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ehsumduiledñeos pdaerlaulnlei
vearsao,cuatbiloizsóuhoabsrta. los elementos más
III. No hay pueblo, por muy reacio que sea, que pue-
da perm anecer in di f er ente ante el Señ or .
“Cuando entró él en Jerusalén, toda la ciudad se con-
movió, diciendo: ¿Quién es éste?” (21:10).
El lugar donde se dan citas los eventos de Semana
San- ta es J erusalén. El pueblo que se convierte en
testigo del arribo del Mesías y de la realización de su
obra re- dentora es el pueblo judío. A lo largo de la
historia, la actitud de ambos ha dejado mucho que
desear.
Sin embargo, a pesar de la dureza y rebeldía
recurrente de esta nación, este día los
acontecimientos abrumado- res la dejarán
conmovida. Los canticos de la multitud son un claro
reconocimiento al Mesías. Su arribo en un pollino es
cumplimiento de la Escritura De allí que la pregunta
esperada es: ¿Quién es este?
Seguramente el pueblo judío debió sentirse confundi-
do. Ellos querían un Mesías, es cierto, pero indepen-
dientemente de lo que las Escrituras dijeran, su inter-
pretación giraba en torno a un personaje distinto. Sus
expectativas solo tenían lugar para un conquistador
poderoso, capaz de derrocar al imperio romano, y co-
locar a Israel a la cabeza de las naciones. Ellos
desea-
ban una gloria, pero de tipo terrenal y humano.
De allí que este Mesías humilde, que usó un burrito pa-
ra llevar a cabo su entrada triunfal no resultaba
atrac- tivo. ¿Quién es, pues, Cristo? ¡Cuán importante
resulta contestar correctamente esa pregunta aún en
nuestro tiempo! Después de dos mil años que el
testimonio acerca de Jesús ha estado a nuestra
disposición, y que ha sido sometido a un extenso
escrutinio, mucha gente no solo sigue confundida,
sino que ha decidido darle la
espalda a Jesús. Él yno
moldes arrogantes encaja definitivamente
humanistas en los
de nuestro tiempo.
Sin embargo, para quienes le conocemos, esa imagen
majestuosa del Señor cabalgando sobre un animal
hu- milde es fuente de gran esperanza. Aunque pudo
ha- ber usado un corcel o un purasangre, él prefirió
el bu- rrito. Así que no lo olvidemos,, si él pudo usar
un bu- rrito, también puede usarnos a nosotros en
maneras poderosas.
Lunes de autor idad
La pr esencia incómoda de Jesús
(Mateo 21:12-17)
Introducción:
¿Qué pasa cuando la presencia de Cristo no es
bienve- nida en la iglesia? ¿Qué sucede cuando aquel
que debe- ría ocupar el lugar de honor entre su
pueblo le resulta incómodo, y, hasta un extraño?
Más importante,
¿cuáles son las consecuencias que una iglesia experi-
menta cuando menosprecia, ignora o, incluso, ataca
a aquel a quien debería someterse?
Seguramente una actitud así hacia Jesús de parte de
su iglesia nos parece lejana e improbable. Resulta
difícil de imaginar que una iglesia pudiera ofender de
una manera tan grosera a nuestro Señor. Después de
todo, la iglesia lleva su nombre, existe para
proclamar su obra redentora, y le reconoce como jefe
y cabeza suya.
Sin embargo, el caso de Israel, que convirtió la “casa de
oració n” en una cueva de ladrones, nos advierte de los
spearraunsauscocniusdtraudcacnióons.mEul ytebmepllalo,
representaba para los judíos algo muy importante: la
presencia de Dios en medio de ellos. De allí que los
Sal- mos hablaran de la ciudad como la “hermosa
provin- cia, el gozo de toda la tierra”, no porque
fuera una
gran ciudad, sino porque era la “ciudad del gran Rey”.
Todo eso contrasta con la imagen que ofrece cuando
J esús, el Mesías de Israel viene a Su casa:
vendedores gritando, animales seguramente
haciendo sus necesi- dades, la gente regateando.
¡Qué espectáculo! Puede compararse a una plaza o
un mercado, menos a la casa de oración para lo cuál
este lugar había sido consagra- do.
Aun para los creyentes del nuevo pacto, para quienes
el templo ha perdido algo de relevancia, ya que Jesús
es el verdadero templo (Juan 2:19), y nosotros como
iglesia somos el templo del Dios viviente (1
Corintios 3:16), un espectáculo así ería impensable.
Sin embargo, si un pueblo tan escrupuloso como el
judío pudo llegar a desvirtuar de tal forma su lugar
de adoración, debe- mos de ser cuidadosos de no
caer en una situación se- mejante.
• Un p uebl o que desaf ía a Jesús
“Pero los principales sacerdotes y los escribas, viendo
las maravillas que hacía, y a los muchachos aclamando
en el templo y diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! se
indignaron“ (v. 15).
Una señal evidente de incredulidad y apostasía es
cuando la presencia misma del Señor resulta irritante
para gente que tanto esperaba su venida. En lugar de
haber sido recibido como lo que es, el ungido de
Dios,
J esús se convierte en el blanco de las protestas de los
principales líderes religiosos. Su presencia los
abruma, su poder los atemoriza, su autoridad los
desarma.
No se trata de gente ignorante, desprovista de
recursos para averiguar la verdad o examinar las
evidencias que
prueban
embar- go,el ellos
cumplimiento de las deEscrituras.
son guardianes los pañosSiny
odres viejos,
que no puede resistir el mensaje de gracia, salvación
y amor que el Señor Jesucristo ofrece. De allí que lo
úni- co que pueden hacer es encarar a Jesús,
reprocharle, sin argumentos, acerca de lo que está
sucediendo.
Así que, en lugar de someterse humildemente a la
lim- pieza y renovación que Cristo ha comenzado, los
líde- res religiosos se atreven a desafiar a Jesús. De
esta for-
ma, anticipan el desafío extremo que harán en el mo-
mento de la crucifixió n: “Su sangre sea sobre nosotros,
y sobre nuestros hijos” (Mat. 27:25). Prefirieron eso,
antes que humillarse y someterse al Salvador.
• Un pu eblo que desv ir túa las Escr it ur as
Lhaesmeoxsperesstaiodnoesdequloegsraer uaslagno
pabaruandinadnic. aProlor ucnerpcoaququiti-e
to, por un pelito, por una milésima, caliente-caliente,
etc. En algunas ocasiones, el no haber quedado tan
le- jos de algo nos llena de satisfacción. En otras,
estar tan cerca de algo y no lograrlo, puede ser
motivo de moles- tia. Más si no tenemos otra
oportunidad de lograrlo.
En el pasaje que tenemos para consideración, encon-
tramos una frase que puede parecerse a las ya
mencio-
nadas: “No está s lejos del reino de Dios”. El Señ or diri-
gió estas palabras a un escriba por su conocimiento
acertado de las Escrituras. Al igual que para el
escriba, para muchas personas unas palabras así
podrían signi- ficar un elogio. Pero si lo meditamos
detenidamente, cuando de nuestro destino eterno se
trata, estar cerca no es suficiente. A menos que
demos el paso audaz de abandonar nuestras falsas
pretensiones de autosalva- ción y depositemos
totalmente nuestra confianza en
Jdisfrutaremos
esús, no importa cuán cercade
la bendición podamos estar. Jde
estar dentro amás
su
reino.
Para ilustrar esta verdad vamos a examinar las
contro- versias que el Señor tuvo con los líderes
religiosos de Israel y que precedieron su diálogo con
el escriba. Esas controversias nos mostrarán a gente
que puede decirse que estaba cerca, pero no dentro
del reino de Dios. Pe- ro más importante,
examinaremos los motivos por los cuáles una
persona tan religiosa puede quedarse tan
cerca y nunca entrar en el reino.
• La indecisión de los sacerdotes, escribas y ancia-
nos. (11:27-33)
Entonces ellos discutían entre sí, diciendo: Si decimos,
del cielo, dir á: ¿Por qué, pues, no le creísteis? ¿Y si deci-
mos, de los hombres...? Per o temían al pueblo (11:31 -32)
La primera comitiva que se acerca al Señor es un
grupo selecto, cada uno de ellos guardianes celosos
de algún aspecto de la vida del pueblo de Israel. Los
sacerdotes representan la autoridad religiosa, los
ancianos la au- toridad laica, y los escribas la
autoridad de la Palabra de Dios.
Como era de esperarse, el asunto que traen a colación
Tdeielannetqeude veJerscúosnnuonetsemp
araquneadhastraiveilaldoía mde zhqouyinsoi-. gue
siendo de suma importancia como lo es la autori-
dad de Jesús. Sin duda que la purificación del templo
es una acción que demandaba una explicación, Nadie
se atrevería a una acción semejante a no ser que
estu- viera respaldado por una autoridad válida. De
allí la pregunta: ¿Con qué autoridad haces estas cosas,
y quién te dio autor idad para hacer estas cosas?
Sin
ellosembargo,
contestenJesús
unava a diferirque
pregunta la respuesta hastaellos.
él tiene para que
En
realidad, puede decirse que la actitud de los líderes
ha- cia la respuesta que J esús pueda darles acerca de
su autoridad se revela en la actitud que ellos
muestren hacia la pregunta que él les hace acerca del
bautismo de Juan. La gente había reconocido la
autoridad divina de este bautismo, pero ellos no. De
modo que no saben qué hacer, si quedar mal ante
Jesús y ante Dios mismo,
o echarse encima al pueblo. Así que ante la dificultad
de qué decisió n tomar, prefieren decir, “no sabemos”.
¿Nos resulta extraño? No debería. ¿Acaso no
hacemos lo mismo cuando diferimos nuestra
decisión de recibir a Cristo o comprometernos
seriamente con él? Teme- mos al qué dirán los
amigos o la familia y acabamos indecisos como estos
líderes religiosos.
• La hi pocr esía de f ar iseos y herodianos
Mas él, percibiendo la hipocresía de ellos, les dijo: ¿Por
qué me tentáis? (12:15).
El segundo grupo que tuvo la osadía de cuestionar a
J esús delata de lo que eran capaces los líderes
religio- sos con tal de atrapar a Jesús. En realidad,
fariseos y herodianos eran enemigos espirituales,
pero, sobre to-
dnom,
pborelítilcooisn.dMiciae,netrsatas bqauneenlosfahvoero
adialanossu,mcisoimóno dseul pueblo judío a Roma,
los fariseos eran todo lo opuesto. Sin embargo, en
esta ocasión van a hacer una tregua y se van a unir
para venir a Jesús.
Sin embargo, el evangelista nos informa que esta
coali- ción no tiene intenciones honestas. Tiene la
finalidad de encontrar alguna manera de atrapar a J
esús. Así que diseñan un artilugio que ellos piensan
Jesús no podrá
eludir.
sea conCualquier respuesta
el gobierno romano, lo ometerá
sea conenelproblemas,
pueblo de
Is-
rael. El dilema presentado e introducido con elogios a
J esús es el siguiente: ¿Es lícito dar tr ibuto a César, o
no? ¿Daremos, o no daremos?.
El asunto es, sin duda, de suma importancia. Las rela-
ciones iglesia-estado han sido motivo de largas discu-
siones a través de los siglos y los creyentes han toma-
do posturas distintas en relación a este asunto. Y
aun-
que la respuesta de Jesús ofrece una ayuda para resol-
ver ese asunto, nuestro interés es en advertir la
forma en que la hipocresía impide a muchas
personas cercar- se honestamente a J esús. Puede
sucedernos a sus se- guidores contemporáneos que a
veces en el templo so- mos una cosa y en el trabajo o
en la vecindad otra.
• La ignorancia de los saduceos
¿No er ráis por esto, por que ignoráis las Escr itur as, y el
poder de Dios? (12:15).
El día no podía concluir sin que el otro grupo
dominan- te entre los judíos también se ofreciera
para hacer un intento más de atrapar a Jesús. Los
saduceos eran el grupo aristócrata de Israel y ellos
presentan a Jesús un
pinrsoblluebmlea.
Sheipotrtaétaicodeqlucea,sdoedsedeusnua
pmeursjeprecqtuivea, ,srigeusuieltna- do la ley del
levirato, tuvo siete maridos, y que, al lle- gar a la
eternidad, representaría un problema a la hora de
asignarle a uno de ellos como marido.
En realidad, los saduceos ni siquiera creían en la resu-
rrección por lo que presentan este problema solo
para divertirse a costa de Jesús. Estaban muy seguros
que la Escritura apoyaba su punto de vista. Sin
embargo, J e-
sús fustiga
de Dios. Delsupoder
ignorancia deporque
de Dios la Escritura y del poder
son incapaces de
ima-
ginar un mundo en el que las relaciones que experi-
mentamos ahora como el matrimonio serán
innecesa- rias en la eternidad. Y de las Escrituras
porque Dios es un Dios de vivos, no de muertos. Y
prueba de esto es que Dios sigue siendo el Dios de
Abraham, de Isaac, y de J acob. Él no se avergüenza
de llamarse Dios de ellos, porque les ha preparado
una ciudad, en la cual
m o r a r á n , n o s o lo e s aquellos que por la
fe s í e n t r ar á n e n e
ll o s , s in o t o d o
l r e i no d e Di o s .
Miércoles de r eti r
o En memoria de
ella Marcos 14:1-11
Bdoust
dcoemaelbteor eqnuea rescuolntad
cipaon e l c r im
o to . L o idnaespearadeoveitsarqtuoe-
quienes perpetran este asesinato sean personas que
se precian de religiosidad y de moralidad. Esto nos
dice que los enemigos de Jesús no se encuentran
solamente entre los filósofos y científicos ateos, sino
que pueden estar incluso en las bancas de una
iglesia. Son perso- nas que van minando sus
enseñanzas, suavizando sus demandas, y
distorsionando la figura del verdadero J esús. Hay
muchos libros de teología que hacen evocar las
palabras de María ante el sepulcro: “se han llevado
a mi Señ or, y no sé dó nde le han puesto” (Jn 20:13).
La hipocr esía t r aidor a de Jud as Iscar iot e
“Entonces Judas Iscariote, uno de los doce, fue a los
principales sacerdotes para entregárselo” (10)
Las intenciones criminales de los líderes del pueblo
van a encontrar una ayuda inesperada que acelerará
el
ddiesspeunelsatcoe:auennotrdegeálrossemlosispmoorsud
niascsíupmulaosdedediJneesrúos. está
Que haya sido uno de los discípulos de Jesús nos
muestra que tan cerca podemos estar de él y no
tener una relación personal con el maestro. Judas fue
testigo de los momentos más sublimas al lado de él,
y, sin em- bargo, permaneció solo como un
observador.
Las treinta plazas de plata representan el precio
conve- nido por la vida de Jesús. En aquel tiempo era
bastante
dinero. Hoy, sin embargo, muchos creyentes están dis-
puestos a traicionar al Señor por mucho menos que
eso. Treinta minutos de sexo, un ascenso en el
trabajo,
un matrimonio por conveniencia. La historia se
repite, entre quienes nos decimos seguidores de
Jesús.
Las pr ior idades desenf ocadas de los discípulos
“Y hubo algunos que se enojaron dentro de sí, y dijeron:
¿Para qué se ha hecho este desperdicio de perfume?” (4)
La siguiente actitud es la más peligrosa porque se
viste de un manto de espiritualidad y de
preocupación ge- nuina por los demás. Es el caso de
los discípulos ante el acto espontáneo de aquella
mujer que vino con el frasco de perfume carísimo en
la cabeza del Señor. Su reacción inmediata es criticar
tal acción, la cual consi-
deran un desperdicio
indignación innecesario.
colocan este acto en Yelpara justificar
contexto de su
la
po-
breza humana, una experiencia que toca las fibras
más profundas del corazón.
Su actitud quizá pudiera justificarse en otro contexto
(cuando quiera les pueden hacer bien), pero no en
éste. Su problema fue el de no considerar el
momento y el significado de aquella acción. Si
hubieran valorado realmente a Cristo, y su
sacrificio inminente, difícil-
mente hubieran considerado un desperdicio ese acto.
Sin embargo, ¿cuántos creyentes no se revisten de la
piedad calculadora de los discípulos? ¿Cuántos
creyen- tes consideran un desperdicio pasar
demasiado tiempo en la iglesia u ofrendar para
determinadas causas de la obra del Señor? ¿Cuántos
no terminan desviando el diezmo que debería ser
traído al alfolí, para causas que consideran benéficas?
Un dev oción tot al
“De cierto os digo que dondequiera que se predique este
evangelio, en todo el mundo, también se contar á lo que
ésta ha hecho, para memoria de ella” (9).
El Señor ofrece como ejemplo de una valoración ade-
ceul a d a de su
co s to de l perfsuomnea,lasinaoccpióonr
edleceostao mdeuljesra.cNrioficeiso.pEosr
cierto que el perfume era sumamente costoso, pero
lo que resulta remarcable en su acción es que ella
rompió el frasco, no se guardó nada. Al igual que la
viuda que dio todo las únicas monedas que tenía, ella
decidió usar todo aquel perfume en J esús.
Esta mujer supo valorar a Cristo lo suficiente en mo-
mentos en que nadie más lo hizo. Solo ella supo
hacer
algo
nentequemuerte
podía considerarse
y sepultura apropiado anteAsí
la inmi-
del Señor. que,
mientras
que otros maquinan contra él, y sus discípulos le me-
nosprecian, ella estuvo dispuesta a hacer de Jesús su
devoción suprema. Ella entendió que no hay
adoración que resulte extravagante cuando del Hijo
de Dios se trata. Por eso, su acción quedó registrada
como recor- datorio para nosotros, que a veces
estaremos tentados a medir y calcular nuestro
compromiso con Cristo. O
J esús lo vale todo, o puede resultar costándonos todo
aquello que consideramos más valioso que él.
Jueves de com un
ión El amor no acaba
(Juan 13:1-20)
E S e ño r n un c a d e j d e s o rp r e nd e
i e ra c u s e e n co n tr ab a a p o c a s h
q Je s ú s n os , ni si -
a n d o ora s d e qu e
l
u
sus manos fueran clavadas en la cruz. Esas manos
que son lo suficientemente fuertes para sostener
el universo, pero tan tiernas que sirvieron para
tocar a los enfermos y a los niños, están a punto de
enseñar- nos una valiosa lección. En una escena
cargada de significado, el Señor va a usar sus manos
puras y pre- ciosas para lavar los pies sucios de sus
discípulos.
mcoennlzaótoaalallavacrolnosqupeieessdtaeblaoscdeñisicdípou(vl
o. s4, -y5 )a enjug ar los
“P u e el S eñ o M a e s t ro , he la v a d
p ie s , s ta m b i é is l a v a r os los p i e s
s si y o
vo so t r érnydeebl o v u e s tr o s
lo s u n o s a
,
o
los otros.” (13:14).
El Señor culmina esta lección haciendo de ella una
nor- ma para su pueblo. Él no permite que esta
acción que- de simplemente en buenas intenciones.
Sus acciones y su carácter se convierte en el modelo
para la conducta de su pueblo. Nosotros debemos
conducirnos como e maestro lo hizo
Más tarde lo repetirá de esta forma: “Un mandamiento
nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo
os he amado, que también os améis unos a otros. En
esto conocerán todos que sois mis discípulos, si
tuviereis amor los unos con los otros.” (13:34-35)
No seremos bienaventurados solo por saber estas
co- sas, por sentir algo de emoción y de contrición en
un día como hoy. Como el Señor dijo: “Si sabéis estas
co-
sas, bienaventurados seréis si las hiciereis” (13:17).
Vi er nes San to
naes?,
t¿oEdsavtoíadasveínatierl aslegrunhuamaisneoricaopra
dziadpeoarlgeostapseopreqrsuoe- lo que ya hemos
relatado? La respuesta es afirmativa.
Vamos a acercarnos al momento en que J esús está
pendiendo en la cruz a escuchar las siete palabras. Sin
embargo, en esta ocasión no nos referimos a las siete
palabras de la cruz, las que Jesús pronunció al estar
allí, que la tradición ya ha consagrado. Escucharemos
las siete palabras a la cruz. Las palabras que la gente
qrauefileastduivriogienroanqaueJlemsúosm. Peanltaob,
reaspeqcuteadbourescsaebnanprqimue- brantar su
espíritu. Porque quiero que recordemos, que la
cuenta regresiva no es tanto de J esús, sino de
nosotros, que podemos estar, como los soldados, al
pie de la cruz, jugando a los dados. Tan cerca de la
cruz, y tan lejos de Cristo. ¿Cuál de estas palabras o
reaccio- nes representa nuestra respuesta a la cruz?
Veamos, pues, estas siete palabras:
nq t ie n e n u n
n o p u e d e roefrsepcoinmdiern.toPaqrua
eus h a c e r, p e ro q u e c re e n
el lo s , C ri s to es t á e n s u s
e
manos, pero si fuera capaz de zafarse, creerían en él.
La oferta es diabólica. Describe de manera clara lo
que sería la salvación desde un punto de vista
humano. Se presenta atractiva porque ofrece fe a
cambio de que Cristo baje de la cruz. Solo eso, ¡pero
qué condición! Quieren eliminar del cristianismo algo
que pertenece a su esencia: el sacrificio expiatorio de
Cristo.
Sin embargo, la tentación persiste hasta nuestro tiem-
po, y muchas iglesias han caído en la tentación. Han
removido, minimizado o menospreciado la cruz de
Cristo. Prefieren un cristianismo sin cruz, una vida
cristiana sin sacrificio, un mensaje que no ofenda a la
gente. Diluimos conceptos como el pecado, y, al
hacer- lo, la gente no ve la necesidad de un
Salvador. Pero,
¿por qué no hacerlo? Al fin y al cabo, mucha más
gente vendría a nuestras iglesias. Sin embargo, aun
cuando Cristo podía llamar a una legión de ángeles
no sucum- bió a la tentación, y tampoco sus
seguidores debemos hacerlo.
3. La palabr a de la malicia bl asfem a
Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere; porque ha di-
cho: Soy Hijo de Dios. (Mateo 27 :43)
vcoisridóina
daicscteodrseioananduaesdtreaDpieotsi,ciaóun. Tsoi
tdoesetninjouegteor,nyoedlleoslanhouamlcaniz omen-
dandaecsotambparendesrelom.
L os t i e m po s p u e d en c a m b ia r ,
la ig l e s ia s eg u i rá n in c ó lu m e s .
p er o lo s fun d a m e n t s d e
M i en tr as q u e P a b lo d e - fiende el
mensaje de la cruz en el capítulo 2 de esta carta, su
defensa de la resurrección la va a realizar en el
capítulo 15. En este capítulo va él a mostrarnos la
vigencia y relevancia de estas doctrinas.
La m uert e y la resur r ección de Cr isto son las v er
da- des centr ales de la fe cristi ana
ie p o rt a n t e s, e l c o r a z ón de l
sa c r if ic i o e x p ia t o r io de C
m e v a n ge l io s
r is t o y s u r esuernrecucceinótnravein-
l
dicatoria. “Creemos que Jesús murió y resucitó” (1 Tes.
4:14) es el resumen de la fe cristiana. Pablo reafirma
esto al mostrarles a los corintios que este es:
• Es el evangelio predicado por los apóstoles. “sea
yo o sean ellos, así predicamos” (v.11)
• Es el evangelio recibido por los corintios: “el cual
también recibisteis, en el cual también perseve-
ráis” (v.1)
• Es el evangelio por el cual los corintios han sido
salvados: “por el cual asimismo, si retenéis la pa-
labra que os he predicado, sois salvos, si no
creís- teis en vano” (v.2).
La muerte y la resurrección de Cristo son verdades
v er if icabl es de la f e cri st iana