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Una casa de seis plantas.

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Proyecto de Creación para optar por el título de:
Maestra en Artes Platicas y Visuales

Presentado por: Luisa Amanda Martínez Coronado


Tutor: Ángel Alfaro
Título: Una casa de seis plantas.

Ilustraciones. Luisa Amanda Martínez Coronado


Serigrafía: Luisa Amanda Martínez Coronado
Diagramación: Luisa Amanda Martínez Coronado
Edición: Andrés Buriticá Martínez

Universidad Distrital
Francisco José de Caldas
Facultad de Artes ASAB
Bogotá, 2018
Agradecimientos

A todas las personas involucradas en el proceso de investigación y creación,


que se tomaron el tiempo de hacer este viaje hacia la memoria en busca de
plantas, tierras e historias del pueblo del Patillal, Cesar. Sin su interés esto no
habría sido posible. Gracias por compartir este conocimiento.
A mi familia, que ha sido parte fundamental de este proceso. Mis tías Bedys,
Feny y Dora, quienes me compartieron sus anécdotas, y mi tía Leonor, quien
ha sido mi compañera de viaje y cómplice. A mi madre, quien no sólo me
acompañó y ayudó en el proceso de creación, sino cuya relación con LA CASA
fue detonante de este proceso.
A mi primo Andrés, por apoyarme en la creación del texto.
Al apoyo incondicional de mi padre José Eduardo Martínez, sin su guía y ayuda
nada de esto sería posible.
A mi tutor, el Maestro Ángel Alfaro, por su guía y apoyo, y por alentarme a
creer en mi trabajo.
Y finalmente a mis amigos por escucharme y prestarme una mano las veces
que fue necesario.

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Introducción

A veinte minutos de Valledupar, la capital del Cesar, se encuentra un pueblo llamado Patillal, un
pueblo mestizo por su ubicación. Colinda con la Guajira y solo es necesario cruzar la Malena, una
quebrada, para cambiar de departamento. Lo que más influye en el mestizaje de Patillal es su
cercanía con el piedemonte de la Sierra Nevada de Santa Marta, lugar considerado como “el
origen, el comienzo y el centro del mundo”, por las comunidades indígenas que históricamente
han habitado la zona. Mi familia materna proviene de este pueblo, por lo que para la realización
de mi proyecto de grado, decidí investigar diferentes prácticas ancestrales que antes fueron
cotidianas, pero que han ido desapareciendo paulatinamente. Entre estas prácticas están el uso
de plantas de la región para teñir, y la cimentación de la tierra, que genera una relación
bidireccional de pertenencia con esta.

El siguiente texto narra la investigación a través de un recorrido que desencadena en la creación.


Puede leerse como una bitácora de viaje, las memorias de artista o simplemente un diario. Está
complementado por fotografías, dibujos y muestras relevantes a mi parecer, porque permiten
registrar, entender y acercarse tanto a los materiales trabajados, como al lugar en sí. Junto a
ellos, la propuesta plástica consiste en una instalación en grabado (Serigrafía), que busca
desarrollar el concepto de Casa, más que como una protección del exterior, como un lugar de
rencuentro con la memoria.

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Para María de los Santos, sus hijos y los hijos de sus hijos.

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“No voy a Patillal porque me mata la tristeza
al ver que en ese pueblo fue donde murió un… amigo mío
era compositor como lo es Zabaleta
era lo más querido de ese caserío.
(bis)

Si algún día llego a ir… sé que me regreso enseguida


porque me da tristeza… apenas yo empiece a recordarlo
porque yo sé muy bien que en su tierra querida
ha dejado un vacío… que no hay como llenarlo
(bis)

Me gusta Patillal porque allá me quieren bastante


y cada vez que yo voy me vengo muy agradecido
pero volver allá… ahora si no me nace
desde que se murió… ese amigo mío
(bis)

Cuando escucho el paseo de los tiempos de la cometa


me imagino que estaba, presintiendo su despedida
porque es verdad que el tiempo… que se va no regresa
solo queda el recuerdo… de las cosas queridas “
(No voy a Patillal, Zabaleta, Armando Darío)

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I. seis plantas.

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Hace casi dos años que no vengo a La Casa. No sé
cuántas veces he estado aquí, sería imposible
contarlas. Solo sé que, aunque hace un calor infernal,
cada vez que vengo siento que es más caliente que
antes. Todo está diferente y a la vez nada cambia. Se
siente extraño venir por tan poco tiempo, mucho más
cuando me demoré tanto tiempo en regresar.
Después de bajarme del avión, tomo un taxi hasta la
Galería. Es lunes festivo y las calles están llenas, pero
nadie tiene prisa. La Galería es el centro de la ciudad,
aunque en Valledupar no existe esa urgencia de llegar
con prontitud: no importa qué lugar sea, siempre hay
personas en las aceras sentadas en sillas Rimax®, aun
cuando nadie sabe qué están esperando. En la
oficina de transporte me preguntan que si soy la que
viene de Bogotá. Mis mejillas rojas me delatan: mi tía
ya me encargo.
La carretera es apacible después de salir de la ciudad,
con el valle a la derecha y las montañas rodeadas de
nubes a la izquierda. Es temporada de lluvias, pero
hace más calor que nunca o al menos es lo que yo
siento. Los árboles, el pasto, las montañas, todo está
verde. La última vez que vine todo había sido dorado
por el sol.

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Como el conductor sabe para qué casa voy, directamente pregunta:
-¿De quién eres hija?
-De Ofelia.
-¿De la niña Ofe?... Sí se parecen.
A unas casas antes de llegar suena el celular del conductor, él se ríe y no contesta:
-Tu tía está llamando.
Me muestra el celular: Negra linda, aparece en la pantalla. Para mí ella siempre ha sido Mañe. Siempre me ha gustado
como nombran a las personas aquí, y como este nombramiento los acompaña toda la vida. Mi madre es la menor de nueve
hijos por lo que es la niña Ofe. Hoy la siguen llamando así. Cuando era pequeña y veníamos no entendía por qué le decían
así, si yo era la niña y ella la adulta.
Creo que podría venir mil veces más y siempre me emocionaría. Cada vez que vengo descubro algo o veo algo que no era
capaz de ver antes. Mañe está parada frente a la casa, los demás están sentados. Nos abrazamos y luego bajo mi enorme
maleta. Esta vez me acomodan en la habitación de mi tío, es la primera vez que me dejan en esta parte de la casa. Cada vez
que vengo tiene algo nuevo o ha perdido algo viejo. La diminuta cocina ya no existe: ahora es inmensa. Las puertas se han
quitado o sellado. El patio esta aún: algunos de sus palos sobrevivieron a pesar de la constante amenaza de que los van a
cortar en cualquier momento por enmugrar mucho con las hojas que caen, por hacer poca sombra o hacer demasiada
sombra y tapar el sol. Siempre hay una razón para exterminarlos. Mamá Santos (mi abuela) sigue aquí, en su habitación, la
única con aire acondicionado las 24 horas. Antes de dormir, Mañe y yo nos sentamos en la terraza a conversar sobre todo:
la familia, los vecinos, los amigos, la universidad, el trabajo, los viajes y finalmente, sobre mi proyecto de grado. Le confieso
que esta vez no vengo de paseo: ¡Ésta vez vengo a hacer una búsqueda!
Por su ubicación, Patillal ha sido un punto de encuentro de Indígenas, Negros y Blancos. Siempre que me preguntan cómo es
mi familia digo: De todos los colores. No se es solo blanco, negro o moreno. Hay mil tonos más. Tengo desde primos blancos
de ojos azules, hasta negros como el ébano, con todas las posibilidades que hay de un tono a otro. Además, mi hermana es
blanca y yo soy morena. Este mestizaje no sólo se ve en la piel: también en las costumbres, comidas y creencias que
construyen la identidad de un lugar. Patillal siempre fue lugar de trueque, donde llegan viajeros indígenas desde diferentes
lugares de la Guajira, del Cesar, y desde la Sierra, de pueblos como Atánquez (poblado principalmente por indígenas wiwas)
a comerciar sus productos: desde mochilas de lana y de Maguey, panela atánquera, lana de chivo, bastimentos, Maguey,
plantas medicinales y para tinturar.
Mamá Santos siempre tejió mochilas de Maguey. Recuerdo de niña cuando llegaban los indígenas montando caballos,
vestidos de blanco, con el Maguey sin preparar y plantas para tinturar. Los días siguientes no se salía de casa, se hacían los
deberes de rutina como cocinar, barrer los patios, pasar la mecha, alimentar a los animales, y después se empezaban a hilar
el Maguey. Se necesitaban al menos tres personas: dos que iban hilando con la carrumba, y una tercera que iba desgajando
el Maguey. Los hiladores empiezan cerca y a medida que van hilando se van alejando uno del otro hasta que un hilo
atraviesa toda la casa. Siempre pensé que había dos puertas en la casa para poder hilar sin detenerse. Nunca pude aprender
a hilar: era muy difícil y Mamá Santos no quería arriesgar el trabajo enseñándome. Hoy ya nadie hila. Ahora las carrumbas
solo adornan las paredes.

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Para mí, mi familia siempre ha sido un matriarcado, con todo este universo girando en torno a Mamá Santos. Ese
personaje fuerte que tomaba todas las decisiones de la casa. Cuando era niña le tenía pavor: era una mujer grande y muy
brava que hablaba muy duro, por lo que sentía que todo el tiempo gritaba. Solo años después entendí que si hablaba tan
duro era porque había perdido gran parte del oído. Siempre estaba al mando: corriendo de un lado para otro, mirando la
comida, cuidando las plantas, las gallinas, tejiendo y con visitas en la terraza que atender. Recuerdo el pavor que sentí
cuando un día mi abuela me mandó a llamar a su habitación, ese cuarto mágico e inaccesible para mí en ese entonces.
Demoré mucho en ir, pensando en si había hecho algo malo, hasta que entré llorando a la habitación, pensando en que me
iba a regañar. Mi abuela me sentó en su cama y abrió uno de los cajones de la cómoda. Tenía regalos que llevaba
acumulando un buen tiempo: esferos, cartas, dulces y, lo más preciado para mí, había tejido pequeñas mochilitas y
sombreritos de Maguey del tamaño perfecto para una Barbie, todo en pares para que dividiera con mi hermana.
La figura de mamá Santos se fue haciendo más cercana a medida que fui creciendo, y me interesé por saber más acerca de
ella y todo lo que la rodeaba. Pero a medida que yo me iba acercando, ella se fue alejando lentamente. La memoria es tan
poco confiable, tan frágil y personal. Cuando recordamos algo está supeditado a lo que sentimos y pensamos. Tomamos
pequeños fragmentos que son los recuerdos, los completamos, y les damos un nuevo significado según lo que estemos
sintiendo o lo que queremos sentir. Hacer memoria es un ejercicio de creación que hacemos para mantener la conexión
con nuestro pasado y las personas relacionadas con este. La tradición oral no es como un libro que tomamos de un
estante, y cuyas palabras y contenido se conservan intactas, y lo podemos ver una y otra vez, inmutable. La tradición oral
es como un ser vivo que se va modificando, buscando resistir y crecer en su nuevo guardián, esperando a ser pasado al
siguiente. En mi familia las anécdotas siempre han sido muy comunes, las conversaciones de terraza contando, susurrando
historias ocultas que pasan de una generación a otra, que cada vez que se cuentan pierden algo y ganan mucho.

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Tengo un cuaderno sobre plantas que mi tía Bedys me dio la última vez que vine, cuando le conté que quería aprender a
tinturar con plantas, como la Abuela. Me lo entregó envuelto en periódico, como una reliquia, pero así no se conservó:
está casi ilegible. En una limpieza de la casa de mi tía fue a parar al cuarto de la ropa, por lo que adquirió humedad en sus
páginas amarillas. Las palabras no se entienden, pero aún existe. Mi tía lo guardó a pesar de que ya casi no se puede leer, y
me lo entregó. Lo traje conmigo para intentar descifrarlo y buscar algunas de las plantas que dice, pero Mañe me dijo que
recordaba que mi abuela tenía otro cuaderno con el mismo contenido, que solo debemos buscar para encontrarlo. Es de
noche ya. Mañe y yo empezamos a buscar entre los escaparates. Desde que era niña estos escaparates han estado llenos
de tesoros. Lo más importante no es lo que ves cuando entras a una casa: es lo que guarda en lo más profundo de sus
rincones, y aquí siempre se han guardado muchas cosas.

-Mira, esto no es nada-. Me dice Mañe mientras completa seis pilas de papeles de los cajones. -Cuando yo era niña había
más cosas guardadas. Durante años hubo un ataúd en el cielo raso. Cada vez que mi papá se ponía a pelear con alguien,
venían corriendo a avisarle a mamá: ¡Señora María, el Señor Chema se va matar con tal persona! Ella nos mandaba a
trapear todo, a arreglar la casa, y nos decía: “bueno, si lo matan ya podemos velarlo”. Su papá siempre andaba con
revolver y cuchilla en la mochila.
-¿dónde quedó el ataúd?
-Mamá siempre lo prestaba cuando alguien del pueblo se moría y no tenían cómo comprar un ataúd para enterrarlo.
Venían a pedirlo prestado y después devolvían uno igual. Así paso varias veces, hasta que una vez no lo devolvieron y ya.
-… Yo me emocionaba mucho cuando Mamá Santos sacaba sus llaves y abría un escaparte. Siempre sacaba algún dulce que
mi tío le mandaba para darme o telas para que me hicieran algo.
-Mamá siempre tenía todo bajo llave. Ella era así: le daba miedo que le robaran las cosas, siempre le dio miedo. Pero
nosotros nos las ingeniábamos porque teníamos a papá de cómplice. Una vez mamá tenía una miel y yo le pedí que me
diera, pero ella no quiso. Le conté a Papá y me dijo: “espérate a ver”; sacó la miel y la cambiamos por melado de Panela.

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-¿Y nunca se dio cuenta?
-Jajaja, no. Nunca se dio cuenta, o si no me habría pegado. Ella siempre guardaba todo. Ya cuando enfermó olvidaba dónde
había guardado las cosas. Recuerdo una vez que la tía Feni me contó que le había dado una plata que le mandó mi tío
Chemu y después la abuela decía que no se la había dado. Se armó tremendo problema. Después de buscar mucho, la
encontraron. La había guardado detrás de un cuadro. Incluso me contó que una vez que necesitaban pagar un pasto para
las vacas empezaron a buscar en todos los huecos posibles y encontraron casi un millón de pesos.
–Mañe, cuando pasaban esas cosas ¿no pensaron que un día la abuela lo iba a olvidar todo?
-Era difícil porque ella siempre tuvo un carácter muy fuerte así que nunca se hablaba de eso. Y ya cuando yo la estaba
cuidando y empezaba a decir cosas que no eran ciertas, a dar quejas de que no había comido y yo sabía que si había
comido, yo les decía a tus tíos: “mamá está enferma”, pero ellos no me creían. Supongo que siempre pensamos que era
muy fuerte.

En los escaparates encontramos muchas cosas, pero Mañe tiene razón: ya no hay tantas cosas como antes. Había docenas
de maletas llenas de cosas, pero en cada remodelación se han ido perdiendo. Hay muchos certificados llenos de apostillas
de mi tía Ana. Fue la primera que se fue a vivir a Estados Unidos y la que más certificados ha necesitado. También hay
dibujos de planos de la casa de la abuela y sus modificaciones, notas del colegio de mis tíos, muchas revistas, una cartera
de cuero con billetes, y fotografías muy viejas de mis tíos en el colegio, de diferentes tamaños, cuadradas, rectangulares, a
color, en blanco y negro, las más pequeñas son de infancia, fotografías más recientes de los nietos de mi abuela, primeras
comuniones, viajes, fotos de mis primos en Disneylandia®, pero nunca encontramos el cuaderno. Mañe me dijo que no me
desanimara, que tal vez una amiga muy cercana pudiera hablarnos del paradero del cuaderno.
-¡Buenas! Disculpe, ¿la señora Silvia está?
-¿Tú eres la nieta de la señora María?
-Si señora.
-Mi mamá te estaba esperando, pero salió a buscar algo y dijo que la esperaras.
-Gracias.
-Luisa, aprovechemos para ver las yucas y para que veas la casa de tu mamá.
Justo al frente de la casa de la señora Silvia hay un pedazo de tierra (un lote) que mi tío José María le regaló a cuatro de sus
hermanos. La hermana mayor vive en Estados Unidos y no ha construido nada aún. La siguiente en edad vive en
Valledupar, construyó su casa rápidamente y pasa los fines de semana en ella. Mi mamá tomó sus ahorros y plantó las
bases. Ella sabía que no le alcanzaba para construir la casa entera. Aun así, pasó sus vacaciones trabajando a la par con el
otro hermano, ambos levantando las bases de su casa en el pueblo…

-Mañe, no puedo creer que mi mamá y mi tío botaran la plata así. Empezar a construir una casa que no van a terminar.
-Claro que la van a terminar. Además así se hacen las cosas aquí: El primero que hace las bases, gana. Jajaja, ya todo el
mundo sabe que ese es su pedazo de tierra. Aquí ya se sabe que ese pedazo es de tu tío y el otro de tu mamá. Mientras se
construye, pueden cultivar yuca. Está bonita la yuca, ¿no?
Hoy puedo ver la promesa de que algún día se levantará una casa aquí y justo al lado otra.
-Creo que tienes razón Mañe. Ahora que lo pienso, desde que era niña recuerdo ver bases por todo el pueblo estancadas
durante años. Solo que no se ven muy bien a primera vista porque la naturaleza va camuflándolas. Lo mismo pasa también
con las casas abandonadas, sobre todo las de bareque: la naturaleza parece que las devora apenas las dejan de usar.

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Cuando se construyen las bases se marca el territorio. Te apoderas de la tierra y haces la promesa de que algún día
construirás una casa. En medio de las disputas por tierras, el que primero hace las bases gana. Esta costumbre se ha
mantenido por mucho tiempo. Incluso en la época de la violencia, las personas que tenían alguna tierra antes de irse
construían las bases.
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Me sorprende el tamaño de las bases de la casa de mi mamá. Es la primera vez que las veo en vivo. Aún recuerdo cuando
me mostró un papelito con el dibujo del plano de cómo iba a ser su casa, acompañado de una pequeña foto de la idea de la
parte delantera de la casa. Todavía permanecen pegados en el espejo de su habitación. Tiempo después me mostró las
fotos de la construcción: su hermano y ella con una pala frente a las bases. No logré dimensionar la casa en esos
momentos. En mi cabeza seguía siendo un papel frente al espejo. Pero hoy me paro aquí y puedo imaginarme la casa. Veo
las bases que no superan los cuarenta centímetros de altura y las varillas de hierro que sobresalen donde habrá columnas.
Ya hay pequeños muros de ladrillo que dibujan el borde de la casa y separan la cocina de la sala, las dos habitaciones, los
baños y el patio trasero. Es un dibujo muy sutil en medio de todo porque la tierra no se queda quieta. Por ahora es un
cultivo de yuca, mucha maleza y un par de plátanos. Por suerte para mí, encontramos una escalera de madera para poder
ver las bases desde arriba. La vista aérea me hace entender la dimensión de la casa y la cercanía con las casas de mis tíos.
Me viene a la mente el texto Atlas, de Michel Serrano, particularmente el segmento Plano de los hábitats:

“Una casa da fe de la geometría métrica de los maestros constructores, como si conservase sus huellas o como si los
hubiera inspirado, mientras que el lugar exterior, el ahí de fuera, impone una percepción completamente diferente. Seguro,
aquí, sentado, dentro, de que el muro tras de mí, estable, permanece a una distancia mensurable y fija de mi espalda
cuando escribo, leo, hablo o como sentado en mi mesa, absorto, salgo y pierdo mi seguridad de lo que a tergo me
obsesiona. El viento, apacible o turbulento, moviliza las ramas como las hojas, primero lejanas y después próximas,
mientras que los insectos me acompañan o me abandonan; es decir, la fauna y la flora, el flujo y los intervalos, no ocupan la
extensión como las rectas y los ángulos vados de los albañiles en la casa.”

Sentada en el techo de la casa de mi tía, me pregunto cuánto tiempo pasará para que las bases de mi mamá crezcan.
Construimos una casa para resguardarnos de las inclemencias del tiempo y la naturaleza. Los muros nos mantienen a salvo,
pero también nos distancian del entorno, rompen la continuidad en el paisaje y nos separan de él. Si yo construyera una
casa construiría algo que sea lo contrario, que no cree una separación del paisaje, sino que sea una expansión de este.

-Luisa: baja que ya llegó la señora Silvia. ¡Cuidado te caes!

-Sí, ya bajo…
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Hace tres años conocí a la Señora Silvia. Cuando empecé a aprender cerámica en la Universidad, empezó a circular el
rumor en mi familia que había ido a pa´ hacer lo mismo que hace la Señora Silvia Daza, sobrina de mi abuelo. Lo mismo que
hacía en el patio de su casa. A las siguientes vacaciones que pasé en Patillal, me puse en contacto con ella y pude aprender
durante tres meses a su lado, yendo a su casa casi a diario.

La Señora Silvia es una mujer mayor, de piel morena, contextura delgada y cabellera blanca, sumamente amable y a su vez
conservadora, y es la última del pueblo en hacer vasijas, moras y tinajas, y probablemente la última de la región en trabajar
la cerámica de manera totalmente tradicional, recolectando las tierras y arenas específicas para preparar la pasta,
moldeando por rollo, usando herramientas de totumo que ella misma fabrica, y realizando las quemas abiertas. A pesar de
la cercanía con Valledupar hasta hace pocos años el acceso al pueblo es relativamente fácil, por lo que ciertas tradiciones
se mantuvieron vigentes por utilidad. Como el uso de las vasijas y tinajas. Mi mamá me contó que cuando ella era niña aún
usaban lámparas de petróleo. Después pusieron una planta eléctrica que funcionaba con ACPM y se prendía por dos horas
en la noche, hasta que en los años 80 llegó la electricidad a Patillal, inaugurada por el presidente Turbay. Esto hizo que no
hubiera refrigeradores por mucho tiempo, por lo que las tinajas aún se usaban para mantener el agua fresca y fría. Hoy en
día, en casi todas de las casas del pueblo hay tinajeros con sus tinajas, guardadas como reliquias familiares. En el pueblo,
estas tinajas eran elaboradas por la señora Silvia y la señora Cristina, quien falleció hace muchos años. Ambas aprendieron
haciendo: mirando desde niñas a sus madres y otras mujeres del pueblo trabajar. Era la pedagogía de la época. La señora
Silvia le enseñó a sus hijos, pero ninguno se dedica a la alfarería: no hay quién compre las tinajas, por lo que trabajar en
esto no es rentable. Aprender con la señora Silvia y poder entablar una amistad con ella ha sido muy relevante para mí, no
sólo por el conocimiento ancestral que ella tiene, si no por entender que el conocimiento no está solo en las aulas o los
libros, sino que reside en varias personas y que cuando uno realmente está interesado, estas personas lo comparten
naturalmente porque así mismo se lo compartieron a ellas.
El proceso de la cerámica es largo. Primero se deben buscar
los materiales para la pasta: la tierra negra que es para
amasar, se encuentra debajo de dos palos de mango en el
pueblo y en algunos patios de casas. La tierra roja que es
para dar color -la señora Silvia llama a este proceso tintura, y
se puede clasificar como un engobe-, se encuentra en el
cerro de las cabras, tierra común del pueblo. La arena que
contiene sílice y que se usa como fundente, se encuentra en
la quebrada la Malena. La tierra negra se apanga, quitándole
las ramas, raíces y rocas. Después se pone en un tanque con
agua, tapada con telas para madurarla y luego de unos días
se mezcla con la arena hasta lograr la consistencia adecuada.
No hay ningún sistema de medición, todo se hace por tacto.
Una vez lista la pasta, se pueden elaborar las piezas. La
señora Silvia empieza amasando y modelando la base de la
tinaja. Una vez está lista la base, va subiendo con la técnica
de rollo, usando herramientas de totumo con diferentes
formas, que ella misma fabrica. Las herramientas tienen usos
específicos según su forma, ya sea para aumentar, ayudar a
redondear las piezas, cortar o alisar. La tierra roja es usada
para dar el color rojo, dejándola varios días en agua. El
pigmento queda en la parte de arriba y es lo que se aplica.
*Señora Silvia aplicando el tinte (engobe) 2015
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Lo que más diferencia el trabajo de la señora Silvia es la quema, que empieza con el montaje de las piezas. Primero se hace
un piso con cortezas de árboles que estén bien secas. Las piezas más grandes se colocan sobre esta cama de cortezas sin
tocar el piso, por lo que se ponen sobre piedras que sirven de soporte. Sobre las mismas piezas se van colocando piezas
más pequeñas de manera equilibrada, formando una especie de pirámide. Una vez están ubicadas, se empiezan a colocar
fragmentos de piezas ya cocidas o rotas, hasta hacer una cubierta que tape todas las piezas. Cuando está lista la cubierta,
se recubre con cortezas de árboles hasta que quede totalmente revestida. En la parte superior se pone una fibra seca que
dan las palmas de coco. Terminado el montaje se enciende la pila. El fuego se propaga fácilmente y la llama puede llegar a
ser muy alta. Esta quema se mantiene ardiendo en fuego durante unas 4 horas. Es imposible acercarse en el transcurso de
ese tiempo. Se demora casi un día entero en alcanzar una temperatura lo suficientemente baja para sacar las piezas de las
cenizas.

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Tres años después de esa experiencia, me sigo emocionando cada vez que veo a la Señora Silvia. Podría venir una y otra vez
y siempre aprender algo de ella. Mañe y yo estamos en el patio de su casa, sentadas en una banca bajo un palo de mango.
El mismo lugar donde la señora Silvia trabaja el barro en las tardes. Nunca he entendido porque la gente tiene salas en la
costa, si todas las visitas se hacen en el patio o en la terraza. La señora Silvia se acerca. Nos abrazamos.
-¿Y la Señora María? –Me pregunta-.
-Bien. Está tranquila. ¿Y usted cómo ha estado?
-Ay María… yo bien, vieja… Jajaja. Cansada. Me duele todo. Ya uno viejo, solo le duele todo. ¿Va a venir a trabajar?
-No, me gustaría, pero ya casi me voy. Tengo que regresar a Bogotá. Por eso venía: para saludarla y despedirme de una vez.
-Tiene que trabajar porque eso se olvida, yo trabajo cada vez que puedo, pa´ no olvidarme de cómo se hacen las cosas.
Mire: acabo de traer una tierra. Le voy a empacar tierras pa´ que se las lleve y trabaje. ¿Quieren café?
-Bueno, gracias.
-Luisa, ¿te vas a llevar las tierras a Bogotá? Eso pesa mucho, niña… Dile que no, que te las guarde.
-Sí me las voy a llevar, es todo un esfuerzo que ella hace. Además son tierras especiales.
-Tú sabrás. Va a ser una maleta muy sospechosa en el aeropuerto. Jajaja.

Al final Mañe y yo nos vamos cargadas con dos lonas de tierra roja y negra que pesan cantidades. El camino a la casa se me
hace eterno.
-Lo bueno, Mañe, es que ya puedo hacer mi propia casa.
-¿Por qué?
-¿No ves que ya tengo tierras? Jajaja.
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Tierra Roja del Cerro de las Cabras. Tierra Negra del pueblo.
Mi abuela está caminando por toda la casa. Tiene puesto un vestido blanco de flores azules. La veo en la cocina.
-Mamá Santos, ¿qué estás haciendo?
Ella sigue revolviendo la olla sin responderme. Después de un rato baja el fuego y se va al patio.
-Abue, soy yo: Luisa. Soy su nieta, soy hija de Ofelia. Abuelita, ¿se acuerda de mí?
Sin prestarme la más mínima atención y con toda la paciencia del mundo, empieza a quitar las hojas amarillas de las matas,
una por una mientras tararea. Cuando termina, toma unos limones de la mata y va al fondo del patio, en donde hay unos
platones metálicos llenos de plantas y cabuyas. Mi abuela empieza a revolverlo. Se sienta junto a los platones y empieza a
abrir los limones para exprimirlos. Puedo ver a una mujer alta y morena en la alberca. Cuando me acerco me doy que es mi
tía Ana.
-¡Tía Ana! ¿Cuándo llegaste? ¿Qué estás haciendo?
-Estoy lavando ropa.
-¿Por qué la abuela le pone limón a las cabuyas?
-Está fijando el color.
Mi abuela empieza a extender la cabuya en el patio mientras canta:
Cuánto deseo
porque perdure mi vida
que se repitan
felices tiempos vividos
el primer trago a escondidas
mi primera novia en olvido
ya mi juventud declina
al compás de tiempos idos
-Tía, no entiendo qué pasa. ¿Por qué no me contesta?
-Está cantando. Creo que es Los Tiempos de la Cometa de Fredy Molina.
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Me despierto temprano. O lo que yo consideraría temprano para estar de vacaciones. Aun así, el día parece haber
empezado hace horas en la casa. Mañe está terminando de moler el maíz que cocinó ayer en la noche. A mi abuela nunca
le gustó la harina Pan®, ni ninguna harina lista para arepas, así que siempre se ha cocinado el maíz para las arepas y los
bollos. Las arepas aquí son gordísimas. Se les agrega mucho queso costeño y algunas veces bocadillo. Mamá Santos
siempre se preparaba la más grande para ella o para algún invitado especial. Una vez amasadas se envolvían en hojas de
plátano y se ponían a asar en el patio, en el fogón de leña. Hoy Mañe las asa en el horno de la cocina. Igual les pone las
hojas de plátano.
-Hola Mañeguito. Anoche soñé con mi abuela y con mi tía Ana.
-¿En serio? Estarás revolcando los lazos familiares.
-… ¿Y la abuelita?
-Bien: está durmiendo todavía.
-¿Quieres que te ayude a moler?
-No, ya voy a terminar. Adivina qué encontré- continúa antes de que pueda contestar – ¡Encontré el cuaderno! Yo sí sabía
que estaba porque varias veces le anoté a mamá cosas en él. Te lo dejé en la mesa.
-¿En serio, Mañe? ¡No puedo creer que lo hayas encontrado! Está muy bonito. No sólo tiene cosas de plantas; también de
la casa. Mira: la contabilidad del maíz ¡Es muy bonito! Mira todas esas plantas: ésta la conozco, ésta también… éstas ni
idea. Dice que ésta planta es de Atánquez. ¿Será que la podemos encargar? ¡Tengo que mostrárselo a la tía Bedys!
-Le podemos preguntar a la vecina. Ella es de Atánquez y tiene hijos viviendo allá. Si hay que encargar plantas hay que
hacerlo pronto porque tienen que buscarlas, recogerlas y mandarlas. Yo hablo con ella mientras tú vas a donde Bedys.
¿Quieres agua de mai con la arepa? ¿A ti es la que no le gusta o a tu hermana? Igual no hay más: jajaja.
-No te preocupes Mañeguito a mí sí me gusta. Bueno, en realidad no me gusta, pero me la tomo. Jajaja.
Ya en la tarde voy a visitar a mi tía Bedys. Hay que caminar unas cinco cuadras para llegar. Cuando era niña viví con mi tía
por un par de años. En esa época iba al prescolar. Aún recuerdo las calles, solo que ahora las distancias son más cortas.
Antes, ir de la casa de mi abuela a la de mi tía me parecía una travesía. En esa época mi tía tenía una panadería, la única del
pueblo. Se levantaba muy temprano a preparar pan, merengues, cucas, queques y tortas. Todo el día el horno estaba
prendido y mi tía trabajando. El pan no se vendía como en las panaderías de ciudad: varios chicos iban con canastas llenas
de productos por todo el pueblo y regresaban con lo que no habían vendido y el producido. En la tarde siempre había un
montón de chicos sentados con mi tía, contando y apilando monedas. Aún hoy así se venden los dulces, las arepuelas y
demás comida. La gente va con canastas. Supongo que hace demasiado calor como para decir “voy a ir a la panadería o a
buscar dulces”. Ahora los hornos se están oxidando en la casa de mi abuela. Cuando la violencia incrementó en el pueblo,
había constantes amenazas de que se lo iban a tomar, así que mi tía fue llevando las cosas a Valledupar para que no se
perdieran si tenían que salir corriendo. Poco a poco las cosas fueron yéndose a Valledupar: la amasadora, la batidora, las
bandejas, los moldes, pero en este clima, lo que no se usa, lo carcomen el calor y la sal del aire, así que al final la mayoría
de las cosas se terminaron perdiendo. Hace un par de años regresaron algunas de las cosas, ya no a la casa de mi tía sino a
la de mi abuela. Cuando ya no pudo hacer más pan, mi tía montó una quesera en la casa. Ahora los días empiezan más
temprano: mi primo y mi tío van a buscar la leche a diferentes fincas de la zona, mientras mi tía arregla cosas de la casa y
se alista para preparar el queso. Durante todo el día se mantiene en esa labor, y después mi primo va a Valledupar para
vender el queso. Así se repite todos los días.
Los lugares cambian según el uso que se les dé. Antes la casa de mi tía olía a pan todo el día. El enorme patio, mi lugar
favorito, era al lado de la casa donde había un árbol del que colgaba una enredadera de maracuyá. Solo había que tomar
un maracuyá, agregarle azúcar, mucha azúcar, y ya estaba el postre. En ese mismo espacio había un corral lleno de
morrocoyes. Ahora, ahí es donde está la quesera. El piso es de cemento para poder lavarlo cuando se termina de hacer el
queso. Hay enormes tanques de plástico donde se prepara el cuajo, y una hilera de cajas de madera, dónde se deja el
queso. Ya no hay morrocoyes y no huele a pan. Siempre que vengo pienso que me cambiaron la casa de la infancia, a pesar
de que siguen estando las mismas paredes, las mismas ventanas, incluso algunos muebles se conservan, pero la casa es
otra casa. Cuando llego, mi tía está terminando de lavar los tanques de la leche.

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-Hola tía. ¿Cómo estás?
-¡Hola, mi reina! Aquí terminando con esto.
-¿Te acuerdas que la vez pasada me diste un cuaderno sobre plantas que estaba borroso? Mañe decía que la abuela
también tenía uno y lo encontró. Estaba guardado entre las cosas de la abuela está en muy buen estado. Quería
preguntarte varias cosas sobre el cuaderno y sobre la abuela.
-Lo que necesites. Vamos a la cocina y te voy contando.
-Déjame ver… Claro que sé de dónde salió. Yo se lo di a Mamá. A mí me lo dio Rosa Fina, ella es atánquera. Creo que está
viva todavía. Admiro su capacidad de sacarle el jugo a la vida: una persona contenta, bebía, bailaba, cuando ella aparecía
por aquí yo la exprimía, le sacaba las cosas, me hice muy buena amiga de ella. Pero supe que estuvo muy grave en la época
en que mi mamá se agravó. Tres o cuatro meses en la clínica. Una gran artesana mi amiga. Mis últimas nietas ya no saben
de esas cosas. De pronto tú niña, viste esas cosas. José Andrés como fue mi primer nieto, él se acuerda. Él habla de los
merengues que comía aquí, que yo le hacía.
-Sí, yo viví aquí tía. Tú tenías la panadería, yo me acuerdo de todo: lo que preparabas, los muchachos que venían e iban por
el pueblo vendiendo.
-¡Exactamente! Tú viviste eso conmigo.
-Me acuerdo de mi abuela preparando dulces, hilando Maguey, tejiendo mochilas e incluso tinturando con plantas en el
patio.
-Mamá… yo me encargaba por ejemplo de cuando llegaban los indios, les regalaba un pedacito de queso, les empezaba a
investigar cuándo regresaban. Les decía: mira, tú me vas a traer esto, Nola o Una de la Sierra. Yo perdí mucho queso. El
indio siempre te engaña. Cuánto queso perdí. Tú no engañas al indio, el indio te engaña a ti, Jajaja. Pero uno que otro
regresaba y me traía las cosas. Algunos me salían caros pero yo quería investigar el cuento, yo quería que mi abuela y mi
mamá se dieran el lujo. Mi abuelita, yo creo que de mi parte, no creo que la pasara mal, mi pobre abuela…
-En esa época cuando yo era niña y Mamá Vieja vivía con la abuela, ellas dos me hicieron una mochilita, ¡con un rojo más
lindo!, que era de tinta de planta.
-Ese es Brasil.
-También tenía beige. ¡Era de un color precioso!
-Sí, tú el coco entre más lo dejas, se hace más fuerte, más claro u oscuro ¿Ya? Eso era una belleza. A mí la verdad, pa’ mí en
esa época, yo me ponía a experimentar: el Morito, ahorita en los Mayales Nando tumbó uno, tienes que ir a buscarlo. Yo
experimenté con el Morito, lo mezclé con Brasil y experimenté el Cebollín, las hojas del Cebollín. Eso lo molía, cogía la hoja
y pa-pi-pa, se muele. Muchas hojas, que para sacar el tinte lo mueles, lo pones en remojo. Pero si tú no tienes para moler,
porque yo aquí tengo la posibilidad de usar molino y tú allá no la tienes, entonces tienes es que machar. Yo me acuerdo
una vez me trajeron Nola fresca o Una, no me acuerdo, y la molí. Y yo consideró que el Dividivi es igual y anda más rápido,
para procesarlo es más rápido. Con eso yo experimenté. El Dividivi si me crié tiñendo con la Doña, teñía con la Doña.
-¿Y el Dividivi que da?
-Negro, negro, ese es un negro. Pero en esta época no lo consigues: ese sale en verano.
-Tía, cuándo tú eras niña, ¿Mi abuela tejía mochilas y las tinturaba?
-Sí, mamá tejía pero chinchorros. Y mi mamá esos chinchorros, me acuerdo yo, que pa´ hacer esos chinchorros, mi mamá
tenía unos telares. Eran unos telares y ella les hacía así: chin-chin. La cosita de tejer está en el peinador, por ahí en el
peinador.
-¿En el de la abuela?
-Sí, eso era de tejer los chinchorros mi madre. El último chinchorro me lo tejió ahí en el patio… con verdes, rosados… ¡era
lindo!

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Vamos a la finca de mi tío, los Mayales, que queda en las afueras del pueblo, junto al Cardonal. Nando fue la primera
persona que se encargó de las vacas de mi abuela. Me gusta mucho el camino hacia la finca, es una carretera construida
por azar: iba a conducir al rio Badillo, para hacer un balneario y activar el turismo, pero el dinero sólo alcanzó hasta los
Cardonales, yo no lo conocía hasta hace unos tres años, que fui con mi mamá: es una tierra común que pertenece al
pueblo, es un paisaje desértico lleno de palos de cactus y árboles de Brasil, que se usa para hacer cercos y como leña.
Antiguamente todo el pueblo cocinaba con leña. Aún hoy algunas personas lo hacen a diario, y otras en ocasiones
especiales. En la casa de mi abuela siempre que se hace sancocho de Chivo, se hace a leña. Nos toma unos 40 minutos
llegar a la finca. Nando está descansando. Su día empieza muy temprano, antes de las 4am ya está despierto, moviendo las
vacas de un lado al otro y ordeñándolas. Después va por el pueblo a repartir la leche, pasa todos los días a la casa de mi
abuela a llevar la leche del diario y a tomar un café. Tengo la sospecha que se toma un café cada vez que hace una parada
Saltamos el portón de madera. Nando se pone de pie y me mira detenidamente.
-Holaaa Luisa. ¿Y la niña Ofe?- Siempre ha cantado las palabras mientras se come las letras.
-Bien, Nando. En Bogotá trabajando.
-Neglaa. ¿Y la seño Malia?
-Bien Nando, tranquila. Oiga póngase pilas, que venimos por un palo de Morito. Bedys dice le lo tumbaron ayer- dijo Mañe
mientras caminamos atravesando el patio de la casa. -Oiga, no tenemos todo el día.
-Jajaja, ya voy neglaaa.
Saliendo de la cerca de la casa, Mañe me muestra un enorme árbol de Ojo de buey. Las hojas de este tinturan. De regreso
las cogemos-. El pasto está tan verde, el jagüey lleno de agua, y las vacas gordas con sus terneros. Aunque sé que siempre
es mejor que esté verde, me decepciona un poco. La última vez que vine, el pasto era alto y dorado, brillaba con el sol. Me
encanta el color tostado del pasto con el verano, aunque ya no sirve casi porque no alimenta a las vacas, pero se ve tan
bien porque además es la época en la que florece el cañaguate. Se puede ver rodeando a los esqueléticos árboles sin
hojas, llenos de flores amarillas.
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Llegamos al extremo de la finca, al lado del arroyo. Los arroyos son sólo arena en verano y un hilo delgado en invierno, si es
que a esto se le puede llamar invierno. Hace tanto calor que sudo a chorros. Y no solo yo: Nando y Mañe, los locales,
también. Al menos esta parte está llena de árboles, por lo que nos podemos refrescar a la sombra, o por lo menos no
insolarnos.
-Mila, Negla: es este. Yo lo tumbe ayel. Está seco- dijo Nando, mientras lo golpeó con el machete.
Es un tronco delgado que reposa sobre el pasto. Empezamos a cortarlo con machete en diferentes partes. La madera es
tan dura, que mientras cortamos siento que el sudor se hace una cascada que brota de mí. Incluso Nando que está
acostumbrado a trabajos fuertes se escurre las gotas. Afortunadamente no es tan grueso o nos tomaría toda la vida
cortarlo. Caminamos con un pedazo del tronco al hombro, hacia la entrada de la finca. Nos esperan los 40 minutos de
caminata de vuelta, cargando con un palo. Por fin llegamos a la casa y falta mucho por hacer: hay que preparar el Morito,
trozarlo, y astillarlo. El corazón es amarillo dorado. Mañe dice que es la parte de la tinta. Nos toma mucho trabajo astillarlo
así que después de una hora, decidimos pedir ayuda un vecino. Con la sierra lo troza todo en menos de 20 minutos.
En la noche recibimos las plantas. Siempre me ha gustado cuando se encargan. Alguien hace una llamada, esta vez fue
Mañe, dice dónde vive y de quién es hija, y al otro lado alguien atiende su llamada con una conexión de un familiar lejano:
un primo hermano, un amigo de la sobrina, la madre, cualquier persona. Solo basta hacer un pequeño esfuerzo para
buscar una persona en común, una razón para hacer un favor. Aquí todo el mundo se conoce así nunca se vean. Una
llamada y un par de días después están aquí mis plantas: Batatilla, Una y Chinguiza traídas desde Atánquez, una de las
muchas entradas a la Sierra.
A mis once años, mi mamá, mi hermana y yo subimos a la Sierra a visitar a Toño Mendoza, probablemente el primo que
más quería la abuela. Nos tomó dos horas en moto llegar a Potrerito desde Patillal. Una vez allá, siete horas en animal
(burro o mula) para subir hasta la casa en Ahuyamal. Toño Mendoza es mestizo: su madre era indígena wiwa, y su padre, el
hermano de la mamá de mi abuela (Mamá vieja), era guajiro, de un caserío llamado La Junta, donde nació mi abuela
también. Toño se casó con una indígena wiwa, y después de mucho aprender se convirtió en mamo. Las ramas del
mestizaje no son rectas.
Pasamos una semana con ellos. Él tenía una casa de bareque aparte de la de su esposa y sus hijos, donde dormimos en
chinchorro. En las noches nos daba plantas y hablaba con mi mamá. Era muy niña para comprender lo que pasaba, pero
aún recuerdo cuando nos dijo: “La Sierra es el Centro de todo el mundo, me lo enseñaron los hermanos mayores”. La
memoria es un misterio, de todo lo que decía solo recuerdo eso. Lo que sí recuerdo es el camino: los paisajes que vimos,
las tres veces que atravesamos el Rio Badillo, cómo el frio iba aumentando al igual que el verdor de los árboles, los
enormes árboles de Maguey, los más grandes que he visto, el miedo de mi mamá cuando pasábamos por partes dónde los
animales se resbalaban…
De estar arriba, recuerdo la comida: la carne de chivo seca salada al sol, y el bastimento. Recuerdo la cantidad de
morrocoyes que tenían, más de cuarenta. Les habían regalado una pareja cuando se casaron. Recuerdo a la esposa de
Toño cocinado en leña, y a Chube, el nieto más pequeño de Toño, de menos de tres años persiguiendo a los perros para
morderlos, la enorme caneca de metal donde preparaban el Chirrinche, y hasta las montañas abrazadas por las nubes en la
madrugada y por las estrellas en la noche. Pero las únicas palabras que recuerdo son esas: “La Sierra es el Centro de todo
el mundo…” y en este punto sí que me parece cierto.
Remplazo lo que traía en mi maleta roja por 22 kilos de plantas y tierras. Creo que es la maleta más valiosa que he cargado.
Me encanta la idea llevar un pedazo de tierra y sus colores, condensados en las plantas. Cada hoja, raíz, astilla de madera
que traigo, va a ser un poquito de memoria hilada. Recuerdo a mi abuela hilando por la casa conectada con esa cabuya casi
imperceptible. Bogotá está a 910 kilómetros de Patillal, pero hilando se me hace más cerca.

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II. Una casa.

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Una casa de seis plantas (Boceto pag 57- Fotografías pag 59-65) 2018. Tela tinturada con plantas y estampada con tinta
elaborada con tierra ambos materiales recolectados de Patillal, Cesar o sus cercanías. Bases elaboradas en madera e
intervenida con tierra 280 x 300 x 480 cm.
Construimos casas para mantenernos a salvo, para aislarnos del peligro del afuera, desde tiempos inmemoriales. La
forma, la estética, el tamaño y los materiales de las casas son un reflejo del estilo de vida, porque están determinados por
factores como el clima, la topografía, las costumbres y las condiciones socioeconómicas. Las casas también crean un
límite tangible entre la naturaleza y nosotros: nos aíslan del paisaje. Cuando invitamos a alguien a nuestra casa revelamos
gran parte de lo que somos en un acto de confianza: nos abrimos al otro y nos volvemos vulnerables al traspasar ese
límite.
Una casa puede tener muchos significados. Según la RAE, Casa: de origen latino, es un edificio para habitar. Para mi
familia La Casa, es ese lugar a donde todos regresamos para visitar a mi abuela, así no lo habitemos realmente. Es un
vínculo familiar indeleble. En el viaje narrado anteriormente me encontré con las bases de la que algún día será la casa de
mi madre. Una casa sin terminar es una promesa de que se va a volver. La instalación busca cumplir la promesa y darle un
nuevo significado, tomando la imagen de las bases y construyendo una casa en relación con el espacio. Además, la
construcción de esta casa es un acto de memoria. Como se plantea anteriormente en el texto:
“Hacer memoria es un ejercicio de creación que hacemos para mantener la conexión con nuestro pasado y las personas
relacionadas con este”
Para la construcción de esta casa se usan las plantas y tierras recolectadas en el viaje. Con las plantas se tinturan las telas
que son las paredes de la casa. La tierra se utiliza para hacer las bases y para producir una tinta serigráfica con la que se
estampa la casa, gracias al conocimiento adquirido.
La parte gráfica busca traer el paisaje e integrarlo, creando una casa que no sea para aislar ni proteger del entorno, sino
para transitar a través de este. El paisaje como tal es infinito, no tiene principio ni fin más que los determinados por la
capacidad de nuestros ojos. Al insertar el paisaje en las paredes de la casa se le da un límite (los límites de la casa)
creando un paisaje contenido. Desde fuera de la casa se ve enmarcado en sus bordes, pero cuando se entra a la casa,
permite rodearse por esos fragmentos de paisaje, creando una relación más cercana con el observador en los 360°.

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En Construcción: Espacio reservado para el
registro del montaje
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Tintura.
Una de las imágenes que más recuerdo de Mamá Santos es en el patio de la casa, hirviendo en platones o en canecas
metálicas el maguey o algunas veces la cabuya ya lista con plantas. Después los platones iban cubriendo todo el patio,
reposando y huyendo del sol. Al día siguiente se podía ver la cabuya o el maguey tendidos, escurriéndose y secándose a la
sombra. El patio quedaba adornado de colores rojizos, amarillos, morados y colores tierra.
Para poder tinturar la cabuya o en mi caso las telas, se deben preparar las plantas. La preparación varía según la parte de la
planta a usar. Cuando es la raíz de la planta, como en el caso de la Batatilla, se debe lavar muy bien para retirar la tierra y
después rayar la raíz. En el caso de usar las hojas de la planta, como con el Ojo de buey o la Ula, se deben moler las hojas. Si
no se tiene un molino se puede machacar o usar un mortero. Entre más se maceren las hojas más fácil les sale el tinte.
Cuando se usa la madera como en el caso del Brasil o Morito, se debe primero buscar madera seca y después debe
astillarse
Una vez preparadas las plantas se puede empezar el proceso de tintura. Era muy común que se usaran latas o platones,
porque una vez usado un recipiente es muy difícil quitar los residuos del metal. Si se usa una olla queda solo para tinturar,
para evitar la contaminación de los alimentos. Se debe meter lo que se vaya a tinturar en el recipiente, colocar las plantas
ya listas, y colocar suficiente para cubrir todo. Se debe cocinar a fuego alto y revolver constantemente para evitar que se
peguen las plantas, y ayudar a que el color quede parejo. Dependiendo de la cantidad de tiempo que se cocine es la
intensidad del color, pero no se debe exceder en el tiempo indicado, porque si se cocina demasiado las fibras se debilitan.
La tela se puede dejar reposar durante una noche en la misma agua. Esto hace que el color sea más intenso. Si se quiere un
color más claro, se puede lavar apenas se enfríe la tela. En el caso de dejarla reposar, al día siguiente se lava. En ambos
casos se debe secar a la sombra, porque el sol puede marear el color.
Se pueden mezclar las plantas con el fin de obtener más colores como por ejemplo, si se está tinturando con Morito y se
agregan unas astillas de Brasil, se produce el naranja. Este mismo color varía según la cantidad de Brasil que se agregue.
También se puede usar otros materiales orgánicos para matizar el color, como por ejemplo las cenizas, en el caso del
Brasil, se usan para dar un tono más marrón al rojo. 61
Tinta y tierra.
Al profundizar en el área de Cerámica, a lo largo de la carrera, investigué en varias oportunidades sobre la tierra como
material, y la relación que se puede tener con esta. Cuando conocí a la Señora Silvia, que lleva toda su vida trabajando con
la tierra, buscándola, seleccionándola, extrayéndola, preparándola, amasándola, y convirtiéndola en cerámica, esta
inquietud creció aún más. Esta conexión no solo pertenece a los ceramistas. Cuando me pregunto por la relación que tiene
mi familia con la tierra, específicamente con la tierra de su pueblo, puedo ver cómo a través de diferentes acciones existe
la búsqueda constante de entablar una conexión con esta. Por ejemplo: es muy común que se siembre, así no se tenga la
necesidad. Que cuando alguien de mi familia va a pasar vacaciones a Patillal, arreglen las matas o ayuden en los cultivos,
más como una acción placentera que como un trabajo, como una búsqueda por reactivar lo conexión que se tiene con la
tierra. Y la más importante: la acción de construir bases para prometer que algún día se construirá una casa en esa tierra.
Entender que reconocemos el mundo no solo a partir de lo que vemos sino también a partir de lo que sentimos, me acerca
a la tierra. Como material, influye en todos nuestros sentidos: la podemos ver, oler, sentir, incluso saborear. Así mismo la
carga simbólica que tiene, al pertenecer a un lugar y hacernos pertenecer a él, influye mucho en la relación que tenemos
con la tierra. La tierra que me dio la Señora Silvia, fue seleccionada por ella y pertenece al cerro de las Cabras y a Patillal.
Trabajar con ella es crear una relación directa con estos lugares. Todo el tiempo usamos productos que son derivados de la
tierra, que son extraídos de esta, tanto la comida como derivados del petróleo. Las tintas particularmente son pigmentos
extraídos de las tierras, mezclados con derivados del petróleo. Siempre que usamos tintas desconocemos la procedencia
de los materiales que se usaron para crearla. No tenemos una relación con el lugar del que fueron extraídos.

Elaboración de tinta serigráfica textil a partir de tierras del Patillal: El primer paso es la preparación de la tierra esta debe
molerse y tamizarse después, hasta que quede refinada. En un frasco de vidrio se pone la tierra, agregándole agua y un
poco de Sílice. Se deja reposar varios días (el tiempo varía según la tierra). La tierra se decanta, quedando una capa de
pigmento sobre esta. Se retira suavemente el agua para poder extraer el pigmento. Este pigmento se mezcla con un
aglutínate natural: en algunos casos usé clara de huevo, y en otros usé goma arábiga. Se debe aplicar inmediatamente.

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Referentes:

Do Ho Suh’s Entrance, Unit G5, Union Wharf, 23 Wenlock Road, London, N1 7SB, UK, 2016. Courtesy the
Artist, STPI and Victoria Miro, London

Do Ho Suh (Seúl, Corea del Sur, 1926) Ha desarrollado su obra trabajando diferentes espacios: tanto personales cuando
desarrolla los espacios que él habita, así como espacios públicos desarrollados a través de grandes estructuras de Palacios
y demás. Cuando N-C art presentó la obra de Do Ho Suh en Bogotá, me interesó el transito que el espectador puede hacer
dentro de su obra, que permite crear una relación con esta. El desarrollo de pequeñas estructuras (en comparación con sus
grandes estructuras), así como de objetos cotidianos como perillas, permite sentir cercanía e intimidad.

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No es un rio, es la madre, 2014. Tierra y aglutinante sobre fique. Instalación
(detalle), Museo de arte de la Universidad Nacional de Colombia, Bogotá.
Fotografía: Haupt & Binder.

Delcy Morelos (Tierralta, Colombia, 1967) ha trabajado sobre el territorio, el cuerpo y la violencia. Usando diferentes
materiales tanto sintéticos como orgánicos. Sus instalaciones siempre tienen una fuerte carga pictórica. Lo que más me
interesa de su trabajo es la relación que maneja con la tierra no solo como material, sino también como detonante que
relaciona con lugares específicos, así como con rituales como el entierro. En palabras de Morelos:
“Estaba trabajando con tierra y eso me llevó a pensar en cómo retornamos a ella: Estoy trabajando con tierra, mi padre
muere y yo tengo que ir a su entierro”.
Quince visitas. (2010) Obras presentes en el montaje ubicado en el Centro Cultural Clavijero. Publicado
en el suplemento Letras de Cambio. Diario Cambio de Michoacán. 25 de julio 2010.

Jan Hendrix (Maasbree, Holanda, 1949) grabador radicado en México. Ha explorado las posibilidades instalativas del
grabado trabajando como tema central la naturaleza y la arquitectura. Sus instalaciones se caracterizan por crear nuevos
espacios, recurriendo a la naturaleza como detonante gráfico. Sus obras están inspiradas por la naturaleza y el estudio de
esta. A lo largo de su carrera ha desarrollado una manera metódica de realizar sus obras empezando por acercarse a los
lugares y la naturaleza a modo de exploración botánica. Con la información recolectada desarrolla la parte gráfica de su
obra.
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III. Glosario.
Plantas
1. Batatilla: Nombre científico: Cúrcuma Longa. Es un tubérculo autóctono de Medio oriente. Se encuentra escasamente
en Atánquez. La raíz se usa como colorante. Produce color amarillo intenso hasta amarillo claro depende de que
cantidad se use. Se puede mantener fresco así se haya cortado, si se entierra.
2. Brasil: Nombre científico: Haematoxylon Brasiletto Karst. Árbol de madera muy resistente, que se usa normalmente
como leña y para hacer postes de cerca. Es muy común en las fincas porque su madera es de gran utilidad y el árbol
resiste muy bien al verano y los tiempos de sequía. Se encuentra en grandes cantidades en el Cardonal.
3. Cañaguate: Nombre científico: Handroanthus chrysanthus. Árbol característico de la región que florece en enero, en
pleno verano. Sus hojas son muy pequeñas, lo contrario de sus grandes flores que se forman en racimos de color
amarillo intenso, por lo que cuando florece da la impresión de ser totalmente amarillo. La carretera de Valledupar a
Patillal está llena de estos árboles.
4. Chingüiza: Nombre científico: Arrhabidea Chica. Es un bejuco que se extiende sobre los árboles que están cerca a
fuentes de agua. Sus hojas se usan para teñir, produciendo un color salmón.
5. Morito: Nombre científico: Chlorophora Tinctorica. Crece cerca de los arroyos. Es un árbol autóctono de América. Se da
en climas cálidos con presencia desde México hasta el norte de Argentina. Tiene un tronco delgado y pueden llegar a
medir más de tres metros, presenta espinas en las ramas en muy común en los arboles de la región que presenten
espinas. Antiguamente usado para hacer muebles por su resistencia, la madera es muy dura y en el centro de color
amarillo esta parte del tronco es la que se usa para tinturar.
6. Maguey: Nombre científico: Agave Americana. Se le dice Maguey tanto a la planta como a la fibra cuando se está
procesando.
7. Una, Ula o morado de hoja: Nombre científico: Pricamia Sp. Es un arbusto con hojas de bordes lisos. Cuando la hoja
está recién cortada tiene un color verde brillante. A medida que se seca se va volviendo morada grisácea. Produce un
color violeta intenso si se usa una gran cantidad. En menor cantidad da un violeta claro.
8. Ojo de Buey: Nombre científico: Macuina Pruriens (L) Es un bejuco que crece cerca del agua. Su nombre se debe a la
forma de sus semillas, que son círculos aplanados de unos 2 ó 3 centímetros de color café, con una línea negra que la
atraviesa. Es muy usado para hacer amuletos.
9. Totumo: Nombre Científico: Crescentiacujete. Llegan a ser árboles muy altos. Están llenos de espinas y su fruto es
redondo. Su fruto tiene varios usos y puede alcanzar tamaños muy diferentes. La fruta es amarga y negra, y es usada
como un remedio para la tos, y para tinturar. La cáscara del fruto se usa como recipiente cuando se endurece, ya que
es fácil de cortar cuando esta verde, y una vez seca es bastante dura. Es usado también para elaborar herramientas de
alfarería tradicional.

Regionalismos
10. Agua de mai: Cuando se cocina el maíz para hacer arepas o bollos queda un agua de color blanco y un poco espesa.
Es común al desayuno agregarle azúcar y tomarla como bebida ya sea fría o caliente.
11. Cabuya: Es el fique que ya ha sido hilado.
12. Carrumba: instrumento de madera que se usa para hilar el Maguey y convertirlo en cabuya. Se elabora con madera
de corazón fino.
13. Chinchorro: hamaca tejida en forma de malla.
14. Chirrinche: Alcohol casero destilado y elaborado a partir de Panela. Es transparente, de sabor muy fuerte, de niveles
de alcohol muy altos. Se suele rebajar con gaseosas para poder beberlo. También se usa para realizar limpias: Se le
agregan plantas, tabaco en algunas ocasiones, partes de animales, culebra, etc, y se usa para limpieza de energías o
dolores.

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15. Enmugrar: Es una manera de decir que está sucio. En el texto hace referencia a las hojas secas que caen en los patios.
En la costa es común barrer todas las mañanas los patios porque se considera que un patio lleno de hojas está sucio o
abandonado.
16. Fique: Es la fibra extraída del Maguey (Agave Americana)
17. Jagüey: Es un pozo artificial que se usa para conservar agua en verano para el ganado. No se suele dejar que los niños
pequeños jueguen cerca porque es común que se encuentren animales peligrosos.
18. Encargar: Es una forma de pedir que se cuide a una persona. Es una expresión muy común que dicen las madres sobre
todo en referencia de niños pequeños o de mujeres.
18. Moras: Son vasijas pequeñas y de forma redonda, con ojos, boca y nariz antropomorfa. Se denominan moras porque
a las personas negras antes les decían moros. Se decoran con Pirita, un mineral que se coloca a modo de collar.
19. Morrocoy: Tortugas terrestres muy comunes en la costa. Cuando se tiene una sola pareja se dejan sueltas en los
patios. Cuando se tiene más, se suele hacer un corral para estas. Cuando era niña eran muy comunes, pero ahora son
escasas en el pueblo. Algunas personas tenían un gusto por la sopa de morrocoy. Esta práctica no es aceptada por los
indígenas ya que el animal sufre mucho en su muerte: es cocinado vivo.
20. Pangar- apangar – machar: Es macerar con una roca.
21. Pasar la mecha: Hace referencia a trapear los pisos al trapero se le denomina mecha.
22. Tinaja: Vasija de cerámica de forma redonda y tapa en madera. Se usaba para mantener el agua fresca.
23. Tinajero: Mueble de madera que tiene dos huecos dónde encajan las tinajas. Puede ser sencillo que es solo una mesa
con los orificios, u ornamentado, con patas torneadas y estantes para poner los vasos.
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Mapa:
Casa de mi abuela. María de los Santos.
1. Casa de mi tía Bedys.
2. Casa de la señora Silvia
3. Lote común:
Casa de mi tía Feni.
Bases de mi mamá.
Bases de mi tío José Enrique.
4. Casa de mi tía Leonor (Mañe).
5. Finca los Mayales.
6. Salida del pueblo:
Carretera hacia Atánquez
(Sierra Nevada de Santa Marta).
7. Salida del pueblo:
Carretera hacia la Firma.
8. Entrada al pueblo:
Carretera que viene desde Valledupar.
a. Plaza principal del pueblo.
b. Parque de la moneda.
c. Tierra común El Cardonal.
73
IV. Bibliografía.

Enguita, N., Martin, A., Paris, N., Roca, José., (2016) Juan Fernando Herrán. Cuerpo, territorio, poder. Colección de Arte Contemporáneo 2016.
Bogotá D.C., Seguros Bolívar.
Martin, Alejandro., Mosquera, Gerardo., Roca, José., (2015) Delcy Morelos. Color que soy. Colección de Arte Contemporáneo 2015. Bogotá
D.C, Seguros Bolívar.
Serres, Michael (1995) Atlas (Ediciones Catedra, S.A, 1995) Traducción: Martorell, A. Impreso en Fernández Ciudad, S.L. Catalina Suarez
19.28007 Madrid Editorial: Catedra Teorema
Zambra, Alejandro. (2006) Bonsái (Segunda edición, 2012) Editorial Anagrama, S.A, 2006. Barcelona.

Molina, Fredy. Compositor (1972) López, Hermanos y Oñate, Jorge. Interpretes (1972) Tiempos de la Cometa. Rey de reyes (Medio de
grabación: Vinilo) Discos CBS, S.A., Colombia.
Zabaleta, Armando. Compositor (1973) Oñate, Jorge. Interprete (1973) No voy a Patillal. El cantor de Fonseca (Medio de grabación: Vinilo)
Discos CBS, S.A., Colombia.

Echevarría, Cristina y Vergara Mirian (1999) La mochila “Raya”: del símbolo a la subsistencia. Boletín cultural y bibliográfico. Disponible en:
https://publicaciones.banrepcultural.org/index.php/boletin_cultural/article/viewFile/1482/1535
Ministerios de desarrollo Económico (1985) Artesanías de Colombia. Monografía Atanquez.
Disponible en: http://repositorio.artesaniasdecolombia.com.co/handle/001/752
Morelos, Delcy (2014) Entrevista con Rodrigo Moura para el 43 Salón Nacional de Artistas. Disponible en: http://43sna.com/artistas/morelos-
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Sistema Información sobre Biodiversidad de Colombia (2016) Catalogo Online. Disponible en: http://catalogo.biodiversidad.co/
Vizcaya, Gonzales (2013) Referencia de tejedura capítulo de la mochila Kankuamo. Disponible en:
http://repositorio.artesaniasdecolombia.com.co/handle/001/2810
75
ÍNDICE
Agradecimientos………………………………………….………..….……Pag5
Introducción…………………………………………….………..…..….. Pag 7
I. Seis plantas………………………………….……………………..….…Pag 12
II. Una Casa……………..……………….………………………..………..Pag 55
Tinturas……………………………………………………………..….…Pag 60
Tierra y tinta…………………………………………………………….Pag 62
Referentes……………………………………………………………….Pag 64
III. Glosario……………………………………………………………..……Pag 67
IV. Bibliografía……………………………………………………………. Pag 73
77
79

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