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Naturalmente, es posible reprochárselo.

Su ambición lo lleva muy alto y le permite


convertirse en emperador a los 35 años. Pero esa misma ambición también lo
lleva a lanzarse a la guerra excesiva contra Rusia en 1812, a volver a ir a la guerra
en 1813 y 1814, a negarse de manera obstinada a firmar la paz y a intentar un
último regreso en 1815, que resulta en la derrota de Waterloo. Su ambición lo
extravía. Arrastra al “Gran Imperio” en su caída, pero enseguida se muestra capaz
de trascenderla en Santa Elena, sentando las bases de su leyenda.

Al comienzo de su reinado todo le sale bien, en particular en los campos de


batalla, como en Austerlitz, un año después, el mismo día de su coronación.
Embriagado, Napoleón no descansa. Después de su regreso al poder en
1815, los ejércitos napoleónicos ya no dan la talla y son derrotados en
Waterloo. ¿Le gustaba demasiado la guerra?

El mismo Napoleón decía que amaba la guerra como artista. Se sentía cómodo en
los campos de batalla porque podía desplegar sus talentos militares que eran
extraordinarios, algo que todo el mundo, hasta sus enemigos, reconocían de
buena voluntad. La mayor parte de las guerras de esa época son defensivas,
hasta 1808, momento en el que se deja llevar por su ambición. En España, sobre
todo en Rusia, demuestra que hace la guerra ante todo por amor a la gloria. Los
retos son cada vez mayores, el número de muertos aumenta y las batallas son
cada vez más sangrientas. Siendo así, se estima que alrededor de un millón de
soldados franceses murieron durante las guerras de la Revolución y del Imperio,
una cifra que ciertamente es muy alta, pero es menor que la de los conflictos
contemporáneos.

Otros hablan sobre su falta de sensibilidad ante el dolor humano. ¿Cómo era
eso realmente?

Los testimonios sobre este tema están divididos. Algunos lo describen como un
ser insensible, otros como alguien muy atento a las enfermedades, al sufrimiento
de sus parientes, recomendando él mismo remedios para sus hermanos o para su
esposa en sus cartas. Simplemente no tiene la misma actitud cuando está en sus
funciones de jefe de guerra que cuando está en su papel de hombre privado. Su
decisión de hacerle la eutanasia a los enfermos en Jaffa, durante la expedición de
Egipto, dio mucho de qué hablar. Ahora bien, incluso forzándose a ser insensible
se conmueve, como ocurrió después de la batalla de Eylau, particularmente
sangrienta, donde lo afectó el espectáculo de la sangre sobre la nieve.

Napoleón perfecciona el Estado moderno, centralizado, y promulga en 1804


el Código civil. Pero este último impone el modelo patriarcal y afirma la
incapacidad jurídica de la mujer casada. Después de haberse casado con
Joséphine de Beauharnais, la repudia porque ella no le da un heredero. Hoy
en día, Napoleón es tachado de misoginia. ¿Es un término apropiado?
Napoleón no escapa a los prejuicios de su tiempo. Parece haberle dado poca
importancia a la condición femenina, pero seguía razonando como un hombre del
siglo XVIII y, ciertamente, no como uno del siglo XXI. Sin embargo, es posible
señalar que el Código civil, por imperfecto que fuera, le reconoce una existencia
legal a la mujer, y que hay una diferencia entre el derecho tal como es enunciado y
la realidad de la sociedad, algo que no se percibe necesariamente hoy en día: por
ejemplo, las investigaciones de archivo más recientes regresan sobre el papel de
las mujeres que dirigían solas explotaciones agrícolas o empresas.

También se olvida que Napoleón tenía en alta estima a muchas mujeres. Aunque
utilizaba prejuicios para desacreditar a sus enemigos políticos como Germaine de
Staël, recibió consejos de algunas mujeres, en particular de Joséphine. Fue sin
duda el primer soberano en confiarle una misión diplomática a una mujer, la
condesa de Brignole, en 1813; nombra a su hermana Elisa al mando del gran
ducado de Toscana y, finalmente, le confía la regencia del Imperio a su esposa
Marie-Louise, quien gobierna por él durante un año y medio, firma los decretos,
ordena el reclutamiento de los soldados y valida las condenas de muerte en su
lugar.

En 1802, Bonaparte, convertido en Primer cónsul, decide mantener la


esclavitud “conforme a las leyes y reglamentos antes de 1789”, primera
acción para restablecerla, si bien había sido abolida por la Convención en
1794. Dos siglos después, hoy en día es la principal crítica que surge en su
contra. ¿Está justificada?

Ante la esclavitud, la actitud de Napoleón es ambivalente: libera cientos de


esclavos en Malta en 1789, luego recluta a la fuerza esclavos para el ejército de
Egipto unas semanas después. Por años, uno de sus servidores más fieles es un
antiguo esclavo, el mameluco Rustam Raza, llamado Rustan. Desde el punto de
vista moral, el restablecimiento de la esclavitud es, por supuesto, un error atroz y
una mancha en el historial del Consulado, que sin duda impresionó en esa época
y que nos sigue impresionando todavía hoy, con muy justa causa. Bonaparte quiso
actuar demasiado rápido, sin reflexionar, buscando el beneficio y la estabilidad a
corto plazo, algo que de hecho es bastante sintomático de su práctica del poder,
donde las grandes ideas a menudo son puestas en riesgo por puro pragmatismo.
Sin duda, terminó por arrepentirse de esa decisión y entendió que la posteridad se
lo reprocharía. Ordenó la abolición del comercio de esclavos durante su breve
regreso al poder en 1815, y en Santa Elena tratará de liberar algunos esclavos de
la isla con los que tuvo la oportunidad de hablar.

Dicho esto, es muy bueno que se aborde la cuestión de la esclavitud, los


historiadores han hablado al respecto desde hace décadas sin interesar al gran
público, y la atención que se la ha dado últimamente a este tema demuestra que la
manera de considerar a Napoleón está evolucionando. Ya no es un mito un poco
fosilizado por su leyenda. Años de publicaciones críticas, que tratan de poner su
régimen en perspectiva y de escapar al prisma de la gloria, terminaron por dar
resultados. El gran público se está alejando de esa visión heredada de la III
República de un Napoleón invencible e infalible, y ahora se entiende mejor que su
historial puede ser cuestionado y reevaluado, con muy justa causa.

Doscientos años después de su muerte, ¿qué piensa sobre las polémicas?


¿Se debe o no conmemorar este bicentenario?

La cuestión es saber a quién y qué conmemorar en el 2021: para mí, se trata


sobre todo de acordarse que hace doscientos años, con la muerte de Napoleón
llegó a su fin una secuencia extraordinaria, trágica, agitada y compleja de nuestra
Historia, que inicia en 1789 y concluye con Waterloo. La desaparición del
emperador es el fin de una época que él encarnaba, lo queramos o no, y que
marcó a millones de franceses que vivieron bajo su régimen, y es tal vez de ellos
de quienes también sería necesario acordarse, sean civiles o militares.

También es una oportunidad para que los historiadores presenten el fruto de más
de cincuenta años de investigaciones, desde el comienzo de las
conmemoraciones con el bicentenario del nacimiento de Napoleón en 1969, donde
se pasó -como lo decía- de una visión terriblemente estática del emperador como
un genio omnisciente e invencible, a la de un personaje mucho más matizado. En
el 2021 se conoce mucho mejor el Primer Imperio que hace unas décadas, y el
conocimiento sobre el periodo aumenta sin cesar pues todavía quedan
muchísimos archivos por examinar. De esta manera, el tema de la esclavitud ha
sido objeto de múltiples publicaciones, se han dedicado trabajos a la
homosexualidad bajo el Imperio, la condición de las mujeres también ha sido
estudiada y, de manera más general, el funcionamiento de la sociedad y los
engranajes de la administración son menos nebulosos que antes.

Es muy paradójico pensar que Napoleón es el personaje más estudiado del


mundo pero que todavía queda mucho por descubrir. El bombo mediático
alrededor del bicentenario es entonces una excelente ocasión para dar a conocer
a gran escala las investigaciones universitarias más recientes y, justamente, si hay
polémicas tal vez sea también porque la visión que el gran público puede tener
sobre Napoleón ahora está menos sujeta a la leyenda y está más influenciada por
la crítica histórica

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