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ENTREVISTA:
Archivado en: Gabriel García Márquez Escritores Cien años de soledad Literatura hispanoamericana Colombia Novela Narrativa Gente Literatura Sudamérica
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«Esta es mi mejor novela, la que mejor he podido controlar», ha declarado Gabriel García Márquez a EL PAIS, en México, el mismo día en el que se ponía a la venta
simultáneamente en Colombia, Argentina y España millón y medio de ejemplares en total su última novela, Crónica de una muerte anunciada. De la primera tirada en España,
la Editorial Bruguera vendió anteayer 35.000, lo cual constituye, sin duda, un récord de lanzamiento.
R. Esta novela es de hace treinta años. El punto de partida es un episodio real, un asesinato
que ocurrió en un pueblo de Colombia. Yo estuve muy cerca de los protagonistas del drama
en un momento en que había escrito algunos cuentos, pero no había publicado aún mi
primera novela. Inmediatamente me di cuenta de que tenía entre mis manos un material
sumamente importante, pero mi madre lo supo y me pidió que nunca escribiera ese libro
mientras estuvieran vivos algunos de sus protagonistas. Y me dijo los nombres. Yo lo fui
dejando. Entonces pensé que el drama estaba terminado, pero siguió evolucionando, y
siguieron sucediendo cosas. Si lo hubiera escrito entonces, hubiera quedado fuera una gran
cantidad de material que es esencial para comprender mejor la historia.
R. Hace cinco años, después de El otoño del patriarca, cuando ya habían muerto esos
protagonistas que mi madre me había dicho. Ella lo hizo pensando que iba a escribir el
reportaje de ese acontecimiento. Es interesante ver ahora que la novela que salió de esa
realidad no tiene nada que ver con ella.
R. No recuerdo haberlo dicho, pero lo pienso de todos mis libros. La violencia en América
Latina, y principalmente en Colombia, es un fenómeno de toda su historia, algo que nos viene
de España. La violencia es la gran partera de nuestra historia.
R. Ellos han dicho prácticamente que toda oposición al sistema establecido es terrorismo,
pero hay que ser muy enfático al distinguirlo de la lucha armada, que en América Latina se ha
considerado legítima históricamente, hasta el punto de que la han ejercido los liberales que
ahora están en contra, sobre todo en mi país. Las dictaduras militares que hablan de
terrorismo lo practican ellas mismas. Yo considero que es terrorismo intentar cambiar la
sociedad mediante métodos dedicados exclusivamente a sembrar el terror, corriendo además
un mínimo riesgo personal.
R. Lo que hay que hacer en América Latina es un relevo de intereses y los que están en el
poder puede estar absolutamente seguro de que no lo van a ceder por las buenas.
Desgraciadamente creo que sin una revolución no es posible el cambio. Se pueden mejorar
las cosas, pero esos intereses tienen apoyos muy grandes, el de Estados Unidos sobre todo.
Lo más grave es que la Administración Reagan está dando ahora una consideración
primordial a América Latina con una doctrina que no considera la existencia de desigualdades
sociales centenarias. Según su punto de vista, nada de esto es cierto y lo que pasa aquí es
una operación de la Unión Soviética. Incluso a Cuba no la quieren eliminar porque sea: un mal
ejemplo, como ocurrió en los sesenta, sino porque consideran que es un agente soviético.
P. ¿No ha perdido Cuba el prestigio que tuvo durante los primeros años entre la
intelectualidad progresista europea?
R. Ese desprestigio que dice obedece a muchos factores, algunos de ellos reales, pero Cuba
ha carecido del oxígeno que hubiera necesitado para hacer la revolución que tenía que hacer.
Ha hecho la revolución que le han dejado. No hay que olvidar el bloqueo y que es un país que
recibe sus recursos energéticos de 10.000 kilómetros de distancia, a un promedio de un
tanquero cada treinta horas. Eso, quiérase o no, restringe mucho la independencia.
P. Usted, que conoce tan bien a Fidel Castro. ¿cree que la revolución cubana hubiera sido
distinta de no haber mediado el bloqueo?
R. Creo que hubiera sido la misma revolución, pero las condiciones en que estaría viviendo
serían distintas. Hay que tener en cuenta que Cuba lleva veinte años en situación de
emergencia y cualquier país del mundo en esas condiciones tiene que limitar las libertades.
No voy a decir que todo lo que se dice de Cuba sean calumnias, pero hay una parte de
contrapropaganda. Creo que las posibilidades de estudiar que tienen todas las clases sociales
son, por ejemplo, más amplias que en muchas democracias europeas. Y con esto no estoy
diciendo que no existan graves limitaciones de las libertades.
P. ¿No prefieren las izquierdas latinoamericanas guiarse hoy por el modelo nicaragüense
antes que por el cubano, precisamente porque los sandinistas están respetando más las
libertades.
P. Dejó de publicar por razones políticas y vuelve a hacerlo por idénticas razones. ¿Qué papel
le corresponde al escritor en la política de este continente?
R. El primer deber revolucionario del escritor es escribir bien, crear una literatura que
contribuya a la búsqueda de nuestra identidad. Lo que pasa es que en América Latina la
situación es tan urgente que los escritores no podemos conformarnos con escribir y de pronto
nos encontramos militando, aun sin quererlo, simplemente porque alguien llama a nuestra
puerta y nos pide un favor.
P. Con una novela tan americana, ¿cómo se explica su éxito en otros continentes?
P. Sus posiciones revolucionarias no le han impedido tener buenas relaciones con la alta
burguesía de su país.
R. Yo tengo amigos en todas las clases sociales y me lo critican no sólo las izquierdas, sino
los propios oligarcas. Pienso que son relaciones que no se pueden mantener indefinidamente,
que las propias circunstancias terminarán por romperlas, pero en Colombia aún no ha llegado
ese momento. En Chile se produjo en la última etapa de Allende, y Pablo Neruda, que se
parecía mucho a mí en eso de tener amistades allí donde fuera posible, lo lamentó. Recuerdo
que una vez que le presentaron en París un informe sobre la situación interna de Chile
comentó: «Qué lástima, ya no se puede comer con los momios (ultras), con lo simpáticos que
eran».
R. Estamos tratando de hacer la revolución para que todos vivamos mejor. Por razones
personales yo he conocido ahora todas las ventajas que tiene la burguesía como clase
dominante y que yo creo que no tiene derecho a tenerlas, que las ha robado, que pertenecen
a todos. No hay ningún motivo para que yo renuncie a esas ventajas. Me gusta la buena
comida, el buen vino, viajar bien. Para eso es para lo que hay que hacer la revolución, para
que todo el mundo viva como quiera.