencias, y sin embargo muriendo por experimentarlo. A
las ocho en punto entré en el comedor. Me había hermoseado en
mi habitación y Pip limpió mis botas hasta que brillaban. Tenía sólo
tres trajes, dos para cada día y uno para el domingo, aunque mi
madre y yo nunca poníamos un pie en una iglesia. Me puse mi traje
de los domingos y cepillé mi cabello y luego lo recogí en una cola
de caballo con un trozo de cinta de raso negro que una de las
amigas de mi mamá me había regalado por mi cumpleaños.

El Amo estaba sentado en la cabecera de la mesa con el


señor Beagle en posición de firmes detrás de una silla que asumí
debía de ser la mía, dándome el lugar antes de que fuera
establecido. Me acerqué a la mesa y tomé mi asiento. El señor
Beagle seguía detrás de mí, pero no lo despedí. Vi al Amo y vi de
inmediato que le había disgustado.

—¿Qué? —le pregunté desamparado—. Señor, ¿qué he


hecho mal?

—El hecho de que te des cuenta de que has hecho algo mal
es en tu beneficio, niño —dijo el Amo. Él esperó. Y entonces lo noté.

El señor Beagle permanecía detrás de mi silla, como si hubiera


hecho esto antes, lo que era extraño. Me puse de pie mientras el
mayordomo expertamente retiraba mi silla para evitar que yo la
tumbara. Cuando el Amo sonrió, su rostro apenas se movió, pero
eran evidentes sus expresiones faciales. Me di cuenta demasiado
tarde de qué se suponía debía hacer. —¿Puedo sentarme, señor?

Con un gesto pausado, el Amo levantó su copa de vino tinto,


estudió el profundo rojo rubí y tomó un trago. Cuidadosamente
colocó su copa de nuevo sobre la mesa y me miró una vez más.

—Sí, puedes sentarte, niño.

El señor Beagle empujó mi silla mientras me sentaba. Él había


hecho definitivamente esto antes, y sabía que había cometido un
error. Me pregunté si pensaba que la escena era peculiar y si
llevaba cuentos a su esposa en la cocina.
Tom era el lacayo sólo para asistencia. Me sonrió cuando
sirvió la sopa. Entonces lo vi, observando al Amo con cuidado, y me
llené de rabia celosa hasta que me acordé que era yo el que
estaba sentado a la mesa del comedor del Amo con él. En el
momento en que el lacayo salió del comedor, tomé mi cuchara
para comer la sopa de fragantes champiñones. Grité y dejé caer la
cuchara cuando el Amo golpeó fuerte mis nudillos con su cuchara.
Quería gritar por mi estupidez. Mi cara ardía, y algunas lágrimas
rodaron por mis mejillas.

—Si lloras cada vez que te reprenda, llorarás mucho, mi niño.


Te reprendo por tu propio bien, no para mi beneficio —dijo el Amo,
con su suave voz—. Quizás me he equivocado acerca de ti.

—¿Equivocado, señor? No, señor —le dije con ansiedad.

—Quizás no estás hecho para ser un esclavo. Solo el tiempo lo


dirá. Ahora, come la sopa.

—Gracias, Amo.

No había comido nada desde la comida a las doce en punto


y, como siempre, tenía buen apetito. La cena de los sirvientes era
por lo general a las siete. Tomé mi cuchara y comencé a comer. Vi
al Amo y copié sus movimientos perfectamente. Sacaba la cuchara
del plato, y luego sorbía su sopa desde un lado de la cuchara.
Siempre había puesto la cuchara directamente en mi boca, pero
también había sido siempre un buen imitador y aprendí
rápidamente la manera correcta de comer la sopa.

—¿Estás empezando a comprender lo que necesito de ti,


Jade?

Miré mi plato vacío y vi que Tom había entrado en la


habitación de nuevo. —Creo que si, señor, pero me gustaría saber
exactamente, lo que es No cometería más errores. Sólo quiero
hacerte feliz.

—No vas a aprender todo en una noche. Este es un proceso,


un proceso maravilloso, un proceso que atraviesan los niños y niñas
cuando se dan cuenta que la sumisión es una hermosa manera de
vida.

Mirando su rostro fijamente, me recargué y esperé a que él


continuara, ansioso de aprender todo lo que tenía que enseñarme.

—Cuando hablo de niños y niñas, esas palabras no indican la


edad. Un esclavo es un niño o una niña si tienen dieciocho años
como tú o es un viejo de ochenta años. —El Amo hablaba
libremente delante de Tom, que parecía no oír nada y retiraba los
platos antes de servir eficientemente un plato de pescado. Odiaba
el pescado por lo que no hice ningún intento de empezar a comer.
El Amo continuó—: Yo requiero completa y total sumisión. Requiero
tu inquebrantable obediencia. Que me obedezcas en todo; que
me obedezcas al instante. Siempre seré justo contigo, nunca voy a
dejar que nadie te lastime. Serás humilde y orgulloso al mismo
tiempo. ¿Te parece confuso? No te preocupes, niño. Te mostraré lo
que quiero decir. Nada de lo que espero de ti está más allá de tu
capacidad de lograrlo.

Sonreí. ¿Eso era todo? Podría hacer lo que me dijo, sobre todo
por el hombre que me atraía tanto que temblaba cada vez que lo
miraba. Quería su aprobación, sobre todo lo demás. Sí, fácilmente
podría obedecerlo y disfrutar con eso. —Quiero obedecerte, señor.
Será para mí un gran placer.

El Amo tomó un sorbo de vino, vino blanco para acompañar


el pescado. —Sé que te gusta la sumisión. Vi eso. Mi preocupación
es tu obstinación.
—Sé que soy obstinado, señor, pero ya estoy superándolo —
protesté.

—¿Lo haces? Me alegra oír eso. Ahora a comer el pescado.

—No me gusta el pescado, Amo —simplemente le dije,


mirándolo. Tom le dio una pequeña sonrisa al Amo y volvió a llenar
mi copa de vino. Juro que era cómplice.

—No pregunté si te gustaba. —El Amo sonrió suavemente.

Vi de nuevo mi error. ¿Intencional? Tenía razón, por supuesto.


Lo era. Cuando el señor Wynterbourne dijo obedecer, quiso decir
completa y total sumisión de mi voluntad a la suya. ¿Dejaría de
cometer errores?, me pregunté desesperadamente. Por el resto de
la noche, haría todo lo que me ordenara hacer. Él vería que soy
obediente e inteligente. Sabría que soy el niño perfecto para él.

Tomé el tenedor y saboreé del pescado. El Amo parecía estar


disfrutándolo, así que supongo que era bueno, pero me disgustaba
intensamente y lo tragué rápidamente con un sorbo de vino,
haciendo una mueca mientras lo hacía. Después de mi segundo
bocado, le hice una seña al lacayo para que retirara mi plato.
Suspiré con alivio.

—Eres un impaciente y demandante niño, Jade, y te voy a


domar —dijo el Amo. Miré a Tom y el alivio que había tenido al verlo
se había ido. No quería un testigo de mi regaño.

Miré al Amo en estado de shock. No me veía a mí mismo


como impaciente o demandante y ciertamente no ambas cosas.
No había hecho nada más que tratar de complacer al Amo desde
mi primer día en la Casa Wynterbourne. La expresión de mi cara
debió de decir todo, porque el Amo perdió los estribos.
—¡Ven y párate ahí —Señaló un oscuro rincón en el otro
extremo del cuarto. Lo miré, sin saber si hablaba en serio.

Cuando siguió comiendo sin decir una palabra, me levanté y


obedecí. Me quedé en la oscuridad lejos de la chimenea, sintiendo
el frío castigo en extremo.

Cuando Tom regresó, rogué para que no viera mi ignominia,


de pie en un rincón, como un niño castigado. Me preguntaba si le
diría a los otros siervos. Observé cómo servía la carne. La carne
horneada olía deliciosa, y quería más comida. Con cuidado y
precisión, Tom sirvió el plato del Amo y luego el mio. Él era excelente
en su trabajo, y el Amo parecía muy complacido con él. Al salir de
la habitación, Tom me miró directamente, pero antes de que
tuviera la oportunidad de sentirme humillado, él tocó la barbilla
para indicar que debería mantener baja la mía y con la boca
marco, “ánimo”. Con una sonrisa, salió de la habitación. Me sentí
alentado y avergonzado al mismo tiempo por pensar que él fuera
chismoso.

—Perdóname, Señor, por favor —le grité.

Durante varios minutos, el Amo comió su comida, bebió su


vino, y me ignoró. Mis ojos nunca lo abandonaron, alerta ante
cualquier gesto o señal de perdón. Después de un tiempo sin
mirarme, me hizo señas con un dedo. Corrí a su lado y luego caí de
rodillas. »—Amo, tienes razón acerca de todo. Soy obstinado e
impaciente. Perdóname —imploré.

—Está bien, niño. Siéntate en tu silla y come —me dijo


amablemente.

Aliviado, tomé mi lugar y limpié mi plato. Tom volvió a retirar


los platos y me sonrió amablemente. El señor Beagle entró con el
postre y un poco de delicioso jerez, llevando todo a la mesa. Hizo un
gesto a Tom para que llenara nuestros vasos de vino y sirvió el postre
él mismo.

—Beagle, el señor Swift cenará conmigo de ahora en


adelante, a menos que indique lo contrario. Él tomará sus otras
comidas como de costumbre en la cocina.

—Sí, señor.

—Y a partir de ahora va a dormir en el sofá cama en mi


habitación en caso de que lo necesite en la noche. Cambia sus
pertenencias a mi recámara.

Me puse rígido, mirando al mayordomo. ¿Qué en la tierra le


parecería? Tom era uno de los nuestros, lo sabía, pero el ser tan
abierto sobre todo seguramente seria un desastre. Un rumor podría
arruinar al Amo como miembro electo de East Sussex.

—Sí, señor. —Beagle hizo una reverencia y salió de la


habitación.

Me quedé mirando mi plato de trifle15, sin atreverme a tocar


el postre y ya no tan seguro de tener apetito. El Amo vio mi
expresión de preocupación y me sonrió suavemente. —¿Qué te
está molestando, niño?

—Señor, ¿puede confiar en los empleados?

—¿Beagle se ve sorprendido por todo lo que ha visto esta


noche? Fue él quien me contó lo que te hicieron Archie y William.
Estaba muy enfadado con ellos. Él no es un hombre estúpido.

—No, señor, me doy cuenta de eso —le dije.

15
Trifle, postre formado de capas de pastel, crema, y frutas.
—Beagle y yo tenemos un acuerdo. Cuando él vino a mí
hace quince años, él también tenía un secreto, y por eso estaba
dispuesto a guardar el mio.

—¿Él es uno de nosotros, Amo? ¿Es queer?

—No. No hagas preguntas. No traiciono a aquellos que


protejo. Los Beagles son buenos servidores. —Señaló mi plato—.
Come, niño. Aun estás creciendo.

—Gracias, señor. —Iba a dormir en la recámara principal, y él


quería que fuera suyo. Era un niño feliz.

Cuando terminé mi postre y bebí lo último de mi vino, el Amo


se levantó. Rápidamente me puse de pie. Señaló con la cabeza y lo
seguí por el cuarto, abriendo las puertas para él y quedándome
atrás de nuevo. Me condujo a lo largo de una hermosa sala, con
paneles de madera oscura y con una puerta distante. El Amo sacó
una llave y la abrió. Más allá había otra puerta y un estrecho pasillo
con varias puertas cerradas desembocando en él. Abrió la primera
puerta a su derecha, y lo seguí a un gran salón que no sabía que
existía.

Un fuego ardía en la gran chimenea. Las luces eran bajas,


pero podía ver lo hermosa que era la habitación con su papel
pintado en oro y hermosos muebles y accesorios. La oscura
alfombra con estampado debajo de mis pies era gruesa y suave.
Pero fueron los cuadros los que atrajeron mi atención y me dejaron
con la boca abierta. Estatuas de bronce de hombres desnudos
sobre las mesas o de pie en nichos. Las pinturas en marcos dorados
en las paredes representaban escenas de hombres con látigos y
otros instrumentos de tortura sobre hombres desnudos en sus rodillas.

Arriba de la chimenea, una fascinante pintura tenía prioridad.


La escena representada tuvo un efecto inmediato sobre mi pene.
Comenzó a levantarse mientras mis ojos vagaron por las figuras
masculinas desnudas que estaban en cada postura sexual posible.
El tema general era Dominación y sumisión.

Lo único fuera de lugar era una pintura de una mujer de


cabello oscuro, que estaba colgada de forma destacada en la
pared al lado de la chimenea. Miré al Amo con incredulidad.

—Esta sala es privada y se mantiene cerrada. De hecho, todo


este corredor es privado. Sólo la señora Beagle lo limpia.

—¿No le sorprende? —pregunté.

—Ella también tiene un secreto, querido niño. Todo el mundo


tiene un secreto de algún tipo. Quítate la ropa.

El Amo se dejó caer en el sillón de cuero junto al fuego, estiró


sus largas piernas delante de él, y las cruzó con elegancia. Su
vigorosa delgadez hizo que todos sus movimientos se vieran
elegantes. Señaló la gruesa alfombra frente a la chimenea,
señalándome que me quedara ahí. Tomé mi lugar, y lo miré. Me
miraba sin decir nada, esperando que yo obedeciera. Con mis
mejillas escarlatas, me quité la chaqueta, la arrojé sobre la silla a
juego detrás de mí. Desabroché la corbata ascot y la lancé
después de la chaqueta. El Amo no apartaba la mirada de mí, pero
evité mirarlo, me daba mucha vergüenza. Mi corazón latía con
fuerza en mi agitado pecho y empecé a sudar.

Sentado en la alfombra, me quité las botas y los calcetines,


luego me levanté y empecé a desabrocharme la camisa. »—Ven
aquí y arrodíllate —dijo el Amo. Aliviado de no tener que quitarme
toda mi ropa al mismo tiempo, con gratitud me arrodillé ante él.

—Jade. —El Amo me acarició la mejilla con un dedo—. Jade,


¿te comprometes conmigo por completo, para mi servicio?
—Sí, señor —le dije vivamente.

—¿Me obedecerás en todas las cosas, no importa cuáles


sean las circunstancias?

—Sí.

—Entonces, tenemos que firmar un contrato.

Asentí con impaciencia. —Voy a firmar cualquier cosa que


desee, señor.

—Debes también quererlo, niño. Porque una vez que el


documento esté firmado, serás mío para hacer lo que me dé la
gana durante tres meses completos. Después de eso, si quieres que
te libere, lo haré. Sin embargo, durante los tres meses, tú eres mío. Si
me decepcionas te castigaré. Si me traicionas, te enviaré afuera, y
el contrato no significará nada.

¿Enviarme fuera? Casi me desmayo de miedo. —Voy a firmar,


Amo. Nunca te defraudaré. Por favor, no me eches.

—Bien. Eso es muy bueno, Jade.

Mantuve mis ojos en él por un momento. Sabía que tenía que


bajar la mirada sumisamente, pero quería ver su largo y delgado
rostro, su piel suave y pálida y su cabello oscuro, un poco largo y
liso, cuando lo apartó de su rostro. Mi pene estaba en condiciones
de explotar dentro de mis pantalones. El Amo se inclinó hacia
adelante. Grité y bajé la mirada cuando sentí su mano en mi
entrepierna desabrochar mis pantalones y empujarlos hacia abajo
de mis rodillas, seguido de mi ropa interior.

»—Esto —dijo el Amo, agarrando mi inflado órgano—, es algo


que se aprende a controlar.
Mientras hablaba, yo gemía y me corrí en su mano, mi clímax
fue abrumador. Con la cabeza colgada, abrí la boca para respirar,
jadeando ruidosamente, como un perro abandonado en el calor.
Mi pecho pesado. El Amo vio el desorden en su mano y luego a mí.
Él estaba enojado. Sacó un pañuelo del bolsillo y limpió mis fluidos.
Luego tiró el pañuelo al fuego, donde chisporroteaba y se disolvía
en cenizas.

»—Entiendo que eres joven y excitable, pero aprenderás a


controlar tu pene, y te correrás sólo cuando te de permiso. —
Palmeó con fuerza mi desnudo muslo.

El punzante dolor trajo lágrimas a mis ojos, dejándome


completamente humillado.

—Lo siento, señor —murmuré—. Lo siento, lo siento. —Mi cara


ardía de vergüenza, pero controlé mi llanto, no quería molestarlo
más.

—Quítate el resto de la ropa —ordenó el Amo.

Obedecí de inmediato, terminándome de quitar la camisa,


los pantalones y la ropa interior. Me arrodillé frente a él de nuevo,
desnudo, vulnerable y tímido. Por un momento pensé
estúpidamente en cubrir mis partes íntimas con las manos, pero lo
pensé mejor y puse las manos detrás de mi espalda en mi coxis. »—
Buen niño. —Su voz era amable de nuevo. Tomó mis nalgas con
ambas manos y empezó a masajearlas casi dolorosamente. Las
sensaciones eran abrumadoras. Mi carne se sentía con vida propia.

»—¿Que quieres de mi, niño? —el Amo preguntó suavemente.

—¡Quiero que me ames! —Exploté, sin saber por qué lo dije y


deseando no haberlo hecho.
—Jade —dijo amablemente—: Yo nunca amo, sólo controlo.
Si deseas ser amado, entonces debes encontrar un joven entusiasta
y brillante como tú. No tengo amor para ofrecerte, sólo afecto y
disciplina. ¿Será suficiente?

Bajé la mirada para que no viera mi decepción. No quería


perderlo por ser exigente cuando acababa de tener su atención. —
Sí, señor. Eso será suficiente. Gracias, señor.

—¡Excelente! ¿Alguna vez te han nalgueado, niño?

Me sentí confundido. —Mi madre palmeaba mi trasero a


veces, cuando era pequeño, pero estoy seguro de que me lo
merecía, señor. Yo causaba muchos problemas.

El Amo sonrió. —¿Qué hay del placer?

—¿El placer? —Me encogí de hombros—. No entiendo, señor.

—Acomódate sobre mis rodillas. —Pensé que quería que me


sentara en su regazo y avancé feliz, pero el Amo me dio la vuelta y
me puso boca abajo sobre sus rodillas.

»—La palmada en el muslo fue un castigo, esto es por placer


—dijo y dejó caer su gran mano en una palmada en mis nalgas. No
me dolió sino que simplemente se sintió caliente. Agarrando mi
carne firmemente, la masajeó de nuevo, y luego conectó otro
golpe, esta vez más fuerte, pero aun así no doloroso. No estaba muy
seguro de cómo se las había arreglado para causar un dolor agudo
en mi muslo momentos antes, cuando ahora las nalgadas eran
medidas perfectamente y aumentando lentamente la fuerza.
Durante varios minutos, mientras yo miraba hacia la chimenea,
viendo bailar las llamas, el Amo palmeó y masajeó; masajeó y
palmeó, alternativamente hasta que el calor y la sensación de
ardor en las nalgas y los muslos aumentaron notablemente. Me
sorprendí al sentir tanto placer cuando solo había experimentado
dolor con la paliza que me había dado Archie. Esto era muy
diferente. Se sentía lujuriosamente cálido e íntimo el estar tan cerca
del Amo con su total atención en mí. Mi sangre se sentía caliente y
me estremecí a pesar del calor. La mano del Amo contra mi trasero
era dolorosa y aun así no era dolorosa, debido al aumento gradual
de la fuerza. Cuando el dolor alcanzó el punto de hacerme llorar,
estaba tan sumido en el placer y disfrutando lo que sentía que mi
pene estaba peligrosamente a punto de explotar de nuevo. Estaba
aterrorizado de perder el control y provocar su ira de nuevo.

—Amo, Amo —grité—. ¡No puedo controlarlo!

Me agarró por la cintura y me colocó fácilmente de nuevo


sobre mis rodillas delante de él, mi pene estaba a punto de estallar.
De su bolsillo, sacó un anillo de cuero con una pequeña pinza de
plata. Rápida y hábilmente, el Amo colocó el anillo alrededor de la
base de mi pene delante de mis bolas y apretó la abrazadera.

—Ya está. No te puedes correr con esto. Voy a utilizar el anillo


para el pene para ayudarte a obtener el control de ti mismo. Nada
me molesta más que una eyaculación sin control.

Estaba exhausto y energizado al mismo tiempo. Estaba


confundido y aun así seguro de que este era el lugar en donde
quería estar y el Amo era el hombre al que quería servir. Mi cuerpo
se sentía exprimido con el placer y las sensaciones. Mi mente estaba
tan llena que ya no podía tomar más información.

»—Ahora, niño. —El Amo se sentó en su silla y se desabrochó


los pantalones. No había visto su pene antes, sólo lo sentí cuando
me había jodido. Cuando la sacó, vi que era más largo y más
grueso de lo que esperaba y estaba duro como un asta de
bandera. Mi boca se abrió involuntariamente. Él se carcajeó
cuando lamí mis labios sin darme cuenta—. Tómame en tu boca,
niño.
Como un hombre sediento en una fuente, me incliné hacia
adelante y lo tomé profundamente en mi boca hasta que su
erección se empujaba contra la parte posterior de mi garganta.
Encontré mi ritmo y comencé a chupar duro, pasando mis labios y
lengua casi hasta el final de su pene, luego, de nuevo a la base,
tomando sus bolas. El sabor era maravilloso, y él suspiró en voz baja
con satisfacción mientras yo trabajaba. El saber que le estaba
dando placer, que podría darle placer, me llenó de orgullo. El Amo
se tomó mucho tiempo, a pesar de que sabía que podría haberse
corrido en cualquier momento. Parecía tener la capacidad de
retrasar su placer al máximo, lo que le permitía obtener hasta la
última gota de placer de mi trabajo. En el momento de su elección,
se corrió y llenó mi boca, lo bebí con avidez. Me entraron ganas de
llorar de felicidad.

Solté su pene de mi boca con renuencia y apoyé la cabeza


en su muslo para poder oler y sentir los pequeños vellos alrededor
de sus bolas contra mi mejilla. Él acariciaba mi cabello mientras
dejaba caer cómodamente su cabeza hacia atrás. Mi cuerpo
estaba impregnado de la calidez y el fuego de mis pasiones. La
alfombra bajo mis nalgas era suave y cómoda después de las
nalgadas. Más que nada físico, el saberme aceptado por mi Amo
saciaba mi alma.

Cuando la puerta silenciosamente se abrió, al principio


apenas y lo noté, estaba demasiado adormilado por el placer y
agradecido por la atención del Amo.

La humillante palmada en el muslo fue olvidada. El señor


Beagle le entregaba al Amo una copa de coñac cuando me di
cuenta de que estaba allí. Sentándome más erguido, me abalancé
sobre mi camisa para cubrirme, pero el Amo tomó mis brazos y me
obligó a arrodillarme delante de él de nuevo. Con un movimiento
de cabeza para hacerme callar, tomó el coñac del mayordomo
con un gesto cortés. »—Puedes retirarte a dormir si lo deseas,
Beagle. No te necesitaré de nuevo esta noche.

—Gracias, señor. —La puerta se cerró silenciosamente detrás


de él.

El Amo inhaló el aroma del coñac por un momento, luego


tomó un largo trago. Aún no había acomodado su pene dentro de
los pantalones.

—Amo, ¿cuántos siervos saben de ti?

—El señor y la señora Beagle, Tom y el otro tranquilo nuevo


lacayo, Frederick, mi valet, y Rosie, la criada. Eso es todo.

—¿Rosie? ¿Ella también es queer, Amo? —Quizás por eso ella


había tenido a bien protegerme en el baile del pueblo.

—Sí. —Sonrió—. Venimos de todas formas y tamaños.

—¿Y todos ellos tienen Amos?

Él sonrió y me acarició la mejilla. —No, niño. No todos los


queer tienen un Amo o un esclavo.

Estaba exhausto por la pasión, la satisfacción y el amor. El


Amo se tomó el coñac y se levantó. —Recoge tu ropa y ven
conmigo, niño. —El Amo se acomodó los pantalones mientras yo
recogía la ropa y empezaba a ponérmela.

—¿Qué estás haciendo? —demandó.

—Vistiéndome, señor.

—¿Te dije que te vistieras? —preguntó con una ceja


levantada.

—No, señor, pero pensé…


Él me interrumpió. —Ese es tu problema, Jade. Todo el tiempo
estás pensando en lugar de ser, en lugar de responder sin pensar.
Debes escuchar con atención mis palabras y seguirlas a la letra.
Ahora, ¿qué te he dicho que hagas?

—Amo, me has dicho que recoja mi ropa.

—Precisamente. No sería la primera vez que caminaras por la


casa sin ropa.

—¡Pero esto es diferente! —Comencé, entonces me detuve.


Tenía mucho que decir, y estaba echando a perder las cosas por
mí mismo. Por lo menos tuve la sensatez de darme cuenta de eso.
Sostuve la ropa sobre mis brazos mirando hacia mis pies descalzos.

—Acompáñame. —Hizo una seña con la mano. Lo seguí. A su


lado, lo miraba sin poder hacer nada. Quería decir: “¿Qué estás
pensando? No puedo caminar desnudo por la casa. Cualquiera podría
verme”.

Me mordí el labio, ahogando mis palabras. Tenía la boca muy


seca, el Amo abrió la puerta. El pasillo privado estaba a oscuras y
salí, consciente del frío suelo de madera debajo de mis pies. El aire
caliente de la habitación estaba frío en mi piel desnuda. Miré
frenéticamente a la izquierda y derecha, pero la sala estaba vacía,
la casa en silencio. Sin duda, la única manera de llegar arriba era
regresar por la parte pública de la casa.

El Amo caminó por delante, y yo caminé detrás de él,


queriendo desesperadamente por lo menos ponerme la camisa en
los hombros, pero no me atreví. Incluso mi cabello aun recogido
hacia atrás, dejaba mis hombros al descubierto. Estaba totalmente
expuesto. Temía que caminaría hasta la escalera principal en el
centro de la casa.
En lugar de eso me llevó al final del pasillo bloqueado y jaló
un cuadro de la pared. Oculto detrás de él había una puerta, que
el Amo abrió. Lo seguí hasta una oscura escalera hacia arriba en
donde había una lámpara iluminando ligeramente el camino. No
era la escalera de servicio, que estaba sin alfombrar y pintada de
un color crema oscuro. Ésta estaba alfombrada, y la madera era de
paneles oscuros y hermosos. Seguí muy de cerca al Amo por las
escaleras y a lo largo de un pasillo muy estrecho hasta que abrió la
puerta de un gran dormitorio. Cuando vi la fotografía de mi madre
colocada cuidadosamente en el sofá, sabía que estaba en la
recámara del Amo. —¿Hay una entrada secreta? —Sonreí ante la
genialidad de eso.

—Sí. Parece ser que en la década de 1600 la familia lo


utilizaba para mantener los servicios religiosos en la casa y utilizaban
este pasillo para traer secretamente al sacerdote o para ocultarlo si
alguien llegaba inesperadamente. Por supuesto, ahora todos somos
de la Iglesia de Inglaterra.

—¿A dónde más llega, señor?

Miré a mi alrededor la gran recámara, una chimenea con


fuego y cómodos asientos al frente de la chimenea. La cama era
enorme y cubierta con gruesas cortinas de seda negra enlazadas
con cuerdas con borlas negras. En la pared, un cuadro atrajo mis
hambrientos ojos. Era de mi Amo con otro hombre de rodillas ante
él, inclinándose respetuosamente. La mano de mi Amo sobre la
cabeza del hombre en benevolente actitud. Quería preguntarle
sobre ello, pero el Amo ya estaba respondiendo a mi pregunta
sobre la escalera.

—Va hacia abajo a los sótanos, pero eso es para otro día.
Prepárate para la cama, niño.
Mi jarra y el cuenco se habían colocado cerca del lavabo del
Amo, e inicié mi limpieza mientras él me miraba. Me sentí cohibido y
aun así orgulloso de que estuviera interesado en mí. Todavía me
picaba que me dijera que no me amaría pero, amor o no, estaba
en su habitación con él, en lugar de en la mia fantaseando con él.
Eso tenía que ser lo suficientemente bueno.

El Amo se sentó en un sillón junto a la chimenea en su habitual


postura, las largas piernas estiradas, la cabeza a un lado,
completamente cómodo en su delgado cuerpo. Cada vez que lo
miraba, quería lanzarme a él y sentir su piel fría y oler el aroma a
fresco de él, saborear su caliente y húmedo pene. Estaba tan
completamente enamorado, que pensé que probablemente
podría vivir de eso en lugar de gastar en comida y agua.

—Ven aquí, niño —dijo cuando yo me había lavado y


limpiado los dientes. Caminé hacia él, consciente de mi cuerpo y
ahora no me avergonzaba, ya que sabía que estábamos
completamente solos, y no temía interrupciones. Me habían dicho
muchas veces que yo era un niño hermoso, mujeres, pero más
importante aún, hombres. No tenía vello en mi cuerpo, mi pene era
pequeño, pero ¿para qué necesitaba uno grande? Para mi
funcionaba a la perfección. Saqué la cinta de mi cola de caballo y
dejé que el cabello cayera suelto y pesado sobre mis hombros. Le
sonreí y caminé hacia él moviendo las caderas, seguro de poder
hacer que se enamorara de mí, con el tiempo suficiente.

A un paso de él, casi salto y caigo en su regazo, caí sobre sus


rodillas con un puchero en mis labios rosas, buscando su boca para
besarlo.

La palmada en mi muslo dolió más que la primera vez, y aun


tenía las marcas rojas de los dedos de esa. Grité por el dolor y el
shock. La mirada en el rostro del Amo me dijo que no le pareció
divertida mi seductora conducta. —¡Bájate! —ordenó. Me deslicé
sobre la alfombra, cayendo de rodillas frente a él. Mis mejillas
ardían, y la sensación de su mano en mi muslo dejó franjas
delgadas de dolor. Mis lágrimas brotaban sin control, y lloré sin
vergüenza durante un minuto o dos, mientras me miraba, su
expresión desapasionada. Cuando por fin me controlé lo suficiente
como para hablar, y con la boca todavía temblando, le grité—.
¿Qué he hecho mal?

—Me alegro de que lo preguntes, niño, pero no vuelvas a


hacerlo sin agregar señor o Amo.

—Sí, señor —le contesté en voz baja, secándome las lágrimas


con el dorso de las manos como un niño. Seguí de rodillas, y
coloqué mis manos detrás de mi espalda en la posición deseada,
obtuve una pequeña sonrisa de aprobación de él.

—Yo no te invité a mi regazo, ni te invité a darme un beso. —Él


juntó sus dedos como hacía a menudo cuando se sentaba
contemplativamente.

—Lo siento, señor.

—Eres joven y un novato en la sumisión y la obediencia. Sé


que quieres hacerlo bien y complacerme.

—Sí, señor, así es. ¡Lo quiero! —Lágrimas rodaban por mis
mejillas de nuevo, y más pequeños sollozos se me escaparon, por lo
que mi pecho se oprimió. Por unos momentos me aterré que me
fuera a enviar de regreso a mi propia habitación y fingir que los
acontecimientos de la noche nunca hubieran ocurrido. Ahora que
había asegurado el interés del Amo y su atención, preferiría morir
antes que perderlo.

En silencio, dijo: —Te perdono, Jade.


Ante sus palabras, caí sobre sus botas y las besé en completa
entrega y gratitud. Él me dejó hacerlo un momento y luego se puso
de pie. »—Ayúdame a desnudarme. —Se dirigió al lavabo.

Cuando tomé la chaqueta del Amo y luego la camisa, me


preguntó: »—¿Has sido alguna vez valet, niño?

—No, señor, pero ayudaba con el vestuario en el teatro.

—Tengo un valet, el joven Frederick, a quien sin duda has visto


en la cocina, pero habrá momentos en los que tú actuarás como mi
valet.

—Sí, señor. —Observé cuidadosamente al Amo en busca de


gestos y expresiones faciales mientras me llevaba la ropa y la
colgaba y vertía agua para su lavado y ponía el polvo de dientes
en su cepillo. Me quedé en silencio con su toalla en la mano,
esperando para dársela. Cuando estuvo listo, viéndome desnudo,
tomé mi fotografía enmarcada—. ¿Dónde pongo esto, señor?

—Puedes colocarla en el lavabo al lado de tu plato. —Lo hice


con mucho cuidado—. ¿Ella es tu madre?

—Sí, señor.

—Es hermosa —dijo el Amo simplemente y se acercó a la


cama para deslizarse desnudo entre las suaves y blancas como la
nieve sábanas.

»—Apaga las luces —ordenó. Cuando obedecí, dejando solo


la iluminación del cálido resplandor del fuego que disminuía en la
chimenea, me acerqué al sofá colocándome a los pies de la cama
del Amo, y entonces recordé que era mejor pedir permiso antes de
acostarme—. ¿Puedo meterme en la cama, señor?

—Puedes entrar conmigo —dijo.


Lleno de ilusión, llegué a la parte opuesta del Amo y entré.
Estiró el brazo hacia mí.

»—Ven aquí, niño, apoya tu cabeza en mi hombro.

Encantado, me moví a su lado, apoyando la cabeza en su


hombro, y él envolvió su brazo alrededor de mí.

»—Tienes mucho que aprender, precioso Jade, pero soy un


hombre paciente. ¿Quieres continuar con tu instrucción?

—Sí, por favor, señor. —Hablé sin dudarlo.

—¿Entiendes la diferencia entre las palmadas en tu trasero y


las de tu muslo?

Pasé la mano por los firmes músculos de su pecho lampiño


pero no me atreví a jugar con sus pezones, aunque quería. —Señor,
yo sé que cuando palmeó mi trasero, me emocionó más allá que
cualquier cosa que recuerde haber sentido antes, pero cuando
palmeó mi muslo, me dolía. Simplemente dolía.

—Dolió tu orgullo tanto como tu carne, Jade, y lo hice porque


te portaste mal. Te comportabas como un pequeño malcriado, y no
voy a permitir que mi niño se comporte como un malcriado. Te vas
a comportar con dignidad en todo momento, incluso cuando te
encuentres a solas conmigo, porque cuando haces eso, estás
mostrando respeto, a mí, tu Amo.

—Sí, señor. —Absorbí sus palabras, viendo la verdad de ellas.


Portarme como un malcriado me había funcionado en el pasado.
Había conseguido atención y regalos de los hombres, pero el Amo
no era como los demás hombres.

—Te nalgueo por placer, nuestro placer, pero sobre todo por
mi placer. Te castigué por tu bien y solo el tuyo.
—Gracias, señor. Pero... ¿Amo?

—¿Qué sucede, hermoso niño? —Me acarició la mejilla con


ternura y, cuando lo hacía, no importaba que se hubiera enfadado
conmigo, porque ahora todo estaba bien de nuevo, y yo sabía que
iba a comenzar a vivir esos momentos de completa aceptación y
aprobación de él.

—Señor, el instrumento que colocó alrededor de mi pene,


aun sigue allí, y está empezando a doler.

—Lo sé —dijo suavemente. Todavía me sostenía cerca, soltó


el aro con una mano, liberando mi erección, y luego extendió su
largo brazo para abrir un cajón de la mesita de noche. Sacó una
pila de limpios pañuelos blancos del cajón.

El Amo jaló el anillo y tomó un pañuelo. Lo colocó sobre mi


pene. —Puedes correrte —dijo, tomándome en su mano. Me corrí
casi instantáneamente, gimiendo mi placer, aferrándome a él
firmemente—. Niño impaciente, no tienes autocontrol en absoluto.
—El Amo limpió mi corrida mientras yo yacía jadeante, y tiró el paño
al suelo—. Ahí lo ves —dijo y me besó en la frente—. Has aprendido
mucho esta noche, niño. Ahora duérmete.

—Amo —le dije adormilado—, ¿quién es el hombre de la


pintura contigo? ¿El hombre que se arrodilla delante de ti?

Después de un largo silencio, dijo en voz baja: —Eso es para


otro momento. —Sentí una profunda tristeza en su voz.

—¿Amo?

—¿Qué sucede, niño?

—Gracias por haberme permitido servirte. —Me atreví a


deslizar mi pierna a través de su pierna—. Es un honor.
—Por supuesto que sí, y así debe de ser. Ahora duérmete.

Me besó en la frente de nuevo.


El niño de mi Amo.

Me quedé desnudo en el salón privado del Amo, la luz del sol


en la brillante tarde entraba por las ventanas enrejadas que daban
a los bosques. El fuego no estaba encendido, ya que la habitación
estaba muy caliente. El Amo paseaba de un lado a otro sobre el
grueso y oscuro estampado de la alfombra, sosteniendo un pedazo
de papel de color crema en la mano. Él siempre parecía un poco
siniestro cuando se paseaba, como un gato acechando a su presa.
Parecía peligroso.

Trabajé toda la mañana y tomé dictado hasta las doce. Me


dijo que después de la comida, que fuera directamente a su salón
privado. Al entrar, me ordenó desnudarme y no había hablado
conmigo desde entonces. Así que yo lo miraba, como siempre lo
hacía, estudiándolo en busca de signos de aprobación o
desaprobación, esperando instrucciones. Pero él se limitó a mirarme
fijamente. Un ligero golpe en la puerta me hizo girar rápidamente.
Sólo podía ser el señor Beagle, que al parecer ya lo sabía todo, pero
el mayordomo nunca tocaba antes de entrar en una habitación.

—Adelante —dijo el Amo.

Me quedé de piedra cuando Tom entró. Casi me llevé las


manos al frente para taparme, pero lo pensé mejor y me mantuve
en la postura correcta.

—Tom, ven aquí —ordenó el Amo.


—Sí, señor. —Era un hombre joven y guapo con suaves ojos
azules y corto cabello oscuro, no tan patentemente guapo como
Archie, pero mucho más amable. Cuando él atrapó brevemente mi
atención, me dio una sonrisa que sólo podía interpretarse como
alentadora.

—Tom, vas a escuchar cómo Jade voluntariamente lee su


promesa en voz alta, entonces firmarás como testigo.

—Sí, señor. —El Amo indicó que Tom debería estar delante de
mí.

—De rodillas, niño —el Amo me dijo.

Caí en la alfombra, sacudiendo mi cabello hacia atrás sobre


mis hombros. Empecé a leer mientras que el Amo me miraba con los
brazos cruzados, sin embargo, con una mano jugueteaba en su
mentón. Parecía muy serio y extrañamente ansioso.

—Yo, Jade Swift, estando sano de mente y cuerpo, ofrezco mi


completa sumisión al señor Marcus Wynterbourne como su esclavo.
—Miré a Tom, que parecía tan serio como el Amo—. Estoy de
acuerdo que durante un período de tres meses, comenzando el día
treinta de julio del año 1885 y finalizando el día primero de octubre
del año 1885, me quedaré al servicio del Amo. Estoy de acuerdo en
que no puedo dejar al Amo durante ese tiempo. Estoy de acuerdo
que si desagrado al Amo, está en libertad de dar por terminado
este acuerdo. Me comprometo a obedecer al Amo en todo, en
todo momento, y en todos los lugares. Firmo este compromiso libre y
voluntariamente.

—Toma la pluma y el tintero —le dijo el Amo a Tom.

El documento fue colocado en una gruesa almohadilla de


cuero de escritura, y se colocó en el suelo delante de mí. Tomé la
pluma, la mojé en el tintero de plata, y firmé mi nombre con mi
habitual floreo. Siempre había pensado que mi nombre se prestaba
para un gran número de bucles y curvas. El Amo me sonrió mientras
le entregaba de nuevo el documento.

Tom también sonrió y marcó con la boca “niño afortunado”,


antes de salir de la habitación. El Amo se sentó en su silla, con el
documento en la mano.

—Puedes sentarte sobre los talones, niño.

Obedecí. —Ahora, soy tuyo, Amo —le dije en voz baja, luego
me mordí el labio.

—¿Qué ocurre? —Sonrió.

—Amo, ¿debo pedir permiso para hablar? ¿Prefiere que


permanezca en silencio si usted no me habla?

—No, quiero que me hables. Quiero oír tus pensamientos.


Quiero que compartas tus sentimientos conmigo. Sin embargo, no
escucharé tu parloteo, así que no cometas el mismo error. Sé que
no repites chismes, porque nunca has repetido todo lo que has oído
en la cocina, lo que me complace. —Levantó el documento—.
¿Entiendes que esto es vinculante?

—Sí, señor. Pero ¿qué sucederá después de los tres meses?

—Tres meses es tiempo suficiente para decidir si tienes la


fortaleza y la entereza de ser un esclavo. Si me decepcionas como
esclavo, puedo conservarte en tu antiguo puesto hasta que el libro
esté terminado.

Las palabras “si me decepcionas”, me pusieron muy nervioso.

La idea misma de decepcionar al Amo hizo que mi estómago


se tensara. No podía soportar la idea de que él ya no me quisiera o
de no verlo todos los días. —Amo, nunca te fallaré.
—Ya he oído eso antes, niño. —Él observaba pensativamente
la habitación, y yo lo miraba, esperando que volviera a mí,
preguntándome quién lo había decepcionado en el pasado. Por
fin, me vio a los ojos. Debí haber bajado sumisamente la mirada,
pero lo único que pude hacer fue mirarlo y sonreír.

Cuando empezó a hablar, él fue formal. »—Cuando diga de


rodillas, caerás de rodillas, mantendrás las rodillas y los talones
juntos, las manos detrás de la espalda, el mentón hacia arriba, y los
ojos hacia abajo. Muéstrame.

Me enderecé y seguí sus instrucciones a la letra, recibiendo el


anhelado “buen niño”.

»—Ahora, cuando diga siéntate, te sentarás sobre tus talones,


con las manos detrás de la espalda, la barbilla hacia arriba, y los
ojos hacia abajo. Muéstrame.

Una vez más, recibí un “buen niño” por una perfecta


ejecución.

»—Si estoy enojado contigo, que espero no vuelva a suceder,


voy a decir abajo, y te pondrás de rodillas y luego te sentarás sobre
los talones, bajarás la frente al suelo, con las manos detrás de tu
espalda. Muéstrame.

Era una posición desconcertante porque no podía ver nada


a mi alrededor, y me sentía muy vulnerable. Me aseguraría de
nunca causar que el Amo me disciplinara de esa forma, aunque
definitivamente era mejor que la ardiente palmada en mi muslo.

—Buen niño, Jade. Siéntate. —Me levanté y me senté de


nuevo perfectamente en mis talones. Su sonrisa fue mi recompensa
esta vez. El Amo se sentó en su silla—. Ven aquí —dijo suavemente.
Di varios pasos hacia adelante en mis rodillas hasta que estuve lo
suficientemente cerca como para tocarlo, aunque no me atreví a
hacerlo. El Amo me jaló a un abrazo apretado y apoyé mi cuerpo
contra su pecho mientras estaba de rodillas entre sus muslos. Pude
sentir su corazón latiendo contra mi cara. Olí su jabón de afeitar y su
colonia mientras que el Amo pasaba las manos con firmeza hacia
arriba y abajo de mi espalda, y luego apoyó una mano sobre mis
pequeñas nalgas.

Apretó con firmeza y luego me pellizcó duro. Yo grité, pero no


me tensé contra el dolor. Todos mis sentidos estaban maravillados
por él. Mis ojos fijos en las aristocráticas líneas de su mandíbula y
nariz. Sentí sus manos como un hormigueo en la piel de mi espalda.
El sonido de su corazón llenó mi cabeza hasta que latía con él, mi
pene palpitaba con cada latido del corazón que resonaba a través
de mí. Lo único que faltaba era que lo saboreara. Quería su pene
en mi boca y que se corriera en mi garganta.

En lugar de eso, me dio algo aún más delicioso e inesperado.


Tomó mi barbilla casi en la mano, se inclinó hacia mi rostro y
agachó la cabeza. Abrí la boca con terrible anhelo y esperé. El
Amo cubrió mis labios con los suyos, metiendo su lengua
profundamente dentro de mi húmeda boca. Durante una eternidad
sus fuertes labios y su lengua jugaron un vals en mi boca. Mi pene se
puso de pie tan duro como un batidor de mantequilla, y sabía que
iba a correrme si no me detenía. —¡Amo! —gemí sin aliento contra
su boca.

—Todo está bien niño. Lo sé, lo sé. —Su voz era tan amable,
que trajo lágrimas a mis ojos—. Has sido muy bueno. Puedo
recompensarte.

De su bolsillo, el Amo sacó un pañuelo limpio, que metió entre


el borde del asiento de cuero y mi pene.

Su boca se cerró sobre la mía otra vez, y él golpeó la parte


inferior de mis nalgas varias veces muy duro con la palma de la
mano, enviando rayas de fino dolor a través de mis piernas y vientre.
El clímax que estalló fue tan poderoso, que casi me desmayó.
Atravesó mi ingle y se extendió hasta el abdomen y pecho y hacia
abajo a través de mis muslos hasta mis pies. Mi cuerpo se sacudió
violentamente contra el suyo mientras me abrazaba,
estabilizándome. Yo jadeaba con fuerza y solté un pequeño grito.
Lentamente el clímax desapareció, y caí contra el Amo y rompí a
llorar.

—Espero que sean lágrimas de felicidad —dijo el Amo con


bondad.

—Gracias, gracias, Amo —fue lo único que pude decir. Me


hundí en el suelo, besé sus botas, murmurando—: Mi Amo, te adoro.
—El Amo estiró sus largas piernas cómodamente mientras yo yacía
en la alfombra frente a la chimenea con la mejilla apoyada en sus
botas y mis brazos envueltos alrededor de sus tobillos. Si hubiera
muerto en ese momento, me habría muerto feliz.

A la noche siguiente llegaron los hombres y mujeres del Club


Hellfire16. Nunca en mi corta vida había visto el tan heterogéneo
grupo que se reunía en el salón privado del Amo esa noche, y eso
que había crecido en el teatro. Había visto niños vestidos de niñas y
niñas vestidas de niños muchas veces. Había conocido a un buen
número de damas y caballeros que preferían a los de su propio sexo
que al otro. Mi madre tenía un amigo que nació con dos penes —
que insistió en mostrarme una noche, y debo confesar, que me

16
Hellfire, fuego del infierno.
fascinó. Pero esta gente que claramente conocía y amaba a mi
Amo, me asombró.

Mientras el señor Beagle y Tom servían brandi, que no se me


ofreció, me ordenaron que me sentara en la alfombra frente a las
rodillas del Amo. Sentí el peso de ese gran honor y era francamente
más bien presumido de eso. ¿Sabrían todos que yo era suyo?, me
pregunté. Parecía que sí, porque un número de hombres y mujeres
muy altaneros me miraron y preguntaron: —¿Es este tu nuevo niño,
Marcus?

—No es lindo.

En un momento respondí con entusiasmo: —Sí, soy Jade Swift


—y recibí una ligera palmada en la parte posterior de mi cabeza
por la intromisión.

—Lo único rápido17 a partir de ahora será el castigo si hablas


de nuevo sin permiso —el Amo me dijo con firmeza.

Confundido, lo miré. —Amo, me dijiste que querías que


hablara contigo. Sólo que no parloteara o chismeara.

—Sí, lo acepto. Pero no me dirigías la palabra a mi, niño.


Hablaste con otro Amo, que de hecho, no hablaba contigo. Presta
atención cuidadosamente. Mira a los otros esclavos. Vas a aprender
mucho de ellos. Ellos saben cuándo hablar y cuándo guardar
silencioso. —Ardiendo de humillación, aprendí otra aguda lección y
me senté en silencio, viendo la reunión. Los Amos y Amas eran
inconfundibles, porque caminaban libremente, se sentaban en el
precioso mobiliario, y hablaban y reían.

Muchos llevaban ropa que parecía designar una especie de


rango: correas gruesas de cuero con clavos de metal y botas altas

17
Swift, es su apellido pero significa, rápido, veloz.
de cuero. Aparte de eso, era su actitud, la autoridad con la que se
movían, lo que los distinguían de sus esclavos.

Los esclavos se sentaban en el suelo, algunos desnudos bajo


sus capas y con diversas cadenas y restricciones sobre su persona.
Se quedaban en silencio a menos que se les hablara, mantenían la
mirada baja la mayor parte del tiempo y se quedaban muy quietos
al lado de sus Amos o Amas. Me sentía fascinado por un hombre, un
poco mayor que yo, que llevaba lo que parecía ser un bozal,
estaba sentado al lado de la rodilla de una mujer y jadeaba como
un perro por el constante sufrimiento de la exigente restricción. Vi al
Amo y me los señaló, inclinándome dijo: —Ese es un cachorro en
formación.

Mi mente era un torbellino. Por fin, el Amo se levantó y ordenó


que me arrodillara a su lado.

—Amos y Amas. —Su voz llegaba fuerte a través de la


habitación. Todas las cabezas se giraron hacia él—. Deseo
presentarles a mi nuevo esclavo. Es Jade.

En un impulso, hice una profunda reverencia a todos ellos. Las


sonrisas que recibí calentaron mi corazón, y el Amo se rio como si
dijera: “Él está aprendiendo, ¿no es así?” Sentí que estaba orgulloso
de mí en ese momento, y no había nada que deseara más que
hacer que se sintiera orgulloso.

»—El esclavo Jade se ha comprometido a mi entrenamiento


durante tres meses como período de prueba. Esta noche va a ver
cosas que nunca ha visto antes, por lo que no deben sorprenderse
demasiado de él.

La risa llenó la habitación. »—Asimismo les ruego que no le


den demasiados elogios sobre su belleza, porque es tan vanidoso
como un pavo real y todavía está aprendiendo acerca de la
humildad. —Más risas siguieron a sus palabras mientras yo bajé la
cabeza, avergonzado—. Entremos. Vamos a los calabozos.

«¡Calabozos!»

No sabía que había un calabozo. Mi corazón se agitó, pero


¿con excitación o miedo? No lo sabía. De cualquier manera,
apenas podía esperar para saber lo que había en los calabozos
para mí. Seguí a mi Amo y sus invitados por el pasillo tras la puerta
detrás del cuadro que había recorrido con él antes. Esta vez, en vez
de subir, bajamos por un laberinto de pasillos, todos completamente
oscuros, el Amo no había tomado una lámpara de la sala para
abrir el camino. Justo cuando pensaba que podríamos estar
irremediablemente perdidos, vi un cartel en una inmensa puerta
con barrotes de madera, “CALABOZO”, y mi corazón comenzó a
latir con fuerza.

El Amo abrió la pesada puerta. La cavernosa cámara estaba


iluminada por antorchas fijadas en apliques en la pared, las
esquinas eran oscuras y parecían no terminar nunca. Había un aire
general de alegría, los ojos de los esclavos brillaban y los pechos
subían y bajaban. Los Amos y Amas seguros de sí mismos y en
control.

En la cámara había diversas estructuras e instrumentos que no


podía empezar a comprender su uso. A lo largo de una pared,
decenas de látigos y paletas18 de diferentes tamaños estaban
fijadas, algunos ligeros y juguetones, otros se veían terriblemente
agresivos. Me ordenaron desnudarme, al igual que a todos los
esclavos, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, y todos en el medio.

18
Paleta de castigos usando en escuelas desde el siglo XIX a mediados del XX principalmente en estados
unidos e Inglaterra.
El Amo deslumbró mis ojos con sus pantalones negros, botas
altas de cuero negro y una camisa blanca como la nieve, me miró y
sonrió cuando mis pezones y pene reaccionaron al aire fresco. Me
preguntaba si dejaría a otros jugar conmigo o si tenía la intención
de mantenerme totalmente para sí mismo.

Por mucho que lo adoraba y quisiera su atención, no tenía


ninguna objeción de que permitiera a los otros Amos, e incluso las
Amas, usarme.

Dejé mi ropa en una tabla como todos los otros esclavos. Una
preciosa esclava de la edad de mi Amo me sonrió. —¿Eres nuevo
en esto, querido?

—Sí, soy nuevo en la presentación, pero siempre he querido


un hombre que me domine.

—Es una tendencia humana muy natural. —Ella dejó su


vestido ordenadamente sobre la mesa. El vestido era de una
hermosa calidad y el cabello de la esclava parecía que sólo podría
haber sido arreglado por una criada. Llegué a la conclusión de que
debía de ser una mujer rica, sin embargo, ahora ella estaba tan
desnuda como yo mismo e igual de emocionada—. El dolor y el
placer están estrechamente entrelazados, pero la mayoría de las
personas no son lo suficientemente aventureras para encontrar las
similitudes y diferencias. Viven en el miedo y la monotonía en lugar
de la libertad y la diversidad. Les tengo lástima.

Sentí la pasión de sus palabras viniendo de su corazón. Vi sus


pechos llenos y deseaba presionar mi rostro contra ellos como lo
hacía en casa con mi madre. No sentía atracción erótica por las
mujeres, pero me atraían las damas maternales ya que adoraba
mucho a mi propia madre.

—¿Has estado en el calabozo antes? —peguntó.


—No, esta es mi primera vez.

—Te va a encantar. —Me palmeó el hombro con amabilidad.

Caminamos juntos hacia el Amo, el suelo de piedra estaba


frío debajo de nuestros pies. La cámara misma era
sorprendentemente cálida, supongo que por las antorchas y el
número de cuerpos calientes.

Sin embargo, nada podía evitar que mis pezones se volvieran


unos duros y pequeños guijarros o mi pene se levantara.

—Hola, querida Mariah —mi Amo le dijo a la esclava.

Ella inclinó la cabeza. —Amo Marcus. Te ruego que me


permitas servirte esta noche.

—Por supuesto. —Él sonrió y acarició suavemente sus llenos


pechos.

Sus pezones sobresalían tan duros como los míos, y el Amo los
pellizcó con fuerza, viendo a Mariah jadear y que su cara se volvía
rosa. »—Jade, aprenderás mucho de esta niña. Ella es una esclava
excelente. —Mariah era guiada por su Ama mientras mi Amo
colocaba sus manos sobre mis hombros—. Precioso Jade, esta
noche te pondré a prueba —dijo—. Ven conmigo.

Abrumado por la emoción, le permití que me llevara a un


poste junto a la pared y fui atado como Cristo en la cruz, los tobillos
juntos, las manos sobre mi cabeza. Sabía que mostraba imagen de
belleza angelical con el cabello rubio cayendo sobre mis hombros y
mi delgado cuerpo sin vello estirado para que todos pudieran
admirarlo.

Y fui admirado, durante unos cinco minutos, por los amigos de


mi Amo que se reunieron para verme. Era mi momento de fama, y
bebí los elogios, las tiernas caricias, los dedos en mi cabello, las
palmadas en las nalgas. Era como estar en el escenario otra vez
con un público observando, esperando a ser entretenido por mí. Mi
Amo sacó de su bolsillo un anillo para penes como el que había
usado en mí antes. Lo colocó sobre mi duro pene y lo aseguró
detrás de mi escroto. Se apartó para admirar su obra y acarició mi
mejilla. Entonces se acabó.

»—Observa todo, hermoso niño. —Fueron las últimas palabras


de mí Amo. Después de eso me quedé solo.

Durante el resto de la noche fui testigo de escenas que me


cautivaron y que me encantaron, pero yo era completamente
miserable. Pasé del aburrimiento a las lágrimas de frustración, del
horror a la fascinación, mientras las horas pasaban. Desde mi
ignominioso lugar en un oscuro rincón, vi nalgadas y flagelaciones
que quería experimentar. Vi esclavos siendo restringidos y
amordazados en una gran variedad de posiciones y diferentes
estilos, desde cuerdas, tiras de cuero a esposas de hierro, con Amos
que asistían, acariciaban y estimulaban, y yo ¡estaba celoso!

Vi cera caliente ser vertida sobre partes sensibles del cuerpo,


haciendo que hiciera una mueca de dolor pero también quería
sentirla. Me provocaba unos insanos celos cada esclavo que mi
Amo tocaba, azotaba, castigaba, o al que sonreía. El Amo pasó
bastante tiempo con Mariah, que estaba inclinada sobre lo que
parecía ser un banco especial, donde fue amarrada y luego
golpeada con una gruesa paleta de madera, hasta que sus nalgas
estuvieron encendidas de color rojo con verdugones y gimió
abiertamente.

En algún momento durante la noche, la puerta del calabozo


se abrió silenciosamente, y quedé muy sorprendido de ver a Tom
caminar desnudo directamente a la mesa junto a la pared. Él tenía
una buena figura, masculina, delgada pero musculosa. Se veía muy
fuerte. Vi cómo miraba alrededor del calabozo. Quería que viniera
hacia mí, pero no me atreví a hablarle. Entonces me vio y se acercó
con una tranquila sonrisa. Tenía un elegante paso del que no me
había fijado cuando estaba vestido, y me decidí a emularlo.

—¿Estás disfrutando, Jade?

—Estoy aburrido —me quejé—. El Amo me ha ignorando y le


presta atención a todos los otros esclavos. No entiendo. Esta es mi
primera noche en el calabozo. Debería de ser especial para mí, y
sin embargo, aquí estoy solo. ¡No es justo!

Tom me escuchó con la seriedad que sentía que merecía.


Colocó su mano en mi hombro. —¿Vas a seguir mi consejo?

—¡Sí! —le respondí con ansiedad—. Lo que sea.

—Deja de hacer pucheros —dijo simplemente—. Terminarás


logrando que el Amo Marcus se enoje contigo. Odia a los mocosos
malcriados. He estado en reuniones con el Amo en los calabozos de
otras casas. Siempre lo he admirado. Estoy muy feliz de trabajar
como su lacayo, me emocioné cuando me escribió invitándome a
trabajar aquí. Pero me gustaría ser su niño como tú. No eches a
perder las cosas para ti mismo, Jade. Cuanto antes aceptes
tranquilo el confinamiento, más pronto vendrá aquí y te soltará. Si
estás demandándolo, no conseguirás nada.

Tomé sus palabras en serio, sabiendo que tenía razón. Lo


busqué a través del calabozo, El Amo estaba con el sudor
chorreando por la cara, flagelando a un niño con un látigo de
cinco colas19. Cuando terminó, el Amo se giró, vio a Tom, y le hizo
señas.

19
Cat-o’-nine-tails, también llamado flogger o látigo de cinco colas, usado por el ejercito y la naval de la
gran Bretaña, así como de algunas cortes judiciales, para castigos.
Tom me dio unas palmaditas en el hombro y se dirigió hacia el
Amo.

Sufría de celos cuando el Amo colocó su brazo alrededor de


los hombros de Tom y lo condujo a una enorme cruz saltire20 que
estaba en centro del calabozo. Tom se mantuvo pasivo mientras
que el Amo esposaba sus brazos en los brazos de la cruz y los tobillos
a la parte inferior, hasta que sus miembros estuvieron extendidos. Las
llamas de las antorchas creaban luz y sombras que destacaban los
hermosos músculos de sus hombros, las nalgas y muslos.

El Amo tomó un instrumento que nunca había visto antes,


aunque me recordaba a un cardador de lana. Era de madera,
pesado y con dientes en forma de peine. Pasó eso a través de los
músculos de la espalda de Tom y el trasero, por lo que Tom se
retorció y gimió. El instrumento no lo arañaba, pero dejaba gruesos
rastros rojos a través de su piel.

De vez en cuando, el Amo le daba una nalgada a Tom con


la mano abierta y luego pasaba el instrumento de madera de
nuevo. Yo miraba la escena con fascinación, mi pene se tensaba
dolorosamente contra el anillo del pene. Sabía que no podría
correrme mientras lo usara, y mantenía mi pene en un estado
permanente de excitación. Anhelaba la liberación, pero anhelaba
más la atención de mi Amo.

A la luz de las parpadeantes antorchas, vi al Amo ir a un


estante largo similar a un librero grande, excepto que contenía
cosas que no alcazaba a ver. Cuando regresó con Tom, vi lo que
parecía un falo en la mano del Amo. Era de piel oscura y muy largo

20
Un Saltire es una cruz diagonal, es un símbolo heráldico, y es la cruz de la letra X, se le conoce como la
Cruz de San Andrés porque se dice que fue martirizado en esta cruz.
y grueso, con un pesado anillo en el extremo. Un esclavo que
caminaba al servicio de los Amos y Amas trajo un frasco y
desenroscó la tapa. El Amo mojó sus dedos, luego extendió el
contenido entre las nalgas de Tom.

Tom dejó caer la cabeza hacia atrás, gimiendo cuando mi


Amo masajeaba su ano con la crema. Mi Amo se tomó su tiempo
sobre él, diciéndole palabras de consuelo que no pude oír. Tenía
ganas de estar donde Tom estaba.

Me había dado cuenta de que con cada esclavo, el Amo


era metódico, tomándose su tiempo, hablando con ellos,
asegurando su cuerpo con cuidado, luego flagelándolos con el
látigo o una paleta con un tiempo y ritmo perfecto. Supongo que
los otros Amos y Amas también lo hacían, pero no tenía ningún
interés en ellos. Yo sólo tenía ojos para el Amo Marcus.

Cuando el Amo colocó el falo en el recto de Tom, lo hizo de


repente y con fuerza, pero yo sabía que la maniobra no había sido
descuidada, sino meticulosamente pensada en proporcionar la
máxima sorpresa y placer. Lo que más me emocionó acerca de la
idea de tener al Amo detrás de mí era que yo no sería capaz de ver
lo que vendría después. Tom gritó, lo que causó una pequeña
carcajada del Amo y que le palmeara las nalgas.

—Señor, perdóneme. Perdóneme —fueron las palabras


apagadas de Tom. Parecía avergonzado por haber gritado.

—Buen niño, Tom. Buen niño —dijo el Amo suavemente.


Estaba tan celoso que las lágrimas corrían por mis mejillas.

Pensé en ese momento que el Amo había abandonado a


Tom, porque él se alejó, dejando a Tom atado fuertemente a la cruz
con el extremo del anillo del falo sobresaliendo de su trasero, sus
nalgas extendidas para darle lugar. Casi no podía apartar la mirada
del trasero de Tom lo suficiente para ver que el Amo fue a la pared,
donde estaba la selección de látigos. Él tomó un látigo de una sola
cola y se dirigió de nuevo a Tom, dándose una palmada en la
mano para probar el látigo.

Adoptó una postura con las largas piernas separadas para


sostenerse, suavemente le dio varios golpes al trasero de Tom. Tom
flexionó sus músculos contra el dolor, pero me di cuenta de que el
Amo apenas y había comenzado. El Amo se detuvo y dio un paso
hacia atrás de Tom. Agarró el anillo y movió el falo de arriba abajo
con movimientos rápidos y bruscos mientras Tom gemía y jadeaba
descaradamente. El Amo agarró el extremo del falo, la sacó un
poco, luego la metió duro dentro del culo de Tom. El Amo repitió
ese movimiento varias veces hasta que Tom estuvo moviendo la
cabeza de un lado a otro, gritando.

Con Tom envuelto en su placer, el Amo dio un paso atrás y


comenzó a flagelarlo en serio. Estaba hipnotizado viendo el ascenso
y la caída del látigo, el sonido de crack al golpear los hombros de
Tom. El Amo parecía nunca cansarse ni perder la fuerza y dejó que
la flagelación aumentara en intensidad. El Amo se detuvo hasta
que se elevaron ronchas en los hombros de Tom. Un esclavo se
adelantó con bálsamo, el Amo lo aplicó con cariño en los hombros
de Tom antes de comenzar a flagelar sus nalgas. Una vez más,
comenzó lentamente, y luego aumentó la velocidad y la fuerza
antes de pasar del trasero a los muslos de Tom.

En algún momento de la flagelación los otros Amos dejaron lo


que estaban haciendo y se quedaron en silencio viendo. Los
esclavos hicieron lo mismo, se reunieron en un amplio círculo
alrededor de la escena. Los azotes seguían y seguían. Incluso en mi
inexperiencia, me di cuenta de que una obra de arte estaba en
curso. A través de sus gritos, Tom logró jadear: —Amo, ¿puedo?
—Sí, puedes, Tom. —El Amo concedió el pedido. Aunque
estaba de espaldas a mí, sólo podía ver la corrida de Tom volar y
caer al suelo a varios metros de distancia, obteniendo risas y
aplausos de la multitud.

Cuando el Amo finalmente dejó el látigo, un grito de júbilo se


elevó junto a un gran aplauso. Hubiera aplaudido si no tuviera las
manos amarradas. El Amo tomó el ungüento de nuevo y comenzó a
aplicarlo en las nalgas y las piernas de Tom con tal ternura que todo
el mundo asintió su aprobación.

Entonces el Amo retiró el falo y se lo entregó a un esclavo.


Soltó las restricciones de Tom y le ayudó a levantarse, pero Tom se
arrodilló inmediatamente y besó las botas del Amo con más fervor
del que yo había tenido esa misma mañana. Observé mientras que
el Amo recibía el agradecimiento y la gratitud de Tom, y luego le
ayudó a levantarse y lo llevó a un banco de madera con un asiento
de cuero acolchado junto a la pared.

Inestable sobre sus piernas, Tom se sentó, y el Amo le llevó una


manta, que él envolvió alrededor de los hombros de Tom. Le llevó a
Tom un vaso de agua y lo vio beberlo.

Ante mi indignación, el Amo besó tiernamente a Tom en los


labios antes de dejarlo para que se recuperara. Jadeaba de celos
por la atención que Tom había recibido, pero el beso arruinó mi
decisión de ser un buen niño. Gruñí con los dientes apretados. No sé
si el Amo escuchó, porque no reaccionó, pero Tom me vio y movió
la cabeza en señal de advertencia. Cuando por último el Amo se
acercó a mí, quería gritarle por hacerme esto. Sabía que sería un
error, pero estaba confundido. —Amo, dijiste que me pondrías a
prueba —dije en voz baja—. Sin embargo, he estado atado aquí
durante horas, y ni siquiera me has mirado.
Acariciándome la cara con un dedo, me sonrió. Giré la cara
rápidamente para besar el dedo. El Amo vio hacia mi pene.
Realmente no podía ver con la luz de las antorchas en mi oscuro
rincón, pero debería estar azul para entonces. El Amo retiró el anillo
del pene para mi gran alivio, y aunque seguía duro no me corrí.

—Has sido probado, precioso Jade. —Empezó a soltar las


correas de cuero que me ataban al poste—. Tu paciencia se ha
probado esta noche, y has hecho que me sienta orgulloso.

Estuve a punto de desmayarme de alegría. Gracias a Dios por


Tom y su consejo. Quería correr y besarlo.

»—¿Has visto el auto-control con el que Tom se detuvo? Sólo


llegó al clímax cuando él había pedido permiso, y no lo pidió hasta
que su placer se convirtió en un dolor insoportable.

—Sí, señor. Lo vi.

—Tom es mayor que tú, pero tú también aprenderá tal control


a su debido tiempo si me obedeces y sigues mi ejemplo.

—Lo haré, señor. ¡Lo haré!

—Excelente. —El Amo tomó mi cara entre sus manos—. Todo


es una lección, dulce niño, y aprenderás todas. Vas a experimentar
todo lo que has observado esta noche a su debido tiempo. Ahora,
ven conmigo.

Seguí al Amo a la mitad de la cámara. Los invitados estaban


más tranquilos porque ya era tarde y estaban cansados de dar y
recibir placer y dolor, de dominar o ser dominados. Los esclavos
eran liberados de sus grilletes y se les untaba ungüento en sus
ronchas y recibían elogios por su buen comportamiento. A su vez,
los esclavos mostraban gratitud y amor a los hombres y mujeres en
cuyas manos se sentían seguros y protegidos. Botas y manos eran
besadas una y otra vez mientras confesaban el amor que les
profesaban de ser aceptados. El Amo hizo un anuncio a la
asamblea. »—Jade ha sido muy bueno esta noche. Él ha
demostrado paciencia y autocontrol, y ahora será recompensado.

Recuperado de su flagelación, Tom se acercó al lado de


nosotros, y deslicé mi brazo alrededor de su cintura en un abrazo
para darle las gracias por su consejo. »—¿Qué crees que le gustaría
a Jade, Tom?

Aún con manchas de sudor, y con un aspecto cansado pero


feliz en su rostro, Tom dijo: —Amo, creo que le agradaría el taburete
de nalgadas.

Apreté mis nalgas, temblando ante la idea.

—Excelente propuesta —dijo el Amo—. Pero ¿cuál? ¿El que


restringe sus manos y cabeza o el de las correas de cuero? Sí, creo
que el segundo.

Tom y otro esclavo llevaron el taburete de nalgadas entre


ellos al centro de la multitud. Mi pecho se hinchó cuando lo vi.
Estaba hecho de madera y tenía un área tapizada de piel para
apoyar el torso. Había dos estrechas tablas acolchadas y cubiertas
de piel y un ajuste inferior, a cada lado, que me pareció que
debería de ser para las piernas. Era una construcción sencilla y
elegante. El Amo me llevó hacia ella. Mi inquietud debió de
mostrarse, porque el Amo dijo amablemente: »—No tengas miedo,
niño. Coloca una rodilla en cada una de estas tablas. —Obedecí,
colocando las rodillas con cuidado, y cuando me dio un ligero
empujón en la espalda, me agaché y bajé el abdomen sobre el
tablero en frente de mí. Había un área acojinada para descansar el
mentón, pequeña pero bastante cómoda, y coloqué mi mentón en
ella. Me encontré sacando mi espalda y nalgas hacia afuera y
separando las piernas. Sin el anillo para el pene no sabía cuánto
tiempo podría contenerme. Temía correrme con el primer toque de
la mano del Amo en mi trasero. El taburete era muy cómodo, pero
teniendo el mentón sostenido no podría esconder mi cara, eso me
hizo sentir más incómodo de lo que yo esperaba. Me tensé cuando
el Amo comenzó a amarrar las tiras de piel alrededor de mis
muñecas, y luego alrededor de mis tobillos. Otra correa aseguró mi
cintura a la placa de apoyo.

No podía moverme, excepto para girar la cabeza. Mi largo


cabello caía hacia adelante sobre un hombro. Mi espalda estaba
expuesta por completo.

Cuando estuvo contento con su obra, el Amo se puso a un


lado para mirarme. Giré la cabeza para mirarlo a los ojos, y él debió
haber visto el miedo en mi cara, porque colocó una mano en mi
espalda, entre los omóplatos. »—Sé valiente, Jade, precioso Jade.

Tomé una larga respiración y me preparé para lo que me


llegara.

—Sí, Amo. —Desesperadamente quería hacer que se sintiera


orgulloso de mí.

Empezó con un áspero y profundo masaje de mis nalgas que


duró varios minutos. Mi pene creció aún más duro. Entonces me
empezó a golpear con la mano, primero una nalga y luego la otra,
aumentando la intensidad. Estableció un firme ritmo, dejando una
pausa de una fracción de segundo entre cada palmada. Vi los
rostros que me miraban y los vi sonreír, Amos, Amas y esclavos, tanto
hombres como mujeres. Ellos disfrutaban el placer de ver tanto
como experimentaban el tomarlo de primera mano.

Cuando la fuerza de las palmadas aumentó, dejé escapar


unos pequeños gemidos, pero en su mayor parte, me felicité por
soportarlo muy bien. Entonces se detuvo. Mis nalgas se sentían
calientes, y sabía que deberían de estar color escarlata. Sabía
también que ahora todo el mundo tenía la mirada en mi trasero y
no en mi cara. La multitud se movió hacia mi trasero.

Cuando escuché risas, me preguntaba lo que el Amo tenía


reservado para mí. Mi entusiasmo crecía. Me giré para ver por
encima de mi hombro y casi me desmayé. Mi cuerpo entero se
tensó involuntariamente. El Amo tenía una gran paleta de piel en su
mano.

—La zona está bien calentada, niño, así que vamos a ver
cómo te va con esto.

Con el primer fuerte golpe resonando en mi piel y a través de


mis nalgas, perdí el control de mi vejiga. Mi orina comenzó a caer al
suelo. Todo el mundo se quedó en silencio hasta que el único sonido
en la cámara era el eco de la corriente de mi orina en las losas de
piedra debajo de mí. Mi pecho se oprimió, y lloré de vergüenza.

El Amo no dijo nada, pero comenzó un ritmo lento y


constante sobre mis nalgas con la paleta. En menos de un minuto,
no podía pensar en mi humillación ni en ninguna otra cosa excepto
el aumento del dolor en mis nalgas. El dolor, el calor, el placer, se
construían más y más hasta que todo lo demás se borró de mi
mente. Cada pensamiento fue arrasado; cada necesidad parecía
no tener sentido. Si tuviera hambre o sed en ese momento, no
habría importado. La vida dejó de tener importancia. Sólo estaba el
Amo, la paleta, el dolor y el placer.

No había nada más en el mundo. Mi ingle ardía con un


intenso calor, mis nalgas ardían. Estaba en agonía. La multitud
comenzó a aplaudir y pisotear. No tenía ni idea de por qué, pero su
ritmo aumentó mi placer a niveles insoportables, y mi corrida estallo
sin que yo siquiera pensara en pedirle permiso a mi Amo. Mi corrida
cayó al suelo mezclándose con la orina, y me entraron ganas de
llorar de nuevo de vergüenza. Pero todo el mundo se reía, y nadie
parecía pensar que yo había hecho algo mal. La paliza cesó, y oí
los pasos del Amo en el suelo de piedra llegando a mi lado.

—Amo, lo siento. Debería haber preguntado, pero solo


sucedió. —Tenía miedo de mirarlo por si veía disgusto en su rostro.

—Todo está bien, niño. Lo has hecho muy bien, realmente


muy bien. No podemos esperar mucho de ti en tu primera noche en
el calabozo. —La voz del Amo era amable. Empezó a liberar las
correas de los tobillos y luego mis muñecas. Finalmente soltó la
correa de mi cintura y me ayudó a levantarme. Varios esclavos
movieron el taburete de nalgadas y felizmente limpiaron mi
desorden. Los vi lleno de vergüenza.

—Lo siento, lo siento, Amo.

El Amo me jaló a sus brazos, sosteniéndome cerca. —Lo has


hecho bien —me aseguró una vez más.

—Pero me oriné en el piso —dije en voz baja, con la cabeza


en su hombro, con los brazos bien enredados en su cintura.

—No eres el primer esclavo en orinarse cuando siente la


paleta o el látigo por primera vez. Casi lo hice yo mismo mi primera
vez. —Me besó en la frente con amor y tomó un poco del bálsamo
de un frasco que Tom le tendió. Masajeó mi trasero mientras me
apoyaba en él.

—¿Tú? —Lo miré asombrado—. Pero eres el Amo.

—Sí, y nunca usaría ningún instrumento sobre un esclavo que


no haya experimentado primero. Sería un cobarde si esperara más
de ti que de mí mismo. He sentido el dolor de cada paleta y látigo
que tengo y yo mismo he estado atado con cada restricción.
Mi corazón se llenó de admiración y amor por él. Él era el
hombre más increíble que jamás hubiera conocido.

»—Ahora ve arriba y prepárate para la cama. Voy a despedir


a mis invitados.

—Gracias, Amo. —Miré a mí alrededor para ver a los Amos,


Amas y esclavos disponerse a partir. Había sido una noche larga y
agotadora. El Amo me dio un pequeño empujón hacia la puerta—.
Señor, yo nunca voy a encontrar mi camino por las escaleras. Está
oscuro.

El Amo le dijo a Tom que me llevara, y me llevó a la


habitación del Amo. En las escaleras, oí el reloj del vestíbulo timbrar
tres veces. No me extrañaba que estuviera tan cansado. Tom me
dejó en la puerta del Amo con un pequeño abrazo y corrió a su
propia cama. Él tendría que levantarse más temprano que yo. Me
preparé rápidamente para la cama y me metí en el sofá cama, sin
atreverme a subir a la cama con dosel del Amo sin su permiso. Traté
de mantenerme despierto para poder ponerme de pie cuando el
Amo entrara en la habitación, pero me encontré a la deriva en un
sueño agotador. Me desperté con la luz del sol que entraba por las
cortinas abiertas y el sonido de Frederick en la habitación,
colocando una bandeja junto a la cama del Amo.

Me senté a tiempo para verlo salir y vi hacia la cama del Amo


para ver que observaba. —Ven aquí —dijo.

Me acerqué rápidamente y me metí en la cama junto a él.

El Amo siempre dormía desnudo. Él apartó las mantas y vi el


erecto pene duro y palpitante. »—Chúpame —ordenó. Hambriento,
tomé su miembro llevándolo profundamente a mi boca. Él estaba
sobre su espalda, y yo me coloqué a cuatro patas, inclinándome
sobre él. El Amo pellizcó duro mis nalgas aún doloridas, haciéndome
jadear. Él no tardó en correrse, un gemido bajo y fuerte, salió
profundo de su garganta. Tragué saliva y me senté con las piernas
cruzadas, mirándolo, maravillándome de sus huesos finos e intensos
ojos. Con calma el Amo se sentó. Apilé las almohadas detrás de él y
levanté el edredón. El Amo colocó la bandeja entre sus piernas.
Había para dos y me invitó a comer.

Como siempre, me estaba muriendo de hambre y me comí


los huevos revueltos, tocinos y el pudin negro. El Amo sonreía
mientras me miraba. Comía mucho más tranquilamente. Le serví el
té y luego el mío.

»—Lo hiciste bien anoche, niño, muy bien.

Sus palabras me hicieron recordar que me había orinado en


el suelo, luego seguí con una corrida descontrolada. Mis mejillas
enrojecieron acaloradamente ante el recuerdo y bajé la mirada. —
Amo, lo siento por el desorden.

—No te preocupes, niño. No va a suceder de nuevo. Voy a


enseñarte a controlarte. —Miró el reloj en la repisa de la chimenea.
Seguí su mirada y me quedé sin aliento—. Amo, ¡las once de la
mañana!

—Así es, y tenemos que conseguir escribir algo el día de hoy,


pero por ahora —dejó la bandeja sobre la mesita de noche—, ven
aquí. —Caí en sus brazos y me acurruqué como un cachorro contra
su pecho. Jaló la colcha a los hombros, me abrazó fuerte, y yo
pensé que estaba en el cielo.
Las delicias del calabozo.

En los días que siguieron, me enteré que tenía un lugar


especial en el corazón de mi Amo, aunque nunca podría olvidar sus
palabras: “Nunca amo, sólo controlo. No tengo amor para ofrecerte, sólo
cariño y disciplina”.

Le pregunté acerca de eso a Tom unos días después de la


reunión en el calabozo. Era tarde, el sol aun estaba alto y el aire
estaba caliente. Su trabajo estaba hecho hasta que llegara el
momento de que esperara al Amo en la mesa para la cena, así
que fuimos juntos a dar un paseo por los jardines. En la casa
Wynterbourne, que se extendía hasta más allá de los bosques,
había varios jardines rodeados por paredes de setos recortados en
intrincadas formas entre estrechos caminos de piedra que lo
atravesaban y había un estanque en el centro con peces de
colores. Había también un jardín de flores inundadas de colores con
todo tipo de flores y arbustos, un magnífico reloj de sol en el centro.
Había un jardín de rosas creciendo entre los arbustos y árboles con
cada color imaginable de rosa, que olían a gloria.

Tom y yo caminamos de jardín en jardín, atravesando las


puertas de hierro en las paredes para ir de uno al siguiente. Tom
caminaba con las manos metidas en los bolsillos, los hombros
cuadrados.

Sus pasos eran largos y juveniles. Traté de imitarlo, sabiendo


que yo era más bien afeminado en ocasiones. Tendía a mover
mucho las caderas de una manera bastante femenina y echar
hacia atrás mi largo cabello.

Pero Tom era totalmente masculino, y quería llegar a ser más


como él.

—Tom, ¿cuánto tiempo has sido esclavo? —pregunté,


sabiendo que estábamos completamente solos. Él respondió con
facilidad, feliz de platicar—. Desde que tenía tu edad, y ahora
tengo veintiséis años.

—¿Tienes algún Amo?

—No, no tengo Amo en el momento actual. Ojalá lo tuviera


Yo le sirvo al Amo que me permite servirle cuando me invitan a una
reunión. Estoy muy agradecido con el Amo Marcus porque me
flageló. Espero que me honrre una vez más con una flagelación. Él
es mágico con un látigo.

Volví a pensar en lo fuerte que Tom estaba esa noche, cómo


estaba en control de su cuerpo y mente. Lo envidiaba. —Cuando
tuviste un Amo, ¿lo amabas?

—Sí. Serví un Amo durante tres años, y lo amaba mucho. Pero


era difícil para él verme a menudo, porque era un granjero cerca
de la casa en la que solía trabajar en Derbyshire y él tenía una
esposa e hijos.

—¿Él te amaba?

—No lo sé. Nunca le pregunté, y él nunca hablaba de esas


cosas. No esperaba ser amado. Yo quería ser su esclavo.

—Quiero ser amado. —Sabía que sonaba infantil—. Pero el


Amo dice que no tiene amor para darme.
—Él es cariñoso contigo y amable. Lo he observado. Te mima
y te sonríe. Te abraza. Eres un niño con suerte, Jade.

—Sí, eso es cierto —estuve de acuerdo.

—Entonces, toma lo que te ofrece y no te quejes.

—Pero ¡yo lo amo! —Cuando esas palabras brotaron de mí,


sabía que el amor que sentía era real. Sabía que era algo más que
pasión infantil y que ardía muy dentro de mí con una llama que
nada podría apagar.

—Y debes de hacerlo —dijo Tom con calma—. Siempre hay


que amar a tu Amo. Recuerda, él está a cargo. No trates de forzarlo
a nada, porque te rechazará. Lo harás enojar. Sé agradecido por
todo lo que recibes de él —cada sonrisa, cada beso, cada
palmada, cada azote, cada corrección. Sé agradecido.

—Quiero que corresponda mi amor —dije en voz baja.

—Quizá con el tiempo lo hará. Hasta entonces, sé sumiso y


agradecido. Si te ama porque él lo quiere, entonces él sería el
esclavo y tú el Amo.

Comenzamos a caminar hacia la casa por un largo camino


bordeado de enormes árboles. Tom era más alto que yo por varios
centímetros y me miraba con admiración. —¿Aun te duele la
espalda por la flagelación?

Una sonrisa distante y soñadora se formó en su cara, y suspiró.


—Sí. No hubiera sido bien flagelado si no me doliera un par de días
después. ¿Aun te duele el trasero?

Me reí. —En realidad, no.

—El Amo fue suave contigo —dijo.


—¿Lo fue? Estaba sorprendido. —La paleta fue
suficientemente dura para mí.

—Sí, él te dio con la paleta solo para quebrarte. Espera hasta


que experimentes el látigo. No hay nada parecido en este mundo o
el siguiente. ¿Va a enseñarte a controlar tus corridas? Sabes, no se
puede ir por ahí corriéndote así.

Sentí una punzada de ira ante el recordatorio. —¿Siempre


tienes ese control?

Tom echó su brazo alrededor de mis hombros


amigablemente. —No, Jade. Por supuesto que no. Cuando tenía tu
edad, me corría cada vez que un hombre me miraba. Vas a
aprender. Yo lo hice.

—Apuesto que nunca te orinaste, ¿verdad? —pregunté


resentido, deseando que dijera que sí.

—No, nunca lo hice, pero no eres el primer esclavo que he


visto dejarse ir cuando lo golpean con la paleta por primera vez. No
es nada de qué preocuparse; tu Amo te perdonó.

—La paleta dolía mucho, más que la mano, estaba


sorprendido por el dolor. De repente, todas las sensaciones eran
demasiado, y algo tenía que salir.

Cuando nos acercamos a la casa, vi al Amo en una ventana


distante, el sol de la tarde brillaba sobre el cristal marcando su
silueta. Tom me dio un apretón en los hombros y se alejó de nuevo a
su trabajo, en dirección a la puerta de la cocina. Yo fui a buscar a
mi Amo.
Esa noche en la cena, una señora se unió a nosotros,
mirándome de arriba abajo con curiosidad, con una media sonrisa
en su rostro. Me paré al lado de mi silla, esperando mientras que el
Amo se sentaba, y sólo entonces vi un parecido muy definido entre
ellos, los mismos ojos grises y cabello oscuro. Ella era alta y delgada,
y era más joven que el Amo, pero aún en sus treinta, en mi opinión.

El Amo indicó que me sentara, lo cual hice, permaneciendo


en silencio. Estaba decidido a hacer que se sintiera orgulloso de mí.

—Abigail, él es Jade Swift.

—Jade. —Ella sonrió. No era una mujer atractiva para los


estándares convencionales, pero tenía carácter en su rostro.

El Amo me miró. —Esta señora es mi hermana, la señorita


Abigail Wynterbourne.

—¡La mujer de la pintura! —Lo solté antes de poder


detenerme. Ella miró al Amo, sorprendida—. ¿Dónde guardas una
pintura mía, Marcus?

—Es en el salón privado del Amo —dije, y me mordí el labio,


sabiendo que no debería haber hablado. Sonrieron uno al otro, y el
Amo no parecía enojado, a pesar de que había hablado fuera de
lugar.

—Lo tomé de la casa de madre después de que te fuiste,


querida.

—¿Y lo escondes? —bromeó.


—No —dijo el Amo en voz baja—. Elegí tenerlo en la
habitación en la que paso una buena cantidad de tiempo.

La ternura entre ellos era evidente.

—He sido desterrada, Jade —dijo la señorita Wynterbourne,


casi como si ella disfrutara de su rebelión. No era tan estúpido como
para preguntar por qué, a pesar de que mi curiosidad debió haber
estado escrita en toda mi cara—. Vivo en Europa con un hombre
que está casado con otra persona y no puede obtener un divorcio.
Incluso si pudiera, mis dos hijos han nacido fuera del matrimonio, así
que no hay vuelta atrás. Rara vez vengo a Inglaterra y, cuando lo
hago, no me quedo mucho tiempo.

Durante la comida, la señorita Wynterbourne se dirigió a mí


libremente, animándome a hablar. Me hablaba como si yo fuera un
igual, no el secretario asalariado del Amo como me trataban
generalmente cuando entretenía a los huéspedes ordinarios. Me di
cuenta de que ella sabía la verdad. Ella sabía que yo era el niño del
Amo.

—Jade, he oído que eras un cantante en el escenario en


Londres —dijo. ¿Cómo lo sabía? Estaba a punto de preguntar,
cuando dijo—: Marcus me escribe con frecuencia. Él me ha
hablado mucho de ti.

Aturdido por su revelación y emocionado de que el Amo


había tenido a bien compartir detalles sobre mí con alguien a quien
amaba, lo miré. El Amo tomó su vaso de vino y bebió un largo trago,
negándose a ver a alguno de nosotros. Un rubor muy leve coloreó
sus pálidas mejillas. Nunca había visto antes al Amo sin palabras, y
nunca lo había visto desconcertado.
Más tarde, cuando el Amo y yo acompañamos a la señorita
Wynterbourne a su carruaje, ella me abrazó.

—Gracias —murmuró, sosteniéndome cerca.

—¿Por qué, señora? —le pregunté al oído.

—Por hacer a mi querido hermano feliz.

Ella me soltó y yo me quedé a un metro de distancia, lo que


les permitió despedirse en privado. Pero la oí decir: —Marcus, eres
un hombre cambiado. Este niño es bueno para ti —y se elevó mi
corazón.

Cuando la señorita Wynterbourne se fue, el Amo me llevó al


calabozo. Esta vez sólo éramos nosotros dos, y a pesar de lo
cavernoso del lugar, se sentía muy íntimo el estar allí a solas con el
Amo.

Las antorchas de las paredes estaban encendidas solamente


en el área del centro, cerca de la gran cruz de San Andrés, así que
me pregunté con entusiasmo desesperado si el Amo había decidido
atarme a ella en esta ocasión. Me ordenó que me desnudara.
Obedecí y coloqué mi ropa en la mesa junto a la pared. El Amo se
dejó caer en una silla que se parecía al trono en la corte del rey
Arturo, que una vez vi en un libro. Me arrodillé ante él, el frío de las
losas rápidamente lastimaron mis rodillas. El calabozo estaba mucho
más cálido la última vez debido a tantos cuerpos y tanta energía
que se gastaba. Me estremecí involuntariamente. La boca del Amo
tenía una esquina elevada. —¿Tiemblas de frío o de miedo?
—Por ambas, Amo —dije en voz baja.

—No tienes nada que temer del calabozo, aunque animo tu


temor si eso significa que me respetes y sigas siéndome fiel en todo
momento.

—Sí, señor. —Sus palabras me confundieron, y debió de


haberse reflejado en mi rostro.

—Niño. —Cuando bajé los ojos, él levantó mi mentón—. Si vas


con alguien más detrás de mi espalda, te enviaré lejos, después de
que haya plantado varias docenas de ronchas en tu trasero. Si
decido joder a otro niño, ese es mi asunto, pero tú seguirás
siéndome leal.

Entonces recordé que él me vio cuando me acerqué a casa


con Tom. —Amo, ¿Tom y yo? Somos sólo amigos. Él desea servirte
como yo. Creo que él te ama.

Él me vio fijamente a los ojos. —Estoy pensando en tomar a


Tom como mi segundo esclavo.

Mi mirada horrorizada le hizo sonreír. —Señor, ¡yo soy tu


esclavo! ¡Yo soy tu niño!

—Un Amo puede tener más de un esclavo. Un Amo puede


tener tantos esclavos como desee. Si decido permitir que otro niño
me sirva, esa es mi decisión y no la tuya. No creo que entiendas muy
bien la dinámica de la relación entre Amo y esclavo.

—Sólo quiero servirte, señor.

—Asegúrate de que siga siendo así. Soy un Amo celoso.

—Amo. —Bajé la voz hasta que era apenas un murmullo —: Te


amo, señor.
Durante mucho tiempo después de mis palabras, el Amo no
habló ni me miró. Tenía miedo de haber hecho mal al declararlo.

—El amor y el sexo no tienen nada que ver uno con el otro,
niño. La lealtad lo es todo.

Me senté sobre mis talones y besé sus botas con fervor. —Solo
eres tú. ¡Solamente tú! —Me arrodillé de nuevo y lo miré a los ojos.
Eran tan oscuros e intensos, y no había ninguna sonrisa. A veces no
podía decir si el Amo estaba enojado o solo serio. Me di cuenta de
que ni siquiera me molestaba cuando se reía de mí, porque
disfrutaba ver su rostro animado—. No hice nada con Tom de lo que
debas temer. Me ofreció consejo y aliento, y necesitaba de ambos.

—¿Estás listo para ser azotado? —simplemente preguntó.

—Señor, no lo sé. —Estaba aterrorizado.

—Esa es una respuesta honesta, niño. —Tomó mi barbilla en su


mano—. ¿Deseas salir del calabozo y regresar a tu posición anterior
como mi secretario? Si eso es lo que deseas, entonces es tu
decisión. Pero sabemos que no habrá vuelta atrás.

—No tengo ningún deseo de salir del calabozo, Amo. Estoy


preparado para ser azotado —le dije con firmeza.

—Bien. Pero primero vamos a caminar por el calabozo. Hay


cosas que quiero mostrarte.

Me puse de pie, y el Amo se levantó y puso su brazo


alrededor de mis hombros. Me acerqué a la cruz salitre y comenzó a
explicar. —Esta se llama cruz de San Andrés, porque es la misma
cruz de la bandera de Escocia y el santo patrón de Escocia es San
Andrés.

—Es una cruz saltire, Amo. —Estaba ansioso por demostrarle


que era un niño inteligente.
—Muy bien —dijo el Amo—. Obviamente has visto cómo Tom
y los demás esclavos fueron extendidos en la cruz con las muñecas
y los tobillos atados. Es una experiencia muy erótica que te
mantiene en posición vertical al ser azotado. Pero, vamos a ver esto.
—El Amo me llevó a un artículo muy interesante que había visto usar
con un esclavo en la reunión—. Esto se llama caballo Berkley21.Fue
diseñado por un burdel de Londres hace algunos años atrás y lleva
su nombre.

Le di la vuelta. —Vi a un esclavo en él, su Amo lo golpeaba


con la paleta por detrás y otro de los esclavos le estaba chupando
el pene.

—Eso es para lo que fue diseñado —dijo el Amo—. Para recibir


placer por delante y por detrás. Los hombres que van al burdel de
la calle Charlotte pagaban por su placer. Aquí, la única moneda es
el rogar. —Se rio y me llevó a otra alta y muy usada estructura de
madera.

—Un Stocks22, Amo —le dije.

—Una Picota —estuvo de acuerdo—. Este ha sido diseñado


para que el esclavo esté de pie con las manos y la cabeza
aseguradas mientras su desnudo trasero está disponible para que su
Amo lo castigue o lo joda según la voluntad del Amo.

Mi pene estaba ya duro con la conversación, pero iba a


explotar si mi Amo seguía pintando imágenes tan vívidas. —Amo. —

21
El Berkley Horse es un aparato usado en el BDSM, supuestamente diseñado por Theresa Berkley (Famosa
Ama Inglesa) en 1828 y al que ella nombro el Chevalet.

22
Un stocks o picota era un aparato medieval que se utilizaba como castigo físico o humillación publica,
detenía a las victimas en algún lugar publico y se le animaba al publico a que le lanzaran tierra, fruta o verdura
podrida, excremento, orina, de humano o animal etc.
Gemí, mirando hacia mi órgano, que parecía a punto de volverse
azul.

—¿Estás teniendo un duro momento, precioso Jade? —Mi


Amo me preguntó amablemente—. Mi dulce niño. —Me besó en la
frente.

—Sí, señor. No creo poder escuchar más sin correrme —dije sin
poder hacer nada, solo esperar que él pudiera verme y tener a bien
sacarme de mi miseria antes de ir más lejos. Lo hizo, pero no en la
manera en que yo hubiera esperado. Agarró mi brazo derecho con
su mano derecha, me giró a un lado y aterrizó fuertes golpes en mi
muslo, no una sino varias veces.

Lloré de rabia, decepción y dolor. Mi pene se relajó de


inmediato, y el Amo continuó nuestro recorrido como si nada
hubiera pasado. Froté mi muslo, reprimiendo las lágrimas, lo seguí,
sintiendo dolor y resentimiento. Cuando el Amo me mostraba
afecto, podría morir de felicidad. Cuando me disciplinaba, podría
morir de humillación.

—Esta picota es para las manos y los pies. El esclavo se sienta


en el suelo, sobre un cojín si su Amo es amable, y pone sus manos y
pies en los agujeros provistos. Las muñecas y los tobillos son
alineados uno junto al otro, lo que hace que el esclavo esté
indefenso. Ahora vamos a ver los látigos.

El Amo poseía al menos veinte látigos, y mientras estaba


describiendo sus variados méritos, tomó uno de una sola cola,
golpeándose la palma de la mano con él. Lo llevó con él mientras
caminaba y me mostraba su gran variedad de paletas de cuero y
madera. Señaló un extraño aparato diseñado para mantener a un
esclavo suspendido en cualquier número de indignas posturas.
Había una silla en la cual un esclavo podría ser atado y
atormentado. En realidad no había fin para el número y la
ingeniosidad de los dispositivos que el Amo poseía.

Por fin, me llevó de nuevo a la cruz. De nuevo estaba duro,


pero también estaba muy nervioso. —Amo, Tom me dijo que el
látigo duele más que la paleta. ¿Es eso cierto? —Vi el largo látigo de
piel en la mano de mi Amo y me estremecí.

El Amo golpeó el látigo enrollado en su mano varias veces,


mientras pensaba. —No. Es simplemente diferente. El látigo puede
ser manejado suavemente o con fuerza. Lo mismo ocurre con la
paleta. Una azotaina en el trasero con la mano desnuda abierta
puede ser exquisitamente dolorosa si el Amo correcto la ofrece. Tom
ama el látigo, para él, es sublime. Lo golpeé muy duro esa noche, y
le encantó. Él es un buen niño. Estaría orgulloso de poseerlo. —Él me
miró con una pequeña sonrisa—. Pero por ahora, tengo mis manos
llenas contigo.

—Amo —murmuré—. Le tengo miedo al látigo.

El Amo tomó mis brazos y me jaló hacia su pecho. Mi mejilla


descansaba contra el suave lino blanco de su camisa. Como
siempre, su única esencia masculina, llenaba mis sentidos.

Lo olí como un perrito huele a su amado dueño.

Frotó mi espalda con sus manos, luego me pellizcó las nalgas


hasta que grité. —No hay nada que temer, hermoso niño. Tienes
que confiar en mí. —Habló con un poco de sentimiento y sabía que
iba a perder la paciencia si seguía actuando nervioso. Iba a usar el
látigo en mí, y no había nada que pudiera hacer al respecto.

El Amo me giró tan rápidamente que mis pies dejaron el suelo.


Me empujó hacia la cruz y mantuve mis manos en las barras
superiores tan rápidamente, que no hubo oportunidad de protestar,
incluso si me hubiera atrevido. A un ritmo más lento, sujetó mis
tobillos con las correas de cuero de las barras inferiores. Estaba
abierto, desnudo, y mi pene estaba de nuevo tan duro como un
palo de escoba.

El Amo me veía alrededor de la cruz, y vio las lágrimas en mis


ojos. Mi rostro comenzó a arrugarse con los sollozos, y a pesar de mi
miedo, me preguntaba si me vería feo. ¡Era un cachorro muy
vanidoso! Cuando el Amo se apoderó de mi pene, pensé que iba a
explotar en su mano, pero él lo sostuvo de modo que mi placer se
redujo ligeramente. Presionó su pulgar duro en la parte inferior de mi
pene en donde se unía con mi escroto. Luego colocó el anillo para
penes en su lugar y lo apretó dolorosamente.

El Amo fue de nuevo detrás de mí. Mis gemidos subían hasta


el techo oscuro y elevado del calabozo, y el látigo aun ni siquiera
me había tocado. Hace un rato había sentido frío. Ahora ardía por
todas partes. El sudor empezó a gotear mi frente.

Me preparé para el primer latigazo, pero sentí al Amo


apretándose contra mi espalda. Giré la cara hacia un lado pero no
podía ver bien. Me besó en la mejilla con ternura mientras abría sus
pantalones. La piel de su ingle se sentía fresca contra mis nalgas
calientes. Con ambos pulgares, abrió mi culo y luego metió su
húmedo pene dentro de mí. Él gimió contra la parte posterior de mi
cabeza, y sus dientes se hundieron en mi hombro, no doloroso pero
lo suficiente para que lo pudiera sentirlo.

Me sentía estirado a punto de reventar. Mi pene dolía por


liberar su carga, pero no podía con el sistema de retención del
anillo de penes.

Durante largos minutos el Amo bombeó mi culo mientras


agarraba mis pequeñas caderas, moviéndose hacia adelante y
atrás. El amor que sentía por él entró en erupción de nuevo en mi
interior. Me sentía a la vez seguro, poseído y protegido por su
imponente presencia. Me absorbía, y nunca me había sentido más
en paz. Cuando llegó su clímax, fue con un gutural grito. Empujó sus
caderas y mi ingle se estrelló contra la madera donde las dos barras
se unían. Si el Amo no hubiera tenido la precaución de usar el anillo
para el pene, me habría corrido una docena de veces para
entonces. El Amo no se apartó de inmediato, se aferró a mí como si
yo lo sostuviera.

—Amo, mi amado Amo —murmuré.

—Buen niño —dijo, aun jadeando.

Mi carne se sentía fría y abandonada cuando él se alejó de


mí. El Amo se abotonó los pantalones y tomó su postura mientras yo
lo miraba por encima de mi hombro. Lo vi levantar el látigo y giré la
cabeza para no ver cuando cayera en mí. El primer latigazo aterrizó
perfectamente sobre mis hombros y no fue más que una sensación
de ligero ardor, lo que me sorprendió porque esperaba una agonía.
Hubo un momento de completa quietud, y luego cayó el siguiente
golpe. Al igual que con la paleta y la mano del Amo, cada golpe
era medido perfectamente, calculado, y de igual fuerza. Entonces
hubo un cambio sutil en la severidad de los azotes. Un diminuto
aumento en el dolor. Durante un tiempo el aumento de la presión se
mantuvo perfectamente medida y luego, otra vez, aumentó la
intensidad.

Perdí la noción del tiempo. Casi pierdo la conciencia del


lugar y el momento. Nunca me desmayé, sin embargo, mi mente se
quedó en algún otro lugar, en algún lugar donde estaba ese
hermoso y exquisito dolor, el ritmo del látigo, y la conciencia de la
sólida presencia del Amo, que siempre debería necesitar.

Él estaba allí, detrás de mí, el hombre al que amaba, me


acunaba con el látigo. Sentí en esos momentos que realmente me
quería, si sólo él lo reconociera. Su amor fluía con cada inequívoco
trazo del látigo.

La intensidad del dolor y el placer llegaron a alturas


surrealistas.

En cada centímetro de mi cuerpo se sentía un poco la


sensación: el dolor, el placer, la paz, el amor, la comodidad. Estaba
todo en un momento. Me sentí como si me encontrara en el borde
de un gran acantilado, a la espera de caer y saber que, si lo hacía,
me saldrían alas que me elevarían. Seguía y seguía, y mi vida
parecía existir sólo en ese momento. No tenía vida antes del látigo, y
no la tendría cuando lo dejara. Pero cesó, tenía que hacerlo. Y
cuando se detuvo, parecía que el impulso del látigo era la única
fuerza que me sostenía de pie. Con el último golpe, mis rodillas se
doblaron. Me di cuenta con un gran sentido de pérdida que otro no
seguiría. Sólo el que estuviera amarrado evitó que cayera al suelo.
La difícil respiración de mi Amo era el único sonido en el calabozo
aparte del fuerte latido de mi corazón. Trabajó duro en la
flagelación.

El Amo rodeó la cruz llegando frente a mí, con una expresión


muy tierna, dijo con dulce voz: —¿Aun le temes al látigo, precioso
niño? —me preguntó en voz baja. Vi la larga piel enrollada en su
mano, el grosor del mango y la cola, el largo y la belleza de su
construcción. Todo mi miedo había huido. Era como si el Amo
estuviera sosteniendo el Santo Grial en sus manos terrenales—. No,
Amo. —Él presiono el látigo contra mis labios y lo besé con la
reverencia con la que besaba sus botas de piel o sus pálidas
manos—. Lo amo; amo el látigo. —Las lágrimas corrían por mis
mejillas. Siempre fui un llorón. Manteniendo mis restricciones, el Amo
regresó el látigo a su preciso lugar en el estante de madera en la
pared.
Luego fue al armario por la pomada y regresó con el frasco
con ungüento.

—Mi querido niño, lo has hecho bien esta noche. —El Amo
untó la mezcla sobre mis hombros, masajeando con amoroso
cuidado. Esperaba sentirme tenso porque sabía que al principio me
había tensado por el dolor, pero después de un rato debí de
haberme relajado y absorbí el golpe del látigo, porque mi cuerpo
ahora se sentía relajado y libre, como si todos mis miembros
estuvieran estirados y flexibles. Estaba aliviado y reconfortado por
sus manos que aplicaban el ungüento y por el tacto suave de su
aliento en mi cuello. Siguió hablando en voz baja, alabándome.

»—Dulce Jade, precioso Jade, has hecho que me sienta


orgulloso, muy orgulloso. Casi desearía que los otros Amos y Amas
estuvieran aquí para presenciar tu valor y fortaleza. Sólo vieron a un
joven entusiasta, sin dominio propio, pero si te vieran esta noche,
verían lo que vales.

El Amo retiró mi cabello a un lado y me besó el cuello. Soltó


mis restricciones, y no me caí como temía que haría y me paré
incluso más alto que nunca.

Abrí mis brazos y me carcajeé.

Debía parecer una locura, pero el Amo no parecía pensar


que hubiera perdido mis sentidos y estuviera listo para el
manicomio. Se dejó caer en su trono y se extendió allí, sonriéndome.

Cuando dejé de reír, me acerqué a él y me arrodilló ante él.


Besé sus botas desde la punta hasta la cima y de regreso.

El Amo me miraba, feliz. La sonrisa jugando en su boca llegó


al fin a sus serios y oscuros ojos, transformándolos. Palmeó sus
rodillas. »—Puedes subir a mi regazo.
Me subí sobre sus rodillas tan rápido que se echó a reír a
carcajadas, abrazándome fuerte. Acomodé mis largas piernas
sobre el brazo izquierdo del trono y me apoyé como un bebé en el
brazo derecho del Amo, mirándolo.

—Amo, tu hermana no es en absoluto como la señora


Wynterbourne, ¿verdad? Perdóname por decir esto, señor, pero
cuando la señora Wynterbourne me entrevistó en su casa de
Belgravia, no pude dejar de pensar que si esa era tu madre, ¿cómo
sería mi nuevo Amo?

El Amo pellizcó mis pezones lo suficientemente duro para


hacerme que hiciera una mueca de dolor, pero él no estaba
enojado. —Te perdono por esta vez, pero entiendo lo que quieres
decir.

—Lo siento, señor —murmuré—. Nadie puede amar a tu


madre más de lo que yo amo a la mía. Estaría muy enojado si
alguien dice una palabra contra ella.

—Y deberías. Sin embargo, no puedo decir que siento lo


mismo por la mía. Ella me odia por ser homosexual. ¿Tu madre se ha
dado cuenta lo que eres?

—Amo, todo el mundo se da cuenta lo que soy. Difícilmente


podría ocultarlo. —El Amo se rio—. Mi madre conoce a muchos
queers, ha trabajado con ellos toda la vida en el teatro. Ella no tiene
ninguna objeción, sólo tiene miedo de que resulte herido o sea
detenido.

—Un día vamos a ser capaces de vivir libremente, tanto con


nuestras inclinaciones naturales como con las personas atraídas por
los de su propio sexo y entonces se podrá elegir amor con
dominación o con sumisión. Pero por ahora, sí, ser queer puede ser
peligroso, sobre todo para los hombres, porque a las mujeres la
sociedad les permite ser cariñosas entre ellas, por lo que si van más
allá del afecto, no parece sospechoso. Además, no hay nada en la
ley que impida a las mujeres tener relaciones sexuales entre sí.

—¿Y crees que va a cambiar, Amo, para los hombres?

—Eso espero —dijo con nostalgia—. Mientras tanto debemos


pretender ser lo que no somos. Mi madre quería desheredarme
cuando descubrió mis reales inclinaciones. Si tuviera un hermano
menor, bien podría haber tratado de convencer a mi padre para
cambiar el testamento a su favor, pero no tengo ningún hermano, e
incluso mi madre no le entregaría la fortuna familiar a mis hermanas.

Recordé las palabras de la señora Wynterbourne cuando


estuve frente a su escritorio. “Quiere que le envíe una señorita, pero yo
no confío en él con una”. Le repetí las palabras al Amo.

»—Ella miente sobre mí a la gente con el fin de deshacer los


rumores. En la sociedad de Londres, tengo la reputación de
desflorar jóvenes vírgenes femeninas arriba y abajo de Inglaterra y
en las selvas de Asia. Me pregunto por qué nunca se le ha ocurrido
a nadie que estas vírgenes no se hayan presentado a acusarme.
Ningún hombre ha exigido que me case con su hija.

—Pero Amo, muchos hombres en tu posición se casarían con


una mujer para protegerse —le dije.

—Sí, niño, lo harían. Pero yo me niego. Siempre me he negado


a tal compromiso. Eso me haría a mí y a la señora miserables. No lo
voy a hacer, y mi madre está muy enojada por eso. Pero esa es, y
siempre será, su cruz. Me niego a llevarla por ella. Pero ya basta.
¿Quieres tu recompensa por ser un buen niño?

—Sí, ¡por favor, señor! —Lo dije con tal desesperación que me
encontró cómico. De su bolsillo, sacó uno de sus hermosos pañuelos
blancos, que nunca le había visto usar para algo más que limpiar
mis corridas. Con su mano libre, hábilmente quitó el anillo del pene.
No me corrí inmediatamente como antes. Él tomó mi pene en su
mano y lo apretó herméticamente. —Mírame, Jade.

MIré sus hipnóticos ojos mientras que el Amo me apretaba el


pene, bombeando con su mano. El placer fue instantáneo y
abrumador. Unos pocos trazos rápidos y firmes hacia arriba y hacia
abajo de mi eje con la hábil mano y me corrí, jadeando, con
lágrimas en mis ojos cuando el placer recorrió todo mi cuerpo y
hasta los dedos de mis pies. Mi cabeza cayó hacia atrás, y durante
unos segundos parecía que perdía el conocimiento. El Amo me
apoyó contra su pecho, se puso de pie, y me sacó del calabozo,
hacia la escalera oscura hacia su recámara. Me llevó con facilidad,
siendo un hombre muy fuerte. Sus hombros habían desarrollado
grandes músculos de empuñar el látigo. En el momento en que me
dejó en la cama, me estaba riendo y aferrándome a él. —Eres un
niño —dijo en voz alta—. Un pequeño niño malo. Ahora, de pie y
seamos serios. Me ayudarás a desvestirme.

Controlando mi juicio, me puse de pie y comencé a


desvestirlo.

En primer lugar desabroché la camisa mientras él permanecía


de pie sin resistencia, mirándome. Le quité la camisa y la puse sobre
el sofá.

—¿Vas a sentarte mientras te quito las botas, Amo? —Se sentó


en el borde del sofá sin hablar mientras me arrodillaba y le quitaba
sus botas. Después le quité los calcetines. Entonces el Amo se
levantó y le desabroché los pantalones. La emoción que sentí
mientras que hacía eso hizo que mi pene empezara a subir de
nuevo. Le quité los pantalones y finalmente su ropa interior.

—Vierte agua en mi lavabo, niño.


—Sí, señor. —Fui al lavabo y vertí agua fresca en el cuenco. El
agua estaba caliente. Frederick debería de haberla puesto allí sólo
unos minutos antes de que entráramos en la recámara. El Amo se
detuvo sobre el tazón y se enjuagó la cara. Sostuve la toalla en la
mano y se la entregué. Me sentí orgulloso de anticipar sus deseos a
la perfección. Luego le puse polvo de dientes al cepillo y, cuando
terminó, le entregué su vaso de agua cristalina para enjuagarse. Por
último, enjaboné una tela limpia y se la ofrecí.

—Hazlo, niño —dijo.

De rodillas ante él, lavé el pene y las bolas con gran cuidado,
enjuagué el paño, limpiándolo. Entonces tomé la toalla y
suavemente lo sequé. Cuando la limpieza del Amo estuvo
completa, seguí de rodillas y me atreví a presionar mi mejilla sobre
su pene. El Amo puso su mano sobre mi cabeza y acarició mi largo
cabello. —Chúpame — ordenó. Amaba que digiera esas palabras.

Tomé su pene en mi boca y chupé con fuerza. Luego dejé su


pene y tomé sus bolas, chupando duro, una después de otra,
lamiendo entre ellas, saboreándolas.

Una vez más, tomé su pene en mi boca, chupé durante varios


maravillosos minutos. Tomé de nuevo su eje en mi boca tanto como
me era posible sin ahogarme y en ese instante sentí su caliente
corrida en mi garganta. El Amo me tomó por los brazos,
poniéndome de pie. —Buen niño —murmuró contra mi cabello, me
abrazó fuerte—. Buen niño. Ahora lávate y únete conmigo en la
cama. Hazlo rápido.

Le obedecí y, cuando me metí en la cama al lado del Amo


unos minutos más tarde, me acercó con su brazo alrededor de mí,
apretándome contra su cuerpo. Me sentía como en casa, pero
mucho más emocionado. Mi madre y yo nunca habíamos tenido un
hogar permanente. Pasábamos de un alojamiento a otro,
quedándonos tanto como mi madre estuviera en el teatro antes de
continuar. En los últimos años mi madre solo había actuado en los
teatros de Londres, por lo que nos habíamos mantenido en los
mismos alojamientos lo suficiente como para memorizar todas las
grietas en el techo. Pero yo deseaba que ella tuviera un hogar
propio.

—Me encanta estar aquí contigo, señor. ¿Me mantendrás


para siempre?

Él me dio una palmadita amable. —Sólo el tiempo lo dirá.


¿Tienes ambiciones para el futuro?

Siendo joven, no había pensado muchas veces en el futuro.


Pero ahora que el Amo lo mencionaba, las únicas palabras que
salieron de mi boca fueron: —Servirte, señor.

—Sí, eso es muy bueno. —Me besó en la frente—. El libro que


te he estado dictado, realmente no es nada más que un diario de
viaje. Tengo la intención de presentarlo en la Real Sociedad
Geográfica, y será publicado y, espero, disfrutado por muchas y
variadas personas. Pero hay otro punto de vista que no se aborda
en el libro, y son los encuentros sexuales que tuve en mis viajes y su
variada naturaleza. Ese será otro libro que voy a escribir después de
este. Te necesito para eso.

—Amo, ¿cómo voy a controlarme durante tu dictado? Eso


puede ser muy duro. Confieso que he estado un poco aburrido en
momentos en que he escrito tus palabras durante los últimos meses,
pero una aventura erótica podría engendrar en lugar de
aburrimiento una dolorosa excitación.

—Eso es precisamente lo que espero inducir en los pocos que


lo lean. Irá a una pequeña editorial privada que tiene un conocido
de muchos años. Va a ser una muy valiosa lectura. Lo he estado
posponiendo porque no tenía un secretario de confianza y que
comprendiera el dictado. Temía que iba a terminar haciéndolo yo
mismo.

Sus palabras enviaron una emoción a través de mí. ¡Él me


necesitaba! Quería que él me necesitara. —Amo —le dije en voz
baja—. El hombre de la pintura. La veo todos los días. Lo amabas, lo
puedo decir por la expresión en tu rostro y la actitud de tu cuerpo.

El Amo se quedó en silencio, y me preparé para una


palmada en mi pierna por haber supuesto demasiado.

—Sí, lo amaba. —Hablaba en voz muy baja. Yo esperé—.


Éramos jóvenes. Lo conocí en Oxford, cuando ambos teníamos
veinte años. Mientras estudiábamos Matemáticas, Inglés y
Geografía, nuestra amistad se transformó en amor, y luego
exploramos en la Dominación y sumisión. Fue entonces cuando me
enteré de que era mi verdadera naturaleza el dominar, y él se
enteró de que la suya era someterse. Se convirtió en mi esclavo y yo
su Amo. —Mi Amo hablaba en voz baja y con mucho dolor.

—¿Cómo se llamaba, señor, si me permites la pregunta?

—Christian, Su nombre era Lord Christian Woolton. Él me


superaba en rango social, pero en privado era mío por completo.
Me entrego su amor libremente, como tú. Él dijo que iba a ser mío
para siempre.

—¿Murió, señor? —murmuré.

Después de una larga pausa, el Amo habló. —Sí, murió. No


hablemos de él. Ahora duerme, precioso Jade.
Mi Propio Peor Enemigo.

Fue a comienzos de agosto, cuando hice algo muy


descuidado que rápidamente llegué a lamentar.

Mis días estaban llenos de gozo. Me despertaba cada


mañana al lado del hombre que adoraba, que rara vez me hacía
dormir en el sofá cama. Me pasaba los días trabajando con él y mis
noches jugando con él. El Amo me prodigaba elogios y besos, y yo
los absorbía como un mendigo en un festín. Me compró regalos,
entre ellos varios trajes de ropa nuevos y dos pares de botas nuevas.
Incluso se divertía comprándome cintas de diferentes colores para
mi cola de caballo: rosa, amarillo y azul, aunque sólo se me permitía
llevar las negras en público. Ya estaba dotado de alfileres para
corbatas y mancuernillas. Salíamos todos los días a Lewes, Brighton o
Dover. Muchas veces fuimos juntos al teatro.

Como miembro del Parlamento, el Amo a menudo tenía que


entretener a los invitados ordinarios en la cena. Se me permitía
comer con ellos, pero tenía que sentarme en el extremo de la mesa
y se me presentaba como “el señor Swift, mi secretario”. Si alguien
comentaba sobre mi apariencia de hada, el Amo decía: —Su
dominio del idioma es excelente, pero sólo tiene dieciocho años y
se crio en el teatro. —En otras palabras, ¿qué se puede esperar?
Parecía que la determinación de la señora Wynterbourne de pintar
a su hijo como un libertino con las mujeres jóvenes seguía dando
frutos. Pero al final el Amo había detectado algunas extrañas
miradas entre sus huéspedes ordinarios. Tal vez nos habían visto en
público juntos con demasiada frecuencia.

No todos los días eran idílicos. Había ocasiones en las que el


Amo se enojaba conmigo por estar distraído en mi trabajo o por ser
presuntuoso en el dormitorio o el calabozo. Yo me mortifiqué
cuando se vio obligado a levantarme la voz, diciendo: —¡Ten
cuidado, niño! He visto a cachorros con una atención más larga
que la tuya. —Seguía recibiendo humillantes palmadas y
amonestaciones durante mi entrenamiento, y no había nada que
temiera más que la palmada en el muslo a la que era tan
aficionado. Un día, cuando él me golpeó, yo le grite—: ¿Por qué
haces eso?

Me contestó con mucha calma: —Porque lo odias, niño.


Compórtate apropiadamente y lo evitarás por completo. Tienes el
control sobre esto. —No me gustó en ese momento, pero luego vi lo
que quería decir.

Aun así estaba refunfuñando, y me estaba convirtiendo en un


malcriado. La euforia que viví de ser probado hasta el límite de mi
resistencia sólo podía compararse con la excitación que sentí
cuando compartí el mejor opio del Amo, que fue solo en algunas
raras ocasiones en las que se me permitía y en esas ocasiones me
hacía sentir invencible. Fue esa sensación de ser invencible que me
llevó a caer una calurosa tarde.

El Amo estaba ocupado con su trabajo con el parlamento.


Varios señores habían venido a hablar con él acerca de algo, y él
me envió a divertirme. No confiaba en los caballeros, sospechando
que no habían venido para nada bueno, y estaba feliz de alejarme.
El Amo me miró con tensión alrededor de la boca, cuando los
saludó, y no me importaba la expresión de las caras de ellos.
Era joven y egoísta y pronto me olvidé de ellos, alejándome
por los jardines en busca de un poco de diversión. Tom estaba
ocupado con su trabajo, y yo estaba aburrido y busqué a alguien
con quien hablar.

Entré en el jardín de rosas y me detuve en seco al ver a un


joven jardinero con el torso desnudo y sudando mientras cavaba en
un lecho de rosas con un tenedor de jardín, aflojando el suelo. Lo
había visto antes desde la distancia, pero no de esa forma.
Generalmente vestía una vieja chaqueta con una gorra en la
cabeza. Hoy hacía calor, lo que lo había llevado a quitarse la
camisa y dejar que el sol brillara en su muy corto cabello castaño
claro.

Su piel brillaba dorada bajo el sol. Era tan guapo como Tom,
pero más bonito porque era más joven, tal vez tendría unos veinte
años como máximo. Me quedé mirando sus músculos mientras
trabajaba, su bronceada piel sin vello, y me preguntaba cómo se
vería en la cruz saltire. El Amo podría marcar su espalda muy rápida
y hábilmente. Él debió haber sentido que lo observaba, porque se
dio la vuelta lentamente y enterró el tenedor de jardín en el terreno.
Entonces vi que era el chico que me había guiñado un ojo en el
camino hacia el baile del pueblo muchas semanas atrás.

—Discúlpeme, señor. —Me sonrió descaradamente, tomando


su camisa y poniéndosela de nuevo.

—No tienes que hacer esto.

No quería que se la pusiera. Quería verlo. Sus pantalones


estaban colgados bajo sobre sus caderas, y había un rastro de fino
vello color café claro que iba desde el ombligo hacia abajo a lo
que yo sólo podía imaginar era un muy agradable pene.
Seguí el camino pavimentado hasta que me paré a su lado.
»—Estaba pensando en quitarme mi propia camisa dado que hace
mucho calor hoy. —Yo llevaba sólo pantalones y una camisa
blanca suelta sin corbata ni chaqueta—. Mi nombre es Jade, no
señor. Soy el secretario del señor Wynterbourne. Trabajo aquí igual
que tú.

Eso no era del todo cierto. Yo era mucho más que un simple
empleado, pero quería que supiera que era libre de hablar y que
no hacía falta que me diera ningún trato preferencial. Era un poco
más alto que yo, con hombros anchos y una cintura y caderas
delgadas. —Soy Simon. Te he visto con el Amo, caminando por las
instalaciones, y te he visto entrar en el carruaje con él.

—¿Estabas espiándome? —Incliné la cabeza a un lado,


dejando caer mi cabello sobre mi cara en una forma que pensaba
que era muy provocativa. Yo era un coqueto. No podía evitarlo.

—Quizás. —Él sonrió, coqueteo—. Te vi bailar en el pueblo.


Bailaste con todas las chicas.

Arrugué la cara y saqué la lengua como si tuviera náuseas


por saborear un horrible alimento. —¿Con quién más podría bailar?
No me lo pediste —contesté, y nos reímos como niños que se ríen de
cualquier cosa en el estado de ánimo adecuado. Simon tomó el
tenedor del jardín y se puso a trabajar en la base de un arbusto
cargado con impresionantes rosas rosadas—. ¿Qué estás
haciendo? —Realmente no estaba interesado en la jardinería. Sólo
quería su atención.

—Aflojando la tierra para que las nuevas raíces puedan


crecer a partir del injerto. ¿Ves el nudo ahí abajo?
Se arrodilló y señaló una zona con nudos en las ramas justo
por debajo del suelo. Me arrodillé a su lado. »—Ahí es donde las
nuevas raíces van a crecer como la más gruesa maleza.

Me senté en el camino con las piernas cruzadas, y él también


se sentó. Arrancó un perfecto capullo de rosa, recién salido, y me lo
entregó. —Es tan hermosa como tú, Jade.

Cuando sonreía, tenía hoyuelos.

Tomé el capullo de rosa, y sin romper el contacto visual con


él, besé la rosa, lanzando un largo suspiro. Un hilo de sudor corría por
su rostro bronceado al lleno labio superior. Quería lamerlo pero me
conformé con tomarlo con el dedo y llevar mi dedo a mi boca para
chupar el sudor. La descarada sonrisa de Simón se amplió. —
¿Quieres chuparme el pene como eso? —murmuró.

—Quizás —le susurré, sabiendo que debía de parar ahora y


dejarle saber que nunca haría tal cosa ni traicionaría a mi Amo.
Pero me estaba divirtiendo demasiado, y era muy inmaduro.

Yo era mi peor enemigo.

Una voz desde detrás del muro gritó: —Simón, ¿dónde estás,
niño? —Era el jefe de los jardineros. Caminó a través de la puerta en
la pared y se quedó mirando a su alrededor. Estábamos ocultos por
el espeso follaje del rosal, pero aun así agachó la cabeza y se
cubrió la boca para ahogar nuestras risas—. ¡Simon! ¡Maldición! —Él
se alejó, y nosotros rodamos por el camino, riendo. No sabía muy
bien qué era tan gracioso, pero en ese momento estaban cerca de
la histeria.

—Vamos a dar un paseo —murmuré.

—Voy a meterme en problemas —protestó Simon, pero sólo


por un momento.
Empezó a arrastrarse por el camino a la puerta en la pared
de enfrente, y lo seguí a cuatro patas, sin dejar de reír. En la puerta
se levantó y corrió. En algún momento, me agarró la mano y salimos
corriendo por los jardines y el parque, sin parar hasta que llegamos
a un bosquecillo de viejos robles. Nos tiramos al suelo, jadeando y
riendo.

Me tendí de espaldas mirando hacia el rico dosel verde


encima de nosotros. Pedacitos de cielo azul se mostraban a través,
y la luz del sol que se filtraba formaba un patrón en la hierba junto a
nosotros. —El viejo señor Griggs me arrancará mis tripas si me
atrapa. —Simon se rodó y se apoyó en su codo mirándome—.
Entonces, ¿qué vamos a hacer? —Él sonrió.

—No lo sé. —Le sonreí. Estaba siendo deliberadamente


provocador. Era un pequeño hábito. A veces me daban más de lo
que esperaba, pero parecía seguro en un día tan hermoso
coquetear con un jardinero joven y guapo.

—¿Me das un beso, Jade?

—No puedo. El señor Wynterbourne se enfadaría conmigo.

—No se lo diré. —Miró a su alrededor. Estábamos al abrigo de


los árboles.

—No creo que deba —continué provocando, aunque tenía


muchas ganas de sentir su rosada y caliente boca sobre la mía. El
Amo rara vez me daba un beso en plena boca, y a mi siempre me
había gustado besar, era la sensualidad pura. Eché un vistazo a la
ingle de Simón y vi un bulto definido en sus pantalones manchados
del trabajo. Amaba poder lograr excitar a un hombre, a pesar de
que no había nada que amara más que el ser dominado. Incluso el
Amo se excitaba cuando me dominaba, finalmente era yo quien le
daba su liberación. Me confundía cuando pensaba en eso. Aun era
un joven cachorro arrogante que competía por un lugar entre mis
compañeros.

Simon sonrió con picardía. Sus ojos eran de un hermoso gris


plateado y muy traviesos. —¿Qué si tomo mi beso? ¿Qué pasa si te
lo robo?

Me reí, moviéndome sugestivamente. —Entonces podría


culparte, y el Amo azotaría tu culo.

—Voy a correr el riesgo.

Cuando su boca descendió sobre la mía, lo rechacé.

—Simón, lo digo en serio. Amo al señor Wynterbourne. Me he


entregado a su servicio. Él ya me ha advertido que él es un Amo
celoso.

—¿Entonces qué estás haciéndome? Estás provocándome.

Viéndose enojado se sentó.

—Tienes razón. Lo hice. Lo siento. A veces no sé cuándo


parar. —Simón era un dulce niño, divertido y guapo, pero no era mi
Amo, y mi Amo era el hombre al que le había jurado mi lealtad
eterna. Mi Amo era el único hombre en el mundo que realmente
me excitaba.

—¿Así que tú y el señor Wynterbourne están juntos como


pareja? —él preguntó con curiosidad. Parecía sorprendido, él no
trabajaba en la casa y probablemente veía al Amo sólo de vez en
cuando. Comencé a preguntarme si debería de haber mantenido
la boca cerrada. Temía que me estaba metiendo en más
problemas.

—¿No lo sabías?
—No, pensé que escribías sus cartas y cosas como esas para
él, y sé que salías mucho con él, pero pensé que era todo por el
trabajo.

—Yo escribo sus cartas, y está escribiendo un libro sobre sus


viajes. Él me dicta, y lo escribo para él.

—¿Y luego dejas que te joda?

Era más que eso. Estaba locamente enamorado del Amo.


Pero él era un hombre poderoso en una posición pública de
autoridad, y yo sólo quería presumir que se preocupaba por mí. Yo
era tan superficial.

—Sí. —Sonreí—. Lo dejo hacer lo que quiera.

—¿Si? ¿Y qué tengo que hacer para ganar el favor de


joderte? Podría tirarte y hacerlo en este mismo instante. No podrías
detenerme. Soy más fuerte que tú. —Su sonrisa era tan descarada y
hermosa.

Eso era cierto. Pensé en Archie y William, pero sabía que


Simon no era como ellos. —Pero no lo harías.

Sacudió la cabeza. —Tienes razón. Nunca te lastimaría. Pero si


me dieras la oportunidad de mostrarte, soy bueno con las rosas. —
Estaba confundido, de lo que estaba elaborando—. ¿Qué te
parece joder un agujero? —Me encogí de hombros—. Un pequeño
botón de rosa.

Sonreí, pero ya no quería coquetear o jugar con él. Sólo


quería regresar a la casa y encontrar a mi Amo para ver lo que esos
señores con la cara amargada habían ido a buscar.

—Vamos, Jade. Dame un beso y déjame meter mi pene en tu


botón de rosa.
—Lo siento —le dije, inclinando la cabeza a su hombro y
deslicé mi brazo—. No debería haber fingido que era libre cuando
no lo soy. Le pertenezco al Amo Marcus. Lo amo.

—¿Por qué? —Simon parecía genuinamente sorprendido—. Él


siempre parece que está a punto de matar a alguien. Yo le tendría
miedo si trabajara en la casa grande.

—Sé que puede parecerlo, pero él es muy amable y gentil


cuando realmente tienes la oportunidad de conocerlo. Es un buen
hombre. Sospecho que ha sido herido en el pasado, aunque nunca
me lo ha dicho.

Simon se encogió de hombros. —Él me parece el tipo de


hombre que haría daño a otra persona, no al revés.

MIraba hacia el bosque. En donde a la sombra de los robles,


los ciervos pastaban lejos.

—Eso es lo que él me parece —señalé—. El ciervo protege a


su familia.

—Pero los ciervos tienen un montón de hembras con quien


jugar —dijo Simon—. Así que para conseguir la atención del ciervo,
una cierva hace algo especial para conseguir el favor de él. ¿Qué
haces para mantener al señor Wynterbourne interesado?

Lo miré sorprendido por la pregunta. Hasta ahora no había


hecho otra cosa que ser yo mismo, y asumí que era suficiente.

Típico de mí. —¿Alguna sugerencia?

—Sé cómo podrías darle una sorpresa —dijo Simon—. A los


hombres les encanta cuando lo hago con ellos. Desátate los
pantalones y acuéstate sobre tu abdomen, y te mostraré. —
Levanté una ceja y lo vi muy escéptico—. Está bien. Tú me lo harás,
si no confías en mí. —Se desabrochó los pantalones y los deslizó
hasta sus muslos, luego se giró sobre su vientre, y me mostró su
hermoso trasero. Con su dedo, señaló a la raja de su culo en la
parte superior donde se inicia la ruptura de la nalga.

»—Si le lames bien ahí en pequeños círculos con la punta de


la lengua, la sensación es maravillosa. Eso conduce a un hombre a
una distracción, especialmente cuando no lo está esperando. Lo he
hecho muchas veces.

Me incliné al trasero de Simon y metí la lengua en donde él


señalaba. Él sabía a sudor, pero no era desagradable. —Apunta tu
lengua —indicó—, de esa manera lo va a sentir más. Muévela en
círculos. —Con mi lengua, dibujé pequeños círculos justo donde dijo,
con la intención de hacer las cosas bien que no me di cuenta que
había empezado a gemir. Un crack retumbó, llenando el aire por
encima de nuestras cabezas, y por un momento pensé que el cielo
estaba a punto de abrirse. Sin embargo, no era un trueno, pero el
grueso cinto de piel del Amo esta vez cayó sobre las piernas de
Simon.

Mi guapo amigo gritó mientras recibía más golpes del cinto


del Amo, y ambos nos apresuramos a ponernos de pie. Los
pantalones de Simon colgaban visiblemente abiertos, con su pene
sobresaliendo tan duro como una roca. Nos pusimos de pie con la
cabeza baja como escolares frente al enfurecido director.
Rápidamente me recordé que no había hecho nada malo, y lo miré
a los ojos.

—Señor Swift, sospecho que en esta ocasión fue un


participante más que voluntario —dijo el Amo—. ¿Estoy en lo cierto,
o es que este joven te forzó? — Dobló el cinto en la mano izquierda,
y golpeó su mano derecha.

—Amo, no hicimos nada. —Incluso mientras hablaba, vi cómo


debería de haberse visto.
—¡Estabas lamiéndole el culo! —El Amo desenredó el cinto y
lo blandió hacia nosotros. Él era un experto con el látigo o cualquier
otro instrumento de flagelación, y cuando golpeó el abdomen de
Simon y mi pecho, yo sabía que era precisamente donde quería
golpear. No hice ningún sonido, pero Simon gritó por el dolor, y una
roncha se elevó sobre su piel desnuda.

—Amo, por favor —le supliqué—. No fue así.

—¡Cállate! —Miró a Simon—. ¿Eres uno de mis jardineros?

—Lo soy, señor. Por favor, no me despida. Juro que no hice


nada mal. Sé que se ve mal, pero…

El Amo blandió el cinto de nuevo, cortando sus palabras. —


Gírate y apóyate contra ese árbol. —Simon vio que el Amo iba a
azotarlo. La expresión de su joven rostro era de puro terror—. Si
quieres conservar tu trabajo —añadió el Amo.

Vi el juego de emociones en la cara de Simon. Le tomó más


de un minuto girarse y caminar hasta el enorme roble que nos había
protegido del sol mientras hablábamos.

»—Pon tus brazos alrededor del tronco —ordenó el Amo.

Simón obedeció.

El Amo le dio diez golpes duros mientras yo observaba su


cuerpo ponerse rígido por la tensión. Verdugones se originaron
indicando lo duro que eran los latigazos, sin embargo, él no gritó
hasta los dos últimos. Tomó su castigo como un hombre. »—Regresa
al trabajo —el Amo le dijo con los dientes apretados. Simon se echó
a correr.

—Gracias, Amo —le dije en voz baja.

—¿Por qué? —Avanzó hacia mí. Di varios pasos hacia atrás.


—Por no despedirlo —dije sin convicción.

—¿Por qué? ¿Porque fue tu culpa?

—Señor, yo no hice nada. Simon me estaba mostrando algo


para complacerte.

El Amo me agarró del brazo. —Incluso si te creyera, que no lo


hago, sólo tú eres el culpable. ¿Sabes por qué?

—No, señor.

—¡Porque firmaste la promesa de servirme! ¡Él no hizo más que


aprovechar los dudosos encantos de un pequeño puto! Tú
traicionaste a tu Amo. Ahora vuelve a la casa.

—Yo no te traicioné, Amo. —Me quedé mirándolo—. Señor,


flagélame si deseas, pero no creas que te traicioné —le supliqué—.
Sé lo que parecía, pero te equivocas.

—¿Cómo te atreves a decir que tu Amo se equivoca. —La


voz del Amo era muy baja cuando repitió—: ¡Vuelve a la casa!

Salí corriendo. Por encima, el cielo se volvió en un aterrador


tormentoso gris, lo que reflejaba el peso de mi corazón. Corrí a toda
velocidad por la hierba hacia el camino pavimentado que
conducía a la casa. Apenas había alcanzado la ancha escalera
cuando el cielo se abrió. La fría y pesada lluvia caía, me empapó a
través de mi camisa. Abrí las grandes puertas delanteras
empujándolas y no dejé de correr hasta llegar a la recámara del
Amo. Una vez allí, no estaba seguro qué hacer. ¿Debería de esperar
al Amo allí o regresar a mi antigua recámara? Me senté en el sofá
cama, bajé la cabeza y sollocé. Fui egoísta. Había estado
provocándolo. Me había comportado estúpidamente, pero no
había traicionado a mi Amo, ni en la carne ni en mi corazón.
No obstante, él me iba a matar o al menos, me azotaría hasta
que perdiera el conocimiento. Y yo lo tomaría como el esclavo
perfecto, y cuando el Amo se calmara lo suficiente como para
escucharme, me gustaría explicarle exactamente lo que había
sucedido y cómo había malinterpretado mi comportamiento con
Simon.

Lo que en realidad hizo fue algo que nunca esperé.

Cuando el Amo finalmente entró en su aposento, me arrojé


sobre la alfombra y me arrastre hacia él. A sus pies, besé sus botas,
pidiendo una y otra vez que me escuchara. El Amo sufrió mi
histerismo durante un minuto o dos, y luego se acercó a la ventana.
Un trueno retumbó a la distancia a través del bosque, y por un
momento un rayo iluminó la habitación.

Me senté sobre los talones, con la cara fea de llorar.

—Señor, déjame explicarte lo que pasó. —Comencé a gatear


hacia él de nuevo.

—Quédate ahí. Abajo. —Obedecí, dejando caer mi trasero


sobre mis talones y mi frente en el suelo, con las manos detrás de mi
espalda. No podía verlo desde esta posición, lo que era muy
desconcertante ya que estaba muy enojado conmigo—. Dime una
cosa, niño. ¿Fuiste un participante voluntario con los dos lacayos
que despedí?

—No, señor —grité desesperadamente—. Ellos me obligaron.


Nunca lo quise.

—¿Cómo voy a creerte cuando vi lo que hiciste hoy? Te envié


a divertirte, y lo primero que haces es dejar que un jardinero te joda.

—Él no me jodío, Amo.


—Entonces él debió de haberte forzado. —La voz del Amo se
elevó con la ira.

—No lo hizo, Amo.

—¿No tenías tu lengua en la cabeza para decir no? ¿O


simplemente eres un puto? ¿Le pediste que te pagara?

—No hicimos nada —lloriqueé—. Señor, me invadió el


aburrimiento y coqueteé un poco, lo admito, pero Simon me estaba
mostrando un truco que dijo que le agradaba a los hombres. Quiero
complacerte. Perdóname. Perdóname.

—Él te jodío y ¡lo dejaste! Lo hiciste a mi espalda. Me


traicionaste.

Salté sobre mis pies sin permiso y corrí hacia él para lanzar mis
brazos alrededor de su cuello. La idea misma de perderlo era
insoportable. —Flagélame y perdóname, te lo ruego.

El Amo tomó mis brazos en un abrazo doloroso,


empujándome hacia él.

Me dio una palmada en la mejilla con tanta fuerza, que se


tambaleó hacia atrás y casi caí. Su voz era firme y tranquila cuando
habló. —No lo haré, no te daré la dignidad de una flagelación. Se
podría mancillar mi látigo. El látigo es para el dolor y el placer. Es
una cosa de gran belleza. El látigo enseña disciplina y autocontrol.
Ambos cosas te faltan. He tratado de inculcarte estas cualidades,
pero parece que he fracasado miserablemente.

Frenéticamente me quité la ropa y me lancé desnudo de


lleno a sus pies, para mostrar mi completa sumisión y humildad. El
Amo no estaba impresionado. Se acercó a la mesita de noche,
sacó del cajón un pedazo enrollado de papel atado con una cinta
roja. Lo observé desde mi posición en el suelo. »—¿Qué es esto?
Dime qué es esto, niño. —Él desenrolló la hoja de papel. Era el
contrato que había firmado sólo unas semanas antes.

—Amo, es mi promesa de estar a tu servicio. —Mi voz sonaba


pequeña en la gran recámara. El cielo seguía gris afuera.

Un trueno retumbó a lo lejos.

—Tu compromiso de lealtad hacia mí. —Desde su gran altura


bajó la mirada hacia mí, su rostro como una piedra. No tenía
ninguna expresión discernible ahora, sin embargo, sus oscuros ojos
me aterrorizaban.

El silencio cayó sobre la habitación. Contuve la respiración,


esperando que continuara. »—Te presentaste a mi servicio, para
mejorarte, para aprender el autocontrol y disciplina. No has
aprendido nada, a pesar de mis esfuerzos, y ahora lo confirma la
traición más grande de todas. Te comportas como una puta con
otro hombre. A mi espalda.

Empecé a llorar de nuevo, pero esta vez en silencio. El Amo


comenzó a leer. »—Estoy de acuerdo que si disgusto al Amo, él
tiene la libertad de rescindir el presente acuerdo. —Precisamente, y
con fuerza, rompió el contrato en dos, lo rompió otra vez, luego tiró
los trozos de papel sin valor hacia mí—. Me has disgustado, y pongo
fin a nuestro acuerdo. Vas a empacar tus maletas y salir de mi casa
en una hora.

El miedo disparó a través de mis músculos. Con total


incredulidad, levanté la mirada desde el suelo. El tono del Amo se
había vuelto completamente desinteresado. Podría haber sido
cualquiera, cualquier siervo con quien no tenía más que un interés
profesional.

»—Voy a escribir una carta de recomendación para ti en


cuanto a tus habilidades de trabajo. Voy a dejar de lado mi opinión
sobre tu bancarrota moral, porque no tengo ningún deseo de verte
en la miseria. Te daré el salario de un mes, aunque no tienes
derecho a eso, de ese modo podrás tomar un carruaje público de
regreso a Londres y vivir hasta que encuentres trabajo. Llévate todos
los regalos que te he dado. No quiero que dejes nada en mi casa.

—Amo, por favor, ¡no, no! —Lloré—.Te pertenezco. Eres mi


Amo. Te amo.

—No te humilles aún más diciendo mentiras —dijo en voz


baja. La indignación por fin superó mi miedo.

—Eres duro, un hombre cruel —grité—. Crees que lo peor de


mí cuando sé que no es cierto. ¿No me amas?

El Amo me miró con tanta fuerza que su rostro podría haber


estado hecho de piedra. —Nunca dije que te amaba.

Él salió de la recámara, y me dejó llorando hasta que me sentí


enfermo. Me dolía el estómago, la garganta, la cabeza. Cuando ya
no pude llorar ni hablar, me levanté y empecé a recoger mis
pertenencias. El Amo no quería entrar en razón. Él no me creyó, y
quizás incluso un beso o una mirada a otro hombre constituía para
él una traición, aunque él parecía decidido a creer que había
hecho mucho más que eso.

Pasaron un buen par de horas antes de que yo estuviera en la


puerta de la cocina con mis maletas a mi lado y mi cara pálida
debido al shock y el llanto.

Mis ojos estaban rojos y doloridos. Las criadas me miraban


fijamente, pero nadie habló. No tenían ni idea de lo que había
hecho. Probablemente pensaron que había sido despedido por
robar o algo así.
La señora Beagle se acercó y me palmeó el hombro, pero no
dijo nada. El señor Beagle tomó una de mis maletas. Cuando llegué,
sólo tenía una, y ahora tenía dos llenas de ropa nueva. Él salió a la
calle conmigo. El pequeño carruaje había recibido la orden de
llevarme al pueblo, a pesar de que la lluvia había cesado y el sol
atravesaba a través de las nubes blancas. El arco iris que se
extendía sobre el bosque era una cosa que me hubiera maravillado
esta misma mañana. Ahora parecía que se burlaba de mí.

El señor Beagle puso mis maletas en el coche y luego me llevó


a un lado para que el lacayo no le escuchara. Nos quedamos de
pie al lado de la pared cerca de la puerta de la cocina, y habló en
voz baja. —No sé lo que has hecho para causar que el Amo te
envié lejos, señor Swift, pero sí sé que no podría haber llegado en
un peor momento. —Lo miré sin comprender. El dolor del que me
daba cuenta era solo el mío.

»—Esos hombres que vinieron hoy eran de la oficina del primer


ministro. Los rumores han estado circulando que el Amo es... Bueno,
ya sabes.

—Queer —le dije—. Queer como yo.

—Sí, así es.

—Pero la señora Wynterbourne ha extendido rumores todos


estos años que al parecen han funcionado —le dije.

—Alguien más ha estado difundiendo otros rumores


recientemente, y han sido creídos. Creo que fue Archie, y ahora la
gente importante está haciendo preguntas. El señor Wynterbourne
tendrá que renunciar a su puesto. Incluso así su lugar en la sociedad
estará en peligro.

—¡Son hipócritas! —solté.


—Lo son —coincidió el señor Beagle, solemnemente—. Pero ni
tú ni yo podemos cambiarlos. El Amo ha sido tan bueno con la
señora Beagle y conmigo. Vinimos aquí hace quince años sin dinero
y sin cartas de recomendación, y él nos aceptó. Él acababa de
mudarse permanentemente a la Casa Wynterbourne alejándose de
Londres y de las expectativas que estaba tratando de forzar la
sociedad.

—Pero hacen un trabajo excelente. ¿Por qué estabas en la


calle?

—Fuimos despedidos de nuestro último lugar cuando se


enteraron de que la señora Beagle y yo no teníamos certificado de
matrimonio.

—¡Pero ustedes pueden casarse! Yo no puedo —le dije con


resentimiento.

El señor Beagle me miró a los ojos, bajando la voz aún más. —


Un hombre no puede casarse con su propia hermana.

Lo vi boquiabierto. —¿Usted y la señora Beagle son hermano y


hermana?

—Lo somos, y ella es la única mujer que he amado o que


puedo amar. Así que ya ves por qué estoy tan agradecido con ese
buen hombre que nos aceptó. Ahora alguien quiere derribarlo nada
más que por ser el hombre bueno que es.

—Señor Beagle, yo no soy culpable de lo que el Amo me ha


acusado. Él piensa que le fui infiel con otro niño, pero no lo fui. El
Amo confundió lo que vio, algo que no era lo que parecía. ¿Qué
puedo hacer para hacerle ver que lo amo? Tengo que hacer que
me crea.
El señor Beagle palmeó mi hombro. —Tienes que volver a
Londres, eso es todo, y es mejor que te vayas. No trates de ponerte
en contacto con él. Alguien como tú alrededor sólo hará que la
gente sospeche más.

—¿Es por eso que era desagradable conmigo cuando


llegué? —Lo vi todo ahora.

—Sí. Yo desconfío de cualquier persona que arroje sospechas


sobre el señor Wynterbourne. Sabía que él te amaría desde el
momento en que te vi.

Sacudí la cabeza con vehemencia. —Pero él no me ama, él


dijo que no tenía amor para darme.

—¿Qué ha estado haciendo todas estas semanas si no es


amarte? Conozco a ese hombre, y yo sé que te ama.

El señor Beagle estaba equivocado. ¿Qué podía saber sobre


el amor entre los hombres, especialmente sobre un Amo y su
esclavo?

—Oh, señor Beagle, ¿cómo puede él creer que lo iba a


traicionar? —Lancé mis brazos alrededor de él y lo abracé con
fuerza. A pesar de que estuvo muy incómodo con mi repentino
abrazo, él palmeó mi espalda antes de soltarse—. ¡Adelante, señor
Swift! Lo hecho, hecho está.

Me subí al coche y me senté en el asiento de cuero. El


caballo empezó a trotar rápidamente por el camino. Cuando volví
a mirar a la casa, vi a mi amado Amo en una ventana superior
mirando hacia mí.
El lacayo flotante.

En los días que siguieron me quedé en el sucio alojamiento de


mi madre, le conté toda la historia de amor apasionado y la
deliciosa subyugación. Mi madre me abrazaba en su gran cama
por las noches mientras yo lloraba por todo lo que había perdido.
Apoyé la cabeza en su amplio pecho y fui capaz de mantener mis
sollozos hasta simplemente patéticos mientras ella acariciaba mi
largo cabello, girándolo en rizos alrededor de sus dedos y diciendo:
—Niño querido de su madre. —Y luego cuando dijo—: Precioso
Jade —mis sollozos se elevaron a alturas verdaderamente
melodramáticos.

—¡Así me decía él! —Gemí.

Siempre había pensado que un corazón roto era algo


deseable, algo que te apartaría de ser un niño, que te haría más
puro y más noble. Nunca esperé que un corazón roto me dejara
débil y vacío, con mocos goteando por mi rostro, y luego
accidentalmente oriné la cama de mi madre durante dos noches
seguidas. Ella me perdonó, Dios la bendiga, pero después de una
semana ella me dijo en términos inequívocos que me repusiera. —
Siempre has sido un coqueto, Jade, y si el señor Wynterbourne tomó
el camino equivocado, entonces, ¿de quién es la culpa? ¡Suya!

Ella tenía razón, siempre la tenía.

Una noche después de un buen y largo llanto, le dije lo que el


Amo había dicho acerca de mi voz al cantar.
—¿Estaba siendo cruel, mamá?

—No, querido niño, estaba siendo honesto. Tenías la voz de


un ángel, cuando eras joven. El público te amaba, especialmente
las mujeres de edad. Pero en el momento en que cumpliste quince
años...

Ella sacudió la cabeza con tristeza, jalándome más cerca y


abrazándome en la cama.

—¿Por qué no me dijiste que mi voz ya no era buena? No me


di cuenta.

—No quería herir tus sentimientos, así que te animé a hacer un


buen uso de la poca educación que pude conseguir para ti en los
últimos años. Siempre has sido un niño muy inteligente, en los libros
por lo menos.

—Pero no en la vida —le dije miserablemente—. ¿Por qué no


me creyó el Amo cuando le dije la verdad?

—Lo que me has descrito parece que tenía un aspecto muy


sospechoso —dijo mi madre.

—Pero él insistió en que había hecho más. No aceptó mi


explicación. Se negó a perdonarme.

—Ese hombre ha sido traicionado en el pasado —dijo mi


madre sabiamente—. Esa es la única razón que se me ocurre para
que sea así de implacable. Alguien lo ha lastimado antes, y ahora
está buscando eso.

—Te juro que no lo traicioné. —Me acarició más cerca.

Mi madre me besó en la frente y suspiró. —Jade, entiendo


que te sientas herido por haber sido acusado de algo que no
hiciste.
—Quiero que me lleve de regreso. —Empecé a llorar de
nuevo.

—Yo quiero que sigas adelante con tu vida y comiences a


buscar una ocupación digna de tu talento.

Ella me dijo que mientras tanto había un trabajo disponible en


el Teatro Adelphi, limpiando los vestuarios, así que lo tomé al día
siguiente. Estaba humillado hasta la médula de mi ser después de mi
primer día como el niño barrenderom, y completamente agotado
cuando me acurruqué en el medio de la cama de mi madre esa
noche, viéndola prepararse para la función de la noche.

—¡Visitas! —la dueña gritó por las escaleras como siempre


hacía cuando alguien llegaba. Mi madre abrió la puerta, y me
sorprendí al ver a Simon de pie allí. En una fracción de segundo, lo
odié por haber arruinado mi vida. Entonces entré en razón, y sabía
que yo era el único culpable de mi propia ruina. Me acerqué a él y
caí en sus brazos. Él se echó hacia atrás, mirando nerviosamente a
mi madre.

—Mamá está en el teatro —dije explicando su falta de


respuesta a que abrazara a un guapo chico justo en frente de ella—
. De todos modos, sabe que era gay desde que tenía cinco años de
edad.

—Entra y cierra la puerta —ordenó mi madre. Ella estaba en


sus calzones y corsé, sus pechos desnudos se derramaban por
encima. Simon no sabía dónde poner su cara.

—¿Asumo que es Simon? Él es queer, ¿no es así? —Mi madre


me miró, perpleja por las mejillas rojas de Simon.

—Señora Swift, soy queer, sí, pero no estoy muerto —murmuró,


viendo los senos de mi madre. Mi madre era muy hermosa a la vista
para cualquier hombre, queer o no.
—Soy la señorita Swift, querido niño. —Ella se echó a reír, y nos
reímos con ella. Después de invitar a Simon a dormir en el sofá por la
noche, mi madre se fue al teatro, y nos fuimos a comprar la cena.

En una concurrida cafetería entre el olor de la comida y la


cerveza, el ruido de la vajilla y el estrépito de las voces que
ordenaban, nos sentamos a comer. Simon comenzó a decirme por
qué había dejado la Casa Wynterbourne. —Cuando me enteré que
el señor Wynterbourne te había enviado lejos, fui a verlo para rogar
por ti. Le dije que sólo habíamos jugado como niños y que te
negaste a hacer nada más porque lo amabas. Me sentía tan
culpable por todo esto. Nunca pensé que te despidiera. Hasta el
viejo Griggs sabía que eras el favorito del Amo. —Simon sacudió la
cabeza con tristeza—. Él no quiso escuchar, así que le dije que
estaba siendo injusto y obstinado, que no habías hecho nada malo
y no merecías esto.

—¡No lo hiciste! —jadeé.

—Lo hice —dijo con tristeza—. Y me despidió y aquí estoy.


Tengo suerte de que no sacara de nuevo el cinturón.

Tuvo suerte. —Lo siento, Simon.

Él sonrió. —No importa, me enteré de que están contratando


personal en el Pabellón Real de Brighton23, y he venido a ver si
quieres venir conmigo. Allí tienen hermosos jardines, y está sobre el
mar. Podríamos tener algunas carcajadas. —Simon miró a su
alrededor a la ocupada cafetería para asegurarse de que no
estábamos siendo observados antes de apretar mi mano—. Me
gustas, Jade.

23
The Royal Pavilion es una antigua residencia real localizada en Brighton, Inglaterra, su construcción se inicio en
1787 y se concluyo en 1811, fue construida con un estilo hindú.
Saqué mi mano. —Tú también me gustas, de verdad, pero yo
amo a mi Amo, y lo único que deseo es servirle de nuevo.

Una joven camarera nos trajo la comida y la dejó sobre la


mesa. Ella le sonrió a Simón, que le guiñó un ojo. Cuando fruncí el
ceño en pregunta, él se encogió de hombros. —Hábito —dijo—.
Siempre encubierto.

—De todos modos, no puedo hacer jardinería. Soy secretario


—le dije.

—No, ya lo sé, pero podrías ser un lacayo. Quizás podríamos


tener momentos felices juntos. ¿Por qué no vienes? No puede ser
peor que limpiar vestuarios.

No podría discutir eso, y dado que mi madre y Amo habían


sido brutalmente honestos acerca de mi voz, mis sueños de cantar
otra vez se habían hecho añicos. —Sí, por qué no.

—Vamos a ir mañana. Hay un tren que va de Londres a


Brighton, y se detiene cerca del pabellón. —Simon estaba
emocionado.

—¿Tienes dinero?

—Sí, el señor Wynterbourne no me despidió sin un centavo.

Tomé mi pasta y empecé a comer mientras Simon comía sus


chuletas y puré de papas. —No, a mi tampoco, pero ya utilicé lo
que me dio desde que regresé. Voy a pedirle prestado a mi madre
y luego se lo devuelvo.

—Puedes pedirme prestado y me lo devuelves como trueque.


—Él sonrió con picardía. Me sentía audaz y perdido. Mi Amo me
había arrojado fuera. Bien podría ser exactamente lo que él me
había llamado, un pequeño puto—. Sí. —Me reí—. ¿Por qué no?
Al día siguiente le di un beso de despedida a mi madre, y ella
nos despidió a Simon y a mí en el tren de la tarde. Nos reímos todo
el camino a Brighton, molestando a varios caballeros que
finalmente nos pidieron dejar su carro. Pasamos el resto de la
jornada sentados en el suelo del pasillo riendo como escolares en
una excursión. Desde la estación, caminamos la corta distancia
hasta el Pabellón real en la creciente oscuridad. Nos dirigimos a la
puerta de servicio, en la que preguntamos por el empleo.

Fuimos entrevistados juntos por ambos el mayordomo y el


ama de llaves en el salón privado del ama de llaves. Ella era una
mujer más bien alta y delgada de unos treinta y cinco años, la
señorita Ramsay.

El mayordomo era un hombre mucho mayor, muy digno y


consciente de su propia importancia. El Amo le había dado a Simon
una muy buena carta de recomendación, fue muy amable de su
parte, dadas las circunstancias, y me hizo darme cuenta de nuevo
que era un buen hombre, a pesar de mi justa propia indignación
por haber sido falsamente acusado.

—¿Por qué te fuiste de la Casa Wynterbourne? —El señor


Godfrey le preguntó, mirándolo de arriba abajo.

Como si fuera la única respuesta posible, Simon respondió: —


Porque quiero trabajar en el Pabellón Real, señor.

El hombre asintió con admiración. —¿Sabes que esta es la


residencia de verano de Su Majestad?

—Sí, señor.
—¿Y que a menudo hay fiestas y reuniones de carácter
político aquí, cuando Su Majestad no está presente?

—No lo sabía, señor.

—Bueno, ahora lo sabes. No puedo decirte lo suficiente, lo


importante de una conducta intachable en todos los miembros del
personal, tanto en el interior como al aire libre.

—Entiendo, señor —le dijo Simon.

Fue enviado a informar directamente al jardinero en jefe, y yo


me quedé a solas con ellos. Me miraban con la misma curiosidad
con la que me habían recibido en la Casa Wynterbourne en mi
primera mañana, intercambiando miradas de cuestionamiento
entre sí. La señorita Ramsay leyó mi carta de referencia en voz alta.

—Esta es una recomendación que brilla intensamente, pero


no tenemos necesidad de un secretario aquí en el Pabellón Real.

—Lo entiendo —comencé, pero ella me interrumpió.

—¿Por qué te fuiste de la Casa Wynterbourne? ¿Todo el


personal se está yendo? —Ella y el mayordomo intercambiaron una
risita.

—No, señorita Ramsay, no lo están. El señor Wynterbourne


estaba escribiendo un libro, pero está terminado, y ya no me
necesita.

Ya había pensado en la mentira en el tren. »—Pensé que tal


vez podría ser un lacayo.

—¿Lo harías? —El señor Godfrey miró al ama de llaves—. Me


hará falta más personal para las semanas siguientes, con tantos
invitados que vienen y se van. Solo para la conferencia serán
necesarios más lacayos. Pero no puedo tener un lacayo llamado
Jade. Es un nombre ridículo.

—Podemos llamarlo James —dijo el ama de llaves como si yo


no estuviera allí.

—Ya tengo un James —dijo el mayordomo. Se miraron el uno


al otro de nuevo, como si se comunicaban al menos una parte del
tiempo solo con el pensamiento.

—Llámalo John —dijo, y asintió hacia el señor Godfrey—. Y


ese cabello tendrá que cortarse.

—El cabello se cortará, sin duda si va a trabajar aquí —asintió


el mayordomo.

Me agarré el cabello protectoramente. Siempre había tenido


el cabello largo, y me gustaba. Al ver mi gesto y la mirada asustada
en mi cara, el mayordomo dijo con firmeza: »—Se va o te vas. La
señorita Ramsay te lo cortará.

Media hora más tarde, mi largo cabello estaba en el suelo a


mí alrededor y no había un espejo para que me viera, mi vanidad
gritaba. ¿Qué me habían hecho? —Podríamos haber cometido un
error —comentó el señor Godfrey con preocupación—. Se ve más
hermoso que antes.

—Veo lo que quieres decir —coincidió la señorita Ramsay—.


Sus ojos se ven aún más grande y más verdes sin el largo cabello
cayendo sobre sus hombros, se puede ver lo delicado de su mentón
y pómulos. Parece un niño del coro.

—Parece un ángel —dijo Godfrey—, aunque tengo serias


dudas de que él sea uno.
Pasé la mano por encima de mi cabeza. Se sentía extraño.
Durante mucho tiempo mi cabello había sido largo, cayendo
mucho más allá de mis hombros.

Ahora era corto y llegaba un poco más allá de mi cuello.

—La única razón por la que te contrataré es porque tenemos


varias fiestas durante las próximas semanas y necesitamos personal
extra —dijo el señor Godfrey—. Si te portas mal, ¡vas a estar fuera!
Creo que sabes lo que quiero decir.

Me quedé mirándolo. —¡En realidad no lo soy! Y no le han


dicho eso a Simon.

—¡Él no es un niño nancy! —dijo el mayordomo.

Me contuve de decir: “¡Oh, sí que lo es!”

»—Los niños como tú pueden ser una gran distracción para el


personal masculino en un lugar donde todos trabajan muy
estrechamente.

Yo estaba indignado. No pude evitar mirarlo, extrañado. El


señor Godfrey debería conocer a Archie y William. Ellos eran mucho
más peligrosos de lo que yo había sido nunca, aunque se veían
normales. Pero quería el trabajo, así que asentí respetuosamente. —
Sí, señor.

Más tarde, cuando estaba en mi habitación en las


dependencias del servicio en el ático, me sentí aliviado al ver a
Simon ya había puesto sus objetos personales en el pequeño
armario.

La habitación en sí era monótona y deprimente. A Simon no


pareció preocuparle, pero me había acostumbrado a lo mejor. —
¡Jade! Vamos a compartir habitación. El personal al aire libre vive
aquí con el personal de interior. —Se detuvo para jadear—. Dios
mío, ¿qué le has hecho a tu cabello?

—El ama de llaves lo cortó. O era eso o el trabajo. Y tengo


que decir que me llamo John. Voy a ser el lacayo más bajo en la
casa. Seré el lacayo flotante. Haré lo que todos los demás no
quieren hacer. Todos estarán por encima de mí. —Me sentía
resentido. Una provocadora sonrisa se extendió en el rostro de
Simon—. ¿Eso me incluye? —Cerró la puerta y me agarró en un
fuerte abrazo, y luego cayó sobre la cama encima de mí—. Estoy
por encima de ti.

—¡No lo hagas! —Traté de empujarlo, pero no pude. Se


levantó voluntariamente y se sentó en el borde de la cama
mirándome.

—¿Todavía estás suspirando por el señor Wynterbourne?

Las lágrimas llenaron mis ojos. —Lo amo, Simon. Quiero que
me lleve con él.

—Quizás podrías escribirle. —Pareció dudar.

—Le he escrito media docena de cartas desde que salí de


East Sussex. No responde.

Se oyó un golpe en la puerta, y Simon se levantó de la cama


antes de que lo vieran. Vi con incredulidad al joven que entró, alto,
guapo, y muy familiar.

—Soy Archie. ¿Cuál de ustedes es John? ¡Buen Dios! ¡Jade


Swift! ¿Qué está haciendo aquí?

—Archie de la Casa Wynterbourne? —preguntó Simon—.


Podríamos hacer la misma pregunta.
Archie se irguió aún más alto, cuadrando los hombros. Su
arrogancia era peor que nunca. —Soy el lacayo en jefe en este
lugar, me he dado cuenta de que mi talento se desperdiciaba en la
Casa Wynterbourne. ¿Qué sucede? ¿Quién es John?

Mi corazón se hundió y lo vi fijamente antes de recordar. —Yo.


Voy a ser un lacayo, y el señor Godfrey dice que debo responder al
nombre de John.

—¡Cómo han caído los poderosos! —Una sonrisa de victoria se


extendió en Archie de oreja a oreja—. ¿También te echaron, señor
Swift, igual que a mi? ¿Se aburrió de ti?

—Supongo que William también está aquí. —Empecé a


sentirme desesperanzado.

—William se fue a Eastbourne. —Miró a Simon—. Espera. Te


conozco. También trabajabas en la Casa Wynterbourne. Eras el
jardinero.

Se me ocurrió que ahora debería correr por mi vida, si no


quería ser de nuevo miserable a causa de este bully. La sola idea de
tener que responder ante Archie me aterrorizaba.

—Mi nombre es Simon. Soy un jardinero, y sí, me fui de la Casa


Wynterbourne.

—¿Sabes que compartirás habitación con un queer? —


preguntó Archie.

—Después de lo que me hiciste, Archie, cualquiera pensaría


que también eres queer —le dije. Se abalanzó sobre mí. Salté mi
cama para escaparme en el rincón junto a la ventana, y en el
mismo momento, Simon tomó a Archie y lo lanzó contra la pared.
Con el pie, pateó la puerta cerrándola, atrapando a Archie en el
interior.
—Tócalo y patearé tu trasero —le dijo Simon a la asombrada
cara de Archie. El placer que tuve de ver a Archie asustado me
causó deseos de reír a carcajadas. Eso le servía bien.

—¿También eres un queer? ¿La Casa Wynterbourne está llena


de queers? —Ese fue un débil intento de bravata pero podía ver
que estaba nervioso. Simon era unos cinco centímetros más
pequeño que Archie, pero era mucho más fuerte por su fuerte
trabajo al aire libre.

Simon lo había clavado en la pared con su cuerpo, y su rodilla


estaba entre los muslos de Archie, causándole un evidente dolor.

—Deja a Jade en paz, ¿entiendes? O voy a ir tras de ti.

Archie no respondió, pero la expresión en su cara me dijo que


estaba aceptándolo. Simon lo dejó en libertad pero se interpuso
entre Archie y yo.

—John —Archie dijo enfáticamente—, tienes que tomar las


ordenes de mí, a menos que el señor Godfrey te de una orden.
Ahora salgan a la cocina, ambos. Es hora de cenar. El señor
Godfrey se pone muy molesto si no están todos sentados en su silla
de las ocho y media, en punto, con la cabeza baja para las
oraciones.

Salió de la habitación sin mirar atrás.

Eran más de las once cuando Simon y yo finalmente caímos


en la cama. Deberíamos estar despiertos a las seis, aquí no habría
lujosos desayunos en la cama servidos para mi Amo y para mí.
Tendríamos dos horas de trabajo por hacer antes de que el
desayuno fuera servido a los sirvientes.

—Jade —murmuro Simon cuando las velas se apagaron y nos


acostamos en nuestras estrechas camas con apenas treinta
centímetros entre nosotros—. Ven conmigo.

—No.

—¿Qué pasa con nuestro acuerdo de intercambio?

Él tenía razón. Le debía el dinero de mi pasaje a Brighton.


Sería mejor comenzar a pagar.

—Oh, está bien. —Rápidamente entré en su cama y me jaló a


un apretado abrazo, me besó en la boca—. ¿Cuántas veces antes
de que termine de pagarte? —le pregunté.

Él me sonrió abiertamente. —Yo te joderé cinco veces, o me


chuparás el pene diez veces.

—¿Por qué una jodida vale más que una mamada?

—No lo sé, pero me parece bien.

Rodé sobre mi vientre en el pequeño espacio y le permití que


levantara mi camisa de dormir y me montara. Me sentí
extrañamente desconectado de él, no sentía ninguna reacción en
mi pene, en absoluto. Simon gimió y gruñó por encima de mí,
haciendo todo lo posible para evitar hacer ruido.

Cuando terminó, se desplomó encima de mí, riendo.

—¿Qué es tan gracioso? —le pregunté.

—No lo sé. Creo que estás tratando de guardar silencio y ser


aplastado en la pequeña cama. ¿Qué quieres? —Rodé sobre mi
espalda para mirarlo y él metió la mano más o menos entre mis
muslos—. ¿Juego con tu capullo de rosa?

—No, palmea mi trasero —le dije en la oscuridad.

—¿En serio? ¿Por qué?

—Porque quiero. Nalguéame duro. Que duela.

—Está bien, lo haré.

Simon se sentó en el borde de la cama y me jaló arriba de sus


rodillas hasta que mi cabeza colgó hasta el suelo y las piernas
también colgaban. Levantó mi camisón por encima de mi espalda.
El aire estaba fresco en la habitación del ático, aunque afuera
estaba caliente. Sentí el frío en mis nalgas, y los pequeños granos de
mi piel que se erizaba en piel de gallina. Apoyé la mejilla contra sus
desnudas y peludas piernas y pensé en mi Amo. Simon me dio un
duro golpe en mis nalgas, y supe de inmediato que nunca había
nalgueado a un niño antes. No tenía ni idea de lo que estaba
haciendo. No quería darle instrucciones, así que simplemente dejé
que lo hiciera, y me dolió como yo quería. Una nalgada seguía a la
siguiente sin ritmo, sin embargo, mi placer subió. Sólo quería la
intimidad de las nalgadas, y me gustaba el dolor. Me corrí
rápidamente por todas sus piernas.

Terminamos abrazados juntos en la cama increíblemente


estrecha, su vientre contra mi espalda, su brazo sobre mí. Le dije lo
que Archie y William me habían hecho y cómo el Amo había
despedido y golpeado Archie con su cinturón.

—Él señor Wynterbourne es muy hábil con ese cinturón —dijo


Simon—. No te preocupes por Archie. No es más que una cobarde
sin su amigo que lo apoye. Si te toca, me lo dices. Lo voy a arreglar.
—Él se acercó más a mi espalda.
»—Pretende que yo soy el señor Wynterbourne —dijo en mi
oído y me besó en la mejilla antes de quedarse dormido. «Pero no lo
eres», pensé. No hay nadie como mi Amo.

Como lacayo flotante, estaba obligado a realizar las tareas


que los otros lacayos no querían, pero no había duda que Archie se
aprovechaba al máximo de su poder, a pesar de que era
consciente de Simon. Él me daba un rencoroso empujón mientras
cruzaba una puerta o me ponía el pie para hacerme tropezar, me
gustaría decírselo a Simon, y sería más cuidadoso. Pero si había una
bandeja pesada que llevar desde la cocina al comedor, yo tenía
que llevarla. Si el limpiabotas estaba abrumado con la cantidad de
botas de un gran grupo, me sentaba con él en la pequeña área del
limpiabotas y lustraba botas hasta que mis manos estaban negras. Si
alguien dejaba caer algo gelatinoso en el pasillo de camino hacia
la mesa, se me ordenaba limpiarlo, y no había ninguna duda del
placer de Archie cuando me ordenaba que hiciera un trabajo
sucio. Había pasado del favorito y mimado del Amo a la fregona de
todos. ¡No era justo!

Una gran fiesta se realizaba en el Pabellón por el fin de


semana, apenas una semana después de que comenzara el
trabajo. Estaba oculto en el pasillo de los sirvientes, que iba del
cuarto de música a la gran galería, cuando el señor Godfrey se me
acercó. —Lord Mulborough está aquí este fin de semana. Debes de
ir a su habitación después de las once de la noche para asegurarte
de que tiene todo lo que necesita.

—Sí, señor, pero ¿no trajo su propio valet?


—¿Me estás cuestionando? —el señor Godfrey demandó.

—No, señor, pero no quiero pisar los pies de nadie.

—Haz lo que te digo, John.

—Sí, señor. —No podía acostumbrarme a ser llamado John.

Simon estaba en la cama esperándome cuando entré en la


habitación justo antes de las once. —Ven, niño Johnny. Ven a la
cama. Me muero por joderte.

—No me llames así. De todos modos no puedo. Tengo que


revisar a uno de los invitados. No debo de tardar.

Me dirigí a la habitación de Lord Mulborough sin perderme.


Archie me había obligado a caminar a lo largo y ancho de la casa
muchas veces, conocía cada pasillo después de mis primeros días.
Llamé a la puerta y entré. La única luz en la recámara era una
lámpara junto a la cama, y estaba baja. Al principio no vi a nadie
en la habitación y me giré para irme.

—Aquí, niño. —La voz llegó desde el sofá al lado de la


chimenea. Era una noche cálida, por lo que el fuego no estaba
encendido.

—Lo siento, señor, no lo vi. —Caminé hacia él—. El señor


Godfrey me envió a ver si necesita algo, señor.

El señor Mulborough dio unas palmaditas en el sofá junto a él.


No recordaba su cara de cuando le había servido una copa en el
salón de música, pero ahora, en la penumbra, vi que era un hombre
de por lo menos sesenta y cinco años, probablemente mayor, más
bien alto, delgado, pero de otra manera ordinario.

»—Señor, no estoy seguro de que el señor Godfrey aprobara


que me sentara con un invitado.
—Oh, no le importaría. Sírveme un whisky y toma uno para ti.

—No, gracias, señor. —Fui a la bandeja de bebidas en el


gabinete y le serví un whiskey doble. Llevé el vaso en una pequeña
bandeja de plata de servicio. Él lo tomó y dio unas palmaditas en el
sofá de nuevo, mirándome.

—Vamos, niño.

—Señor, yo realmente no lo creo.

—Oh, por el amor de Dios, niño, no te hagas de rogar —bufó


con rabia, y luego bebió el whiskey de un solo trago. Sacó un
soberano del bolsillo de su chaleco y lo tiró en el asiento a su lado—.
Dame una mamada. —Se desabrochó el pantalón y sacó un más
bien pequeño y de aspecto arrugado pene. Traté de ocultar mi
disgusto al considerar su oferta.

“Pequeño puto”, mi Amo me había llamado. Entonces tal vez


debería serlo. Mi Amo me aborrecía, y no le gustaba mucho en ese
momento.

Agarré el soberano y caí de rodillas entre sus piernas. Mientras


que su señoría gemía, chupé con fuerza su pene. Puso su mano en
la cima de mi cabeza, empujándome hacia abajo en la
entrepierna. Pensé en el sabor y el olor del semen de mi Amo y
cómo me había gustado sentir su espesor chocando contra mi
garganta y tragarlo cuando se corría. El pene de este hombre era
pequeño y bien pasado su apogeo, y si su placer se prolongaba
mucho más tiempo, estaba dispuesto a pedir más dinero. Le tomó
años para finalmente liberar su disparo, y entonces fue sólo un
goteo, gracias a Dios. Cuando terminó, empecé a levantarme.

—Siéntate y abrázame durante unos minutos, John —dijo.


¡Que valor de hombre! —Me temo que eso está fuera de la
cuestión, señor. Buenas noches —le dije secamente. Corrí de nuevo
hacia Simon, la moneda de oro en el bolsillo.

—¿Qué te tomó tanto tiempo? —preguntó adormilado


cuando entré en nuestra habitación.

—Era viejo —le dije evasivamente. Miré el soberano mientras


lo metía en la bolsa bordada de dinero que llevaba alrededor del
cuello. Tenía que asegurarme de que el señor Godfrey nunca se
enterara.

Fui dos veces más con Lord Mulborough antes de que se


fuera, y la semana después el señor Godfrey me envió a ayudar al
señor Slocombe con su baño. Era media tarde, y el valet del
caballero estaba sentado en la cocina jugando draughts24 con
Archie cuando el mayordomo se acercó a mí en voz baja. Sin
pensar en ello, me apresuré a la recámara del hombre, llamé a la
puerta y entré. La bañera de cobre estaba al fuego, y ya que
estaba lloviendo y haciendo frío, la chimenea estaba encendida.

—¿Necesita mi ayuda, señor?

—Ven aquí —dijo. Él era un hombre de mediana edad, pero


muy gordo, especialmente alrededor del estómago, haciéndolo
lucir mayor—. Necesito ayuda para salir.

—Sí, señor.

Tomé una toalla grande, sacudiéndola para desplegarla,


luego extendí las manos para ayudarlo a levantarse. Él se puso de
pie. —Necesito apoyarme en ti. —Pasó su gordo brazo por mis
hombros, casi me aplastó cuando salió de su baño. Traté de
conseguir que la toalla lo rodeara, pero no podía, y se tambaleó

24
Draughts, Juego de mesa británico parecido a las damas en las que las piezas se mueven en diagonal, brincando
las piezas del enemigo para capturarlas.
hacia la cama, el agua goteaba por todas partes. Cuando cayó en
la cama, me arrastró con él, rodando por encima de mí. Por un
momento pensé que me iba a morir aplastado por él, él jadeaba
arriba de mí. Finalmente logré deslizarme por debajo de él.

»—Lo siento, John.

—No hay problema, señor —le dije sin aliento, sin saber muy
bien qué había pasado. ¿Lo habría hecho a propósito?

»—¿Necesita más ayuda, señor?

—Sí. —Él rodó sobre su abultado vientre, y me dio una vista de


su peludo trasero, rojo como una amapola por el agua caliente de
la bañera y la presión de su peso al sentarse—. Necesito que seques
mi trasero.

Aun no lo captaba. Tomé la toalla de donde la había dejado


caer y comencé a frotar su trasero.

—Mmmn, eso es bueno —dijo—. Sigue frotando.

—Creo que ya está seco, señor Slocombe —le dije.

—No, aun puedo sentir algunas gotas de agua. Asegúrate de


secar en todos los pliegues.

Su grasa había causado profundos pliegues que se formaban


alrededor de los muslos, y los separé y sequé cuidadosamente cada
uno. —Ya está. Creo que ahora está bien, señor.

—No, John. Creo que has olvidado el pliegue mayor. Se irrita


terriblemente, sabes, si no me secan adecuadamente. —Arrugando
la nariz, separé las enormes y peludas nalgas y froté entre ellas—.
Hazlo bien, John. —Cuando me detuve, él dijo—: Sólo un poco más.

Estúpidamente obedecí.
Fue cuando se dio la vuelta sobre su espalda que vi su
pequeño pene que estaba rígido. Se dejó caer de nuevo en el
montón de almohadas, con las gordas piernas bien abiertas. —
Asegúrate de entrar en todos las arrugas alrededor de mis partes
privadas. No quiero una erupción —dijo, los ojos cerrados. Por fin
sabía lo que estaba pasando. El señor Mulborough al menos había
sido sincero cuando él arrojó el dinero y me dijo: “Dame una
mamada”. ¿Este hombre pensaba que sería gratis? Planté mis manos
en mis caderas y lo miré.

Cuando no lo toqué, el señor Slocombe entreabrió los ojos y


me miró fijamente.

—El dinero está al lado de la cama —dijo bruscamente.


Lancé una mirada al medio soberano junto a su vaso de agua. Me
sentí insultado. Medio soberano para servir a este feo gran bulldog.
Lo tomó y empecé a alejarme.

—¡Ven aquí! No hemos terminado —bramó.

—Bueno, yo si. Eso valió medio soberano. —Tomé la perilla de


la puerta.

—Está bien. Hay otro medio soberano en el bolsillo de mi


pantalón. —Crucé la habitación, tomé el pantalón del soporte para
la ropa y revisé el bolsillo mientras me miraba—. Pequeño ladrón —
murmuró. Encontré la moneda y la guardé en el bolsillo.

Con una sonrisa angelical, regresé al lado de su cama y pasé


un largo tiempo secando sus partes privadas con la toalla,
diciéndole: —¿Así, señor?¿Quiere que lo seque un poco más? ¿Bajo
su prepucio? —Su cara se volvía más y más roja hasta que se corrió
en la toalla. Por lo menos con él no tuve que tragar.
De regreso a cocina, le di a su confundido valet una mirada
asesina. Vi al señor Godfrey, ocupando con el periódico. Me
mataría si supiera lo que estaba haciendo.

—John —dijo Archie—. Revisa las habitaciones y asegúrate


que todos los orinales estén vacíos.

Mi ceja izquierda se elevó al momento. —Pensé que ese era


el trabajo de la más baja de las criadas —protesté. Estaba listo para
salir del Pabellón Real e ir por Simon para lograr poner nuestros
traseros en el siguiente tren a Londres.

Seguro que había algo que pudiera hacer que no implicara


los desechos de otros.

—Ella lo hizo en la mañana, es tu turno. —Vio el tablero del


juego movió un daught, y se carcajeó fuerte—. ¡Gané!

En mi tercera semana en el Pabellón Real, empecé a


sospechar que, el señor Godfrey me enviaba a joder o los
caballeros que al verme asumían que era fácilmente comprado. De
cualquier manera, estaba ofendido.

A los criados se nos daba un pequeño vaso de cerveza por


las noches después de que la mayor parte del trabajo estaba
hecho. Nunca me había gustado la cerveza, así que siempre le di la
mía a Simon, y nos sentábamos en la sala de los sirvientes a
conversar. Habíamos estado allí no más de diez minutos cuando el
señor Godfrey se me acercó en silencio.
—John, hay un señor que necesita ayuda extra. Ve con Lord
Devonly y ve lo que necesita.

Lo miré con recelo. —Sí, señor Godfrey. Pero ¿no trajo a su


valet Lord Devonly? ¿Para qué me necesita?

—¡Ven conmigo! —El señor Godfrey dijo entre dientes. Afuera,


en la intimidad del pasillo, él dijo—: Lord Devonly no trajo un criado
con él. Ahora ve a su habitación y sírvele.

Suspiré y fui a buscar la recámara de Lord Devonly. Me


sorprendió cuando al entrar vi a un hombre no mucho mayor que
mi Amo y bastante guapo, con abundante cabello oscuro y una
figura atractiva. Estaba sentado en la cama, supuestamente
leyendo con la luz de una sola lámpara. —Entra. John, ¿no es así? —
Así que sabía cuál era mi nombre, al igual que lo sabían los otros. El
señor Godfrey definitivamente estaba detrás de esto.

—Sí, señor. John. ¿Qué le gustaría, señor?

Él señaló la cama, y cuando estuvw a su lado, lancé una


mirada superficial a los dos soberanos colocados allí.

¡Dos! ¿Qué esperaba por eso?

Tomé ambos sin decir palabra y los metí en el bolsillo antes de


darle mi más angelical sonrisa.

—¿Cuántos años tienes, John?

—Dieciocho, señor.

—Un niño dulce e inocente. ¿Eres inocente, Johnny?

—Sí, señor —estuve de acuerdo y bajé la mirada como mi


Amo me había enseñado. Con el Amo lo hacía para mostrar
humildad. Con Lord Devonly claramente quería verme tímido y
nervioso, así que utilicé todas mis habilidades de actor, y él estaba
muy contento con los resultados—. ¿Quieres quitarte la ropa para
mí, Johnny? Yo sólo quiero mirarte. No seas tímido ahora.

Eché un vistazo alrededor de la habitación. Sabía que


estábamos solos, pero quería parecer modesto. —No lo sé, señor.
Estoy bastante nervioso. No creo que deba.

—Oh, no seas tímido, dulce niño —dijo—. Vamos, quítate la


ropa para el tío Bertram.

Le ofrecí una dulce y ansiosa sonrisa y empecé a desvestirme


lentamente, dejando caer cada prenda de ropa al suelo hasta que
me quedé completamente desnudo, cubriendo mis partes íntimas
con las manos, la cabeza hacia un lado como si tuviera miedo de
mirarlo directamente a los ojos. Me acordé haber hecho eso
cuando estuve desnudo por primera vez delante de mi Amo, pero
en aquella ocasión me había sentido realmente tímido. Esto, por
otro lado, era sólo un trabajo y me di cuenta de que podría ser
mucho más lucrativo que ser un lacayo. También sabía que si lo
hacía para ganarme la vida, iba a terminar odiándome.

—Eres un buen niño, ven aquí. —Palmeó la cama, y subí a su


lado, mirándolo bajó las pestañas.

—Ni un pelo en tu inocente joven cuerpo —dijo, acariciando


mis muslos—. ¿Estás seguro de que tienes dieciocho años? No te ves
mayor de quince para mí.

—Quizás he mentido, señor —murmuré. El hombre era un


pedófilo, pero era generoso.

—Creo que sí. ¿Tienes quince años, Johnny?

—Sí, señor. Tengo quince años.

—Ahora, abre las piernas para el tío.


—Tío Berti, no creo que deba hacerlo.

Me acarició la mejilla. —Oh, ¡vamos! Sabes que lo deseas,


dulce niño. Hazlo para el tío.

Suspiré y me senté con las piernas cruzadas para que pudiera


ver mi pene y bolas sin vello, que tuvo un efecto muy fuerte sobre él.
Un gemido escapó de sus labios, y su cuerpo empezó a
estremecerse. Tenía la esperanza de que se hubiera corrido, así
podría conseguir salir. No tuve suerte. Se calmó y apartó las mantas.
Su pene era enorme y estaba completamente rígido. Me jaló a su
regazo y me abrazó mientras yo apoyaba la cabeza sobre su
hombro, suspirando como un bebé. Podía sentir su órgano
presionando entre mis nalgas. Si cerraba los ojos, casi podía
imaginar que era el Amo, salvo que el Amo era más alto y más
delgado, con músculos muy duros. El señor Devonly estaba
construido enormemente, pero no tan alto como el Amo y
definitivamente más pesado.

»—Vamos a jugar un pequeño juego, John.

Me reí, lo que obviamente le emocionó. Él me hizo un poco


de cosquillas, lo que me hizo gritar, y golpeó su mano sobre mi
boca. —¡Silencio! Sé un buen niño —murmuró—. No quiero que
nadie te escuche.

—Oh, tío, tal vez no deberíamos estar haciendo esto —le dije
con dulzura. Él me abrazó más fuerte—. Dulce niño, no hay nada
malo en esto. Tengo una idea. —Se levantó de la cama, me levantó
en sus brazos como un bebé, y me puso de pie. En la alfombra, se
puso en cuatro patas y me miró—. ¿Qué tal un paseo en pony? ¿Te
gustaría, Johnny?

Fingí estar emocionado y subí a su espalda. Se arrastró por la


alfombra, haciendo sonidos de relinchos mientras yo jugaba al
caballo como un niño. Me reí, froté mi entrepierna contra su
espalda mientras golpeaba sus nalgas. —Más rápido, pony, más
rápido.

Eché un vistazo al reloj sobre la repisa de la chimenea, así


supe que habían pasado diez buenos minutos antes de que se
corriera sobre la alfombra. Si pensaba que iba a limpiar ese lío,
estaba soñando. Tomé mi ropa y salí de la habitación mientras él
seguía tumbado jadeando en el suelo.

Simon aún estaba en el cuarto de los sirvientes sentado


cuando lo encontré.

Él terminó su cerveza y la mía y estaba disfrutando de la


comodidad de la caliente habitación y la cómoda silla. Trabajaba
duro y con frecuencia se veía cansado al final del día, a pesar de su
vitalidad juvenil. Archie me miraba sospechosamente desde el otro
lado de la habitación.

—¿Qué sucede? —Simon me preguntó en voz baja—. ¿Por


qué el señor Godfrey te envía a las recámaras de los caballeros
cuando tienen sus propios siervos?

Saqué los dos soberanos y se los mostré, entonces saqué mi


pequeña bolsa bordada fuera de mi camisa y le mostré el resto. Se
quedó sin aliento. — ¿De dónde sacaste tanto dinero? —Él me
miró—. Jade, no has estado robando, ¿verdad?

—Por supuesto que no. ¡Incluso yo tengo moral! Me los gané.


—Quería gritar, pero salió un ronco murmullo.

—¿Haciendo qué? —Me quedé mirándolo arqueando una


ceja—. ¿Chupando penes?

—Entre otras cosas. ¿Y sabes quién lo creó? El señor Godfrey.


Me ha estado ofreciendo. No es más que un proxeneta.
—¿El señor Godfrey?

—Sí, después de llamarme niño nancy y decir que iba a


distraer al personal masculino. Debería denunciarlo con la Reina.

—¿Crees que ella incluso te creería si te concediera


audiencia, que no lo haría? —Simon levantó los ojos hacia el techo.

La habitación era tranquila, la mayoría de los lacayos se


habían ido a la cama. Archie pasó por delante de nosotros y salió
de la habitación. El señor Godfrey tenía una sala de estar propia
pero por alguna razón, estaba sentado junto al fuego conversando
con la señorita Ramsay. Vi con rebeldía a Simon. —Vamos. —Nos
levantamos, y crucé Ia habitación. Simon me siguió, sin duda
preguntándose qué estaba haciendo. Frente al menguante fuego,
me quedé de pie con respeto, con las manos pulcramente doblada
detrás de mí.

—¿Hay algo que quieras, John? —preguntó la señorita


Ramsay.

—Así es, señora. —Miré al señor Godfrey—. Señor, no me


importa ser un lacayo flotante —lo miré fijamente, enfatizando las
palabras—, pero no iré a las recámaras a vaciar orinales o sacar
basura. Tampoco voy a limpiar el desorden que otros hombres
descarguen en el suelo, y no puedo llevar bandejas pesadas.
Consígase un lacayo más grande para hacerlo.

La señorita Ramsay me miró con horror e incredulidad. —


¡Cómo te atreves, niño ingrato! Puedes empacar tus maletas en la
mañana e irte a Londres en el siguiente tren.

—Señorita Ramsay, yo trato con el personal masculino —el


señor Godfrey le dijo cortésmente, con una pequeña sonrisa,
arrugas tensaban la boca—. Sí, eso está bien, John. Voy a hablar
con Archie. Ve a la cama.
Di media vuelta y me fui, con Simón caminando a mi lado
silbando por lo bajo. —Tienes valor, Jade. Realmente lo tienes.

En nuestra habitación, le dije a Simon: —También le están


pagando. El señor Godfrey es un proxeneta. Él encuentra los clientes
y toma su parte. No puede estar en ambos caminos. Si yo estoy
haciendo algo por él, él va a tener que hacer algo por mí. No más
trabajos sucios.
Quiero a mi Amo.

El primero de octubre se suponía era el día en que terminaría


mi período de entrenamiento de prueba para convertirme en el
niño esclavo de mi querido Amo a tiempo completo.

En cambio, mi vida estaba en pedazos igual que el contrato


que había firmado con tanto cuidado hace sólo tres meses. Me
paré en la entrada de la sala octogonal del Pabellón Real, con
todos los otros lacayos, para llevar las maletas de la gente que
había venido a la conferencia de tres días sobre la economía. Los
miembros del parlamento y Lords habían llegado hace veinte
minutos, varios de mis clientes entre ellos, y entraron al vestíbulo
para unas bebidas mientras que el señor Godfrey, el viejo hipócrita,
supervisaba a los lacayos mientras las bolsas eran llevadas a las
habitaciones.

—John, puedes tomar ese baúl, ya que tiene ruedas. ¿Puedes


jalarla? Comprueba el nombre y luego mira en la lista a dónde va.
—Archie me dio una sucia mirada, aparentemente sin tener idea de
por qué ya no podía darme órdenes.

—Sí, señor. —Bajé la escalera tome el baúl de piel y casi


muero. “Señor Marcus Wynterbourne” estaba escrito en la
etiqueta con una fuerte letra que reconocí de inmediato. Quería
agacharme y besar el papel y la tinta. El corazón me dio un vuelco,
y me sentí muy débil. Me gustaría verlo. Me gustaría ser capaz de
verlo, aunque sólo fuera desde la distancia.
—Date prisa, John —dijo Archie, llegando a mi lado.

Agarré la manija y empecé a arrastrar el baúl hasta la


escalera.

—¿Qué has hecho para que el señor Godfrey


repentinamente te quiera, pequeño queer?

Archie estaba detrás de mí, llevando una maleta pesada. No


había hecho ningún intento de molestarme en modo alguno en las
semanas que había estado aquí. Simon tenía razón sobre él. Sin su
cohorte de apoyo, él era un cobarde.

—Creo que sólo siente lástima de mí porque soy tan débil —le
dije—. ¿Sabías que el señor Wynterbourne está aquí?

—Sí, lo sé, y me sorprende que se atreva a mostrar su rostro.


Todo el mundo sabe lo que es, y si no lo sabían, se los dije.

Lo miré fijamente a los ojos. El débil sol de otoño brillaba en su


oscuro cabello, haciéndolo más guapo que nunca. —¿Eres el que
ha estado difundiendo rumores sobre él?

—No son rumores. Dije la verdad —dijo con aires de


superioridad.

—Y lo que tú me hiciste, ¿qué fue eso?

—¡Esa fue darle a un queer una lección! —Él se inclinó hacia


mi frente mientras hablaba. El señor Beagle había sospechado que
Archie estaba detrás de las dificultades del Amo. Ahora sabía con
certeza que yo estaba determinado a hacerlo sufrir. Tenía que
hacer algo para conseguir que las cosas retrocedieran—. ¿Sabes si
Frederick viene con el señor Wynterbourne?

—No tengo ni idea, pero espero que sí. Aquí nadie quiere
servir a ese sodomita, excepto quizás tu.
Ante esas insultantes palabras contra el hombre que
adoraba, me lancé hacia adelante, teniendo la ventaja de estar
dos escalones arriba, y mordí el cuello de Archie. Aturdido por el
ataque, gritó. Sospeché que más del shock que del dolor, aunque
sin duda dejé marcas de dientes en él. Cuando el señor Godfrey
salió corriendo para ver el alboroto, yo estaba en la entrada y en
dirección a la escalera.

La única razón por la que abrí la puerta de la recámara del


Amo con tanta audacia fue porque sabía que el Amo no estaba
allí. Pero tampoco estaba Frederick.

Tom levantó la vista del lavabo, donde estaba


desempacando la caja de artículos de aseo del Amo.

—¡Jade! ¿Qué está haciendo aquí? —Él pareció sorprendido,


pero muy contento de verme.

—Trabajo aquí. Soy un lacayo. —Cerré la puerta detrás de mí


y llevé el baúl hacia el armario—. Archie también trabaja aquí, y es
él quien ha estado difundiendo rumores sobre el Amo.

—Lo sé. El señor Beagle me lo dijo.

—¿Por qué estás aquí en lugar de Frederick? —Era tan dulce y


guapo como siempre, y de repente me sentí tremendamente
celoso y desconfiado de él.

—El Amo Marcus me ordenó venir. —Se encogió de


hombros—. Y yo siempre me siento honrado de servirle.

Me tomó todo lo que tenía el no patearlo. —¿Ahora eres su


niño? ¿Lo eres? ¿No es así? ¿Eres su nuevo esclavo?

Tom cerró fuerte la tapa de la caja de artículos de tocador


del Amo y me estremecí. —Aquí vas de nuevo.
Lo miré, estupefacto. —¿Qué?

—Pensando que la luna y las estrellas giran alrededor de


Jade Swift.

—No lo hago —protesté.

—Probablemente eras un malcriado antes de llegar a la Casa


Wynterbourne, entonces el Amo te mimó escandalosamente. No
eres más que un malcriado.

Sorprendido por su declaración, murmuré: —¿Lo soy? Pero el


Amo me acusó injustamente.

—¿En serio? —Tom reanudó su trabajo.

—Sí, ¡de verdad! Me acusó de joder con Simon, pero no lo


hice. Sólo jugábamos. Simon coqueteó conmigo, y entonces
sucedió algo que parecía sospechoso, eso es todo.

—Oh, entonces vamos a culpar a Simon —dijo Tom.

—¿Por qué eres tan malo conmigo? —Mi rostro se arrugó.


Quería llorar. Tom dejó lo que estaba haciendo para mirarme.

—Debido a que un esclavo no sólo debe actuar con la


máxima corrección, sino que tiene que actuar con decoro. Tu
comportamiento debe estar más allá de cualquier reproche. Si un
esclavo se comporta como un pequeño puto, ¿qué dice eso
acerca del Amo que lo forma?

—Si, ya veo. —Y realmente lo veía, de nuevo yo había estado


equivocado—. Pero fui acusado injustamente.

—Eso puede ser, pero he visto al Amo Marcus ir de


delirantemente feliz a triste y silencioso gracias a ti. —Tom se giró
hacia mí, diciendo en voz baja—: Yo lo amo, y quiero que sea feliz.
Él era feliz cuando estabas con él.
—¿No te pone celoso, Tom? —le pregunté.

—No, Jade, no lo hace —dijo Tom, y yo sabía que lo decía


seriamente. Era un mucho mejor niño que yo. Empecé a
desabrochar las correas del baúl del Amo—. Voy a hacer esto —dijo
Tom rápidamente.

—Déjame —le supliqué—. Quiero tocar sus cosas. —Me


acerqué a donde Tom estaba de pie junto al lavabo y tomé el
cepillo y el peine del Amo. Los estreché contra mi cara. Tomé la
botella de colonia y la abrí, inhalando el olor que me recordaba a
él. Una nueva barra del jabón que utilizaba siempre estaba en su
jabonera. La tomé y también la llevé a la nariz. Mis lágrimas caían
mientras inhalé sus maravillosos aromas y sentí su sólida presencia
sobre mí.

—¡Dios! Lo amo, Tom, y él ahora me odia. Nunca me llevará


de nuevo, nunca.

Tom deslizó su brazo alrededor de mí y me dio unas


palmaditas en los hombros amablemente.

—Cálmate, Jade. ¿Quieres ayudarme a desempacar su


ropa?

Asentí y corrí al vestuario.

Juntos, abrimos el baúl y saqué una camisa blanca del Amo.


—Esta camisa va a tocar su piel —murmuré y la acerqué a mi
mejilla. Tom me la quitó y la guardó en un cajón. Me vio sacar ropa
interior y presionarla en mi cara—. Esta tela lo tocará donde quiero
tocarlo.

—Jade, realmente eres muy melodramático. —Tom sonrió—.


El día que te fuiste de la Casa de Wynterbourne, oí que lloraste en la
recámara del Amo. Toda la casa te oyó.
—¿Por qué no me cree? Se negó a escucharme.

Tom continuó trabajando mientras hablaba. —Hubo algo


acerca de un hombre que amaba hace muchos años que lo
traicionó, pero no sé toda la historia. Lo que sí sé es que algunos
señores del Parlamento están tratando de obligar al señor
Wynterbourne a renunciar a su puesto. Los rumores de su
homosexualidad han circulado durante años, pero había rumores
acerca de otras tantas jóvenes damas que nadie sabía qué creer. Y
entonces llegaste y fuiste visto con él muy a menudo. Los huéspedes
llegaron a la casa, y tú estabas en la mesa de la cena. La gente
empezó a hablar de él otra vez. Dijeron que cuando estaban en la
sala o el comedor, todo lo que él hacía era mirarte.

—Oh Dios. —Empecé a llorar de nuevo—. No me di cuenta.


Le escribí cartas.

Tom sonrió. —Yo sabía que esas cartas eran tuyas. Reconocí
tu elegante letra.

—¿Las leyó? —Tenía que saber.

—Sí, las leyó una y otra vez. Él las mantiene bajo su almohada.
—Mis lágrimas corrieron de nuevo ante sus palabras. Estaba
comenzando a verme feo de nuevo, eso me angustiaba. Mi nariz
estaba en marcha. Tom tomó uno de los pañuelos del Amo—.
Suénate la nariz, Jade. —Sonrió. Me limpié la nariz y sequé mis
lágrimas—. El Amo está aquí para una conferencia. ¿Se ha negado
a renunciar?

Tom asintió. —Creo que sí, pero hay hombres aquí que
quieren crearle problemas.

—¿Todo por mi culpa?

—Eres parte de esto, pero no de todo.


Me giré hacia la puerta cuando oí pasos fuera en el pasillo. La
puerta del dormitorio se abrió. Reconocería los pasos del Amo en
cualquier lugar. Recordé el ruido de sus botas en la escalera
mientras caminábamos del calabazo a su habitación. Reconocí el
sonido de su respiración. Mis ojos se ampliaron, miré a Tom, mi mano
sobre mi boca. Quería ver al Amo desesperadamente, pero no
podía soportar ser rechazado por él. Miré a mí alrededor
frenéticamente y encontré una estrecha puerta. La abrí con la
esperanza de que no fuera un armario y me encontré con un
estrecho pasillo que conducía a la escalera de servicio. Desde ahí,
hui a mi habitación para recuperarme.

Toda la tarde estuve evitando a ambos: a Archie y a mi Amo.


A Archie porque sabía que iba a encontrar una manera de
hacerme pagar por morderlo, y al Amo, porque él no quería nada
que ver conmigo. Le había causado bastantes problemas, tanto en
su vida profesional como en su vida personal. Si quería ayudarlo, y lo
quería, entonces era mejor que permaneciera lejos de él. Antes de
la cena de los criados, el señor Godfrey me atrapó en la cocina.

—John, ¿qué le has hecho a Archie? —preguntó.

—Nada, señor.

Me miró directamente. —No tientes a la suerte, John. Nadie es


irremplazable.

—Sí, señor. —¿Habría alguien que quiera estar conmigo esta


noche?—. Le pregunté deliberadamente.
—No, es demasiado arriesgado. Algunos de ellos han traído a
sus esposas. ¿Quizás el señor Wynterbourne? —. Me miró
disimuladamente—. Archie dice que es un molly25.

—Si el señor Wynterbourne es un molly, entonces todos son


mollys, señor Godfrey, incluyendo a Archie. Y prefiero que el señor
Wynterbourne no sepa que estoy aquí, señor.

—¿Por qué? —El hombre que había parecido tan digno y


correcto el día de mi llegada al Pabellón Real ahora sólo parecía
viejo y avaro.

Pensé rápidamente. —No quiero que me vea trabajando


como lacayo. Realmente soy muy bueno para este trabajo.

—No eres mejor de lo que deberías de ser. —Bufó.

—Señor Godfrey —lo miré inocentemente—, ¿cuánto le


pagan los caballeros por enviarme con ellos? —Me dio un golpe
alrededor de la oreja antes de que pudiera esquivar. Él no era mejor
que lo que debería de ser.

Archie se rehusó a que sirviera la mesa de la cena, así que


todo salió bien para mí. Él ordenó que me quedara en la mesa de
los armarios adjunto al salón del banquete. Mi trabajo consistía en
asegurarme que los platos se mantuvieran calientes y se entregaran
rápidamente a los lacayos. Entre plato y plato, fui capaz de
acercarme a la puerta de la sala de banquetes con ese dragón y el
candelabro de flores y echar un vistazo a los comensales.

El Amo estaba en el otro extremo de la mesa. Contuve la


respiración y me dolía la garganta al verlo. Dejé escapar un

25
House Molly es un término arcaico ingles del siglo XVIII usado para tabernas o cuartos privados donde los
homosexuales y hombres usando ropa femenina podían encontrarse con otros hombres y posibles parejas
sexuales. Las casas Molly, son los precursores de los bares gay.
pequeño gemido, haciendo que uno de los lacayos me mirara,
extrañado.

—¿Estás bien, John?

Asentí. Mis ojos recorrieron al Amo, su delgado rostro, sus ojos


oscuros y hermosos e intensos como siempre. Hablaba con el
hombre enfrente de él de una manera muy animada, sobre la
economía, supuse. Mi amor por él no había disminuido un ápice en
las semanas desde que lo había visto por última vez. En todo caso,
había crecido. Me tomó todo lo que tenía no entrar a la sala de
banquetes y arrojarme a sus pies.

Nunca debería de verme. Debería de asegurarme de eso. Ya


lo había comprometido lo suficiente. Justo antes de regresar a mi
trabajo, me llamó la atención una dama a mitad de la mesa.
Estaba aturdido. Era Mariah del calabozo del Amo. No la había visto
desde la noche en que ella estuvo desnuda junto a mí y luego más
tarde llegó a su clímax en voz alta mientras el Amo la azotaba con
una paleta de madera. Ella inclinó la cabeza disimuladamente
hacia mí, y me gire rápidamente alejándome, rezando para que no
le dijera al Amo que me había visto.

Después de que el último plato se sirvió, las damas se


dirigieron al salón de música, dejando a los caballeros fumando y
bebiendo en la sala de los banquetes. Vi mi oportunidad de hablar
con Mariah.

Después de tomar una bandeja de las manos de uno de los


lacayos, la llevé adentro, buscándola. La dejé en la mesa del buffet
y serví una taza de chocolate caliente. Mariah estaba sentada sola
junto a la ventana, mirando hacia los jardines iluminados por la luna.

—Señora. —Ella me miró y sonrió, luego se levantó y se movió


al rincón de la ventana.
—Jade, hijo mío, ¿qué estás haciendo aquí? Casi no te
reconocí con el cabello corto, pero esos grandes ojos verdes son
inconfundibles, y tu boca de capullo de rosa. —Ella sonrió
cálidamente—. Hermoso niño.

—Ahora trabajo aquí —dije en voz baja—. El Amo me echó


de casa.

—Si, lo sé. Eso corrió entre los nuestros. —Ello miró alrededor
para asegurarse de que nadie pudiera oírnos—. Le has roto el
corazón.

—Por favor, no —le supliqué, giré la cara a la habitación para


ocultar mis brillantes ojos. No podía soportar oír las palabras—. Le
rogué que me aceptara de regreso. Le he escrito cartas, nunca
respondió. ¿Por qué es tan terco? Él sabe que soy joven y estúpido.
Cometí un error, pero no hice de lo que me acusó. Te juro que no lo
hice. ¿Por qué no me flageló y terminaba con eso? He aprendido
mi lección.

—El Amo Marcus es un hombre orgulloso. —Ella siempre le


decía Amo, al igual que yo. —Su corazón se ha roto antes, y nunca
aceptó a nadie después de eso. Ha tenido sexo con cualquier
número de hombres, pero nunca se enamoró de ellos. Te entregó su
corazón a ti.

—¡Él no lo hizo! Yo lo amaba, pero él no me amaba. Me dijo


que no tenía amor para darme, sólo afecto y disciplina. Quiero que
me ame, pero voy a aceptar lo que él me ofrece. Sobre todo
ahora.

Mariah sonrió con tristeza. —Palabras, Jade. Eso sólo son


palabras. Para proteger su corazón. Un hombre que amó hace
muchos años, cuando todos éramos jóvenes, rompió su corazón.

—¿Quién? —le pregunté.


—Su nombre era Christian.

—¿Lord Christian Woolton? El Amo me habló de él. Pero está


muerto.

—No. Christian no está realmente muerto. No esta más muerto


que el Amo. Se casó con una dama con título para cubrirse. El Amo
nunca lo perdonó. Ellos se juraron amor eterno el uno al otro en el
calabozo de la casa de campo de otro Amo, un otoño hace unos
quince años. Juraron delante de todos ser Amo y esclavo para
siempre. Juraron nunca traicionarse. Pero Christian cedió a los
deseos de su familia y se casó en una ceremonia privada sin
siquiera decirle al Amo Marcus. El matrimonio se fue al continente
por tres meses, y cuando regresaron, el Amo Marcus se negó a
recibir a Christian de nuevo.

—Mi pobre Amo, mi pobre maravilloso Amo. Si tan sólo


pudiera hacerle entender cuánto lo amo. —Miré rápidamente la
habitación. Habíamos estado hablando durante al menos cinco
minutos, y las otras damas comenzaban a mirarnos con curiosidad.
Era muy inapropiado que un lacayo hablara con un invitado como
si fueran iguales.

Mariah también miró rápidamente alrededor de la


habitación. —El Amo Marcus siempre juró que nunca traicionaría
quién realmente es casándose con una mujer y haciéndola y
haciéndose infeliz. Christian decía lo mismo, pero nunca tuvo el
valor del Amo. Tenía demasiado miedo de lo que todos pensaran.

Christian, el esclavo en la pintura, había traicionado a su Amo


después de jurarle lealtad eterna. No es de extrañar que al Amo le
resultara tan difícil confiar. Debió haber estado viéndome con
recelo desde el principio.

Mariah terminó su chocolate, y yo tomé su copa.


—¿Por qué estás aquí, Mariah?

Dirigió la mirada hacia arriba. —Para la apariencia de


respetabilidad. Mi marido insistió en que lo acompañara, aunque
considero estas reuniones y a las personas que asisten a ellas
aburridas a morir. Ves, Jade, yo también he hecho compromisos. No
sólo los queers tienen que tratar con esto en la vida.

Me incliné más cerca. —Pensé que eras un tom26. Tenías una


Ama en la mazmorra.

—No, simplemente prefiero ser dominada por una mujer, pero


siempre amo presentarme al Amo Marcus. Él es un hombre
maravilloso.

—¿Quién es tu marido? —le pregunté.

—Es uno de los bastardos que están tratando de forzar que el


Amo renuncie a su puesto en el Parlamento. Él y Lord Mulborough y
Ambrose Slocombe.

—¿Mulborough y Slocombe has dicho?. Ambos han estado


aquí antes. ¿Ambos están casados?

— Sí, por supuesto.

¡Cerdos! Ellos pagan para jugar con un niño mientras


mantienen una fachada de respetabilidad. Mi Amo era más
honesto que cualquiera de ellos, y ellos están tratando de arruinarlo.
—¿Quién es tu marido, Mariah?

—Lord Devonly. Lo odio, él es un depravado, y siempre lo


será. Él dice que si alguna vez lo dejo, todo el mundo sabrá de mis
inclinaciones, porque él se asegurará de decirles. Yo sería
avergonzada.

26
tom, aunque es la abreviatura de Thomas, que es un nombre masculino en Bretaña se utiliza para designar a las
prostitutas femeninas, aquí él se refiere a que era lesbiana.
—¿Qué hay de sus propias inclinaciones? —Me tomó todo lo
que tenía mantener mi voz. Mariah frunció ligeramente el ceño,
pareciendo confundida, como si no supiera lo que su marido
estaba haciendo, y todo el tiempo que estaba amenazando con
exponerla a ella y a mi Amo. Veríamos eso—. Tenemos que hablar
de nuevo, Mariah. Te diré una cosa o dos acerca de tu marido.
Tengo que irme.

La puerta del comedor se abrió, admitiendo a los caballeros.


Me disculpé y salí corriendo por la puerta oculta hacia el pasillo de
servicio antes de que el Amo me viera.

Más tarde, en mi camino por las escaleras hasta mi


habitación, Archie se acercó por detrás de mí. Antes de que
pudiera correr, empujó mi cara contra la pared y jaló mi brazo a mi
espalda. Su rodilla entre mis muslos, apretando mi pene y bolas
dolorosamente contra la pared. —Ahora dime que lamentas
haberme mordido, ¡perra!

—Lo lamento, Archie —le dije a la pared, esperando que no


hubiera marcado mi cara. Podría vivir con mis bolas moradas por un
día o dos, pero no mi cara.

—Di que eres una puta y un queer —dijo en mi oído.

—Soy una puta y un queer. —Mi voz era tensa por el dolor en
mi brazo y mis partes íntimas, pero las palabras no significaban nada
para mí. Palos y piedras27.

—Sí, lo eres. Ahora dime por qué el señor Godfrey está de tu


lado. ¿Estás dejando que juegue contigo?

Desde lo alto de la escalera, una voz dijo con seriedad —


Quita tus manos de encima de él. ¡Ahora! —Levanté la vista y vi a

27
Sticks and Stones, rima infantil de principios de 1872 presentada por George Cupples, Las piedras y los palos
quiebran mis brazos las palabras no me lastiman.
Simon de pie ahí, hermoso en su ropa interior. Tenía los puños
apretados, y parecía listo para golpear.

—Cállate, él sólo consigue lo que merece. Y tú eres sólo


personal del aire libre, así que no me hables. —Archie trató de sonar
duro, pero sabía que Simon era mucho más fuerte que él, así que
me soltó y me pavoneé por las escaleras junto a él.

En nuestro pequeño dormitorio, revisé mi cara en el espejo de


afeitar de Simon, en busca de marcas. —¿Qué sucede? —preguntó,
quitándose la ropa interior y metiéndose en la cama.

—No te preocupes. Solo se vengaba porque lo mordí hoy.

—¿Lo mordiste? Jade, las cosas en las que te involucras.

Me lancé a la cama abrazando la almohada. —El señor


Wynterbourne está aquí. Mi Amo, mí querido Amo. Él está aquí en
esta casa.

Simon se levantó de la cama, desnudo, y se sentó a mi lado


en mi estrecha cama. Tiernamente acarició mi cabello. —¿Vas a
pedirle que te lleve de regreso?

—No. No lo hará. No debe verme. Sólo lo haría enojar y él


tiene bastante con que lidiar. Algunos de los otros caballeros están
tratando de obligarlo a renunciar a su puesto porque es queer.

—¡Pero la mitad de ellos son queer!

—Sí, pero lo ocultan y fingen, y el Amo no lo hace. Él siempre


ha sido discreto, pero ahora, después de ser visto conmigo todos
esos meses que viví en la Casa Wynterbourne, quieren deshonrarlo
públicamente.

—No hay nada que puedas hacer —dijo Simon. Ven aquí.
Déjame hacerte feliz. Voy a hacer que dejes de pensar en el señor
Wynterbourne y en Archie. —Se acostó a mi lado, casi
tumbándome de la cama antes de que me tomara en sus brazos.
Me di la vuelta encima de él, con la cabeza apoyada en su pecho.

—Tengo que hacer algo, pero ¿qué?

—En este momento puedes chupar mi pene.

—No, no quiero —le dije con petulancia—. Tengo cosas más


importantes en mi mente. No piensas en nada más que tu pene y
comida.

—Entonces, te voy a azotar.

—No estoy de humor, Simon.

—No, estás obsesionado con ese hombre. Mira, él te echó, y


me echó por hablar por ti. Ahora voy a ser tu Amo. —Me apretó el
trasero.

—No puedes. No tienes corazón de Amo.

—¿De qué estás hablando, Jade? No te entiendo.

—Estoy hablando del corazón de un hombre que puede


dominar naturalmente sin ninguna pretensión. Un hombre que no
tiene por qué jugar a ser Amo, porque es quien es, naturalmente, en
su alma.

—¿Su alma? —Simon agarró más apretadas mis nalgas con


sus grandes y fuertes manos—. Te voy a mostrar quién es el Amo. —
Me rodó debajo de él y logró desabrochar mis pantalones y bajarlos
hasta mis rodillas.

—¡Te voy a morder! —le advertí.

—¿Ese es tu último truco? Bueno, no me quitaré.


Separó mis nalgas con fuerza y se estrelló duro dentro de mí.
Sentí que mi pene se endurecía y crecía a pesar de mí mismo. El
peso de un hombre sobre mi espalda siempre me excitaba, sobre
todo cuando llenaba mi culo. Por no más de medio minuto,
bombeó mi trasero. Se corrió rápidamente como de costumbre y se
salió, cayendo al suelo, entre la cama, jadeando y gimiendo. Bajé
la vista hacia él y estiré la mano para darle una palmada en su
mejilla, pero él estaba saciado, así que no le importó. Me puse a
horcajadas sobre su pecho y lo golpeé de nuevo en ambas mejillas,
mis pantalones aun alrededor de mis muslos. Simon se apoderó de
mis caderas, jalándome hacia delante, y tomó mi pene en su boca.
Metió las dos manos bajo mi camisa y comenzó a girar y jalar mis
pezones.

En cuestión de segundos estaba perdido de placer. Nunca


habían chupado mi pene antes, Yo había chupado a tantos que no
podía llevar la cuenta. Las sensaciones eran como nada que
hubiera sentido —no mejor, sólo diferente. Sabía cómo se disfrutaba
de estas sensaciones, era un acto de sumisión el chupar el pene de
un hombre y un verdadero Amo nunca haría una cosa así.

Mi excitación comenzó a disminuir. Yo era un esclavo y estar


a horcajadas en el pecho de un hombre para lograr mi placer, no
me atraía. Me alejé, no queriendo más.

—¿Qué sucede? —Simon preguntó, preocupado. Él


realmente quería hacerme feliz, era un niño muy dulce, mucho
mejor que yo.

—Quiero a mi Papi. —Las lágrimas corrían por mi cara


mientras bajaba de él y me sentaba en el desnudo piso de madera.

—¿Tu Papi? ¿Quieres decir al señor Wynterbourne? —Simon


se levantó—. Vamos, pues. Voy a ser tu Papi o como quieras
llamarme.
Agarrando el respaldo de la única silla de madera en el
cuarto, Simon la colocó en el estrecho espacio a los pies de la
cama, mirando hacia la puerta. Levantó sus pantalones, que
siempre dejaba caer en el suelo, sacó el grueso cinturón de cuero
café de los ojales y se sentó, aun desnudo.

—Desnúdate y colócate en mis rodillas, niño —dijo con tanta


firmeza como pudo. Era un muy masculino y joven, pero carecía de
autoridad. Empecé a desvestirme, y cuando no fui lo
suficientemente rápido, él golpeó sus muslos.

»—¡Ahora!

Estaba tratando de complacerme, y mi pene comenzó a


responder.

Me arrodillé a sus pies, y él me agarró por la cintura, me


levantó del suelo y me arrojó sobre sus muslos desnudos. Puse mis
manos en mi coxis como lo hacía con el Amo y dejé caer mi
cabeza y mis piernas colgaban. El cinto golpeó mis tiernas nalgas
con toda la fuerza de su fuerte brazo de jardinero. Grité.

»—Cállate —murmuró—. Vas a atraer a todos los siervos aquí.

Aun jadeando del susto, me armé de valor para el siguiente


golpe. Cuando llegó, yo estaba listo y mantuve los labios juntos.
Simon comenzó una lluvia constante de golpes en las nalgas y
luego comenzó a trabajar su camino hasta mis muslos.

Cuando aterrizó un par de buenos golpes en mis pantorrillas,


tuve la certeza de que no tenía idea de lo que estaba haciendo.
Las pantorrillas estaban fuera de los límites, porque había
demasiado riesgo de lesiones. El Amo me lo había dicho durante
una de nuestras lecciones.
No le dije nada a Simon, y pronto regresó a mis nalgas,
golpeando duro, primero una nalga y luego la otra.

Cuando golpeaba en serio en mis nalgas, imaginé que era el


Amo. Lo imaginé en el calabozo, de pie, alto y elegante con el
látigo de una sola cola en la mano. Veía al Amo desnudo, tendido
en la cama, ordenándome que le chupara el pene. Sentí sus fuertes
manos sosteniéndome cerca de su cuerpo sobre las rodillas mientras
castigaba mi trasero. Estuve en un mar de húmedo placer, mientras
liberaba largos chorros y la sensación de placer se propagaba a
través de los músculos de mi vientre y piernas.

Me quedé débil, jadeando, aun boca abajo, mientras que


Simon masajeaba mis nalgas profundamente con sus grandes
manos. »—¿Fue bueno, pequeño esclavo? —preguntó . —Has
hecho un lío al correrte. Está todo sobre mis piernas.

La puerta se abrió, inundando la habitación con la luz del


pasillo. —¿Qué infiernos están haciendo, sucias criaturas? —Archie
estaba en la puerta, con el rostro desencajado por el horror. No me
di prisa en levantarme. ¿Cuál era el punto? Acababa de ser
atrapado desnudo, acostado en el regazo de otro niño con el
trasero rojo como un faro. Simon estaba avergonzado. Él dejó caer
el cinturón y se puso de pie, agarrando sus pantalones. A mi no me
importó una maldita cosa.

—¿Qué es lo que quieres, Archie, tener otra oportunidad


conmigo? Ven. ¡Te morderé de nuevo!

—Me enferman. —Nos escupió las palabras.

—¿Nosotros te enfermamos? Tú me golpeaste y trataste de


violarme con tu patético amigo, William. No nos llames sucios.

Nos lanzó una mirada venenosa. —El señor Godfrey quiere


que asistas al señor Clement. Él está en el salón Amarillo del Sur. Y les
advierto a los dos, cuando esta conferencia termine, haré que
despidan sus sucios culos. Tú —me miró—, eres el peor lacayo de la
casa.

Lanzó una mirada denigrante a Simon. —Y tú no eres más que


otro jardinero. Puedes ser remplazado.

Cerró la puerta tras de sí.

—Al infierno con el Pabellón Real —dijo Simon—. Podemos


regresar a Londres. Puedo conseguir un trabajo en una casa
grande, y tú puedes conseguir un trabajo digno de tu talento. Eres
demasiado inteligente para ser un lacayo.

Empecé a tomar mi ropa. —Será mejor que vayamos a


chupar el pene del señor Clement o lo que quiera. Vamos a
necesitar dinero si vamos a ser despedidos.

—¿Voy a ir contigo? —preguntó Simon, de repente


emocionado—. Vamos a exigir un soberano cada uno. Eso es un
mes de salario para mí.

Sonreí. —Entonces, vamos, vamos a darle un buen momento,


pero debes ocultarte si alguien está en los pasillos. No se supone
que debas estar en ningún lugar en la casa, solo en las
dependencias del servicio.

Como niños saliendo a escondidas de la cama por la noche,


nos tomamos las manos y salimos riendo por el pasillo. Abrí el
camino al dormitorio del señor Clement. Era muy tarde, y no había
un alma caminando, por lo que fue fácil para nosotros ser invisibles.
Toqué la puerta y entré, Simon cerró detrás de mí. El señor Clement
estaba sentado en la cama, esperando. Estaba desnudo, no tenía
más de treinta años, y una apariencia bastante simple. También era
tímido y muy nervioso.
—¿Él los envió a ustedes dos? Le pedí uno. —El señor Clement
me señaló—. Tú, el bonito. Te vi en la sala de música sirviendo a las
damas. Le pregunté a Godfrey por ti.

—Gracias, señor. Mi nombre es John. —Fui extremadamente


educado—. El señor Godfrey pensó que podría disfrutar también a
Simon, señor. Él es un jardinero, por lo que no lo ha visto en la casa.
Tomaremos un soberano cada uno, y el señor Godfrey dijo que me
dieras su parte, yo se la voy a entregar, señor. —Lo último fue un
estallido de brillantez. Sabía que el señor Godfrey tomaba parte de
mi salario, y yo quería saber cuánto.

Simon tomó aire y murmuró: —No sé de dónde sacas el


descaro, Jade.

El señor Clement asintió con ansiedad. —Oh, ya veo. Eso está


bien.

Nos quedamos esperando instrucciones, pero él no parecía


saber lo que quería. Simon me miró, esperando. —Señor, ¿qué le
gustaría? —le pregunté.

—Métanse en la cama conmigo, por favor —dijo en voz baja.

Nos desnudamos rápidamente y nos metimos en la cama a


cada lado de él.

—No sé qué hacer —murmuró—. En realidad nunca he hecho


esto antes. —Se veía aterrorizado. Su pene estaba rígido solo con
tenernos aquí, pero pronto descubrimos que pasaba un difícil
momento para correrse. Simon tomó al señor Clement en sus brazos,
acurrucándolo como a un niño contra su pecho. Simon me miraba,
sin saber qué hacer, así que me hice cargo y tomé el pene del
hombre en la boca. Lo chupé con fuerza mientras Simon lo besaba
y empujaba su lengua en su boca. Después de cinco minutos que
no pasaba nada, levanté la vista, el señor Clement aún se veía
aterrorizado y parecía estar obteniendo muy poco placer.

—Señor, si no te gusta esto, dinos lo que quieres.

—No lo sé. —Sacudió la cabeza con desesperación—. No


estoy seguro, no hago este tipo de cosas. ¿Qué crees que debo
hacer?

—Simón, jodeló —ordené.

Simon rodó al señor Clemente sobre su vientre y lo montó,


trabajando duro. En cuestión de minutos Simon se corrió y cayó
arriba de él. Lo miré con furia. Él era un pésimo puto. Se encogió de
hombros. —Lo siento. No pude evitarlo.

De repente me di cuenta de lo que el señor Clement


necesitaba. Debería haber pensado en eso de inmediato cuando vi
lo sumiso que era. En voz baja, preocupado, le pregunté: —Señor,
¿quieres unas buenas nalgadas en tu trasero?

Me miró, aterrorizado, y luego una mirada de gratitud se


apoderó de su simple cara. Era lo que esperaba, pero tenía
demasiado miedo para pedirlo. —Si crees que ayudaría, John, sí.

—Creo que le haría un mundo de bien señor —le dije con


firmeza—. El cinturón o la mano abierta, ¿cuál es su preferencia?

—La mano —murmuró—. Y mi nombre es Osbert.

Puse una silla en medio de la habitación. Le señalé a Simon


con la cabeza que se sentara en ella. —Simón, vas a palmear a
Osbert, porque eres el más fuerte, y él ha sido un chico muy malo.
¿No es así, Osbert?

—Sí, muy malo —murmuró.


Simon se sentó y miró severamente a Osbert. Habiendo
finalmente entendió su papel, se metió en el espíritu de eso y
palmeó sus muslos, señalándole a Osbert que se diera prisa. —
Vamos, niño travieso. Ven a mis rodillas ahora. Vas a conseguir lo
que te mereces.

Obediente, Osbert se arrojó a las piernas peludas de Simón.

—Sólo las nalgas —le advertí a Simon.

Me levanté de nuevo y vi cómo la gran mano de Simón


descendía una y otra vez en el trasero del caballero. Él gemía y
jadeaba. Yo sabía que su deseo de una paliza venía de una fuente
distinta a la mía. Él quería ser castigado, mientras que yo quería la
profunda intimidad de presentarme completa y absolutamente al
hombre que adoraba. Disfruté correrme con la paliza de Simon, eso
me dio alivio y liberación, pero nada comparado con el Amo
Marcus azotando mis nalgas o flagelando mi espalda, con toda la
pasión y dominio saliendo de él y entrando en mí.

—Osbert es un niño malo, y él será un mucho mejor niño


después de haber sido disciplinado —dije en voz alta. Vi a Simon,
animándole a hablar.

—Niño malo, Osbert, niño travieso —dijo Simon. Vi la creciente


desesperación en el rostro del hombre. El dolor era intenso, me di
cuenta por los músculos protuberantes en el brazo de Simon
mientras lanzaba el peso de sus hombros detrás de la mano. Sin
embargo, no pasaba nada por Osbert. Con un destello de
inspiración, le dije—: ¿Sabes por qué estás recibiendo las nalgadas
Osbert?

—Porque es un chico malo —dijo Simon. Su brazo estaba


cansando ya que no tenía idea de cómo seguir un ritmo, y pude ver
que estaba listo para que esto terminara.
—Sí, él es un chico muy malo, y su papá nos dijo que lo
castigáramos. Su papá dijo nalgueen duro a Osbert. —Eso era lo
que necesitaba oír, y él llegó a su clímax en un gran diluvio de
lágrimas mientras se corría. Me sorprendió que no se orinara como
yo lo hice en mi primera vez con la paleta. Suspirando con alivio,
Simon se echó hacia atrás, mientras yo estaba de pie junto al señor
Clement, ayudándole a levantarse y meterse en la cama—. Ahora.
¿No te sientes mejor?

Él asintió patéticamente, sollozó y se limpió la nariz en las


sábanas. Simon y yo nos vestimos rápidamente. —El dinero, señor —
le dije en voz baja. Ya no era el niño travieso Osbert. Era un
caballero de nuevo. Metió la mano en el cajón de la mesita de
noche y sacó cuatro soberanos—. Uno para cada uno de ustedes, y
dos para el señor Godfrey.

—Gracias, señor. —Me embolsé el dinero y abrí la puerta,


viendo cuidadosamente a izquierda y derecha con la mano en el
pecho de Simón para detenerlo—. Está bien. Está libre. Vamos.

Corrimos de puntitas por el pasillo alfombrado, yo liderando el


camino. Cuando llegamos a la seguridad de la escalera de servicio,
dimos un suspiro de alivio. —Es increíble cómo sabes dónde están
todas estas puertas secretas y pasillos. —Simon se reía.

—Todas la escalera de servicio y pasillos están detrás de


puertas secretas aquí. Tienes que saber dónde están. Ahora toma el
dinero y regresa a nuestra habitación, dos soberanos cada uno.
Tengo algo que hacer.

Sonriendo, Simon levantó las monedas de oro en su mano. —


¿Qué hay de la parte del señor Godfrey?
—Ese viejo alcahuete no recibirá nada. ¿Qué va a hacer?
¿Reclamar con Su Majestad que nunca tuvo su parte de nuestras
ganancias de prostitución?

—Sabes, Jade, para alguien que parece un nancy, no tienes


muchos miedos, ¿verdad?

Impulsivamente abracé con fuerza a Simon. —Te amo —le


murmuré.

—¿En serio? —Él me apretó.

—No como amo a mi Amo, pero sí, Te amo como a un


hermano.

Él sonrió y subió los escalones. Hice mi camino de regreso a


través de los ocultos pasillos hacia el armario del Amo.

Quería robar algo de su olor.

Con la oreja pegada a la puerta, escuché con atención. No


había sonido en el interior, así que traté con la manija. La puerta se
abrió fácilmente sin un chirrido. Me acerqué al pequeño armario,
aterrorizado de tropezar con algo y alertar a mi Amo de mi
presencia. El cuarto estaba oscuro, aun así seguí adelante y me las
arreglé para llegar a la puerta de la alcoba sin hacer ruido. La
encontré ligeramente entreabierta.

Las cortinas alrededor de la cama estaban parcialmente


abiertas. Un rayo de luz de la luna cruzó la habitación, dando forma
a un camino a la cama.

El Amo dormía pacíficamente, desnudo como siempre y con


el edredón arrojado en la cintura. Desde donde estaba, pude ver su
liso pecho, sin vello y pequeños pezones.
Su brazo estaba de tal manera que su mano colgaba a un
lado de la cama, y el único pensamiento en mi cabeza era besarla.

Imprudentemente, me arrastré por el suelo y me quedé


mirándolo. Vi el ascenso y la caída de su pecho y la quietud de su
cuerpo durante el sueño, y quería lanzarme hacia él. Un pequeño
ceño arrugaba su frente como si sus sueños le preocuparan. Tuve
que obligarme a no estirar la mano, para eliminar el pliegue.
Después de todo, al menos algunos de sus problemas eran culpa
mía.

El dolor de verlo y no poder tocarlo, servirlo, era más de lo que


podía soportar, y caí de rodillas, llorando en silencio. Me incliné tan
cerca de su mano que si hubiera estado despierto, podría haber
sentido mi aliento en su contra. —Te amo —le susurré—. Te amo, Te
amo, Te amo. —Entonces, sin poder salir sin tocarlo, presioné mis
labios en su mano y la besé suavemente.

Me levanté y caminé en silencio hasta el armario. Allí agarré


lo primero que encontré, la camisa que había llevado ese día, y
corrí rápidamente hacia mi habitación. Simon estaba roncando
suavemente cuando llegué allí.

En la soledad de mi cama, con lágrimas corriendo por mis


mejillas, apreté la camisa en mi nariz inhalando el olor del Amo;
luego la froté contra mi pene hasta que me corrí.
Las dos personas que más quiero en el mundo.

—John, Lleva esta bandeja a la biblioteca real, ¡ahora! —dijo


Archie—. Todo el mundo está ocupado, y estoy lleno de trabajo en
la recepción de la sala principal. Muévete.

—Sí, Archie. —Abrí los ojos más, agitando mis largas pestañas.

—¡Malcriado! Compórtate hoy. Aun estoy pensando en


decirle al señor Godfrey lo que has estado haciendo. Espero que te
despidan en el minuto en que la conferencia haya terminado. —
Para mejorarlo, añadió—: Pequeño niño sucio. —Era extraño cómo
podía decirme esos nombres y sin embargo no considerarse de la
misma manera por lo que había hecho. Era lo que el Amo llamaría
“alguien sin principios”.

Sin decir una palabra, tomé la pesada bandeja de plata de


refrescos y la llevé con cuidado por el largo pasillo y subí las
escaleras hasta la biblioteca. Tuve que equilibrar el borde de la
misma en una mesa auxiliar porque era demasiada pesada para mí
para mantenerla en un brazo y abrir la puerta como Archie y los
otros hacían.

No leían, estaban sentados juntos en una reunión privada,


cuatro de mis clientes, así como un par de otros caballeros que
nunca había conocido. Oí dos palabras tan pronto como entré en
la habitación: “Marcus Wynterbourne”.
Desde su cómodo sillón, el señor Slocombe me dio una
mirada sucia, todavía resentido conmigo por haberlo hecho pagar
un soberano por mis favores. Lord Devonly de pie junto a la
ventana, tosió y se dio media vuelta, y luego me miró furtivamente.

Y el viejo Lord Mulborough solo me frunció el ceño. En público,


solo era un siervo al que no conocían.

Sólo el señor Clement me dio un pequeño guiño y sus mejillas


se ruborizaron. Continuaron su conversación como siempre hacían
delante de los criados, como si estuviéramos ciegos y sordos.

No tenía duda de que cada uno de mis clientes creía que yo


solo le servía a él, y morirían si creyeran que los otros lo sabían.

—Él va a tener que renunciar. Lo vamos a obligar. Vamos a


enseñarle a hacer alarde de sí mismo, el maldito molly —dijo un
caballero.

—Deja eso y vete, muchacho —dijo Lord Devonly


groseramente.

—Sí, señor. —Dejé la bandeja sobre la mesa y salí por la


puerta invisible de servicio que se mezclaba a la perfección con la
pared. Dejé una rendija abierta, y escuché atentamente.

—He oído que últimamente ha estado haciendo alarde de un


niño de cabello largo en Lewes y Eastbourne —dijo Lord
Mulborough.

—No podemos tener ese tipo de cosas, no en la política. Nos


mancha a todos nosotros.

—Si tan sólo lo hubiera mantenido para sí mismo, podríamos


hacernos de la vista gorda —dijo Slocombe—. Tendría que haberse
casado, entonces nadie sospecharía nada. Lo vamos a llamar a
una reunión y decirle que dimita del Parlamento o lo expondremos
públicamente. Él podría ser arrestado. Eso le daría una lección.

La voz de Lord Devonly era inconfundible. —Wynterbourne


fue descubierto en Oxford con Woolton hace años. Al menos
Woolton tuvo la sensatez de casarse y dejar todo atrás, pero no
Wynterbourne. Él se ha mantenido solo por mucho tiempo, entonces
llegó ese niño, y de nuevo está haciendo alarde públicamente.

—Vergonzoso —murmuraron varios de ellos.

—¿Alguien ha visto a ese niño suyo?

Parecía que nadie me había visto de cerca o me reconocía


ahora con mi cabello corto y un nuevo nombre.

La voz de Lord Devonly se elevó de nuevo. —Wynterbourne


estaba enamorado apasionadamente de Woolton, y por eso se
negó a ocultar el asunto. Si me preguntas, él está enamorado de
este niño, por lo que está siendo indiscreto de nuevo.

Mi corazón empezó a latir con fuerza ante sus palabras. ¡El


Amo me había amado!

El señor Beagle tenía razón, y también Mariah. Él me había


amado, y yo lo había perdido por egoísta y estúpido. Mi madre
tenía razón también cuando supuso que el Amo había sido
traicionado y estaba buscando eso. Todo el mundo estaba en lo
cierto, menos yo.

—No, Wynterbourne va a renunciar voluntariamente, o vamos


a exponerlo. Él va a caer en desgracia, y eso será el fin de su
carrera política —dijo Lord Mulborough.

Había oído suficiente de su cháchara moralista. Quería entrar


de nuevo ahí y decirles a todos hipócritas. Me pagaron para hacer
operaciones secretas y en público fingían amar a sus esposas. Mi
Amo vivía tan abiertamente como podía, a pesar de que era
peligroso hacerlo, y todos esos degenerados en esa habitación se
volvían contra sí mismos. ¡Sangrientos cobardes!

El único que no había dicho nada en contra del Amo era el


señor Clement. Ellos no iban a deshonrar a mi querido Amo, y no lo
obligarían a dimitir. Algo tenía que hacerse, y rápido.

Archie aun se negaba a que atendiera el comedor, después


de lo que le hice, así que durante el almuerzo, que no se servía
hasta las dos de la tarde debido a las diversas reuniones, fui a los
jardines a busca a Simon. Él tenía que ayudarme a salvar al Amo de
los canallas mentirosos que querían derribarlo.

Fuera, en el soleado aire libre, uno de los jardineros me dijo


que creía que Simon estaba terminado la cerca de los arbustos por
los establos para el invierno. Caminé más allá de la puerta de hierro
y tomé el camino hacia el jardín occidental. Delante de mí, vi a
alguien en el camino cerca de algunos árboles ornamentales,
esperé hasta que él llegó. Era Osbert.

—Hola, señor Clement, ¿cómo está hoy, señor? —le dije con
respeto, como si yo no hubiera supervisado su paliza de anoche.

—Hola, John. ¿Podría dar un paseo contigo? Me gustaría


hablar contigo.

—Será un placer, señor. ¿Me permite señalarle las mejores


características de los jardines? —Me sorprendió la forma en que
podíamos actuar en privado y luego actuar perfectamente
civilizados a la luz del día.
—En verdad no estoy interesado en los jardines. Eres Jade
Swift, ¿no es así? Ese es tu nombre real —dijo en voz baja.

Me estremecí. Yo estaba en mangas de camisa y chaleco sin


la chaqueta. —Sí, señor, así es. ¿Vamos a hablar adentro? Hace
más frío afuera de lo que pensaba. —Me señaló el hermoso establo
abovedado, y continuamos hacia allá.

Caminé unos pasos por delante para abrir la puerta. Nadie


estaba dentro de la cúpula, donde los animales se ejercitaban. Lo
llevé a un banco, y nos sentamos en donde entraba fuerte la luz del
sol a través de las altas ventanas.

El señor Clement claramente quería decirme algo, y yo lo


único que quería era encontrar la manera de ayudar al Amo. Pero
él era un hombre decente, y estaba dispuesto a escucharlo durante
unos minutos.

—¿Cómo sabe que mi nombre es Jade?

—Te vi en el escenario en Londres, en una obra de teatro. —Él


sonrió con timidez—. Pensé que eras hermoso. Me sorprendí cuando
te vi aquí. Sabía que eras tú, incluso con el cabello corto. Tus ojos
son inconfundibles. Eres muy bonito.

—Gracias, señor. Necesitaba un cambio del teatro, aunque lo


extraño —mentí—. ¿Puedo preguntar cómo hizo los arreglos con el
señor Godfrey?

Sus mejillas se colorearon. —Simplemente me preguntó si me


gustaría que me entretuvieran en mi recámara. Le dije que sí,
entonces discretamente pregunté por ti. Godfrey es quien ha
suministrado entretenimiento de cualquier sexo a los huéspedes
aquí durante años. Todos lo saben. Pero hay algo más de lo que
quiero hablar.
Hablé con rapidez para evitar que llegara a ser
excesivamente sentimental, ya que tan claramente le gustaba. —
Señor, yo estaría encantado de ayudarlo de nuevo, pero no voy a
estar aquí mucho más tiempo. El lacayo en jefe me atrapó con
Simon en flagrante delito, y ahora está haciendo fuego contra
nosotros. Tan pronto como la conferencia termine, vamos a tomar el
tren de regreso a Londres.

—Oh, siento eso. —Se veía realmente molesto—. Pero no es


de eso, Jade. Es del señor Wynterbourne. Tú eres el niño de quien
estaban hablando, el niño rubio de cabello largo. Te vi en el teatro
con él hace semanas. Estaban en su balcón juntos.

Bajé la cabeza, recordando aquella noche en el teatro. Fue


en Lewes, y tuvimos una noche maravillosa, tomados de la mano en
la intimidad del balcón mientras la gente nos daba suspicaces
miradas. —El señor Wynterbourne me despidió. Fue un
malentendido. Dejé la Casa Wynterbourne hace semanas y terminé
trabajando aquí.

—Oh, ya veo. La razón por la que estoy hablando ahora es


porque no me gusta lo que están haciéndole. No estoy de acuerdo
con lo que los otros caballeros quieren hacerle.

El corazón me dio un vuelco. —Señor, estoy caminando por el


jardín con la esperanza de dar con un plan para salvarlo, pero el
único que tengo hasta ahora es el chantaje.

Sorprendido, él me vio fijamente. —Pero me arruinarías. Estoy


dispuesto a ayudarlo. Es por eso que he venido contigo, a ver qué
puedo hacer. No tienes que hacerme esto.

—A ti no, Osbert. —Utilicé su nombre y toqué su mano


suavemente—. Tú eras el único en esa habitación que no decía
nada contra él. Me quedé afuera, y he oído todo.
El alivio inundó su rostro. —Entonces, ¿a quién chantajearías?

—A los otros.

Frunció el ceño con confusión. —Jade, ¿cuales otros?

—Lord Devonly, Lord Mulborough, y el señor Slocombe, por


citar sólo tres. Con los cuatro que apoyan al señor Wynterbourne,
usted puede hablar con todos los demás exponiéndolos.

—¿Devonly, Mulborough, Slocombe? ¿Has pasado tiempo


con ellos? ¿También te paga por tu compañía?

Asentí. —Y unos cuantos más. El señor Godfrey me ha estado


enviando a complacerlos desde mi primera semana aquí. Sólo lo
hice porque me sentía muy desesperado por el señor Wynterbourne.
Si estoy siendo honesto, siempre he sido un poco malcriado, aunque
nunca fui un puto. Pero si el Amo no me lleva de regreso, entonces
no me importa nada. Lo Amo mucho. Tengo que ayudarlo.

—Dulce Jade. —Me apretó la mano—. Esos hombres son unos


mentirosos, hablando de Wynterbourne cuando todo el tiempo
están haciendo lo mismo.

—En realidad no lo son, no es lo mismo. El señor Wynterbourne


es un hombre de integridad y fortaleza. Trató de sacar lo mejor de
mí, él se tomó el tiempo conmigo, me enseñó el buen
comportamiento y la disciplina, o al menos lo intentó. Todos esos
hombres en la biblioteca me querían para realizar sus patéticos
fetiches. —Cuando el pobre Osbert se sonrojó, le dije
apresuradamente—: No te preocupes, Osbert. Eres un hombre
gentil. Todos ellos son unos cerdos egoístas.

Él sonrió agradecido. —Gracias, ¿entonces no crees que


haya nada de malo en lo que quiero?
—No, Osbert. —Me apretó la mano—. Sabes que el señor
Wynterbourne te daría una paliza, que te haría desmayarte.

—¿En serio? —murmuró, sus mejillas rosadas—. Tenemos que


salvarlo, Jade, y lo que debemos hacer es encontrarlo en su
habitación en una situación comprometida con una mujer, donde
todo el mundo sea testigo. Entonces nadie podrá seriamente
llamarlo queer de nuevo. Lo he pensado detenidamente.

—Lo hiciste, ¿verdad? —Estaba impresionado. El corazón me


dio un vuelco con entusiasmo. Era una estratagema perfecta—. Sí, y
si eso no funciona o no es suficiente, voy a amenazarlos con
exponer todos sus fetiches a los periódicos londinenses. Voy a hacer
una fortuna, y se arruinarán.

—Pero ¿no me vas a arruinar? —Parecía un pequeño niño


desesperado buscando seguridad.

Negué con la cabeza—. No, no a ti.

—Pero ¿qué señora lo haría? —Osbert preguntó.

Pensé brevemente en Mariah, Lady Devonly, pero entonces


tendría que ir a casa con su marido después, y le haría la vida
imposible.

Nos sentamos a hablar durante media hora, haciendo planes,


y entonces llevé a Osbert a una de las caballerizas y froté su pene
mientras le describía en detalle su noche de nalgadas y cómo
íbamos a organizar otra muy pronto. Su gratitud cuando llegó al
clímax fue patética. Me negué a tomar el dinero que me ofrecía
mientras me ayudara a evitarle la vergüenza pública al Amo, y él
me abrazó con fuerza, con la cabeza en mi hombro, hasta que
aparté sus manos de mi cintura. —Hay mucho que hacer, Osbert.
Tenemos que trabajar rápido.
Era temprano esa noche, justo antes de la cena, cuando el
señor Godfrey llegó conmigo mientras yo estaba ayudando a la
cocinera a poner la mesa para la cena de los criados. —John, ven
aquí.

—Sí, señor.

Lo seguí hasta el pasillo, donde tendió la mano. —¿Tienes


algo para mí?

—No, señor. —Sabía exactamente lo que estaba esperando,


y podía esperar hasta que las vacas llegaran a casa, porque no
obtendría ni un centavo de mí. Yo sería despedido pronto de todos
modos, así que, qué importaba.

—No juegues conmigo, John. ¿Dónde está mi dinero?

—¿Qué dinero, señor? —Adopté una expresión de inocencia


que le haría justicia a un ángel.

—Mi parte del señor Clement —dijo en voz baja, mirando a


izquierda y derecha.

—¿Sabe usted que es ilegal ser un proxeneta, señor Godfrey?


Podría ir a la cárcel. Me llamó un niño nancy, y aquí está haciendo
dinero de mi culo. No le daré ni un centavo.

El mayordomo por lo general digno me agarró del frente de


la camisa y me empujó contra la pared. —No hay nada especial
en ti, pequeño puto. Cuando la conferencia termine, te puedes ir y
llévate a Simon contigo. Archie me dijo todo lo que ustedes niños
sucios estaban haciendo. No tenía idea de que Simon fuera
también un queer.

—O también habrías hecho dinero con él, ¿no es así, señor


Godfrey?

Él me dio una fuerte palmada en la mejilla. —Puedo


remplazarte con otro, malcriado. De tu tipo hay una docena por un
chelín. —Él me soltó y regresó a la cocina.

Después de la cena, Osbert me avisó que los señores habían


llamado al Amo a la Biblioteca real para enfrentarlo. Él ya les había
dicho que no iba a tomar parte de esta emboscada, pero vino
conmigo a través del pasillo de los criados, y nos paramos en la
puerta invisible, abrí sólo una rendija para escuchar.

A través de la grieta, pude ver a los caballeros sentados todos


juntos como una manada de perros dándose valor cuando el Amo
entró. Se veía impecable, como siempre, con su camisa blanca
como la nieve, estrechos pantalones negros y brillantes botas
negras. Su chaqueta negra maravillosamente ajustada, y una mano
dentro del bolsillo del pantalón como un colegial, apartando la
chaqueta de su esbelta cintura y caderas. Él era el hombre más alto
allí. Como siempre, al verlo, quería postrarme a sus pies. Casi me
corro en mis pantalones sólo por verlo. Lord Devonly fue el primero
en atacar. —¡Wynterbourne! —dijo en voz alta.

—Devonly —respondió el Amo de una manera aburrida.


Nunca nadie sorprendía al Amo. Sabía exactamente lo que estaba
pasando. Echando un vistazo a su alrededor a los señores, dijo: Aquí
todos lo somos.

—No lo hagas, Wynterbourne. Tendrás que renunciar a tu


puesto. No podemos permitir un queer en la Cámara británica de
los Comunes.

—¿Por qué no? —El Amo los miraba de arriba abajo—. La


Cámara de los Lores está llena de ellos.

—Ahora mira aquí —Lord Mulborough se puso de pie—, eres


un pedófilo, Wynterbourne. Ese niño rubio del que haces alarde no
puede tener más de dieciséis años.

—¿Mi ex secretario? Tiene casi diecinueve años, y deberías de


saberlo, Mulborough.

Un caballero que no conocía habló. —Digo, que no tiene


sentido el intercambio de insultos. Todo se reduce a esto. Vas a
dimitir, o vamos a pedir tu dimisión por el hecho de que eres un
queer y te niegas a esconder eso.

El Amo comenzó a reírse, y ese hecho me invadió de alegría.


Parecía que era aceptable ser queer siempre y cuando se ocultara
el hecho.

—Me he escondido durante años. Y no voy a ocultarme por


más tiempo. Sigan adelante e informen a toda Inglaterra si es
necesario, y hagan que me arresten, pero ¿quién va a testificar
contra mí sin incriminarse a sí mismo, me pregunto? Conocí a
algunos de ustedes en Oxford, y me acuerdo de lo que tienen entre
manos. Si ustedes me hunden, bajarán conmigo.

Lord Mulborough levantó su bastón con punta de plata,


apuntando al Amo. —Estás llevando a la política británica al
descrédito. El hombre promedio de la calle se ofenderá si cree que
uno de sus funcionarios electos es antinatural.

El Amo rodó sus ojos. —¿Cuándo alguno de ustedes se ha


preocupado por el hombre promedio de la calle? Mulborough, tus
propiedades son famosas por que los techos de las cabañas
gotean y los niños se enferman por vivir en ellas. Ustedes no
encontrarán esas condiciones en mis propiedades.

Era evidente que el Amo había tocado una fibra sensible,


porque Lord Mulborough empezó a fanfarronear. —El primer ministro
llegará tarde esta noche para celebrar reuniones mañana. Esta
petición será llevada a su atención. Serás deshonrado
públicamente. Ninguna familia decente en el país te invitará a su
casa.

—¡Gracias a Dios por eso! —el Amo dijo en voz alta. Se dio
media vuelta y se marchó. El Amo había barrido el piso con ellos, y
yo estaba sonriendo de oreja a oreja—. Ahora, por el tiro de gracia
—le dije a Osbert.

—Yo digo, Jade, que hablas muy bien.

—¿Qué ¿Quieres decir que para un malcriado, o para un


lacayo? —dije, corriendo por el pasillo con Osbert corriendo a mi
lado.

—No, no, eso no es lo que quise decir. Me gustas mucho —


dijo, con los ojos llenos de pasión y deseo.

—Vamos a cuidar de los negocios primero, y Simon y yo te


daremos un precioso presente después. Ve por tu granito de arena,
yo seguiré adelante con el mío.

Corría de regreso a mi habitación cuando el pequeño Alfie


me detuvo. Él era el más joven criado en la casa, sólo tenía catorce
años de edad y era muy nervioso. Llevaba una cafetera y una taza
y el plato en una bandeja de plata. —John, ¿me ayudas?

—Eso no puede ser demasiado pesado para un niño grande


como tú —le dije amablemente—. Tus brazos son tan fuertes como
los míos.

—Es demasiado pesada para mí. Tengo que llevarla a la sala


pequeña para un caballero. Creo que es el primer ministro, y estoy
asustado.

—No puede ser. Él aun no está aquí. Es sólo uno de los


miembros del Parlamento.

—Ven conmigo, John, por favor.

—Oh, dámela. Yo la entregaré. —Tomé la bandeja del niño y


lo envié de regreso. Aún tendría tiempo para hacer mis arreglos.

La habitación estaba en el otro extremo de la casa, y fui tan


rápido como pude sin correr. La bandeja no era demasiado
pesada, y me las arreglé para mantener el equilibrio sobre mi brazo
mientras abría la puerta.

—Su café, señor —dije, centrándome en los pies para no


tropezar con la alfombra. Coloqué la bandeja sobre la mesita al
lado de su sillón y levanté la vista. Vi la cara de mi Amo y reaccioné
como un perro hambriento. Dejé escapar un grito, y mis rodillas
cedieron y besé sus botas de piel negra. Había pasado las últimas
treinta y seis horas buscando evadirlo, y ahora estaba en su
presencia, y lo inesperado fue abrumador.

—¡Amo! —grité, y luego gemí patéticamente—. Papi.

Mi corazón estaba en mi garganta, y mis manos empezaron a


temblar. Yo quería subir a su regazo. Quería que me azotara y me
flagelara al mismo tiempo. Quería que palmeara mi muslo hasta
que gritara y entonces me perdonara y me invitara a ir a casa con
él. Quería que me jodiera y me hiciera suyo. Quería saborear su
corrida en mi boca y mi garganta y tragar lo que me diera.

—¿Qué está haciendo aquí? —preguntó con frialdad.

—Amo, trabajo aquí. Soy un lacayo.

—¿Por qué estás desperdiciando tu talento aquí cuando


podrías tener un trabajo mejor usando tus habilidades?

—Tenía que trabajar, señor. Vine aquí con Simon, el jardinero.

—Te puedes ir —fue todo lo que dijo.

—¡Amo, por favor!

—Dije que te vayas, lacayo.

Sus ojos eran duros, su mandíbula tensa. Me puse de pie con


tanta dignidad como pude reunir y caminé hacia la puerta. Hice
una profunda reverencia, abrí la puerta y me marché, mi corazón se
rompió de nuevo.

El primer ministro, el Sr. Robert Gascoyne-Cecil28, tercer


marqués de Salisbury, llegó tarde. Hubiera sido imposible pasar por
alto su llegada ya que el señor Godfrey hizo que todo el personal
formara una línea afuera para darle la bienvenida, a pesar del
hecho de que eran después de las once y afuera estaba
sangrientamente congelado. Yo no estaría involucrado con él
después de estar parado temblando durante media hora afuera

28
Robert Gascoyne-Cecil (1839-1903) Primer ministro de Bretaña.
para ver su llegada, pero sabía donde estaba su habitación, y
estaba sólo un par de puertas más abajo de la del Amo, cerca de
todos los otros caballeros del gobierno.

Después subí por la escalera de servicio a la habitación en la


que me esperaban dos cosas: Tom que venía a decirme que el
Amo estaba en cama durmiendo, y Osbert que venía a decirme
que el primer ministro estaría en su habitación por la noche.

Cuando abrí la puerta, mi madre estaba sentada en la cama,


hablando con Simon. Me lancé hacia ella y mis ojos saltaban.

—Eres un bebé, Jade, el niño querido de tu madre. —Ella me


acarició y me arrulló hasta que me calmé. Llorando sobre su pecho,
me arrodillé en el suelo delante de ella, con los brazos alrededor de
su cintura.

Simon se sentó sonriéndome. —Jade, eres un niño de tu


madre.

—Él siempre ha sido el niño querido de su madre. —Ella sonrió.

—Gracias por venir, mamá. Gracias —murmuré entre sollozos.


Me secó los ojos con su pañuelo de fino encaje, y me controlé y
enderecé mi espalda—. Te voy a traer una taza de té de la cocina.

Simon se puso de pie. —Quédate ahí, yo lo haré.

Cuando nos quedamos solos, le informé a mi madre de todo


lo que no le había dicho en la breve carta que le había enviado
pidiéndole que viniera Al pabellón Real. —Me quedé muy
sorprendida al recibir una carta de un mensajero privado —dijo.

—Osbert pagó por ella. Vas a reunirte con él más tarde.

Ella sabía que Simon me estaba ayudando, porque él la


había recogido de la estación del tren y la metió a escondidas al
pabellón Real por la puerta trasera a nuestra habitación. —Ellos
quieren deshonrarlo mamá, a mi querido Amo. Quieren exponerlo
públicamente como queer.

Le hablé del señor Clement y su parte en todo esto, dejando


de lado cómo llegué a conocerlo. No me avergonzaba el tomar
dinero por tener sexo, pero eso no significaba que quisiera que mi
madre lo supiera.

—¿Estás seguro de que estás dispuesta a hacer esto, mamá?


Te verás comprometida.

—Eso no importa en mi línea de trabajo, por no hablar de mi


círculo social. —Se rio—. ¿Estás seguro de que cuando todo esto
esté dicho y hecho, él te llevará de regreso?

—No. —Miré las manos en mi regazo—. Dudo que lo haga.


Que alguna vez me lleve. Lo vi sólo hace un rato, trabajando solo
en la sala. Le serví café, y él no me reconoció. Me llamó lacayo. —
Mis lágrimas comenzaron a caer de nuevo. Ella me miró con
sorpresa—. Entonces, ¿por qué vamos a meternos en tantos
problemas? Cancelé la función de esta noche, lo que no hizo al
director del teatro feliz en absoluto, y subí al tren. Pensé que si hacía
esto, él te amaría por siempre, y serías feliz de nuevo. Solo hago esto
para hacerte feliz, querido. No por él. ¡Por ti! Yo ni siquiera conozco
al señor Wynterbourne. Él no significa nada para mí.

—Él es todo para mí, mamá. No voy a permanecer impasible


mientras él está en ruinas. Aun así ayudarás, ¿verdad?

—Por ti, Jade, sí, pero más vale que reconsidere llevarte de
regreso después de esto. No soporto verte en este estado.

—Incluso si no lo hace, yo sabré que he hecho lo correcto.


Mi madre me tocó la mejilla. —Lo que sea que el señor
Wynterbourne te hiciera cuando estabas con él, tuvo un gran
impacto en ti, querido hijo. Nunca te he visto tan desinteresado.

Simon regresó con el té para m madre, y ella se lo bebió


agradecida.

»—Ahora, niños, díganme exactamente cómo vamos a


redimir el carácter de ese libertino de los jovencitos, o al menos
aparentar que lo redimimos.

Simon se inclinó hacia adelante, sonriéndole a mi madre. —El


señor Wynterbourne va a ser atrapado en el acto con una hermosa
mujer. ¡Tú!

Mi madre se echó a reír. —Me halagas, niño malo. Supongo


que será mejor sin ropa.

Ella se levantó y le ayudé a salir de su vestido. En su corsé


negro con bordes de encaje a juego con sus pantalones interiores,
también decorados con pequeños lazos rojos, ella ahuecó las
manos en las caderas y nos miró, girando de un lado a otro. »—
¿Así? ¿Será suficiente provocación para conseguir agitar los
corazones de los caballeros?

Simon se rio. —Sí, y probablemente lo suficiente para obtener


que sus penes se eleven, al menos a los que les gustan las damas.

Mi madre tenía una figura maravillosa, y el corsé se ceñía en


su cintura, haciendo que no fuera mayor de cincuenta y dos
centímetros. Su pecho se extendía en la parte superior, y sus tobillos
eran tan delgados como los de una niña. De su bolso, sacó un par
de zapatillas de tacón y se las puso.

—Sólo una cosa más, mamá. —Le pedí que se sentara en la


cama mientras yo desprendía su cabello. Cayó en gruesas trenzas
café claro casi hasta la cintura, curvándose suavemente en su
trasero.

—Eso es bastante —admiró Simon.

La puerta se abrió silenciosamente, y Tom dio un paso


adentro. Se detuvo cuando vio a mi madre. Se la presenté
rápidamente. —El Amo está en la cama, y parecía cansado.
Deberá de estar dormido muy pronto.

Le di las gracias y se fue.

Poco después, hubo un ligero golpe en la puerta. Simon abrió


y tomó a Osbert por el brazo, lo arrastró adentro. Las mejillas de
Osbert se sonrojaron, y nos sonrió. —El primer ministro está en su
habitación —dijo emocionado.

—Excelente. Gracias, Osbert. Ella es mi madre, Señorita


Amatista Swift.

Le dio a mi madre una pequeña reverencia, viéndose


terriblemente avergonzado al ver su atuendo. —Te he visto en el
escenario, señora. —Nos vio con nostalgia a Simon y a mí—. Estoy
muy feliz de poder ayudar.

—¿Qué es exactamente lo que vamos a hacer, querido


Osbert? —mi madre preguntó. Osbert trató de hablar, tratando de
ver directamente a mi madre. Sus ojos se movían por todas partes, y
tropezaba con sus palabras al decir—: Cuando entres en secreto
en... en... la recámara del señor Wynterbourne, yo voy a avisarle a
los otros... caballeros, entre ellos al primer ministro, diciendo que el
señor Wynterbourne tiene a alguien en su cama. Inmediatamente
se asumirá que es una... una... persona de sexo masculino y abrirán
la puerta para exponer lo que está pasando. En lugar de eso, lo
verán con una bella dama, y luego no le podrán decir queer nunca
más.
—Ingenioso. —Mi madre sonrió. Cruzó la habitación y le dio a
Osbert un cálido abrazo—. Amo a los queers.

Su rostro se volvió en un tono alarmante escarlata, Osbert


luchaba por salir de sus brazos. —Sí, bueno, mejor vamos a trabajar.

Deslicé mi brazo hacia Osbert y lo atraje cerca.

—En realidad, Osbert, ha habido un cambio de planes. En


lugar de alertar a los caballeros, me gustaría que le dijeras a Archie,
el jefe de los lacayos, para que los alerte. Está a dos puertas más
abajo en el extremo del pasillo. Estará encantado de difundir la
noticia ya que ha estado difundiendo rumores desde que el Amo lo
despidió de la Casa Wynterbourne.

Simon me vio, una sonrisa se extendió por su rostro al ver


cómo podíamos matar dos pájaros de un tiro—salvar al Amo y darle
una lección de Archie por ser el chismoso que era.

—Si crees que sea una mejor idea. —Estaba muy ansioso por
complacer—. ¿Veinte minutos, Jade? —Miró su reloj de bolsillo.

Asentí e impulsivamente besé su mejilla. Simon le besó la otra


mejilla para darle ánimos, pero casi tuvo el efecto contrario. Él casi
se desmaya de la emoción. Durante los siguientes veinte minutos
me encontré en tal estado de nerviosa angustia que no me
acordaba de respirar. Simon permaneció en nuestra habitación
mientras yo llevé rápidamente a mi madre a través de los pasillos de
servicio hasta que llegamos al oscuro y estrecho pasillo que
conducía al armario del Amo. En el interior, me acerqué
sigilosamente a la puerta del dormitorio.

El Amo yacía profundamente dormido en la cama, largo y


delgado, los músculos tensos marcados con la tenue luz como si
incluso en su sueño nunca se relajara, siempre alerta ante el peligro.
—Encantador —murmuró mi madre cuando nos detuvimos en
la puerta viéndolo.

—¿No es maravilloso, mamá? Quizás no es el hombre más


guapo del mundo, pero él es el más honesto y digno.

—Tiene un aspecto interesante —dijo mi madre en voz baja—.


¿Él te recuerda en algo al vampiro de la historia de Polidori?

Asentí. —¡También pensé eso! Él trató de convertirme en un


mejor niño.

—Jade, creo que lo logró. Simplemente aun no lo veía. Ahora


—se frotó las manos con anticipación—, mejor entro ahí y abuso de
él.

Mi madre caminó rápidamente a través de la alfombra, se


quitó los zapatos y se metió en la cama junto a mi Amo. Apartando
el edredón, ella comenzó a masajear su pene. El Amo gimió y rodó
sobre su espalda, aun profundamente dormido, e incluso desde la
oscura puerta, pude ver su pene cada vez más grueso y duro.
Afuera de la puerta en el pasillo, se oían voces hablando bajo. Mi
madre me miró. Moví la cabeza, haciendo un gesto para que ella
hiciera algo más, obviamente lascivo, en el momento en el que ella
se sentó a horcajadas en las caderas del Amo, él se despertó con
un sobresalto.

—¡Qué diablos! —El Amo intentó sentarse.

La puerta del dormitorio se abrió de golpe, entrando un


pequeño grupo de hombres con lámparas en alto, el primer ministro
entre ellos y Archie en la delantera.

—¡Atrapados en el acto, Wynterbourne! —Lord Mulborough


gritó.
—Intenta escabullirte de esta situación —bramó el señor
Slocombe. El Amo los vio parpadeando ante la repentina luz, y
cuando los ojos de los caballeros se ajustaron a la luz de la lámpara
en la habitación oscura, vieron a mi madre sentada a horcajadas
sobre las caderas del Amo, realmente viéndose muy bien. Ella se
deslizó a un lado, estratégicamente revelando el erecto pene del
Amo.

—¡En serio! —ella dijo en un tono muy arrogante—. ¿Puede un


caballero tener paz en su propio dormitorio con su amada?

—Señora, lo siento mucho —dijo el primer ministro y


rápidamente salió de la habitación, hablando por encima de su
hombro—: Voy a hablar con todos ustedes en la mañana por
difundir rumores acerca de un compañero miembro del Partido
Conservador. Todos ustedes le deben a Wynterbourne una disculpa.
—Se giró hacia Archie—. ¿Eres responsables de este fiasco? Si hay
una cosa que no soporto, ¡es un vil siervo chismoso!

—¡Idiota! —Lord Devonly dijo en la cara de Archie—. Voy a


hablar con Godfrey en este minuto para que seas despedido por
mentir.

—Pero el señor Clement me dijo que había un hombre aquí —


protestó Archie. Viendo ansiosamente la habitación, como si
estuviera tratando de localizar a un niño escondido detrás de las
cortinas o debajo de la cama—. Es culpa del señor Clement.—
Osbert no se encontraba entre la multitud.

—¡Fuera, todos ustedes! —El Amo se puso de pie


completamente desnudo frente a ellos. Los sacó al pasillo. Varias
mujeres se habían levantado de la cama, atraídas por el alboroto, y
estaban de pie en la puerta, sosteniendo sus batas cerradas
mientras se reían detrás de sus manos.
El Amo cerró la puerta y se giró hacia mi madre. —Señora,
¿quién en la tierra eres y cómo te metiste en mi recámara? —Se
dirigió con toda su dignidad a la silla en la que había lanzado su
bata. Se la puso y se la ató muy apretada en la cintura—. Quien
quiera que seas, parece que has restablecido mi reputación de
desflorar mujeres hermosas. Esos caballeros están completamente
confundidos ahora. ¿Un trago?

—Oh, me encantaría tomar una copa. De hecho, creo que


necesito una. Voy a tomar whiskey, y que sea uno grande.

La escena que se desarrollaba ante mis ojos era tan ridícula


que me entraron ganas de reír, pero no de alegría, yo estaba cerca
de la histeria.

Las dos personas que más amaba en el mundo estaban en


ropa interior charlando entre ellos, como si fueran los más antiguos y
mejores amigos. Mi madre se sentó en una silla cómoda con las
piernas cruzadas, recostándose provocativamente. El Amo le
entregó el whiskey y se sentó en el borde de la cama mirándola. —
Soy Marcus Wynterbourne, miembro del partido conservador del
parlamento de East Sussex.

—Lo sé. —Mi madre le sonrió—. Soy Amatista Swift, cantante,


bailarina y actriz.

Mi Amo le sonrió y dio un sorbo a su bebida. —Lo sé. Por lo


menos ahora lo sé, ya que he tenido la oportunidad de verte mejor.
Veo de dónde el niño sacó su belleza.

Mi madre no era contraria a la adulación, incluso de un


extraño, y le devolvió la sonrisa. —Es una lástima que no haya
sacado mi voz. Él tiene la cara de un ángel, y solía cantar como
uno, pero se le rompió la voz, y junto con él, muchos corazones. Era
muy popular en el escenario de niño. —Ella tomó un sorbo grande
de whiskey.

—Sí, le he oído cantar, y sé que le encanta ser el centro de


atención. —El Amo miró alrededor de la cámara—. Entonces,
¿dónde está?

Mi madre miró hacia la puerta donde yo estaba mirando,


oculto por las sombras. El Amo siguió su mirada y me hizo señas con
un dedo. Caí de rodillas, arrastrándome por el suelo hacia él, y me
postré a sus pies. —Señor, perdóname, por favor, señor. Haré lo que
sea, sólo por favor, perdóname.

—¿Tengo razón para asumir que organizaste esta pequeña


escena, niño?

Levanté la mirada para encontrarme con sus intensos ojos. —


Señor, cuando me enteré de lo que esos hombres iban a hacerte,
tenía que detenerlos. No podía soportar que te humillaran.

Empecé a besar sus pies con tal fervor que mi madre levantó
los ojos al techo, diciendo —¡Buen Dios! —y tomó otro largo trago
de su bebida—. Si tu intención, mi querido Marcus, era hacer
humilde a mi dulce niño, lo has hecho. Ahora, por favor, ¿lo llevarás
de regreso? —dijo con calma—. Si lo escuchas, como lo hice yo
varias veces, encontrarás que no es tan culpable como parece.

Me senté sobre los talones, en espera de su respuesta,


mirando a la cara que yo había llegado a amar y que había
perdido durante todas estas desesperadas semanas, vacías sin él.
Esperé, temiendo respirar, convencido de que incluso mi madre no
podría persuadirlo.

—¿Cómo sé que es lo suficientemente humilde? —mi Amo


preguntó.
Mi madre no se mostraba ni mínimamente avergonzada por
mi caballero y estaba sentada completamente cómoda charlando
en su corsé. —Él llegó a casa durante una semana después de que
lo echaron. Lloró por ti todas las noches. Gritaba tu nombre en su
sueño. Apenas comía, y normalmente tiene un buen apetito.

«Por favor, no le digas que oriné la cama».

»—Y mojó mi cama las dos primeras noches que estuvo en


casa —agregó como si nada. Yo bajé la cabeza, avergonzado.

—Excelente —declaró el Amo, sonriendo a mi madre—. Pero


aun no sé si pueda reformarlo. Por un lado, no tiene más control
sobre su vejiga que un cachorro cuando se emociona.

Mi rostro se puso escarlata ante sus palabras. —Ustedes son


las dos personas que más quiero en el mundo —dije en voz baja.

—Por cierto, señora —dijo el Amo a mi madre como si yo no


estuviera de rodillas entre ellos—, ¿dónde dormirá esta noche?

—Con Jade, aunque las camas de los lacayos son


terriblemente estrechas —dijo mi madre—. Siempre hemos
compartido la cama, mi querido hijo y yo. Nos acomodaremos.

—Para nada, señora. Insisto en que duerma aquí. —El Amo


palmeó la cama.

—¿Con usted? —Mi madre sonrió.

—Por supuesto, pero no habrá ninguna travesura más —


advirtió el Amo con severidad.

—¿No podría convencerte a probar un poco de lo otro? —mi


madre preguntó con fingida desesperación.

—No tengo miedo. Con lo atractiva que es usted, señora, yo


soy tan queer como un centavo doblado.
Mi madre se echó a reír, y el Amo se rio con ella, echando la
cabeza hacia atrás. Nunca lo había visto reír de una manera tan
desenfrenada antes.

—Eso es lamentable —logró decir mi madre entre carcajadas.


No vi lo que era tan gracioso. Estaba siendo ignorado, cuando lo
único que quería era que mi Amo me mirara y me abrazara.
Cuando me miró, dijo—: Vete a la cama, niño.

—Sí, señor. —Me puse de pie y besé la mejilla de mi madre.


Me giré hacia mi Amo y pregunté impulsivamente—: Amo, ¿puedo
darte un beso?

—No, no puedes. Ahora vete.

—Sí, señor.

Crucé la habitación hasta el armario para evitar los pasillos


públicos, pero antes de que llegara, el Amo dijo con firmeza: —
¡Abajo! —Caí de rodillas, bajé la cabeza hacia el suelo, y uní mis
manos detrás de la espalda—. Siéntate —ordenó. Me levanté y me
senté sobre los talones, con las manos detrás de mi espalda—. ¡De
rodillas! —Me arrodillé, manteniendo mis manos detrás de mi
espalda y bajé los ojos.

»—Veo que has recordado algo, niño. ¿Por qué te has


cortado el cabello?

Lo miré a los ojos, sin invitación. —Amo, el señor Godfrey dijo


que se iba el cabello o me iba yo, y yo necesitaba el trabajo. La
señorita Ramsay, el ama de llaves, lo cortó.

Él asintió. —¡Cama! —Me puse de pie y me fui.

En nuestra habitación, Simon me sonrió en el momento en


que entré. Él había estado jugando con su pene, y lo escondió
hasta que cómicamente formaba una tienda de campaña en las
mantas. —¿Funcionó?

—Sí, funcionó. El Amo se ha salvado, y Archie tiene lo que


merece. —Me quité la ropa y me lancé a la estrecha cama de
Simon. Él me tomó en sus brazos y me besó.

—Tienes que ser feliz, Jade.

Asentí y me eché a llorar.


Por favor, tómame de nuevo.

Como si la noche anterior en la cámara principal no fuera


suficientemente extraña, a la mañana siguiente se me ordenó llevar
una bandeja de desayuno para dos, para el señor Wynterbourne y
su invitado. La cocina era un hervidero con la historia de corrupción
de anoche y la desgracia de Archie. Quizás después de todo, las
historias de que el señor Wynterbourne era queer no eran ciertas,
dijeron. Cuando entré con la pesada bandeja, mi madre y el Amo
estaban sentados en la cama hablando como un viejo matrimonio.
Estaba tan celoso, que quería gritar. Quería meterme en la cama
entre ellos y comer el desayuno con ellos. En lugar de eso, dejé la
bandeja sobre la cama entre ellos y los miré por el rabillo del ojo
mientras arreglaba un poco la habitación.

—Dale un beso a mamá, cariño. —Estiró los brazos hacia mí.


Corrí y la besé, con la esperanza de que el Amo también me pidiera
un beso, o al menos reconociera el trabajo que había hecho por él.
Pero no me hizo caso ni una vez, comió su desayuno como si yo no
estuviera allí.

—¿Vas a volver a Londres hoy, mamá?

—Sí, mi amor. Tengo que estar esta noche en el teatro. El


pájaro cantor debe volver a su jaula.

Asentí y me dirigí a la puerta. —Avísame cuando estés lista


para salir. Te acompañaré caminando a la estación. No es lejos. —
Miré al Amo, esperando una confirmación.
Incluso una sola palabra o una mirada habría sido suficiente.
Tendría que forzarlo a hablar conmigo. Cuando abrí la puerta para
salir, vi a Lord Devonly en el pasillo saliendo de su recámara y
profundizando las mentira de anoche, dije en voz alta: —¿Puedo
ofrecerles algo más, señor Wynterbourne, o a usted, señora?

—No, gracias, querido —dijo mi madre en voz alta. El Amo se


limitó a sacudir la cabeza, sin apartar la cuchara de mermelada de
su pan tostado.

Mientras me alejaba, Lord Devonly me alcanzó. —¿John?

Me detuve con respeto y esperé. —¿Señor?

Habló en voz baja. —Voy a enviar a mi esposa a casa hoy.


Ven a mi cuarto esta noche, después de las diez. Habrá dos
soberanos para ti.

—¿Qué le gustaría que hiciera, señor? —pregunté


inocentemente. Él pensó que estaba coqueteando, y miró a su
alrededor para asegurarse de que estábamos solos. Frotó mi mejilla
con la punta de los dedos como haría una caricia a su hijo
adorado. Inclinándose hacia adelante, me hizo un guiño.

—¿Otro paseo de caballo con el tío?

—Sí, señor. —Sonreí. No tenía intención de servir al idiota de


nuevo. Él era un pedófilo, y yo quería a Mariah.

—Oh, antes de que te vayas, Johnny, regresa a la habitación


del señor Wynterbourne y dile que se le espera en la Biblioteca real
en una hora para una reunión privada.

—Sí, señor.
Me apresuré a regresar, toqué y abrí la puerta. Mi madre y el
Amo se reían en voz alta sobre una cosa u otra. —¿Qué sucede,
cariño? —mi madre preguntó.

—Lord Devonly pide que el Amo asista a la Biblioteca real en


una hora para una reunión. ¿Va a estar ahí, señor?

—Quizás. —Se sirvió más té en la taza sin ni siquiera darme una


mirada. Una hora más tarde me encontraba fuera de la puerta
invisible del servicio. La puerta, como tantas otras en el Pabellón
Real, se mezclaban a la perfección con la decoración de la
habitación por lo que era difícil que el observador casual viera que
estaba entreabierta.

En el momento en que la puerta principal se abrió y el Amo


entró, los caballeros estallaron en un torrente de airadas
acusaciones.

El Amo era tan queer como un perro de tres patas. Había


arreglado el cuadro erótico de anoche y esperó a ser atrapado. De
todos modos, ¿quién infiernos era esa mujer? Debería de ser una
ramera de Londres cuyo tiempo y favores él había pagado. Al oír la
palabra ramera haciendo referencia a mi madre, entré en la
habitación. Era bastante difícil escucharlos insultar a mi amado
Amo, pero al menos él estaba allí para defenderse y era más que
capaz de hacerlo. Mi madre también podía defenderse. No tenía
mi gran boca por accidente. Sin embargo, ella no estaba, así que
salté a la palestra. Sorprendidos por mi entrada, los caballeros me
miraban cuando el Amo dijo en voz alta: —No quiero oír una
palabra dicha en contra de mi querida amiga, la señorita Swift.

—¡Ni yo! —exploté. Me dirigí hacia el centro de la reunión


parándome delante de ellos. Yo estaba a punto de llorar por
muchas razones, la no menos importante de las cuales era que el
Amo no quería tener nada que ver conmigo. Pero nadie iba a
insultar a mi querida mamá—. ¿Cómo se atreven a hablar de la
señorita Swift de esa manera? Ella vale por diez de cualquiera de
ustedes. —Mis mejillas se encendieron escarlata como de
costumbre. Me temblaban las manos intensamente, por lo que las
puse en mi coxis, enderezándome con la espalda recta como el
Amo esperaba.

»—Tampoco insulten al señor Wynterbourne, que es más


caballero y hombre que cualquiera de ustedes nunca lo será.

—¡Sal de este cuarto! Haré que te despidan sin cartas de


recomendación. —Lord Mulborough intentó ponerse de pie, pero se
rindió y se echó hacia atrás, golpeando la punta de plata de su
bastón en el suelo—. ¡Niño irrespetuoso! ¿Quién te crees que eres…?

—¿Yo, irrespetuoso? No eres más que un viejo queer. —Casi


gritó—. Amenazas con exponer al señor Wynterbourne por ser un
queer mientras me pagas un soberano por chupar tu viejo y
arrugado pene. —El silencio cayó sobre el grupo como una
sentencia de muerte—. Tendrías que haberme pagado dos
soberanos dado que te tomó tanto tiempo correrte, ¡viejo idiota
impotente! —Parecía como si fuera a tener un ataque al corazón en
el lugar, y los demás caballeros, me miraban fijamente, pareciendo
aterrorizados.

Ellos vieron lo que estaba por venir.

Me giré hacia el señor Slocombe. »—Es tan mezquino, que


pensó que podría correrse pagando sólo medio soberano. —Miré al
Amo—. Él sólo pagó la otra mitad porque me negué a seguir
trabajando, y no podía correrse sin mí. Le gusta que jueguen con su
trasero.
En ese momento, el señor Clement entró y vio la escena,
cerró la puerta rápidamente, por temor a que alguien escuchará.
De inmediato bajó la cabeza con inquietud.

»—No hay que olvidar a Lord Devonly. Te gusta arrastrarte


desnudo en el suelo simulando ser un caballo mientras me
paseabas en tu espalda y te decía tío. —Miré al Amo—. Él me pagó
dos soberanos completos sin discusión. Le concedo eso. Y me ha
ofrecido dos más para repetir la escena esta noche. Le gusta fingir
que soy un niño pequeño.

El Amo se había quedado durante mi discurso con sus brazos


cruzados sobre su pecho, mientras con la mano jugaba con su
mentón. De todos modos él no iba a llevarme de regreso, así que,
¿qué diferencia habría para él que me hubiera convertido en un
puto? Odiaba que lo supiera, al mismo tiempo quería avergonzar a
estos viejos hipócritas delante del Amo. Vi al señor Clement. »—
Usted, señor, junto con el señor Wynterbourne, son los únicos dos
caballeros en esta sala.

El alivio inundó su rostro, y él asintió con la gratitud. Me giré


para salir. Mi más segura actuación era llevar a mi madre al tren, y
luego encontrar a Simon y decirle lo que había hecho, y hacer las
maletas para irnos. Como un disparo de despedida, dije: »—Si me
entero de que alguno de ustedes sugiere que el señor
Wynterbourne es algo más que un perfecto caballero y un hombre
íntegro y decente, o si oigo rumores que alguien difunda acerca de
su persona, iré al Times de Londres y contaré mi historia. Todos
ustedes serán deshonrados. —Miré fijamente a Lord Devonly—: No
vuelva a amenazar a Mariah otra vez, ¿me oye? —Su boca se abrió
ante mi familiaridad con su esposa.

—Jade, es mejor que vayas a atender tus asuntos ahora y


déjame hacer frente a estos señores.
El Amo habló suavemente. Cuando escuché mi nombre en
sus labios, quise llorar a moco tendido. Él me había reconocido.

—Él es un mentiroso —dijo Lord Mulborough en voz baja.

—No, no lo es. Él está diciendo la verdad —declaró el Amo—.


¿Realmente quieren que lo ponga a prueba? Todos vamos a
mantener la boca cerrada sobre esto en el futuro, ¿de acuerdo?
Menos mojigatería y más cooperación.

Miré al Amo mientras pasaba. —Señor, usted me llamó un


puto, y tenía razón. Eso es exactamente lo que he estado haciendo
estas últimas semanas. Nada importa ahora que ya no me quiere.

Con eso, salí de la habitación y fui en busca de mi madre. La


acompañé durante el corto trayecto a la estación de tren para
despedirla. La había disfrutado completamente. El Amo le había
dado un regalo generoso de dinero que cubrió con creces los
gastos a los que había incurrido al guardar su reputación y, aparte
de eso, ella vio exactamente por qué lo quería tanto. Yo estaba de
camino de regreso al Pabellón Real cuando vi a Archie con la
maleta en la mano y la cabeza hacia abajo caminando por el
paseo marítimo hacia la estación de tren. Crucé la carretera para
evitar una confrontación directa con él y esperé hasta que estuvo
bastante lejos.

—¡Archie! ¡Tienes todo lo que te merecías! —le grité, haciendo


que varias cabezas se giraran en mi dirección.

Se dio la vuelta, y cuando me vio, dejó caer la maleta en la


arena y empezó a correr hacia mí. Yo también salí corriendo. Estaba
casi en la puerta principal del Pabellón cuando agarró mi hombro y
me jaló al suelo. En un instante estaba encima de mí y golpeó mi ojo
izquierdo con su puño.
En ese momento el primer ministro salió del Pabellón hacia su
carruaje, y dos de los guardias que lo acompañaban corrieron en
mi ayuda. Archie se puso de pie mientras el señor Cecil Gascoyne
me ayudaba a levantarme. —¡Dios santo! ¿Estás bien, joven? ¿Qué
hizo que este hombre te atacara? —El primer ministro miró a Archie
y sólo entonces lo reconoció de anoche—. ¡Tú de nuevo! Arréstenlo
—le ordenó a los guardias—. Acúsenlo de perturbar la paz y causar
lesiones corporales graves.

Las protestas de Archie no fueron escuchadas. Me toqué la


cara con cuidado, esperando que no hubiera ninguna marca, pero
al mismo tiempo con la certeza de que un ojo negro valía la pena
por ver a Archie detenido. El primer ministro subió a su carro y corrí
todo el camino a mi habitación para examinar mi rostro.

Después de la cena de los criados, el señor Godfrey nos llamó


a Simón y a mí a su salón privado. Caminaba de arriba abajo
delante de la chimenea, dándome sucias miradas. —¿Que diablos
te sucedió en la cara? —me preguntó.

—Archie me golpeó —dije con sinceridad.

—¿Lo hizo? Bueno, probablemente te lo merecías. La


conferencia se terminó. Los caballeros se irán temprano en la
mañana, y ambos también se irán. —Nos entregó sobres que
contenían nuestros salarios y una referencia razonablemente veraz.
Sabía que tendría que darnos todo lo que nos debía o
empezaríamos a hablar acerca de que era un proxeneta.
Esa noche, en nuestra pequeña habitación, empacamos
nuestras cosas, listos para la mañana e hicimos planes para
quedarnos con mi madre hasta que encontráramos trabajo.

—No sé por qué no te lleva de regreso después de todo lo


que hiciste por él. Es muy ingrato —Simon se quejó.

—Bueno, no lo hará. Si te devuelve tu empleo, ¿te irías?

—No —dijo Simon—. Ya he visto demasiado. Quiero ir a


Londres y trabajar allí. Quiero tener más aventuras.

—Yo sólo quiero a mi Amo.

—Yo solo te quiero a ti. —Simon sonrió, atrapándome. Me dio


una palmada, y pronto perdió interés y se metió en la cama.

La luna estaba alta y llena, brillando a través de las delgadas


cortinas y llenando la pequeña habitación con pálida luz, en un
momento Simón yacía tendido sobre su espalda durmiendo tan
profundamente como un niño agotado después de un día
ajetreado. Yo, a pesar de estar cansado de correr sin parar todo el
día a través de la enorme casa, me senté junto a la pequeña
ventana, sin poder cerrar los ojos. De pronto, resuelto, me puse los
pantalones y la camisa y con los pies descalzos salí de la habitación
por la escalera de servicio al oscuro y estrecho pasillo que conducía
al armario del Amo. En el interior, me paré con la puerta
entreabierta a su habitación, mirándolo dormir. Después de
mañana podría no volver a verlo nunca más. Regresaría a la Casa
Wynterbourne y encontraría un nuevo niño. Yo regresaría a Londres
desfalleciendo hasta morir. Sin que le importara lo que me pasara,
me acomodé en el suelo cerca de su cama y me quedé mirándolo.

Estaba de espaldas a mí, el edredón a un lado. La luz de luna


entraba por las cortinas parcialmente abiertas y caía sobre su
pálida piel que le hacía parecer como si estuviera formada de
mármol. Y podría ser que fuera de mármol, tomando en cuenta su
frío comportamiento hacia mí.

Ya no pude soportarlo más. Me dejé caer al suelo y lloré, no


me importaba si él me oía. De hecho, quería que lo hiciera. Si me
castigaba por molestarlo, por lo menos no sería menospreciado.
Estaba tan inmerso en mi miseria que no oí cuando él habló, porque
las palabras que finalmente se filtraron a través de mis histeria
fueron: —Te digo, ¿vómo un Amo puede conciliar el sueño cuando
su esclavo está llorando a su lado?

Me levanté en mis rodillas y vi a un lado de la alta cama,


llorando, mi aliento capturado en mi garganta. Las lágrimas y
mocos corrían por mi cara.

—Mira tu estado —dijo con calma. Metiendo la mano en el


cajón de la mesita de noche y tomando varios suaves pañuelos
blancos y arrojándomelos—. ¿Quién te puso negro el ojo?

Me toqué el ojo hinchado y amoratado. —Archie, Amo, él me


golpeó. ¿Me veo feo?

Él sacudió la cabeza y suspiró. —Va a sanar, y más rápido de


lo que piensas, pequeño pavo real vanidoso. Ahora límpiate la cara
y suénate la nariz, luego desnúdate —ordenó el Amo. Rápidamente
me limpié las lágrimas, me soné la nariz, y me quité la ropa,
arrojándola al suelo. Desnudo, lo vi a través de un velo de lágrimas
que bañaban mis pestañas y esperé, sin poder respirar—. Jade,
realmente perteneces al escenario. Nunca he conocido a un niño
tan dramático como tú. Ven aquí.

Me arrastré sobre la cama y caí en los brazos que me


esperaban. El Amo me sostuvo un momento mientras yo lloraba. —
Papi. —Gemí contra su pecho liso—. Papi, te amo. —Me aferré a él
como si me estuviera ahogando y él fuera mi única esperanza de
supervivencia.

—Ya, ya, mi precioso Jade.

Cuando por fin pude dejar de llorar, me quedé acurrucado


en los brazos del Amo, pequeños jadeos se me escapaban de vez
en cuando. No me atreví a hablar por temor a decir algo
equivocado. Todo lo que sabía era que me había llamado Precioso
Jade, y yo estaba en casa en sus brazos.

—¿Quieres ser mi niño de nuevo? —preguntó en voz baja.

Levanté la vista hacia él, soltando un sonido inarticulado de


desesperación y esperanza. Cuando pude hablar, le dije: —Señor,
¿lo dices en serio?

—Lo hago. Creo que has aprendido una lección imborrable


en las últimas semanas.

Para estar seguro de que entendía que yo no mentía cuando


me enfrenté a los caballeros en la biblioteca de la mañana, le dije:
—Amo, yo realmente me vendí a esos hombres. He sido un puto.

—Sí. ¿Por qué lo hiciste? —Para mi alivio, no parecía


enfadado.

—Debido a que mi Amo me había echado, y me sentía como


un paria. Sentí que nada importaba si ya no podía servirte, señor. No
tenía un lugar en el mundo, no significa nada, nada daba a mis días
algún significado. Dejé de preocuparme por todo. Solo pensaba en
ti.

—¿Entonces por qué te comportaste tan mal, yendo con el


jardinero a mi espalda?
—Amo, yo no tuve sexo con Simon. Tienes que creerme. Me
dijo que me iba a mostrar un truco para que me quisieras y te
excitaras, y yo quería aprender. Nos viste en el momento
equivocado. Sé que se veía mal.

—Mírame, Jade. —Vi sus serios ojos y su cara a la que nunca


le mentiría—. ¿Esa es la verdad absoluta?

—Sí, señor. Sólo quería complacerte.

Él asintió con seriedad. —Entonces, ¿por qué has venido aquí


con él?

—Amo, yo tenía que trabajar en algo, y he llegado a amar a


Simon como un hermano. Él me protegió de Archie mientras hemos
estado trabajando aquí. Pero tú eres el único hombre al que amo,
como hombre y como Amo.

—Te creo, Jade —dijo en voz baja—. De hecho, ya


sospechaba desde hace unas semanas que me había equivocado.
La naturaleza cordial de tus cartas me convenció.

Mis lágrimas volvieron a caer. —Amo, he hecho mucho desde


entonces, he actuado como el peor puto que te puedas imaginar.
Perdóname, por favor. No me querías, y me he prostituido con
cualquier persona que lo quisiera, incluyendo con Simon, que me
prestó dinero. Nada me importaba. Perdí la esperanza. Me dijiste
que el sexo y el amor no tienen nada que ver uno con el otro. He
tenido sexo, pero no significaba nada. No amo a nadie más que a
ti. Amo, llévame de regreso, te lo ruego, o me voy a tirar al mar.

El Amo me miró seriamente. —Creo que necesitas una paliza.

—Sí, señor, ¡la necesito! —le dije—. Por favor, nalguéame y


hazme tuyo de nuevo.
Él me soltó y se levantó de la cama, maravillosamente
desnudo, para bloquear la puerta del dormitorio. Lo vi buscar su
cinto de piel del cajón, y mi corazón empezó a latir más rápido.

—Sé que prefieres las nalgadas con la mano abierta, niño. Sé


que prefieres la intimidad de estar sobre mis rodillas, pero debes
someterte a mis preferencias, no yo a las tuyas, y creo que esto es lo
que necesitas en este momento. —Dio una palmada a su mano con
el cinturón.

—Sí, señor —le dije con ansiedad—. Sólo deseo complacerte,


Amo.

—Buen niño —me dijo.

Mis lágrimas otra vez caían ante las palabras que me


conmovieron al oírlas. Buen niño, dijo bondadosamente mi Amo, eso
significaba para mí más que un centenar de soberanos de un
hombre que no me respetaba y me pagara. Me bajé de la cama y
me arrodillé a sus pies.

—En tus manos y rodillas, niño —dijo.

Me puso en cuatro patas, esperando. El Amo no se contuvo ni


me advirtió. Dobló la correa y me castigó. Sabía que era un castigo
en vez de un ejercicio de disciplina debido a la gravedad y la
implacabilidad de los golpes. Su mano era firme, los golpes
medidos, pero fueron dolorosas desde el primero hasta el último. Me
quedé inmóvil, mordiendo los labios juntos, decididos a tomar mi
castigo sin un murmullo de protesta. Podía soportar el dolor, pero no
podía soportar su rechazo.

Cuando por fin se detuvo, me sentí limpio. Sentí que mi


mundo había dado un vuelco, se enderezó de nuevo y ya podía
ver y pensar con claridad una vez más. Ya estaba en casa.
El Amo llevó el cinto a mis labios. Lo besé y la colocó
reverentemente en una silla. Se acercó a la bandeja sobre la mesa
cerca de la pared y se sirvió una copa. Se puso de pie desnudo a la
luz de la luna y me miró, tomando un largo trago. »—Ese cinto es el
primer instrumento de disciplina que he tenido —dijo—. Christian lo
amaba. Él me la traía con los dientes y lo dejaba caer a mis pies. —
El dolor en el rostro y en la voz que había observado cuando me
habló por primera vez de Christian se había ido.

Quizás había ordenado sus recuerdos para por fin descansar.


Aun a cuatro patas, lo miraba, mis nalgas brillando con el calor de
la paliza. El dolor persistía, irradiándose a través de mis muslos y
vientre. Unas semanas antes, me hubiera movido después de una
paliza, tratando de aliviar el dolor girando de una y otra manera.
Ahora sabía que tenía que quedarme quieto y esperar.

—Puedes levantarte. —El Amo se metió en la cama y me hizo


señas para que me uniera a él. Me moví lentamente por el dolor, y
sin embargo estaba indeciblemente agradecido por ello. El Amo
me jaló a sus brazos y me acurruqué junto a él, aliviado,
agradecido, y agotado, pero tenía miedo de cerrar los ojos y
despertar descubriendo que había soñado todo—. Amo, ¿estoy
perdonado por lo que hice, antes y después de que me
desterraras?

—Sí, te perdono, y no vas a hacer ninguna amenaza más


para lanzarte al mar. —Después de una pausa, dijo—: Tengo que
aceptar parte de la responsabilidad por tu comportamiento. Me
negué a creerte, y me equivoqué. Te eché sin creerte y estaba
equivocado. Tú respondiste yéndote y comportándote como un
puto, eso es algo que creo que es bastante normal para un niño
impetuoso y apasionado como tú. Tengo mucho más que
enseñarte acerca del auto-respeto y la auto-disciplina.
—Gracias, Amo. —Mi gratitud era tal que podía haber muerto
de felicidad allí mismo, en sus brazos.

—Mañana vamos a volver a la Casa Wynterbourne, y


después de unos días de entrenamiento y disciplina para ponernos
de nuevo al corriente, vamos a regresar a trabajar en mi libro.
Espero presentarlo a principios del Año. —Pasó la mano por mi corto
cabello—. Y tu cabello crecerá de nuevo. Me gusta mucho.

—Sí, señor, tengo que escribirle a mi madre y decirle.

—Escríbele, si lo deseas, pero ella lo sabe. Ella y yo tuvimos


una larga conversación esta mañana. Le hablé de mis planes para
ti, y los aprueba. Ella está de acuerdo en que te irá mucho mejor
bajo mi dirección que con la suya.

—Sí, señor. Gracias, señor. —Le planté un beso en el cuello, y


él no hizo ninguna objeción.

—En gratitud por lo que hizo por mí, arriesgando su buen


nombre, le he ofrecido comprarle una casa, y ella ha aceptado.

—¡Amo! —exclamé—. ¡Oh, gracias!

—Es lo menos que puedo hacer. Tu madre y yo nos llevamos


muy bien. La he invitado a visitarnos cuando tenga tiempo. A
Abigail le agradará mucho. Las dos son mujeres poco
convencionales.

Yo estaba casi aturdido por la alegría. Casi. —Amo, quiero


decirte lo muy amable que fue el señor Clement. Simon y yo fuimos
a su habitación, y tomamos su dinero, pero fue él quien quería
ayudarte, y fue él quien me ayudó a arreglar el pequeño teatro que
el primer ministro presenció. Me dijo que el primer ministro estaba en
su habitación, y esperó a que mi madre estuviera aquí contigo, y
luego le dijo a Archie, quien tocó las puertas diciéndole a los
señores que tenías a alguien en tu recámara, presumiblemente un
niño. Archie había estado difundiendo rumores sobre ti, y después
de lo que me hizo, quería desquitarme una vez más.

El Amo me sonrió. —Siempre me ha agradado Clement. Es


muy tímido, pero sobre todo es un tipo inteligente y decente.

—Él quiere que le pegues, señor, si fueras tan bueno.

—Entonces voy a tener que hacerlo —dijo el Amo


bondadosamente. Jaló el edredón por encima de nuestros
hombros—. Duerme, mi niño.

“Mi niño”. Yo estaba en el cielo. —Sí, señor. Amo, Te amo. Te


amo, te amo, ¡Te amo!

—Lo sé. —Me besó en la frente—. Ya lo sé, Jade. Duerme


bien.

Cuando vi la Casa Wynterbourne a la distancia mientras nos


dirigíamos allí al día siguiente, entre los altos árboles que bordeaban
el camino, los recuerdos de mi salida semanas atrás, solo, perdido y
vacío por dentro, me inundaron de nuevo. Apoyé la cabeza en el
hombro de mi Amo y lloré. —Amo, no me hagas salir de nuevo,
nunca, señor. Te lo ruego.

—No me decepciones nunca más, niño.

—No lo haré, señor. Lo prometo.

El personal me saludó calurosamente, me entraron ganas de


llorar de nuevo. Todo el mundo estaba feliz de verme. Pero esa
noche en la cama del Amo, mi vida volvió a entrar en foco. Yo
estaba con vida.
Él me ama.

—Amo, ¿la reunión de esta noche es en mi honor?

La razón por la que pregunté fue porque el Club Hellfire solo


se reunía una vez cada dos meses y eso era hasta dentro de tres
semanas, sin embargo el Amo había enviado las invitaciones para
la semana siguiente, el día después de nuestra llegada del Pabellón
Real a la Casa Wynterbourne

—Realmente, Jade. Eres tan vanidoso. ¿Necesitas otra


lección de humildad?

El Amo y yo estábamos completamente desnudos después


de nuestro baño mientras lo frotaba con una suave toalla de lino. Lo
sequé cuidadosamente, teniendo un inmenso placer en tocarlo y
cuidar de él.

Amaba cuidar de sus necesidades cotidianas, cuidando los


pequeños detalles, y por mucho que me gustara Frederick, yo
quería su trabajo tanto como el mio. Cuando el Amo estuvo seco,
comencé a frotar su cuerpo con linimento para mantener sus
músculos flexibles para la noche por venir.

—Si el Amo lo cree así, entonces sí, pero yo sólo preguntaba,


señor. —Masajeé con linimento de masculino olor, sus musculosos
hombros y nalgas, sin prestar atención a Frederick, que entró
silenciosamente en el cuarto de baño y comenzó a vaciar la
bañera de cobre. El Amo caminó a través del dormitorio, y lo
seguí—. Cierra la puerta —ordenó. Le sonreí esperanzado. Un poco
de juego antes de la reunión estaría bien. Vi su pene, que estaba
creciendo mucho ante toda la atención que estaba dando a su
esbelto cuerpo. Lamí mis labios involuntariamente como siempre lo
hacía cuando el Amo estaba desnudo y mi boca anhelaba
saborear su pene. El Amo me miraba de arriba abajo—. Lindo niño.
—Sonrió—. De rodillas.

Caí de rodillas, mirándolo con atención. Después de un


momento me indicó que me dirigiera hacia él. De rodillas, me moví
por la alfombra y sólo me detuve a centímetros de su pene. Estaba
tan cerca, que podía alcanzarlo con mi lengua y lamerlo pero no
me atreví sin su permiso. Tomé una profunda respiración y me
controlé. Estaba haciendo todo lo posible por ser un esclavo con
muy bue comportamiento, sin tomarme libertades, para que el Amo
estuviera orgulloso de mí.

El Amo alborotó mi cabello, sonriendo. Mi cabello ya estaba


creciendo más, y estaba rizado después de mi baño, cayendo en
rizos rubios pálido alrededor de mi cuello. El Amo pasó los dedos a
través de los rizos. »—Te ves como un niño de la antigua Grecia.
Hyacinthus29 y sus iguales.

Le sonreí y apoyé la mejilla contra su plano vientre, esperando


su permiso.

»—Chúpame —dijo, y tomé su pene en mi boca, chupándolo


con todas mis fuerzas. Amaba el sabor y olor de él, y lo había
extrañado mucho cuando estaba lejos. Cuando su pene estuvo
duro y grande por mi chupada, lo retiró de mi boca. Contuve el
impulso de agarrarlo de nuevo con mis labios—. ¿Cómo te tomo? —

29
Hyacinthus – Jacinto, según la mitología griega hijo de Clío y Píro Rey de Macedonia, y amante del dios Apolo,
jugando con un disco, Apolo para impresionarlo lo lanzo con toda su fuerza, Jacinto para intentar impresionar a
Apolo trato de atraparlo, el disco lo golpeo en la cabeza y lo mato. Otra versión dice que lo mato el dios del viento
Céfiro quien por celos desvió el disco con la intención de matar a Jacinto.
pensó. Me di cuenta de que no era una pregunta, y era lo
suficientemente inteligente como para no responder, porque yo
tenía una docena de sugerencias corriendo alrededor de mi
cabeza. El Amo se acercó a la gran chimenea. Era una noche fría, y
el fuego ardía acogedor. En frente de la silla del Amo había un
taburete cubierto de piel.

»—Acuéstate sobre tu espalda —ordenó, señalando el


taburete. Me apresuré a obedecer, pero el taburete era solo lo
suficientemente grande para mi torso, la cabeza colgó hacia atrás
y las piernas colgaban libres. El Amo levantó mis piernas,
obligándome a doblar la rodilla y las apretó contra mi pecho con
las rodillas muy separadas—. Sostén tus tobillos, niño.

Obedecí.

Se arrodilló entre mis muslos y entró en mi culo, empujando


dentro de mí, sin otro tipo de humedad que su saliva. Gemí ante la
penetración casi en seco. En esa incómoda posición, el Amo me
jodía duro. Él era un hombre de enorme control, y me jodió durante
largos y lentos minutos, sin correrse. Mi placer se elevaba y se
elevaba.

No llevaba el anillo de pene y temía soltar el chorro en su


cara, lo que sería imperdonable. El miedo y la torpe posición
comenzaron a hacer la jodida insoportable. Mi placer no disminuyó,
pero mi mente era un torbellino y mi cuerpo se tensaba con los
nervios.

Mi Amo pudo ver o sentir mi miedo, porque me dio un fuerte y


doloroso golpe en el muslo con la mano abierta, y mi pene empezó
a ablandarse. Poco después, sentí sus calientes fluidos correr por mi
trasero y lo oí gemir, aunque no pude ver su cara dado que mi
cabeza caía hacia atrás.
Cuando el Amo se levantó y fue a su silla me moví para
levantarme. »—Niño —dijo en voz alta—. ¿Te he dicho que te
muevas?

—No, señor.

—Entonces, no te muevas.

—Sí, señor.

Estaba muy incómodo. Mi cabeza empezó a sentirse


mareada, mis brazos y piernas me dolían. Mi pene se endureció de
nuevo, y sabía que no había una liberación a la vista.

Entonces, Frederick entró en el dormitorio.

—¿Desea vestirse ahora, señor?

—Sí, Frederick —dijo el Amo, levantándose con elegancia.

¡Estaba muy molesto! En primer lugar porque era totalmente


humillante el estar acostado en esta embarazosa situación, y
segundo porque me gustaba ayudar a mi Amo a vestirse y estaba
celoso cuando alguien más se hacía cargo de ese privilegio —y eso
incluía al valet del Amo.

Para el momento en que el Amo estuvo totalmente vestido


con su camisa blanca suelta, pantalones negros y botas altas de
cuero negro, las piernas y los brazos me estaban matando. Mis
músculos se estremecían con la tensión de sostener tan incómoda
posición. El Amo despidió a Frederick y se colocó delante de su
espejo de cuerpo entero. Él no era un hombre vanidoso, pero le
gustaba lucir elegante y siempre vestir con cuidado. —Amo, mis
piernas y brazos me duelen —dije en voz baja.

—Bien —dijo, y se sirvió una copa.


Cuando el Amo se sentó de nuevo y se bebía perezosamente
su whiskey, dijo, casi en el último momento: »—Puedes levantarte
ahora, niño.

Salí del taburete de una manera muy poco digna y me senté


frotándome las dolorosas piernas y brazos durante varios minutos.
Me senté con las piernas cruzadas en la alfombra mirando al Amo,
entonces me acordé de decir: —Gracias, señor.

—Buen niño —dijo, trayendo lágrimas a mis ojos—. ¡Ven aquí!

Acarició su regazo, invitándome, y yo salté como un perrito y


lamí su cara. Me hizo un ovillo, acomodando mi cara en el cuello. —
¿Esa fue una lección de humildad, Amo?

—Lo fue. ¿Cómo te sientes?

En voz baja respondí —Me siento honrado, señor.

Acarició mis nalgas con la gran mano. —Ese es mi niño. Y en


respuesta a tu pregunta, sí, la reunión es para mostrar a mis amigos
que has vuelto al redil y que yo te he perdonado.

—¿Realmente me perdonaste, Amo? —Lo abracé con fuerza,


mis brazos alrededor de su pecho.

—Sí, lo hice, Jade. —Besó la cima de mi cabeza—. Eres joven


y tonto, pero creo que verdaderamente estás arrepentido.

—Lo estoy señor. ¿Saben lo que hice, todo lo que hice en el


Pabellón Real? —Bajé los ojos, rezando para que dijera que no.

—No le dije a nadie. Simplemente dije que me habías


disgustado y que te estaba enseñando una lección. Podría haber
azotado tu culo desnudo hasta que gritaras, pero a veces una
lección menos obvia es la respuesta.
Me senté con la espalda recta en su regazo y lo miré a los
ojos. —Señor, ¿quiere decir que siempre quisiste permitirme servirte
de nuevo?

El Amo le dio un sorbo a su bebida. —Tenía la intención de


ofrecerte una segunda oportunidad si me parecía que te lo
merecías. Encontrarte en el Pabellón Real fue una sorpresa. Pensé
que estabas en Londres e iba a ir allá después para ver si habías
mejorado.

No pude evitar sonreír ante sus palabras, pero gracias a Dios


había ido al Pabellón Real y me convertí en un puto, o nunca habría
sido capaz de rescatar al Amo de esos hombres horribles.

»—Esta noche vas a leer en voz alta la nueva declaración de


esclavo que he escrito para ti, y la firmarás. Luego te pondré mi
collar.

Aplaudí con alegría absoluta. —¿Amo, tienes un collar para


mí? ¿Dónde está? Quiero verlo.

—Vas a esperar hasta el momento adecuado —dijo con


seriedad.

—Sí, señor. —Traté de parecer serio, pero estaba demasiado


emocionado, puse mis manos en sus mejillas y le di un sonoro gran
beso en la boca. Entonces esperé el castigo, sabiendo que lo
merecía por tomarme tal libertad.

El Amo tensó la boca. Quería sonreír, pero logró mantener la


compostura. Me pellizcó fuerte el muslo y lo dejó así. Suspiré con
placer.

—Vamos, tenemos que ir al salón y saludar a nuestros


invitados. —Me levanté de su regazo, aun desnudo, y puesto que el
Amo no me había dicho que me pusiera nada, sabía que no debía
de preguntarle. En el salón privado, algunos de los invitados ya
habían llegado. Saludé a los que conocía, mientras que el Amo
abrazaba y besaba a sus amigos. Tom servía las bebidas y les
mostraba a los invitados la mesa de buffet con hermosa comida. Se
veía espléndida.

Su elegante traje de lacayo fue dejado de lado por esa


noche, con el pecho desnudo estaba bien, y no llevaba nada más
que un par de calzoncillos más bien pequeños de seda negra. Le
sonreí. Él había sido el primero en saludarme con un abrazo y un
beso a mi regreso.

También, él había susurrado las palabras: “Él te ha extrañado”,


en mi oído, que había acelerado mi corazón.

Vi a la mesa del buffet. —Amo no hemos cenado esta noche.


Me muero de hambre.

—Sé que no hemos cenado. Puedes ir a buscar un plato, y


entonces ven y siéntate conmigo.

—Gracias, señor.

Saludé a otros esclavos, incluyendo a Mariah, que besó mi


mejilla y me felicitó por conseguir lo mejor de su marido. Con mi
comida en la mano, miré alrededor buscando a mi Amo. Estaba
sentado en un sillón en el otro extremo de la sala, con otro Amo en
un lado y una Ama del otro lado, charlando entre sí. Me apresuré
hacia delante y me senté con las piernas cruzadas a sus pies. Había
tomado un pedazo de carne de ternera y pastel de jamón, patatas
calientes con mantequilla y guisantes.

El Amo me sonrió, y cuando hundí el tenedor en la masa de


hojaldre y tomé un bocado del oloroso pastel cocido al vapor, se
inclinó hacia delante y tomó el plato y el tenedor de mis manos. Lo
vi pasar y casi grité. Mi boca echa agua, mi estómago gruñó. Y yo
estaba confundido, porque siempre me permitía comer y beber
cada vez que quería.

El Amo tomó el plato y siguió charlando con los otros Amos,


como si no estuviera allí. Después de un minuto o dos se inclinó
hacia adelante y me dio un bocado de pastel como una madre
alimenta a un bebé y, como un niño, abrí la boca para un segundo
bocado, que no llegó hasta varios minutos después.

Por eso el Amo no había tenido ninguna cena servida, había


una lección en esto. Podría haber llorado. Eran casi las diez, y mi
vientre y mi garganta estaban cerrados.

—Siéntate —dijo el Amo mientras charlaba con sus amigos. Oí


la orden, dicha entre otras frases, y obedecí, levantándome de
rodillas, luego sentándome sobre los talones con las manos detrás
de mi espalda. Obtuve otro bocado de comida por mi obediencia.
Estaba tan hambriento que mis ojos nunca dejaron su cara, alerta a
cualquier orden que saliera de sus labios. El Amo siguió charlando y
de vez en cuando emitía otra orden—: Arrodíllate. Vuelve a llenar mi
vaso de vino. Tom ven aquí. —Obedecía y fui recompensado con
comida hasta que mi plato estuvo vacío. La comida estaba fría
para cuando tomé el último bocado, pero de todos modos estaba
agradecido.

»—Puedes levantarte y consigue una bebida —dijo el Amo.


Tomé mi plato y lo llevé a la mesa, dejándolo con los otros platos
sucios, y luego tomé un vaso de vino blanco. Estaba a punto de
beber, cuando lo pensé mejor y lo llevé de regreso al Amo. Me
senté a sus pies, esperando su permiso para beber.

Después de varios minutos, él me reconoció. »—Puedes beber


—dijo. Agradecido vacié la copa y sentí que mi cabeza nadaba un
poco. A eso de la media noche nos dirigimos al calabozo. Lo seguí
por el pasillo principal a la escalera secreta.
»—¿Qué has aprendido esta noche, Jade? —preguntó.

—¿Paciencia, señor? —le pregunté.

—¿Te sentiste enfermo mientras te alimentaba?

—No señor. Me sentía hambriento y molesto —le dije con


sinceridad.

El Amo me jaló a su lado con un brazo y se echó a reír. —Pero


parecías paciente, y actuaste con paciencia al esperar con
dignidad. Buen niño. —Caí de rodillas y besé sus botas. Dos
lecciones aprendidas: humildad y paciencia. Mi Amo era feliz. Ya
era una buena tarde.

En el calabozo iluminado por antorchas la actividad se inició,


y mientras el Amo estaba ocupado, vagué alrededor, observando y
disfrutando del espectáculo. Me quedé viendo a un esclavo ser
atado al caballo Berkley, mientras que otro era amarrado en la cruz
de San Andrés. Una linda esclava, no mucho mayor que yo, estaba
siendo colocada en la picota de pie junto a una hermosa mujer
mayor que llevaba ropa masculina y animaba a la niña con tal
firmeza y amorosa bondad que me recordaba al Amo. Un viejo
esclavo se arrastraba por el suelo, siendo empujado por una gruesa
paleta en las manos de una Ama muy femenina, que era tan
delgada como yo, pero mucho más fuerte. Ella empuñaba la
paleta contra el trasero del esclavo con tal fuerza que podía sentir
cada golpe retumbar a través del calabozo.

En una esquina, vi una figura agachada que creí reconocer.


Cuando me acerqué, vi que era Osbert. Vino hacia mí
rápidamente, tratando de sonreír, pero parecía aterrorizado.

—Osbert, ¿qué estás haciendo aquí?


—El señor Wynterbourne me invitó —murmuró, aunque nadie
nos prestaba ninguna atención—. Él fue muy discreto. Me escribió
invitándome a una noche especial. Supe inmediatamente lo que
quería decir.

—¿Entonces por qué te escondes? Hay comida y vino arriba


en el salón, pero sólo hay agua en el calabozo. ¿Quieres que te
lleve arriba para que comas? —Yo podría escamotear un trifle
mientras estaba allí, ya que nunca me dieron mi postre.

—No, gracias, Jade. Prefiero quedarme aquí y ver. Tenía la


esperanza de que podría verme en privado.

—¿Esperabas que el Amo palmeara tu trasero en privado? —


Osbert se ruborizó y asintió—. No, él no hace eso.

—Pero dijiste que lo haría.

Sacudí la cabeza. —Ciertamente va a azotarte el trasero, si es


lo que quieres. El Amo da unas palizas maravillosas. Sus manos son
grandes, y él es muy fuerte. —Osbert se estremeció—. Sólo dudo
que lo haga en privado, sobre todo porque te ha invitado al
calabozo.

—Ahí estás, Clement, mi querido niño. Te llamas Osbert, ¿no es


así? —El Amo nos miraba hacia abajo dado que ambos éramos
más bajos que él, especialmente Osbert—. Supongo que en estas
circunstancias será mejor que te llame Osbert, y en mi calabozo, me
llamarás señor o Amo, ¿está claro?

—Oh, sí. Lo que desee. —Podía sentir su cuerpo temblando a


mi lado. Me incliné para susurrarle—: Di sí, señor.

—Sí, señor —repitió.

—Bien —dijo el Amo con altanería—. Ahora, quítate la ropa.


Jade te mostrará qué hacer con ella.
—Oh, no creo que pueda hacer eso con todos esos
desconocidos aquí —dijo Osbert.

—Lo hiciste delante de Simon y de mi —le dije.

—Jade, cállate y no lo interrumpas —el Amo me dijo con


severidad. Todavía tenía que aprender cuándo hablar y cuándo
guardar silencio.

—Sí, señor.

—¡Desnúdate! —el Amo le dijo con firmeza a Osbert.

Osbert comenzó a quitarse la ropa rápidamente, dejándola


caer en el suelo. La recogí, la sacudí y luego lo dejé con el Amo.
Pero si iba a nalguearlo yo tenía la intención de ver y, mientras
vagabundeaba, mantuve los ojos en ellos.

Cuando llegó el momento, el Amo llevó a Osbert a la mitad


del calabozo. El pobre hombre estaba temblando, su cara
escarlata. Su pene ya erecto, y él era incapaz de quitar la mirada
de adoración hacia el Amo. Sabía cómo se sentía. Tampoco podía
apartar los ojos de mi Amo. Pensé que el Amo probablemente
usaría el taburete de nalgadas con Osbert, pero no lo hizo. Colocó
una silla de respaldo recto en medio de un espacio abierto y luego
llamó la atención de todos. Instantáneamente estaba celoso. Tuve
que recordarme que yo era el que iba a dormir al lado del Amo
después, no Osbert.

—Amos y Amas. —Los esclavos también miraban, pero no se


les llamó—. Me gustaría que todos observaran el castigo de Osbert,
que ha venido al calabozo por primera vez. Él no tiene Amo. Sin
embargo, si se porta bien esta noche, me gustaría animar a todos a
ser amables con él y tal vez darle un futuro castigo, si creen que lo
merece.
Los Amos y Amas se reunieron alrededor, en un círculo.

Algunos de los esclavos estaban atados a varios instrumentos


de castigo y se quedaron donde estaban. Los que estaban libres se
colocaron entre ellos y observaron. Me arrastré sobre el frío suelo de
piedra entre las piernas de los Amos y Amas para conseguir una
buena vista y luego me senté en la postura de “sentado” a ver.
Osbert parecía como si quisiera correr por su vida. Sin embargo, al
mismo tiempo estaba pegado al suelo, con el pecho jadeante, y los
ojos brillando. Estaba deseando la mano del Amo sobre su trasero,
pero al mismo tiempo le temía.

—Osbert, ¿te gustaría que azote tu trasero? —el Amo


preguntó.

—Sí, por favor, señor. —Apenas se oyó.

—Entonces debes pedirlo y asegurarte de que todos te oigan.

—Señor, ¿quieres golpear mi trasero, por favor? —La voz de


Osbert temblaba. Su pene estaba tan duro como un palo de
escoba.

—Por supuesto —dijo el Amo bondadosamente. Palmeó su


regazo, y Osbert casi cayó sobre él, las lágrimas corrían por su rostro.

El Amo frotó las pequeñas nalgas peludas de Osbert


firmemente hasta que comenzaron a volverse rosadas, y luego le
dio una buena palmada entre la grieta. Una vez más, frotó,
calentándolo, y luego otra palmada. El Amo estaba siendo amable
y le dio un buen tiempo de calentamiento a Osbert antes de que la
paliza comenzara en serio. La multitud se quedó en silencio,
asombrada de la técnica del Amo. Comenzó a azotar la nalga
derecha, que estaba más cerca de él dado que el Amo era un
hombre zurdo. Él palmeaba largo y duro, subía y bajaba,
aumentando la presión, pero nunca cedió. Entonces él comenzó
con la nalga izquierda, empezó en la parte superior, y luego trabajó
su camino hasta la parte inferior de las nalgas. Cuando las nalgas
de Osbert estuvieron tan escarlatas como las mejillas de su rostro, el
Amo comenzó a palmear sus muslos, primero uno y luego el otro. A
veces, las palmadas eran más ligeras y el sonido era suave, luego
creció duro y fuerte.

Durante un momento de silencio, el Amo dijo: —¿Osbert?

—Sí, señor —logró decir jadeando.

—Antes de que te corras, tienes que decirme y pedir permiso.

—Lo haré, señor. Lo haré —le aseguró Osbert, casi sin poder
hablar.

Su respiración era jadeante por el intenso placer y dolor, tan


entremezclado, y que se extendía por su cuerpo, se sentía como si
flotara en el aire. Sabía lo que estaba pasando porque yo sentía lo
mismo durante una paliza, al menos cuando lo hacían bien.

No sé cómo Osbert se mantenía todo el tiempo que lo hacía


sin un anillo para el pene, porque mi propio pene estaba duro como
una roca y listo para estallar, y yo solamente estaba mirando. Pero
aun tenía problemas con el auto-control.

—Papi —dijo Osbert. Salió como un grito desesperado—. Papi,


¿puedo?

Tom llegó al lado del Amo en un instante, empujando un


paño entre las piernas de Osbert para proteger los pantalones del
Amo. —Sí, puedes, mi querido niño —el Amo le dijo, palmeando más
fuerte y más rápido, lo que facilitó el orgasmo.

El grito estrangulado que Osbert liberó cuando se corrió llenó


el aire y obtuvo una gran ronda de aplausos de los espectadores. El
Amo llevó la paliza a su fin lentamente y comenzó a frotar las nalgas
de Osbert rápido y con firmeza, entonces más lento y tiernamente,
hasta que cesó. Me encontré suspirando de alivio cuando todo
hubo terminado.

Tom ayudó a Osbert a ponerse de pie, y el Amo se levantó y


lo jaló en sus brazos. »—Lo has hecho muy bien, niño. Muy bien.

Osbert apoyó la cabeza en el hombro del Amo, diciendo: —


Papi —una y otra vez. Por fin, el Amo llevó a Osbert a la banca de
recuperación y colocó una manta alrededor de su hombro, porque
el sudor de su cuerpo comenzaba a enfriarse y Osbert estaba
temblando. Tom le llevó un vaso de agua a Osbert, y el Amo vino a
donde yo estaba mirando.

En lugar de sonreír y coquetear como solía hacer cuando el


Amo llegaba conmigo, me incliné ante él con respeto ante su
bondad para con Osbert y su increíble destreza en el castigo. —
Amo —le dije en voz baja—, me sentí celoso cuando Osbert te llamó
Papi.

Me atrajo hacia su pecho, sosteniéndome cerca. —Precioso


Jade. Eres joven y apasionado. Aprenderás con el tiempo de que
incluso si estoy dándole el favor de mi atención a otro niño durante
un tiempo, no te quita nada de tu parte. Tú eres el niño que va a
llevar mi collar.

Lo miré con emoción. —¿Ahora, Señor, ahora? —Quería que


todos vieran que el Amo me hacía suyo.

—Sí, niño —dijo con ternura—, pero primero debo flagelarte.


Cuando te ponga el collar, quiero las marcas de mi cinto de piel en
ti.

Enrollada alrededor de la cintura del Amo estaba el cinto que


había usado en mí en el Pabellón Real, su primer instrumento de
placer y dolor. Se giró y miró a Tom, y le hizo señas al criado con un
dedo. Tom estaba completamente desnudo, como todos los
esclavos estaban. Él me dio una hermosa sonrisa. »—Tom, ayuda a
Jade con el gancho.

Levanté la vista y vi un gran gancho fijado firmemente a una


estable y pesada viga encima de la cabeza. Ahora que miré bien,
había muchos de ese tipo de ganchos fijados a intervalos alrededor
del calabozo. Tom se fue al armario donde las restricciones estaban
en hileras y trajo una serie de esposas, que entregó al Amo. El Amo
se arrodilló y comenzó a poner las esposas en mis tobillos. Las partes
que rodeaban los tobillos eran de piel acojinadas y unidas con
hierro. Entre ellos había una gruesa barra de hierro que sostenían mi
tobillos rígidamente a una distancia de aproximadamente veinte
centímetros de distancia. Los puños en los tobillos estaban muy
ajustados pero eran cómodos. Mi aliento se atrapó en la garganta.
No estaba seguro de lo que iba a suceder después. Tom trajo un
escalón y me subió en él, entonces, entre el Amo y Tom me
levantaron al revés, hasta que la barra de hierro se enganchó en el
gancho en la viga. Yo estaba al revés, mi equilibrio se había ido. Me
tomó varias largas respiraciones reponerme del shock de estar así,
los brazos colgaban.

Mi cabeza no estaba a más que medio metro del suelo de


piedra. »—Cálmate, Jade. —La voz del Amo se filtró a través de mi
temor momentáneamente, calmante y tranquilizadora. Pasó las
manos arriba y abajo de mi torso para consolarme. El tacto de sus
manos fuertes en mi piel desnuda siempre me hizo sentir seguro.

»—Trae el cinturón con restricciones para sus muñecas —dijo


el Amo a Tom. Mientras esperaba, el Amo seguía acariciando mi
espalda y nalgas, hablándome con dulzura, como si estuviera
calmando a un caballo nervioso.
»—Respira profundo, niño, cierra los ojos si te sientes mareado.
Eso es. Eso es, mi querido Jade.

Cuando Tom regresó, el Amo colocó una correa de piel


alrededor de mi cintura y mis muñecas fueron encadenadas a las
restricciones en la parte posterior.

»—Respira profundamente —me dijo mi Amo, y comenzó en


serio a azotar mis nalgas con la correa. Una vez más, los Amos y
Amas se reunieron para ver. El cinturón golpeaba mi trasero con una
precisión implacable, cada doloroso golpe aterrizaba exactamente
donde el Amo quería que aterrizara. Luego comenzó con mis
muslos, primero uno, luego el otro, hasta que estuvieron bien y
verdaderamente calientes. Cuando se convenció de que estaba
listo, el Amo comenzó a caminar en círculos lentos alrededor de mí,
golpeando mis muslos y nalgas mientras una y otra vez, golpeaba y
paseaba, castigaba mi impaciencia, acariciaba mi cuerpo con su
cinto, amándome con su atención, tranquilizándome con sus
palabras.

»—Buen niño. Buen niño, Jade —decía una y otra vez.

Mis hombros fueron los últimos, pero no recibieron tanta


atención como mi mitad inferior. El Amo los calentó y los marcó sólo
ligeramente. Eran mis muslos y nalgas los que brillaban con calor y
dolor. Cuando mi flagelación hubo terminado, el Amo me dejó
colgado mientras se dirigía a sus invitados. Ya no me sentía
mareado o seguro de mí mismo. Yo estaba en el lugar exacto en
que estaba destinado a estar en ese momento, completa y
totalmente bajo el control y dirección de mi Amo.

»—Amos y Amas, vean ante ustedes a mi niño, Jade. Lo he


regresado a mi servicio. No voy a hablar de lo que causó que me
decepcionara, porque eso ha terminado, y él se ha mostrado
arrepentido y dispuesto a comenzar de nuevo en mi servicio. Para
demostrar mi fe en él, les pido que sean testigos de la colocación
de su collar.

Con la ayuda de Tom, el Amo me bajó del gancho y me


dejaron de pie. Necesite apoyo hasta que recuperé mi equilibrio y
fui capaz de mantenerme firme sólo. El Amo se paró frente a mí y
Tom detrás hasta que estuve completamente estable. Mis cadenas
se mantenían en su lugar, con las manos atadas a la espalda al
cinto en mi cintura. —Arrodíllate —ordenó el Amo. Con mis tobillos
mantenidos separados, no podía pensar en otra manera de
ponerme de rodillas que dejarme caer hacia adelante sobre mis
rodillas, sabía que sería muy doloroso. El Amo esperaba, así que
doblé las rodillas y me dejé caer, y él me sostuvo con una sonrisa, y
me bajó suavemente hasta el suelo. Lo que debería haber sabido
que haría—. Gracias, señor. —Levanté la vista hacia él.

—Siempre estaré para atraparte —dijo en voz baja, y la


mirada de sus ojos hizo que las lágrimas rodaran de mis mejillas.

»—Jade —su voz retumbó—, ¿por qué quieres ser mi niño?

—Porque te amo, señor. —Las palabras salieron de mí con tal


seguridad que la multitud se rio—. ¡Sí! —protesté, resintiéndome de
su diversión—. Te amo, Amo. El sol sale y se pone para mi solo
mientras te sirvo. Cuando me desterraste, lo que me merecía, mis
días eran oscuros y vacíos. No hay nadie en este mundo para mí
aparte de ti. Tengo celos de todo el mundo que te mira.

—¿Por qué quieres ser un esclavo? —El Amo me miró.

Tenía los ojos serios, pero su boca mostraba su diversión. Se


mordió el labio, un signo seguro de que estaba controlando su
deseo de reír.

—Amo, ¿por qué soy tan gracioso? —pregunté.


Ahora él se rio abiertamente. —Jade, estás tan lleno de
rápidas emociones y oscuras pasiones. Eres como el personaje de
una ópera, tremendamente feliz o en las profundidades de la
desesperación. ¿No hay un término medio contigo, querido niño?

—No, señor, no lo hay —le dije con sinceridad.

—Jade, ¿por qué quieres ser un esclavo? —repitió, más


seriamente ahora.

—Yo no quiero ser un esclavo, yo quiero ser tu esclavo, señor.


Yo quiero ser el esclavo del Amo Marcus. Quiero servirte siempre.

Podría haber jurado que vi sus ojos brillar un poco. —Hermoso


niño, te ofrezco mi collar de servidumbre. Si eliges usar este collar,
Estarás obligado a mí hasta que yo elija retirarlo.

—¡Nunca lo retirará, señor! —solté.

El Amo sonrió y señaló a Tom con la cabeza. Tom salió y


rápidamente regresó con un cojín de terciopelo negro. En el
almohadón había un collar de cuero negro, de aproximadamente
dos centímetros de ancho. En un lado había una placa de oro con
letras grabadas. El Amo me lo mostró. Las palabras decían, “Jade,
esclavo del Amo Marcus”. El collar debería tener una banda de
metal en él, ya que mantenía su forma en un círculo perfecto, pero
era flexible cuando el Amo la abrió para rodear mi cuello con él.

Colgando de un anillo pesado de metal en el collar había un


pequeño candado. De su bolsillo, el Amo sacó una llave con una
larga cadena y cerró el candado, fijando el collar firmemente
alrededor de mi cuello. La cadena, colgaba alrededor de su propio
cuello.

—Jade Swift, ahora eres mi esclavo. Ahora eres el niño del


Amo Marcus. —Hizo una pausa antes de añadir—: Mi querido niño.
Fiel a mi emocional naturaleza, me eché a llorar. Quise verme
como un príncipe aceptándolo, como Hyacinthus, como el Amo
me había llamado antes, un hermoso dorado joven de la mitología
griega, un ícono. En lugar de eso parecía un infantil niño llorón. El
Amo sacó su siempre presente pañuelo y me limpió la cara mientras
me sonreía. Él me liberó de las esposas y me ayudó a levantarme.
Caí de rodillas y lancé mis brazos alrededor de su cintura.

Durante mucho tiempo, mientras que el Amo aceptaba


felicitaciones, me quedé de rodillas, incapaz de levantarme, estaba
abrumado con la gratitud y amor sin límites por él.

Más tarde, cuando los invitados se habían ido, me acosté al


lado de mi Amo en la cama, acostumbrándome a mi collar. Lo
tocaba con frecuencia, se sentía extraño y maravillosamente
reconfortante.

—Amo —le dije en voz baja—, te serviré siempre, y nunca


volveré a hacer ninguna cosa para que te avergüences de mí.

—Me alegra oír eso.

—Y nunca más te enojarás conmigo, señor.

—De alguna forma, dudo eso. —Sonaba muy escéptico.

—Siempre te amaré, Amo.

Sonrió. —Será mejor que lo hagas.


—Amo, ¿sigues estando triste por Lord Woolton? —le pregunté
con cuidado porque el Amo me había dicho que no quería hablar
de Christian de nuevo.

Pensó durante unos minutos antes de responder: —No, He


aceptado su elección, aunque no creo que él sea feliz. Pero tendrá
que vivir con su decisión. Ahora soy feliz.

—¿Te hago feliz, Amo? —le pregunté esperanzado.

—Sí, y lo sabes, niño.

—Amo, ¿puedo acostarme arriba de ti?

—Sí.

Rodé arriba de él con mi cabeza en su pecho, mi pene


apretado contra el suyo. No buscaba una erección, simplemente
estaba feliz.

—Eres mi Amo, mi padre, mi mentor, mi sol y mi luna —le dije.

Había un poco de emoción en su voz cuando murmuro: —


Buen niño.

—¿Qué soy yo para ti, señor?

—En primer lugar, no creas que vaya a ser indulgente contigo


con tu dulce parloteo muy a menudo —me advirtió.

—No señor. No sueño con eso.

El Amo frotaba sus manos con firmeza arriba y abajo de mi


espalda y nalgas. Amaba la sensación de sus manos sobre mi
cuerpo. —Eres mi esclavo. Eres mi niño. —Hizo una pausa—. Eres mi
protegido y mi compañero.

—¿Tu dulce corazón? —aventuré.


—Sí, mi dulce corazón.

—¿Me amas, Señor? —murmuré—. ¿Me amas como yo te


amo?

—Sí, Jade, Te amo. Te amo mucho.


Crecí en Liverpool, Inglaterra, con un gran amor por los
libros y el idioma Inglés. Cuando fui mayor me mudé a Canadá,
pero volví a Inglaterra de visita cada pocos años para recordar mis
raíces. Me encanta escribir y me encanta el romance, por lo que unir
las dos cosas es un ajuste perfecto. “Jade Precioso”, mi primer libro
publicado, fue inspirado por una visita al Royal Pavilion, Brighton,
a principios de 2009. Siempre he tenido una fascinación con los
asesinos y no pude resistirme a escribir sobre uno en mi nuevo libro,
“Ángel y el asesino”.
esther

gaby

Gaby

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disfrutar de todas estas historias!

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