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la muerte
De este modo, se encuentran varios temas recurrentes en ambas obras, como son la muerte,
el tiempo, la imagen, la memoria, el reflejo, entre otros. Para el escritor, el universo de
creación debía reflejar y refractar a quien generaba obra, esa es la razón por la cual sus
novelas, cuentos, pinturas y en general, todos sus proyectos versaban sobre el impacto de lo
narrado como un proceso continuo, no hay obra acabada. Para él, lo escrito y la imagen son
una suerte de danza eterna y transformacional que solo cobran sentido cuando se enfrentan
a su propia desnudez, a su creador creado y a su eterna paradoja de existencia efímera.
El cine tiene su nacimiento oficial en diciembre de 1895, sin embargo, el interés del
humano por capturar el instante es milenaria. Basta ver las cuevas de Altamira para
imaginar a esos pobladores queriendo atrapar el movimiento de los animales en una roca.
La inmortalidad en una imagen, fantasía galopante de generación en generación, hasta que,
en la víspera del siglo XX los hermanos Lumiére (luz en español, qué revelador) inventaron
el cinematógrafo y con ello, la memoria icónica. La historia a partir de ahí, se vuelve
distinta para las civilizaciones que ya cuentan con documentos invaluables en pantallas. Por
lo tanto:
Como se lee, hablar de cine es reconocer un camino de tres vías: industria, arte y lenguaje.
En el primero, “… este proceso se asimila a los procedimientos técnicos mediante la
división del trabajo, el empleo de máquinas y la separación de los trabajadores respecto de
los medios de producción.” (Adorno, 2008, p. 297) Esto implica producción en masa y en
serie, por lo tanto, se nutre el espectáculo, el consumo y el entretenimiento. Hollywood es
un ejemplo de dicho ejercicio: en muchas ocasiones la gente va a las salas de proyección a
divertirse y desfogarse, las historias están pensadas para complacer al público y obtener
ganancias económicas.
El arte, por otro lado, implica la intervención de una estética y pensamiento disruptivo en
muchos casos, pues el objetivo no es solo amenizar a los espectadores, sino que haya una
experiencia de goce estético. Así, la música, la fotografía, la actuación, el decorado e
incluso la historia, aluden a “...las formas en las que puede pensarse la imagen-tiempo en
sentido afectivo, emocional, que cuenten en cuanto fenómenos del sentimiento, y no sólo en
su uso instrumental mimético de reproducción de la realidad.” (Leyva, 2012, p. 130)
Contar una historia: principio básico del cine, que, al inicio inspirado en el relato literario y
teatral, cobra sus propias reglas. Los movimientos de cámara, los encuadres, las
angulaciones y el ejercicio de edición, decantan en un lenguaje, amén de arte e industria. Y
como se señala, es con David Wark Griffith (1875-1948) en Estados Unidos y Sergei
Eisenstein (1898-1948) en la Unión Soviética (claramente con varios representantes de
otras naciones), que el cine se inaugura como código con sus cánones particulares.
Sergei Eisenstein por lo tanto, propuso un montaje con una alta carga ideológica. Explicaba
que el cine debía señalar y hacer un juicio sobre la realidad, entonces, el filme tenía la
obligación de presentarse como un discurso articulado, y eso solo pasaría, con un montaje
de choque o montaje dialéctico. Tomó los principios del marxismo y sostenía que, al igual
que en un marco político, las tomas debían ser de dos tipos: una que fuera la tesis, otra la
antítesis. A cada imagen, le correspondía su contraria. Al unir o montar ambas, debía surgir
una tensión, un resultado, una tesis.
Esto es, la complejidad del mundo puede ser abordada mediante la dialéctica, es decir,
gracias al choque de dos ideas, surge una tercera que empuja al espectador o lector a una
acción o al menos, a una reflexión. Lo revelador, sin embargo, se encuentra en que:
“Eisenstein sostenía que el monólogo interior podía considerarse como un método literario
mediante el cual podía abolirse la distinción entre sujeto y objeto al concretar la experiencia
de un personaje en forma cristalizada…” (Elizondo, 2017, p. 101)
Es interesante porque en esta cita se conjuntan dos artes: el cine y la literatura. El monólogo
al que hace referencia el autor de Farabeuf, es una búsqueda para irrumpir en lo profundo,
lo complejo y por lo tanto, destruir la dicotomía sujeto/objeto que ya otros pensadores
habían intentado, algunos, con éxito, como el filósofo alemán, Martin Heidegger (1889-
1976) quien explicaba en su famosa conferencia Construir Habitar Pensar (1951) que la
supuesta división venía de un antopocentrismo inútil y que no desplegaba la verdad del ser,
sino que se alojaba y se centraba en una vivencia superficial y no en un habitar ontológico.
El arte entonces, es capaz de desarticular ese contraste entre sujeto y objeto y poner en un
nivel diferente la percepción y la creación. La vida en sí misma como fenómeno, no como
objeto. Salvador Elizondo, gracias a la influencia del cine (y muy particularmente del
montaje dialéctico), propone una escritura de contraste, una literatura que tiene como
protagonista la narrativa, la palabra. Por lo tanto, leer su obra, es como estar frente a un
ideograma gigante. Al respecto dice:
Y esto lo resuelve así porque: “No hay que olvidar que “montaje”, en sus orígenes, era una
forma de escritura mediante la cual se concretaba visualmente lo abstracto.” (Elizondo,
2017, p. 70) Esto quiere decir que tanto lo visual como la palabra tienen más en común de
lo que se podría creer porque ambos parten de la imaginación, de un deseo por comunicar
y, sobre todo, porque se “entinta” el sentimiento, se visualizan las abstracciones, se
concreta, de alguna forma, el pensamiento.
Entonces, para su esposa: “La concepción del texto de Farabeuf no hubiera sido posible sin
la pasión que Elizondo tuvo por el cine, una de sus varias vocaciones, que, con verdadera
devoción, durante los años de su juventud, ocupó toda su atención y creatividad.”
(Elizondo, 2017, p. 11) El acercamiento al cine por parte del escritor, se dio durante su
tierna infancia y lo marcó toda la vida. De hecho, el libro Luchino Visconti y otros textos
sobre cine, es una recopilación que su esposa Paulina Lavista hizo de sus críticas y
reflexiones en torno al séptimo arte. En ellos, se nota de forma evidente la influencia e
inspiración que el cine tuvo en su literatura.
Por lo tanto, la estructura narrativa que Salvador Elizondo ejercitaba, además de ser
intertextual2, tenía un espíritu dialéctico e ideogramático. Ambos conceptos son análogos,
su correspondencia pareciera incluso natural. Ya lo explicaba el mismo Eisenstein cuando,
poéticamente señalaba:
Como se ve, la combinación es concepto clave para comprender no solo la complejidad del
ideograma, sino del montaje que el mismo Eisenstein ocupaba en sus cintas. Bajo esa
dinámica, Salvador Elizondo propone una escritura compleja, ideogramática y dialéctica.
Su prosa poética, es una especie de espiral o fractal que se narra a sí mismo mientras devela
la historia, no de personajes, sino de instantes o de escritores observándose en pleno acto
creativo. Y esto es porque, según su esposa “Salvador concibe y aplica a su escritura una
técnica cinematográfica que genera resultados profundamente innovadores…” (Elizondo,
2017, p. 22), como leemos en El grafógrafo:
El ambiente onírico y laberíntico en el que sumerge al lector, es una forma textual de palpar
el ideograma, de encontrar ideas que chocan pero al mismo tiempo, convergen en un tejido
de palabras que se cristalizan en cuentos, novelas, poesías, guiones de cortometrajes o
montajes teatrales. Así, el montaje dialéctico cinematográfico como recurso de escritura
compleja en la obra de Elizondo es claramente una parte fundamental de su creación, no
solo en Farabeuf, sino en prácticamente todos sus escritos.
La memoria, al ser parte del proceso cognitivo, es vulnerable a la falla, las funciones
emotivas y el conocimiento previo de quien lo vive, por lo tanto, como el autor señala, es
un relato. El contar historia es un tejido mnemotécnico que revela humanidad, finitud,
mortalidad. La vida tiene sentido para quien recuerda, entonces lo hereda a sus sucesores y
así, surge el mito, la fe, la filosofía, la ciencia, la religión, el arte. El recuerdo, herramienta
inefable de la memoria, se hizo signo, se hizo lenguaje gracias a elementos distintos a las
muecas y gestos, como mencionaba el filósofo. La necesidad de contar, se entrega a la
memoria, como bien sabía el autor de Farabeuf, pues el lenguaje comunica el recuerdo de
uno o el recuerdo de todos.
Por lo tanto, la memoria es una reconstrucción, pues es como el relato literario que se
construye mientras se cuenta. Se va contando al mismo tiempo que se impregna en el alma
de una comunidad que se reconoce a sí misma por ese mito: la historia es la redención del
recuerdo. Ese recobro de vida, se hace lenguaje y entonces, se cuenta una y otra vez:
diferente, única y al mismo tiempo, identitaria, igual.
Ahora bien, la memoria surge del ejercicio del pensar, que para Heidegger es una acción,
porque lo ubicaba no sólo como el acto de reflexionar, sino también de hacer. Entonces,
podríamos afirmar que la memoria es la báscula que une al pensar con el ser humano: entre
la divinidad de lo que fuimos o de dónde venimos, y la fragilidad de nuestro presente. La
reminiscencia como lugar del ser, como una urdimbre de evocaciones que construye el
sentido de estar vivos, de pertenecer, de dialogar. La memoria es el silencio donde la
palabra se origina y comienza su actuar:
La memoria y pensamiento son parte del Ser, es decir, el hombre es el guardián del
recuerdo y sólo da fe de todo lo que acontece alrededor de eso: hace relato. Ahí de nuevo,
se aloja el concepto de relato como herramienta de la memoria. En el caso de Elizondo es
así porque “... no sólo rompe con la linealidad en cuanto a elementos estilísticos literarios,
sino también replantea varias cuestiones del pensamiento sobre la configuración de la
memoria y su duración en el tiempo.” (Garfias, 2011, pág 38)
Y es en esa discontinuidad que el instante cobra sentido porque es una ruptura, un fractal,
un pedazo de tiempo que el narrador insiste en encapsularlo en ámbar o en insectos, como
lo hace en Farabeuf y que precisamente es ese fósil-instante el umbral a la muerte, otra
figura recurrente en su producción creativa. Es en su obra cumbre donde un cirujano tiene
una cita con el erotismo mortuorio de una mujer que le suplica, le aplique la tortura china
de los mil cortes y en esa voluptuosidad, el autor se regodea y hace él mismo, numerosos
cortes en texto para regalarnos pequeñas muertes.
Y no solo en Farabeuf memoria y muerte hacen su aparación, sino en otras obras como El
hipogeo secreto (1978) donde el autor escribe en fractal e invoca a la muerte: “Un instinto
de muerte me hizo alargar la mano hacia tu cuerpo; pero antes de tocar tu carne una voz,
quizá la mía, me dijo estas palabras al oído: El universo es su sueño.” (Elizondo, 2000, p.
16) Así, la certeza de muerte hunde al lector, al escritor y a los personajes en el quiebre de
la vida, nos recuerda, nos suspira. Interesante recurso utilizado porque la pieza inicia y
termina con puntos suspensivos: es circular, una serpiente literaria que se muerde a sí
misma.
Una de las aportaciones de Elizondo, es, como se puede leer, una prosa en espiral que
“rompe la cuarta pared” tan referenciada en teatro y cine. El escritor se cuestiona y con ello,
abraza angustioso a su lector, lo hace partícipe del abismo. Le habla directamente,
cuestionándole sobre su existencia y el sentido de la misma. ¿Estas figuras impregnadas en
su literatura, serán análogas al cine? Eso se verá a continuación.
Las imágenes de la memoria humana son resguardadas por el arte: literatura, pintura,
escultura, cine, por mencionar algunas; se llevan la noble tarea de darle forma a los
recuerdos por medio de imágenes (ya sea en texto, en piedra, en luz o en lienzo). Los
muertos nos hablan, el arte es un puente que nos comunica con quienes fuimos. Elizondo
continuamente escribe sobre el nacimiento y muerte del creador, que lo único que deja, son
sus recuerdos, sus imágenes sobre el mundo. Y es en esa fisura difusa, donde la literatura
del autor emana como cascada de un recuerdo icónico:
Textos fractales que se narran a sí mismos pero que están unidos con otro ideograma, otro
recuerdo en forma de imagen dialéctica que choca con el pensamiento del lector para
sumergirlo en una confusión que paradójicamente, le revela la obra. En El hipogeo secreto,
varias voces se entrelazan para contar instantes mediante imágenes-palabras:
Y esto es así porque: “Es un relato que, en sí, no es nada tradicional ya que sus personajes o
agentes van a ser tanto destinadores como destinatarios de todas las acciones, incluyendo la
del acto de la narración.” (Manzor-Coats, 1986, p. 466) Como se hacía referencia en el
párrafo anterior, la imagen del fósil o del insecto atrapado en un ámbar aparece a lo largo
de su obra como el simbolismo del instante capturado eternamente y puesto al servicio de
los personajes y del lector; todo ello, revela sus secuencias narrativas que son análogas al
cine como se lee a continuación:
Leer a Elizondo deja la sensación de haber perdido algo: el lector no tiene toda la
información, los mismos personajes guardan un secreto o tal vez, ni ellos mismos lo saben.
La omnipresencia del autor se ve diluida en el instante, muere también como un delicado
recuerdo, como el ala de mariposa que se ve quebrantada por un cambio de clima.
La tormenta que implica reconocerse como parte de la obra, es la responsable por dejar
huecos en el texto. Lector, personajes y autor son huérfanos. No tienen más que las palabras
que los definen y estas también, son fósiles ámbar que aparecen en algunas páginas, como
gotas que el recuerdo ha salpicado en el libro.
En ese sentido, el universo donde vive y muere el autor, es una espiral, una continuación en
donde el principio y el fin se unen como serpiente que se muerde la cola. El cine y la
literatura se unen en imágenes-texto que confunden, funden y difunden instantes. Se
descubre entonces que la muerte es tan solo otro fractal, otro inicio. El autor es a la vez
lector y personaje. La complejidad se encierra en una obra: la crónica de un escritor que se
mira al espejo y se cuenta una historia sin fin.
CONCLUSIONES
Asimismo, su cinefilia lo llevó a experimentar las palabras como una suerte de imágenes
montadas con una técnica dialéctica. Llevó ese estilo en obras de teatro, novelas, cuentos e
incluso, un cortometraje. Sin duda, un autor total que cuestionó la omnipresencia autoral en
varias disciplinas artísticas. Como se recordará, el objetivo de esta ponencia era identificar
el montaje dialéctico cinematográfico como recurso de escritura compleja en la obra de
Elizondo por medio de un análisis de sus figuras más recurrentes como la memoria y la
muerte para develar las imágenes literarias en su escritura.
Para ello, se definió el montaje dialéctico y se hizo notar el parecido con el ideograma,
recurso utilizado en la literatura de Elizondo. En un segundo momento, se relacionó con su
obra literaria, resaltando el instante y la muerte como recursos ampliamente usados en su
obra y finalmente, se ejemplificó dicho ejercicio literario con sus propias citas y se ve el
parecido que ello tiene con el séptimo arte, oficio en el cual también incursionó.
Hablar de Salvador Elizondo es hacer notar una época importante en la literatura mexicana.
La experimentación, la complejidad y el juego son algunos de los conceptos que definen a
este artista porque como se ha explicado en este documento, no había una intención
simplificadora en su obra, muy al contrario, apostaba por la narración evocadora,
provocativa, misteriosa; no por la descripción lineal de personajes y acciones. En pleno
siglo XXI, su obra sigue vigente y por lo menos Farabeuf, es una novela maestra que ha
servido como ejemplo de escritura intertextual y simbólica. Las aportaciones de Elizondo
seguirán haciendo eco y por supuesto, son un puente que nos comunican con nuestros
propios recuerdos.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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