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Sobre el diagnóstico y el tratamiento de las pasiones propias del alma de cada uno *

Galeno

Me planteaste una pregunta respecto del libro Sobre el control de las propias pasiones
de Antonio el epicúreo y, ya que deseas que te responda también en forma escrita, lo
haré comenzando así.
Lo mejor sería que el propio Antonio nos dijera claramente qué entendía con el
término “control” [έφεδρείας] pero, a partir de lo que se puede conjeturar por lo que
dice en su libro, creo que se refiere tanto a la observación como al diagnóstico y,
además, a la corrección de las pasiones. Pero sabes que se expresaba de manera
manifiestamente confusa y oscura por lo que debemos esperar no entender muchas de
las cosas que decía, a lo sumo debemos esperar adivinar su significado. A veces parece
alentarnos a considerar que nosotros, como todos los demás, cometemos muchos
errores, y otras veces parece indicar cómo diagnosticar los errores de cada uno e
incluso, también, cómo separarse de esos errores. Esto último me parece ser el objeto de
todo su discurso: en efecto, todo lo anterior es absurdo y superfluo si no apunta a este
fin.
Pero debió corregir lo que escribió, especialmente cuando distingue entre pasiones
[πάθη] y errores [άματημάτων]. Por momentos su discurso parece dirigirse a las
pasiones más que a los errores, y hay momentos en los que parece estar discutiendo
ambos. Pero, como sabes, establecí desde el comienzo esa distinción cuando dije que el
error deriva de una falsa opinión, mientras que la pasión deriva de una fuerza irracional
en nosotros que desobedece a la razón [άλογον]. 1 Comúnmente, ambos son
denominados errores en el sentido corriente: se dice que el hombre licencioso, el
hombre que actúa bajo el impulso de la cólera y el hombre que cree en calumnias están
errados.
Crísipo, y muchos otros filósofos, escribieron tratados terapéuticos sobre las
pasiones del alma. 2 Aristóteles y sus discípulos también lo discutieron, y Platón antes
que ellos. 3 Sería mejor estudiar estas cuestiones a partir de estos autores, como lo hice
yo. Pero, como tú me incitas, en este primer tratado expondré brevemente todos los
puntos importantes y en el orden en el que los oíste cuando preguntaste sobre el libro
escrito por Antonio.

2. Es probable que cometamos errores incluso cuando pensamos que no nos


equivocamos, y podemos inferir esto de lo que sigue. Vemos que todos los hombres se
consideran infalibles o creen que se equivocan sobre asuntos menores, poco numerosos
y poco frecuentes. Esto sucede especialmente en el caso de aquellos que, a los ojos de
otros, son más propensos al error. Por mi parte, si en otras cuestiones tengo algo de

*
Fuente: Galien (1995). L’Âme et ses passions. París: Les Belles Lettres. Cotejada parcialmente con la
versión griega disponible en de Boer, W. (ed.) (1937). Corpus Medicorum Graecorum IV.1.1 (pp. 1-37).
Lepzig-Berlín. Traducción : Hernán Scholten.
1
Como se señala en la “Introducción”, Galeno había ya establecido esta distinción en su tratado Sobre las
doctrinas de Hipócrates y Platón [edición y traducción inglesa: De Lacy, Ph. (1987). Corpus Medicorum
Graecorum, 3 vol., Berlín: Akademie Verlag].
2
Galeno se refiere a diversos filósofos estoicos, tales como Zenón de Citio (333/332-262 a.C.) y
Posidonio de Apamea (135-51/50 a.C.) que, como Crísipo, se ocuparon de la cuestión de las pasiones del
alma.
3
En el caso de Aristóteles, cf. su Ética a Nicómaco, y en el caso de Platón, cf. especialmente Leyes y
Timeo.

1
experiencia, en este dominio tengo una muy vasta. He notado que raramente caen en
errores quienes dejan a otros la tarea de apreciar qué tipo de hombres son y que, en
cambio, aquéllos que suponen ser excelentes y que no confían esa decisión a otros son
los que cometen los errores más graves y con mayor frecuencia. Así, lo que en mi
juventud consideraba objeto de vanos elogios –la sentencia pitagórica que exhorta a
conocerse a sí mismo, que a mis ojos no era muy severa–, me pareció más tarde digno
de ser elogiado. En efecto, sólo los hombres sabios pueden conocerse a sí mismos a
fondo; los demás sólo pueden conocerse aproximadamente, algunos más y otros menos.
En el conjunto de la vida y en cada arte, cualquiera puede discernir los grandes excesos
y diferencias entre las cosas, pero sólo quienes son sensatos y hábiles pueden reconocer
las pequeñas diferencias. Lo mismo vale respecto de los errores y las pasiones. Cuando
un hombre se irrita por pequeñas cosas, muerde violentamente a sus sirvientes y los
muele a golpes, puedes estar seguro de que está en un estado pasional. Lo mismo sucede
en el caso de quienes pasan su tiempo bebiendo, con cortesanas y en banquetes. Pero no
es tan evidente atribuir al género de las pasiones la moderada perturbación del alma
luego de una gran pérdida financiera o de un deshonor, o incluso por el hecho de comer
pasteles muy impropiamente. Pero estas cosas se vuelven evidentes a quien ejercitó
previamente y proveyó a su alma con lo necesario para corregir todas las pasiones; es
incluso un error más grande no buscar evitarlas por el hecho de que son pequeñas.
Por lo tanto, quien desea ser un hombre de bien [καλός κάγαθός] debe
comprender que ignora necesariamente una gran parte de sus propios errores. Puedo
decirle cómo descubrirlos todos, ya que yo mismo lo hice, pero no lo diré todavía
porque este libro puede caer en manos de otros. Que esos hombres ejerciten ellos
mismos también para que puedan descubrir una vía de conocimiento de sus propios
errores. Así como te pedí que me dieras tu opinión y guardé silencio hasta que la
declaraste, le pediré ahora a quien consulte este tratado que lo ponga a un costado y que
busque cómo se puede reconocer que uno mismo está errado.
Como decía Esopo, tenemos dos alforjas colgando de nuestro cuello: una al frente,
que está llena con los defectos de los otros; y una detrás, que está llena de los propios.
Esta es la razón por la que siempre vemos los defectos ajenos pero somos incapaces de
ver los propios. Todos admiten como verdadera esta afirmación y, además, Platón
suministró la causa de ese fenómeno al decir que el amante es ciego frente al objeto
amado. 4 Por lo tanto, si cada uno de nosotros se ama a sí mismo más que a nada, será
necesariamente ciego respecto de sí mismo. Entonces, ¿cómo vería sus propios
defectos? ¿Y cómo sabría cuando comete un error? Tanto la fábula de Esopo como la
afirmación de Platón parecen mostrar que el descubrimiento de los propios errores está
más allá de nuestras esperanzas. Si es imposible despegarse del amor por sí mismo, el
amante necesariamente estará ciego frente al objeto amado.
Si no fuera algo difícil, por cierto que tampoco aconsejaría al lector de este libro
examinar la manera de encontrar sus propios errores, aunque ya hubiese reflexionado
sobre ello detenidamente. Expreso entonces mi opinión porque, en el caso de que
alguien encuentre por sí mismo otra vía, la ventaja será mayor para él si también sigue
la mía: habrá encontrado no una sino dos vías de salvación [σωτηρίας]. O, si no la tiene,
que siga la mía hasta que encuentre otra que sea mejor. ¿Cuál es la mía? Ya es hora de
decirlo [καιρός], comenzando así mi exposición.

3. En tanto los errores provienen de una falsa opinión mientras que las pasiones
provienen de un impulso irracional, considero que el primer paso es liberarse uno

4
Platón, Leyes, 731e.

2
mismo de las propias pasiones, ya que estas pasiones probablemente son la razón por la
cual forjamos falsas opiniones. Las pasiones del alma son conocidas por todos: la furia
[θυμός], la cólera [όργή], el miedo [Φόβος], la pena [λύπη], la envidia [φθόνος] y el
deseo excesivo [έπιθυμία ςφοδρά]. En mi opinión, amar u odiar excesivamente
cualquier cosa es también una pasión. Creo que lo correcto es afirmar que “la
moderación es lo mejor”, 5 ya que nada que no tiene mesura es bueno.
Entonces, ¿cómo se pueden erradicar esas pasiones si no se conoce previamente
que se las tiene? Ahora bien, como dijimos, es imposible conocerlas si uno se ama en
exceso. Sin embargo, aunque este argumento no te autoriza a juzgarte a ti mismo, te
permitirá juzgar a otro que no ames ni odies. Entonces, si oyes que alguien en la ciudad
es halagado por muchos porque no adula a nadie, frecuéntalo y juzga a partir de tu
propia experiencia si es tal como dicen. Primero, ten la seguridad de que su reputación
de hombre absolutamente sincero es vana si constatas que acude sin cesar a las casas de
los ricos y de los más poderosos, incluso de los gobernantes –pues tal adulación
conduce a la mentira– o si lo ves saludando a esa gente, escoltarlos o incluso comiendo
con ellos. En efecto, quien escogió esa vida no sólo no es sincero sino que tiene
necesariamente todos los vicios porque ama la riqueza, el poder, los honores o la gloria
–en conjunto o por separado–. En cambio, a quien no saluda ni escolta ni come con los
poderosos o ricos, y lleva una vida disciplinada, esfuérzate por conocerlo más
profundamente, por aprender quién es, confiando en que sea sincero. Y si encuentras
que es así, charla una vez en privado con él, solicitándole que te revele inmediatamente
si constata en ti algunas de las pasiones anteriormente mencionadas. Dile que estarás de
lo más agradecido por este servicio y que lo considerarás un salvador más que si hubiera
salvado a tu cuerpo de una enfermedad. Si prometió revelarte en qué momento te ve
preso de alguna de las pasiones indicadas y no te dice nada tras varios días, aunque haya
compartido tiempo contigo, reclámale y pídele nuevamente, con mayor insistencia que
antes, que te indique inmediatamente lo que vea que hagas en estado de pasión. Si te
dice que no ha visto nada de eso en ti durante ese tiempo, no te convenzas de inmediato
ni tampoco pienses que repentinamente estás libre de errores. Considera más bien una
de las razones siguientes: o bien, por indolencia, el amigo que invitaste no estuvo
atento; o bien, por pudor, permaneció en silencio para no sancionarte; o bien, sabiendo
que todos los hombres odian a los que dicen la verdad, no quería ser odiado. Si no es
por estas razones, quizás calló porque no quiere hacerte el favor o quizás por alguna
razón que no podemos considerar elogiable. De hecho, es imposible no cometer ningún
error. Confía en mí ahora y me elogiarás en adelante cuando veas a todos los hombres
cometer cada día millones de errores y actuar en estado de pasión sin notarlo ellos
mismos. Así, no pienses tampoco que no eres un ser humano. Puedes considerar que
eres más que un hombre si te convences de que actuaste bien en todo, no durante un
mes, ¡sino durante un solo día!
Si disfrutas contradecir –por propia elección o por alguna costumbre vil o si eres
naturalmente pendenciero–, quizá digas ahora, según el argumento que propuse antes,
que el sabio es más que un hombre. A ese argumento tuyo, opón el nuestro que es
doble: según el primero, solamente el sabio está completamente exento de error; de
acuerdo al segundo, consecutivo al anterior, si el sabio está exento, en ese caso tampoco
es un ser humano. Por eso escucharás a los filósofos más antiguos decir que la sabiduría
es asimilable a lo divino. 6 Pero nunca te asemejarás repentinamente a un dios. Si no es

5
Adagio atribuido a Cleóbulo de Lindos (VII-VI a. C.), uno de los sietes Sabios. Cf. Diógenes Laercio,
Vida de los filósofos ilustres, I, 89-93.
6
“... y la huida consiste en hacerse uno tan semejante a la divinidad como sea posible, semejanza que se
alcanza por medio de la inteligencia” (Platón, Teeto, 176b).

3
creíble que los que ejercitaron toda su vida para estar libres de pasiones [απαθειας] lo
hayan logrado, eso valdría aún más para ti ya que nunca ejercitaste para ello. Por lo
tanto, no te fíes de quien te diga que no te vio nunca actuar en estado de pasión:
considera más bien que te dijo algo porque no quiere serte útil o porque prefirió no
prestar atención a tus malas acciones o porque quiere evitar ser odiado por ti. Quizás en
el pasado vio que echabas pestes sobre alguien que había reprobado tus errores y
pasiones y, por lo tanto, naturalmente, se mantuvo en silencio porque no creyó que
dijeras la verdad cuando afirmabas querer conocer cada uno de tus errores. Pero si
primero aceptas en silencio liberarte de los actos cometidos en estado de pasión,
encontrarás poco después muchas personas dispuestas a corregirte con sinceridad. Esto
será más probable si sabes agradecer a quien te dirigió reproches por haberte liberado de
tu equivocación. Experimentarás un gran beneficio del hecho mismo de examinar a
fondo si los reproches que te dirigió eran sinceros o falsos. Si haces esto continuamente,
te convertirás en quien elegiste devenir realmente: un hombre de bien.
Al principio, entonces, aunque tras un profundo examen encuentres que te
acusaron sin razón y de manera vejatoria, no intentes persuadirte de que no cometiste
error: por el contrario, tu primer tema de meditación será soportar la vejación. A
continuación, una vez que percibas que tus pasiones están suficientemente calmadas,
puedes intentar defenderte de tu vejador y, sin manifestar jamás amargura ni mostrarte
apremiado o pendenciero, y sin buscar rebajarlo sino que actuando solamente en tu
propio provecho. Si responde de manera plausible a tu objeción estarás convencido de
que tiene un mejor conocimiento que tú o, tras una investigación exhaustiva,
determinarás que su acusación no es correcta. Al menos Zenón consideraba que
debemos actuar siempre con cuidado, como si debiéramos defendernos frente a
pedagogos: así se refería a las numerosas personas que están listas para reprobar a sus
allegados, aunque nadie las invite a hacerlo.
Es importante que quien escucha no sea rico ni esté investido de un rango oficial:
el miedo puede evitar que se le diga la verdad a este último, así como el interés puede
evitar a los aduladores decírsela al rico. Y cuando uno de estos últimos se muestra
sincero, se mantiene distante de los aduladores. Por tanto, si alguien que es muy
poderoso o muy rico quiere volverse un hombre de bien, primero tendrá que abandonar
su poder y riqueza, especialmente en esos tiempos en que no encontrará un Diógenes
que le diga la verdad incluso a un hombre rico o a un monarca. 7
Pero ellos decidirán por sí mismos. Tú no eres ni rico ni influyente en la ciudad.
Permite a todos decirte lo que te reprochan, no te irrites con nadie y, como dijo Zenón,
considéralos a todos como tus pedagogos. Es cierto que no puedes prestarle la misma
atención a todo lo que te dicen. Hazle mayor caso a lo que te dicen los ancianos que
vivieron de manera excelente –te señalé antes quiénes son los que así viven– y, a
medida que el tiempo pasa, reconocerás y entenderás sin su ayuda lo grandes que eran
tus errores. Luego percibirás claramente que estoy en lo cierto cuando afirmo que nadie
está libre de pasiones y errores, aunque tenga las mejores disposiciones naturales [εθεςι]
o esté educado con los mejores hábitos, sino que de cualquier modo nos equivocamos y
sobre todo cuando todavía se es joven.

4. Cualquiera de nosotros necesita ejercitarse casi toda la vida para convertirse en un


hombre completo. Sin embargo, no hay que renunciar a mejorarse aun si, siendo
quincuagenario y con el alma corrompida, se siente que el daño es incurable e
incorregible. En efecto, incluso si un hombre de esa edad encontrara su cuerpo en mala

7
Cf. Diógenes Laercio, Vida de los filósofos ilustres, VI, 38 y ss.

4
disposición, no debe librarlo a la mala salud sino que, en todo caso, debe esforzarse por
hacerlo mejor, aunque sea imposible tener la buena salud de Heracles. Por tanto, no
renunciemos a mejorar nuestra alma. Y aunque no podamos tener la de un sabio,
podemos esperar conseguirla si desde nuestra juventud nos preocupamos por nuestra
alma; si no velemos al menos por no devenir tan feos en nuestra alma como Tersites en
su cuerpo. 8 Supongamos que, en el momento de nacer, podemos hablar con el que se
encarga de nuestro nacimiento, le pedimos el cuerpo más saludable y se rehúsa. ¿No le
pediríamos, de todos modos, tener el segundo, tercero o el cuarto más saludable? A falta
del cuerpo saludable de Heracles, es satisfactorio el cuerpo de Aquiles; a falta de este
último, el de Ajax, el de Diómeda, el de Agamenón o el de Patroclo; o, a falta de estos
últimos, el saludable cuerpo de algún otro héroe admirable. Entonces, si es imposible
obtener la perfecta salud del alma, creo que se puede aceptar la segunda o la tercera o la
cuarta partiendo desde arriba: eso no será imposible para quien tomó la decisión de
trabajar para ello durante largo tiempo mediante un ejercicio sostenido.
Cuando aún era joven y estaba ejercitando, vi a un hombre tratando afanosamente
de abrir una puerta. Al no conseguirlo como debía, lo vi morder la llave, patear la
puerta, maldecir a los dioses con la mirada furibunda de un loco y poco faltaba para que
le saliera espuma por la boca como a un jabalí. Me causó horror esa furia, y por ello
nunca más me vieron actuar de esa manera bajo su efecto. Te será suficiente, al
comienzo, con evitar maldecir a los dioses, no patear o morder las piedras o la madera,
ni lanzar miradas feroces sino contener y ocultar la cólera en ti. Es imposible estar
exento de cólera tan pronto como se lo desea pero se pueden contener las
inconvenientes manifestaciones de esta pasión. Si puedes hacerlo con frecuencia,
terminarás por percibir que te encolerizas menos que anteriormente, de modo que no te
dejas llevar por cosas de poca importancia sino por las grandes solamente y de modo
leve. Y entonces, a continuación, será posible que incluso por las grandes causas te
encolerices levemente, si te atienes al principio que me prescribí cuando era joven y que
mantuve toda mi vida: nunca golpear a ninguno de mis servidores con mi mano –
comportamiento ejercido precisamente por mi padre–. Él incluso reprobó a muchos de
sus amigos que, golpeando a sus servidores en los dientes, rompieron su látigo, y les
dijo que por su ataque de pasión merecían ser presa de convulsiones e incluso morir.
Hubieran podido esperar un poco y golpearlos a su gusto con una palmeta o una correa,
y actuar así con reflexión.
Otros golpean con sus puños o, peor aún, patean, arrancan los ojos y los traspasan
con un estilete si tal objeto cae en sus manos. Vi que alguien, encolerizado, golpeaba a
un servidor en el ojo con una caña que se usa para escribir. Dicen que el emperador
Adriano golpeó a uno de sus servidores en el ojo con un estilete y que, cuando se dio
cuenta de que el hombre había perdido el ojo por esta herida, lo convocó y lo invitó a
pedirle un regalo a modo de reparación del daño. Frente al silencio de la víctima,
Adriano de nuevo le dijo que hablara y pidiera lo que quisiera. El servidor pidió
entonces su ojo, ninguna otra cosa. ¿Qué regalo podría compensar la pérdida del ojo?
Quiero recordarte también algo que me sucedió una vez, aunque hablé con
frecuencia de este incidente. 9 Cuando volvía a casa desde Roma, viajé junto con un
amigo originario de Gortina en Creta, hombre de valor en otros aspectos –simple,

8
Galeno, siguiendo una tradición que recorre toda la Antigüedad, opone la fealdad del personaje
homérico a la belleza moral y física de los héroes aqueos. Cf. Homero, Ilíada, 2, 216-217: “Era el hombre
más indigno llegado al pie de Troya: era patizambo y cojo de una pierna; tenía ambos hombros
encorvados y contraídos sobre el pecho; y por arriba tenía cabeza picuda, y encima una rala pelusa
floreaba”.
9
En realidad, esta anécdota no se encuentra en otros escritos de Galeno disponibles actualmente.

5
amigable, honesto y generoso en sus gastos cotidianos– pero colérico hasta el punto de
golpear a sus sirvientes con la mano e incluso a veces con sus pies, pero con mucha
mayor frecuencia con una fusta o un bastón que cayera en sus manos. Cuando llegamos
a Corintio decidió enviar por mar, de Céncreas a Atenas, todo su equipaje y todos sus
sirvientes, excepto a dos, mientras nosotros seguiríamos el viaje a pie por Mégara, tras
alquilar un vehículo. Habíamos atravesado Eleusis y estábamos al costado de las
llanuras de Thria, cuando preguntó por una maleta a los sirvientes que lo seguían. Ellos
no pudieron responderle. Se enfureció y, como no tenía otra cosa con la cual golpear a
los dos jóvenes, tomó un gran cuchillo enfundado y golpeó a uno y otro en la cabeza, no
con el lado plano –lo que no hubiera causado grandes daños– sino con el filo del arma.
La hoja atravesó la funda e infligió dos heridas muy serias en las cabezas de ambos: en
efecto, los había golpeado a ambos dos veces. Cuando vio la sangre brotar
abundantemente, nos abandonó y partió rápidamente a pie hacia Atenas para no asistir a
la muerte de uno de sus sirvientes. Llevamos al hombre herido sin percances hasta
Atenas. En cuanto al amigo cretense, que se sentía muy culpable, me tomó de la mano y
me llevó dentro de una casa; me entregó una fusta, se quitó sus ropas y me pidió que lo
azotara por lo que había hecho bajo la influencia de esa maldita cólera –esos fueron sus
términos–. Cuando me reí, lo que es muy natural, se arrodilló y me suplicó que no
vacilara. Y cuanto más me presionaba para que lo azotara, más me hacía reír. Eso duró
un largo rato, así que le prometí que lo azotaría si accedía a un pequeño pedido de mi
parte. Cuando aceptó, le pedí que prestara atención a lo que iba a decirle, ya que ese era
mi pedido. Cuando me prometió que así lo haría, le hablé largo y tendido sobre la
manera de educar la parte irascible en nosotros: mediante la razón. De esa manera lo
escarmenté, no en el modo en que me lo pidió, y luego me fui. Habiéndose cuidado
durante un año, mejoró.
En tu caso, si no puedes volverte mucho mejor, quédate satisfecho si en el primer
año muestras un pequeño progreso. Si continúas resistiendo a tu pasión y temperando tu
furia, percibirás una mejoría más destacable durante el segundo año. Entonces, si sigues
velando por ti mismo en el tercer año y, tras esto, en el cuarto, el quinto, y así
sucesivamente, sentirás que tu vida es mucho más digna. En efecto, así como muchos
hombres hacen todo lo posible durante largos años sucesivos para poder convertirse en
buenos médicos o retóricos o gramáticos o geómetras, sería vergonzoso que, a causa de
su duración, el esfuerzo por convertirte en un buen hombre te fatigue.

5. ¿Por dónde se debe iniciar este ejercicio? Comencemos de nuevo, ya que no está mal
repetir dos o tres veces lo mismo si se trata de algo realmente importante. Nunca hay
que utilizar la propia mano para castigar a un sirviente que cometió un error. Escuché
una vez que Platón había perdonado a un sirviente culpable y, considerándolo una buena
práctica [έπραξα], actué del mismo modo en adelante. 10 Así, también te exhorto a nunca
golpear a un sirviente con tus propias manos ni asignar la tarea a otro cuando todavía
estás encolerizado, sino que reconsideres ese castigo al día siguiente. Cuando tu furia
haya pasado estimarás con mayor moderación [ςωφρονέςτερον] cuántos golpes deben
ser dispensados al que amerita el castigo. ¿No es mejor actuar por principio con
moderación y, aunque hayas solicitado la fusta, corregirlo verbalmente y amenazarlo
con nunca más perdonarlo si comete posteriormente el mismo error? Es claramente
preferible que lo hagas cuando ya no estás hirviendo de furia, cuando estés libre de tu
locura irracional [άλογίςτου ανίας] y hayas encontrado, tras la fresca reflexión, lo que
debe hacerse. En efecto, la cólera es equivalente a la furia, como lo muestran las

10
Cf. Diógenes Laercio, op. cit., III, 38-39.

6
acciones de quienes están encolerizados: golpean y patean y arrancan sus ropas, gritan y
miran ferozmente, hasta el punto de que, como dije, se enfurecen con las puertas, las
piedras y las llaves, golpeando a unas, mordiendo y pateando a otras. Quizás digas que
estos son actos de verdaderos locos, mientras que los tuyos son los de un hombre
sensato. Admito que quienes golpean a sus sirvientes con su propia mano están menos
errados que quienes muerden y patean piedras, puertas y llaves, pero estoy convencido
de que infligir una herida incurable a un hombre es el acto de alguien con cierta locura o
de un animal privado de razón y salvaje. Sólo el hombre, comparado con otros
animales, tiene el privilegio de la razón: si rechaza ese privilegio y cede a la furia, está
viviendo como un animal y no como un hombre.
Sin embargo, no creas que ser un hombre sensato consiste solamente en evitar
patear, morder y apuñalar a los demás. Tal hombre no es una bestia salvaje, pero no es
todavía un hombre sensato; está a mitad de camino entre esos dos. ¿Te resulta suficiente
ya no ser una bestia salvaje sin preocuparte por convertirte en un hombre de bien? ¿O
prefieres, ya que no eres una bestia salvaje, dejar de ser insensato e irracional? No lo
serás si, sin arrebatarte jamás por la furia y sirviéndote siempre del razonamiento, haces
lo que te parece mejor tras un examen sin pasión. ¿Y cómo sucederá? Sucederá luego de
que te hayas conferido la más alta estima, aquella de la cual no es posible pensar que
haya una superior. Estar exento de cólera mientras que todos los hombres están
encolerizados, ¿qué es sino mostrarse mejor que ellos? Pero quizás desees que se te
considere mejor sin que quieras serlo realmente, como si alguien deseara ser
considerado con un cuerpo sano cuando, en realidad, está enfermo. ¿Piensas que la furia
es una enfermedad del alma [νόσημα ψυχής] o piensas que los ancianos estaban
equivocados cuando denominaron enfermedades del alma a la pena, la ira, la cólera, el
deseo, el miedo?
En mi opinión, esto es lo que me parece mejor: si se quiere ser considerado lo más
libre posible de las pasiones mencionadas, hay que examinar antes que nada, en cuanto
uno se levanta de la cama y antes que cualquier tarea cotidiana, si es mejor vivir como
sirviente de las pasiones o aplicar la razón en todas las cosas. Segundo, si uno desea
convertirse en hombre de bien, hay que dirigirse a alguien que nos señale cada uno de
los actos que no hayamos realizado correctamente. A continuación, hay que tener en
mente este pensamiento cada día, a toda hora: es mejor estimarse como hombre de bien
–tarea imposible sin alguien que nos señale cada uno de nuestros errores– y considerar
como nuestro salvador y más grande amigo a quien nos señala cada una de nuestras
faltas. Y si piensas que te acusa falsamente, es conveniente contener la cólera. En
primer lugar, porque es posible que vea mejor que tú los errores que puedes cometer, y
en segundo lugar porque aunque te haya calumniado por equivocación, te empuja a
examinar con mayor precisión lo que haces. Pero lo más importante, si escogiste
estimarte a ti mismo, es que te encargues de tener en mente la fealdad del alma de
quienes están encolerizados y la belleza del alma de los que están exentos de cólera. A
quien comete errores habitualmente le resulta difícil borrar los rastros de sus pasiones;
por tanto, deberá estudiar por un largo tiempo cada uno de los principios a los cuales
atenerse para convertirse en un hombre de bien. Olvidamos que ellas escapan fácilmente
de nuestra alma, por el hecho de que el alma ya está llena de pasiones. Por tanto,
cualquiera que desee ser salvado no debe relajar su atención ni un solo momento: debe
permitir a cualquiera acusarlo, debe escucharlos con indulgencia y estar agradecido, no
con los que lo adulan sino con quienes lo reprenden.
Si te preparaste de modo que estás seguro de que nadie que venga a visitarte te
sorprenderá bajo el imperio de algún gran error, deja la puerta de tu casa siempre abierta
y concede a tus allegados el derecho de entrar en cualquier momento. Es difícil eliminar

7
el menor error cuando no se quiere, así mismo es muy fácil erradicar [εκοπτω] los
errores más graves cuando se quiere. Si dejas entonces las puertas abiertas, como dije,
autoriza a tus allegados a entrar en cualquier momento. En público, todos los hombres
intentan comportarse con decencia: debes hacer lo mismo en tu propia casa. Cuando
estos hombres son sorprendidos cometiendo un error se avergüenzan de que otros lo
hayan descubierto y no por sí mismos. Pero tú debes experimentar la vergüenza respecto
de ti mismo y obedecer sobre todo al que dice:
Ante todo debes avergonzarte de ti mismo. 11
De este modo, podrás un día domesticar y calmar la facultad irracional de tu alma
irascible, como se hace con una bestia salvaje. ¿No sería sorprendente que un jinete
hábil pueda volver sumisos y dóciles en poco tiempo a caballos indómitos y salvajes,
mientras que tú, que no recibiste un animal distinto de ti mismo sino que posees una
fuerza irracional dentro de tu alma, con la que cohabita por siempre tu razón, no puedas
suavizarla rápidamente o al menos durante un largo período de tiempo?

6. El escrito Sobre los caracteres 12 recuerda, finalmente, cómo podemos mejorar el


alma sin reprimir su fuerza sino ejercitando su docilidad –al igual que hacemos con los
caballos o los perros que utilizamos–. En ese mismo escrito también se muestra
claramente cómo servirse de la facultad irascible del alma como aliada contra la otra
facultad, que los antiguos filósofos llamaban concupiscible, 13 por la cual somos
arrastrados, irracionalmente, a los placeres del cuerpo. Si es desagradable ver que la
furia de un hombre lo hace faltar a la decencia, lo es también cuando su impropia
conducta se debe a que está bajo el imperio del deseo erótico, la glotonería, la
embriaguez y la voracidad al comer –que son efectos y pasiones de la facultad
concupiscible de su alma, que no es conveniente para los caballos y perros pero es
adecuado al jabalí y la cabra o cualquiera de las bestias salvajes que no puede ser
domesticada–. Por eso no hay ninguna educación para la facultad concupiscible que sea
comparable a la docilidad de lo irascible; lo que los antiguos llamaban “disciplina”
[κόλασις] ofrece una cierta analogía con ella. El disciplinamiento de esta facultad
consiste en no suministrarle el disfrute de lo que desea: porque es con el disfrute que se
fortifica y engrandece, mientras que si es castigada disminuye y se debilita, porque
sigue a la razón por debilidad y no por docilidad. Incluso entre los hombres vemos que
el peor sigue al mejor ya sea porque está forzado contra su voluntad, como en el caso de
los niños y los sirvientes, o porque obedecen voluntariamente, como lo hace los
hombres que son buenos por naturaleza.
Los antiguos solían definir así a los que no eran disciplinados: el hombre cuya
facultad razonante no castigó visiblemente la facultad concupiscible es indisciplinado
[άκόλασις]. Tenemos en nuestras almas dos facultades irracionales, una cuya actividad

11
Adagio atribuido a Pitágoras. Cf. Carmen aureum en E. Diehl, Anthologia Lyrica, Leipzig, 1925, t. I, p.
187; Estobeo, Florilegium, 24, 2.
12
El término “carácter” (éthos) significa para Galeno una disposición irracional e innata del alma. El
tratado en cuestión, señalado también en “Sobre mis propios libros”, la auto-bibliografía de Galeno, no ha
llegado hasta nosotros. Queda un resumen árabe, editado en la década de 1930 [cf. P. Kraus (1937),
“Galen on Ethics”, Bulletin of the Faculty of Arts of the University of Egypt, 5, pp. 1-51] y del que existe
una traducción inglesa (cf. J. N. Mattock, “A Translation o the Arabic Epitome of Galen’s Book, peri
èthon”, en S. M. Stern, A. Hourani y V. Brown (ed.) (1972). Islamic Philosophy and the Classical
Tradition. Oxford, pp. 235-260. Cf., igualmente, para un comentario, R. Walzer (1949). “New Light on
Galen’s Moral Philosophy (from a Recently Discovered Arabic Source)”, Classical Quaterly, 43, pp. 82-
96; (1954). “A Diatribe of Galen”, Harvard Theological Review, 47, pp. 243-254; S. M. Stern (1956).
“Some Fragments of Galen’s On dispositions in Arabic”, Classical Quaterly, 50, pp. 91-101).
13
Con “antiguos filósofos” se refiere a Platón. Cf. República, 440a.

8
consiste en enfurecerse de inmediato con quienes parecen haber cometido una falta
hacia nosotros, y también experimentar resentimiento por un largo período: este
resentimiento que perdura es un signo aún más evidente de la pasión de la furia. Hay
otra facultad irracional en nosotros que se precipita hacia lo que parece ser placentero
antes de examinar si es útil y bello o dañino y malo. Esfuérzate por contener la
vehemencia de esta facultad antes de que se acreciente y se vuelva casi invencible.
Entonces no podrás dominarla aunque quieras y dirás, como escuché decir a cierto
amante, que quieres suprimirla pero no lo consigues: nos pedirás en vano, como un
hombre desamparado, que te ayudemos y erradiquemos tu pasión porque, dada su
magnitud, algunas de las pasiones del cuerpo son incurables. Quizás nunca hayas
pensado en esto. Sería mejor, entonces, que recapacitaras ahora y examinases si estoy
diciendo la verdad cuando afirmo que, al incrementarse, la facultad concupiscible con
frecuencia nos precipita en un deseo incurable, no sólo por los cuerpo bellos y los
placeres del amor sino también por la voracidad, por la glotonería y la embriaguez y la
depravación contranatural, o si me equivoco en esto y en muchos de los asuntos de los
que hablé antes.
Considera que lo que dije antes sobre la cólera vale también respecto de otras
pasiones. Primero, debemos confiar a otros su diagnóstico y no a nosotros mismos;
segundo, no debemos dejar esta tarea a cualquiera sino a los ancianos unánimemente
considerados como hombres de bien y que, además, nosotros mismos hayamos
comprobado, en muchas ocasiones, que están exentos de toda pasión. Aún más,
debemos mostrarnos agradecidos y no enfadados cuando nos señalan cualquiera de
nuestras faltas, y debemos recordar esto cada día –si es posible muchas veces, o al
menos al amanecer, antes de comenzar las tareas diarias, y al anochecer antes de
acostarse–. Puedes estar seguro de que tengo el hábito de leer y luego pronunciar
oralmente, una o dos veces por día, las exhortaciones atribuidas a Pitágoras.
En efecto, no es suficiente ejercitar solamente nuestra insensibilidad a la cólera;
hay que abstenerse también de la glotonería, de la lascivia, de la embriaguez, de la
indiscreción y de la envidia. Por consiguiente, que otro nos vigile para que no seamos
sorprendidos como perros mientras nos colmamos de comida o, como aquellos que
arden en ininterrumpida fiebre, cuando tragamos una bebida fría más ávidamente de lo
que corresponde a un hombre respetable. No engullamos violentamente e
insaciablemente por hambre ni vaciemos la copa de un solo trago por sed, aun menos
por glotonería degustemos los pasteles u otra golosina más tiempo que los comensales
presentes. Pero al comienzo debemos pedirle a los otros que nos vigilen y nos informen
los errores que cometemos; más adelante, nos vigilaremos sin pedagogo y estaremos
atentos a tomar menos alimento que los demás comensales y a evitar las golosinas,
comiendo con mesura manjares conformes a la salud.
Después de un tiempo, quisiera que no mires a tus comensales, ya que no es una
gran tarea comer y beber más mesuradamente que ellos. Si realmente aprendiste a
estimarte, pregúntate si llevaste una vida más temperada ayer que hoy. Actuando así
percibirás día a día que te abstienes más fácilmente de lo que te hablé, y si eres un
verdadero amante de la templanza verás que tu alma se llena de vivo placer, porque uno
se regocija al progresar en lo que ama. Por eso vemos que los ebrios se divierten cuando
al beber sobrepasan a sus compañeros, los glotones sienten un vivo placer frente a la
abundancia de alimentos, igual que golosos frente a los pasteles, las frituras y los otros
platos. Y algunos se enorgullecen del amplio número de sus conquistas amorosas.
Es por eso que, así como esos hombres se esfuerzan por llegar al extremo del
objeto de su celo, nosotros debemos buscar celosamente el extremo de la templanza.
Ahora bien, si queremos hacer esto, no nos compararemos con los indisciplinados

9
[άκόλαστοι], tampoco nos conformaremos con tener mayor control de sí y templanza
que ellos. Primero, nos esforzaremos por sobrepasar a quienes, con gran seriedad,
buscan lo mismo que nosotros (lo que es una noble disputa). Luego de eso, nos
esforzaremos por superarnos a nosotros mismos […] * si bien, tras un largo uso,
encontremos placer nutriéndonos con lo que es más saludable y más fácil de encontrar,
recordando que entre los buenos proverbios está el siguiente: “Elige la vida que es
mejor; el hábito la volverá agradable”. 14
Cuando te invité a contener tu cólera, tuviste como prueba de la utilidad de
hacerlo el hecho de ya no sentir indignación. Del mismo modo, que te sirva de prueba
de templanza el que ya no deseas las cosas más placenteras. El camino que lleva hasta
allí pasa por el control de sí [έγκράτεια]. El hombre moderado mantiene una ventaja
sobre el hombre que no puede controlarse porque ya no desea los manjares, ya sea por
efecto de una larga costumbre o por el control de sí –cuyo mismo nombre indica que
deriva del control y la victoria sobre los deseos–. El camino es duro y laborioso, al
menos al principio, como es el caso de todo ejercicio con propósitos nobles. Por tanto,
si quieres adquirir la virtud en lugar del vicio o la tranquilidad del alma en lugar de los
cosquilleos del cuerpo, ejercítate del modo que te hablé, progresando hacia la templanza
a través del control de ti. Si, por el contrario, decides despreciar la virtud y sentir
cosquilleos en todo el cuerpo, entonces debes dejar este tratado de lado. No exhorta a la
virtud pero muestra, a los que están decididos, el camino por el cual el hombre puede
acceder a ella. Como este tratado está dividido en una parte referida a la capacidad de
cada uno para establecer un diagnóstico sobre sí mismo y otro referido a la corrección
de nuestros errores en base a tal diagnóstico, no propongo hablar sobre la corrección
sino más bien acerca del diagnóstico de los propios errores. En tanto para los
principiantes no es posible diagnosticar estos errores, les impondremos a otros para que
los vigilen. A quienes se hayan ejercitado les impondremos ser sus propios vigilantes,
porque son capaces de darse cuenta de los errores y pasiones de los que se han liberado,
y de los que les falta para perfeccionarse. Repito ahora lo que acostumbro decir en toda
ocasión: hay un modo de conocerse a si mismo que es de lo más difícil; hay otro que es
de lo más fácil. Si un hombre desea realmente estimarse a sí mismo, eso es muy
difícil. 15

7. Por lo tanto, es a todos los que están realmente decididos a quienes propongo todo lo
que fue dicho y lo que se dirá. Quizás haya otras vías por la cuales convertirse en un
hombre de bien pero, como no pude encontrarlas, seguí este camino a la largo de toda
mi vida, y lo mostré generosamente a otros, rogándoles que me devuelvan el favor y me
enseñen otra vía, si es que conocían una. Pero hasta que encontremos esa otra vía,
permanezcamos en esta, que es la vía común del diagnóstico y tratamiento de todas las
cosas. En efecto, la afición a las disputas, el amor a la gloria y el ansia de poder son
pasiones del alma. La codicia es menos dañina pero es, sin embargo, también una
pasión. ¿Y qué decir de la envidia? Es el peor de los males. Llamo envidia al hecho de
apenarse por el éxito de otros. Toda pena es una pasión, pero la envidia es de las peores,
ya sea una pasión o un género que se asemeja a la pena. La vía común de curación para
todas estas pasiones es aquella de la que hablé anteriormente. Debemos observar lo que
es horrible y lo que debe ser evitado en quienes están violentamente afectados, ya que
en tales hombres la fealdad es flagrante. Pero que no lo veamos en nosotros mismos no

*
Aquí hay una laguna en el texto.
14
Estobeo atribuye esta máxima al propio Pitágoras (Florigelium, 1, 29), y Plutarco a los pitagóricos
(Sobre el exilio, 602c; Consejos para preservar la salud, 123c; Sobre la tranquilidad del alma, 466f).
15
Es posible que en esta frase haya una laguna entre “estimarse” y “sí mismo”.

10
debe persuadirnos de que no existe. El amante está ciego respecto del objeto de su
amor. 16 Algunos defectos pasan desapercibidos y son descuidados a causa de su
pequeñez, mientras que otros no pueden ser pasados por alto por su magnitud. Conviene
encontrar a un anciano que pueda ver esos defectos y pedirle que los revele todos con
franqueza y, luego de que nos señale alguno, le agradeceremos inmediatamente.
Después, cuando nos retiramos, reflexionar en soledad, censurarnos e intentar extirpar la
pasión, no sólo hasta el punto en que ya no sea visible para los demás sino hasta el
punto de que removamos sus raíces de nuestra alma. Si no es removida, volverá a brotar
abrevada por la maldad de las otras pasiones. Por lo tanto, debemos prestar atención a
cada una de las pasiones, para descubrir si hay en nuestra alma alguna de las que
observamos en los otros. Y es necesario extirparla antes de que haya crecido y se vuelva
incurable. La mayoría de los hombres desdeña todas las otras pasiones del alma y por
eso las resaltan cuando ven a otros sufrir por ellas. Pero para todos la pena es un mal,
así como lo es el dolor para el cuerpo.
Uno de los jóvenes de mi entorno estaba afligido por una cuestión menor. Cuando
se dio cuenta, vino a mi casa al amanecer y me contó que estuvo despierto toda la noche
pensando sobre el asunto, y entonces recordó que asuntos muy importantes no me
afligían tanto como a él los asuntos menores. Quería saber cómo lo había conseguido, si
era el resultado del ejercicio, de alguna doctrina que sostenía, o si había nacido así. Y
entonces le dije la verdad: que la naturaleza es muy influyente en la niñez en todos los
casos, así como la asimilación de nuestro entorno. Más tarde lo son las doctrinas y el
ejercicio. Podemos constatar claramente que nuestras naturalezas son completamente
diferentes a partir de la observación de los niños. Algunos de ellos están siempre
alegres, mientras que otros son sombríos; algunos están listos para reír ante cualquier
cosa, otros están listos para llorar con cualquier pretexto; algunos comparten lo que
tienen, otros acaparan todo; algunos se encolerizan con la mínima cosa así que muerden
a sus allegados, los patean y los rechazan con palos y piedras cuando piensan que fueron
tratados injustamente, otros son plácidos y calmos y no se enfurecen ni lloran a menos
que sufran una gran injusticia. Por eso Eupolis respondió de la siguiente manera a
Arístides el Justo cuando le formuló la pregunta “¿bajo cuáles circunstancias te volviste
tan eminentemente justo?”: “la naturaleza fue el factor más fuerte pero luego me
preocupé por secundarla”. 17 Entonces, la naturaleza de los jóvenes no únicamente está
predispuesta a la pena sino también a la cólera y a comer de manera suntuosa, de esto
hablé extensamente hasta aquí. Además de lo ya mencionado, se puede observar que
algunos jóvenes son imprudentes, otros irrespetuosos; algunos tienen buena memoria y
otros son olvidadizos; algunos son asiduos al estudio mientras que otros son negligentes
e indolentes. Entre los asiduos al estudio algunos están listos para regocijarse con los
elogios de su maestro, otros se intimidan con sus reproches y algunos por temor a los
golpes. También entre los indolentes podrás ver que cada uno tiene una razón diferente
para serlo.
Por tanto, a partir de lo que todos los hombres pueden observar en los niños, se los
califica de púdicos o imprudentes. Según el mismo principio, se dice que son
ambiciosos o amantes de la belleza, o que no tienen ambición y son indiferentes a la
belleza, incluso que son cobardes o que desafían los golpes, y otros nombres similares
de acuerdo a su naturaleza. Asimismo, vemos que algunos niños son mentirosos por
naturaleza, otros sinceros, o tienen muchas otras diferencias de carácter respecto de las
cuales no hay necesidad de hablar ahora. Algunos de esos niños aceptan fácilmente una

16
Cf. Platón, Leyes, 73le. Véase nota 4.
17
Fragmento 91 en Kock. Th. (1880-88). Comicorum Atticorum fragmenta. Leipzig: Teubner, vol. I, p.
280.

11
buena educación mientras otros no le sacan ningún provecho. Por esta razón no
debemos descuidar a los niños sino que debemos darles la mejor educación. Si su
naturaleza acepta la ventaja de nuestro cuidado, llegarán a ser hombres de bien, y si no
la aceptan no tendremos nada que reprocharnos. La educación de los niños se asemeja,
de algún modo, al cultivo de plantas. En ese ámbito, el cultivador no logrará que un
arbusto de zarzamora produzca un racimo de uvas: por principio, la naturaleza del
arbusto no lo admite en absoluto. Si, en cambio, descuida las vides que están listas para
fructificar, dejándolas libradas a la naturaleza, producirán frutos de calidad inferior o
incluso ninguno. Lo mismo vale para los animales: si entrenas a un caballo obtendrás un
animal útil pero en el caso de un oso, aunque a veces parezca manso, esa disposición no
será estable, mientras que la víbora y el escorpión nunca llegan a parecer mansos.

8. No puedo decir cuál es mi naturaleza [φύςιν] –conocerse a sí mismo es difícil para el


hombre adulto, con mayor razón para los niños–. Disfruté la buena fortuna de tener un
padre exento de cólera, extremadamente justo, honesto y benévolo, pero mi madre era
tan colérica que a veces mordía a sus sirvientes, le gritaba siempre a mi padre y reñía
con él más que Jantipa con Sócrates. Comparando las nobles acciones de mi padre con
las vergonzosas pasiones de mi madre, decidí abrazar y apreciar a unas y odiar las otras.
Veía allí una diferencia muy grande entre mis padres: así como mi padre jamás
manifestó su pena tras un daño, mi madre se irritaba por pequeñeces. Sin duda, tú
también sabes que los niños imitan lo que les causa placer y huyen de lo que consideran
displacentero.
Esa fue la educación que recibí de mi padre. Cuando terminé mi catorceavo año,
seguí la enseñanza de filósofos de mi propia ciudad –en su mayor parte de un estoico
que era discípulo de Filópator pero, durante un corto tiempo, también de un platónico,
discípulo de Gaios–. El propio Gaios ya no tenía tiempo libre para enseñar en tanto sus
conciudadanos lo convocaron para ocupar cargos públicos porque les parecía justo, por
encima de los intereses pecuniarios, accesible y ameno. Luego estudié con otro de mis
conciudadanos –un discípulo de Aspasio, el peripatético, a su regreso de una larga
estadía en el extranjero–. Luego de él, tuve otro maestro ateniense, un epicúreo. Mi
padre estaba instruido en geometría, en aritmética, arquitectura y astronomía, y
examinaba las vidas y las doctrinas de todos esos hombres y fue conmigo a visitarlos.
Dado que, en cierto modo, le complacía hablar sobre demostraciones geométricas,
[pensó que] alguien que enseña [otras disciplinas debe] usar [un método similar de
presentación]. 18 Por esta razón, no debía haber desacuerdo entre mis maestros respecto
de las ciencias nobles, así como no hay discrepancia entre los antiguos maestros en las
ciencias anteriormente mencionadas, entre las que se destacan la geometría y la
aritmética. También me decía que no me convenía proclamarme miembro de una secta
sino que debía estudiarlas por un considerable período de tiempo y juzgarlas. También
mantuvo que debía dedicarme, desde entonces y a lo largo de mi vida, a ejercer esas
prácticas que todos los hombres alaban y que los filósofos acuerdan que deben ser
emuladas. Me exhortó a que las aprendiera, fortaleciéndome y aspirando a la justicia, la
templanza, la valentía y la sensatez. Todos los hombres alaban esas virtudes, incluso
aunque sepan que no poseen ninguna de ellas. Se esfuerzan por parecer valientes,
mesurados, prudentes y justos a los ojos de los demás, pero lo que buscan realmente es
estar al abrigo de la pena, aunque no lo parezca a sus vecinos. Esta es la virtud que, me
decía, debes ejercitar ante todo. Es la que todos buscan más que cualquier otra.
18
En esta sección del texto se introducen, a través de las palabras entre corchetes, algunas enmiendas
necesarias. Es preciso señalar que los defectos de esta frase hacen que el sentido de la siguiente resulte
oscuro.

12
Estas, dije, son las instrucciones que recibí de mi padre y que observé hasta el día
presente. No me proclamo miembro de ninguna secta sino que las examino todas con el
cuidado más grande, y me mantengo impertérrito frente a las incidentes que ocurren a lo
largo de mi vida, tal y como vi que mi padre lo hacía. No hay pérdida que pueda
causarme pena, salvo la pérdida de todas mis posesiones (lo cual nunca experimenté).
Mi padre también me acostumbró a desdeñar la gloria y los honores, y a honrar
solamente la verdad. Vi a muchos hombres apenarse cuando consideran que alguien los
deshonró o cuando pierden dinero. Por cuestiones de este tipo nunca me viste apenado,
en la medida en que hasta ahora no sufrí una pérdida tal que lo que resta no me permita
cuidar la salud de mi cuerpo, ni experimenté deshonor, como en el caso de los
miembros del consejo que fueron despojados de su rango. Si escuchara que algunos me
censuran, les opondría a quienes me elogian, porque considero que desear los elogios de
todos los hombres es como desear poseerlo todo. Como dije, y creo que tendrás la
misma opinión, estoy perfectamente libre de pena porque hasta el presente no sufrí
grandes males: nunca fui privado de mis posesiones ni de mi honor. La muerte de un
toro, de un caballo o de un esclavo no es suficiente para causarme pena, porque
recuerdo los preceptos de mi padre, cuando me advirtió que no me apenara por la
pérdida de posesiones si lo que queda es suficiente para cuidar de mi cuerpo. El primer
umbral de la fortuna es, según él, no pasar hambre, no pasar frío ni pasar sed. Si tienes
más de lo que es necesario para eso debes, dijo, usar ese excedente para acciones
nobles. Ahora bien, hasta ahora poseo lo suficiente para emprender tales acciones. Pero
sé, dije, que tu fortuna es el doble de la que yo tengo y que eres estimado en nuestra
ciudad, así que no veo cual podría ser una causa de pena para ti excepto la
insaciabilidad [άπλησία]. Contra eso, ejercítate de acuerdo a las propuestas que enuncié:
recuérdalas, medítalas siempre y examina si te dije la verdad, hasta que te convenzas
tanto como de que dos más dos son cuatro.

9. Consideremos con cuidado, dije, qué tipo de pasión es la insaciabilidad [άπλησία].


Comenzaremos por la insaciabilidad respecto de la comida. Llamamos así al hecho de
tomar alimentos más allá de la mesura, la cual se juzga a partir de su utilidad para la
alimentación. Ahora bien, la utilidad del alimento es nutrir el cuerpo. Si ha sido bien
digerido, alimentará el cuerpo; si es mesurado será digerido. Sabemos que no será
digerible si es demasiado abundante. Si esto ocurriera, la utilidad de la comida sería
necesariamente alterada. Y si el vientre, importunado por el dolor que provocan los
alimentos no digeridos, excreta todo, el síntoma se denomina diarrea, y la utilidad de la
comida es alterada. Ahora bien, no tomamos el alimento con el propósito de pasarlo por
los intestinos, sino para que sea repartido a todas las partes del cuerpo. Y si es
distribuido sin que haya sido bien digerido, produce una mala mezcla de los humores en
las venas. Ya que aprendiste qué es la insaciabilidad respecto de nuestro cuerpo,
ocúpate del alma y considera también la naturaleza de la insaciabilidad respecto de
cualquier elemento, comenzando por los bienes materiales. Entre estos últimos, hay
algunos que no es correcto perseguir con afán, como las perlas, la sardónice y todas las
otras piedras que, según las mujeres que las llevan, otorgan belleza. A esta clase
pertenecen también las prendas bordadas con oro, o que poseen una elaboración
excesivamente cuidadosa, o que requieren materiales importados de tierras lejanas,
como lo que denominan seda. Otros bienes, como los que contribuyen a la salud del
cuerpo, es adecuado perseguirlos con afán, y principalmente entre ellos los que sirven
para alimentarnos, vestirnos, calzarnos, y también para refugiarnos. Las cosas
requeridas por el enfermo también parecen pertenecer a este género. Algunas, como el
aceite, son útiles tanto para el sano como para el enfermo; algunas proporcionan

13
mayores ventajas a los cuerpos de los hombres y otras menores. Pienso entonces que
ahora viste claramente el límite de la cantidad de bienes que se deben adquirir. Así
como un zapato de un codo de largo es perfectamente inútil, también es superfluo e
inútil tener quince zapatos antes que los dos que usamos. ¿Dos zapatos no son
suficientes para nuestra necesidad? Es suficiente tener dos vestidos, dos sirvientes y dos
bagajes. Ahora bien, dije, no solamente tenemos más de dos prendas sino que también
nuestros sirvientes y bagajes, en una palabra, todas nuestras posesiones exceden ese
número. Los beneficios que obtenemos de nuestras posesiones son muchas veces más
grandes de lo que es necesario para servir a la buena salud del cuerpo.
Veo, dije, que quienes han elegido lo que denominan una vida de goce
[άπολαυστικόν] no sólo gastan dos o tres veces más que nosotros, sino cinco, diez y
treinta veces más. Ahora bien, constato que sigues el mismo régimen de vida que yo
pero que, a diferencia de mí, estás apenado aunque tu riqueza crece cada año. En efecto,
gastas quizás una décima parte de tus ingresos, mientras que nueve décimos se suman a
lo que ya tienes. Veo que no te atreves a gastar en acciones nobles ni tampoco en la
adquisición o fabricación de un libro ni en la formación de escribas, ya sea para que
escriban más rápido o con mayor precisión y elegancia, ni tampoco para formar
correctos lectores. Tampoco te veo, como me observas hacerlo todo el tiempo,
compartir tu vestimenta con tus sirvientes o darles algo para comer o para sus cuidados.
También me viste saldar las deudas de algunos. Gasto toda la fortuna que me dejó mi
padre sin economizar ni ahorrar el excedente, mientras que tú, que ahorras mucho más
de lo que gastas, con frecuencia estás molesto. Sin embargo, tú mismo admites que
nunca me viste apenado.
Entonces, ¿puedes discernir la causa de tu pena o quieres escucharme pronunciar
su nombre? Si es así, entérate de que todas tus penas tienen una sola causa, lo que los
griegos a veces llaman insaciabilidad y otras veces codicia [πλεονεξία]: insaciabilidad
porque los deseos están insatisfechos, codicia porque los insaciables codician siempre lo
que tienen delante –de modo que si tienen el doble, ansían adquirir el triple, y si tienen
el triple piden el cuádruple–. Por tanto, tienen los ojos dirigidos hacia aquellos que
poseen más que ellos y no hacia quienes tienen menos, y buscan sobrepasarlos y desean
tener más que ellos. En tu caso sucede algo parecido: si observas, dije, a todos tus
conciudadanos, no encontrarás treinta que sean más acaudalados que tú, por lo tanto
superas a todos los demás en riqueza, y eres manifiestamente más rico que los sirvientes
y que el gran número de mujeres. Si, entonces, el número de nuestros conciudadanos es
de cuarenta mil aproximadamente y le agregas el de las mujeres y esclavos, encontrarás
que no estás satisfecho con ser más rico que ciento veinte mil, sino que también quieres
sobrepasar a esos treinta hombres que son más ricos que tú y que estás ansioso por ser el
primero. Sin embargo, es mucho mejor ser el primero en autonomía [αυταρκέια], lo cual
está a tu alcance. En cambio, la preeminencia en riqueza no es obra de la virtud sino del
azar, lo que hace tanto a los sirvientes y a los libertos más ricos que nosotros, que somos
considerados de origen noble. Ahora bien, incluso si, como lo deseas, poseyeras más
que todos tus conciudadanos, no estarías satisfecho. Ahora mismo estarías fijándote que
nadie en otra ciudad pueda ser más rico. Entonces, si tienes el azar de tu lado y vas a
otros pueblos, desearás volverte más rico que el más rico en esos pueblos. De este
modo, no serás más rico que todos los hombres sino que serás siempre pobre por tus
deseos ilimitados. Sin embargo, si calculas lo que te conviene por la utilidad de los
bienes, ya estarías entre los ricos o, al menos, entre los acomodados. Yo me cuento
entre estos últimos, aunque posea menos que tú. Entonces, si te convences de esto, ya
no sentirás pena por la pérdida de un bien, estarás feliz al punto de que el dinero no te
causará pena. Y si te liberas de la búsqueda insaciable de honores, con ello estarás

14
asimismo al abrigo de la pena. Ahora bien, no estás contento con el honor que te rinden
tus allegados sino que deseas que todos en la ciudad te halaguen. Y, sin embargo, ¿qué
parte representan ellos en relación con toda Asia, que no te conoce? Quizás, entonces,
primero desearás que te conozcan y, luego, que te honren. Pero el hecho mismo de
desear ser conocido por todos es el producto de una insaciable búsqueda de gloria, la de
ser honrado por todos es el resultado de una vana búsqueda de honores. Y así como
pensar en el dinero te priva hoy del sueño, si extiendes tu búsqueda de gloria y honores,
necesariamente te afligirás en mayor grado pensando en quienes no te conocen ni te
honran, que son bastante numerosos. Entonces, si nos ejercitamos constante y
vigorosamente en esta dirección, estaremos por siempre libres de la pena. Pero, ¿cómo
nos ejercitaremos si primero no nos convencimos de que la insaciabilidad es
correctamente denominada la pasión más vil del alma? Es el fundamento del amor por
el dinero, la gloria, los honores, el poder y la disputa.
Por tanto, debes recordar siempre la lección sobre la autonomía, claramente
conectada con aquella sobre la insaciabilidad, porque quien odia a esta última ama a la
primera. Entonces, si liberarse de la pena depende sólo de esto y esto depende de
nosotros, podemos ahora estar totalmente libres de pena recordando las lecciones sobre
la insaciabilidad y la autonomía, aplicando esas doctrinas a cada una de nuestras
actividades cotidianas. Así, lo que algunos recibieron en su temprana educación podrán
adquirirlo los que no tuvieron esa suerte gracias a la vía que indiqué. ¿Quién no querría
estar libre de pena por toda su vida? ¿Quién no preferiría eso a la riqueza de Cíniras y
de Midas?

10. Expliqué este y tantos otros puntos a ese joven amigo y, posteriormente, a muchos
otros. Los convencí a todos en el momento pero más tarde vi que muy pocos se
beneficiaron de lo que había dicho, porque la mayor parte de los hombres dejan crecer
las pasiones en sus almas a tal punto que se vuelven incurables. Pero si está sometido a
las pasiones todavía moderadas, será capaz de tener cierta comprensión de lo que dije
antes, asignándose un vigilante [έποπτην] y pedagogo que, como se dijo previamente,
en cada ocasión le recuerde esto, le reproche aquello o lo aliente y lo impulse a que se
aferre a lo que es mejor y que, dándose él mismo como ejemplo de todo lo que dice e
impulsa, pueda así volver libre y bella el alma de su discípulo mediante su palabra.
Sería vergonzoso valorar altamente la libertad definida por las leyes humanas, y
desdeñar la verdadera libertad acorde a la naturaleza y ser sirvientes de amos tan
vergonzosos, imprudentes y tiránicos como el amor al dinero, a las disputas, a la gloria,
al poder y a los honores. 19 Ahora bien, no dudaré en decir que la codicia es el cimiento
de todos estos vicios. ¿Quién que la lleve en su alma puede convertirse en hombre de
bien? ¿Quién no merecería morir cien muertes si no odia algo tan infame como la
codicia? Aún más, el joven que desea ser salvado debe repudiarla y huir de ella, porque
si su educación comienza con un deseo insaciable de riqueza, le será imposible ser
socorrido después de los cuarenta años o, si así lo quieres, digamos los cincuenta, así
nadie nos reprochará ser inhumanos como escuché decir a un hombre esclavo de la
glotonería, de los placeres del amor, de la gloria y los honores pero que, desprovisto de
fortuna, se atormentaba por no poseer nada de lo que codiciaba. Y como esta persona

19
Cf. Jenofonte, Económico, I 22: “Es que también ellos son esclavos, dijo Sócrates, y de dueños muy
duros, unos de la gula, otros de la lujuria, éstos de la embriaguez, aquéllos de ambiciones estúpidas y
costosas, todo lo cual domina con tal dureza a las personas que han caído en sus garras, que mientras los
ven jóvenes y en condiciones de trabajar les obligan a entregar el fruto de su esfuerzo y a pagar tributo a
sus caprichos, pero en cuanto se dan cuenta de que ya son incapaces de trabajar a causa de sus edad,
entonces les dejan envejecer de mala manera e intentan utilizar otros esclavos”.

15
me veía sereno día tras día por un considerable período de tiempo mientras que él se
sentía infeliz, me pidió que le enseñara a liberarse de su preocupación. Cuando le dije
que tomaría muchos años corregir las pasiones a las que permitió crecer hasta entonces,
protestó vívidamente –“¡Nadie es más inhumano que tú!”–, como si pudiera, de así
quererlo, liberarlo muy rápido de esa pena pero le rehusaba celosamente ese beneficio.
Y, sin embargo, es la única enseñanza que no podemos rehusar a nuestros prójimos. En
efecto, es mejor que todos aquellos a quienes frecuentamos estén exentos de pasiones
del alma, que ni el amor a la gloria ni alguna otra pasión de este tipo haya contaminado
sus almas. Cuanto mejores sean, más útiles amigos serán para nosotros.
Volviendo a quien realmente quiere convertirse en un verdadero hombre [άληθως
ανδρα], indicaré la vía a la belleza del alma. Al comienzo, que se asigne un vigilante
que le recuerde sus negligencias en cada una de sus acciones. A veces es muy difícil
distinguir en los propios actos entre lo que es avaricia y lo que es frugalidad
[οίκονομίαν]. Es imposible hacer esta distinción para quien recién comienza a eliminar
la pasión por el dinero. Así como en estos casos la virtud bordea el vicio, cuando el
amor a la gloria es eliminado también la desvergüenza surge en las almas de origen vil.
Para observar sus errores, los jóvenes que desean ser salvados deben recurrir a otros, a
personas de cierta edad que, durante toda su vida, han dado prueba suficiente de su
libertad de opinión; personas a las que no deben contradecir u odiar cuando le hacen
reproches, sino que les debe estar agradecidos y pedirles que siempre digan la verdad
[ἀλήθεια]. Habiéndoles agradecido, hay que esforzarse entonces por erradicar aunque
no sea una gran porción, al menos una pequeña parte de la intensidad de las pasiones. Y
aunque parezca difícil al principio y efectuarse con mucha pena, hay que tener en cuenta
que, a medida que el tiempo pasa, la tarea no será tan difícil. Con el fortalecimiento de
la parte racional por los ejercicios que dominan y debilitan las pasiones, su completa
sujeción se vuelve más fácil. Porque si la razón, incluso sin haber sido entrenada, supera
a las mayores pasiones, claramente las superará aún más con la doble ventaja del
tiempo: en efecto, por el entrenamiento crecerá en fortaleza y luchará con mayor vigor
contra las pasiones que se debilitan. Y cualquiera de estas ventajas es suficiente por sí
misma para tener esperanza por el futuro. Por eso, al comenzar los ejercicios no hay que
desalentarse cuando notamos pocos progresos en la cura de esas pasiones. Con el
tiempo habrá más notables progresos, siempre que se acepte escuchar la crítica de los
errores y que, amándose a uno mismo con verdadero amor, velemos por convertirnos en
hombres de bien y no meramente aparentarlo.
Esta es la vía por la cual pasa el conocimiento de las pasiones de su alma y su
tratamiento. Ahora pasaremos a hablar de los errores del alma.

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