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Int r oducción general

Y si alguien os dij ere algo, decid: El Señor los necesi-


ta (Mateo 21:3)
Los eventos relacionados a la Semana Santa tienen por
centro a nuestro Señor Jesucristo. Él es su razón de ser
y su significado más profundo. A través de esos
aconteci- mientos la historia adquiere un nuevo
sentido, y la vida del ser humano recibe una nueva
esperanza.
Por lo general, cuando revisamos esos
acontecimientos, llama poderosamente nuestra
atención la maldad de los lideres religiosos, la
indecisión de las autoridades roma- nas y, sobre todo,
la incomprensión cruel de sus propios discípulos. La
gran mayoría de los actores y espectado- res de la
Semana de Pasión dejan ciertamente mucho que
desear.
Sin embargo, en medio de ese ambiente tan sombrío y
deprimente se encuentran personas y objetos que el
Se- ñor utilizó para poder llevar a cabo su obra
expiatoria. Así sea un burrito humilde o unos jóvenes
entusiastas,
un perfume caro o una tosca cruz, todos ellos se convir-
tieron en instrumentos útiles en las manos del redentor.
De esa forma, nos sirven de ejemplo a los seguidores
de Cristo, quienes a veces pudieran sentirse
inservibles, o actuar de manera indiferente en la obra
del Señor. No hay nada ni nadie que Dios en su gracia
no pueda llegar a usar para aportar algo valioso en el
extendimiento de su reino.
Dom in go de Ram os
El r abimóvil
(Mateo 21:1-11)

“Id a la aldea que está enfrente de vosotros, y luego


hallaréis una asna atada, y un pollino con ella;
desatadla, y traédmelos.” (Mateo 21:2)
Batimóvil, troncomóvil, Papamóvil, pochimóvil. Sin
du- da que hay vehículos que se han hecho famosos
por el personaje que trasladan. Pero quizá ninguno
haya sido tan extraño como el burrito en el que Jesús
entró a la ciudad de Jerusalén en la semana más
extraordinaria
de la historia.
Estaban Jesucr isto y San Pedro en el cielo asomándo-
se hacia la tier ra. En eso ven un pr ecioso BMW r ojo y
Jesús le pregunta a San Pedro:- ¿De quien será ese
auto?
San Pedro r esponde: - Es de un Obispo.
Pasa otro rato y ven un flamante Mercedes Benz de
superlujo y de igual forma Jesús pregunta: - Y ese,
¿de quien será?
- Es de un Cardenal, responde San Pedro
Jesús exclamo: - Incr eíble, ¡y pensar que este ministe-
r io lo comencé con un bur r ito!
Un burrito. ¡Qué manera más inesperada de
comenzar el movimiento más grande e impactante
que haya exis- tido! Pesebres, cruces, palmas,
mantos, se convertirán en instrumentos útiles en
manos del Redentor. Vea-
mos, pues,
deta- lle las le tener
así puede ciones tan
para importantes
nuestras vidas. que un
I. No hay persona, por muy simple que parezca, que
no pueda ser usada por el Señ or .
“Y si alguien os dijere algo, decid: El Señor los necesi-
ta; y luego los enviará” (21:3)

Como dijera Martín Lutero, si Dios puede usar un bu-


rro, seguramente le puede usar a usted. Alguien
quizá
se atreva a decir: “Con perdó n de los burros”. Puede
que tenga algo de razón. El burrito era un animal
mul- tifuncional: servía de transporte, de carga, para
el tra- bajo en el campo. Si logramos imitarlo en eso,
cual- quier iglesia rápidamente notará los resultados.
Desgraciadamente, muchos en la iglesia nos
parecemos a los burros en la resistencia que
ponemos para servir al Señor. Aducimos nuestra falta
de talento, de tiempo, de oportunidades, de
reconocimiento, etc. Cuando se escucha la voz de los
hermanos diciendo que el Señor les necesita,
hacemos oídos sordos al llamado.
Sin embargo, el Señor sacará adelante su obra aun si
nosotros no somos dóciles a su llamado. La constante
que vemos en todo su ministerio es esto: El usó lo
que tenía a disposición, aunque fuese prestado.
Aquel que

ehsumduiledñeos pdaerlaulnlei
vearsao,cuatbiloizsóuhoabsrta. los elementos más

II. No hay palabra, por muy antigua que sea, que no


v ay a a ser cum pl id a por el Señor
“Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho
por el profeta, cuando dijo: Decid a la hi ja de Sion: He
aquí, tu Rey viene a ti, Manso, y sentado sobre una
asna, Sobre un pollino, hijo de animal de car-
ga.” (21:4-5)
Nada de lo que sucede el Domingo de Ramos es
casua- lidad, ni siquiera el pollino. Nada acontece
que no esté incluido desde la eternidad en el plan de
Dios. Ni el al- boroto ni la algarabía de la
muchedumbre tomaron a Dios por sorpresa ese
domingo, como tampoco lo hi- cieron la inquina y
maldad de la multitud el Viernes Santo. No hay
accidentes en esta historia de la salva- ción que tiene
como centro la obra expiatoria de Jesús.
Esto es evidente a la luz del sinnúmero de profecías y
promesas que se encuentran a lo largo de las páginas
del Antiguo Testamento. Hay algunas de ellas
bastante claras, mientras que hay otras que van a
hallar sentido a la luz de su cumplimiento en Cristo
Todo forma par-

testedeunuin pDaerasds oaml menutnodeon, pqaurea

veprlsaon. ealevlamr Aredcáon ystrEuviar


comieron del fruto prohibido, apareció la sombra de
la cruz, la única manera posible de reparar el daño a
la creación.
Pero las palabras de la Escritura son algo más que
eso: Son un recordatorio de que, no importa la
dificultad que estemos pasando, si Dios cumplió sus
promesas en su Hijo, él cumplirá sus promesas en tu
vida.

III. No hay pueblo, por muy reacio que sea, que pue-
da perm anecer in di f er ente ante el Señ or .
“Cuando entró él en Jerusalén, toda la ciudad se con-
movió, diciendo: ¿Quién es éste?” (21:10).
El lugar donde se dan citas los eventos de Semana
San- ta es J erusalén. El pueblo que se convierte en
testigo del arribo del Mesías y de la realización de su
obra re- dentora es el pueblo judío. A lo largo de la
historia, la actitud de ambos ha dejado mucho que
desear.
Sin embargo, a pesar de la dureza y rebeldía
recurrente de esta nación, este día los
acontecimientos abrumado- res la dejarán
conmovida. Los canticos de la multitud son un claro
reconocimiento al Mesías. Su arribo en un pollino es
cumplimiento de la Escritura De allí que la pregunta
esperada es: ¿Quién es este?
Seguramente el pueblo judío debió sentirse confundi-
do. Ellos querían un Mesías, es cierto, pero indepen-
dientemente de lo que las Escrituras dijeran, su inter-
pretación giraba en torno a un personaje distinto. Sus
expectativas solo tenían lugar para un conquistador
poderoso, capaz de derrocar al imperio romano, y co-
locar a Israel a la cabeza de las naciones. Ellos
desea-
ban una gloria, pero de tipo terrenal y humano.
De allí que este Mesías humilde, que usó un burrito pa-
ra llevar a cabo su entrada triunfal no resultaba
atrac- tivo. ¿Quién es, pues, Cristo? ¡Cuán importante
resulta contestar correctamente esa pregunta aún en
nuestro tiempo! Después de dos mil años que el
testimonio acerca de Jesús ha estado a nuestra
disposición, y que ha sido sometido a un extenso
escrutinio, mucha gente no solo sigue confundida,
sino que ha decidido darle la
espalda a Jesús. Él yno
moldes arrogantes encaja definitivamente
humanistas en los
de nuestro tiempo.
Sin embargo, para quienes le conocemos, esa imagen
majestuosa del Señor cabalgando sobre un animal
hu- milde es fuente de gran esperanza. Aunque pudo
ha- ber usado un corcel o un purasangre, él prefirió
el bu- rrito. Así que no lo olvidemos,, si él pudo usar
un bu- rrito, también puede usarnos a nosotros en
maneras poderosas.
Lunes de autor idad
La pr esencia incómoda de Jesús
(Mateo 21:12-17)

Introducción:
¿Qué pasa cuando la presencia de Cristo no es
bienve- nida en la iglesia? ¿Qué sucede cuando aquel
que debe- ría ocupar el lugar de honor entre su
pueblo le resulta incómodo, y, hasta un extraño?
Más importante,
¿cuáles son las consecuencias que una iglesia experi-
menta cuando menosprecia, ignora o, incluso, ataca
a aquel a quien debería someterse?
Seguramente una actitud así hacia Jesús de parte de
su iglesia nos parece lejana e improbable. Resulta
difícil de imaginar que una iglesia pudiera ofender de
una manera tan grosera a nuestro Señor. Después de
todo, la iglesia lleva su nombre, existe para
proclamar su obra redentora, y le reconoce como jefe
y cabeza suya.
Sin embargo, el caso de Israel, que convirtió la “casa de
oració n” en una cueva de ladrones, nos advierte de los

pcreislitgiraonsa.la¿tDeenteqsuéqufoe eantitgo pigulebsilao


rmpauedesnviretxuióstier l udoa
del pacto la relación con el Dios vivo y verdadero
hasta convertirse en el objeto del juicio y de la ira de
Dios?
• Un pueblo q ue deshonr a el temp lo
“Y entró Jesús en el templo de Dios, y echó fuera a to-
dos los que vendían y compraban en el templo” (v.12).
La mayoría de las naciones han tenido lugares emble-
mdeáJteicroussaylésnig, naipfiacratteivdoes

spearraunsauscocniusdtraudcacnióons.mEul ytebmepllalo,
representaba para los judíos algo muy importante: la
presencia de Dios en medio de ellos. De allí que los
Sal- mos hablaran de la ciudad como la “hermosa
provin- cia, el gozo de toda la tierra”, no porque
fuera una
gran ciudad, sino porque era la “ciudad del gran Rey”.
Todo eso contrasta con la imagen que ofrece cuando
J esús, el Mesías de Israel viene a Su casa:
vendedores gritando, animales seguramente
haciendo sus necesi- dades, la gente regateando.
¡Qué espectáculo! Puede compararse a una plaza o
un mercado, menos a la casa de oración para lo cuál
este lugar había sido consagra- do.
Aun para los creyentes del nuevo pacto, para quienes
el templo ha perdido algo de relevancia, ya que Jesús
es el verdadero templo (Juan 2:19), y nosotros como
iglesia somos el templo del Dios viviente (1
Corintios 3:16), un espectáculo así ería impensable.
Sin embargo, si un pueblo tan escrupuloso como el
judío pudo llegar a desvirtuar de tal forma su lugar
de adoración, debe- mos de ser cuidadosos de no
caer en una situación se- mejante.
• Un p uebl o que desaf ía a Jesús
“Pero los principales sacerdotes y los escribas, viendo
las maravillas que hacía, y a los muchachos aclamando
en el templo y diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! se
indignaron“ (v. 15).
Una señal evidente de incredulidad y apostasía es
cuando la presencia misma del Señor resulta irritante
para gente que tanto esperaba su venida. En lugar de
haber sido recibido como lo que es, el ungido de
Dios,
J esús se convierte en el blanco de las protestas de los
principales líderes religiosos. Su presencia los
abruma, su poder los atemoriza, su autoridad los
desarma.
No se trata de gente ignorante, desprovista de
recursos para averiguar la verdad o examinar las
evidencias que
prueban
embar- go,el ellos
cumplimiento de las deEscrituras.
son guardianes los pañosSiny
odres viejos,
que no puede resistir el mensaje de gracia, salvación
y amor que el Señor Jesucristo ofrece. De allí que lo
úni- co que pueden hacer es encarar a Jesús,
reprocharle, sin argumentos, acerca de lo que está
sucediendo.
Así que, en lugar de someterse humildemente a la
lim- pieza y renovación que Cristo ha comenzado, los
líde- res religiosos se atreven a desafiar a Jesús. De
esta for-
ma, anticipan el desafío extremo que harán en el mo-
mento de la crucifixió n: “Su sangre sea sobre nosotros,
y sobre nuestros hijos” (Mat. 27:25). Prefirieron eso,
antes que humillarse y someterse al Salvador.
• Un pu eblo que desv ir túa las Escr it ur as

“Y Jesús les dijo: Sí; ¿nunca leísteis: De la boca de los


niños y de los que maman per feccionaste la alaban-
za? (21:16).
¿Nunca leyeron? Si de algo se enorgullecían los escri-
bas era de conocer la Escritura al derecho y al revés.
Se sabían de memoria porciones extensas de ella.
Eran, además, sus intérpretes oficiales dentro del
pueblo de
Israel y sus guardianes exclusivos.
Sin embargo, sus prejuicios eran más poderosos que
todo lo que pudieran saber. Tenían ojos para ver
pero no veían, oídos para oír pero sin entender. La
clave pa-

riganeonrateronnd.er la Escritura que es Cristo,


simplemente, la
¿Cómo es, pues, una iglesia y un templo donde la
pre- sencia de Jesús es reconocida correctamente?
• Es una iglesia que reconoce la autoridad de Je-
sús

Él es la cabeza de su iglesia, es su esposo, es su


pastor, es su redentor. De allí que su autoridad es
reconocida,
y no importa que é l use el lá tigo, pues “é l conoce nues-
tras obras”. La iglesia necesita que Cristo la purifique
de manera constante y completa.
• Es un a iglesia que reconoce la ad or ación a Jesús
La acción de aquellos jóvenes que proclamaban
“Hosanna” al Hijo de David”, no le resulta extrañ a. Se-
gún los evangelios, si J esús es el Mesías, es porque
es divino, y nos ofreció pruebas suficientes de ello.
Así
que, adorar a J esús, es una respuesta apropiada,
espe- rada, y aprobada por Dios. Así lo dice Pablo: “para
que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los
que está n en los cielos, y en la tierra” (Fil– 2:10)
• Es un a iglesia que reconoce la acción de Jesús

Cristo obra de maneras múltiples en medio de su pue-


bplod. eSrupareasetrnacniasfnoormeasrd,
escaonrartiyval.imNpoiapr oscolalomcaomos u sn u
formalismo. Creemos que él sigue obrando de forma
poderosa y extraordinaria y cuando la iglesia cree
esto, entonces, los ciegos, los cojos, los indigentes,
aquellos que muchas veces no hayan cabida en
nuestros tem- plos, se acercarán, no al templo, sino a
Jesús. Así la iglesia proclamará la sanidad y la
salvación que él vino a traer como el mesías
prometido.
Mar tes de cont r ov er sia
¡N o estás lejos del r eino de D ios!
(Marcos 12:28-34)

Lhaesmeoxsperesstaiodnoesdequloegsraer uaslagno
pabaruandinadnic. aProlor ucnerpcoaququiti-e
to, por un pelito, por una milésima, caliente-caliente,
etc. En algunas ocasiones, el no haber quedado tan
le- jos de algo nos llena de satisfacción. En otras,
estar tan cerca de algo y no lograrlo, puede ser
motivo de moles- tia. Más si no tenemos otra
oportunidad de lograrlo.
En el pasaje que tenemos para consideración, encon-
tramos una frase que puede parecerse a las ya
mencio-
nadas: “No está s lejos del reino de Dios”. El Señ or diri-
gió estas palabras a un escriba por su conocimiento
acertado de las Escrituras. Al igual que para el
escriba, para muchas personas unas palabras así
podrían signi- ficar un elogio. Pero si lo meditamos
detenidamente, cuando de nuestro destino eterno se
trata, estar cerca no es suficiente. A menos que
demos el paso audaz de abandonar nuestras falsas
pretensiones de autosalva- ción y depositemos
totalmente nuestra confianza en
Jdisfrutaremos
esús, no importa cuán cercade
la bendición podamos estar. Jde
estar dentro amás
su
reino.
Para ilustrar esta verdad vamos a examinar las
contro- versias que el Señor tuvo con los líderes
religiosos de Israel y que precedieron su diálogo con
el escriba. Esas controversias nos mostrarán a gente
que puede decirse que estaba cerca, pero no dentro
del reino de Dios. Pe- ro más importante,
examinaremos los motivos por los cuáles una
persona tan religiosa puede quedarse tan
cerca y nunca entrar en el reino.
• La indecisión de los sacerdotes, escribas y ancia-
nos. (11:27-33)
Entonces ellos discutían entre sí, diciendo: Si decimos,
del cielo, dir á: ¿Por qué, pues, no le creísteis? ¿Y si deci-
mos, de los hombres...? Per o temían al pueblo (11:31 -32)
La primera comitiva que se acerca al Señor es un
grupo selecto, cada uno de ellos guardianes celosos
de algún aspecto de la vida del pueblo de Israel. Los
sacerdotes representan la autoridad religiosa, los
ancianos la au- toridad laica, y los escribas la
autoridad de la Palabra de Dios.
Como era de esperarse, el asunto que traen a colación

Tdeielannetqeude veJerscúosnnuonetsemp
araquneadhastraiveilaldoía mde zhqouyinsoi-. gue
siendo de suma importancia como lo es la autori-
dad de Jesús. Sin duda que la purificación del templo
es una acción que demandaba una explicación, Nadie
se atrevería a una acción semejante a no ser que
estu- viera respaldado por una autoridad válida. De
allí la pregunta: ¿Con qué autoridad haces estas cosas,
y quién te dio autor idad para hacer estas cosas?

Sin
ellosembargo,
contestenJesús
unava a diferirque
pregunta la respuesta hastaellos.
él tiene para que
En
realidad, puede decirse que la actitud de los líderes
ha- cia la respuesta que J esús pueda darles acerca de
su autoridad se revela en la actitud que ellos
muestren hacia la pregunta que él les hace acerca del
bautismo de Juan. La gente había reconocido la
autoridad divina de este bautismo, pero ellos no. De
modo que no saben qué hacer, si quedar mal ante
Jesús y ante Dios mismo,
o echarse encima al pueblo. Así que ante la dificultad
de qué decisió n tomar, prefieren decir, “no sabemos”.
¿Nos resulta extraño? No debería. ¿Acaso no
hacemos lo mismo cuando diferimos nuestra
decisión de recibir a Cristo o comprometernos
seriamente con él? Teme- mos al qué dirán los
amigos o la familia y acabamos indecisos como estos
líderes religiosos.
• La hi pocr esía de f ar iseos y herodianos
Mas él, percibiendo la hipocresía de ellos, les dijo: ¿Por
qué me tentáis? (12:15).
El segundo grupo que tuvo la osadía de cuestionar a
J esús delata de lo que eran capaces los líderes
religio- sos con tal de atrapar a Jesús. En realidad,
fariseos y herodianos eran enemigos espirituales,
pero, sobre to-

dnom,
pborelítilcooisn.dMiciae,netrsatas bqauneenlosfahvoero
adialanossu,mcisoimóno dseul pueblo judío a Roma,
los fariseos eran todo lo opuesto. Sin embargo, en
esta ocasión van a hacer una tregua y se van a unir
para venir a Jesús.
Sin embargo, el evangelista nos informa que esta
coali- ción no tiene intenciones honestas. Tiene la
finalidad de encontrar alguna manera de atrapar a J
esús. Así que diseñan un artilugio que ellos piensan
Jesús no podrá
eludir.
sea conCualquier respuesta
el gobierno romano, lo ometerá
sea conenelproblemas,
pueblo de
Is-
rael. El dilema presentado e introducido con elogios a
J esús es el siguiente: ¿Es lícito dar tr ibuto a César, o
no? ¿Daremos, o no daremos?.
El asunto es, sin duda, de suma importancia. Las rela-
ciones iglesia-estado han sido motivo de largas discu-
siones a través de los siglos y los creyentes han toma-
do posturas distintas en relación a este asunto. Y
aun-
que la respuesta de Jesús ofrece una ayuda para resol-
ver ese asunto, nuestro interés es en advertir la
forma en que la hipocresía impide a muchas
personas cercar- se honestamente a J esús. Puede
sucedernos a sus se- guidores contemporáneos que a
veces en el templo so- mos una cosa y en el trabajo o
en la vecindad otra.
• La ignorancia de los saduceos
¿No er ráis por esto, por que ignoráis las Escr itur as, y el
poder de Dios? (12:15).
El día no podía concluir sin que el otro grupo
dominan- te entre los judíos también se ofreciera
para hacer un intento más de atrapar a Jesús. Los
saduceos eran el grupo aristócrata de Israel y ellos
presentan a Jesús un

pinrsoblluebmlea.
Sheipotrtaétaicodeqlucea,sdoedsedeusnua
pmeursjeprecqtuivea, ,srigeusuieltna- do la ley del
levirato, tuvo siete maridos, y que, al lle- gar a la
eternidad, representaría un problema a la hora de
asignarle a uno de ellos como marido.
En realidad, los saduceos ni siquiera creían en la resu-
rrección por lo que presentan este problema solo
para divertirse a costa de Jesús. Estaban muy seguros
que la Escritura apoyaba su punto de vista. Sin
embargo, J e-
sús fustiga
de Dios. Delsupoder
ignorancia deporque
de Dios la Escritura y del poder
son incapaces de
ima-
ginar un mundo en el que las relaciones que experi-
mentamos ahora como el matrimonio serán
innecesa- rias en la eternidad. Y de las Escrituras
porque Dios es un Dios de vivos, no de muertos. Y
prueba de esto es que Dios sigue siendo el Dios de
Abraham, de Isaac, y de J acob. Él no se avergüenza
de llamarse Dios de ellos, porque les ha preparado
una ciudad, en la cual
m o r a r á n , n o s o lo e s aquellos que por la
fe s í e n t r ar á n e n e
ll o s , s in o t o d o
l r e i no d e Di o s .
Miércoles de r eti r
o En memoria de
ella Marcos 14:1-11

“Todo tiene un precio”, decimos a menudo. No nos re-


ferimos solamente a aquellos productos que llevan
impreso un código de barras. Cada decisión que
toma- mos tiene su precio. Pero también lo tienen
algunas cosas que se consideran invaluables para
algunos. Las piernas de un futbolista famoso, el bello
rostro de una artista, la voz única de un cantante, y
cosas como esas tienen un precio.
En esta ocasión nos preguntamos, ¿cuánto vale
Cristo para nosotros? ¿De qué es digno él de nuestra
parte?
¿Cuánto valoramos todo lo que él ha hecho por noso-
tros? Seguramente, nuestra reacción inicial será
decir, que él no tiene precio, que él no es un
producto comer- cial. Sin embargo, el día de hoy
vamos a ver, a través de las acciones de distintos
personajes, que, al igual que ellos, nosotros estamos
valuando a Cristo de dis- tintas formas. Nuestras
actitudes hacia él, nuestras reacciones a sus
demandas, la intensidad de nuestra devoción hacia
él, entre otras, delatan cuánto vale Cris- to para
nosotros.
La respuesta a nuestra pregunta la vamos a
encontrar en la actitud tomada por los distintos
personajes que aparecen en este pasaje, que, según
se nos dice, ocu- rrió dos días antes de la pascua. Son
personajes disími- les, de distintos trasfondos, pero
que no será difícil
emnocsotnratrraárnlocsu,áinntcolupsuoe,deenvanleur
esCtrriassto ipgalersaiausn.aEplleorssonnoas.
La hosti li dad crim in al d e los sacer dot es
“...y buscaban los principales sacerdotes y los escribas
cómo prenderle por engaño y matarle” (v. 1)
La actitud negativa más extrema hacia J esús es
repre- sentada por los líderes religiosos de Israel. Son
perso- nas que tienen en poco la vida de Jesús. No
toman esta postura porque Cristo no sea valioso,
sino porque él representa una amenaza a sus
intereses y un peligro para su posición de privilegio
entre el pueblo. De allí que han tomado una
determinación criminal: acabar con la vida de Jesús.
Sin embargo, tampoco quieren meterse en problemas.

Bdoust
dcoemaelbteor eqnuea rescuolntad
cipaon e l c r im
o to . L o idnaespearadeoveitsarqtuoe-
quienes perpetran este asesinato sean personas que
se precian de religiosidad y de moralidad. Esto nos
dice que los enemigos de Jesús no se encuentran
solamente entre los filósofos y científicos ateos, sino
que pueden estar incluso en las bancas de una
iglesia. Son perso- nas que van minando sus
enseñanzas, suavizando sus demandas, y
distorsionando la figura del verdadero J esús. Hay
muchos libros de teología que hacen evocar las
palabras de María ante el sepulcro: “se han llevado
a mi Señ or, y no sé dó nde le han puesto” (Jn 20:13).
La hipocr esía t r aidor a de Jud as Iscar iot e
“Entonces Judas Iscariote, uno de los doce, fue a los
principales sacerdotes para entregárselo” (10)
Las intenciones criminales de los líderes del pueblo
van a encontrar una ayuda inesperada que acelerará
el
ddiesspeunelsatcoe:auennotrdegeálrossemlosispmoorsud
niascsíupmulaosdedediJneesrúos. está
Que haya sido uno de los discípulos de Jesús nos
muestra que tan cerca podemos estar de él y no
tener una relación personal con el maestro. Judas fue
testigo de los momentos más sublimas al lado de él,
y, sin em- bargo, permaneció solo como un
observador.
Las treinta plazas de plata representan el precio
conve- nido por la vida de Jesús. En aquel tiempo era
bastante
dinero. Hoy, sin embargo, muchos creyentes están dis-
puestos a traicionar al Señor por mucho menos que
eso. Treinta minutos de sexo, un ascenso en el
trabajo,
un matrimonio por conveniencia. La historia se
repite, entre quienes nos decimos seguidores de
Jesús.
Las pr ior idades desenf ocadas de los discípulos
“Y hubo algunos que se enojaron dentro de sí, y dijeron:
¿Para qué se ha hecho este desperdicio de perfume?” (4)
La siguiente actitud es la más peligrosa porque se
viste de un manto de espiritualidad y de
preocupación ge- nuina por los demás. Es el caso de
los discípulos ante el acto espontáneo de aquella
mujer que vino con el frasco de perfume carísimo en
la cabeza del Señor. Su reacción inmediata es criticar
tal acción, la cual consi-
deran un desperdicio
indignación innecesario.
colocan este acto en Yelpara justificar
contexto de su
la
po-
breza humana, una experiencia que toca las fibras
más profundas del corazón.
Su actitud quizá pudiera justificarse en otro contexto
(cuando quiera les pueden hacer bien), pero no en
éste. Su problema fue el de no considerar el
momento y el significado de aquella acción. Si
hubieran valorado realmente a Cristo, y su
sacrificio inminente, difícil-
mente hubieran considerado un desperdicio ese acto.
Sin embargo, ¿cuántos creyentes no se revisten de la
piedad calculadora de los discípulos? ¿Cuántos
creyen- tes consideran un desperdicio pasar
demasiado tiempo en la iglesia u ofrendar para
determinadas causas de la obra del Señor? ¿Cuántos
no terminan desviando el diezmo que debería ser
traído al alfolí, para causas que consideran benéficas?
Un dev oción tot al
“De cierto os digo que dondequiera que se predique este
evangelio, en todo el mundo, también se contar á lo que
ésta ha hecho, para memoria de ella” (9).
El Señor ofrece como ejemplo de una valoración ade-

ceul a d a de su
co s to de l perfsuomnea,lasinaoccpióonr
edleceostao mdeuljesra.cNrioficeiso.pEosr
cierto que el perfume era sumamente costoso, pero
lo que resulta remarcable en su acción es que ella
rompió el frasco, no se guardó nada. Al igual que la
viuda que dio todo las únicas monedas que tenía, ella
decidió usar todo aquel perfume en J esús.
Esta mujer supo valorar a Cristo lo suficiente en mo-
mentos en que nadie más lo hizo. Solo ella supo
hacer
algo
nentequemuerte
podía considerarse
y sepultura apropiado anteAsí
la inmi-
del Señor. que,
mientras
que otros maquinan contra él, y sus discípulos le me-
nosprecian, ella estuvo dispuesta a hacer de Jesús su
devoción suprema. Ella entendió que no hay
adoración que resulte extravagante cuando del Hijo
de Dios se trata. Por eso, su acción quedó registrada
como recor- datorio para nosotros, que a veces
estaremos tentados a medir y calcular nuestro
compromiso con Cristo. O
J esús lo vale todo, o puede resultar costándonos todo
aquello que consideramos más valioso que él.
Jueves de com un
ión El amor no acaba
(Juan 13:1-20)

E S e ño r n un c a d e j d e s o rp r e nd e
i e ra c u s e e n co n tr ab a a p o c a s h
q Je s ú s n os , ni si -
a n d o ora s d e qu e
l
u
sus manos fueran clavadas en la cruz. Esas manos
que son lo suficientemente fuertes para sostener
el universo, pero tan tiernas que sirvieron para
tocar a los enfermos y a los niños, están a punto de
enseñar- nos una valiosa lección. En una escena
cargada de significado, el Señor va a usar sus manos
puras y pre- ciosas para lavar los pies sucios de sus
discípulos.

Esta acción tan solemne e inesperada nos ofrece así


una ventana para admirar el corazón amoroso de
Je-
sús. Uno a uno, sin omitir a alguno de ellos, el
Señor llevó a cabo su labor, aun cuando horas
después le abandonarían al estar colgando en la
cruz. No eran en realidad pies delicados ni finos,
sino callosos y polvorientos, llenos de mugre que
necesitaba ser re- movida para celebrar la última
cena.
¿Qué tenía de especial este grupo de modo que J
esús le haya hecho objeto de tan grande honor?
¿Qué vio J esús en ellos que lo llevaron a realizar
una acción semejante? En realidad, no fue por
ningún mérito. Es simplemente que estos son los
suyos, los que el Pa- dre le dio, quienes creyeron en
él, y a quienes les con- fió el mensaje más poderoso
que haya existido. Y aun cuando él sabe bien lo que
ellos harán en unas horas, el evangelio nos dice que
a esos que él amó, los amó hasta el fin. Ése es el
amor en su máximo esplendor,
que nos enseñ a que…
• El amor de Jesús no es un accidente, es su natu-
raleza
“Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que su
hora había lleg ado para que pasase de este mundo al
Padr e, como había amado a los suyos que estaban en el
mundo, los amó hasta el fin.” (13:1)
La sombra de la muerte se cierne sobre Jesús. Sus
ho- ras están contadas y Él estaba además
plenamente consciente de ello. ¿Qué pensaría usted
en esos mo- mentos? ¿Qué pensamientos pasan por
la mente de una persona cuya muerte se avecina? El
apóstol Juan, quien fue testigo de estos
acontecimientos, y quien más que todos conocía de
cerca el corazón de Jesús, lo
expresa claramente en este versículo. “Como había
amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó
hasta el fin.”
Él estaba pensando en los suyos, en el grupo de
segui- dores que le acompañaron durante su
ministerio. Más de uno quisieran ingresar en la
escena, y decirle a Je-
sú s, “Señ or, no se lo merecen, mira lo que van a hacer.
Te van a traicionar”. Como si usted y yo lo merecié ra-
mos. Como si alguno pudiera hacer algo para ganar
el favor de Dios.
Pero es innecesario adelantarse a los
acontecimientos. Aquí mismo, en este momento, los
discípulos dan muestras suficientes de ser indignos
de tan gran privi- legio. Cuando todos ellos llegaron
allí, el lebrillo y la toalla habían sido colocados para
que alguno tomara la iniciativa de lavarle los pies a
los otros. Sin embar- go, nadie lo hizo. Cada uno
pensó que era tarea del
otro. Nadie quiso hacer algo tan humillante.
Así que, mientras ellos están todavía pensando,
Cris- to dobló sus rodillas e hizo lo inimaginable: se
levan- tó de la cena, y se quitó su manto, y tomando
una toa- lla, se la ciñó. Luego puso agua en un
lebrillo, y co-

mcoennlzaótoaalallavacrolnosqupeieessdtaeblaoscdeñisicdípou(vl
o. s4, -y5 )a enjug ar los

Todo lo hizo él. Lo que hace es consistente con su


carácter. Él no vino para ser servido, sino para
servir. Cada acción fluye de ese amor que él tiene
por los suyos. Cuando un millonario de viaje en
Asia, vio a una joven misionera enfermera limpiar a
un anciano sucio, que acababa de salir del bañ o,
dijo: “yo no ha-
ría esto por un milló n de dó lares.” La enfermera res-
pondió : “Tampoco yo”. Es solo el amor que nos per-
mite cruzar la barrera de lo que otras personas no
harían ni por un millón de dólares.
• El amor de Jesús no es una cortesía, es una nece-
sidad.
“Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le
respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmi-
go.” (Juan 13:8)

Es ya hasta después que el Señor está lavando los


pies de sus discípulos que aparece la oposición. Vie-
ne de Pedro quien parece haber perfeccionado la
ma- nera de decirle a Jesús lo que tiene que hacer.
Prime- ra hace obvio lo extraño de la situación:
¿Cómo es posible que el Señor le lave los pies a él?
Su atención se centra en el hecho de ser lavado, no
en lo que el Señor quiere representar a través de
eso.
Después su negativa es rotunda. El uso del doble
ne- gativo enfatiza su terquedad e ignorancia. No
me la-
varás los pies jamás. Sin embargo, Jesús le hace
notar paciente y sabiamente su necesidad. No hay
acceso a la eternidad sino permitimos que el Señor
lleve a cabo su obra en nuestras vidas. No hay
transformación ahora, sino permitimos que sea el
Señor que nos limpie de manera total.
Sin embargo, quienes hemos sido limpiados ya no
ne- cesitamos un baño, como Pedro parece suponer.
Basta con la renovación de los votos como en aquel
día de santa comunión.
• El amor de Jesús, no es una sugerencia es una
norma.

“P u e el S eñ o M a e s t ro , he la v a d
p ie s , s ta m b i é is l a v a r os los p i e s
s si y o
vo so t r érnydeebl o v u e s tr o s
lo s u n o s a
,
o
los otros.” (13:14).
El Señor culmina esta lección haciendo de ella una
nor- ma para su pueblo. Él no permite que esta
acción que- de simplemente en buenas intenciones.
Sus acciones y su carácter se convierte en el modelo
para la conducta de su pueblo. Nosotros debemos
conducirnos como e maestro lo hizo
Más tarde lo repetirá de esta forma: “Un mandamiento
nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo
os he amado, que también os améis unos a otros. En
esto conocerán todos que sois mis discípulos, si
tuviereis amor los unos con los otros.” (13:34-35)
No seremos bienaventurados solo por saber estas
co- sas, por sentir algo de emoción y de contrición en
un día como hoy. Como el Señor dijo: “Si sabéis estas
co-
sas, bienaventurados seréis si las hiciereis” (13:17).
Vi er nes San to

Las siete palabr as a la cr uz


La semana de la pasión de Cristo llega su clímax en el
viernes santo. Es el día en que el pueblo de Israel
debe-
ría estar de fiesta celebrando los grandes actos de
Dios en el pasado, que constituyen hasta ese
momento, el tiempo más glorioso de su historia. Sin
embargo, el ac- to más cruel de la historia humana de
que se tenga me-
moria se va a gestar en medio de este ambiente
festivo que prevalecía en J erusalén. La fiesta de la
pascua se convertirá en la ocasión para la crucifixión
del Hijo de Dios, el Cordero sin mancha, hacia quien
aquella festi- vidad apuntaba.
La descripción que nos hacen los cuatro evangelistas
de los sufrimientos del Salvador son bastante
gráficos.
Durante su juicio se trajeron testigos falsos, cuyos
tes- timonios no pudieron soportar la evidencia. A
pesar de la inocencia de Jesús, reconocida por un
tribunal ro- mano, Jesús fue condenado a ser azotado
con un látigo cuyas puntas metálicas puntiagudas
estaban diseñadas para cortar la piel. 39 latigazos,
que era lo estipulado por la ley judía, debieron
causar un daño profundo en
la espalda de Jesús.
El Señor soportó además la burla de ser disfrazado co-
mo rey, para convertirse en la mofa de la gente. La
co- rona de espinas que colocaron sobre su cabeza y
los golpes que le deban en ella debió producir
igualmente dolores indecibles. Y qué decir de los
clavos que tras- pasaron sus manos y sus pies, al ser
levantado y colga- do en la cruz.
Sin embargo, aunque el sufrimiento físico era
terrible, el tormento emocional al que fue sometido
fue todavía
peor. Las burlas, las blasfemias, las falsas
acusaciones, todas ellas tenían el objetivo de
doblegar su espíritu.
Nosotros nos preguntamos, ¿No era ya castigo sufi-
ciente? ¿Puede alguien después de tan brutales
accio-

naes?,
t¿oEdsavtoíadasveínatierl aslegrunhuamaisneoricaopra
dziadpeoarlgeostapseopreqrsuoe- lo que ya hemos
relatado? La respuesta es afirmativa.
Vamos a acercarnos al momento en que J esús está
pendiendo en la cruz a escuchar las siete palabras. Sin
embargo, en esta ocasión no nos referimos a las siete
palabras de la cruz, las que Jesús pronunció al estar
allí, que la tradición ya ha consagrado. Escucharemos
las siete palabras a la cruz. Las palabras que la gente

qrauefileastduivriogienroanqaueJlemsúosm. Peanltaob,
reaspeqcuteadbourescsaebnanprqimue- brantar su
espíritu. Porque quiero que recordemos, que la
cuenta regresiva no es tanto de J esús, sino de
nosotros, que podemos estar, como los soldados, al
pie de la cruz, jugando a los dados. Tan cerca de la
cruz, y tan lejos de Cristo. ¿Cuál de estas palabras o
reaccio- nes representa nuestra respuesta a la cruz?
Veamos, pues, estas siete palabras:

1. La palabr a de la di v er sión in opor tun a


Y los que pasaban le injur iaban, meneando la cabeza, y
diciendo: Tú que der r ibas el templo, y en tr es días lo re-
edificas, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, descien-
de de la cruz. (Mateo 27:39, 40)
La primera palabra representa un ataque a la veracidad
de Jesús. No llevan la intención de corroborar hechos,
sino de divertirse con el Señor. La incredulidad respira
en el hecho de que al decirlas y frasearlas lo hacían
menando la cabeza.
Así que buscan un momento de diversión a costa de
J esús. Encuentran algo que creen es una
incongruen- cia en el mensaje de Jesús. Son personas
que saben de la Biblia y recuerdan exactamente lo
que Jesús ha di- cho. Estas palabras Cristo las había
pronunciado tres años antes cuando entró al templo
al inicio de su mi- nisterio y llevó a cabo una
purificación de ese recinto. Seguramente las
recordaron porque Jesús volvió a en- trar al templo a
hacer lo mismo durante esta semana. En todo caso,
hemos escuchado a este tipo de perso- nas cuando
nos preguntan ¿Con quién se casó Caín?
¿Dónde está el infierno? Creen encontrar en estos
asuntos incongruencias en la Palabra de Dios, pero al
igual que aquellos, sus objeciones no van a
funcionar.
2. La palabr a del of r ecim ient o equiv ocado
De esta manera también los pr incipales sacer dotes, es-
carneciéndole con los escribas y los fariseos y los ancia-
nos, decían: A otros salvó, a sí mismo no se puede sal-
var ; si es el Rey de Isr ael, descienda ahora de la cruz, y
creeremos en él. (Mateo 27:41-42)
Esta palabra representa un ataque malogrado a su
mi- sión. Proviene de los máximos líderes de Israel,
quie-

nq t ie n e n u n
n o p u e d e roefrsepcoinmdiern.toPaqrua
eus h a c e r, p e ro q u e c re e n
el lo s , C ri s to es t á e n s u s
e
manos, pero si fuera capaz de zafarse, creerían en él.
La oferta es diabólica. Describe de manera clara lo
que sería la salvación desde un punto de vista
humano. Se presenta atractiva porque ofrece fe a
cambio de que Cristo baje de la cruz. Solo eso, ¡pero
qué condición! Quieren eliminar del cristianismo algo
que pertenece a su esencia: el sacrificio expiatorio de
Cristo.
Sin embargo, la tentación persiste hasta nuestro tiem-
po, y muchas iglesias han caído en la tentación. Han
removido, minimizado o menospreciado la cruz de
Cristo. Prefieren un cristianismo sin cruz, una vida
cristiana sin sacrificio, un mensaje que no ofenda a la
gente. Diluimos conceptos como el pecado, y, al
hacer- lo, la gente no ve la necesidad de un
Salvador. Pero,
¿por qué no hacerlo? Al fin y al cabo, mucha más
gente vendría a nuestras iglesias. Sin embargo, aun
cuando Cristo podía llamar a una legión de ángeles
no sucum- bió a la tentación, y tampoco sus
seguidores debemos hacerlo.
3. La palabr a de la malicia bl asfem a
Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere; porque ha di-
cho: Soy Hijo de Dios. (Mateo 27 :43)

Los líderes religiosos de Israel continúan con sus ata-


ques a Jesús y ahora lo hacen hacia su relación con
Dios. ¿Es él verdaderamente el Hijo de Dios? Ellos
testi- fican que Cristo verdaderamente se identificó
de esa forma y que fue una persona que depositaba
su con- fianza en Dios. Pero si es verdaderamente
su Hijo,
¿Cómo puede un padre hacerle esto a su Hijo?
¿Cómo puede dejarlo Dios a su Hijo a merced de esta
muche- dumbre enardecida?

Sin embargo, el evangelio responde de manera


contun- dente a esta manera de pensar cuando
afirma que lo
que sucede con Cristo no se encuentra fuera de la
esfe- ra del amor de Dios. Al contrario, “De tal manera
amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito…”
La muerte de Cristo es precisamente la demostración
más grandiosa del amor de Dios.
Alguien preguntó un vez, “¿Dónde estaba Dios cuando
perdí a mi hijo?”, a lo que un anciano sabio respondió,
“en el mismo lugar que cuando perdió al suyo”.
Muchas personas creen que Dios debe ser solo amor,
y que por ese amor debe siempre estar
esperándonos hasta cuando nosotros queramos
responder, y perdo- narnos cuando a nosotros se nos
plazca. Sin embargo, olvidan que Él es también
justicia. A muchos les gusta escuchar que la salvación
es gratuita, pero la malen- tienden como si fuera algo
que no tiene costo: por el contrario, nuestra
redención costó la vida del Hijo de Dios. Él hizo esto
porque, así como ama a su Hijo, tam- bién amó a este
mundo que ha dado a su hijo…
4. La palabr a del inter és egoísta
Y uno de los malhechor es que estaban colgados le inj u-
r iaba, diciendo: Si tú eres el Cr isto, sálvate a ti mismo
y
a nosotr os. (Lucas 23:39)
Hasta la cuarta palabra todas son frases que recuerdan
la tentación de Satanás en el desierto: Si er es Hijo
de Dios… Todas ellas tienen algo en común:
representan el intento diabólico para hacer desistir al
Señor de con- tinuar con su obra redentora, de beber
la copa que el Padre le dio para beber.
En el caso del malhechor que se encontraba colgando
a su lado, no es que haya sido invadido por un
repentino
interés teológico o espiritual por averiguar la
verdade- ra identidad de Jesús. La venida del Mesías,
que repre-
sentaba la más grande expectativa israelita, no juega
ningún papel en su petición a Jesús. Todo lo que le
in- teresa queda resumido en su petición: sálvate a ti
mis- mo y a nosotr os.
No le interesan las implicaciones trascendentales de
que la persona que está a su lado sea
verdaderamente el Cristo. Se trata simplemente la
misma petición que a
veces se escucha en muchas personas: Señor si me sa-
nas a mi hija, si me devuelves a mi esposo., entonces te
entrego mi vida.
Cuando nos acercamos a Dios con nuestros propios
intereses en mente, por lo general terminamos con una

vcoisridóina
daicscteodrseioananduaesdtreaDpieotsi,ciaóun. Tsoi

dDoiose rnedsucme iaseuri-n


dios similar al de la lámpara de Aladino.
5. La palabr a de la úl t ima esperanza
Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu
reino. Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy
estarás conmigo en el paraíso. (Lucas 23:42 -43 )
No todas las palabras dirigidas a Dios fueron de carác-
ter negativo. En medio de las más densas tinieblas hu-
bieron destellos de luz, de aquellos a quienes Dios les
permitió ver en Jesús lo que otros no vieron. Ése es el
caso del otro malhechor que se encontraba cerca de
J esús.
A veces nos preguntamos que vio aquel malhechor
en J esús. No parece el conquistador de las esperanzas
me- siánicas. Su única apariencia de rey es una
corona de espinas. ¿Cómo podía ser esta persona el
Mesías? Sin embargo, es más asombroso
preguntarnos que vio J e- sús en él. Esta es una
persona que no tendría la opor- tunidad de predicar
las buenas nuevas, mucho menos ministrar en
alguna forma en el reino. Ni siquiera ten- dría tiempo
de bautizarse y de hacerse miembro de una iglesia.
Con todo, el Señor estuvo dispuesto a con- vertirlo en
el primer fruto de su obra expiatoria, asegu- rándole
su entrada inmediata al paraíso celestial.
6. La palabr a del m alent end ido in opor tu no
Allalgmuanoésstdee. Ylosalquinesteasntateb,ancoar
rlliíenddeocíaunn, oaldeoírellolo: sA, tEolmíaós
una esponja, y la empapó de vinagre, y poniéndola en
una caña, le dio a beber. Pero los otros decían: Deja,
veamos si viene Elías a librar le. (Mateo 27:47-49 )
El momento climático de la expiación efectuada en la
c r uz p o r
pa r o d el
Je s u c r is t o se al ca nz a c u a n d o s
P a d r e . É l m ism o lo i de n t if ic a c o
u fr e el d e s a m -
n l as pa l a b r as del Salmo 22: “Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Es el
momento de su mayor dolor.
Algunas personas alcanzaron a escuchar su lamento,
pero ¡vaya error! No entendieron las palabras. Confun-
dieron, Elí (Dios mío), por Elías. Todavía algunos van a
aprovechar el momento para divertirse. Vemos si
viene Elías a librarle. Como sucede con muchas
personas, el

tdoesetninjouegteor,nyoedlleoslanhouamlcaniz omen-
dandaecsotambparendesrelom.

7. La palabr a de la conf esión inesper ada


El centurión, y los que estaban con él guardando a Je-
sús, visto el ter r emoto, y las cosas que habían sido he-
chas, temieron en gran manera, y dijeron: Verdadera-
mente éste era Hijo de Dios. (Mateo 27 :54 )
Sin embargo, Dios no permite que la muerte de su
Hijo termine en una nota triste. Al final, la última
palabra que se dirige a la cruz representa el
reconocimiento pleno de la identidad de Jesús. No
viene de parte de los judíos, mucho menos de sus
líderes. Tampoco lo hacen los discípulos de Jesús,
quienes, aparte de Juan, han puesto tierra de por
medio.
Se trata de un gentil, junto con sus compañeros,
quie- nes, al pie de la cruz, y observar los
acontecimientos durante horas, confiesan a Jesús
como el Hijo de Dios. Eso es lo que Dios espera de
cada uno de nosotros que hoy revivimos esos
momentos trascendentales.
Domin go de resur r
ección

No hay otr o evang elio

1 Cor in t ios 15:1-11

En el fondo, el mensaje poderoso del evangelio se re-


duce a una cruz sangrienta y a una tumba vacía. Am-
bos son emblemas de dolor y muerte. ¿Podemos
estar seguros que este mensaje será capaz de
sostener los embates de humanismo, secularismo y
paganismo que buscan derribar esas creencias?
¿Podrán nuestros refi- nados hijos cibernéticos en
una era digital conmoverse ante un mensaje así?

Muchas iglesias hano sucumbido


cambiar el amensaje.
la tentación de
suavi- zar, reducir, A veces
pensamos
en iglesias fundadas por personajes extravagantes,
“amadores más de sí mismo que de Dios”. Pero la igle-
sia a la que se dirigen las palabras del pasaje leído
fue
fundada por un apóstol. No solo eso, sino que este
apóstol había pasado suficiente tiempo con ellos
para instruirlos en las verdades centrales del
evangelio. Sin embargo, algunos en esta iglesia
intentaron, poco tiem-
po después que el apóstol se marchó, suprimir esas
doctrinas de sus convicciones centrales.
La iglesia a la que nos referimos es la iglesia de Corin-
to, y su fundador es el apóstol Pablo. La razón por la
que algunos decidieron hacer a un lado la cruz de
Cris- to es porque no la consideran compatible con la
sabi- duría que creían haber alcanzado. Sus motivos
para rechazar la resurrección son parecidos:
consideran el
cuerpo como algo inferior, e indigno de participar de la
vida celestial, honor que solo le pertenece al alma.
Sin embargo, para Pablo, la cruz y la resurrección no
pueden ser eliminadas sin asestar un duro golpe al
evangelio de Jesucristo, de allí que llame en esta
carta a los cristianos corintios a regresar a los
fundamentos.

L os t i e m po s p u e d en c a m b ia r ,
la ig l e s ia s eg u i rá n in c ó lu m e s .
p er o lo s fun d a m e n t s d e
M i en tr as q u e P a b lo d e - fiende el
mensaje de la cruz en el capítulo 2 de esta carta, su
defensa de la resurrección la va a realizar en el
capítulo 15. En este capítulo va él a mostrarnos la
vigencia y relevancia de estas doctrinas.
La m uert e y la resur r ección de Cr isto son las v er
da- des centr ales de la fe cristi ana

Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo


recibí (15:3a)

De acuerdo a estas palabras, el apóstol dio prioridad


en su ministerio a los corintios a la predicación de la
muerte y resurrección de Cristo. Fue lo primero que
predicó no porque fuera mas simple, sino porque son
las verdades centrales del evangelio. Aunque otras
doc- trinas como la encarnación y la divinidad de
Cristo son

ie p o rt a n t e s, e l c o r a z ón de l
sa c r if ic i o e x p ia t o r io de C
m e v a n ge l io s
r is t o y s u r esuernrecucceinótnravein-
l
dicatoria. “Creemos que Jesús murió y resucitó” (1 Tes.
4:14) es el resumen de la fe cristiana. Pablo reafirma
esto al mostrarles a los corintios que este es:
• Es el evangelio predicado por los apóstoles. “sea
yo o sean ellos, así predicamos” (v.11)
• Es el evangelio recibido por los corintios: “el cual
también recibisteis, en el cual también perseve-
ráis” (v.1)
• Es el evangelio por el cual los corintios han sido
salvados: “por el cual asimismo, si retenéis la pa-
labra que os he predicado, sois salvos, si no
creís- teis en vano” (v.2).
La muerte y la resurrección de Cristo son verdades
v er if icabl es de la f e cri st iana

y que fue sepultado, y que resucitó al ter cer día (15:4)

La muerte y la resurrección de Jesucristo son


aconteci- mientos históricos. A diferencia del
hinduismo y el bu- dismo que son sistemas filosóficos
y éticos, el cristia- nismo es una religión histórica.
Nuestra fe se sostiene o cae en base a la veracidad
de estos acontecimientos. La resurrección de Cristo
sucedió “al tercer día” de que “murió por nuestros
pecados”. Del mismo modo, el Credo de los apóstoles
hace mención de que Cristo “padeció bajo Poncio
Pilato” , un personaje cuya exis- tencia se encuentra
documentado en la historia huma- na. Se trata, pues,
de hechos históricos, no de leyendas o mitos
fabricados por la imaginación humana.
De igual modo, el apóstol afirma que el Cristo
resucita- do fue visto, no solo por los discípulos,
sino también
por una gran muchedumbre, y, al final, por Pablo mis-
mo. No fue una alucinación de sus discípulos, ni una
histeria colectiva de las 500 personas a quienes se
apa- reció. Tampoco se trataba de un fantasma,
porque, co- mo Cristo mismo dijo, “un espíritu no tiene
carne ni huesos, como veis que yo tengo.” (Luc 24:39).
Cristo resucitó corporalmente y si se quería
investigar, Pablo dice que, en su tiempo, de los
testigos de la resurrec- ción “muchos viven aún”.
La muerte y la resurrección de Cristo son verdades
indispensables de la fe cristiana

Que Cristo mur ió por nuestros pecados, conforme a las


Escr ituras (15:3)

La muerte y resurrección de Cristo dieron


cumplimien- to a las Escrituras y, de esa forma,
atestiguan su veraci- dad. A esto se añade el
testimonio apostólico, ya que para ser apóstol, se
requería, no el tener una megaigle- sia, sino haber
visto a Cristo resucitado. Pedro dice: A este Jesús
resucitó Dios, de lo cual todos nosotros so- mos
testigos (Hech. 2:32) Pablo le dice a los Corintios:
“¿No soy apóstol? ¿No he visto al Señor?” (I Cor. 9:1)

Sin embargo, lo más importante es el significado


teoló- gico de estos acontecimientos. Cristo murió
por nues- tr os pecados. Su muerte era necesaria
debido a nuestro pecado. Su muerte es algo que
ocurrió en nuestro lugar para librarnos de la pena del
pecado que había en nuestra contra.
Negar, pues, estas doctrinas tiene consecuencias de-
vastadoras. Los apóstoles serían hallados falsos testi-
gos (v. 15). La fe cristiana sería vana, aun estaríamos
en nuestros pecados (17). los que creyeron, perecieron
sin ninguna esperanza (18). Somos, además, los más
dignos de conmiseración (19).
“Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos” , y eso
es solo el comienzo. Cristo resucitado es el primer
fru- to de la cosecha. De allí que como iglesia
necesitamos seguir siendo fieles al evangelio que
predica la muerte
y resurrección de Cristo.

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