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Colegio Salesiano El Patrocinio de San José

“El sueño que hace soñar”

ANEXO 1

HURACÁN

Una mañana de verano, a la granja del señor cerdito, llamado Bartolo, llegó un
perrito huérfano que había nacido en una camada de diez cachorros, siendo él el
menor de todos y el más enfermizo. Habían nacido al lado de una acequia y la
gente, al pasar, se habían llevado a todos sus hermanos, pero a él, por verse tan
desnutrido, lo dejaron de lado y su madre, un día que salió a buscar comida,
simplemente no volvió más. Al verse abandonado y hambriento, se puso a caminar
y caminar, hasta que esa mañana llegó a la granja. Al escuchar tantos ruidos
extraños, pues era la hora del desayuno y todos andaban un poco alborotados,
decidió entrar a inspeccionar y ver de qué se trataba tanto barullo, encontrando a un
sinfín de animales que estaban cada uno en lo suyo;

Las señoras gallinas: Clotilde, Picondria y Petunia - correteaban a sus pollitos y


escarbaban en el suelo en busca de gusanitos, el gallo Clotario, vigilaba todo desde
lo alto del granero, una gata gorda y perezosa llamada Caricia, se acicalaba al sol,
sobre unas tablas secas. Los cerdos, en un gran grupo, con el señor Bartolo a la
cabeza, se preparaban para ir de excursión al campo, hablando todos a la vez.
Rufo, el gran perro perdiguero, intentaba por todos los medios conciliar el sueño tras
una larga noche de vigilia, cuidando la granja de intrusos.

Todos estaban tan ocupados en lo suyo, que la llegada del pequeño perrito huérfano
pasó casi inadvertida si no hubiese sido por la mirada atenta de Rubio, Manchas y
Petardo, tres perros jóvenes e inquietos que se pasaban el día correteando de un
lado para otro, mordiéndose la cola entre ellos y riendo de buena gana con los
chascarros que les sucedían. Al ver al pequeño perrito entrar a la granja, lo salieron
a recibir a ladrido pelado, es decir, en un gran alboroto de ladridos por doquier. Al
escuchar tal escándalo, todos dejaron de hacer lo que estaban haciendo y fueron a
ver qué era lo que sucedía. En un dos por tres, el perrito huérfano se vio rodeado de
animales que lo miraban curiosos, mientras Rubio, Manchas y Petardo lo olían y
empujaban con sus narices húmedas. En eso estaban cuando el grupo se abrió y
apareció don Bartolo, moviendo su gran cuerpo rosado al son de su gordura y
prestancia, como debe ser un gran líder de granja.

Un solo vistazo le bastó para saber que el cachorro no era una amenaza y que
seguramente estaba perdido o abandonado.

¿Cómo te llamas?, le preguntó con una voz gruñona de cerdo mandón. Con la
pregunta, el perrito se quedó mudo, sin saber qué debía responder. Luego de un
instante, le dijo que buscaba comida y agua.

Don Bartolo miró a los animales a su alrededor y, pasados unos segundos, dijo en
voz alta:

“Parece que nuestro amigo no tiene idea que uno debe tener nombre”. Esto le
pareció tan gracioso a Manchas, que explotó en una gran carcajada. Rubio y
Petardo, mirando a Manchas, se contagiaron con la risa. El jolgorio de los tres
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perros era tan pegajoso, que los pollitos también comenzaron a reír y, tras ellos, las
señoras gallinas, el gallo Clotario, el resto de los cerdos y así, hasta que incluso la
antipática de Caricia esbozó una sonrisa.

Al ver a todos los animales riendo a su alrededor, el perrito no sabía qué decir, pues
nunca había escuchado la palabra “nombre” y no sabía que uno debía tener un
nombre para saber quién era.

Don Bartolo se dio cuenta que el perrito movía su colita rápidamente, en círculos
cortitos, levantando el polvo que estaba tras él. Al ver esto, el jefe de la granja tosió
un par de veces y las risas se fueron apagando poco a poco, hasta que Manchas –
quien había comenzado – dejó escapar su último suspiro sonrisístico y, ya en
silencio, se secó las lágrimas, producto de su desbocado sentido del humor.

Don Bartolo se acercó al perrito y, poniendo su pata rosada sobre la cabeza del
pequeño animalito, hablo con voz de ley, diciendo: “En base a los acontecimientos
ocurridos esta mañana de verano, en donde este cachorro ha ingresado en nuestro
espacio común, y viendo su lamentable estado, su precaria contextura, su lastimosa
mirada y su increíble manera de mover su rabo, levantando el polvo tras él, he
decidido que esta cosita se llamará… Huracán”

Al escuchar éstas palabras, todos dejaron exclamar un “Ohhhh” rotundo y, desde


ese día, el perrito huérfano, poco a poco se transformó en el gran Huracán, quien
aún hoy, muchos años después, lleva con orgullo ese nombre, siendo el guardián
oficial de la granja.

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