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terminemos por colocarlo dentro de una realidad aséptica y por sustituir un tipo de
terror por otro. Término de enunciar esto y ya me encuentro perdido, podría decirse
incapacitado de comprender que el lenguaje del terror siempre se nos vuelve en contra,
sistema nervioso tanto hacia la histeria como hacia una aparente y apática aceptación,
ambas, las dos caras del terror, el arte político de lo arbitrario, como de costumbre”
Si bien hacemos parte del engranaje del sistema y estamos atravesados por la
institucionalidad somos sujetos sensibles en constante construcción a los cuales, estas
narrativas de dolor también nos interpelan. Es así como el dolor que producen los hechos
victimizantes transita, primero en forma de narración, para pasar a ser un formulario que
posteriormente será objeto de análisis y finalmente una decisión, pero este tránsito que
aparentemente ocurre en una línea de producción no deja ilesos a quienes hacen posible
que el aparataje funcione.
Un encuentro con una mujer del pueblo wayuu con quien pude conversar de
manera informal posterior al desarrollo de un grupo focal cuando tuve mi primer trabajo
como antropóloga se convirtió en la motivación para escribir sobre las víctimas y los
mecanismos institucionales para administrar el dolor, la vulnerabilidad, incluso la identidad
étnica. En ese entonces estaba trabajando para una Organización no gubernamental y
debía recolectar la percepción que algunas poblaciones indígenas y afrocolombianas
tenían sobre la implementación de los decretos con Fuerza de Ley por parte de las
instituciones del Ministerio Público1.
Su nombre puede ser A, pudo haber sido del clan Ipuana, Apuchaina o Epiayú, su
relato recoge el sentir no solo de las mujeres sino de muchas de las víctimas de su pueblo
1
Las entidades del ministerio público son La Defensoria del Pueblo, las Personerías Municipales y
las procuradurías.
que se negaban a declarar los hechos de los cuales habían sido víctimas. Esta
experiencia fue una ventana de la relación entre trabajadores estatales y población étnica,
la resistencia que existía para interactuar con la institucionalidad, la poca credibilidad que
las entidades tenían frente a las comunidades indígenas y la manera como los
trabajadores estatales representaban a las víctimas y a las poblaciones étnicas.
Una vez terminado el ejercicio de grupo focal con las mujeres, me reuní fuera de
las instalaciones del hotel con esta mujer líder de una organización de mujeres wayuu que
se ha dedicado a instaurar acciones en contra del Estado y busca visibilizar las
afectaciones que han tenido las mujeres wayuu en el marco del conflicto armado. Le
pregunté por qué razón no quiso participar en el grupo focal si era ella una de las voces
autorizadas por la comunidad.
Para esta mujer, quienes hacen parte del trabajo con las víctimas deben estar
capacitados para entender las dimensiones culturales de las personas y tener un
tratamiento preferente y diferencial. Denunciaba que los funcionarios al ser alijunas
(mestizos no indígenas wayuu) nunca iban a poder entender las implicaciones de los
hechos que sufrían y lo más preocupante y frustrante para ella, era la falta de empatía
para abordar la atención de las personas de su pueblo, por eso ella, no había ido a
declarar, como tampoco lo hacían otras mujeres de su pueblo.
Uno necesita esperar un tiempo, sentir que uno puede contar y que no se repite.
Hay ciertas cosas que contaminan de nuevo, al que cuenta y al que escucha.
Hablar por hablar de lo que pasó hace que uno pase de nuevo por la tragedia y
algunas cosas en el mundo wayuu hacen mal a la comunidad. Un hecho, una
matanza dirá usted, una masacre como dicen, es una cosa gravísima, y si pasa en
el territorio es peor para todos. Si se profana un cementerio es muy grave y si hay
una desaparición de una persona es un desequilibrio para la comunidad, por
ejemplo, pero si se habla de eso, nuevamente es como si estuviera pasando otra
vez. Eso es lo que muchas veces las personas como usted no ven, no entienden y
no sienten.
Ahora bien, ¿qué pasaba si una persona declaraba? ¿Qué sucedía cuando
decidían, por fin hablar, traer el acontecimiento a las palabras, darle cuerpo en castellano
y contarlo ante un trabajador estatal del Ministerio Público sentado en un cubículo frente a
un computador cuya cara inversa era a la cual se iba a enfrentar la víctima? Lo que la
lideresa wayuu era el sentir de una víctima frente a un ejercicio narrativo que implicaba
revivir el dolor, pero no era es sólo el acontecimiento sino también la visión que tiene de
quien la escucha. Su declaración manifiesta una fuerte inconformidad con lo que lo
ofrecen, tanto la institución como el funcionario público, lo que pone de manifiesto los
límites del lenguaje respecto a los afectos.
La palabra sucia es de cuidado tanto para el que cuenta como para el que
escucha. Por eso no se va hablando así frente a un computador ni frente a un
desconocido que nada sabe de cómo vive uno.
¿Contar lo que pasó para que me den una ayuda humanitaria? ¿para que me den
una reparación? Yo no soy un carro y mi pueblo no es un carro para que nos
anden reparando. ¿Si yo cuento a cambio de la ayuda humanitaria, que hago con
el desequilibrio? Pero ha pasado un tiempo y cuento, y la persona no me cree y
me dice que me vaya, o solo tengo palabras en mi lengua para contar ¿cómo la
persona que escucha mi palabra sucia me puede entender? No entienden mi
costumbre, no puede entender mi dolor.
Pero si por fin intento hablar y me escuchan, esa persona que me escucha se va
a contaminar y por eso después tratan mal a la gente porque es que ellos también
se ensucian. Si yo le contara a usted lo que a mí me pasó usted también se va a
ensuciar, se va a llevar mi palabra, mi dolor, el sucio ¿qué va a hacer con eso?
Saber qué le duele al otro es un ejercicio de traducción que ha sido llevado a cabo
desde tiempos milenarios por diferentes áreas del saber. Antaño, el médico aprendió que
dolor del paciente era el síntoma de la enfermedad, entendió que debía entender el origen
del padecimiento a pesar de no experimentar el dolor del enfermo. De igual manera, a
través de la palabra se entendió que había otros males, los del alma. Estos se vuelven
aún más complejos porque están aferrados a las tradiciones, a los sistemas de valores, a
las visiones de mundo, a las violencias de las que somos víctimas.
Ahora bien, lo que ella concibe como palabra sucia, esa que relata el hecho
violento se convierte en lo que Veena Das llama conocimiento envenenado, pues este
conocimiento surge en un contexto especifico, el de violencia. En este contexto, el que
sería mi par, el otro que puede compartir el mundo conmigo se convierte en un ser
aterrador capaz de perpetrar un hecho violento contra el mundo conocido. Lo que señala
Das es que nuestra concepción ideal del mundo se ve trastocada, nuestros usos y
costumbres se ven trasgredidos, tal cual como le sucedió a Antígona que reclamaba ante
la imposibilidad de enterrar a su muerto. La pregunta de Das es contundente respecto a la
situación: ¿Cómo se habita nuevamente el mundo después de una perdida?
Por otro lado, la desconfianza que siente ante el funcionario público atraviesa a
toda una institución. La cuestión es que muchas veces las personas que reciben a las
víctimas para que hagan el relato de los hechos no pueden comprender el mundo del otro
porque no hacen parte de su comunidad, mucho menos va a sentir que es comprendido
por alguien que se encuentra a miles de kilómetros en la frontera que impone la pantalla
del computador. Lo que me lleva de nuevo a la reflexión que hace Ludwing Wittgeinstein
Nuestro autor reconoce que podemos nombrar a nuestras vivencias, pero cuando
referimos esos nombres a los demás tienen otro sentido -no son “simétricas”-,
porque el acceso a nuestros estados interiores no es igual a la aprehensión de lo
que sienten los demás. Prefiere no llamar saber a la convicción de nuestras
sensaciones -convicción que además no es absoluta-, salvo contextos dialógicos.
La lideresa wayuu reconoce el límite de dos mundos, el del funcionario público despojado
de sus costumbres y de su imposibilidad de comprender su palabra porque no hace parte
de su mundo, por eso sus reservas a la hora de contar el suceso trágico, pero también
reconoce que cuando cuenta está envenenando al otro, por tal motivo prefiere el silencio.
El propósito de dar a conocer las percepciones de las líderes wayuu es mostrar las
reservas que puede tener una víctima con la institución. Es mostrar que muchas veces las
víctimas entienden que la burocracia estatal es incapaz de comprender su dolor, que sus
herramientas son insuficientes para entender qué significa la violencia según cada
territorio. De igual manera, retomo el relato de don Carlos Sixto quien esperaba ser
reparado de manera material por parte del Estado debido a su vulnerabilidad, en
contraposición esta lideresa se oponía a pensar que objetos materiales pudieran
devolverle lo perdido. Por lo tanto, cada víctima es un mundo diferente con intereses
particulares. La institución se ve enfrentada a suplir diferentes necesidades una vez las
víctimas la interpelan. Ahora quisiera continuar con el recorrido de la palabra sucia una
vez deja a la víctima y pasa a manos del servidor público. No está de más decir que mi
intención no es mostrar qué tan capacitado se encuentra el servidor público para tomar la
declaración sino entender las dimensiones afectivas que produce el conocimiento
envenenado. De modo que, podría considerarse que a través de mi indagación surge a la
par un relato sobre cómo viaja el dolor.
Lina Palma es una mujer que empezó a trabajar como asistente de una personería
municipal en el departamento del Cesar, cuando el personero se ausentaba ella quedaba
a cargo de recepcionar las declaraciones. El personero se ausentaba para irse a
capacitarse a otras ciudades, recibía capacitación de cómo abordar un relato de una
víctima, pero nunca compartía esta información con sus subalternas quienes debían
recepcionar la declaración.
Para Wittgestein, el dolor habita, al menos por un momento en el cuerpo del otro,
en el caso los funcionarios que tramitan con los relatos de dolor, se podría decir que este
no solo habita por un momento o por una fracción de tiempo en el cuerpo. El relato sobre
el dolor de la víctima étnica, el relato de la palabra sucia se fija, se adhiere cuerpo del
funcionario.
A esta gente le pasa mucho eso. Como viven en el campo y por donde hay
actores armados y minería, cultivos ilícitos, como esas personas están en
medio de todo les pasa eso. Los actores armados han controlado los
territorios de las comunidades de muchas maneras, ya las personas también
han tenido que aprender a vivir con eso. Entonces cuando uno se encuentra
con una situación de esas pues uno ya sabe que así son las cosas y que esas
cosas les tienden a pasar a esas personas. Por ejemplo, lo que tiene que ver
con violencia sexual. Es una situación que poco se declara, pero de la que
mucho se sabe, hay un estigma respecto a eso, pero se sabe que por lo
menos en las comunidades afrocolombianas eso ha sido una constante. La
violencia sexual como un control de las poblaciones. Eso en esas poblaciones
afro pasa mucho. Uno tiene que estar preparado para lo que le venga
Otra vía es cuando inevitablemente somos afectados por la noción de dolor que ha
construido. La manera como he construido la representación de la víctima nace desde la
percepción que yo misma tengo respecto a ciertos eventos. Esta lectura respecto al dolor
está atravesada por mi formación, el peso de la responsabilidad de incurrir en alguna
acción que afectara la entidad, aun cuando las decisiones se tomen en el marco de los
derechos humanos hay siempre un riesgo de generar precedentes, de “abrir las puertas”.
Por otro lado, la lideresa wayuu, previamente, me había permitido entender que la
palabra también envenena y Lina confirmaba su hipótesis al reconocer que muchos de los
relatos eran muy fuertes. ¿Qué hace el servidor público con ese conocimiento envenado?
La pregunta sobre cómo debe asumir la palabra sucia al servidor público me hace
repensar la figura del testigo modesto y me cuestiona de si es posible quedar ileso
después de un relato plagado de tragedia. Lo que surge es un conocimiento atrincherado,
uno también es leído como un sujeto inmerso en la guerra porque tiene que entender
desde su cubículo al otro. El análisis de su caso, clasificado a través de hechos violentos
en un formato pareciera un conocimiento despojado, en el que sólo se clasifican sucesos.
No obstante, no puedo despojarme del conocimiento adquirido en la academia, ni
satanizar el conocimiento antropológico a pesar de reconocer que es un conocimiento
colonial y eurocéntrico. En otras palabras, me debato en una frontera en la que debo
aprender a entender la valioso de la construcción que ha hecho el hombre blanco europeo
para leer el mundo, sin ese lenguaje las instituciones no serían posibles y no podrían
hacer el intento de traducir al otro, pero sus alcances son deficientes para alcanzar a
comprender el contexto, la materialidad desborda sus alcances. En la posición en la que
se encuentra Lina, el funcionario público representa al Estado. Para muchos colombianos,
solo cuando se reconocen víctimas sienten su presencia, por tanto, es a ese padre
indolente al que le piden asistencia. Su posición aparentemente es la del testigo modesto
a través de los formularios que va diligenciando, así las cosas, se supondría que su
interés por el conocimiento de los sucesos es meramente objetivo y que no debe ser
presa de sus afectos.
Pero más allá de esa posibilidad de corporizar el dolor, es preciso decir que éste
mismo se inscribe dentro de los códigos de interacción de las estructuras estatales. Es
percibido y significado en el marco de la dimensión social, por lo que el dolor de una
víctima no solo reside en el cuerpo de la víctima. El dolor tiene una realización cuando
sale de la esfera individual y se transmite a otros sujetos. La palabra sucia es un
mecanismo para hacer partícipe al otro de mi dolor, de darle un lugar transitorio para ser
aliviado. El dolor es para Das no es estrictamente personal:
Entre el año 2016 y 2018, eran muy recurrentes mis entradas a urgencias, tenía
seguidas crisis de dolor sin causa aparente. Pasaba por radiografías, exámenes como
electromiografías, se dictaminaba problemas de postura y actitudes escolioticas pero no
había otra causa aparente para mis episodios. Debía tomar incapacidades y usar
analgesia, sin embargo, no me tomaba los días y trabajaba desde mi cama.
Así las cosas, creamos sujetos sufrientes de los cuales nos hacíamos
responsables, responsabilidad no dimensionada e incierta. Una de las dimensiones poco
exploradas era lo que sucedía con la víctima, pero lo más incierto era lo que sucedía con
nosotros y la narrativa que producíamos sobre los sujetos que interveníamos y como esta
a su vez nos atravesaba.
Una vez dicho lo anterior, desde mi cansancio emocional, mis dilemas éticos y la carga
que estas decisiones generaron sobre mí, también exploré los relatos y percepciones de
otras funcionarios y colaboradores. Lo anterior desde mi postura como un testigo
modesto, que más bien se tornaba a un sujeto informado, alguien que también padecía
los rigores de la institucionalidad.
Una vez dicho lo anterior, desde mi cansancio emocional, mis dilemas éticos y la
carga que estas decisiones generaron sobre mí, también exploré los relatos y
percepciones de otras personas con las que trabajé o interactué de alguna manera en el
ámbito institucional. A riesgo de caer en los determinismos de mi disciplina de base,
siento que generé representaciones de las personas cuya labor es la en la función
pública. No es que mi percepción se haya transformado de manera radical después de ser
atravesada por estas lógicas institucionales o de haber hecho consciente como
generamos y reforzamos las categorías de la vulnerabilidad. No puedo negar que
después de esta experiencia puedo leer con otras consideraciones la noción de la función
pública, sobre todo este tipo de función que integra la configuración de otredades
multiculturales y administra la noción de la victimización. Todo lo que hablo de la función
pública es desde una perspectiva critica porque mi devenir es ser el del intelectual
orgánico.
Referencias
Sanguineti, J. J. (2016). Vivencia y objetivación. El lenguaje del dolor en Wittgenstein. Tópicos, (52),
239–276. https://doi.org/10.21555/top.v0i52.711