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LOS GUARDIANES DE LA MONTAÑA

En las altas y majestuosas montañas de los Andes peruanos, un grupo de


animales autóctonos habitaba en armonía con la madre naturaleza. Entre ellos
destacaban Kusi, el imponente cóndor de plumaje resplandeciente; Inti, el
astuto puma de mirada profunda; Pachamama, la sabia vicuña de paso sereno;
y Taki, el diligente armadillo de andar sigiloso. En aquel rincón mágico, la vida
era tranquila y la tierra era respetada como un ser divino.

Mas un enorme problema asechaba aquel hermoso lugar. Corría la voz entre
los seres alados y los que caminan en cuatro patas que un hombre poderoso y
codicioso, llamado Sebastián, tenía muy malas intenciones para aquellas
tierras sagradas. La codicia, lo llevaba a anhelar extraer los tesoros escondidos
en las entrañas de la montaña. Su sed de riquezas desataría una remolino de
destrucción y desolación sobre el santuario natural que los animales protegían
con tanta determinación, ya que era su hogar.

La noticia agitó los ánimos de los guardianes de la montaña, y Kusi, Inti,


Pachamama y Taki se reunieron en el corazón de la montaña.

—¡Oh, hermanos! —exclamó Kusi, desplegando sus alas majestuosas—.


Nuestro hogar está en peligro, la avaricia de los hombres amenaza con destruir
lo que es sagrado para nosotros y para la tierra misma.

La mirada profunda de Inti miró a cada uno de sus compañeros y respondió:

—Entonces debemos actuar unidos, en armonía con los mandatos de la


Pachamama y la fuerza del Inti, para salvaguardar este rincón de vida y pureza.

Así, los valerosos animales emprendieron una fuerte resistencia contra la gente
del hombre codicioso. Kusi surcó los cielos con amplios aleteos, desplegando
su enérgico canto que resonaba en la montaña. Inti, en la penumbra de la
noche, se convertía en sombra silenciosa que provocaba temor en los
corazones de los hombres que, atemorizados, se creían víctimas de espíritus
vengativos de la montaña. Pachamama, sabia y serena, imploró a los espíritus
de la tierra que protegieran su hogar. Taki, por su parte, con su astucia, saboteó
las herramientas y maquinarias que destruían la montaña.

La lucha fue sangrienta y por un breve lapso, pareció que los animales y la
montaña resistirían victoriosos. Sin embargo, Sebastián no descansó en su
afán codicioso y aumentó sus fuerzas, invadiendo con mayor ferocidad. La
naturaleza sufrió heridas profundas y la devastación se sintió también como un
gran dolor en los corazones de los guardianes.

Reunidos nuevamente en el corazón de la montaña, con el peso de la derrota


resonando en sus almas, los animales comprendieron que aunque habían
perdido la batalla contra el hombre insensible, jamás perderían los valores que
la naturaleza les había enseñado.

—Hermanos —dijo Pachamama con voz suave pero firme—, aunque hayamos
sido vencidos, no podemos permitir que la codicia y el egoísmo triunfen en
nuestro ser. Debemos encontrar fuerza en nuestras raíces y en nuestra unión
con la madre tierra.

Los ojos de Inti brillaron intensamente:

—La grandeza de la naturaleza es paciente. Aun en las peores tormentas,


renace la vida. Aprendamos de su sabiduría y seamos fieles guardianes de
este bello lugar que es nuestro hogar.

Y aunque Sebastián, con su codicia insaciable, logró extraer tesoros


momentáneos de la montaña, la Pachamama hizo justicia, haciendo que caiga
sobre la mina un Huaico sin precedentes y puso un límite a su ambición
desmedida. La tierra misma le recordó que no se puede explotar sin piedad lo
que no le pertenece.
Desde entonces, la montaña y sus animales guardianes se convirtieron en
leyenda, recordando a las generaciones venideras la importancia de proteger y
respetar la tierra, y la sabiduría de aprender de las derrotas para encontrar la
fuerza y la esperanza en un futuro donde la naturaleza y los valores
prevalecen.

Fin.

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