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Los cristianos no deberíamos estar bajo la ley como un camino de salvación, sino bajo la gracia.
La ley no puede salvar a un pecador, ni puede poner fin al pecado; la ley revela el pecado
(Romanos 3:20), y debido a la pecaminosidad del hombre, la ley agranda, por así decirlo, la
transgresión (Romanos 5:20). La ley no puede perdonar los pecados, ni da poder para vencer,
así que aquel que procura salvarse por la ley sólo encontrará condenación.
El cristiano no busca la salvación en forma legalista, como si pudiera salvarse por sus propias
obras (Romanos 3:28), sino que reconoce que es transgresor de la ley (Romanos 3:9-11), que
por su propia fuerza es incapaz de cumplirla (Juan 15:5), y que con justicia merece estar bajo
condenación (Lucas 23:41), pero por fe en Cristo se entrega a la gracia y misericordia de Dios
(Romanos 6:23), siendo perdonado su pasado pecaminoso y recibiendo poder para caminar
una nueva vida y obtener victoria sobre todo pecado (2 Pedro 1:10; 2 Pedro 2:9; 1 Juan 3:6,9; 1
Corintios 10:13)