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JOSEPH CAMPBELL

LAS EXTENSIONES INTERIORES


DEL ESPACIO EXTERIOR
ATA L A N TA
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I M A G I N AT I O V E R A

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JOSEPH CAMPBELL
LAS EXTENSIONES INTERIORES

DEL ESPACIO EXTERIOR

LA METÁFORA COMO MITO


Y COMO RELIGIÓN

TRADUCCIÓN
ROBERTO R. BRAVO

ATA L A N TA
2023
Preliminares Campbell 3a ed.qxp_Jordi Esteva 7/3/23 10:44 Página 6

En cubierta: Constelación del Auriga, de pintor desconocido.


Villa Farnesio, Caprarola, Italia, 1575
En guardas: Constelación del Dragón. Uranographia
totum coelum stellarum, de Hevelius, 1690

Dirección y diseño: Jacobo Siruela

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Tercera edición

Todos los derechos reservados

Título original: The Inner Reaches of Outer Space


© 1986, 2002, 2013, Joseph Campbell Foundation (jcf.org)
© De la traducción: Roberto R. Bravo
© EDICIONES ATALANTA, S. L.
Mas Pou. Vilaür 17483. Girona. España
Teléfono: 972 79 58 05 Fax: 972 79 58 34
atalantaweb.com

ISBN: 978-84-940941-2-5
Depósito Legal: GI-466-2013
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ÍNDICE

Prólogo
11

Introducción
El mito y el cuerpo
13

Capítulo I
La cosmología y la imaginación mítica
33

Capítulo II
La metáfora como mito y como religión

El problema
69
La metáfora como hecho, y el hecho
como metáfora
75
Metáforas de la transformación psicológica
81
Imágenes en el umbral
88
El viaje metafórico
118
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La identificación metafórica
128
La red de gemas
135

Capítulo III
La vía del arte
151

Notas
195

Índice onomástico y conceptual


207
Las extensiones interiores del espacio exterior
Prólogo

Los capítulos que componen este libro se originaron a


partir de unas conferencias que tuve oportunidad de pro-
nunciar en San Francisco entre los años 1981 y 1984 por
sugerencia de Barbara McClintock, directora de Progra-
mas Públicos del Instituto C. G. Jung de esa ciudad, y de
Lynne Kaufman, directora de Programas de Estudios In-
ternacionales de la Universidad de California, en Berke-
ley. Los alcances interiores del espacio exterior fue el título
y el tema de un simposio organizado por Barbara McClin-
tock en 1983 durante el que, ante una amplia audiencia
reunida en el gran auditorio del Palacio de Bellas Artes,
compartí tribuna con el astronauta Rusty Schweickart. La
metáfora como mito y como religión fue el título de mi in-
tervención de 1984, en ese mismo auditorio, en la celebra-
ción que Lynne Kaufman organizó con ocasión de mi
octogésimo cumpleaños. En esa oportunidad tuve la suerte
de compartir tribuna con el poeta Robert Bly, la arqueó-
loga Marija Gimbutas, el maestro de tai chi Al Chungliang
Huang, el filósofo Sam Keen, el psicólogo Stanley Kele-

11
man y la antropóloga Barbara Meyerhoff, en un acto que
culminó con la caída de una pléyade de globos desde el
elevado techo del escenario. Le debo a mi esposa Jean Erd-
man, bailarina y coreógrafa, la totalidad del tema y el ar-
gumento de mi charla titulada «La vía del arte», que escribí
en 1981 para el simposio que llevó por nombre Una lla-
mada a la belleza, organizado por Barbara McClintock y
moderado por James Hillman; finalmente, mi charla sobre
«El mito y el cuerpo» fue la introducción a un seminario
de una jornada sobre la mitología como función biológica,
celebrado en 1982 en el Instituto C. G. Jung.
A lo largo de la preparación de este pequeño libro ha
sido mi deseo, a la vez que una gran satisfacción, poder
ofrecer una retribución a las Gracias por las transforma-
doras reflexiones de estos últimos años que, debido a la
maravillosa participación del público de San Francisco,
hemos podido poner a prueba en el marco de una amplia
aventura espiritual compartida.

Joseph Campbell

12
Introducción

El mito y el cuerpo

Si se examinan sin prejuicio las tradiciones religiosas de


la humanidad, no tardan en encontrarse ciertos motivos
míticos comunes a todas ellas, si bien se entienden y desa-
rrollan de diferente manera en las distintas tradiciones: me
refiero, por ejemplo, a la idea de la vida tras la muerte, o a
la existencia de espíritus, que pueden ser protectores o ma-
lévolos. El médico, viajero y destacado antropólogo del
siglo XIX Adolf Bastian (1826-1905), para quien fue crea-
da la cátedra de antropología de la Universidad de Berlín,
llamó a esos temas y motivos recurrentes «ideas elementa-
les», Elementargedanken; e «ideas folklóricas» o «étnicas»,
Völkergedanken, a las distintas maneras en que aparecen
representados, interpretados y formando parte constitu-
tiva de las artes y costumbres, mitologías y teologías de
todos los pueblos del planeta.
El reconocimiento de esos dos aspectos, local y uni-
versal, en la conformación de las religiones de todos los
sitios de la tierra aclara de una sola pincelada las persis-
tentes controversias de los teólogos sobre valores tempo-

13
rales y eternos, y las cuestiones relativas a la verdad y la
falsedad; además de distinguir como dos ciencias distin-
tas, aunque relacionadas, los estudios, por una parte, de
las diferentes «ideas folclóricas» o «étnicas», que son ob-
jeto propio de etnólogos e historiadores, y, por la otra, el
de las ideas elementales, Elementargedanken, que corres-
ponde a la psicología. No obstante, algunos destacados
psicólogos del pasado siglo se interesaron también por el
análisis de esos aspectos universales; de entre ellos, consi-
dero a C. G. Jung (1875-1961) el más profundo y esclare-
cedor. A los motivos míticos que Bastian había llamado
«ideas elementales», Jung los denominó «arquetipos del
inconsciente colectivo», trasladando así el énfasis de la es-
fera de la ideación mental racional al oscuro abismo subli-
minal del que surgen los sueños.
Porque, así considerados, tanto los mitos como los sue-
ños provienen de una misma fuente psicofisiológica, que
no es otra que la imaginación humana movida por las con-
flictivas exigencias de los órganos corporales (incluido el
cerebro), cuya anatomía sigue siendo básicamente la
misma desde hace algo más de cuarenta mil años. En con-
secuencia, de la misma manera que la imaginería del sueño
es una metáfora de la psicología del soñador, la que se ex-
presa en la mitología lo es de la actitud psicológica del
pueblo al que el soñador pertenece. El africanista Leo Fro-
benius (1873-1938) denominó «mónada cultural» a la es-
tructura sociológica que corresponde a dicha actitud. Cada
característica de ese organismo social es, según él, expre-
siva y, por tanto, simbólica de la actitud psicológica que le
confiere forma. En La decadencia de Occidente, Oswald
Spengler (1880-1936) identificó ocho colosales mónadas
de gran majestuosidad, más una novena, actualmente en
formación, que han configurado y dominado la historia

14
mundial desde la aparición, en el IV milenio a.C., de las
primeras grandes culturas escritas: (1) la sumerio-babilo-
nia, (2) la egipcia, (3) la greco-romana (apolínea), (4) la
ario-védica de la India, (5) la china, (6) la maya-azteca-
inca, (7) la mágica (persa-árabe y judeo-cristiana-islámica),
(8) la fáustica (de la gótico-cristiana a la europeo-norte-
americana moderna) y, ahora, bajo la impuesta apariencia
de una pseudomorfosis cultural marxista, (9) la ruso-cris-
tiana, actualmente en germinación.1
Pero ya mucho antes de las apariciones históricas mun-
diales, florecimientos e inevitables decadencias de esas
espectaculares mónadas, se reconoce un período casi in-
temporal correspondiente a la existencia de sociedades
aborígenes ágrafas, algunas integradas por cazadores nó-
madas, otras por asentamientos agrícolas, formadas a veces
por no más de media docena de familias relacionadas, y
otras por decenas de miles de individuos. Cada una de ellas
poseía su mitología; en algunos casos muy pobre y frag-
mentaria, pero en otros maravillosamente rica y magnífi-
camente elaborada. Cada mitología estaba, desde luego,
condicionada por la particular geografía local, así como
por las necesidades del grupo. Sus imágenes se inspiraban
en los paisajes y la flora y fauna del lugar, y estaban com-
puestas por recuerdos de hechos y personajes, elabora-
ción de visiones compartidas y otras características que
conformaban temas narrativos y componentes míticos
que sobrevivían conservándose de uno a otro ámbito. La
definición de la «mónada» no depende del número y la na-
turaleza de los detalles e influencias experimentadas, sino
de la actitud psicológica hacia el universo del pueblo, sea
grande o pequeño, del cual la mónada representa la vida
que le da coherencia. El estudio de la mitología, para el et-
nólogo o el historiador, va desde la relevancia de sus me-

15
táforas al descubrimiento de la estructura y la fuerza de
esa mónada nuclear que infunde sentido espiritual a cada
elemento de su cultura. De ella emergen las manifestacio-
nes de su arte, sus herramientas y armas, expresiones ri-
tuales, instrumentos musicales, normas sociales y formas
de relación con sus vecinos, tanto en la paz como en la
guerra.
En el vocabulario de Bastian, las mónadas son la orga-
nización local de las diversas «ideas folklóricas» o «étni-
cas» de las culturas representadas, en una constelación
variable de las necesidades e intereses que constituyen los
impulsos y energías primarias de toda la especie humana:
bioenergías que pertenecen a la propia esencia de la vida y
que cuando se desencadenan llegan a ser terribles, horro-
rosas y destructivas.
La primera de ellas, la más elemental y terrible de todas,
es la inocente voracidad de la vida, que se nutre de la pro-
pia vida, y constituye el interés primario del niño hacia la
madre que lo alimenta. La quietud del sueño se troca en
horrorosa pesadilla ante la aparición del ogro, el enorme
caníbal o el acechante cocodrilo, que son criaturas tam-
bién de los cuentos de hadas. El punto culminante de fre-
nesí con las orgías dionisíacas es todavía, en algunas partes
del mundo, un despiadado festín canibal de toros vivos.
La más expresiva imagen mitológica de esta sombría pre-
misa básica de la vida se encuentra en la figura hindú de la
madre del mundo, Kālī, «la Negritud del Tiempo», que
lame, consumiendo con su larga y roja lengua, la vida de
todos los seres de este mundo, creados por ella misma.
Porque, como escribió Adolf E. Jensen, el desaparecido
director del Instituto Frobenius en Frankfurt am Main, en
un ensayo sobre el homicidio ritual: «El rasgo común a
toda vida animal es que únicamente puede conservarse

16
a sí misma mediante la destrucción de la vida», y citaba en
este punto una canción de Abisinia que celebra el gozo de
vivir con estas palabras: «Aquel que aún no haya matado,
matará. Aquella que aún no haya parido, concebirá».2
La segunda compulsión primordial, tan relacionada con
la primera que casi se identifica con ella (como reconoce el
panegírico abisinio recién citado), es el impulso sexual y
reproductivo, que durante los años de superación de la in-
fancia aflora a la conciencia con tal fuerza que en sus mo-
mentos más agudos llega incluso a imponerse sobre los
reclamos de la primera. Aquí se manifiesta la especie
misma. El individuo se ve sobrepasado. En la aljaba del
dios hindú Kāma, homólogo de Cupido –aunque a dife-
rencia de éste no es un niño, sino un espléndido joven que
destila el aroma de fragancias de flores, oscuro y magnífico
como un elefante movido por un vehemente impulso– y
cuyo nombre significa «deseo» o «anhelo», hay cinco fle-
chas floridas que saldrán de su también florido arco lla-
madas «Ábrete», «Paroxismo del impulso del Deseo»,
«Fogosidad», «Sediento» y «Portador de la Muerte». En
todas partes del mundo se conocen celebraciones orgiásti-
cas de grupos de personas alcanzadas por las fervorosas
flechas de este dios.
Una tercera motivación, que ha sido la única genera-
dora de acción sobre la escena histórica mundial –al menos
desde la época de Sargón I de Acadia, en el sur de Meso-
potamia, ca. 2300 a.C.– es el impulso en apariencia irresis-
tible al saqueo y la expoliación. Desde un punto de vista
psicológico, este impulso quizá podría considerarse una
extensión del enérgico mandato biológico para alimentarse
y consumir; pero esta motivación no posee la fuerza bio-
lógica primordial de las otras, sino que se trata de una in-
ducción lanzada desde los ojos, que impulsa no a consumir

17
Imaginatio vera

Publicado en 1986, Las extensiones interiores del espacio exterior


fue el último libro que Joseph Campbell entregó a la imprenta antes
de su muerte, acaecida en 1987. En esta obra, Campbell hace una sín-
tesis esclarecedora sobre la manera en que deben ser entendidos los
mitos. Interpreta la mitología como una función biológica que pro-
cede de la misma fuente psicofisiológica de la que brotan los sueños.
Y así como las imágenes oníricas son una metáfora de la psique del
soñador, la mitología es la expresión simbólica de la sociedad y la
cultura a la que el soñador pertenece.
En el primer capítulo, Campbell apunta que los descubrimientos
del siglo xx sobre las leyes del espacio exterior también se encuen-
tran en nuestro interior, o, como dijo Kant, en la mente. Y se pre-
gunta, a raíz de todo nuestro nuevo conocimiento del cosmos, cómo
afecta la infinitud de las nuevas dimensiones cósmicas a nuestra mi-
tología, basada en otro universo que no corresponde al real.
El segundo capítulo explica cuál es la manera de comprender ade-
cuadamente los mitos. Para Campbell, los hechos míticos religiosos
no son literales, ni históricos, ni atañen a lugares geográficos. Todo se
ha de ver como símbolo, como metáfora de una realidad puramente
interior. Por eso las religiones son «mitologías mal entendidas»: in-
terpretan los símbolos interiores como hechos históricos exteriores,
cuando la función de la mitología es la de «abrir la mente y el cora-
zón a la maravilla suprema del ser».
En el tercer capítulo, Campbell se pregunta cómo será la nueva
mitología que se está creando en el arte a través de sus diferentes
expre­siones. Pues el arte es hoy el único vehículo de expresión de los
mitos. Y como el lenguaje artístico es también metafórico, en las psi-
ques de los artistas de hoy se encuentran las semillas de las mitolo­
gías del mañana.

Joseph Campbell (1904-1987) fue, junto a Mircea Eliade y Karl Ke­­


ré­n­yi, uno de los mitólogos más importantes de la
se­gunda mitad del siglo xx.

www.atalantawe b .com

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