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Las potencias imperialistas en China

1.- Inglaterra contra China: la guerra del Opio


El colonialismo de las grandes potencias se ha adornado a menudo de justificaciones
humanitarias y civilizadoras. Sin embargo, basta con examinar las condiciones en las cuales se realizó la
“apertura” de China para reducirlas bien a su condición de pretextos, bien a su lugar marginal en relación
con otras causas: conquistar un mercado, implantarse en él a cualquier precio y vender cualquier cosa.
En efecto, frente a China no se puede presentar ningún argumento de civilización. China es un
gran país unificado, con una larga historia que hace de ella uno de los núcleos principales de la cultura
mundial.
Desde la Edad Media, los europeos habían estrechado relaciones comerciales con China. A
finales del siglo XVIII, unas expediciones inglesas llevan a cabo las primeras tentativas para penetrar en
el mercado chino. Pero los emperadores chinos desean por el contrario cerrar China a los europeos, de los
que tienen en cuenta la fuerza y la amenaza que representan para su poder y el equilibrio de China. Hay
por tanto una oposición radical entre esta voluntad de defensa de los chinos y el deseo de los europeos de
abrir al mercado mundial el espacio chino.
La ocasión para el enfrentamiento viene dada por la introducción en China de opio, a la que se
entregan los mercaderes ingleses. Esta importación de una droga desconocida en China inquieta al poder
en China. En 1839, después de varias advertencias, el gobernador de Cantón ordena echar al mar 20.000
cajas de opio.
Las relaciones comerciales con Inglaterra se rompen. Inglaterra bombardea Cantón (1840) y sus
barcos remontan el Yangtsé hasta Nankín (1842).
Una gran potencia europea desencadena así un conflicto militar para obligar a otro Estado a
aceptar la importación y la venta de droga en su territorio. La lucha es desigual y se acaba con el tratado
de Nankín (29 de agosto de 1842) que abre al comercio extranjero cinco puertos chinos, entre ellos
Cantón y Shanghai, y cede a Inglaterra el islote de Hong-Kong que domina la entrada de la rivera de
Cantón. Además, se les entrega una indemnización a los mercaderes ingleses por el opio confiscado.
La apertura de China lograda por los ingleses al final de esta guerra por el opio desencadena los
apetitos de otras potencias (Francia, Rusia, Alemania, Estados Unidos y pronto Japón) y una serie de
expediciones, a menudo franco-inglesas, van a desembocar en la apertura definitiva de China.

2.- La revuelta Taiping


La derrota sufrida por China en la guerra del Opio debilita el poder de los emperadores chinos y
abre la puerta a las revueltas que constituyen paradójicamente un peligro también para la dominación
europea. La primera de estas revueltas, la de los Taipings, tiene lugar entre 1853 y 1864. Los Taipings se
apoderan de Nankín donde constituyen un verdadero Estado, en guerra contra loe emperadores manchús.
Los occidentales, tras haber sometido nuevamente al emperador chino mediante una expedición
contra Pekín, deciden ayudarle a sofocar la revuelta Taiping de la que temían su carácter campesino y
revolucionario. Un ejército formado por voluntarios americanos y europeos participa en la reducción de la
revuelta Taiping impidiendo a los Taipings apoderarse de Shanghai y reconquista su capital Nankín. La
derrota de los Taipings es seguida del aplastamiento de un gran número de rebeldes. El éxito de los
occidentales debilita un poco más a China y la entrega a los extranjeros. Sin embargo, ha sido muy
costoso y difícil de obtener. La duración de la revuelta de los Taipings (una década), la aspereza de su
resistencia, muestran el poder de la oposición contra la dinastía manchú y la organización social china,
pero también contra la sumisión de China a los extranjeros.

3.- La guerra entre China y Japón.


A finales del siglo XIX, Japón ha culminado ya con éxito su “Revolución Ilustrada” (Revolución
Meiji, 1868-1889) y entra con las potencias occidentales en la “carrera imperialista”, buscando un espacio
de expansión en Asia oriental. De esta manera, Japón declara la guerra a China en 1894-1895 y obtiene
un éxito rápido sobre el imperio chino.
La rivalidad entre Japón y China surgió a propósito de Corea. China, aplastada, debe pagar el
precio de su derrota: Taiwán, las islas Pescadores, la península de Liaotung son anexionadas; China debe
entregar además una fuerte indemnización de guerra y las riquezas mineras de Manchuria pasan a control
japonés.
Para los chinos el golpe es amargo. Desde entonces, un grupo de intelectuales chinos va a
intentar reformar China desde arriba, con el apoyo del joven emperador manchú (Kouang Siu).
Este periodo, llamado de los “Cien días”, está marcado por la promulgación de más de cuarenta
reformas que afectan tanto a la justicia como a la enseñanza, el ejército o la economía. Pero la voluntad de
este grupo reformador es occidentalizar radicalmente China y por ello se enfrenta a la vez a los
reformadores moderados y a los arcaicos, mientras que la emperatriz viuda Tseu-hi se inquieta por su
poder. Los reformadores, que representan esencialmente a los jóvenes intelectuales, son apartados. Unos
huyen, otros serán ejecutados.
Además, la situación de China es la de una potencia entregada a las ambiciones extranjeras. En
efecto, tras su derrota frente a Japón, las naciones imperialistas se lanzan sobre ella como una presa. Se
trata, igual que en el caso de Japón, de obtener de China concesiones, bien territoriales (territorios en
arriendo, así Port-Arthur, concedido a Rusia; pero también en las ciudades como Pekín amplias
concesiones acordadas a las diferentes potencias, tanto económicas como financieras). Se obliga a China
a subscribir préstamos a tasas de interés usurarias. Se reparten las riquezas mineras. Se delimitan zonas de
influencia, verdaderos protectorados, de donde son excluidos los competidores. Las bases militares
aseguran la seguridad de estas implantaciones.

4.- La revuelta de los “Boxers”.


Una desmembración semejante de China no puede más que suscitar reacciones. Una sociedad
secreta, la de los Boxers, se lanza, con el apoyo de la corte imperial y de las sociedades secretas
tradicionales a la “caza” de los extranjeros. Este movimiento es en primer lugar anticristiano, golpea a los
misioneros y no comporta más que intenciones reformadoras muy superficiales. Expresa más bien la
protesta arcaica de las poblaciones humilladas por la penetración extranjera.
La revuelta alcanza su momento culminante en junio de 1900, cuando los Boxers asedian las
concesiones extranjeras en Pekín y masacran a los europeos, poniendo sitio a las legaciones diplomáticas.
Una expedición internacional de las potencias se pone en pié. Su composición ilustra la comunidad de
intereses que vincula entre ellas a las naciones imperialistas: italianos, americanos, ingleses, franceses,
españoles, austriacos, japoneses, rusos, combaten bajo mando alemán y llevan a cabo la reconquista de
Pekín (14 de agosto de 1900), entregándose a numerosas saqueos y destrucciones.
China es obligada a aceptar un tratado (septiembre de 1901) que le impone la entrega de una
fuerte indemnización. Este nuevo saqueo de China suscita un doble movimiento. Por una parte, una
tentativa de reforma por arriba. El poder imperial retoma una parte de las medidas lanzadas en los “Cien
días”. Por otra parte, Sun Yat-sen reúne a su alrededor un movimiento que formula tres principios: la
expulsión de la dinastía Manchú, la República y la reforma agraria. En 1911, llega la República a China,
comenzando una nueva etapa de su transformación.

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