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Amarillo

Las pequeñas manchas en la pared blanca hicieron que su corazón se estrujara un poco.
Estaba acostumbrado a los pequeños errores que podían suceder cuando se trabajaba cerca de
una superficie clara, pero aún así se sentía un tanto ansioso. Detestaba que las cosas
estuvieran fuera de lugar, incluso la más pequeña de las imperfecciones lo hacían sudar.
Creció en una familia que muchos llamarían estricta, pero en cierto sentido, a él jamás
pareció molestarle, ni siquiera los “no” cuando pedía volver a salir a jugar, los castigos de
limpiar su cuarto o los ajustados toques de queda. De hecho, él prefería esas pequeñas
situaciones, ya que siempre le causaba ansiedad cada que veía a sus compañeros con una
mancha aquí, otra allá. O los tantos cambios que su madre podía llegar a hacer si ella
limpiaba su cuarto.

Miró a su alrededor hasta encontrar el trapo que compró esa mañana, amarillo, su color
favorito. Tomó el empaque y sacó el trapo casi sin hacer ruido. Ya en sus manos comenzó
cuidadosamente a quitar las manchas de la pared. Los puntos verdes, rojos y azules se
extendían por lo menos por todo un metro de la pared; Noah los observó por unos segundos
con el ceño fruncido.
“Esto debe ser obra de Klio.” pensó.

Klio, la nueva chica en el estudio. Aunque Noah detestaba el desorden, amaba el arte tanto
como los idiomas, o el color amarillo. Había estudiado arduamente para ser aceptado en la
universidad de Arte, y entró sin mucha dificultad. Los verdaderos problemas vinieron
después del ingreso a la universidad.

Si por algo se le conoce a las universidades de arte es por su excentricidad, en otras palabras:
su anormalidad. Y algo que Noah detestaba eran las cosas fuera de lugar. Por lo que los cinco
años que pasó estudiando fueron realmente su prueba de fuego. Si intentara contar las tantas
veces que acomodaba los salones al final de clase, o las peleas que casi tenía con sus
compañeros, necesitaría más de dos mil palabras para relatarlo. Terminando su licenciatura
decidió trabajar en un estudio de artes visuales, como maestro de técnica al óleo. Todo se
podría decir que estuvo bien, hasta que Klio llegó.

“Una artista”, es lo que cualquiera pensaría al verla, y no porque tuviera los aires de una gran
pintora, cantante o poeta, sino porque representaba todos los estereotipos de una. Siempre
vestía colores vivos y tenía una actitud despreocupada con sus pantalones manchados de
pintura ya seca, cabello enmarañado y grandes ojeras.
Cuando Klio llegó por primera vez al estudio, Noah se sintió inmediatamente repelido por
ella. No podía soportar la forma en que dejaba sus pinceles y pinturas por todas partes, y
encontraba su trabajo demasiado desordenado y descuidado, aunque sin duda lo que más lo
hacía sudar de la desesperación era su mochila con decenas de pines puestos al azar.

“Ni siquiera a eso le puede poner un orden, Dios.” pensaba Noah cada vez que sus ojos se
posaban en esa vieja y desgastada mochila. No existía una cuenta de cuantas veces se contuvo
de acomodar cada pieza de metal por colores y formas. Noah terminó de limpiar las manchas
de pintura con una sonrisa satisfactoria. En cierta forma, le divertía cada que acomodaba
cosas o limpiaba, era su manera de relajarse, aunque también de estresarse.
– ¡Ah, mira! Noah limpió la pared.
Noah se encogió al escuchar la singular voz de Klio, por lo que se limitó a darse la vuelta en
silencio y tomar sus cosas. – Nos vemos. – se despidió casi en un susurro.

Klio y Sara, la dueña del lugar, lo miraron marcharse por la puerta casi sin hacer sonido
alguno. Sara sonrió como lo haría una madre ante la acción de Noah, ya acostumbrada; Klio,
por otra parte, lo miró extrañada.

– Sara, creo que Noah…– Klio puso su mano en su mentón, pensativa, mientras se acercaba
al caballete – Tiene este tipo de vibras que no logro descifrar. – mencionó al fin mientras
guardaba sus herramientas de pintura.

Sara, que ya había vivido su buena cantidad de años, se rió de la expresión que Klio utilizó. –
¿Tú crees? – preguntó mientras tomaba unos de los papeles del escritorio.

Klio asintió con entusiasmo. – Es muy probable que él…– Sara la miró con curiosidad a lo
que iba a decir, por si, de pura casualidad, se daba cuenta de cómo se sentía el joven. –¡... esté
enamorado de mi! – exclamó con pasión. Sara se limitó a reírse un poco y la miró atenta.

– ¡Ánimo, Klio! – dijo con una sonrisa a la que la castaña recibió gustosa.
Salieron del estudio entre cuchicheos y risas, cerraron las puertas y se dirigieron a casa.
Unos minutos más tarde, Noah regresó a revisar si la puerta estaba cerrada y las luces
apagadas completamente, normalmente era él quien las cerraba, así que tuvo que volver a
comprobar que todo estaba bien. Terminó y regresó a casa.

“Klio Green, diecinueve años y contando”, contestaba siempre que le pedían que se
introdujera. La castaña era del tipo de persona que todos amaban, alguien alegre y entusiasta,
pero un tanto arrogante, y aunque su pequeño defecto era muy notable, la gente miraba con
ternura sus actos por su pequeña cara y baja estatura.

Era lo que llamamos una “mariposa social”, volando de grupo en grupo, con conocidos en
todos lados. De hecho, terminó trabajando para Sara cuando le sacó una plática en una de las
cafeterías cerca de su campus. Sara se enamoró de su estilo de dibujo y le ofreció un puesto
como aprendiz, al que Klio aceptó.

Cuando Klio conoció a Noah por primera vez, quedó fascinada. Había tenido docenas de
novios, se había enamorado aún más veces, pero jamás había conocido a alguien como Noah.

“Dios mío… qué guapo.” Fue lo primero que pensó cuando vio los ojos verdes de Noah, o
sus mejillas salpicadas de manchas café claro. No podia decir que estaba enamorada, pero si
de que estaba embelesada por su apariencia. No hay una cuenta de las veces en las que ella
miraba en su dirección mientras él enseñaba, mucho menos de las veces que quedaba
cautivada cuando él pintaba. No estaba enamorada, solo se sentía atraída por la (casi) perfecta
apariencia de Noah.

Por otra parte, Noah no tenía ni el más mínimo interés en voltear a verla. Si le era posible,
quería evitar sentir la necesidad de arreglar todo lo que le parecía desordenado, y Klio era un
claro ejemplo de “desorden”.

Por lo tanto, la evitaba en todos los sentidos posibles, la única vez que la miró a la cara fue el
primer día que entró a trabajar, esa fue la primera y última vez que se atrevió a hacerlo. Ya
muchos antes le habían dicho que debía cuidar lo que decía, y Noah sabía que si la miraba
otra vez perdería los estribos y le diría que arreglar de su persona, cosa que a Noah no le
gustaba hacer. Si él odiaba que lo criticarán, él no quería hacer lo mismo.
Desafortunadamente, Klio no era consciente de este hecho, por lo que cada desesperado
intento de Noah de evitarla lo interpretaba como un acto de “timidez”, “nervios”, del tipo que
sientes cuando ves al que te gusta, y finalmente llegó a la conclusión de que Noah gustaba de
ella.

Noah seguramente temblaría al son de esta acusación y negaría todo lo mencionado, pues
estaba seguro que si algún día se enamoraba, aún así también aseguraba que jamás lo haría,
sería de alguien completamente contraria a Klio, y esto lo descubrió apenas la conoció.

Noah llegó temprano la siguiente mañana, como cada día, 7am en punto, aún si el estudio
abre a las 9:30 am. Tomó las llaves de su mochila y procedió a abrir la puerta, encender las
luces y preparar los materiales de su clase, apenas dieron las 8:15 la puerta de la entrada se
escuchó abrir.

– Buenos días – saludó una alegre voz. Noah se encogió al escuchar la voz de Klio y se
agachó de manera instintiva escondiéndose detrás del escritorio.

– ¿Uh…? ¿Noah? Será que salió. – Habló la castaña al asomarse por la puerta del salón de
Noah y notar que “no” estaba. Se encogió de hombros y fue a su salón.

Noah suspiró aliviado cuando escuchó la puerta del salón de abstracto. Se levantó y terminó
de arreglar su escritorio, esperando que Klio no decidiera dar una segunda checada a su salón.
Las horas pasaron con cierta rapidez, cosa que Noah en cierto modo agradeció. Aunque su
gratitud se convirtió en aflicción en segundos. Klio lo esperaba con una sonrisa en labios a la
salida de su salón. Ella se acercó a paso alegre cuando ya todos los alumnos de Noah se
habían ido, así fue como Noah se dió cuenta que no había escapatoria, pues ella se encontraba
entre él y la puerta.
“Tontos escritorios” pensó, pues estaba en el lado opuesto de la puerta.

— Hola. –– saludó con alegría ella, aunque la única expresión en la cara de Noah era de
desconsuelo.
—...hola. –– contestó con un susurro, mientras a velocidad guardaba sus materiales.
La cara de Klio se iluminó, aunque estaba pensado en lo mucho que Noah debía gustar de
ella, pues no podía ni siquiera dirigirle la mirada.
Noah no estaba enamorado de ella, eso era seguro. Pero Klio solo parecía caer más y más en
ese malentendido.
— ¿Quieres salir conmigo?
Y parecía que esa caída era eterna. Describir la cara de Noah en el momento que escuchó sus
palabras era casi imposible, pero hubo fases.
Primero, esperó atentamente, deseando que hubiera escuchado mal.
Después, se horrorizó cuando notó que ella estaba hablando en serio.
Finalmente, regresó a su expresión monótona.
Estaba a punto de decir su respuesta cuando, por primera vez desde que la conoció, se fijó en
sus ojos. Era de un amarillo claro, tirando a un miel, y tal vez era su completa obsesión al
color amarillo o el hecho de que la noche anterior no habia dormido bien, que sus labios
pronunciaron, en contra de toda racionalidad, un “sí”.

Klio, que no era tan distraída en ciertas ocasiones, había presenciado la gran (y corta) batalla
mental de Noah. Así mismo, notó como su mirada se había suavizado en el momento que sus
ojos se habían encontrado. Ella sabía de que color eran los ojos de Noah, pero por primera
vez los habia mirado directamente, por primera vez notó los destellos azules y amarillos en
los iris de Noah, o como sus pestañas tocaban levemente sus mejillas al parpadear. Fue ahí
cuando se dió cuenta.
Fue cuando aceptó que todo esto no era para “darle una oportunidad al chico lindo de su
trabajo.” Era para ella. Sin darse ni la más mínima cuenta, se había enamorado de las leves
sonrisas de Noah al acabar una obra, o los detalles en sus pinturas; o las tantas veces que él
había sido amable con ella.

Noah, por otra parte, había mirado todos los tonos de amarillo que cada artista habia usado en
sus obras, conocía las combinaciones, los códigos de color; más jamás en toda su vida había
contemplado tal amarillo. Se quedó segundos enteros mirándola a los ojos, cautivado.

Tal vez, por el momento, tienen definiciones diferentes del amor, y puede ser que no estén en
la misma página. Pero, ¿cuándo una historia de amor ha comenzado así?
Noah, por segundos en su cabeza, pensó algo que lo hizo sonreír tontamente.
Él era Vang Gogh, confundido, buscando una chispa. Y Klio era el amarillo, su propia luz.
Su felicidad.

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