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Llegó para la hora de la cena. El pasillo estaba infestado de barbies y piezas de lego.
De la cocina venía un olor a queso y hierbas. Se sentía exhausto, en el
entrenamiento le tiraron una plancha que le dobló el tobillo. Se sentó junto a
Capitán, ovillado en el mueble. Tenía el tobillo hinchado. A través de la cortina que
hacía las veces de puerta se filtraban los ronquidos de la abuela y la voz de
valentina, jugando a la cocinita. De pronto, la cortina se movió, dejando ver la cara
de la niña. Tenía la barbilla untada de salsa y en el camisón, algunas tiras de
espaguetis. Su aparición saturó el aire de ajo.
- ¿Ya la bañaron?
- No, mamá ya se fue – La niña jugaba con la cortina como si fuese un vestido.
Los ronquidos de la abuela se fueron espaciando.
- ¿Y la abuela?
- Dormida
- Vaya y la despierta – La niña despareció de la puerta. Luego se escucharon
los resortes de la cama cediendo bajo su paso. La abuela gruñó. Al rato, se
oyeron las sandalias arrastrándose contra el piso y los pies desnudos de la
niña volviendo a la puerta.
- Ya
- Espérela en el lavadero.
La abuela se levantó enojada. Al saludo de Felipe contestó sacudiendo la mano,
como si espantara una mosca. Capitán la siguió hasta el patio con las orejas
paradas. Felipe se miraba el tobillo e intentaba recordar si todavía le quedaba de la
pomada de marihuana que le regaló el entrenador. Desde el patio venía el ruido de
las cocadas de agua reventando contra el cuerpecito de su hermana. “¡La tarea!”
Felipe se levantó del sofá y cojeó hasta el patio. Avanzó de espaldas hacia el
lavadero para no ver a su hermana desnuda y le preguntó a la abuela si tenía
seiscientos pesos para ir a un café internet
- ¿Y para qué? – No se volteó a mirarlo, ocupada en restregar las axilas de
Valentina
- Necesito hacer un trabajo
- Ahí están los libros
- Lo que necesito no está en los libros
- ¿Cómo qué no? Eso es que ni siquiera te has puesto a buscar. Seguro que voy
yo y lo encuentro
- Vamos pues
- ¿Y quién baña a Valentina? Además, ya yo me maté con mis hijos. Eso es
trabajo de Ámparo
- Mi mamá no regresa hasta mañana y tengo que entregar el trabajo
precisamente mañana – Valentina, inmóvil bajo las manos huesudas de la
abuela, miraba a su hermano agitar los brazos como en una pataleta.
- Yo no tengo plata
- Si pierdo es tu culpa entonces – estaba a punto de llorar. Valentina también.
La abuela, curtida, se adelantó y corrigió el tuteo.
- ¡Ve a este igualado! – ahora si se volvió. Valentina empezó a llorar – Agarra
esos mugrosos seiscientos pesos de la cartera que dejé en la cama y dejá de
joder.
Felipe corrió hacia la habitación tan rápido como se lo permitió la cojera. En lugar
de seiscientos, agarró ochocientos “para el bolis”. Capitán lo miraba desde la puerta
batiendo la cola. Creía que lo iban a sacar. Al pasar junto a él le apretó el hocico.
No le quedaba mucho tiempo, a las nueve cerraban donde Yesica. Aún se escuchaba
los berridos de Valentina. Ya afuera, pegó un gritó que debía llegar hasta el patio
“¡YA VENGO!” … “¡BUENO!” contestó la abuela de regreso, que caminaba hacia la
habitación, cargando a Valentina envuelta en una toalla.