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"Soluciones, Hallazgos e Invenciones en el tratamiento de las Urgencias".

Pausa — Buenos Aires — martes 27 noviembre 2018

Hacer el par, en la urgencia

Guy Briole

En las prácticas psi, en cuanto se evoca la urgencia ¡hay una urgencia!


Entonces ¿cómo responder a ella? Al uno por uno de los pacientes
encontrados en situaciones marcadas por diversas modalidades de peligro,
hemos de pensar, inventar respuestas adaptadas. Invención es: ¡aquí y
ahora!
Frente a la urgencia, la prioridad inmediata es el restablecimiento del lazo
con el sujeto. Es también una cuestión para los psicoanalistas sobre la cual
Lacan se interrogaba: ¿cómo responder a la urgencia en la que puede
encontrarse un sujeto si no es intentando “hacer el par”1 con él?,
restableciendo un lazo de palabra cuando, en la urgencia, el sujeto se
encuentra rechazado fuera del campo del Otro, en el cual no se puede
sostener.

La medicina moderna sabe enfrentarse a las situaciones de urgencias –a su


manera. En el siglo XXI ¡todo es urgencia! Los servicios de admisiones y de urgencias
[SAU en Francia] han llegado a ser el lugar de proyección donde se concentran todos
los desórdenes: los del cuerpo, los de las conductas transgresivas, los de los malestares
sociales o familiares. Han llegado a ser un problema político.

El psicoanalista, frente a estas contingencias del desencadenamiento de lo real,


no interviene en un segundo tiempo. Está allí de entrada por la existencia del sujeto, en
su relación a la palabra, aunque la urgencia la cortocircuite bastante a menudo. Le
corresponde a él encontrar, mediante su acto, la forma de restablecer su eficacia.

La urgencia en el estado de urgencia

1 Lacan, J., “Prefacio a la edición inglesa del Seminario 11”, Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012,
p. 601.
Desde los dramáticos atentados que han tenido lugar en Francia, en enero de
2015, hemos vivido durante tres años bajo un régimen especial de restricciones de las
libertades y de vigilancia que responde a un dispositivo legal: el estado de urgencia. La
paradoja es que el estado de urgencia llega cuando la urgencia ya ha pasado, cuando el
drama ya ha tenido lugar. Se supone que previene su retorno, pero nadie se pone de
acuerdo respecto a la apreciación del riesgo ni sobre los medios para remediarlo. Se
establece posiblemente para confortar al ciudadano haciéndole saber que otras
situaciones de urgencia le han sido evitadas; eso se denomina “desenmascarar una
intención de atentado”. El 11 de enero de 2015 los terroristas atacaron la libertad de
expresión masacrando periodistas de Charlie Hebdo, mientras que el 13 de noviembre
de 2016 golpearon la vida, la juventud, los cuerpos libres. Los dos atentados nos han
apuntado a todos. Nuestra subjetividad ha sido alcanzada; el terrorismo, como palabra,
concepto, amenaza, no es subjetivable. Permanece como un real que la contingencia
puede volver traumático para cualquiera; en cualquier momento.

Lo real no vuelve más al mismo lugar; puede surgir en cualquier circunstancia


volviendo la probabilidad del mal encuentro siempre posible, esta vez para todos, no
solamente para los militares o los policías. El lazo social fragilizado, marcado por una
cierta desconfianza hacia los demás –sobre todo hacia aquellos cuyas pequeñas
diferencias son más visibles– produce el caldo de cultivo de la inminencia de urgencias
en los sujetos cuya subjetividad, incluso patología, les hace propicios para estas
eclosiones, con un gran riesgo para su vida, la de los otros, así como la perennidad de
los bienes.

Digamos, para completar este abordaje de las situaciones de excepción, que la


guerra, como lo ha subrayado Freud, vuelve las situaciones de crisis o las enfermedades
mentales menos visibles –el peligro real y los ideales encubren una parte de la locura–;
en cambio el estado de urgencia aumenta la angustia, los miedos, los riesgos de pánicos
aislados o de grupo, las manifestaciones incontroladas, psíquicas y corporales.

Esta nueva situación ejerce sobre nosotros, sobre nuestros cuerpos, una coerción
que la incertidumbre vuelve más ansiógena, más persecutoria para algunos, más
desesperada para otros, y generadora para todos de una pérdida de control.

2
Es en este contexto donde la urgencia puede surgir en cualquier momento. Y,
cuando está allí, ya es demasiado tarde.

Eso no quiere decir que no haya nada que hacer. Al contrario. Todo queda por
inventar, inmediatamente; urge restablecer un lazo de palabra con aquel que se ha
cortado del Otro. ¿Cómo hacer el par con él; en la urgencia?

Una estrategia para una práctica

La cuestión de la urgencia es central en las prácticas hospitalarias y pre-


hospitalarias. Es esta última la que ha experimentado más evolución en los últimos
quince años. Incluye también las Cellules d’Urgences Médico-Psychologiques [CUMP],
las Células de urgencias médico - psicológicas.

Dos tesis se enfrentan y se desprende una tercera. En el inicio de esta medicina


pre-hospitalaria, hubo una constatación simple: los heridos graves fallecían durante el
transporte. Era, pues, in situ donde el herido necesitaba cuidados que lo “estabilizasen”.
Este método “a la francesa”, el stay and play –literalmente “quedarse y jugar”– consiste
en “actuar in situ”. Es el hospital el que, por medio de una estructura médica móvil, se
desplaza lo más rápidamente posible junto al herido.

En los Estados Unidos, país de la racionalización estadística y económica,


notaron que los traumatizados graves fallecían en la primera hora. Había que llevar el
herido lo más rápidamente posible al Trauma center. Fue el método scoop and run
[sacar y correr], que se opondría al anterior.

La reflexión en Francia integra cada vez más la noción de tiempo en sus criterios
cualitativos y se mantiene como objetivo “la hora de oro” en la cual todo el mundo
parece estar de acuerdo. Por tanto el play and run, el “actuar y correr”, es lo más
conforme con la ética de la práctica en Francia.

“Actuar y correr”, cierto, pero con un orden concertado. Esta fórmula no tiene
sentido más que si inscribe la acción en una determinada estrategia de atención, en una
red de cuidados que sitúa al final de la cadena, a los interlocutores adaptados a las
situaciones.

Bien, hace falta una doctrina para una estrategia. ¿En qué eso nos concierne?

3
¡Es una doctrina que no es doctrinaria! Es adaptativa. Necesita una formación de
muy alto nivel, un mantenimiento de competencias, un sentido común sólido, un
espíritu de equipo, un sentido de la iniciativa concertada; también transparencia y
trazabilidad. ¡Parece el opuesto de lo que hace, habitualmente, el psicoanalista! Pero,
seguiremos atendiendo en urgencias.

Decididamente sí, nos concierne. Nos concierne tanto más cuanto que el
concepto de urgencia se ha extendido, más allá de las urgencias médico-quirúrgico-
psiquiátricas clásicas, a numerosas situaciones subjetivas de sufrimiento o de conflictos
familiares, de parejas, a momentos de desamparo psicosocial, a estados de precariedad o
impasses profesionales –siendo el burn out el velo púdico que oculta momentos de
perturbación que requieren una respuesta con urgencia.

Lo decía al inicio, los servicios de urgencia son actualmente el lugar donde se


desatan los dramas de una sociedad que se desmonta. La respuesta no puede consistir en
una molécula, por mucho que actúe sobre la angustia o las manifestaciones
desordenadas del cuerpo en la urgencia. Es necesario que haya también una respuesta en
acto que tome en cuenta la dirección del que acude a urgencias. El psi está allí, más que
en cualquier otro lado, implicado en su responsabilidad de no dejar creer que hay una
respuesta biológica al malestar individual y social. ¡No hay medicamento contra la vida!

Las urgencias en psiquiatría

En las prácticas psi, la urgencia está desde siempre, presta a manifestarse bajo
múltiples formas: subjetivas, somáticas, sociales, institucionales. Marca la ruptura
repentina de un equilibrio, la cual provoca un estado de crisis en el sujeto.

En nuestras prácticas, apenas se piensa, se evoca una urgencia, ya estamos en la


urgencia. Oscar Zack hacía notar que en la urgencia hay una contracción del tiempo
lógico que hace que, en cuanto surge el tiempo de ver, se presenta con una precipitación
imparable el momento de concluir, cortocircuitando el tiempo para comprender 2.

2 Zack O., « L’urgence : un nouveau sophisme ? » in : États d’urgence en psychanalyse. Quarto, octobre
2016, n° 114, p. 41.
&http://ix.jornadasnel.com/template.php?file=Textos-Videos-y-Entrevistas/Textos/16-07-14_La-
urgencia-un-nuevo-sofisma.html
Zack, O., “La urgencia: ¿un nuevo sofisma?”, en IX Jornadas de la NEL. Violencias y Pasiones. Sus
tratamientos en la experiencia analítica, on-line.

4
Así pues, como en psiquiatría, la coyuntura del pasaje al acto puede surgir en
cualquier momento. Sostengo que en la práctica de la psiquiatría todo es urgencia.

Aquella mañana todo estaba tranquilo en el servicio. De repente un grito


desgarra la calma. El electricista que estaba instalando un enchufe eléctrico iba
charlando con dos pacientes que miraban cómo trabajaba. De repente uno de
ellos se apodera bruscamente de su taladradora eléctrica y se perfora la caja
craneal a la altura de la sien. Es un drama que nadie vio venir. ¡Ni rastro de
melancolía, ni esquizofrenia, ni ideas suicidas enunciadas! ¿Entonces? ¿Un
relámpago mientras veía al electricista perforar el muro? No lo sabremos
jamás; y, sin embargo, hay que poner palabras allí donde para siempre faltarán
las de aquel que fue preso de una locura repentina.

Abordemos sucintamente las urgencias que separaremos entre urgencias


psiquiátricas y urgencias médico-quirúrgicas con expresión psiquiátrica.

Las urgencias psiquiátricas

Ustedes ya las conocen, pero solo querría insistir en algunos puntos.

En primer lugar, situaré la melancolía con la búsqueda incesante de la muerte,


pero también los momentos de viraje donde “es la excitación maníaca por la cual ese
retorno [de lo real] se hace mortal” 3, sin olvidar lo que se acostumbra a llamar les
queues de mélancolie, los coletazos de melancolía, donde se constata una mejora
inesperada. La serenidad exhibida por el paciente contrasta radicalmente con la tortura
moral que experimentaba los días anteriores. Ese momento de alivio que vive el
melancólico, lo comparte con nosotros cuando ha tomado su decisión y se siente
liberado de la vida. Basta con un instante de relajamiento de la vigilancia y ya se ha
dado muerte, irremediablemente.

En el margen de un pasaje al acto

Esta mujer joven está desesperada; un dolor moral la arrastra más allá de los
remordimientos o la culpabilidad. Las palabras no albergan nada de lo que la
conmovía antes. Se vive a sí misma como un peligro para su hijo y no ve otra

3 Lacan, J., “Televisión”, Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 552.

5
solución más que darse la muerte para aliviarlo de su presencia ruinosa. El
analista sabe que confortarla sería precipitarla. En esta urgencia de la vida, el
analista se oye a sí mismo decirle: “el niño que yo pude ser en el lugar donde
está su hijo hoy, pese a todas las dificultades que vivía su madre, siempre
prefirió que ella se quedara a su lado”. Tanto el analista como la analizante
quedan pasmados ante este enunciado. Ella dice con gran emoción, el rostro
alterado, que está sorprendida por haber, en este mismo instante, vuelto a sentir
amor por su hijo. Este acto único no es un prêt-à-porter para repetir en
circunstancias análogas.

A continuación, hemos de insistir en las psicosis esquizofrénicas, ya sea en el


desencadenamiento, esos momentos iniciales de invasión crepuscular, ya sea en los
momentos fecundos. Solo subrayaré un punto: es menos la obediencia a las voces lo que
provoca el pasaje al acto, que cuando el paciente, abandonado por ellas, se acuerda de lo
que le ordenaban.

Por último, el paranoico perseguido o celoso puede, se sabe, habiendo llevado


su combate hasta el extremo del camino de la injusticia, querer salvar su honor dándose
la muerte, a veces después de haber matado a su perseguidor designado o a su rival, o a
su pareja.

Las urgencias médico-quirúrgicas con expresión psi

Las mencionaré, aunque solo sea porque se debe tener siempre presente esta
eventualidad, cada vez que aparece una discordancia clínica. Piénsese en las grandes
crisis de angustia que enmascaran un infarto de miocardio, una embolia pulmonar, una
colecistitis aguda, una crisis de cólicos nefríticos…

La confusión mental, con ese tono gris tan característico del pensamiento, puede
ser la expresión de una meningitis, un paludismo con falciparum, un tumor cerebral de
principios, un accidente vascular cerebral, un desorden glicémico, un desequilibrio
hídrico, etcétera.

Por último, estados intrincados que mezclan patología psíquica y somática. Por
ejemplo, la enfermedad de Basedow: el hipertiroidismo.

6
Las urgencias subjetivas. Una perspectiva psicoanalítica

En la última frase de su texto de los Escritos, “Del sujeto por fin cuestionado”,
Lacan afirma que “habrá psicoanalista para responder a ciertas urgencias subjetivas” 4.

Un punto en el que Lacan insiste: antes de saber lo que hace un psicoanalista, es


necesario que haya psicoanalista5. El psicoanalista no es un puro concepto; es el que
ocupa un lugar en acto. Este acto ni es ritualizado, ni protocolizado, ni calculado. Es lo
que surge en el instante y que se verifica por sus efectos après coup. Esta aproximación
al acto vale tanto en la consulta como fuera del confort de esta.

Partamos de lo siguiente: si bien una parte del sujeto está capturada por la
urgencia, otra se mantiene en la referencia al Otro. Puede ser esta una definición de la
urgencia subjetiva. Y es independiente de la estructura, de los trastornos existentes o de
los antecedentes.

El pasaje al acto, por el hecho de ser salida de la escena, corte temporal con el
Otro, no descalifica al analista como interlocutor de la urgencia. Lo pone al pie del acto,
o sea au pied du mur, al pie del muro –entre la espada y la pared, en castellano– para
“hacer el par”6 con él, restableciendo un lazo de palabra, allí donde, en la urgencia, el
sujeto se ve rechazado fuera del campo del Otro, del cual no se puede sostener.

La urgencia subjetiva se caracteriza por ser una crisis de la relación con la


palabra. Algo ha desgarrado el lazo de palabra, ha hecho un agujero, un troumatisme,
según el neologismo creado por Lacan7.

Crisis, urgencia subjetiva y trauma

Aunque la crisis no sea, en sí, un concepto psicoanalítico, es una cuestión seria


para el psicoanálisis. Se define, de forma general y en ámbitos diferentes, como un
ataque brusco, un desequilibrio, la manifestación acentuada de un sentimiento, etcétera 8.

4 Lacan, J., “Del sujeto por fin cuestionado”, Escritos, vol. I, Madrid, Siglo XXI, 1984, p. 226.
5 Idem.
6 Lacan, J., “Prefacio a la edición inglesa del Seminario 11”, Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012,
p. 601.
7 Lacan, J., El Seminario, Libro 21, Les non-dupes errent, sesión del 19 de febrero 1974, inédito.
8 Briole, G., “El trauma, momento de crisis por excelencia”, El psicoanálisis, n° 27 (2015), pp. 34-41.

7
Puede ser espontáneamente resoluble, pero también desembocar en una urgencia. Se
podría decir que la crisis es un “estado nativo” de la urgencia subjetiva.

Para el psicoanálisis la crisis es, antes que nada, crisis de lo simbólico y, en


consecuencia, manifestación de lo real, un real desordenado, sin ley. Así, queda
planteada la proximidad de la urgencia, la crisis y el trauma, anudados en un parlêtre
cuya demanda hay que saber captar en este desamparo pasajero.

La sociedad está, dicen, en crisis. Sería incluso presa de múltiples crisis –


sociológica, económica, política–, pero también de una crisis de valores, de lo religioso,
del poder, de lo simbólico, etcétera. Que esta iteración de las crisis esté en relación con
lo que se ha tomado la costumbre de designar como la caída del Nombre-del-Padre, no
da cuenta de lo que es un sujeto, un parlêtre del siglo XXI, en crisis. A lo sumo muestra
que el sujeto moderno puede volverse, como sus predecesores, camaleón respecto a su
época. Salvo que lo que está en juego en cada una de ellas puede diferir, en particular en
cuanto a los modos de regulación del goce: mediante la interdicción en el pasado,
mediante objetos propuestos por la ciencia hoy.

He aquí el sujeto presa de la imposible conciliación de la felicidad prometida


para todos y que permanece inaccesible para él. Es en este intervalo donde yace la crisis
que invade al sujeto, sobre todo porque traslada a los demás que le prometen la felicidad
lo que oculta en él, por querer a todo precio evitar, por ejemplo, confrontarse con la
castración.

Quiere obtener del analista “las claves para la regulación de su goce” y, para eso,
reclama el saber hacer que supone al analista. Demanda un bricolaje rápido para
contener lo que lo asalta, poner fin a su malestar. ¡Urge!

La crisis está ligada a la temporalidad. Se podría incluso declinar una clínica


diferencial de las crisis en relación con el tiempo. “Hay también la crisis que hace
efracción, que pasma, que petrifica el tiempo, como en el traumatismo”9.

La crisis es, como el trauma, efecto de un encuentro; es una ruptura en relación a


un estado anterior. Así, la crisis concentra algo del acontecimiento y de la contingencia.

Por tanto se encuentra en estos puntos una similitud con el traumatismo. En


ambos casos, el sujeto identifica una causa exterior a él; unas veces en relación con el
9 Ansermet F., La crise, entre l'entaille et le temps. Nota acerca de Attese de Lucio Fontana, 1963, la
obra elegida para el cartel del XVII Congreso de la NLS, “Momentos de crisis”, Ginebra, 9-10 de mayo
2014.

8
modelo social, otras veces con el acontecimiento. Si bien ocurre que piensa que eso le
hace víctima de su época, eso no invalida que sea un sujeto responsable.

Plantear la cuestión de la crisis es plantear la de la responsabilidad de un sujeto.


No es su tendencia habitual: la degradación del lazo social y el rechazo de los valores
ligados a lo simbólico acentúan aún más la tendencia a trasladar al campo del Otro el
origen de todas sus desgracias. Sin embargo, insiste Lacan, tanto si se quiere como si
no, “de nuestra posición de sujeto somos siempre responsables”10.

La urgencia a dos tiempos de la vida

La adolescencia: el ataque del cuerpo y de la vida

El adolescente manifiesta un malestar general que concierne tanto su situación


en el campo social y familiar como su cuerpo, al cual maltrata por no saber cómo
amarlo ni hacerlo amar por otros.

En la evolución actual de la sociedad marcada por la radicalización del consumo,


lo que parece ser un verdadero peligro para los adolescentes es lo que llamaré “el
consumo del propio cuerpo”.

Antaño se hablaba de “quemar su vida”; hoy es el cuerpo el que es atacado con


drogas poderosas, alcohol y prácticas que marcan: piercing, incisiones, rituales fuera de
contexto, cortes de una parte del cuerpo como signo de pertenencia. Donde antes un
significante designaba a un grupo, hoy una marca en el cuerpo dice el reconocimiento.

Este “autoconsumo” de sí mismo, esta puesta en juego del cuerpo a riesgo de


perderlo, es la preocupación más específica respecto a los adolescentes actuales.

El adolescente es de riesgo, dicen.

En sus relaciones de amor a los padres, el adolescente hará surgir la idea, la


amenaza de su muerte –incluso, la pondrá en juego. Aquí la clínica es diversa, trátese de
conductas suicidas reales o disfrazadas, conductas de riesgo donde la muerte se pone en
juego y cuyas salidas estarían dejadas al azar, o de conductas toxicomaníacas,
anoréxicas, etcétera.

10 Lacan, J., “La ciencia y la verdad”, Escritos, Madrid, Siglo XXI, 1984, vol. II, p. 837.

9
Se le escapa al adolescente, enamorado de la libertad y a la que reivindica a
título de la vida, que es allí justamente donde lo lleva, y que la puede perder.

Paradojas del sujeto anciano

El sujeto mayor, a pesar de las experiencias de la vida que debieron llevarlo a un


apaciguamiento, no está en paz y, alrededor de él, hay cada vez menos personas a las
cuales pueda dirigirse.

¿Qué decir, qué hacer con esta soledad que los años refuerzan, con este
sentimiento de “destino perecedero”11 que empuja tanto a la aversión como a la rabia
contra la realidad biológica y su marca de tiempo? Entonces hay que vivir con los
recuerdos, a menudo retocados.

Ninguna originalidad hay en decir que con la edad llega la familiaridad con
aquello que se aproxima a un fin. Sin embargo, eso no produce ningún conocimiento,
ningún saber sobre la muerte. Entonces, el que se acerca a ella puede llegar a esperarla,
a precipitarla, para que todo eso por fin cese.

Salir de la escena de la vida para escapar a la muerte, esta es la paradoja del


sujeto anciano, de aquel que, al cabo de una larga vida, se precipita hacia el reposo.

Tanto el sujeto anciano, como el adolescente, pagan un pesado tributo al


suicidio.

Urgencias en situaciones de excepción

Las funciones que he podido ejercer y el lugar que he ocupado en la orientación


de la psiquiatría militar en Francia me han confrontado a situaciones concretas y a
menudo inesperadas. He sacado algunas enseñanzas que querría compartir con ustedes.
Entre las más destacadas, citaré la liberación de rehenes de Líbano, una toma de rehenes
en la prisión de Fresnes, otra en una guardería de Neuilly y las secuelas de una
explosión de la planta química AZF de Toulouse en septiembre de 2001. No olvido por

11 Freud, S., “Lo perecedero”, Obras Completas, Madrid, Biblioteca Nueva, 1981, vol. II, pp. 2118-
2120.

10
supuesto el atentado de Atocha, la estación de trenes de Madrid, el 11 de marzo 2004, el
11-M.

En cada situación, hubo que inventar en función del lugar –a menudo el lugar de
los otros, no la consulta ni la institución– y de las circunstancias. Durante los tiempos de
viaje a los lugares, a menudo me preguntaba cómo me iba a manejar. Finalmente jamás
establecí a priori una conducta que mantener. ¡Jamás me protocolicé! De hecho, me
atuve siempre a los avatares del encuentro. Esta posición subjetiva no deriva de un “ya
se verá”, de una negligencia, aún menos de una pretensión, sino de lo que se aprende del
psicoanálisis: permanecer abierto a los riesgos de la sorpresa.

Desarrollé una modalidad de acción inspirada en el debriefing, tal como puede


practicarse en ciertas operaciones militares donde la vida de todos está puesta en juego,
no solamente a causa del adversario, sino también por lo que cada uno tiene que hacer
para la seguridad de todos. ¿Qué puede hacer el psicoanalista con esta práctica? Son
puntos que desarrollé con mucha precisión en un texto: “Después del horror, el
traumatismo”12.
Para ir a lo esencial, lo que puede justificar el debriefing, lo que puede guiar
nuestra acción, lo que puede ser el objetivo aplicado al grupo, es: sacar al grupo del
aislamiento y soltar el sujeto del grupo.

Los rehenes de Líbano


Cuatro rehenes franceses en Líbano, dos diplomáticos, un investigador y un
periodista, fueron liberados por Hezbollah el 4 de mayo de 1988, tras tres años de
detención en condiciones de las más violentas y traumatizantes. Estoy cenando en
familia con amigos; una llamada del Ministerio me informa que un coche está en
camino hacia mi domicilio. Parto en misión sin saber el destino; mi pasaporte y unos
pocos efectos personales bastarán. Conducido al aeropuerto militar, es solamente
cuando el avión ha despegado, dentro del cual me hallo solo, que me dicen que los
rehenes están a punto de ser liberados y que estaré sobre el terreno, junto con el
Ministro del Interior que viaja por su lado en otro avión, para ocuparme de ellos antes
de su retorno a Francia. Me comunican que están muy mal; están agitados y dicen cosas
incoherentes. Cuando llego a mi destino, el ministro ya está allí y rápidamente aterriza
otro avión que desembarca tres rehenes –falta uno–. Se tambalean, tiemblan, se cogen

12 Briole G., “Después del horror, el traumatismo”, El psicoanálisis, N°27 (julio 2004), pp. 57-67.

11
por la mano y se declaran “hermanos de cadenas”; no se separarán jamás. El ministro se
vuelve hacia mí y me dice antes de desaparecer: “Doctor, tiene usted una noche para
hacerles recobrar la compostura”.
En este instante, en esta triple urgencia, guiado por lo que había aprendido del
psicoanálisis –de la mía, de la enseñanza de Lacan y su concepción del uno en el grupo–
¡inventé el debriefing psicoanalítico!
Jacques-Alain Miller publicó en Ornicar?, número 48, un texto corto, “Rentrer
captif”,13 “Volver cautivo”, donde escribí sobre esta experiencia. Mantuve los
“encadenados” juntos, tratando de distinguir en la mezcla de significantes, en esa
logorrea a tres, lo que era la historia de cada uno. Pronto en este uno para todos se
manifiesta el cada uno para sí. Es lo que se trataba de captar y, digámoslo así, se trataba
de restituir a cada uno los significantes de su propia historia. Ese trabajo paciente y
minucioso prosiguió a lo largo de toda la noche. Querían ver el sol salir sobre “su
libertad recuperada”. Pero más allá de esta primera alba, ¿cómo vivir esta libertad, pero
también la vergüenza de haber sido capturados, de haberse comportado cobardemente,
etcétera? No obstante, el punto central es saber qué lugar les habrá quedado al lado de
sus prójimos, sus esposas por supuesto, pero, por encima de todo, una pregunta los
atormenta: ¿qué lugar les han guardado sus hijos?
Vivieron lo que es la ficción de padre: nada les ha protegido del derrumbamiento
que se ha producido para ellos en este cautiverio. Una discreta punta mística puede oírse
al respecto. “Volver cautivo” –una parte de ellos ha quedado allá, enganchado al mal
encuentro. A la vuelta, sobre el tarmac de la pista, uno de ellos no fue hacia su hijo,
esperó a sabiendas que el hijo viniera hacia él –me lo dirá él mismo: “quería saber si me
iba a reconocer”–.

Madrid, después del horror


Hablaré con un poco más de detalle de la experiencia dramática de Madrid, la
del 11 de marzo de 2004 –el 11-M, como lo nombran en España–. Debía el 13 de marzo
dar una conferencia sobre Paul Claudel. Tuvieron lugar los atentados, estuve en la
manifestación con el pueblo español y al día siguiente estaba dando una conferencia
sobre el traumatismo. Montamos entonces una “red asistencial” para recibir a los que lo
desearan. Fui varias veces a Madrid a trabajar con nuestros colegas madrileños y

13 Briole G., « Rentrer captif », Ornicar ?, n° 48, 1989, p. 134-137.

12
tuvimos que inventar, según el uno por uno de los traumatizados, pero también de
grupos que pertenecían a comunidades de extranjeros, religiosas, etcétera.

He aquí cómo se planteaba de entrada para el psicoanalista la cuestión de la


urgencia de una ciudad traumatizada por una violencia repentina y brutal: ¿qué podía
decir?, ¿qué podía escuchar?, ¿qué podía hacer?

En esta situación, se trata de saber cómo un psicoanalista, varios psicoanalistas,


pueden hacer el par con un colectivo, el de los traumatizados.

Lo que tenemos como base de partida:

− Madrid ha sido objeto de un acto de barbarie.

− Una ciudad ha sido atacada con un objetivo preciso, calculado, odioso y ciego.

− El azar ha concernido a todos, más allá de las víctimas directas.

− 11-M es el nombre del traumatismo.

− 11-M se propaga como una onda expansiva en la ciudad y más allá de ella.

¿Cómo el psicoanalista –en acto– puede hacerse presente en la Ciudad en un


momento como ese?

− Para un cierto número de los que han sido traumatizados, la palabra prolifera
sin punto de capitón, mientras que para otros queda bloqueada en su pasmo
traumático. Tanto si se queda en silencio como si se expresa sobre la
modalidad logorreica, le falta al sujeto el lugar del destinatario.

− El psicoanalista no es especialista de ninguna escucha selectiva de los


síntomas: no hay tampoco especialistas en traumatismo. ¡Hay psicoanalistas!

− El psicoanalista es el que puede –desde su lugar que es siempre particular–


hacerse el destinatario de la palabra acelerada o bloqueada del sujeto
traumatizado. Es un punto de partida fundamental para evitar cualquier
confusión.

− En este sentido, crear una red asistencial no es –incluso en este tiempo– crear
una red específica del traumatismo. Es así cómo, en la urgencia, con esta
respuesta en acto que requiere el traumatismo, una escucha del sufrimiento
es propuesta.

13
− Así pues, esta respuesta al acontecimiento no es un acting out. Es un acto
como respuesta a la actualidad y también un primer paso hacia el
establecimiento de un proyecto que deberá desarrollarse más allá del
traumatismo.

− El 11-M produjo el efecto de inducir una respuesta, que se inscribe, desde


ya, en un futuro que va más allá del contexto dramático actual.

− El 11-M no debe quedar como el significante de identificación de las


víctimas, sino que deberá transformarse en un significante del rechazo a la
barbarie. ¡Eso, nunca más!

Urgencias paradójicas

Mayo 1993: Neuilly. Toma de rehenes en una guardería

Veinte niños y su maestra son rehenes de un hombre que se supone que tiene un
cinturón de dinamita y que está dispuesto a hacerlo explotar si no ceden a sus
reivindicaciones. ¡Se hace llamar Human Bomb! Ha escrito una carta de reivindicación
que me envía por fax, a las 8.00 horas de la mañana, el médico jefe de los bomberos.
Me piden que haga un diagnóstico. Es la primera urgencia.

El gabinete del Ministro del Interior me pide que venga sobre el terreno y
colabore con la policía. Es una urgencia inesperada. Me niego, a pesar de las amenazas
de sanción. Propongo hablar con el secuestrador y organizar un apoyo a las familias. Lo
rechazan. Mantengo mi posición. Encontrarán un médico “civil” que se preste a esta
mascarada y el secuestrador, simple psicótico bastante inofensivo, será ejecutado en un
ataque comando filmado, por supuesto, por la policía. Así fue también filmado el
rescate de niños, llevados en brazos por policías encapuchados, salvo uno en brazos de
Nicolás Sarkozy, él sin capucha. Era alcalde de Neuilly.

El psi debe limitarse a traer auxilio a los rehenes y a su familia. No puede, en


ningún caso, ser actor del proceso mismo de liberación de los rehenes. Aquí, con la
policía no se hace el par. El psi debe permanecer neutro y resistir a las presiones, aun
cuando emanan de autoridades políticas14. Jamás he sido castigado.

La explosión en la planta química de Toulouse. Septiembre de 2001

14 Briole, G., Vallet, D., “Prise d’otage et initiatives !”, Médecine et armées, 1994, 22, 6, pp. 459-462.

14
Al día siguiente del drama, el Jefe de Psiquiatría de Toulouse me pide ayuda.
Sus equipos están desbordados. Tomo un avión; la situación sobre el terreno no es lo
que había pensado. Son los psiquiatras y los psicólogos de su equipo quienes están
traumatizados y en un estado de angustia incontrolable. Han tenido que participar en el
acompañamiento de las familias junto a los cadáveres de las víctimas para participar en
el reconocimiento de los cuerpos, ¡la mayor parte de ellos en pedazos! Prueba terrible a
la cual no prepara ni la psicología ni el psicoanálisis. La urgencia estaba en el
debriefing de los psi. El Jefe de servicio también se colocó en el grupo.

Añadir un espacio

Podría hablarles más de todos estos momentos con los que me encontré y
ustedes también me podrían contar. Solo quería subrayar el efecto de sorpresa que se
nos puede presentar en situaciones tan alejadas unas de otras.

El psicoanalista implicado por la escucha que sabe proponer y que no retrocede


ante el riesgo del encuentro tiene perfectamente su lugar en las situaciones de urgencia.
No está allí comme une poule embarrassée d’un couteau, como una gallina incordiada
por un cuchillo. Está allí, en acto, sobre la escena social donde a veces la violencia de
los hombres o de la naturaleza hierre a los que han atravesado este real desencadenado.

Estos ejemplos concretos hacen parte de mi concepción, de mi manera de


cumplir con unos de los ejes de Zadig.

Acto, crisis y urgencia

Raramente en primera intención el sujeto en situación de crisis, a fortiori de


urgencia, consulta a un psicoanalista. Es porque estos dos acontecimientos no se
presentan a priori como condiciones favorables al establecimiento de la transferencia.
Los lugares que acogen a esos sujetos son, con mayor frecuencia, lugares médicos,
psiquiátricos, sociales, policiales, judiciales.

Sin embargo, para el sujeto en crisis, la entrada en el marco analítico transpone


esta crisis, esta urgencia, de un espacio donde nada la limita a otro donde se ofrece la
posibilidad de una escucha diferente y de la palabra. Transponer es diferente a
desplazar. Transponer es intentar circunscribir la crisis en un marco, aunque sea un

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continente imperfecto. Hago valer el espacio del marco analítico del mismo modo como
lo ha desarrollado Kernberg para los estados límite que ponían a prueba el marco
analítico. Poder localizar la dimensión subjetiva de una crisis, de una urgencia, hacer
que los acting out se puedan hablar y no producir una ruptura en un pasaje al acto, es un
paso decisivo. El analista, haciéndose destinatario de una demanda desordenada, a veces
agitada y amenazadora, intenta anudar la crisis al campo del Otro.

Este desorden se escucha. Eso no quiere decir que el analista sugiera que pueda
cambiar algo en él. Simplemente está allí, incluso con su impotencia, como interlocutor.
No tiene por qué mostrarse de otro modo; no tiene la solución a la crisis. El analista
evitará usar la sugestión tranquilizadora que pasa por la seducción, desplazando la
transferencia al que promete un mañana sin crisis. Tomar la crisis por el lado de la
promesa es ir hacia la puesta a prueba de la transferencia y el impasse donde se juegan
los acting out tanto del analista como del sujeto.

En francés existe el verbo “criser”. Tiene la particularidad de insistir sobre un


estado marcado por la repetición y una vivencia singular donde el sujeto siente que
pierde el dominio de sí mismo. Es como si el sujeto desapareciera detrás del estruendo
del desorden que lo invade. Todo lo arrastra sin que pueda hacer nada.

El acto puede tocar el punto donde se puede hacer el par con lo que, de este
sujeto, puede aún atraparse en lo que lo supera, con la parte que puede aún responder en
él.

Así pues, lo hemos subrayado respecto a la sugestión, la cuestión no es


tranquilizar, prometer, hacer un llamamiento a la confianza. El acto apunta a movilizar
lo que hace que el sujeto pueda “recobrar” lo que en él aún se sostiene. Es decir que a lo
que se apunta en la crisis no es a la conminación a silenciar lo que se dice en lo
inarticulado, sino a extraer una palabra que pueda ser retomada por el sujeto en el lazo
transferencial.

El significante crisis, como el de urgencia subjetiva, resuena en los tres registros


donde puede declinarse: derrumbe de lo simbólico, emergencia de lo real sin ley o,
también, rotura en lo imaginario con la imposibilidad de poder sostenerse en el espejo
de la época.

He aquí donde, en la urgencia, somos convocados, en tanto que psicoanalistas,


en el siglo XXI. Estar a la altura de esta convocatoria es, en primer lugar, ¡no deslizarse

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en el traje a medida del psicoanalista new-look, especialista en crisis, en urgencia! El
que se deje capturar en ese espejismo caerá rápidamente, se comprende, en crisis él
mismo, por no poder ubicarse en el acto.

Traducción: Alín Salom

Revisión: Dolores Amden

R. Seldes: Gracias Guy por esta magnífica conferencia.

Quiero comenzar con una pregunta. En PAUSA no tenemos situaciones tan


cinematográficas, me hubiera encantado estar allí, en el avión. Pero tenemos una
cuestión que la has tomado en distintos momentos de tu conferencia, que tiene que ver
con el horizonte del pasaje al acto. Desde mi perspectiva, en la urgencia, y aunque se
trate de un acting out, siempre está el horizonte del pasaje al acto. Por lo menos de eso
nos tratamos de prevenir. Lo digo mal, porque no se puede.

Nos pasa algunas veces de estar en el dilema, dados nuestros recursos que son
limitados, ya que no son como los de un hospital, de si tomar o no tomar un paciente
que tiene o ideas suicidas o ha amenazado un suicidio, o cuando ya ha hecho un pasaje
al acto. Siempre es un tema que a nosotros nos preocupa, tanto que a veces temo un
acting out de nuestra parte.

Ya que lo has planteado como que un equipo que trabaja en estos temas puede
entrar en la sugestión o en el acting out, que son los dos riesgos mayores que tiene un
trabajo en equipo. Sé que no puede prevenirse el pasaje al acto y siempre es en el uno
por uno en donde hay una apuesta. Quizás puedas, desde tu experiencia, decirnos algo
más con respecto a cuándo, no voy a decir cuándo si o cuándo no, porque no hay
criterio, pero quizás puedas decirnos algo que te sugiere esta problemática.

Gustavo Sobel: Quería retomar lo que planteaba Ricardo. Estaba pensando en


otro límite. Venimos trabajando en PAUSA en la cuestión de la admisión y de los
pacientes cuando no pueden ser admitidos. Y vos planteabas un techo, hablabas de la
distinción entre urgencias medico quirúrgicas, urgencias psiquiátricas, urgencias

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subjetivas, un aporte que permite ubicar cuándo el paciente requiere un dispositivo que
no está al alcance de lo que PAUSA puede aportar.

Guy Briole: A mi entender, no hay jerarquía de las urgencias, hay contextos.


Tampoco nosotros podemos, a ciencia cierta, prever un pasaje al acto, de forma que
muchas veces decimos cosas aparentemente elementales, por ejemplo, que si alguien
habla de suicidio, no se suicida. ¡Por supuesto que muchos lo hacen!, o que si uno ha
tomado pastillas no es grave, ¡pues sí es grave, puede saltar del décimo piso! Esta es la
cuestión central de las urgencias: deben ser pensadas siempre en relación con el
momento estructural y eso depende de escuchar lo que el paciente está diciendo en ese
momento concreto. Incluso sucede que el paciente a veces no sabe lo que está diciendo,
pero es nuestra responsabilidad “atrapar” ciertos elementos fundamentales en lo que
escuchamos.

Para responder a tu cuestión: no veo la manera de prevenir todo. La única


prevención es la escucha atenta de lo que está pasando. Cuando se produce un suicidio
en un servicio, de repente todos los pacientes aparecen como potencialmente capaces de
hacer el mismo acto y eso puede paralizar a todos los profesionales. El jefe de servicio
es el responsable de que no se cierre la puerta, de que prosiga el trabajo de palabra, sin
permitir que el servicio se vea invadido por la posible epidemia o contagio, por la idea
de que ahora se van a suicidar todos, siguiendo lo que decía Freud respecto al
pensionado de señoritas.

Volviendo a la cuestión de las urgencias que se presentan bajo la forma


psiquiátrica pero intrincadas con cuestiones somáticas, lo que me parece fundamental es
estar atentos a la discordancia que siempre se puede producir entre lo que dice el
paciente, lo que se escucha y lo que se comprende. Es solo cuando se está muy atento al
discurso del paciente que se puede percibir algo que hace ruptura, que no coincide, algo
en la manera de implicar el cuerpo o una parte del cuerpo que no encaja en la estructura
de lo que está desarrollando en ese momento. Sólo una escucha atenta puede localizar
eso. Evidentemente se necesita también una cierta formación clínica, no de la medicina,
para no precipitarse a diagnosticar y tomarse el tiempo para escuchar verdaderamente
los enunciados de un paciente. Y eso no solo en la urgencia, sino también cuando un
analizante habla de su cuerpo. En ocasiones, algo dicho por el paciente que podría ser
tomado por una alucinación, si es bien escuchado, se desvela como estar en relación con
una lesión real de un órgano. Cuando alguien viene con un discurso que incluye

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cuestiones sobre su cuerpo no debemos tapar sus enunciados con formulaciones del tipo
“es un discurso hipocondríaco, “una alucinación”, un acontecimiento de cuerpo,
etcétera. En estas situaciones, en el cuerpo del paciente siguen sucediendo cosas que
pueden estar amenazando su vida, lo que llamaría “pasajes al acto corporales internos”

Daniel Aksman: Tengo experiencia de trabajo social con urgencias. Quiero


preguntarle si podría ampliar un poco qué es la cuestión de hacer el par. Me parece que
es un punto fundamental de este trabajo. Creo haberlo ejercido un poco de modo
intuitivo. Se puede correr el riesgo de caer en ser uno más en el grupo, pero también se
corre el riesgo de no lograr ser el destinatario de esa interlocución, es decir anudarlo al
otro.

Guy Briole: Sí, “hacer el par” es el objeto de la conferencia. En el ejemplo que


he dado precisamente buscaba subrayar que lo que me sorprendió fue mi manera de
hacerlo, así como con un sujeto paranoico celoso, que estaba a punto de hacer un pasaje
al acto, lo que me surgió fue decirle “yo tengo estima por usted” y eso le apaciguó, pero
no por algo del orden de la esperanza sino porque eso estableció un lazo en la
transferencia del que se puso sostener y que le permitió avanzar en su trabajo. O
también un sujeto que hablaba de cómo los otros psiquiatras del servicio de psiquiatría
donde trabajaba lo miraban mal y lo perseguían, cosa que le producía un gran malestar,
por lo que empezaba a dar vueltas sobre un cierto pasaje al acto. Le propuse tomar las
cosas al revés, le dije “ellos posiblemente están también molestos por la manera que
usted tiene de mirarlos”. Eso cambio todo para él y pudo manejarse mejor en el servicio.

Por supuesto, no tomen esto como una receta, cada cual debe encontrar su
manera de hacer el par. Lo que si puedo decirles es lo que no hay que hacer: no hay que
dar esperanzas, no hay que apaciguar, no hay que seducir. Todo eso tiene que ver con
engañar al otro y precisamente el psicoanálisis está en total oposición.

Jacques-Alain Miller desarrolló este punto de una manera muy interesante


respecto a un caso presentado por Victoria Horne Reinoso en la Conversación clínica de
Barcelona (2018). En un momento dado, el paciente se había puesto muy mal y Miller
interrogó a la analista sobre su acto, sobre por qué lo había hecho. En la discusión se
despejó que la intervención de la analista, lejos de ser consoladora, había provocado una
crisis que permitió abrir, precisamente, lo que estaba en juego en esa situación de
urgencia. Por tanto, hacer el par también puede tomar la forma de provocar algo del
lado de la crisis, cuestión por supuesto que hay que manejar como prudencia.

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Graciela Brodsky: La pregunta es qué nos autoriza a intervenir. Tomo dos
situaciones, la situación de PAUSA, por ejemplo. PAUSA recibe pacientes, se
autoevalúan como "estoy en crisis", familiar, amorosa, etc. y la demanda proviene de
ellos. Son ellos quienes formulan una demanda, quieren ser escuchados, piden un
interlocutor y encuentran un analista que hace par a esa necesidad de poner en palabras
algo que escapa.

En los otros casos, uno de los que tú comentabas, no son los sujetos de la crisis
los que piden, es el Ministro del interior, es el Jefe de bomberos, es el Jefe de servicio y
la demanda no proviene del sufriente. La demanda no proviene del traumatizado, sino
que la demanda proviene del Estado que necesita restablecer un orden, restablecer un
funcionamiento, que tiene que resolver una situación crítica.

Un caso parece muy acorde al dispositivo analítico, en el caso de PAUSA de


responder a la demanda que proviene de aquel que sufre. En el otro caso la demanda no
proviene de aquel que sufre, y nosotros intervenimos de todas maneras, donde no nos
piden, donde no nos llaman. ¿Cómo interpretar eso? Ese hacerse presente, ofrecer una
escucha, ponerse a la par del que sufre cuando el que sufre no está haciendo una
demanda.

Guy Briole: Me parece que esa no demanda es lo que encontramos casi con cada
sujeto traumatizado. Vienen pocas veces de primera intención, sino en general después
de un trayecto muy largo. Además, ahora hay las células médico-psicológicas que se
desplazan al lugar donde se ha producido un “traumatismo”, y están también los
políticos que dicen “es un drama, es terrible”, etcétera, pero como ya la célula está en el
lugar y va a arreglarlo todo, ¡ellos pueden deshacerse de cualquier responsabilidad!

Entonces, con el sujeto traumatizado, ya sea que venga él a vernos, que lo


traigan otros, o que nos encuentre allí donde no nos esperaba –como tampoco esperaba
encontrarse una bomba o cualquier otro accidente– lo crucial es que encuentra en
nosotros alguien con quien hablar. La cuestión radica en lo que se hace y en lo que se
dice.

Durante toda una época, las células de urgencia médico-psicológicas les daban
un cuestionario a rellenar y también un texto explicativo sobre lo que podía sucederles
en algunos días o meses, tal o tal síntoma que sería la marca del traumatismo. Y con

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todo eso hacían estadísticas. Y los comportamentalistas los “trataban” pasándoles
grabaciones de atentados para desacostumbrarlos al impacto.

Sin embargo, hay un efecto de nuestro trabajo y de nuestro discurso sobre los
miembros de estas células, hoy muchos solicitan que les orientemos en su actividad, y
también hay muchos que han sostenido su posición y su trabajo a partir de la orientación
del psicoanálisis lacaniano.

Pero volviendo al punto que planteabas, Graciela, cuando recibimos a una


persona traumatizada, de entrada, nos dice que no puede decirnos nada, que no tiene
palabras para expresar lo que le ha pasado. Y también se pregunta para qué hablarlo de
nuevo si no va a ser entendido, para qué escuchar de nuevo lo que ha dicho ya mil
veces, teniendo en cuenta, además, que lo que le repiten, una y otra vez, es que
simplemente debería estar contento de haber sobrevivido.

Esa incomprensión está ahí y nosotros debemos plantearnos frente a esta no


demanda que, pese a todo, sigue siendo una demanda dado que se dirige a nosotros,
aunque sea para decirnos que no tiene nada que decir. Y debemos acoger esa no
demanda, que tomaremos como demanda, sin forzar nada, sin buscar nada,
probablemente durante periodos muy largos –dos, tres años, o más– hasta que él mismo
logré desprenderse del acontecimiento que supuestamente es causa de todo, y pueda
empezar a plantearse lo que le pasó a él en ese momento: No que no hizo explotar la
bomba sino qué le pasaba a él en su propia vida cuando surgió ese acontecimiento
inesperado.

G. Arenas: El objeto de la conferencia, hacer el par, me parece una forma muy


exitosa porque es lo suficientemente poco específica para pensar de qué se trata. Estas
células médico psicológicas también se podía pensar que es una forma de hacer el par.
Vos nos mostrás muy bien que no es la que conviene, es la forma engañosa. Entonces
tendríamos que ver de qué manera precisar de la mejor forma posible qué es hacer el
par. Es un S , es un Supuesto saber. Y más bien da la impresión, por lo que nos estas
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transmitiendo, lo que deduzco, que es buscar el semblante que convenga en ese


momento. Por eso no hay manera de decir qué es hacer el par. Quería saber si estás de
acuerdo con eso.

Fabián Naparstek: Muchas gracias por la presentación, Vuelvo sobre hacer el


par. Hace un tiempo atrás trabajé algunas experiencias, especialmente que las trabaja

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Moty Benyakar. Experiencias que hicieron en la guerra, uno de los libros se llama "Del
diván a las piedras". La idea es que van a la trinchera del soldado, con una idea que en
principio parece freudiana, son colegas de la IPA. Ellos intentan hacer hablar al sujeto
casi en el momento del trauma, tienen que estar casi en el momento que va a explotar la
bomba, con una idea de tratar de desarmar el trauma, es decir casi ir más rápido que el
trauma en la cuestión temporal. Me interesaba esta experiencia porque entendía de lo
que vos planteaste, que para hacer el par tiene que estar lo imposible entre el sujeto y el
analista, que hay que preservar lo imposible, es la única manera que se puede hacer el
par.

Oscar Zack: También en la línea de hacer el par, gran parte de tu conferencia


aporta a advertirnos que no somos psicoterapeutas en esa dialéctica con el sujeto en
estado de urgencias- crisis, traumatizado, etc., es decir se trata de sostener la asimetría,
que implica de alguna manera hacer un nuevo uso del psicoanalista, un uso no habitual
que no está regido por el clasicismo analítico, pero sí por los fundamentos del
psicoanálisis. En ese punto, pienso que la exigencia o el desafío, es como el
psicoanalista tiene el recurso para responder contingentemente a la contingencia, es
decir que no hay un uso estándar para la respuesta frente a la emergencia de ese real
encarnado en un sujeto

Mauricio Tarrab: Me parece que hay varias cuestiones que se discutieron


vinculadas con la necesidad de distinguir lo que es ser traumatizados por una catástrofe,
y el trauma en el sentido analítico. Cuando buscamos hacer el par, hacernos
destinatarios de una cantidad de libido del sujeto que en ese momento es difícil de
conseguir. Pero hacer el par es hacer pareja, es lograr que haya un movimiento
transferencial y eso solo se logra por medio de la interpretación. Tenemos que escuchar
lo que nos dicen, hacernos destinatarios de eso, esperar que llegue esa palabra y en ese
momento hacer lo único que sabemos hacer que es interpretar.

Guy Briole: Sobre la cuestión de estar ahí en el momento que va a explotar la


bomba, me pregunto quién será el que escuche el trauma de los psicoanalistas, no
estamos exentos de eso.

Finalmente, en la variedad de hacer el par hay una singularidad que quiero


subrayar. Incluso es lo que hacemos en un análisis como analistas, es hacer el par con el
imposible de decir del otro, que se puede de vez en cuando, al fin del análisis o en el
pase, aclarar sobre la relación con lo real.

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En realidad, cuando vamos a estos lugares donde hay traumatizados, nosotros
no creemos en la virtud de decir lo que ha pasado aquí, no creemos en la abreacción. No
se puede decir lo indecible. Nuestra manera de hacer el par con el sujeto traumatizado es
hacer el par con una imposibilidad de decir.

Vemos que la manera que cada uno tiene de decirlo tiene que ver precisamente
con eso. En el uno por uno de los encuentros pasa siempre algo. La cuestión es que si no
hay demanda o si uno está en el lugar donde hubo el accidente con los traumatizados,
todo depende también de la respuesta que damos nosotros al sujeto traumatizado en el
lugar mismo del traumatismo. Eso me parece el punto decisivo: la cuestión está de
nuestro lado, en cómo respondemos.

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