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Févrel

Un árbol es el mejor amigo de todos. Siempre sabes donde encontrarlo. Escucha sin

burlarse. Protege del sol y de la lluvia. Una brisa fresca siempre bailotea a sus pies. Y da

sin esperar recompensa.

Févrel no es su nombre, sólo mi nombre para él. Su nombre real debe ser majestuoso,

profundo, antiguo como las montañas, largo como el suspiro de Atlas. Que alguien dijera su

nombre sería como quebrar su alma. Pero yo no conozco su nombre. Me gustaría saberlo,

algún día.

Sentada en mi cama, leo un libro inconcientemente, como un reflejo o un instinto. No

puedo concentrarme. Leo una frase y me olvido de la anterior. Las paredes de mi pieza,

llenas de pósters y libros, comienzan a sofocarme, quiero estar afuera. Abro las ventanas de

mi pieza, a ver si eso ayuda. Ven… siento una voz en mi cabeza, profunda como las raíces

de Yggdrasil, verde como un mundo nuevo. Mas no es una voz, es un sentimiento que no se

manifiesta en palabras. Debe ser la naturaleza que me llama.

Camino hacia la laguna donde vive Févrel. Me demoro media hora, y llego cansada y

renovada. Me siento a sus raíces a leer, ahora más concentrada que antes. Vuelvo a leer el

capítulo que leí en mi pieza hace media hora. Las largas y caídas ramas del árbol me

esconden. Qué tranquilidad. Una suave brisa juega con mi pelo, dándome escalofríos.

Acércate… otra vez la voz telúrica de la naturaleza me habla. O tal vez no es de la

naturaleza, sino que de Févrel. Quiere que me acerque más a él. Recuerdo que una vez

intenté escalar el árbol, pero llevaba puesta una falda y fue todo un intento fallido. Lo

intentaré otra vez. En mi primer intento, una ramita me roza el cuello y yo creo que es una

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araña. Del susto, me suelto y quedo desplomada en el suelo. La segunda vez, casi lo logro

pero pierdo el equilibrio y me voy de espalda. Quedo en el suelo por bastante tiempo

recuperando mi aliento, hasta que un perro me viene a lamer el rostro y me paro para evitar

que lo haga. Me duele la espalda, pero sigo intentando. Me doy una vuelta alrededor de

Févrel y descubro un nudo que sobresale del tronco. Usándolo de escalón me subo al árbol,

¡Al fin! Arriba, encuentro dos ramas que forman una “Y” que me sirve de asiento. Todo se

ve distinto desde aquí arriba. Escucho el susurro del viento, el murmullo de las personas

allá abajo, el ronroneo de los autos en la calle.

Veo algo moverse entre las ramas a mi izquierda. ¿Algo blanco, o verde tal vez? Un

pajarito, o una alucinación. Lo veo otra vez, como un secreto que quiere contarse pero tiene

miedo. Cuando al fin se decide, giro lentamente la cabeza para ver qué es. ¡Qué sorpresa!

Qué maravilla. Es un ojo, bailando en los dedos del viento, largo, verde y café, con

pestañas de musgo. Alguna vez alguien me dijo que las hojas son los ojos de los árboles y

que se cierran cuando alguien los mira. Yo no lo creí. Pero este ojo, lo miro y no se cierra.

Me dice la verdad con su mirada. Una mariposa vuela por delante del ojo y lo espanta.

Vuelve a ser hoja. Espero atenta, pero nada ocurre. El viento mece al árbol, trayendo un

aroma a agua y tierra. Las ramas se mueven, es como si me estuvieran abrazando.

Comienzo a sentirme distinta… Soy parte del árbol, estoy unida a él, su vida pulsa por mis

venas. Percibo sus pensamientos como un lento hormigueo que sube por mi cuerpo.

Gracias… Févrel me transmite paz, armonía y gratitud. Me dice que soy su única amiga.

Acostada entre sus ramas, me habla de muchas cosas, de los pájaros que anidan entre sus

ramas, de las pequeñas flores blancas que le brotan cada primavera, y de las abejas que

vienen a tomar el néctar de las flores. Está feliz de poder hablarme. Pero ahora quiere

decirme algo más importante, y no sabe cómo. Percibo su frustración, y la comparto.

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Quiero ayudarlo pero no sé cómo. Intento comprender lo que me quiere decir. Apreto mi

oreja contra él, tratando de escuchar, pero es inútil porque su voz no es algo que se escucha

sino que se siente. La hoja se vuelve a abrir, y esta vez su mirada no es de curiosidad sino

que de tristeza. Hay una lágrima de rocío en el ojo. Se cierra nuevamente. Dejo de intentar,

no podré comprender lo que Févrel me quiere decir. Me rindo, y me relajo contra sus

ramas. Y de pronto lo siento, como olas de alegría, tristeza, paz y confusión, y un millón de

sentimientos más que no sé describir. Era esto lo que Févrel me quería decir. Me ha dicho

su nombre. Tan majestuoso… me contó su vida, y es ese su nombre: su historia. Nunca

podré repetir lo que me dijo, y si pudiera no lo haría.

La conexión con Févrel se ha roto, y me percato de la posición baja del sol. Deben ser las

seis de la tarde. Me estarán esperando en casa.

Ya no percibo los sentimientos de Févrel; como si fuera cualquier árbol. Qué extraño. Se

me ocurre algo terrible, ¿fue todo sólo un sueño? No quiero que haya sido un sueño.

Me comienzo a bajar del árbol, pero algo me detiene. Una de las hojas se mueve. Ya no hay

nada de brisa, pero aún así la hoja se mece, como haciendo señas. Adiós… hasta el próximo

encuentro…

Río, y comienzo a caminar de vuelta a mi casa.

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