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Documento TOL1.269.441
Doctrina
Título: PRUEBA Y PROCESO PENAL
Autores: Montero Aroca, J.
Fecha: / /2008
TEXTO:
Sección Primera
Sobre el llamado principio (sistema) acusatorio
II. LOS SISTEMAS DE ACTUACIÓN DEL DERECHO PENAL
Aunque sigue siendo un lugar común en nuestra doctrina sostener que teóricamente
existen dos sistemas por los que puede configurarse el proceso penal, uno acusatorio y
otro inquisitivo, es necesario reafirmar una y otra vez que ello es radicalmente falso,
pues no existen dos sistemas por los que pueda configurarse el proceso, uno inquisitivo
y otro acusatorio, sino dos sistemas de actuación del Derecho penal por los tribunales,
de los cuales uno es extraprocesal, es decir, en el que no se utiliza el medio que es el
proceso, y otro es procesal, esto es, en el que el único medio para aplicar ese Derecho es
el proceso.
A) La ilusión de la teoría
Teóricamente, si he entendido bien la explicación de Gómez Colomer, y haciéndola
propia con mis matices, el sistema se caracteriza por:
a) Institucionalmente se exige una distinción neta entre los papeles atribuidos a los
intérpretes del drama que es el proceso, de modo que:
1) El Jurado es realmente la piedra base de todo el sistema y, aunque no se reconoce
paladinamente, lo que los juristas norteamericanos están diciendo en el fondo es que no
hay proceso si no se realiza ante el Jurado.
2) El juez, aparte de que no instruye, adopta una actitud neutral en el debate que
realizan las partes ante el jurado; y por ello el papel del juez profesional se limita a ser
árbitro carente de facultades de dirección material del proceso.
3) El fiscal, por un lado, asume la investigación de los hechos (convirtiéndose en
director de la policía) y, por otro, tiene el monopolio de la acción penal, por lo que en el
juicio oral es el acusador único, lo que implica además una amplia disposición de la
existencia del delito y de la consecuencia del mismo, la pena.
4) El abogado defensor asume la dirección de la defensa del acusado y lo hace de
modo muy activo desde que la investigación se dirige contra una persona determinada.
Naturalmente hay diferencias muy importantes según ese abogado sea designado y
pagado por el imputado o el mismo sea un defensor público pagado con cargo a algunas
de las entidades públicas (Estado o Federación), a pesar de que esas diferencias
prácticas no siempre se reconocen por la doctrina norteamericana.
b) Procesalmente se alude a toda una serie de principios que, desde nuestra
concepción, conforman, primero, el proceso en sentido estricto, y luego el proceso
sometido a los principios de oralidad y publicidad. El llamado proceso debido, la
igualdad de las partes, el derecho de defensa o la presunción de inocencia no son, desde
luego, ni conceptos ni garantías ajenos a nuestra europea concepción, pero se presentan
por la doctrina norteamericana como algo propio de «su» proceso, como si en todos los
demás países, es decir, en los nuestros, no hubiera realmente un «proceso debido» o un
«proceso justo». Peor es aparentemente el caso de regla «fairness» (¿la equidad?),
aunque luego se descubra que se refiere al juego limpio, a la igualdad de las partes, a la
imparcialidad del juzgador, por ejemplo o a principios tan viejos en Europa que tienen
nombres propios.
Lo preocupante de todo esto es que desde esa doctrina norteamericana acaba
entendiéndose que el suyo es el único modelo, no ya acusatorio, sino el único admisible
desde un régimen de libertad. Y por ello concluye descalificando, por ejemplo, a los
sistemas procesales penales en los que existe un juez de instrucción que realiza la
investigación, aunque ese juez no actúe jurisdiccionalmente y sea distinto del juez que
luego presidirá el juicio oral. Naturalmente cuando el tribunal no es un jurado se
concluye que el sistema de cualquier país, sin más distinciones, es inquisitivo e
inadmisible desde las bases constitucionales de su sistema.
B) La decepción práctica
Desde lo anterior ya se puede concluir que, como en otros tantos aspectos, la doctrina
jurídica de los Estados Unidos carece de precisión conceptual, pues lo que acaba
afirmando es que con las expresiones relativas a sistema «adversarial» o acusatorio se
está denominando a su propio sistema, el cual es el único admisible, siendo todos los
demás calificados de inquisitivos y por ello de inadmisibles. Esa imprecisión está siendo
seguida por parte de la doctrina europea, la cual está asumiendo palabras o expresiones
típicamente norteamericanas (caso de «proceso debido», de «proceso justo» o «limpio»)
y a veces llevándolas incluso a las constituciones, con los riesgos que implica el uso de
palabras o expresiones carentes de un verdadero sentido técnico jurídico, pues han
nacido en un sistema «practicón», alejado del contenido conceptual científico.
Pero lo cierto, después de todo, es que este pretendido sistema «adversarial» no se
corresponde con la realidad de la aplicación del Derecho penal en los Estados Unidos.
En este país no puede dejarse de distinguir entre lo que se dice en el plano teórico y lo
que sucede en la realidad. Mi primera aproximación a ésta se produjo cuando, hace ya
unos años, en 1988, leí la novela La hoguera de las vanidades de Tom Wolfe y descubrí
que la capacidad de los tribunales norteamericanos para juzgar causas es muy limitada
relativamente, de modo que:
1) En los Estados Unidos sólo el 10 por 100 de los asuntos penales acaban
decidiéndose en el juicio oral y público ante un jurado, dictándose sentencia por el juez
después de un veredicto del jurado, de modo que el otro 90 por 100 se decide no
jurisdiccionalmente, es decir, no después de un verdadero proceso, sino después de una
investigación realizada por la policía con la dirección del fiscal y de un «trato» entre el
fiscal y el abogado defensor, abogado que normalmente es un defensor público. Resulta
así que el tan cacareado «sistema adversarial», modelo sobre el que se aclaman todas las
virtudes, se aplica sólo de modo excepcional.
2) En este mismo país el trabajo fundamental del juez, el pretendidamente tercero,
neutral y carente de facultades inquisitivas, no consiste en presidir juicios orales ante el
jurado, hechos con toda la publicidad posible, sino que ese su trabajo básico, al que se
dedica el mayor tiempo y esfuerzo, consiste en evitar esos juicios, llegándose al extremo
de entenderse que se trata de «sacudirse de encima» el 90 por 100 de las causas, lo que
se hace permitiendo que el acusado se confiese autor de un delito menor del imputado
por el fiscal a cambio de que libere al tribunal de juzgarle.
Al principio pensé que la obra de Wolfe era una novela y que de la misma
podría pensarse que deformaba la realidad para acomodarla a lo perseguido por el
autor, pero la experiencia posterior me ha demostrado que Wolfe se había limitado a
describir la realidad, pues efectivamente en los Estados Unidos el sistema de aplicación
del Derecho penal en el 90 por 100 de los casos no es jurisdiccional, es decir, las penas
no se imponen por medio de un verdadero proceso. De esto resalta que:
1) El Jurado interviene en un número muy reducido de causas y no es la base del
sistema de actuación del Derecho penal, de modo que del número total de personas que
están cumpliendo una pena sólo unas pocas han sido condenadas después de un juicio
oral y público ante un jurado
2) El papel del juez en el sistema judicial no consiste principalmente en presidir
juicios orales y públicos para garantizar que se respetan los derechos y garantías
procesales de las personas imputadas, sino que persigue «sacudirse de encima» todas las
causas penales que puede; preside únicamente los juicios orales que, a pesar de todo, no
ha podido evitar.
3) El fiscal realiza desde luego la investigación de los hechos, siendo el director de
la policía, pero su actuación va encaminada a que el abogado del acusado asuma un
«trato» que haga innecesario al juicio oral, y al servicio de ello está dispuesto a
«rebajar» la pena de modo muy importante, tanto que al acusado vea el juicio oral como
un mal para él, como un riesgo que es mejor no asumir.
4) El abogado defensor, por fin, que en la mayor parte de los casos es un defensor
público, actúa integrado en el aparato estatal dirigido a impedir la realización del juicio
oral y cumple la función de «convencer» al acusado de que la «oferta» del fiscal es muy
conveniente.
En este drama, en el que cada uno de los actores asume un papel con el fin de cumplir
realmente el papel que les asigna la ley carece de sentido toda referencia a principios,
garantías o reglas procesales, como oralidad y publicidad, como proceso debido,
igualdad de las partes, presunción de inocencia. La machacona alusión a «proceso
debido» o un «proceso justo», o a la regla («fairness») sólo puede entenderse desde la
negación de la realidad.
Con esto puede ya concluirse que todo lo que los juristas norteamericanos dicen de su
sistema, y repiten las doctrinas europea e iberoamericana, es mera retórica, pues ese
sistema conduce de hecho a una aplicación plenamente inquisitiva de las penas, dado
que éstas se imponen exclusivamente con la investigación del fiscal, que dispone de los
medios materiales y personales del Estado, con la aquiescencia del abogado público del
acusado y, por fin, con el beneplácito del juez. De este modo el sistema «recompensa»
al acusado por la no realización de un juicio oral y público, es decir, por la renuncia a su
derecho fundamental en un sistema jurídico de país libre, y lo hace con una «rebaja»
importante de la pena. De este modo el sistema se convierte en inquisitivo pues el
Derecho penal no se aplica ni por los tribunales, ni por medio del proceso.
A) Sujetos afectados
A pesar de las palabras que suelen utilizarse, es evidente que el derecho de audiencia o
de defensa se reconoce a todas las partes del proceso, y no sólo al acusado, pues la
prohibición de indefensión puede y debe referirse a todas ellas. Está claro que los
problemas se han centrado históricamente en el acusado, y de ahí que el brocardo
(«nadie puede ser condenado sin ser oído») aluda al «condenado», pero la defensa o
audiencia se reconoce a todas las partes, lo que adquiere mayor sentido cuando no tiene
el monopolio de la acusación el Ministerio Público.
Cuando el Fiscal monopoliza legalmente la acusación, y en el esquema constitucional se
entiende que actúa representando al Estado contra el acusado, es difícil hablar de que
aquél sea titular del derecho de defensa, pues él asume todos los medios de que dispone
el Estado para la persecución de los delitos, siendo el proceso un medio para limitar el
poder de éste. Nada impide, con todo, considerar que es teóricamente posible que el
tribunal impida que la acusación pública ejercite alguna de las facultades que la ley le
permite y entonces podría hablarse de la vulneración del «derecho de defensa» del
Fiscal. Por el contrario, cuando se admite la existencia de otros acusadores la situación
es mucho más clara, pues estos acusadores también deben tener todos los derechos
procesales propios de la condición de parte.
2. Principio de contradicción
Cuando se habla de este principio se está haciendo referencia más bien a un modo de
organizar el proceso en el que se respete el derecho fundamental anterior. En este
sentido el principio de contradicción debe entenderse como un mandato dirigido al
legislador para que, en las leyes conformadoras de los distintos procesos, éstos queden
regulados de modo que se respete el derecho de defensa. Por tanto:
1.º) Se parte de considerar la contradicción entre las partes como el más eficaz
instrumento técnico para garantizar la exacta aplicación del Derecho objetivo en el caso
concreto, instrumento puesto, sí, al servicio de las partes pero también en interés general
de la Justicia. Se trata aquí de advertir que el legislador entiende que el la mejor manera
de llegar a la aplicación correcta del Derecho radica en el pudiéramos considerar
método dialéctico, dando a las partes la posibilidad de ofrecer al juez todas las opciones
propias de debate. El contraste de las opciones (y con publicidad) es el método que se
estima mejor para que el juez pueda decidir.
2.º) Atiende a que el instrumento técnico se convierte en constitucional, y desde él
puede declararse la inconstitucionalidad de la ley que regule el proceso sin respetar el
principio, esto es sin que el método sea el dialéctico. Aparte de que el principio puede
servir de elemento interpretador de las normas concretas.
En sentido estricto debería decirse que una ley regula el proceso conforme o no con el
principio de contradicción, y que en un proceso determinado se ha respetado o no el
derecho de audiencia o defensa de las partes Es decir, el principio de contradicción
puede ser vulnerado por el legislador (no por el juez), y conducirá a la declaración de
inconstitucionalidad de la norma, mientras que el derecho de defensa puede ser
vulnerado sólo por el juez, y llevará a la estimación del recurso previsto en la ley y, en
último caso, del recurso de amparo.
Sección Segunda
Sobre la prueba en el proceso penal
VI. EL PROCESO PENAL Y LA PRUEBA (¿Y EL PRINCIPIO ACUSATORIO?)
Hemos ido viendo como uno de los elementos esenciales en la aplicación del Derecho
penal durante el siglo XX ha sido la afirmación de que ese Derecho sólo puede aplicarse
por los tribunales y precisamente por medio del proceso. De esta idea se deriva toda una
serie de consecuencias. La primera de ellas es la de que se debe tener claro qué es el
proceso y cuáles son las notas esenciales del mismo, tanto las referidas a la
conformación del juez, como las propias de la conformación de las partes, para acabar
en la conformación del proceso mismo. Mal se puede decir que el Derecho penal se
aplica en el proceso si no se sabe qué es ese proceso.
Ya en este mismo aspecto las garantías referentes a la prueba o, mejor, la
caracterización del derecho a la prueba, debe aplicarse en todo tipo de procesos. En
todos ellos, partiendo del artículo 24.2 de la Constitución y del «derecho a utilizar los
medios de prueba pertinentes para su defensa», las garantías probatorias son las mismas:
derecho a proponer prueba, derecho a que se admita por el juez, derecho a que se
practique la prueba propuesta y admitida, derecho a intervenir en esa práctica, derecho a
que la prueba de la parte sirva para delimitar la convicción judicial conforme a la
valoración racional y derecho a que se expresen en la sentencia los medios de prueba
que han determinado la convicción judicial.
Así las cosas no puede seguirse diciendo que el pretendido principio acusatorio tiene
también influencia en la configuración de la prueba en el proceso penal y ello hasta el
extremo de que determina el sistema de prueba. Ello es una consecuencia más de la
imprecisión con que se maneja el concepto mismo de proceso. En este sentido, por
ejemplo, no puede dudarse de que todo el régimen de la legalidad, pertinencia y utilidad
de los medios de prueba puede estudiarse en general como elemento propio del proceso,
de todos los procesos y no solamente del penal. Más aún, todo lo relativo a la
prohibición de las pruebas obtenidas ilícitamente, no sólo no es algo típico de un
llamado proceso acusatorio, sino que ni siquiera es algo específico del proceso penal,
sin perjuicio de que en éste tenga especial incidencia, pues debe referirse a todos los
procesos, sin exclusión.
La prueba en el proceso penal ha tenido siempre algo específico, y ese algo se ha
derivado tradicionalmente de la existencia de algunos elementos que se han entendido
como propios de este proceso y esenciales al mismo. Posiblemente la atención deba
centrarse en tres aspectos:
1) Además de los derechos generales de las partes en la prueba, derechos que pueden
referirse a todos los procesos, penales o no, en el proceso penal el acusado tiene dos
derechos específicos: derecho a la presunción de inocencia y derecho a no declarar,
derechos que tienen un gran alcance en el régimen conformador de la prueba en este
proceso; a esos derechos se refiere el propio artículo 24.2 de la CE, como vemos
seguidamente.
2) La división del proceso en dos fases claramente diferenciadas, como son el
procedimiento preliminar y el juicio oral, han llevado a la consecuencia de tener que
distinguir entre actos de investigación, que son los que se practican en el procedimiento
preliminar, y actos de prueba, que son exclusivos del juicio oral. Con todo no han
quedado bien precisados los poderes del juez en una y otra fase, pues no se ha entendido
que si en la primera fase, la del procedimiento preliminar (o sumario o de
instrucción=averiguación), el juez de instrucción no actúa propiamente como juez, en la
segunda, la que es el verdadero proceso penal, el juez lo es en sentido estricto debiendo
mantener sus condiciones de tercero e imparcial. Por ello sólo en los actos de prueba en
sentido estricto puede basarse la convicción del tribunal respecto de los hechos a la hora
de dictar sentencia, y ello afecta esencialmente a la misma configuración del proceso.
3) De manera no muy bien precisada la doctrina y la jurisprudencia europeas han
repetido y siguen repitiendo machaconamente que en el proceso penal se persigue el
descubrimiento de la verdad que se llama «material» o «real» o incluso «verdadera» y
que la prueba está al servicio de ese búsqueda. Esto es tan evidente que no es necesario
ni siquiera recordar autores o sentencias concretas, pero por si acaso recuérdese que la
doctrina llegó a distinguir clases de verdad con relación a las clases de procesos,
sosteniéndose que en el proceso penal la función de la prueba consistía en la búsqueda
de la verdad que se llamó «material», mientras que en el proceso civil bastaba con una
verdad calificada de «formal» o «convencional». Desde esta concepción se han
explicado los poderes claramente inquisitivos que se han atribuido el juez penal,
poderes que se justificaban en el descubrimiento de la verdad.
En lo que sigue, pues, vamos a atender a lo que creemos elementos típicos de la prueba
en el proceso penal, distinguiendo entre derechos propios del acusado y aquello que
afecta a la conformación del proceso.
1. La presunción de inocencia
Partiendo de que no estamos realmente ante una presunción en sentido técnico, un
concepto aprovechable de esta llamada presunción de inocencia puede derivarse de los
convenios internacionales de derechos humanos, como son el artículo 11.1 de la
Declaración Universal de Derecho Humanos de 1948, el artículo 6.2 del Convenio para
la Protección de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales de 1950, el
artículo 14.2 del Pacto Internacional de Derecho Civiles y Políticos de 1966, y el
artículo 8.2 de la Convención Americana de Derechos Humanos de 1969, en los que se
viene a decir que la persona acusada de un delito tiene derecho a que se presuma su
inocencia mientras no se pruebe su culpabilidad con arreglo a la ley, lo que traducido a
un lenguaje más técnico supone que toda persona es inocente mientras no se pruebe su
culpabilidad en un verdadero proceso. Resulta así que:
a) Existencia de un verdadero principio elevado a rango constitucional, que debe
conformar toda la regulación del proceso penal por el legislador ordinario en el código
procesal penal correspondiente, de modo que:
1.º) Todo imputado es inocente mientras no se declare lo contrario en sentencia
condenatoria, lo que impone que a lo largo del proceso -en todas las fases del mismo,
tanto la instrucción como el juicio oral- debe ser tratado y considerado inocente.
2.º) Se trata de una garantía procesal, en cuanto que no afecta ni a la calificación de
los hechos como delictivos ni a la responsabilidad penal del acusado, sino que atiende a
la culpabilidad del mismo, de modo que ha de resultar probado que ha participado en
los hechos.
3.º) Esa garantía procesal, ya en el momento final del proceso, es decir, en la
sentencia, no se refiere a la forma o requisitos de la misma, sino que sirve para
determinar el contenido del pronunciamiento absolutorio o condenatorio de la sentencia.
El contenido de la sentencia lo determina generalmente la aplicación de normas de
Derecho material penal, pero esto no ocurre siempre pues a veces son normas procesales
las que determinan ese contenido, y este es el supuesto más claro en ese sentido.
4.º) La garantía, pues, comprende todos los elementos del hecho por los que puede
condenarse en la sentencia, elementos que son objetivos, en cuanto la prueba ha de
referirse necesariamente a lo constatable por medio de los sentidos, no a los elementos
subjetivos o animi.
b) Conclusión de que el acusado no necesita probar nada, siendo toda la prueba de
los hechos constitutivos de cuenta de los acusadores, de modo que si falta la misma ha
de dictarse sentencia absolutoria. Pero, además, debe tenerse presente que esta regla
debe completarse con el añadido de que ha de probarse de determinada manera:
1.º) La presunción de inocencia sólo puede entenderse desvirtuada cuando en el
proceso se ha practicado prueba válida y ésta es de cargo, de modo que hay que
distinguir entre:
- Existencia de actividad probatoria en la segunda fase del proceso o juicio oral y de
que esa actividad se ha practicado con observancia de las normas constitucionales y
legales que regulan la admisibilidad de los medios de prueba y su práctica. El tema de
más actualidad en este apartado es el de la prueba ilícita.
- Constatación de que los medios de prueba que se practicaron dieron un resultado
de cargo, es decir, en contra del acusado, lo que supone distinguir entre interpretación
de los resultados probatorios y valoración de la prueba.
La labor de interpretar la prueba es anterior a la de valorarla y consiste en
establecer el contenido de la misma, de modo que antes de entrar a valorar, por ejemplo,
si lo que el testigo ha dicho es verdad, debe dejarse establecido qué es lo que el testigo
ha dicho, o antes de valorar un informe pericial debe quedar fijado qué es lo que dice el
dictamen. La presunción de inocencia sólo quedará desvirtuada si existió actividad
probatoria válida y si en ésta su contenido fue de incriminación. Partiendo de que hubo
actividad probatoria y de que ésta fue de cargo, la presunción de inocencia pudo ya
quedar desvirtuada, pasándose entonces a la valoración de la prueba.
2.º) La prueba ha de haberse practicado en la segunda fase del proceso o juicio oral,
pues en el procedimiento preliminar no existe verdadera prueba sino simples de actos de
investigación, con base en los cuales se acordará o no la apertura de la segunda fase y
podrán utilizarse por la acusación y por la defensa las fuentes de prueba para
introducirlas en el juicio proponiendo en él los oportunos medios de prueba.
c) Aunque ha existido alguna confusión doctrinal el principio in dubio pro reo no
forma parte de la presunción de inocencia, sino que debe ser incardinado en la
valoración de la prueba; de esta manera la presunción atiende a si existe o no prueba que
la desvirtúe, mientras que el in dubio pro reo atiende a una cuestión subjetiva en el
juzgador despúes de la valoración de la prueba y referida a que resta en su ánimo una
duda.
d) La presunción de inocencia sí está íntimamente relacionada con la motivación de
las sentencias, que cumple dos finalidades complementarias: 1) Hacer públicas las
razones de la decisión adoptada, y 2) Permitir su posible control por medio de los
recursos. La motivación supone que han de ir poniéndose en relación los medios de
prueba con los hechos que en la sentencia se estiman probados, de modo que cada
afirmación que por el juez sentenciador se haga con relación a éstos cuente con el
soporte de un medio concreto de prueba.
Como puede verse la llamada presunción de inocencia puede conformar de modo muy
profundo el proceso penal, tanto que tiene mucha más trascendencia en esa
conformación que el llamado principio acusatorio.
2. La no obligación de declarar
El acusado ha de tener la obligación de comparecer cuantas veces sea citado por el
órgano judicial, y esa obligación es exigible coactivamente de modo que el
incumplimiento de la citación puede llevar a la detención, pero el acusado no tiene
obligación de declarar ni en el procedimiento preliminar ni en el juicio oral. Las
constituciones suelen aludir a que el acusado no puede ser obligado a declarar contra sí
mismo ni a declararse culpable, y así lo dice también el artículo 14.3, g) del Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos de 1966, aunque parece obvio que si el
derecho lo es a no declarar, en general, no puede existir obligación a declarar de una
manera determinada.
Surge así el que pudiéramos calificar de derecho al silencio, que no es sino una
manifestación de la presunción de inocencia, y que introduce una diferencia de mucho
calado respecto del proceso civil. En éste puede imponerse a las partes, a las dos, las
cargas de: 1) Pronunciarse expresamente, en los actos de alegación, sobre los hechos
afirmados por la parte contraria, de modo que el silencio o aun las respuestas evasivas
pueden llegar a entenderse como admisión de los hechos a los que se refieran, y 2)
Contestar de manera categórica a cada una de las preguntas que se le formulen en la
prueba de interrogatorio de la parte (antes confesión en juicio), de modo que la negativa
a contestar o las respuestas evasivas pueden llevar a que el juez tenga a la parte por
«confesa». Estas dos cargas no pueden imponerse al acusado en el proceso penal, el cual
tiene derecho a no declarar.
En las normas reguladoras del proceso penal no sólo no puede imponerse al acusado
obligación ni carga alguna relativa a la declaración, sino que incluso no puede
permitirse que el juez extraiga consecuencias negativas para aquél del ejercicio de su
derecho al silencio. En el proceso civil se ha llegado a hablar de los efectos probatorios
de la actitud de las partes en el proceso e, incluso y en códigos de base ideológica
autoritaria, de deberes de las partes de lealtad y probidad o de buena fe, pero ni los
efectos ni los supuestos deberes pueden referirse al proceso penal y al acusado, al que
por el contrario debe reconocérsele el derecho incluso a mentir, sin que del ejercicio de
ese derecho pueda extraerse consecuencia perjudicial alguna.
Lo anterior, con todo, es aún insuficiente, pues si el acusado decide declarar existe una
diferencia muy importante entre su declaración y la declaración de un testigo. Al
acusado no se le puede pedir que declare bajo juramento y si miente en esa su
declaración no puede cometer delito alguno. En los países en los que al acusado, si
voluntariamente declara, se le exige que jure decir verdad se le está negando un derecho
fundamental, el de utilizar su declaración como un medio de defensa convirtiéndola en
un medio de prueba, y se está incurriendo en algo propio del sistema inquisitivo.
1. La función de la prueba
Tradicionalmente, y respecto de todos los procesos, la función de la prueba ha venido
refiriéndose al descubrimiento de la verdad. En dicho sentido de búsqueda de la verdad
se pronunció toda la doctrina de los siglos XIX y XX, para la que las pruebas eran los
diversos medios por los cuales llega la inteligencia al descubrimiento de la verdad.
Hoy debe empezarse por precisar que:
1) Sin pretender plantear cuestiones metafísicas (la verdad a la que se llega por la
inteligencia), físicas (la verdad que proporcionan los sentidos) o históricas (la verdad
que nos narran otras personas) puede afirmarse que hoy se reconoce comúnmente que
esa aspiración era demasiado ambiciosa. Estamos ante algo tan elemental como es el
reconocimiento de la imposibilidad en que se encuentra el hombre de alcanzar verdades
que puedan calificarse de absolutas.
2) No puede tampoco desconocerse que en el proceso y en la prueba tiene
normalmente que existir un intento decidido de verificar de la manera posible más
próxima a la verdad las afirmaciones de hecho que realizan las partes, pues la
constatación de los límites en que opera el hombre no puede llevar, sin más, a renunciar
a la justicia de la decisión judicial.
Conclusión
IX. LO «ACUSATORIO» COMO ESLOGAN POLÍTICO
A lo largo del siglo XIX en los sistemas jurídicos de la Europa continental se desarrolló
una larga evolución que fue adelantando en el camino para lograr que el Derecho penal
se aplicara sólo por los tribunales y exclusivamente por medio del proceso, desterrando
cualesquiera otras maneras de imponer las penas. En esa evolución ha habido ya en el
siglo XX altibajos, pero el caso ha sido que en los países de la Europa continental se ha
acabado por admitir de modo indudable, y así se ha plasmado en las constituciones de
la segunda mitad del Siglo, que una de las conquistas esenciales de nuestra civilización
radica en que el Derecho penal -aparte de que lo apliquen únicamente los tribunales- se
hace efectivo sólo por medio del proceso, pues es en el proceso donde las personas
encuentran el respeto a las garantías que prometen esas mismas constituciones.
El caso ha sido, con todo, que por razones que están aún por explicar, en esos países
europeos continentales o, mejor, por parte de la doctrina procesal penal de los mismos,
se ha sentido una fascinación por el sistema judicial penal norteamericano que ha
alcanzado cotas rayanas en lo absurdo, pues ese sistema, a pesar de lo que han
pretendido explicarnos, tiene manifestaciones prácticas inquisitivas que no pueden ser
admitidas en un Estado de Derecho que se base en la libertad. En los Estados Unidos
una cosa es lo que se predica y otra muy diferente lo que se practica.
Por ese camino de la fascinación ilógica se están utilizado en Europa y en Iberoamérica
determinadas expresiones como «banderas de enganche» o como «eslóganes fuerza»
para, en el fondo, querer decir que la idea-garantía de que el Derecho penal se aplique
sólo por medio del proceso debe convertirse en realidad. Se ha hablado y se sigue
hablando del «debido proceso», del «proceso justo», de «proceso acusatorio» e incluso
de «sistema acusatorio», expresiones todas ellas que si se entienden como políticas
pueden admitirse, pero que carecen de verdadero contenido técnico jurídico, pues en el
fondo todas ellas se refieren a algo muy simple: El Derecho penal debe aplicarse por
medio de un verdadero proceso o, si se prefiere y para decirlo más sencillamente: El
Derecho penal se aplica sólo por medio del proceso.
Cuando en las constituciones más recientes se recogen ahora garantías procesales que se
identifican con la expresión derecho al «debido proceso», pareciera indicarse que
existen dos procesos uno «debido» y otro «indebido», siendo todos ellos procesos, si
bien el derecho de las personas se refiere a la modalidad que se califica de «debido». De
la misma manera decir que se tiene derecho al «justo proceso» supone sostener que hay
dos clases de procesos, uno «justo y otro «injusto». Y por este camino se habla de
también de «proceso acusatorio» como si existiera otro «proceso» que, no siendo
acusatorio, debe ser inquisitivo. Al final de todo se habla de «principio acusatorio»,
pero si se examinan los textos doctrinales y jurisprudenciales en que se utiliza la
expresión no se acaba por descubrir qué es lo que se está queriendo decir por el autor o
por la resolución judicial.
Todas estas expresiones pueden tener sentido político pero parece claro que no tienen
un contenido jurídico bien determinado. Si partimos de la idea-fuerza de que una de las
conquistas más importantes de la humanidad en el camino de la civilización ha
consistido en que las penas sólo se pueden imponer por el Estado, dentro de éste
necesariamente por los tribunales y éstos sólo por medio del proceso, deberemos llegar
a concluir que lo que importan son tres cosas:
1) Determinar cuándo puede hablarse realmente de la existencia de un tribunal en el
sentido verdadero de la expresión, para concluir que los requisitos básicos están en las
exigencias de tercero, de independencia y de imparcialidad, a los que pueden y deben
añadirse otras garantías, las cuales sirven ya para dar efectividad a los requisitos
anteriores (caso, por ejemplo, de la predeterminación por la ley o de la responsabilidad).
2) Precisar que sólo cabe hablar de verdadero proceso cuando ante ese tribunal
comparecen dos partes, por lo mismo parciales, las cuales han de estar en situación de
enfrentadas entre sí, disponiendo de la plenitud del derecho de defensa y estando en pie
de igualdad.
3) Luego habrá que ir precisando los principios que conforman lo que es el proceso
(que suelen ser garantías procesales constitucionalizadas) y aún las reglas relativas a la
forma de los actos procesales o también principios del procedimiento.
En este contexto el llamado principio acusatorio, como todas las expresiones en las que
aparece la palabra «acusatorio», caso de «sistema acusatorio» o de «proceso
acusatorio», tienen un sentido exclusivamente político, pues a la hora de precisar
científicamente cuál es su contenido jurídico -contenido que debería expresarse en
garantía procesal- se cuentan tantos contenidos como intentos de explicación pueden
leerse. Por ello si todos llegáramos a estar de acuerdo en que «lo acusatorio» expresa
sólo un eslogan político, no existiría por mi parte renuencia a utilizar esas palabras.
NOTAS:
[1] El principio acusatorio. Un intento de aclaración conceptual, en Justicia 92, IV, pp.
775-788. Publicado también en Últimas reformas procesales en la legislación nacional y
extranjera en el proceso penal: principio acusatorio, VIII Encuentro Panamericano de
Derecho Procesal, Córdoba 1993, pp. 175-188.
[2] La garantía procesal penal y el principio acusatorio, en el Seminario Justicia y
Sociedad, México, 1994, pp. 525-46; luego en La Ley, 21 de enero 1994, pp. 1-6; y en
«Ensayos de Derecho Procesal», Barcelona, 1996, pp. 581-600.
[3] La incompatibilidad de funciones en el proceso (crítica de la jurisprudencia del
TEDH sobre imparcialidad judicial y del texto del CEDH sobre incompatibilidad de
funciones en el mismo proceso), Ponencia al Coloquio Internacional sobre «Processi di
integrazione e soluzione delle controversie: Dal contenzionso fra gli Stati alla tutela dei
singoli», 7-9 de septiembre de 1999, publicada en «Roma e America. Diritto Romano
Comune. Rivista di Diritto dell’ Integrazione e Unificazione del Diritto in Europa e in
America Latina», 9, 2000, pp. 99-123.
[4] Derecho Jurisdiccional, I. Parte General, 9.ª edición (con G. Colomer, Montón y
Barona), Valencia, 1999, pp. 351-374, y Derecho Jurisdiccional, III. Proceso Penal, 8.ª
edición (con G. Colomer, Montón y Barona), Valencia, 1999, pp. 11-39. También
Contestaciones al programa de Derecho Procesal Penal para acceso a las carreras
Judicial y Fiscal, 1.ª edición (con Flors y L. Ebri), Valencia, 1997, pp. 14 y ss. Estos
libros son hoy el Derecho Jurisdiccional en la 15ª edición de 2007 y las Contestaciones
en la 5.ª edición, de 2007.
[5] Principios del proceso penal. Una explicación basada en la razón, Tirant lo Blanch,
Valencia, 1997, 191 páginas.
[7] El juez que instruye no juzga (La incompatibilidad de funciones dentro del mismo
proceso), en La Ley, 16 de febrero de 1999, y después en Proceso (civil y penal) y
garantía. El proceso como garantía de libertad y de responsabilidad, Valencia, 2006, pp.
517 y ss.
[10] Los caracteres de esos pretendidos sistemas, según una doctrina que los repite sin
el menor sentido crítico, son los siguientes: a) En el sistema acusatorio la jurisdicción se
ejerce por tribunales populares, mientras que en el inquisitivo se trata de jueces
profesionales y permanentes. b) Mientras que en el acusatorio la acción penal es popular
y su existencia es indispensable para la realización del proceso, en el inquisitivo no
existe libertad de acusación, sino que el juez se convierte al mismo tiempo en acusador,
asumiendo los dos papeles. c) Las partes en el sistema acusatorio actúan en
contradicción e igualdad, mientras que en el inquisitivo, por un lado, no hay parte
acusadora distinta del juez y, por otro, el acusado no es un verdadero sujeto del proceso,
sino el objeto del mismo. d) Si en el acusatorio el juez tiene restringidas las facultades
de dirección procesal de la contienda, en el inquisitivo los poderes del juez son muy
amplios. e) En el sistema acusatorio la regla es la libertad del imputado en tanto dura el
proceso, mientras que en el inquisitivo impera la prisión provisional o preventiva. f)
Con relación a las pruebas, éstas, en el sistema acusatorio deben ser introducidas por las
partes, no por el juez, que carece de poderes autónomos para investigar los hechos, si
bien en la valoración de esas pruebas rige el criterio de la libre apreciación por el juez;
en el sistema inquisitivo se dan los caracteres contrarios, es decir, el juez investiga de
oficio los hechos, aunque luego viene limitado por el criterio de valoración legal o
tasada de la prueba. g) El procedimiento del proceso acusatorio es oral, concentrado y
público, mientras que el procedimiento del inquisitivo es escrito, disperso y secreto. h)
Por último, en el acusatorio existe una sola instancia, de modo que la sentencia es
inimpugnable, mientras que el inquisitivo consta de dos instancias.
[11] Desde un punto de vista teórico que parta de la claridad conceptual es evidente que
no afecta a la naturaleza procesal de un sistema el que el exista o no jurado o el que el
procedimiento sea o no oral. Es cierto que para la doctrina de los Estados Unidos sólo
cabe hablar de sistema «adversarial» o de proceso acusatorio si el proceso acaba
haciéndose ante un jurado y de modo oral, pero debe insistirse que si solo hubiera
proceso acusatorio cuando existe jurado, la mayor parte de los sistemas del mundo no
serían procesales. De la misma manera, puede existir perfectamente un proceso con
todas las garantías que sea escrito, como demuestra la historia. Una cosa es afirmar la
preferencia por la oralidad y otra negar a la escritura el pan y la sal. Peor todavía es
creer (como acto de fe y conocimiento de lo que sucede en otros países y sistemas
jurídicos) que lo propio es, no sólo lo mejor, sino lo único que responde a una sociedad
libre.
[12] Esa garantía, obviamente, no puede significar que el proceso penal se iguale con el
civil, pues siendo los dos proceso como categoría jurídica en sentido estricto, es decir,
cumpliendo los dos el requisito básico de enfrentamiento de dos partes parciales en
régimen de contradicción e igualdad ante un juez tercero, independiente e imparcial, han
de existir algunas diferencias en algunos de los principios conformadores, aunque no es
del caso desarrollarlos aquí.
[14] Sobre todos esos principios puede verse el ya citado Derecho Jurisdiccional, I.
Parte General, pero ahora 15.ª edición, Valencia, 2007, pp. 65 y ss. Naturalmente el
intento de explicar los principios base de la jurisdicción y de los jueces no puede
referirse en nuestro sistema al jurado, pues el mismo, atendido lo dispuesto en el
artículo 125 de la Constitución, no es el órgano judicial ordinario en el enjuiciamiento
penal. Otra cosa es que alguno de los principios sean aplicables a las personas que
integren el Jurado.
[15] Por razones históricas se atiende a la distinción entre acusador y juez y no se suele
aludir a que el juez no puede asumir tampoco la defensa, pero la regla conformadora del
proceso debería enunciarse realmente como que quien juzga no puede ser ni acusador ni
defensor (no ni acusado como se dijo por cierto autor español, para el que el sistema
inquisitivo se basaba en que una misma persona no podía ser juez, acusador y reo;); en
realidad se trata de que quien juzga no puede asumir el papel propio de la parte.
[16] La regla general consiste en que la voluntad del particular no puede ser
determinante a la hora de la aplicación del Derecho penal y, por tanto, que la
persecución de los delitos «públicos» no dependerá de la voluntad del ofendido o
perjudicado por los mismos, ni que su perdón extinguirá la responsabilidad penal. Más
aún, debe afirmarse que no existe una relación jurídico-material penal en la que sean
partes los que han intervenido en el hecho delictivo, bien como autor, bien como
víctima. El ofendido o perjudicado por el delito no es titular, ni puede afirmar que lo
sea, de un derecho subjetivo a que al autor del mismo se le imponga una pena, por
cuanto tal negado derecho subjetivo supondría la titularidad del ius puniendi. Este
corresponde sólo al Estado; al ofendido o perjudicado únicamente puede reconocerse la
facultad o, si se quiere, el derecho de promover el ejercicio por el Estado de ese derecho
a castigar. En el mismo sentido puede sostenerse que al Ministerio Fiscal, tampoco se le
atribuye semejante derecho, de modo que el Fiscal no es el titular del denominado ius
puniendi, pues éste corresponde sólo al Estado en tanto que actúa por medio del juez.
[17] Lo que se está diciendo es que en el proceso penal no existe una verdadera
pretensión punitiva, entendida ésta como petición fundada que se dirige a un órgano
jurisdiccional, contra una persona y relativa a la imposición a ésta de una pena. En el
proceso penal su objeto lo determina solo el hecho imputado (se entiende referido a una
persona determinada), no sirviendo para determinar ese objeto ni la calificación jurídica
ni la pena. Esto supone que no existe una verdadera pretensión punitiva como objeto del
proceso penal. Pueden verse mis Contestaciones al programa de Derecho Procesal Penal
para acceso a las carreras Judicial y Fiscal, 5.ª edición (con Flors y López Ebri),
Valencia, 2006, pp. 160 y ss.
[18] Para la doctrina norteamericana esta posibilidad convierte al proceso en inquisitivo,
dicho en su terminología, puesto que la misma parte de que el Fiscal tiene la total
disponibilidad de las consecuencias del delito, lo que se consagra en su amplio margen
de discrecionalidad en la acusación que lleva a la oportunidad. El sistema que se llama
«adversarial» tiene así consecuencias inadmisibles como es la de que el Fiscal, órgano
político, decide de modo prácticamente discrecional si acusa y a quien acusa, y en todo
momento puede tanto no acusar como «proponer» cualquier pacto al acusado. La
situación llega hasta el extremo de que mientras se celebra el juicio oral y público ante
el jurado pueden seguir las «negociaciones» y concluidas éstas con acuerdo se sustrae al
jurado la facultad de decidir.
[24] Una de las miserias típicas del proceso penal de la mayoría de los países
occidentales es que en ese sistema el Ministerio Público ha asumido el monopolio de la
acción penal, de modo que él es el único acusador, sin que puedan convertirse en parte
acusadora ni el ofendido ni el perjudicado por el delito y, desde luego, queda excluido el
ciudadano sin más. Este es momento apropiado para recordar lo que decía Plutarco,
Vidas paralelas, Solón, XVIII, in fine: «Se preguntaba Solón: ¿Cuál es la ciudad mejor
regida? Y se respondía: «Aquella en que persiguen a los insolentes, no menos que los
ofendidos, los que no han recibido ofensa». Y añadía Plutarco: «Concedió
indistintamente a todos el poder presentar querella en nombre del que hubiese sido
agraviado; porque herido que fuese cualquiera, o perjudicado o ultrajado, tenía derecho
el que podía o quería de citar o perseguir en juicio al ofensor; acostumbrando así el
legislador a los ciudadanos a sentirse y dolerse unos por otros como miembros de un
mismo cuerpo».
[25] Es obvio que esta parte del derecho de defensa no atiende propiamente al derecho a
ser informado de la acusación formulada contra él, al que se refiere el artículo 24.2 de la
CE como derecho autónomo, pues se trata de derechos diferentes. El derecho a ser
informado de la acusación, en la situación actual de las garantías de las partes en el
proceso penal, debe referirse de modo más claro (pero no único) a la fase de sumario o
preliminar del proceso, de modo que la imputación dirigida contra una persona exige
que ésta tenga conocimiento completo de lo que se imputa. En la fase de juicio oral no
se trata ya simplemente de estar informado de la acusación, sino de algo más, de algo
consistente en que se deben conocer todos los materiales de hecho afirmados por la
parte contraria y en que se puede alegar en contra de ellos, derechos concretos que se
integran en el general derecho de defensa y que corresponde, desde luego y de modo
especial al acusado, pero realmente a todas las partes en el proceso.
[26] No estoy cuestionando ahora quién y cómo debe realizar la etapa previa de
investigación o procedimiento preliminar y tampoco estoy cuestionando su naturaleza
jurídica. Lo que estoy diciendo es simplemente que si esa etapa se confía al fiscal, el
cual trabaja para acusar, y si el acusado no dispone de medios económicos para realizar
su propia investigación —que es lo normal— nadie investigará para la defensa. La
ventaja del juez instructor es que el mismo debe investigar para acopiar todos los
materiales que pueden llegar a tener interés en el proceso, tanto los propios de la
acusación como los que favorezcan a la defensa. Sólo cuando alguien ajeno a la
acusación y a la defensa realiza imparcialmente la investigación puede hablarse luego
de igualdad de las partes en el proceso. Esto es algo que cuando se habla en general del
«adversarial system» se quiere eludir y ello se hace de modo consciente; ya en especial
cuando se estudia el sistema de justicia penal «adversarial» propio de los Estados
Unidos no se acaba de decir con claridad que el sistema acaba siendo una justicia para
ricos y en contra de los pobres, es decir, negadora radicalmente de la igualdad de los
ciudadanos ante la ley.
[27] Respecto de la prueba ilícita si, evidentemente, no cabe desconocer la aportación
de varias sentencias del Tribunal Supremo Federal de los Estados Unidos, tampoco
debería olvidarse que ya en 1903 publicó Ernst Beling su estudio sobre la prohibiciones
en materia de prueba y límites a la investigación de la verdad en el proceso penal,
estudio en el que estaba la base de toda una teoría sobre la prueba obtenida ilícitamente
o, mejor, en el que se ponían los cimientos para llegar a la conclusión práctica de que no
todo vale para alcanzar la llamada verdad «material» o «real».
[28] La distinción anterior entre clases de verdades es absurda pero fue sostenida por la
doctrina durante décadas, especialmente la alemana (de verdad formal habló por
primera vez Justus Möser) y, sobre todo, permitió a los procesalistas penales diferenciar
la prueba penal de la prueba civil. El mito de la verdad formal fue destruido por
Carnelutti, simplemente evidenciando que la verdad no puede ser más que una, de modo
que, o la verdad formal coincide con la verdad material, y no es más que verdad, o
discrepa de ella, y no es sino una no verdad.
[29] En estricto sentido jurídico en toda presunción existe: 1) Un hecho base o indicio,
que ha de ser afirmado por una parte y probado después por ella, hecho que no integra el
supuesto fáctico de la norma cuya aplicación pide la parte, 2) Un hecho presumido, que
ha de ser afirmado también por la parte, y que es el supuesto fáctico de la norma cuya
aplicación se pide por ella, y 3) Un nexo lógico entre los dos hechos, que es
precisamente la presunción, operación mental en virtud de la cual partiendo de la
existencia del indicio (que ha de ser probado) se llega a dar por existente el hecho
presumido. Entendida así la presunción no hace falta insistir en que la presunción de
inocencia (es decir, la presumption of innocence) es una manera muy incorrecta de decir
que el acusado es inocente mientras no se pruebe lo contrario. Se podría decir, de otra
manera, a lo peor más correcta, que el acusador miente mientras no demuestre lo
contrario, y que al acusado no tiene que demostrar nada porque es inocente mientras el
acusador no demuestre lo contrario.
[30] En lo que sigue hacemos referencia al principio en tanto que referido al proceso
penal, pero debe tenerse en cuenta que el principio es algo más, pues con el mismo se
está diciendo también que política y socialmente toda persona es inocente mientras no
sea condenado, por lo que como tal debe ser tratado en todos los aspectos de la vida
pública, desde los propiamente políticos hasta los estrictamente sociales, por ejemplo
por los medios de comunicación social. Cuando un político dice de otro en un medio de
comunicación que él respeta la presunción de inocencia pero que él opina que su
contradictor es un delincuente y que debe ser castigado por los electores, está negando
con sus hechos una de las garantías propias de todas las personas en una sociedad libre.
[31] Si la regla general tiene que ser la que sólo en la prueba practicada en el juicio oral
puede el tribunal fundar su convicción y la sentencia, esa regla no puede tener carácter
absoluto, pues ha de admitirse la excepción relativa a que, por imposibilidad de
practicarse un medio de prueba en el juicio oral, se pierdan para el proceso los actos de
investigación realizados en el procedimiento preliminar con sujeción plena a la ley. En
este sentido la mayoría de los ordenamientos jurídicos distinguen entre diligencias
sumariales reproducibles en el juicio oral (que carecen de valor probatorio) y diligencias
no reproducibles, si bien a su vez se tiene en cuenta: 1) Cuando la imposibilidad de la
reproducción proviene de la naturaleza misma del acto de investigación, la ley impone
que ese acto se realice en el procedimiento preliminar con plena vigencia del principio
de contradicción, esto es, dando en él plena participación al imputado, y 2) Cuando la
imposibilidad de la reproducción se debe a acontecimientos sobrevenidos (muerte del
testigo que declaró en el procedimiento preliminar), la diligencia pudo realizarse sin
contradicción, pero a pesar de ello la ley tiene que admitir que se convierta en prueba
mediante la lectura en el juicio oral de su reflejo documental.
[32] Realmente las diferencias entre los procesos civiles y los penales deberían referirse
a dos instituciones jurídicas: 1.ª) La confesión en sentido estricto, con juramento
decisorio o indecisorio, que no puede existir en el proceso penal, de modo que el
acusado no puede declarar con juramento en caso alguno, lo que comporta la
imposibilidad de que se den por existentes hechos con la sola admisión por el acusado,
dado que ello supondría bien la existencia de prueba legal bien que el acusado puede
disponer de los hechos, y 2.ª) El interrogatorio del acusado, que es al que se refiere
propiamente la no obligación de declarar, con lo que la declaración del acusado debe
contemplarse más como un medio de defensa del mismo que como una carga procesal o
un medio de prueba. Si la declaración del acusado depende exclusivamente de la
voluntad del mismo y es un medio de defensa, esa declaración no guarda relación
alguna con el interrogatorio de las partes en el proceso civil, pues éste sí que es
principalmente un medio de prueba. Desde estas consideraciones la conclusión obvia es
que el tribunal no puede llegar a extraer consecuencia perjudicial alguna para el acusado
de su negativa a declarar.
[33] Debe tenerse en cuenta que una cosa es que en el proceso penal no pueda existir
confesión en sentido propio (es decir, prueba legal por la quepa determinar la existencia
o inexistencia de un hecho de modo que se impone a la convicción del juzgador), ni
tampoco consecuencia perjudicial alguna para el acusado de su negativa a declarar, y
otra muy distinta es que si el acusado declara su declaración pueda acabar sirviendo
para determinar la convicción del juez sentenciador sobre los hechos. Incluso partiendo
de que la declaración del acusado es más un medio de defensa que un medio de prueba,
no puede desconocerse que de lo dicho por él pueden desprenderse elementos de
convicción.
[34] Puede verse mi libro La prueba en el proceso civil, 4.ª edición, Madrid, 2005, pp.
442 y ss. y 465 y ss.
[35] El fundamento de este sistema se evidencia con toda claridad en el Decreto de 16-
29 de septiembre de 1791, sobre proceso penal, y se plasma en el artículo 342 del Code
francés, que decía: «Antes de comenzar la deliberación, el jefe de los jurados dará
lectura a la instrucción siguiente, que será, además, colocada en caracteres gruesos en el
lugar más destacado de la sala: La ley no pide cuentas a los jurados de los medios por
los cuales llegan a convencerse; no les impone regla alguna de la que deban hacer
depender particularmente la plenitud y la suficiencia de una prueba; la ley sólo les
ordena interrogarse a sí mismos en el silencio y en el recogimiento, y buscar, en la
sinceridad de su conciencia, qué impresión han producido sobre su razón las pruebas
aportadas contra el acusado y los medios de su defensa. La ley no les dice: tendréis por
verdadero todo hecho declarado por tal número de testigos; ella no les dice tampoco: no
considerareis suficientemente establecida toda prueba que no haya sido formada por
tales documentos, de tales piezas, de tantos testigos o de tantos indicios; la ley no les
hace más que una sola pregunta, que encierra toda la medida de sus deberes: ¿tenéis una
íntima convicción?».
INDICE:
Índice
Prólogo
por Juan Luis Gómez Colomer
A) estudios españoles
Vida o muerte de la pretensión civil tras la absolución penal por inexistencia del hecho:
Estados Unidos y España
Prof. Dra. María Ángeles Pérez Cebadera
B) estudios europeos
C) estudios americanos