Está en la página 1de 5

Hacía un calor insoportable.

Cada vez que pasaba un camión se levantaba una


polvareda que picaba en la nariz. El volumen del televisor en 100 no acallaba el
ruido de las aspas del ventilador, a toda marcha. Felipe, apoyado contra la pared,
bebía una limonada que les preparó la mamá de Cristian. El resto veía el partido
del América sentados en el sofá. Cristian trapeaba el reguero de limonada que hizo
Óscar cuando se le cayó el vaso. Faltaba poco menos de media hora para las seis.
Olía a sudor y a pasto recién cortado.
- ¿A qué hora pasa el bus hoy? – Felipe sabía que debía llegar temprano,
aunque no recordara la razón.
- Óscar es un baldesote – Cristian no lo había escuchado, estaba entretenido
conversando con los demás. Óscar se echó a reír, nervioso.
- Un día de estos lo bajan a teteritos – comentó uno
- No, mijo, lo van es a sacar – añadió otro
- Óscar está aquí por el papá, porque es amigo del dueño de Colombianitos –
La voz de Cristian se alzó sobre las demás. Hubo un silencio y luego se
echaron a reír todos. Óscar se había puesto como un tomate, pero reía con
más fuerza que el resto.
- ¿A qué hora pasa, Boti? – Boti era Cristian, le decían Boti por Botija.
- ¡Ama! – “¡Qué!” contestó la mamá desde el patio – ¡¿A qué hora pasa el
bus?! – “¡A las seis!” – se volvió a escuchar la voz de la mamá de Boti.
- A las seis – confirmó Boti, metiendo el trapero en un balde
- Nos vemos entonces – Los que estaban en el sofá se giraron hacia Felipe.
Óscar se puso de pie
- ¿No te vas a terminar de ver el partido? – Cristian había tomado el vaso de
Felipe y lo llevaba hacia la cocina.
- No alcanzo.
- ¿Vas a hacer el trabajo? – A Óscar todavía no le había cambiado la voz,
hablaba como un niño.
- ¿Cuál trabajo?
- El de biología, sobre el cambio climático
- ¿Había trabajo en biología? ¿Qué hay que hacer? – intervino Cristian. Volvía
con otro vaso lleno de limonada.
- Un de mil ensayo palabras sobre los efectos del cambio climático que
hayamos visto – Ya nadie prestaba atención a Óscar, Preciado había entrado
a la zona de penal.
- Jueputa… - se quejó Cristian. El balón pasó por encima del arco. El portero
la alcanzó a rozar con la mano, pero el árbitro no dio tiro de esquina.
- ¿Qué decías? – retomó Felipe. Los demás no sabían que él era del Cali.
- Un ensayo…
- Un ensayo de 1.000 palabras sobre el cambio climático, ya – Cristian había
perdido la paciencia.
- Nos pillamos mañana pues – se despidió Felipe. Justo estaba pasando la
buseta para Puerto. Antes de subir, escuchó que lo llamaban, era Óscar, pero
dentro los teteritos coreaban una barra y no pudo escuchar nada.

Llegó para la hora de la cena. El pasillo estaba infestado de barbies y piezas de lego.
De la cocina venía un olor a queso y hierbas. Se sentía exhausto, en el
entrenamiento le tiraron una plancha que le dobló el tobillo. Se sentó junto a
Capitán, ovillado en el mueble. Tenía el tobillo hinchado. A través de la cortina que
hacía las veces de puerta se filtraban los ronquidos de la abuela y la voz de
valentina, jugando a la cocinita. De pronto, la cortina se movió, dejando ver la cara
de la niña. Tenía la barbilla untada de salsa y en el camisón, algunas tiras de
espaguetis. Su aparición saturó el aire de ajo.
- ¿Ya la bañaron?
- No, mamá ya se fue – La niña jugaba con la cortina como si fuese un vestido.
Los ronquidos de la abuela se fueron espaciando.
- ¿Y la abuela?
- Dormida
- Vaya y la despierta – La niña despareció de la puerta. Luego se escucharon
los resortes de la cama cediendo bajo su paso. La abuela gruñó. Al rato, se
oyeron las sandalias arrastrándose contra el piso y los pies desnudos de la
niña volviendo a la puerta.
- Ya
- Espérela en el lavadero.
La abuela se levantó enojada. Al saludo de Felipe contestó sacudiendo la mano,
como si espantara una mosca. Capitán la siguió hasta el patio con las orejas
paradas. Felipe se miraba el tobillo e intentaba recordar si todavía le quedaba de la
pomada de marihuana que le regaló el entrenador. Desde el patio venía el ruido de
las cocadas de agua reventando contra el cuerpecito de su hermana. “¡La tarea!”
Felipe se levantó del sofá y cojeó hasta el patio. Avanzó de espaldas hacia el
lavadero para no ver a su hermana desnuda y le preguntó a la abuela si tenía
seiscientos pesos para ir a un café internet
- ¿Y para qué? – No se volteó a mirarlo, ocupada en restregar las axilas de
Valentina
- Necesito hacer un trabajo
- Ahí están los libros
- Lo que necesito no está en los libros
- ¿Cómo qué no? Eso es que ni siquiera te has puesto a buscar. Seguro que voy
yo y lo encuentro
- Vamos pues
- ¿Y quién baña a Valentina? Además, ya yo me maté con mis hijos. Eso es
trabajo de Ámparo
- Mi mamá no regresa hasta mañana y tengo que entregar el trabajo
precisamente mañana – Valentina, inmóvil bajo las manos huesudas de la
abuela, miraba a su hermano agitar los brazos como en una pataleta.
- Yo no tengo plata
- Si pierdo es tu culpa entonces – estaba a punto de llorar. Valentina también.
La abuela, curtida, se adelantó y corrigió el tuteo.
- ¡Ve a este igualado! – ahora si se volvió. Valentina empezó a llorar – Agarra
esos mugrosos seiscientos pesos de la cartera que dejé en la cama y dejá de
joder.
Felipe corrió hacia la habitación tan rápido como se lo permitió la cojera. En lugar
de seiscientos, agarró ochocientos “para el bolis”. Capitán lo miraba desde la puerta
batiendo la cola. Creía que lo iban a sacar. Al pasar junto a él le apretó el hocico.
No le quedaba mucho tiempo, a las nueve cerraban donde Yesica. Aún se escuchaba
los berridos de Valentina. Ya afuera, pegó un gritó que debía llegar hasta el patio
“¡YA VENGO!” … “¡BUENO!” contestó la abuela de regreso, que caminaba hacia la
habitación, cargando a Valentina envuelta en una toalla.

Aún no habían cerrado donde Yessica, la ventana seguía iluminada. El ciber


formaba parte de la sala, aislado del resto con planchas de panel yeso. Había tres
computadores adosados a la pared. Felipe eligió el último, el de mayor privacidad
por oponerse a la puerta. En la acera de enfrente, había un parque con cancha de
fútbol y de baloncesto, ambas en mal estado. Allí jugaban fútbol unos compañeros
de Felipe. Al pasar los saludó desde lejos. Encontró a Yesica dormitando en una
mecedora. Tenía las piernas rusias de rascarse. Le pidió la media hora y
seguidamente ocupó su lugar.
Mientras copiaba y pegaba información del Rincón del Vago, la hija de Yesica,
ocupó el computador de adelante. Gracias a una rendija entre cada módulo podía
ver lo que ella veía.
- Media hora no más, Verónica – le gritó Yesica desde la mecedora, que al
instante volvió a crujir.
- Bueno, ma – las trenzas de Verónica obstruyeron la visión de la rendija por
un instante, cuando giró la cabeza hacia la puerta, a la que asomaban los
pies de su mamá.
A través de la rendija solo podía --- el lado izquierdo de la pantalla, el hombro de
Verónica y algunas de sus trenzas. La niña llevó el cursor hasta la barra de
búsqueda. Hubo un silencio, seguramente buscando las letras en el teclado. Luego
empezó el martilleo “l.… e…. s…. b… i…” Felipe quiso taparse los ojos, pero no
podía dejar de mirar, estaba hipnotizado. De pronto la pantalla cambió: el fondo
era negro, las letras del encabezado rojas “dtube” alcanzó a leer desde la rendija. El
cuadro del video, más a la izquierda, dejaba ver lo que parecían el interior de un
muslo brillante. La respiración de la niña fue entrecortándose, la silla se movía
contra el suelo, acoplándose al ritmo de la mecedora. A medida que pasaban los
segundos, la silla fue anticipando a la mecedora, adelantándola, hasta que
finalmente la superó y se concentró en un ritmo acelerado. La pantalla de Felipe se
apagó por la inactividad y la mecedora de Yesica se detuvo. La silla también frenó
de golpe.
El chirrido de las sandalias de Doña Yesica sobre la cerámica fue acercándose hasta
detenerse en la puerta. A través de la rendija ya no se veía nada, solo la pantalla
apagada y algo de sudor sobre los hombros de Verónica. Felipe sacó la cabeza por
encima del módulo: Doña Yesica, con las manos en la cadera, lanzaba una mirada
de muerte a su hija; se había olvidado de que él estaba allí.
- ¿Qué estabas haciendo?
- Nada
- Decime la verdad que yo puedo revisar
- Nada, amá
- Verónica…
- Enserio, mami
- ¿Cuánto le debo Doña Yesica? – La intervención de Felipe evitó la explosión.
Yesica bajó la mirada. Sabía que Felipe sabía. No le gustaba dar de qué
hablar
- ¿Ya no me pagó?
- No, ¿son seiscientos? – Se levantó de la silla. Las rodillas le temblaban.
Yesica agarró las monedas y se hizo a un lado, invitándolo a salir. Antes de
irse, echó una mirada a Verónica: tenía el short arremangado, sudor en la
frente y los ojos salidos.
Esa noche no pudo dormir, estuvo dando vueltas en la cama hasta la una. La cara
asustada de Verónica parecía mirarlo desde la oscuridad. Ya no recordaba la tarea.
El silencio era absoluto, tan solo se escuchaba las respiración acompasada de
Valentina en el otro extremo de la habitación y los ronquidos de la abuela,
recorriendo el pasillo.

Ya habían calificado la tarea, estaban en recreo. Óscar, sentado junto a Felipe,


miraba un partido de baloncesto entre los once. Cristian no había venido. Sólo él y
Geraldine entregaron el ensayo, a los demás se les dio la oportunidad de entregarlo
(mañana). Serían calificados sobre cuatro. Estaban callados. Una pregunta como
“¿qué pasa?” era algo de maricas. (Las tenderas empezaban a cerrar). Faltaban
pocos minutos para que terminara el partido
- ¿En tu casa hay internet? – La voz de Felipe parecía venir del fondo de la
tierra
- Sí – Óscar logró disimular el sobresalto
- ¿Puedo ir?
- ¿Hoy?
- Sí
- ¿Para?
- Necesito buscar algo
- Bueno – A Óscar le agradaba la idea de ayudar.
- Gracias – Mientras tanto, a Felipe se le arrugó la frente. Lucía envejecido.

También podría gustarte