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Jacopo Casiraghi
Ilustraciones de Samuele Gaudio 1
Título original en italiano:
Lupo racconta la SMA
Favole per bambini, ragazzi e genitori
sul mondo dell’Atrofia Muscolare Spinale
Autor:
Jacopo Casiraghi
En colaboración con:
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LA ATROFIA MUSCULAR ESPINAL (AME)
3
POR QUÉ UN LIBRO DE FÁBULAS SOBRE LA AME
4
L
evanto un momento la mirada de las páginas
Premisa
que contienen las fábulas de Jacopo, despla-
zo la botella que está sobre la mesa y obser-
vo a mis hijos sentados en el piso. La dulzura
me invade cuando escucho sus voces, su respiración
y su imaginación, que se desarrolla a través del juego.
Por un momento veo mi rostro en cada uno de ellos,
desplazo los anteojos que penden hacia un costado
por la sorpresa, empiezo a buscar en la habitación y
sobre los muebles a la Lechuza Sabia. No la encuentro,
evidentemente estoy soñando despierto, placentera-
mente inmerso en las fábulas contadas por Lupo que,
para salvar su propio pellejo, ha logrado involucrar a
todos los animales del Bosque con historias que nos
han abierto el corazón.
Los niños se han dispersado por la casa, uno fue a la-
varse los dientes antes de irse a dormir, otro se demo-
ra mientras guarda los juguetes. Espero el momento
de las “buenas noches”, un beso sobre la mejilla de
papá y listo, a esperar un nuevo día. Me siento per-
manentemente en camino con ellos, probablemente
hacia el Corazón del Bosque, un recorrido que ayuda
a comprenderse a sí mismo y a dejarse abrazar por la
fulgurante idea de que cada hijo es único y está lleno
de sorpresas, cada uno, con la herencia natural de ha-
ber venido al mundo, con su dosis de fuerza extrema y
de proporcional debilidad.
Estas historias dan testimonio de que no solo es po-
sible ser felices a pesar de las dificultades, sino que
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intentan compartir con nosotros testimonios sobre
...
“cómo” se puede alcanzar esa felicidad a través de
experiencias individuales cuyo valor es universal. La
flor Plantina, que aprende a escuchar y a imaginar el
mundo con las raíces ágiles que apuntan hacia la tie-
rra; la pequeña Viperina, que supera sus dificultades
y logra crear un mundo con sus colores; el joven ratón
Séptimo, que con valentía enfrenta la picadura de una
abeja porque quiere tener más tiempo para estar con
sus amigos, o bien Pequeño Jabalí, que con su gene-
rosa inocencia, ayuda a su mamá a convertirse en un
ser generoso, yendo más allá de su suerte hasta reci-
bir en el corazón un mundo de mariposas de colores.
Mis hijos ahora están en la cama, apago las luces de
la sala, enciendo la silla de ruedas y, silenciosamente,
hasta donde me es posible, zigzagueo por entre los
juguetes olvidados para ir yo también hasta mi habi-
tación. Al pasar por el pasillo, veo el rostro inocente de
mis hijos a través de la puerta semiabierta. Me vuel-
ven a la mente dos fábulas apenas leídas, la primera
es la de Cascarín, el pájaro rodante, que a partir de
su inocencia afirma siempre que: “¡Vale la pena!”, y la
historia de Pequeño Lobo, quien, gracias a la piel que
con tanto esfuerzo le dona su padre, “dormía placen-
teramente y soñaba, con el corazón lleno de alegría,
bajo las estrellas luminosas de la llanura”.
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Estas pequeñas criaturas nos regalan una enseñanza
...
transparente. Su inocencia, como la de todos los ni-
ños y niñas, debe ser preservada y tutelada porque no
tiene un objetivo, ni una finalidad, ni prejuicios. Sim-
plemente existe. A través de ellos podemos intuir la
belleza del universo. ¿Quién no se queda encantado
frente a la hermosura de las estrellas?
Todo esto es un regalo excepcional, mucho más aun si
pensamos que el autor nos lleva con él a emprender
un viaje divertido, captando nuestra atención, en la
que la fantasía y la imaginación, por primera vez en
una fábula, son la reconstrucción de hechos realmen-
te acaecidos, vividos en primera persona o a través de
la mirada de pequeños hombres y mujeres encontra-
dos al lo largo de su vida profesional.
Pienso para mis adentros que eso es lo que deberían
provocar las fábulas: Intentar llegar a nuestro corazón
y a nuestras mentes a través de lo fantástico, y con-
vencernos de que la vida siempre es bella, así como
es, en este extraordinario presente, y que, si la mi-
ramos con los ojos del amor, también puede ser más
hermosa que un sueño.
Alberto Fontana
Presidente Centros Clínicos Nemo
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Fábulas que curan.
M
Introducción ario Vargas Llosa (premio Nobel de lite-
ratura en 2010) considera que inventar
y narrar historias es una de las tradicio-
nes más antiguas de la humanidad. Se
trata de una forma expresiva que nace del hecho que
vivimos una sola vida, pero somos capaces de imagi-
nar o inventar mil vidas más. Gracias a las historias
se puede entender mejor la situación en la que nos
encontramos, superar los propios límites, vivir otras
vidas identificándonos con los personajes y las aven-
turas contadas. Desde las grandes novelas hasta los
cuentos, todas las narraciones producidas en la larga
historia de la humanidad, además del placer de escu-
charlas, nos pueden ayudar a tomar una decisión per-
sonal o provocar el progreso de la civilización.
A la luz de estas ideas he leído con placer y emoción
las doce fábulas para niños y niñas, adolescentes, pa-
dres y madres escritas por Jacopo Casiraghi -psicólo-
go y psicoterapeuta- para personas con Atrofia Mus-
cular Espinal (AME).
La ambientación es el Bosque con toda su variedad de
animales y plantas, símbolo atractivo y al mismo tiem-
po inquietante, lugar por excelencia de la desorienta-
ción, del encuentro, de la búsqueda y de la aventura
que en una mágica circularidad de eventos y coinci-
dencias termina por conducirnos a casa. Un anciano
Lobo, “un ser astuto que sabía mucho de historias”, es
la voz narradora que lleva a considerar las diferentes
emociones vinculadas con el diagnóstico y la cura de
una enfermedad que puede desorientar a los padres y
madres, así como a sus portadores.
En todas las fábulas está presente la doble identidad
de Casiraghi: la del escritor y la del psicoterapeuta.
Para él narrar es una ocasión para informar, sostener,
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curar, rehabilitar, dar esperanzas y ofrecer nuevos
...
puntos de vista sobre la enfermedad. Se podría decir
que el valor “terapéutico” está en el hecho de que el
mensaje, con elementos de comprensión compartidos
y compartibles, presenta diferentes aspectos implíci-
tos que permiten su uso personal y único. Cada lector
puede adaptar el contenido y el mensaje a su propia
situación en relación a las diversas y articuladas eta-
pas de la enfermedad y del ciclo de la vida.
A pesar de la variedad de emociones que las doce
fábulas presentan -desánimo, angustia, desorienta-
ción, miedo al futuro, sentimiento de culpa, tristeza,
depresión- en todas existe la capacidad de tener en
cuenta y activar los recursos, siempre presentes, de
dar elementos para interpretar la existencia, incluso
con motivo de una enfermedad, como una forma di-
ferente de vivir en el mundo que puede estar llena de
sorpresas, comprensibles dentro de las relaciones de
reciprocidad y de las razones que tiene el corazón.
Todos estos elementos están presentes, casi como
en una filigrana, en las bellísimas fábulas para niños
y niñas, adolescentes, padres y madres contadas por
Jacopo Casiraghi.
No me parece oportuno adelantarle al lector el conte-
nido de estas historias para no quitarle el placer del
descubrimiento y la sorpresa. Me limito a subrayar
algunos elementos recurrentes que pueden ser con-
siderados como el “hilo conductor” e invitar, a quien
las lee, a construir su proprio “hilo conductor”, para
dejarse “curar” por la lectura y la escucha.
La ambientación en el bosque puede ser considerada un
clásico (“me encontré en una selva oscura”, dice Dante
Alighieri al comenzar su Divina Comedia), que habla de
los miedos frente a lo desconocido de la enfermedad.
Pero el bosque también tiene un “corazón” que ayuda a
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enfrentar la desorientación ante lo que se vive y la pér-
...
dida de control, que nos lleva a pensar que saldrá todo
bien, que tal vez descubriremos nuevos significados,
un modo nuevo de interpretar los eventos, un contacto
diferente y más fuerte con lo esencial y profundo de la
vida. Pero hay otro punto de referencia: Ciervo Majes-
tuoso, el Rey del Bosque, la fascinación de la sabidu-
ría sin tiempo, que observa sin ser observado y, junto
a otros personajes, revela que “todos tienen miedo de
algo”. “El único modo de vencer el miedo”, dirá el Maes-
tro Búho, “es comenzar a admitir que tenemos miedo”.
Será precisamente Ciervo Majestuoso, con su autoridad
casi divina, quien, “avanzando con paso ligero y sus an-
chos cuernos cubiertos de musgo y de nidos de pája-
ros”, podrá decir con voz profunda: “Es hora de irnos”.
Entonces surgen las primeras preguntas al límite en-
tre el relato y la realidad: “¿Por qué no saltas, Pequeña
Liebre?”, pregunta Mamá Liebre. “¿Por qué no corres,
Pequeña Liebre?”, pregunta Papá Liebre. “¿Qué se
puede hacer para aceptar una noticia tan inespera-
da y dolorosa?” De aquí se desprende la necesidad de
una cura a través del “poder mágico de las palabras”
para poder “soñar despiertos” y continuar el viaje de
la vida, en la enfermedad, en los cuidados y en el bien-
estar personal y relacional siempre posible. En algu-
nas historias es presentada con atención y amabilidad
“la era del cambio” con la idea de una cura que va a
durar para toda la vida: no llevará a la sanación defi-
nitiva, pero al menos permitirá sentirse más fuertes.
Las doce fábulas nos acompañan a lo largo del articulado
y complejo ciclo de la vida, desde el diagnóstico de la en-
fermedad hasta las curas rehabilitadoras, a la potencia-
lidad de nuevos medicamentos con respecto a los cuales
hay que estar preparados para subirse como a un tren en
movimiento: “Es necesario hacer ejercicios respiratorios
y gimnasia, no hay que engordar demasiado…”, y tam-
bién “Un viaje como este no podemos hacerlo solos”;
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además de los padres y madres, hay que tener en cuen-
...
ta hermanos y hermanas que, aun no teniendo una en-
fermedad específica, necesitan una atención particular.
Una reciente revisión sistemática de los últimos cua-
renta años de James Law y de su equipo ha descubierto
cómo la lectura de historias por parte de los padres y
madres, mejora en los hijos el desarrollo del lenguaje,
la capacidad de comprensión y el equilibrio emotivo. A
nivel intuitivo lo sabíamos y algunos de nosotros ya lo
habíamos experimentado. Ahora también nos lo confir-
ma la ciencia: contar historias les hace bien a los niños,
pero también a los adultos, porque los ayuda a entrar
en el mundo encantado de la infancia y a buscar pala-
bras, frases y algo que permita el contacto adecuado
con la mente y el corazón de quien los escucha. Todo
esto vale mucho más aun en la relación que se da entre
padres y madres e hijos portadores de una enfermedad.
Me gusta concluir esta presentación con las palabras
de la voz narradora, la de Lupo: “se las he contado por-
que merecían ser recordadas y vueltas a contar una vez
más. Los amigos de los que les he hablado no tienen que
ser olvidados y todos podemos aprender algo de ellos.
Yo creo que no importa si tus músculos son fuertes o no.
Si tienes un corazón sensible como para escuchar estas
fábulas, entonces tú también formas parte de ellas”.
De este modo, puedo sugerirles a los lectores, que entren
con curiosidad y seriedad en estas doce fábulas de sor-
prendente y placentero disfrute, para poder comprender
mejor la enfermedad y la vulnerabilidad de los demás y
la nuestra. Y una vez que hayan entrado en la metáfora,
serán ayudados a enfrentar la vida, en la cotidianidad de
sus actos, como un don lleno de significados.
Enrico Molinari
Director de la Licenciatura y Maestría en Psicología Clínica
Università Cattolica del Sacro Cuore, Milán
Istituto Auxologico Italiano – IRCCS – Milán
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Dedicado a todos los niños y niñas,
ahora adolescentes, a los hombres y mujeres,
conocidos gracias a “Famiglie SMA”
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///
Lupo había sido
capturado. La noticia
circulaba por el Bosque
con tal intensidad que, en
unos días, iba a caer en
la trampa. El Consejo del
Bosque se había reunido
y había deliberado sobre
su destino, es decir había
decidido qué hacer con
él. No había sido fácil
tentarlo y pescarlo, como
se dice, con el hocico en la mermelada.
A Lupo le encantaban la mermelada y la miel, los
arándanos y las zanahorias, la carne roja, pero con
grasa. Comía de todo. “Como de todo”, repetía, y
te miraba mientras se reía con sarcasmo con una
dentadura a la que le faltaban algunos colmillos,
y en la que los años habían dejado sus huellas:
unos dientes negros y el pelo canoso, es decir
blanco, porque al tiempo le gusta mezclar los
colores y lo que está vacío con lo que está lleno.
Lupo había envejecido, y ni siquiera su lengua
roja como una frutilla, siempre de costado,
lograba que pareciera más joven. Había vivido
ya muchos inviernos, de esos en los que el frío
helado te congela los bigotes. Eran tantos como
los que habían vivido el Maestro Búho y Ciervo
Majestuoso, del que se decía que habitaba en la
parte más oscura y misteriosa del bosque.
“Ahí, juro que no voy”, había dicho Lupo alguna vez.
“¿Tienes miedo del Corazón del Bosque?”, le
había preguntado el Zorrino Enrique mientras lo
miraba sorprendido.
“Imagínate: yo no le tengo miedo a nada. No
voy porque en el Corazón del Bosque… ¡no hay
nada para comer!”
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Lupo había engañado al Zorrino Enrique, es
...
decir, le había tomado el pelo como se debe.
Con el tiempo había aprendido que antes de
decir una mentira, siempre era mejor agregarle
una parte de verdad. Por eso, era sincero cuando
sostenía que en el Corazón del Bosque no había
nada para comer: entre los árboles retorcidos
y las grandes rocas cubiertas de musgo, sobre
las colinas escarpadas y los canales profundos,
se encontraban solo grosellas y hongos, que
eran devorados por los jabalíes y el Oso Bruno.
Además, en los territorios de Ciervo Majestuoso
nadie podía recolectar ni siquiera una mora
sin su permiso y, dado que Ciervo Majestuoso
tenía muy mal carácter, Lupo no tenía ninguna
intención de meterse en problemas.
La mentira, en cambio, era la otra. ¿Se acuerdan
de lo que había dicho? “Yo no le tengo miedo a
nada”. No era verdad. Lupo tenía miedo a muchas
cosas, algunas insignificantes y otras importantes
y, más que nada, tenía miedo al Corazón del
Bosque y a Ciervo Majestuoso. Todos tienen
miedo de algo. No se puede no tenerle miedo a
nada. También los grandes pueden tener miedo,
pero muchas veces no lo confiesan, ni siquiera se
lo confiesan a ellos mismos. “La única forma de
vencer el miedo, afirmaba el Maestro Búho, “es
empezar a admitir que tenemos miedo”.
Lupo resoplaba levantando los ojos al cielo.
Detestaba los buenos consejos del búho. Por
eso los ignoraba, los evitaba de todas las formas
posibles y buscaba algo rico para comer. A Lupo
le gustaba tener una panza redonda y tensa,
como el parche de un tambor. Justo a él, a quien
normalmente se le podían contar las costillas.
Por eso había caído en la trampa: había bastado
una rodaja de pan con mermelada para que
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se le hiciera agua a la boca y perdiera la razón.
...
Se había tirado de cabeza y la trampa se
activó. Ardillas, conejos, urracas, todos habían
aplaudido encantados cuando Lupo, por fin,
había sido atrapado. “¡Así aprendes por haberte
comido a mi cuñada!, le dijeron.
“¡Y así aprendes por haberme mordido la cola!”
“¡Y mi pierna! ¡Todavía me duele cuando
cambia el clima!”
Motivos para encarcelarlo había a montones,
tantos que no habrían bastado las páginas de
un libro entero para poder relatarlos a todos.
“¡Esperen, esperen!”, les había dicho Lupo. “Si
les cuento un cuento, ¿me liberan?”
Todos se habían quedado callados, incluso
las abejas que zumbaban atareadas entre los
gladiolos.
“¿Qué cuento?”, había preguntado Fulvia la
Ardilla. Lupo era muy astuto y sabía contar
historias. Sabía contar fábulas de todo tipo.
Conocía baladas antiguas y las aventuras más
intrépidas. Recordaba cuentos de héroes e
impresionantes hazañas y siempre sabía cuál
era el mejor relato para contar junto a una
fogata cuando se acercaba un temporal.
Había contado sus historias en lugares
extraordinarios: en heniles y en la cima de
colinas azotadas por el viento, en grutas
oscuras e incluso en las aldeas de los humanos.
Lupo, rengueando y temeroso, las había
relatado incluso en un pequeño hospital, ahí
donde los médicos curaban y ayudaban a las
personas que no siempre podían sanarse.
“Cuéntanos una fábula y te liberaremos”, había
///
graznado el Cuervo Roberto.
“Trato hecho”, respondió riéndose con
sarcasmo. “¿Puedo empezar?”
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.1 Frágil y delicado como una flor,
pero rápido como una liebre.
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guntó enseguida Papá Liebre. lo después de haber recibido una noticia
“No se puede. Sus músculos son así, espe- tan inesperada y dolorosa? Por eso, pre-
ciales: frágiles y delicados como una flor”. pararon una camilla de hojas de hierba y
“¿Qué podemos hacer para que sean ramas de sauco y emprendieron el viaje
más resistentes?”, volvió a preguntar para llevar a Pequeña Liebre a la granja.
Mamá Liebre. Aunque era primavera, fue un trayecto
“No hay forma, así como no se puede largo, lleno de pozos, temores y aventu-
transformar un diamante en agua o ras. Pequeña Liebre los miraba con sus
convertir a un ratón en un pájaro. La grandes ojos inteligentes y observaba
naturaleza ha decidido que los múscu- atentamente todo ese gran movimiento.
los de Pequeña Liebre sean débiles y No sabía por qué mamá y papá camina-
esto no se puede cambiar”. ban mientras él, en cambio, no podía.
Papá Liebre no solía rendirse fácilmen- También se había dado cuenta de que
te, por eso preguntó enojado: “¿Tampo- sus padres estaban tristes y, por eso, con
co la magia puede curarlo?” el tiempo, él también lo estuvo. Además,
“¡No existe una magia para este tipo hacerse llevar de una colina a la otra era
de cosas!”, exclamó el búho, que estaba muy cansador. Al final, llegaron a la
harto de las falsas magias. granja, pero Doña Robustiana sacudió
“¿No podemos ir a ver a los humanos su cabezota con el ceño fruncido: “no
y pedirles a ellos un medicamento?” conozco ningún caldo o remedio que
Mamá Liebre sabía que en la granja pueda darle energía, lo lamento”, dijo.
había un niño al que le dolía la barri- Mamá y Papá Liebre se desesperaron: si
ga. Doña Robustiana le había cocinado ni siquiera Doña Robustiana podía en-
algo rico y el pequeño se había curado. contrar una solución. ¿quién iba a po-
“Los músculos débiles no pueden cu- der ayudar a su pequeño hijo a correr
rarse con una medicina”, dijo el búho. sobre la hierba color verde esmeralda?
“Si naces con los músculos débiles, se- En ese momento, Pequeña Liebre mo-
guirán siendo así, débiles, aun cuando vió sus bigotes y entrecerró sus ojitos.
ya seas adulto. “Por el contrario, agregó, Miraba fijo algo que estaba cerca de la
“cuanta más edad tienes, más débiles se entrada de la casa allí donde los niños
vuelven. ¿Saben por qué? Porque au- habían dejado sus juguetes.
menta el peso del cuerpo y, por lo tanto, “¿Qué quieres?”, le preguntó Mamá
es más difícil moverse, ¿se entiende?” Liebre, siempre atenta a lo que su hiji-
Pero Mamá y Papá Liebre no estaban to deseaba, “¿Aquellos juguetes?”
muy convencidos. ¿Cómo podían estar- Nooo, pensaba Pequeña Liebre, cerran-
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do dos veces los párpados. “¿Quieres el caballo de madera?”, le
“¿Qué quieres?”, le preguntó Papá Lie- preguntó por fin Mamá Liebre.
bre, siempre atento a lo que su hijo ne- Pequeña Liebre cerró los ojos una vez
cesitaba; “¿Aquel balón?” sola, lo que equivalía a decir que sí.
Nooo, pensaba Pequeña Liebre, cerran- “¿Quieres las rueditas del caballo?”, le
do dos veces los párpados. preguntó por último Papá Liebre.
Cerca de la puerta había un canasto lleno Pequeña Liebre cerró los ojos una vez
de brócolis verdes, tomates rojos y maíz sola: sí. Aunque no se le notaba, por
amarillo. Eran todos alimentos muy bue- dentro estaba emocionado, contento y
nos, pero a él, en ese momento, no le in- feliz: ¡por fin le habían entendido!
teresaban. Es que detrás de ellos había Enseguida sus padres le pidieron a Doña
un caballo de madera gastado y descolo- Robustiana que les regalara el caballo de
rido, de esos que tienen rueditas en lugar madera y volvieron a la Cueva Olorosa.
de cascos, que los niños llevan de un lado Fue un viaje simple y mucho más rá-
para el otro por el patio de la granja. pido que el de ida, porque no tuvieron
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que transportar a Pequeña Liebre sobre color verde esmeralda.
la camilla de hilos de hierba y ramitas Mamá y papá todavía no lo entendían
de sauco. De hecho, el papá había usado y, sin embargo, era algo simple: a Pe-
el tallo de tres dientes de león para que queña Liebre no le importaba caminar
Pequeña Liebre pudiera sentarse sobre como los demás.
la montura del caballo de madera. Él, por el contrario, quería explorar,
En cada bajada tomaba velocidad y su moverse y sentir cómo el terreno co-
papá corría detrás de él, todo agitado, rría velozmente por debajo de él. De-
porque Pequeña Liebre, gracias a las seaba sentir el viento entre las orejas
.
rueditas, era más rápido que una liebre y bailar entre las flores. Deseaba ser
adulta. Saltaba de una bajada a la otra rápido… como una liebre.
dejando leves huellas entre la hierba Ahora sí podía ser feliz.
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22
///
Milena la Serpiente apuntó su lengua bífida
hacia Lupo. “No pensarás que nos vamos a
conformar con una sola fábula, ¿no?”, dijo
silbando.
“¿Cómo que no?”, dijo Lupo tratando de pasar
por entre las ramas que lo tenían prisionero.
¡Ufa, no pasaba! ¡Y eso que había tratado de
ser poético y delicado para sacarla barata!
“¡Una no basta!”, graznó Cuervo Roberto.
“¡Una es muy poco!”, agregó Fulvia la Ardilla.
Lupo frunció el ceño. A lo mejor podía sacar
provecho de esa situación desagradable. “Les
voy a contar una fábula por día durante doce
días”, les había propuesto; “por lo tanto, uno
por doce menos uno, más cuatro menos
veintisiete… ¡son cinco fábulas más!”
“¡Ah no, querido amigo, son once fábulas más!
¡Y tendrán que ser hermosas, o seguirás preso!”
“Está bien, serán once, pero, pero… mientras
tanto me tienen que traer algo para comer,
porque con el estómago vacío no puedo
contarles ninguna historia.”
“¡Te traeremos frutas y verduras, pero nada de
carne!”, había prometido Elisa la Urraca.
Lupo suspiró. “Si me traen otro poco de
mermelada, trato hecho”. Doce días sin hacer
nada, servido y reverenciado por los animales
///
del bosque. Y como, además, iba a ser un
buen narrador, seguro lo iban a liberar. ¿Había
alguien con más suerte que él?
23
.2 La magia más importante
de todas.
Fábula para niños y niñas con AME de tipo 1
y para todos los que quieran leerla
o que alguien se la cuente.
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25
transformado una yema de huevo en una Silenciosamente se trepó sobre las pilas
pepita de oro. También afirmaban que de de libros descosidos buscando aquellos
un huevo apenas puesto había hecho na- símbolos necesarios para poder tener
cer un ave fénix y que las cáscaras rotas voz. ¡Oh, cómo le habría gustado cantar!
las mandaba a pegar para fabricarles alas Qué hermoso habría sido gorjear como
a las lagartijas. Se decía que con los hue- los otros pájaros del bosque. Incluso le
vos de avestruz había construido globos habría bastado graznar como los otros
aerostáticos para los zorros. cuervos; pero no, él no tenía la fuerza
De hecho, nadie sabía por qué se obsesio- para emitir ni siquiera un sonido. Era
naba con ese tipo de experimentos. Ade- como si hubiera tenido una lombriz
más, los animales del bosque recordaban metida en la garganta.
sus canciones. Tal vez hoy es poco cono- Símbolos había muchos: cada uno es-
cido, pero todos los magos saben cantar taba dibujado con cuidado y represen-
y, de alguna manera, todos los cantantes taba una Palabra del Gran Poder. Joven
son magos. Su voz melodiosa se elevaba Cuervo lo intentó durante toda la noche.
desde el punto más alto de la torre, viaja- Dos niños que corrían, significaban “ju-
ba de un árbol a otro, llevada por el viento, gar”; un rostro con un dedo delante de
hasta los canales que rodeaban como te- la boca, “silencio”; unas notas, “música”.
larañas los campos de los humanos. Pero, ¿cómo se pronuncia un hechizo
La misma voz se oía menos musical si a uno le falta la voz? ¿Bastaba con
cuando en la torre pasaba algo malo, o mirar una estrella dibujada para hacer
cuando, resbalando sobre un huevo de descender la noche antes de tiempo?
codorniz roto, caía por las escaleras. ¿Era suficiente mirar fijo un violín im-
preso para poder tocar? Evidentemente
Joven Cuervo volaba alrededor de la to- no. Al final salió el sol y Joven Cuervo,
rre en ruinas porque quería convertirse decepcionado, volvió volando a su pro-
en mago. El primer Mago-Cuervo del pio nido. Para hacer magia no bastaba
Bosque. Por eso, esa tercera noche, se con mirar las Palabras del Gran Poder.
animó y se metió por una hendija te- “¿Qué puedo hacer?”, se preguntaba.
nebrosa, batiendo sus alas. Frasquitos
de vidrio y alambiques brillaban bajo el La noche siguiente se armó de coraje y
claro de luna. En un rincón, una enor- volvió a la torre del mago. Se pregunta-
me biblioteca se había caído, derraman- ba si no existía un libro para aprender
do por el piso libros y pergaminos. En a recitar, como un verdadero mago, las
sus páginas Joven Cuervo observaba Palabras del Gran Poder. La idea le gustó
símbolos y dibujos misteriosos. ¡Segu- y, por eso, lo buscó ansiosamente, pico-
ro que se trataba de palabras mágicas! teando y escarbando a su alrededor. Al
26 La magia más importante de todas
final, encontró un librito que, sin duda, pero a Joven Cuervo todavía no le basta-
había sido redactado personalmente ba. Ahora tenía una voz que hablaba por
por el mago. Era milagroso: le bastaba él y que le permitía hacerse escuchar,
mirar fijo un símbolo para que el libro pero para Joven Cuervo no era suficien-
lo pronunciara claramente. El primer te: él todavía quería convertirse en mago.
símbolo leído en voz alta por el libro, El primer Mago-Cuervo del Bosque.
“¡Mamá!”, lo sorprendió de tal manera, “¿Qué puedo hacer?”, se preguntaba.
que Joven Cuervo voló hasta el cielorra-
so, se golpeó la cabeza, aleteó por entre La noche siguiente volvió a armarse de
las tejas rotas y volvió al propio nido. coraje y regresó a la torre del mago: se
Con semejante susto iba a ser difícil le había ocurrido una maravillosa idea.
volver a la torre; de eso estaba seguro. Iba a intentar cantar. No iba a leer más
“¿Qué puedo hacer?”, se preguntaba. solamente los símbolos, sino que iba a
intentar componer una melodía. Mu-
A pesar de todo, la noche siguiente chos otros emplumados, despertados
se animó a volver a la torre del mago. por las lechucitas, se habían posado so-
Quería volver a ver ese libro milagro- bre el techo, interesados en conocer al
so. Lo encontró adonde lo había deja- cuervo que quería convertirse en mago.
do, bajo la luz de la luna llena. Joven Cuervo trató de relacionar los
También esta vez le bastó mirar fijo un símbolos. Palabra por palabra puso en
extraño símbolo para que el libro lo le- orden sujeto, verbo y algún pedacito
yera en su lugar. “¡Quisiera!”, exclamó más: “Quisiera jugar con ustedes”, com-
mágicamente, y esta vez Joven Cuervo puso. En esas largas horas construyó
estaba (casi) listo; por lo tanto, saltó ha- fraseos musicales, largos períodos so-
cia atrás solo unos pocos centímetros. noros, enteros capítulos melodiosos.
Movió los ojos y miró fijo otro dibu-
jo. “¡Jugar!” dijo el libro en su lugar. Era Cantando-hablando Joven Cuervo se
realmente hermoso. Sentía que el Gran dio cuenta de que, si podía hablar, po-
Poder se elevaba de cada palabra y que, día pensar y que, si podía pensar, podía
a pesar de que todavía le faltaba la voz, imaginar. Y si podía imaginar, ya no
el libro hablaba por él. estaba obligado a ser solo un cuervo,
Joven Cuervo se sacudió las plumas. ¡Por sino que podía transformarse en un
fin podía hacerse entender! A fuerza de colibrí, en un faisán, en un búho e in-
leer el símbolo “¡Vengan!” ya había lla- cluso en una garza real… hasta podía
.
mado la atención de un par de lechucitas convertirse… ¡en un mago! ¡Por fin Jo-
que se habían acurrucado en los tirantes ven Cuervo había aprendido la magia
del techo. Desde esa platea lo saludaban, más importante de todas!
27
.3 La estación en lo alto
de la colina.
28
Fábula para niños y niñas, padres y madres
en la etapa del cambio.
29
de cigarras había encontrado refugio al que inclinar la cabeza ante su presencia.
lado de la bomba de agua, en medio de Cuando la estación fue construida, los
las plantas de azafrán y las ortigas. animales del bosque se habían alegra-
La estación había sido construida en me- do mucho. Algunos tenían familiares
dio del Bosque y en lo alto de una colina. en la ciudad que no veían desde hacía
Por más que fuera hermosa, era incómo- años y otros tenían compromisos muy
da, inalcanzable y estaba lejos de los ca- urgentes con los que debían cumplir.
minos más transitados. Entre las loco- Algunos necesitaban hacer compras
motoras circulaba el rumor de que allí importantes y otros visitar lugares le-
era imposible detenerse porque el peso janos. Por último, para muchos tomar
de los vagones habría arrastrado toda la ese tren era, incluso, una cuestión de
formación hasta el fondo del valle. Por vida o muerte. Ciervo Majestuoso lo
eso, los trenes nunca habían hecho es- sabía muy bien. Por ejemplo, para Pe-
cala en ella. Incluso Ciervo Majestuo- queña Liebre poder subir al tren habría
so trotaba a lo largo de los durmientes, significado encontrar nuevas fuerzas y,
preguntándose por qué los humanos tal vez, una vida más serena. Hasta los
habían hecho llegar las vías hasta allí, músculos ya envejecidos de Oso Bru-
al Corazón del Bosque, si luego no iban no habrían recibido algún beneficio.
a usar la estación. De cualquier manera, Con el tiempo, a pesar de que los avisos
para él era mejor así. Esa colina se en- descoloridos llenaban el andén anun-
contraba en su dominio y todos tenían ciando que “el tren pasará el día…”, “la
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estación abrirá en el mes de…”, todos “Pero si se detiene y es un tren con un
comprendieron que esa estación, por solo vagón, ¿quién va a subir? ¡No hay
más bella que fuera, corría el riesgo de lugar para todos!”, dijo Oso Bruno. Él
permanecer cerrada para siempre. Por ocupaba mucho lugar y las piernas le
lo tanto, los viejos Sapos de Pantano del dolían y esperaba el tren desde hacía
Prado habían juntado una suma impor- mucho tiempo. “Además, la subida es
tante de dinero y se habían hecho ami- demasiado empinada. Si se detiene,
gos de los humanos con sombrero y corre el riesgo de no volver a arrancar.
chaleco que construían los trenes. Mu- Y si está cargado de animales, ¡podría
chas reservas de comida habían sido suceder un desastre!”
donadas, pero aún no se había escucha- Más razonamientos hacían, más Oso
do ningún aviso en los altoparlantes de Bruno se ponía nervioso. ¿Cómo iba
bronce. Parece que era realmente difícil a hacer para subir? Mientras tanto, el
convencer a las locomotoras. andén de la estación se iba llenando
Por ese motivo, durante una cálida tarde de gente: linces, cangrejos, lagartos,
de verano, el silbido del tren que anun- cabras y visones se daban codazos, se
ciaba su llegada los sorprendió a todos. mordisqueaban y se pisaban las patas
“¡El tren! ¡El tren está llegando!”, dijo o las colas para conseguir un lugar
Fulvia la Ardilla. bien adelante. Un ratón y una marmo-
“¡Veo el humo de la locomotora que se ta por poco no se fueron a las manos.
asoma por detrás de las colinas!”, ex- “Un momento, un momento”, dijo
clamó Oso Bruno. Las locomotoras le croando uno de los sapos de Pantano
gustaban muchísimo. Muy pronto el del Prado, “pongámonos en orden y en
andén se llenó de animales ansiosos. fila para que todos puedan subir. Si la lo-
Después de tanto tiempo, ¡por fin iba comotora pasa y nos ve en medio de los
a pasar un tren! andenes peleándonos y mordiéndonos
“¡Qué bueno sería si se detuviera!”, dijo las colas, ¿qué va a pensar de nosotros?
Fulvia la Ardilla. Sabía que a tantos Y si piensa detenerse, ¿cómo podríamos
animales asustados, todavía escondi- subir a bordo con todo este desorden?”
dos entre los arbustos, les habría gus- De entre la multitud se sintió un gruñido
tado subirse al tren. Incluso había al- y un par de silbidos. Uno de los Lobos de
gunos que todavía no sabían que iban Orilla Pedregosa refunfuñó en voz baja.
a tener que viajar sentados. “¡Hace años que lo espero!”, dijo Oso
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tren, algunos de los más pequeños pu- claro: que así fuera por ese tren o por
dieron ir a la escuela, otros, en cambio, otros trenes más grandes y modernos
volvieron a sus casas con más coraje y que iban a llegar de allí en más, o aun-
energía, porque ver el mundo más allá que tuvieran que esperar todavía uno
del Bosque era una fuente de alegría e o más años, era fundamental que los
inspiración. Muy pronto, incluso quien animales del Bosque estuvieran pre-
tenía miedo de “perder el tren” entendió parados. Hasta Oso Bruno lo repetía:
que ya se había esparcido la voz y que “Yo lo vi, se los aseguro. Para subirse a
otras locomotoras observaban con cu- un tren en movimiento hay que estar
riosidad las estaciones del Bosque. Con preparados: es necesario hacer ejerci-
el tiempo fueron agregados otros vago- cios respiratorios y gimnasia, no hay
nes y, se dice que, en un solo año, ciento que engordar demasiado ni adelgazar
treinta y cuatro pequeños habitantes exageradamente”. Justo él lo decía, que
del Bosque lograron comprar un pasaje. era uno de los que, mientras tanto, se
Lamentablemente, muchos de los ani- habían cansado de hacer todos los ejer-
males más grandes o más viejos o con cicios habidos y por haber. “Hay que
la espalda más cansada, todavía no tener paciencia porque no todas las es-
habían encontrado lugar o la oportu- paldas o las patas o las ruedas te permi-
nidad para subirse al tren, conducido ten subir a la primera locomotora pan-
por la locomotora panzona. zona que pasa. Pero siento que el viento
Pero, a pesar de la altanería de Ciervo cambió de dirección”, mientras elevaba
.
Majestuoso, que resoplaba fastidiado su hocico húmedo y anguloso al cielo.
cada vez que pasaba el tren -“el Bosque “Para subirnos a los trenes que vendrán,
es sagrado”, refunfuñaba-, algo quedó ¡tenemos que estar preparados!”
34
35
.4 El Corazón del Bosque.
Fábula para padres y madres valientes.
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frutaba abrazándolo tiernamente. Los el pecho blanco todo picoteado aterri-
ojos de Pequeño Jabalí eran grandes zó ante ella. “Soy su asistente de vue-
como las castañas y oscuros como las lo. ¿Qué necesita? ¿Un brebaje para el
moras. Cuando te miraba fijo, uno po- estómago? ¿Un puñado de piñas de
día perderse dentro de ellos. Era el ca- encina?” preguntó mirando de reojo la
chorro de jabalí más bello del mundo. imponente silueta de Mamá Jabalí. “Tal
Pero al tercer día, mientras Mamá Ja- vez un puñado solo no es suficiente,
balí trataba de enseñarle a caminar, se ¿no?”, susurró parlanchín.
dio cuenta de que pasaba algo raro. Al Ella se sonrojó: en efecto, tenía hue-
pequeño le temblaban las patitas y se sos grandes, como todos en su fami-
caía cuando el terreno no era firme y lia. “Pequeño Jabalí no camina bien y
resbaladizo. Cuando se acercaba para prácticamente no logra comer. Estoy
amamantarlo, apenas podía succionar, preocupada”. El tordo doctor se rió con
aunque estuviera muerto de hambre. ganas. “Querida señora, no tiene que
¿Qué estaba pasando? angustiarse. El pequeño acaba de na-
Mamá Jabalí decidió pedir ayuda y, cer, es muy joven: por eso no camina.
por lo tanto, cargó al pequeño sobre ¡Sólo tiene que tener paciencia!” Mamá
sus hombros, pero a cada paso se le Jabalí no estaba convencida: “Es que
resbalaba hasta quedar tendido en el hasta le cuesta mucho amamantarse, y
suelo, casi sin fuerzas. Por lo tanto, lo le tiemblan las rodillas y…”
ató bien fuerte con ramas de zarza a las “¡Pero no, pero no, no tiene que pre-
que les había quitado las espinas, una ocuparse!”, le dijo el tordo. “Eso ya se
por una, para dejar su guarida y bus- sabe. Espere un par de noches y verá
car a un pájaro que la aconsejara. Los que todo va a resolverse. Hasta pronto”
volátiles eran molestos, pero conocían y, moviendo sus alas la dejó a los pies
bien su oficio. Si en el pasado le habían de unos tilos. Mamá Jabalí dudó. Tal
quitado con el pico todas las hormigas vez el tordo doctor tenía razón y ella, en
de la espalda, tal vez ahora la ayuda- realidad, se había preocupado por nada.
rían con Pequeño Jabalí. Pero… pero… mientras tanto su peque-
En Orilla Pedregosa vio que sobre los ti- ño la observaba con esos ojos profun-
los susurraban numerosos tordos. Apo- dos y bellísimos. No pudo contenerse y
yó delicadamente a Pequeño Jabalí en el le dio una hociqueada de amor.
piso y gruñó: “¡Eh, ahí arriba! ¿Saben a “En fin, ¡váyase a su casa!”, le dijeron
dónde puedo encontrar a un médico?” los tordos desde las copas de los árbo-
Los tordos trinaron alegres y uno con les. Habían visto una cantidad enorme
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38 Il cuore del Bosco
de mamás aprensivas. Mamá Jabalí, al Pequeño Jabalí, a poquísimos cen-
debajo de sus espesos pelos, se sonro- tímetros de distancia. “¡Qué hermo-
jó de vergüenza; “vamos, estarás bien”, so cachorro!”, pió extasiado. “No está
se dijo más que nada a sí misma y lo bien, ¿eh? ¿Estás segura? Claro que lo
cargó nuevamente sobre sus hombros. estás, eres una mamá muy cuidadosa,
Cuando lo levantaba era tan… liviano… ¿no? ¡Quiero ayudarte! Conozco a una
como un ramillete de flores silvestres… vieja zorra que sabe muchas cosas; es
Dio algunos pasos hacia el sendero por una verdadera experta en animales dé-
el que había llegado. Después sacudió biles. Sígueme, ¡es lejos de aquí!” A Pe-
su cabeza. Ya se sabe que los jabalíes queño Jabalí el tordo le caía simpático,
suelen ser testarudos. ¿Y si el tordo por eso gruñó de alegría.
doctor se hubiera equivocado? ¡Se tra- De esa manera, Mamá Jabalí, a pesar
taba de su cachorro, tenía que estar se- del cansancio y el dolor de espalda, em-
gura, no podía correr riesgos! Por eso, pezó a seguir el vuelo intermitente del
pegó media vuelta y empezó a gruñir tordo. Bordearon un torrente de aguas
pidiendo ayuda. Entonces, muchos espumosas y luego remontaron por un
tordos se enojaron y se fueron volando cañadón profundo y frío. Por último,
dejándole suaves plumas como regalo. fueron abriéndose camino entre los he-
Mamá Jabalí era muy fuerte, pero en lechos de Costa Arqueada, hasta llegar
ese momento se sintió más sola que a un bosque de castaños bañado por el
nunca. Por su hocico comenzaron a sol del atardecer. Mamá Jabalí nunca ha-
descender lágrimas de dolor: sintió bía llegado tan lejos. “¡Eh, Zorra!”, llamó
que nadie quería ayudarla. Fue en ese Tordo, pero nadie respondió. “¿Adónde
momento que otro tordo voló desde un se metió esa vieja bruja?”, dijo.
arbusto y planeó sobre sus patas. Tenía “¿Por qué la llamas así?”, preguntó
el plumaje color crema y una cresta de Mamá Jabalí mirando con desconfian-
plumas desordenadas sobre la cabeza. za a su alrededor. Iban a tener que dor-
“¿Qué te pasa?”, dijo piando, “¿Tienes mir lejos de su guarida cálida y segura,
una espina clavada en una pata?” por lo que cada minuto que pasaba la
“No lloro por mí. Yo estoy bien. Es ponía más nerviosa.
por mi Pequeño Jabalí: no tiene fuer- “¡Oh, no temas!; es una vieja zorra un
zas para caminar y tampoco para ama- poco loca. Parece hosca pero… ¡es real-
mantarse”, respondió Mamá Jabalí. mente hosca!”
Entonces, el tordo le brincó sobre la “¿Quién es hosca?”, gruñó una voz de-
cabeza hasta que se quedó mirando fijo trás de un árbol. Un hocico estriado
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con pelos grises y rojos apareció olfa- dulcemente a su hijo en el suelo. “Pe-
teando el aire. La zorra era ciega y las queño Jabalí no camina bien y come
órbitas blancas resplandecían bajo los con dificultad. Estoy preocupada”, re-
rayos del sol que iba desapareciendo. pitió por segunda vez en pocas horas.
Mamá Jabalí dio un salto hacia atrás. “¡Mmm!”, dijo Vieja Zorra. “He cono-
“Tranquila, es ella.” cido a muchas madres preocupadas”.
“Estás tramando algo, ¿no?”, le dijo Después olió a Pequeño Jabalí y este
Vieja Zorra a Tordo. “La última vez de- empezó a gritar asustado. Vieja Zorra
jaste que los hijitos de la perdiz se per- le mordisqueó los talones y Pequeño
dieran en el bosque… te comportaste jabalí incluso gritó. Era un gemido dé-
muy mal”. bil y sofocado. “¡No te lo comas!”, ex-
“¡Mira quién habla!”, le dijo Tordo, clamó Tordo preocupado.
“fuiste tú quien se los comió”. “Cállate pajarraco desgraciado ¿No
Vieja Zorra, se pasó la lengua por los ves que es demasiado grande para mí?
bigotes blancos y caídos sin ningún re- Después me dicen a mí que soy corta
mordimiento. “Pero esta vez no me tra- de vista. ¡Ja!”, dijo. Luego, dirigiéndo-
jiste nada para comer”, tuvo que admitir. se a la madre, agregó: “Tienes razón, tu
Mamá Jabalí gruñó. hijito es débil. Está muy mal y, lamen-
“¡Me has traído flor de problema!”, dijo tablemente, no conozco ninguna fór-
Vieja Zorra poniéndose en cuclillas. “Y mula para aumentar su energía”.
yo que esperaba algo rico”. “¡Necesita- Mamá Jabalí sintió que las fuerzas la
mos tu ayuda, Zorra!”, retomó Tordo. abandonaban; “lo sabía”, gruñó.
“Pero esta vez no tengo nada para ofre- “Ahora me debes escuchar con aten-
certe, lo lamento”. ción…”, dijo Vieja Zorra, que con la luz
Vieja Zorra sacudió la cabeza. “Estoy del crepúsculo parecía aún más siniestra.
harta de castañas. Y detesto ayudarte, Mamá Jabalí sentía que los latidos de
Tordo. Solo me traes problemas. Dile a su corazón le retumbaban en las orejas
tu amiga que deje de preocuparse y que y miraba a su hijito asustada y confun-
ponga a su hijo en el suelo. ¿Qué pasa? dida. Las lágrimas se le mezclaban con
Siento olor a lágrimas y desesperación”. la saliva, mientras lo lamía todo, pelo
“Su hijito no está bien”. por pelo, como queriendo devolverle
“¿Acaso no tienes lengua, tesoro?”, pre- la fuerza con cada beso que le daba.
guntó maternalmente Vieja Zorra. Desesperada, pensó que tal vez no lo
Mamá Jabalí resopló y emitió un fuerte amaba lo suficiente y que, por eso, no
gruñido. Avanzó de mala gana y apoyó era capaz de sanarlo.
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gordos por el botín de gusanos y cara- cazador en el costado, le volvió a la
coles que habían comido. En cambio, mente el día anterior, la caminata ago-
este viaje era diferente. Estaban solos, tadora y las palabras de Vieja Zorra.
un tordo y dos jabalíes perdidos en el Sintió que le arrancaban esa efímera
Bosque tenebroso. alegría y le pareció una insoportable
“¿Realmente vendrías conmigo?”, pre- injusticia; por lo tanto, se levantó fu-
guntó Mamá Jabalí. “¿Y por qué lo ha- riosa y emitió un profundo sonido gu-
rías? ¡Ni siquiera me conoces!” Además, tural, salió disparando y se chocó con
somos tan diferentes. Sin duda se refería un par de arbustos en su carrera ciega.
al hocico con colmillos curvos, a la cola y No iba en dirección de un enemigo es-
a las pezuñas. “No pueden hacer solos un pecífico, sino que galopaba desespera-
viaje de ese tipo”, dijo Tordo. “Nadie, por damente en cualquier dirección. Si se
más macizo y peludo y… porcino, debe- hubiera cruzado con otro animal, se-
ría quedarse solo”, admitió. guramente lo habría embestido. No le
Mamá Jabalí entrecerró los ojos: Tordo, importaba, así como no le interesaba
por más que fuera pequeño, parecía sin- chocar contra un árbol y romperse la
cero. Si incluso un pájaro pequeño como cabeza. Tal vez hasta habría sido me-
él decidía acompañarla, ¿cómo podía re- jor, no habría tenido que volver a su
nunciar antes de partir? Pensó que debe- casa con ese peso enorme. Atropelló
ría haber tenido a su marido con ella y algunos árboles pequeños y hasta una
luego se dijo a sí misma que, de alguna pila de leña, golpeándose la cara y las-
manera, lo iba a lograr. Por Pequeño Ja- timándose la frente. Ese dolor no era
balí. Por ella misma. Y por Tordo. nada frente al que sentía en su cora-
Mientras tanto, este se había dormido zón. “¿Qué haces?, ¿estás loca?” le gritó
sobre la espalda de su hijo. Quién sabe un puercoespín enojado. “Has arrasado
si allí había encontrado una hormiga mi casa y destruido mis provisiones.
o dos, se preguntó antes de quedarse ¿A quién se le ocurre?”
dormida ella también. Mamá Jabalí ya estaba lejos, y corría a
A la mañana siguiente, en la niebla del más no poder hacia su hijo. La justi-
sotobosque, por un momento Mamá cia no existe, de ningún tipo, pensaba.
Jabalí se sintió feliz. Se despertaba de Tal vez el puercoespín pensaba exacta-
una triste pesadilla y su hijo descansa- mente lo mismo.
ba a su lado. Eran una cosa sola, acu- “¿Por qué justo a nosotros?”, preguntó
rrucados uno contra el otro. Mamá Jabalí.
Luego, tajante como el cuchillo de un “¿Qué?”, pió Tordo. Tenía todas las plu-
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mas paradas porque lo habían desper- Mamá Jabalí no supo qué responder
tado de sobresalto. Pequeño Jabalí, en y se sintió incómoda por haber arra-
cambio, parecía roncar suavemente. sado la guarida del puercoespín y por
“¿Por qué Pequeño Jabalí tiene que ser haber gritado tanto. Dado que era de
débil?”, preguntó Mamá Jabalí. pocas palabras, para hacerse perdonar
Él giró la cabeza hacia un costado. “No se puso en marcha y así encontrar un
hay una razón”, admitió. desayuno para ambos.
“¿En qué me equivoqué?” Excavó y aró el terreno blando, des-
“¡No estarás pensando que es por tu cubriendo hongos, trufas y un par de
culpa! Si a todos se nos pagara en base caracoles gordos. Tordo los comió con
a lo que sembramos, en fin, yo ya es- avidez. En lo que a él se refería, ya se
taría bien muerto”. Mamá Jabalí sonrió habían reconciliado mientras comía el
amargamente. primer caracol.
“Pero tú no tienes a un hijo que no También Pequeño Jabalí intentó be-
camina. No puedes entenderlo”, le res- ber un poco de leche, pero, lamenta-
pondió gritando. blemente, le faltaban las fuerzas para
Tordo se sintió mal y se le notaba. Esta- succionar. Por suerte los senos de
ba soñando que viajaba volando por el Mamá Jabalí estaban lo suficientemen-
cielo con sus amigos, con la panza lle- te hinchados, de modo que empezaron
na, hasta que los gritos de Mamá Jabalí a gotear. Gota a gota, pudo alimentar-
lo despertaron. Se había embarcado en se. Para otro no habría sido suficiente,
una empresa más grave de lo que pen- pero para él fue una gran satisfacción:
saba. ¡Vieja Zorra lo había casi tritura- esas gotas de leche eran el néctar más
do! Por eso, le dieron ganas de dejar a rico que había comido.
la señora con sus problemas. Pero luego Al final, Mamá Jabalí se lo cargó sobre
se dio cuenta de que Pequeño jabalí es- las espaldas. “¿Vamos?”, preguntó. Tor-
taba despierto y que, por más débil que do se posó sobre sus colmillos. “Es por
fuera, entendía y escuchaba todo. allí”, dijo.
“Seré tus alas”, le susurró al oído. Y Pe-
queño Jabalí se puso contento porque Viajaron durante tres días. Se encon-
había encontrado a un amigo. traron con muchos animales a lo largo
Tordo aterrizó sobre las pezuñas de del camino. Muy pronto se esparció la
Mamá Jabalí. “Es verdad: no lo puedo voz de que una mamá viajaba con su
entender, pero estaré a tu lado hasta hijito sobre sus espaldas y un simpáti-
cuando tú me necesites”. co tordo parado en el hocico. Eran un
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había buscado el sentido de la vida y que estaba demasiado oscuro.
ahora lo encontraba a cada paso. “¿Sa- Mamá Jabalí no sabía qué decisión
bes una cosa?, creo que entendí algo tomar. Llovía tanto que el sendero se
importante en mi vida. Caminar aquí, había convertido en un arroyo barro-
con Pequeño jabalí, sentir su respira- so. ¿Seguir o quedarse? Para un jabalí,
ción tenue, escuchar sus patitas golpear quedar atrapado entre dos alternativas
sobre mis colmillos. Estoy tan feliz; y, es como caer en una trampa. Vieja Zo-
sin embargo, tengo una tristeza enor- rra le había dicho que iba a tener que
me que me consume. ¿Podemos estar elegir qué recorrido hacer, pero Mamá
contentos y tristes al mismo tiempo?” Jabalí no se sentía preparada para ha-
Tordo no sabía qué responder. En el pa- cerlo. La lluvia había llegado de impro-
sado habría dicho una de sus ocurren- viso. Esa tarde, cuando todo iba mejor,
cias, buscando una frase fuerte. Esta no había tenido ni tiempo ni ganas de
vez, en cambio, permaneció callado. pensar en un plan. “Bueno, es inútil
La lluvia empezó a caer, primero ligera, que te rompas la cabeza pensando”,
luego muy intensa. dijo Tordo, “no encontrarás una solu-
Al atardecer, bajo un diluvio estruen- ción más justa que la que elijas. Des-
doso, la oscuridad escondía el sende- pués de haber tomado una decisión,
ro. Tordo emprendió el vuelo y volvió esa siempre te parecerá la mejor”.
después de algunos minutos. “Pero es que con el tiempo tengo
“Tenemos que encontrar un reparo: miedo de arrepentirme de la elección
más adelante está la cueva abandona- que haga. Tal vez debería preguntar-
da de un tejón. Pequeño Jabalí podría le a Pequeño Jabalí qué prefiere”, dijo
dormir allí”. Mamá Jabalí. Por eso, lo desató y lo
“Pero Pequeño Jabalí está cada vez apoyó en el suelo.
peor. Si no llegamos lo antes posible “¡Sgruffooortt!”, le dijo el pequeño res-
al Corazón del Bosque, tengo miedo de balando por el barro que inundaba el
que se muera”. sendero.
Tordo se sacudió las plumas: “seguir de “¡Eh, adónde vas!”, pió alarmado Tordo
noche y bajo la lluvia es igual de peli- aferrándolo con el pico. Metió las patas
groso”. en el terreno, mientras el agua corría a
Pequeño Jabalí tenía los ojos llenos de la altura de sus alas.
agua y el hocico empapado. Respiraba “¡Sgruffooortt!”, repitió Pequeño Jaba-
con dificultad y, a fin de cuentas, ya no lí. Para él todo lo que decidiera su ma-
podía disfrutar más de las nubes por- dre estaba bien.
.
tas aventuras maravillosas había vivi- janas. Los otros no lo veían, pero allá
do. Se había acurrucado tiernamente arriba todo estaba lleno de coloridas,
entre las patas de su mamá y había espléndidas y ligeras mariposas.
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tonel pendía un tubito de plástico lar- necesita un tubito en la barriga para
go y blando con el que el hombre había comer que ayunar y que la barriga te
intentado traspasar el vino, que brota- duela de hambre. Además, de esa ma-
ba y goteaba por todos lados. nera, puedo tener la energía que ne-
Entonces, a Cascarín se le ocurrió una cesito para jugar con ustedes en los
idea. “Dado que tengo el pico demasiado campos y vivir aventuras juntos. Vale
débil para tragar, ¿por qué no me pegan la pena intentarlo”, afirmó.
uno de esos tubitos a la panza? Si me Por lo tanto, Cascarín fue equipado
ayudan, podría alimentarme por ahí”. con el tubito en el abdomen. A tra-
“Pero es que, cuando todos te vean con vés de él lograba ser alimentado con
ese tubito, se van a burlar de ti”, dije- algunos gusanos triturados. En breve
ron sus hermanos, “¡dirán que eres un tiempo volvió a correr de un lado para
Pájaro Rodante que necesita un tubo el otro del patio.
en la barriga para comer!” “¡Un pájaro Rodante con un tubito en
“Es mejor ser un Pájaro Rodante que la barriga!” chillaban los topos.
Cascarín no les prestaba atención. “Lo
importante es no haber renunciado a
mi sueño de poder alimentarme. ¡El
tubito en la barriga es solo un medio
para lograrlo!”, repetía.
Después de ese invierno, a Cascarín
también lo conocían las garzas y las ci-
güeñas que poblaban los campos más
allá de los arrozales. Sus hermanos aho-
ra volaban dando grandes vueltas alre-
dedor de la aldea, pero a él le costaba
seguirlos: no tenía más aire, le pa-
recía que el viento se lleva-
ba sus fuerzas. Por
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lo tanto, los observaba entre pensativo campos y vivir aventuras juntos. Vale
y molesto. Si no respiraba lo suficien- la pena intentarlo”, afirmó. Por lo tan-
te no podía tener energía para explorar, to, Cascarín fue equipado con una hé-
charlar, estudiar y crecer como quería. lice en el pico. Por allí recibía la brisa y,
Una mañana, todos escucharon cómo gracias al viento, respiraba sin esfuerzo.
del molino de la aldea provenían unos Por fin volvió a correr de un lado para el
ruidos muy fuertes, como truenos. “¡Una otro del patio. “¡Un Pájaro Rodante con
tromba de aire! ¡Una tromba de aire!” un tubito en la barriga y una hélice para
chirriaron los topos. Cascarín quiso ir respirar!” chirriaban los topos.
a ver y, como tantas otras veces, se hizo Cascarín no les prestaba atención. “Lo
acompañar por sus hermanos y, como importante es no haber renunciado a
se suponía, los topos demostraron ser mi sueño. ¡La hélice en el pico es solo
los mismos miedosos de siempre. No un medio para alcanzarlo!”, repetía.
había habido ninguna tromba de aire, “Pero para lograr que tus sueños se ha-
sino que una ráfaga de viento había gan realidad tienes que usar las ruedas,
arrastrado la ropa tendida hasta las as- el tubito y la hélice”, le dijeron sus her-
pas del molino. De ese modo, las cami- manos.
sas se inflaban como las velas de un ga- “¿Qué me importa?”, sostenía Cascarín.
león. Entonces, a Cascarín se le ocurrió Lo importante es no haber renuncia-
una idea: “¿Por qué no me ponen una do a mis propios sueños. Lo que para
hélice en el pico para que pueda respi- ustedes es raro, para mí es normal. No
rar sin dificultad? De esa manera podría importa quién tiene razón. Solo im-
aprovechar el viento y tener más aire”. porta tener un sueño en el que creer”.
“Pero es que, cuando todos te vean con
una hélice en el pico, se van a burlar Fuera del bosque, allí donde hay menos
de ti”, le dijeron sus hermanos, “¡dirán arces, se encuentra una pequeña aldea.
que eres un Pájaro Rodante que nece- Entre las tejas de esas cuatro casas mal-
sita un tubito en la barriga para comer trechas, los pájaros han construido sus
y una hélice para respirar!” propios nidos y, a lo largo del empedra-
“Es mejor ser un Pájaro Rodante que ne- do de la plaza, un pájaro especial corre-
cesita un tubito en la barriga para comer tea junto a sus hermanos. Se trata de un
y una hélice para respirar que renunciar grupo muy sociable, incluso en el perío-
.
a hacer lo que me interesa. Además, do de incubación, que ama reunirse para
de esa manera puedo tener el aire que compartir larvas y sueños, y, juntos, dar-
necesito para jugar con ustedes en los se largos y relajantes baños de tierra.
60
la escuela, y no tienen que regañarlo si, constituyente?” Le lamía los pies, pero
ingenuamente, trataba de darle un sen- todo parecía inútil: su hijo no camina-
tido a lo que experimentaba recitando ba, ni siquiera lograba estar de pie, firme
versos improvisados. Una mañana, al sobre sus cuatro patas. Sin embargo, el
alba, se sintió inspirado y compuso cachorro no sentía dolor, no estaba res-
esto: friado ni tampoco parecía tener fiebre.
Simplemente había nacido así, por un
Cuando Pequeño Lobo nació capricho de la naturaleza o por una vo-
sin fuerzas temblaba. luntad superior que Papá Lobo no com-
Sobre la hierba de bruces cayó partía ni comprendía. Y lo expresaba así:
cuando caminar intentaba.
Ningún dolor tenía mi lobito
En fin, la métrica no era muy regular, mientras en la hierba lograba descansar.
las rimas hasta demasiado simples, Era como si le faltara muy poquito
pero a él le gustaba imaginar a su hijo para poder largarse a caminar.
así, como el protagonista de una can-
ción o de una poesía. ¡Justamente él, Meditabundo, lo que más añoraba era
que nunca había sido un poeta sino poder ver sus sueños hechos realidad.
todo lo contrario! Pero los versos le De hecho, se había imaginado yendo a
surgían espontáneos acompañándolo cazar con su hijo. Quería enseñarle a se-
en esos primeros días, llenos de sor- guir las huellas, a tender trampas en el
presas y temores. Bosque más frondoso, a cazar sus pre-
sas. Papá Lobo se avergonzaba de estas
Su papá lo animaba fantasías: “¡mi hijo es perfecto también
y siempre lo sostendría así, aunque no pueda mover sus mús-
mientras sus patitas limpiaba. culos!”, repetía a los otros papás de la
¿Por qué no caminaría? manada. Luego seguía componiendo
su canción. Se avergonzaba de esto; por
Sobre todo una cosa lo perturbaba: “¿por eso la cantaba solo cuando estaba segu-
qué no puedo sanarlo?” se repetía. “¿Es ro de que nadie lo podía escuchar:
posible que no se pueda hacer nada, que
no haya ni siquiera un medicamento, Su papá, en cambio, pensaba
una rica sopa de ortigas y pollo, o un re- que su cachorro era digno de admirar.
63
que iba a poder hacer era, precisamen- la canción de Pequeño Lobo:
te, eso: arrancarse la piel para ayudarlo.
Así, mordiéndose los talones y rasgán- Su hijo, lamentablemente,
dose la piel, las patas y las garras contra todavía no caminaba.
su propio pelo, Papá Lobo se arrancó la El sueño llegó lentamente,
piel, quitándosela como cuando uno se mientras el manto lo abrigaba.
quita una media, desde la punta de las
patas hasta la cabeza. Pasó la noche y, el día después, su hijo
De esta manera, aulló: lo miró con una expresión llena de ale-
gría infinita.
Papá Lobo, mientras nevaba “¿Qué pasó?”, preguntó Papá Lobo.
se arrancó la piel como un reptil. “¿Tal vez mi piel por fin te ha sanado,
Todo lo que tenía lo daba te ha dado la fuerza para caminar?” En
para ayudarlo a vivir. esos días no había prestado atención al
hecho de que su hijo lo había sentido
Pequeño Lobo sintió el calor cantar y recitar las estrofas de la poe-
de un amor que lo inundaba, sía que repetía sin parar. Hasta un jo-
de un padre que con dolor ven Lobo era capaz de aprender un par
todo su ser le brindaba. de rimas, ¿no les parece? Así, Pequeño
Lobo sacudió la cabeza y recitó:
Sin pelo, Papá Lobo se congelaba
después de que lo compartiera. Papá Lobo en la nieve dejaba
Su manto al hijo esperaba manchas de sangre morada.
que fuerza y calor le diera. Su sacrificio, pensaba,
no sirvió para nada.
Gracias a la piel de su papá, su hijo
parecía estar mejor: ya no temblaba Papá Lobo sintió que el desánimo lo in-
más de frío. Los demás lo miraban vadía. “Realmente no sé cómo ayudarte”,
sorprendidos. Papá Lobo trabajaba al- admitió, “¡si fuera un buen padre lograría
rededor de la cueva invernal dejando ayudarte mucho más!”, dijo con el cora-
huellas rojas en la nieve. Sin pelo, con zón que rebalsaba de tristeza. “Pero me
los músculos estriados al descubierto, diste calor”, dijo Pequeño Lobo, “ahora
realizaba sus tareas mientras cantaba ya no tengo miedo de la nieve o de la
.
dormía feliz y soñaba, los parecían dos desquiciados. En cam-
lleno del amor de quien lo amaba tanto bio, eran Papá Lobo y su hijo, Pequeño
entre estrellas que el cielo poblaban. Lobo. Y se querían muchísimo.
65
.7 Plantina.
Fábula para adolescentes con SMA.
66
67
te es que ninguna logró germinar. En “Que tengan un buen día, fascinantes
el Bosque, una semillita se perdió en el señoras”, decían los tulipanes.
torrente y llegó al mar, a otra se la co- Contra todas las expectativas posibles,
mió un cuervo y la tercera terminó en- también esa pequeña semilla brotó.
tre las raíces nudosas de la vieja encina, Con el tiempo se infló, se volvió re-
¡que todavía la acuna entre sus ramas! donda como una lenteja, le creció una
En fin, ninguna de estas semillas brotó. barbita y, muy pronto, se extendió
Al final, la última semilla, negra y toda mostrando un tallito verde.
retorcida, tan pequeña que ni siquiera “Buenos días a todos ustedes”, susurró
parecía una semilla sino un grano de incómoda. Apenas había nacido y no
arena, cayó en un cuadradito de tierra conocía a nadie. Mientras tanto, deci-
en medio del Bosque. El viento aban- dió llamarse Plantina, porque, dada su
donó ese último grano con un suspiro. extraña figura, no se veía parecida a
Le gustaba entretenerse entre los péta- ninguna otra flor. “Me llamo Plantina”,
los de las flores y hacer crujir las ramas dijo, aunque más no fuera para escu-
de los árboles. De lo que sí estaba segu- char cómo sonaba ese nombre.
ro era que iba a volver a verla, porque “¿Qué nombre es Plantina?”, le pre-
sabía que esa semilla… era especial. guntaron las margaritas.
Poco tiempo después, el pequeño cua- “El mío”, admitió Plantina, “y ustedes,
drado de tierra iba a hospedar tulipa- ¿cómo se llaman?”
nes y prímulas, anémonas, margaritas, “Margaritas”, trinaron aquellas.
hierbabuena e, incluso, algunas campa- Plantina miraba a su alrededor con la
nillas. Se habían dado cita, como todos intención de entablar nuevas amistades,
los años, en ese pedacito de tierra para pero lo que veía la confundía. Prímulas,
abrirse y mostrarse y volver a mirar sus tulipanes, margaritas. Todas flores her-
propios pétalos. Eran flores muy cono- mosas, coloridas, sedosas, pero ninguna
cidas por las mariposas y las abejas que se asemejaba a ella. “Eres rara, Plantina”,
habitaban en esa parte del Bosque. admitieron las margaritas ingenuamente.
“Buenos días a todas, decían las prímu- Plantina tenía un tallo breve y ancho,
las levantando sus cabezas durante las envuelto por hojas duras y colgantes.
frescas mañanas de primavera. Cuando el viento soplaba, todas las
“Buenos días, bellezas”, piaban las ané- corolas y los pétalos de las flores sil-
monas. vestres temblaban; en cambio Planti-
“Hola, hermosas”, decían a coro las alo- na era una especie de estaca: inmóvil
cadas margaritas. y pesada, no se doblaba con el viento.
68
Para Plantina, sobrevivir no fue fácil. Hacer crecer a Plantina era un verda-
Mientras las otras flores prospera- dero desafío, pero tanto esfuerzo no
ban sin esfuerzo, ella tenía que luchar; parecía ser recompensado: Tallita no
mientras las otras flores resplandecían, tenía ni corola ni pimpollos. Era un ta-
ella se marchitaba. El rico terreno del llo verde rígido y poco agraciado. “No
sotobosque que les bastaba a las demás, importa ser hermosa”, filosofaba una
para ella siempre era demasiado árido. prímula aterciopelada e hinchada como
Los cuervos se encargaban de proveer- el vestido de una novia; “lo que cuenta
lo de hongos y tierra abonada que les es el modo en que lo vives, le decía.
robaban a los humanos de las granjas. A Plantina esos discursos la ponían
El gran jefe de los cuervos se había nerviosa. “Como si no fuera posible
sentido en culpa por la otra semilla que ser agradable por dentro y por fuera…”,
se había comido y pagaba su error de susurraba con tristeza. Más crecía y
esa manera: ayudando a Plantina. más se daba cuenta de las diferencias.
A las otras flores del campo, para crecer Siempre habían existido, lo sabía, pero
les servían los rayos del sol matutino. cuando era joven no le importaban.
Ella, en cambio, siempre tenía calor. Si Ahora, en cambio, observaba con inte-
hubiera tenido axilas, habría sudado todo rés los bellos pétalos y los colores res-
el tiempo. Las ardillas de la vieja encina plandecientes de sus vecinas. Las otras
eran las que se ocupaban de posicionar no tenían que hacer ningún esfuerzo
el follaje para que pudiera descansar a la para ser hermosas.
sombra. El viejo árbol todavía acunaba a “Me siento tan diferente”, suspiraba
su hermana, la semilla, y pagaba su error antes de dormir.
de esa manera: ayudando a Plantina. El viento, como lo había prometido,
Si las otras flores, para brillar solo nece- volvía a acariciarle la nuca. De todas
sitaban gotas de rocío sobre los pétalos, las semillas que había robado, solo
ella tenía que estar seca y, al contrario, Plantina había brotado. “Eres especial,
ser sumergida totalmente en agua co- Plantina”, le decía al oído. “Después de
rriente para poder sobrevivir. Por eso, haberte robado, todavía me acuerdo de
el torrente había desviado su propio cuánto te gustaba volar por los cam-
flujo y así mojarle las raíces cada dos pos. Las otras semillas gritaban con
semanas aproximadamente. Como ha- voz chillona, no sé por qué, mientras
bía perdido la semilla que el viento le tú cantabas de alegría”.
había confiado, pagaba su error de esa “No me importa ser especial: en reali-
manera, ayudando a Plantina. dad, sólo quiero ser igual a las demás”.
Plantina 69
Le dolía lo que veía y la rabia que sen- cia que le correspondía. Plantina lo sabía,
tía le parecía insoportable: “¿por qué por eso no podía cuestionar lo que decía.
no puedo tener yo también hermosos Al final, Plantina se abrió.
pétalos suaves o un capullo ceñido El evento fue recibido con gran alegría
como el de mis amigas?” por todas las flores que poblaban ese
Cada tanto le pedía consejos a Venus. pedacito de tierra. Después de tanto
Venus era una abeja reina que había esperar, alguien incluso creyó que el
sido expulsada del panal en el que había destino podía ser justo. “Verás”, canta-
nacido. Había salido de las celdas rea- ban, de hecho, las margaritas, “después
les de apareamiento y se había puesto de toda esta espera, serás bellísima, con
a cantar con un tono de voz alto, un al- pétalos suculentos y lanceolados…”
tisonante sol sostenido que había des- y después de unos días de asegurarle
pertado a sus hermanas. En la batalla tantas cosas, se animaron a más: “se-
-incluidos algunos puñetazos - que se rán pétalos blancos y suaves: ¡te vas a
había desatado en el panal, Venus había parecer a nosotras!”, le decían.
logrado sobrevivir, pero ninguna obrera “Parecen pétalos membranosos”, le de-
la había seguido. Se había quedado sola, cía, en cambio, Venus.
repudiada; por lo tanto, había aprendi- “¿Son bellos?”, preguntó Plantina.
do a decir lo que pensaba sin pelos en la “Veamos qué forma tienen antes de
lengua, o mejor sin cerdas en las tena- decidirlo”, le respondía ella.
zas. Solo cuando hablaba con Plantina Muy pronto, también las margaritas
parecía volverse más amable. Se posaba se callaron. Al contrario, miraban con
sobre su cabeza zumbando como una compasión los pétalos atribulados que
auténtica trompeta. “Tienes que tener le habían florecido sobre la cabeza.
paciencia; para mí, estas protuberancias “Este pétalo central parece una espe-
son yemas. Claro, deben de ser yemas, cie de lengua”, dijo Venus, “una lengua
si no ¿para qué servirían?” membranosa”.
“¿También tengo forúnculos?”, pregun- “¿Qué es una lengua?”, preguntaba pre-
tó Plantina. “Por el momento lo pare- ocupada Plantina. A ella esos pétalos
cen, pero pronto, estoy segura de que absurdos la asustaban.
se convertirán en sépalos o tépalos”. Venus había pasado su tiempo zumban-
“Me habrían bastado unos simples pétalos”. do libremente alrededor de las casas de
“Nadie obtiene todo lo que desea. Te- los humanos; por lo tanto, sabía muy
ner algo, ya es bastante”. bien lo que era una lengua. Por un mo-
Venus no había recibido nada de la heren- mento tuvo miedo de que Estrella pudie-
70 Plantina
ra leérselo en las antenas. Por eso eludió Ante estas palabras, Plantina se sintió
la pregunta respondiendo: “Olvídate del rodeada de un afecto que nunca antes
tema de la lengua. ¿Has visto qué hermo- había experimentado.
so color que tienen? Son de un tono rosa “Eres mi única heredera, exclamó el
carne; apuesto a que les gustarán muchí- viento, “crecida en el vientre cálido del
simo a los insectos del bosque”. Bosque y salvada con una maniobra
Las abejas, las cochinillas, las avispas, audaz de tener que crecer en un inver-
las mariposas y todos los insectos nadero de la ciudad”.
que habitaban ese campo florecido “Eres nuestra amiga más extraña”, ex-
no parecían tener la misma opinión. clamaron las margaritas. No sabían de
Plantina era ignorada y, a veces, has- qué estaban hablando, pero cuando
ta evitada. “No es justo”, se lamentaba podían, siempre se metían.
chirriando, “¡aunque haya florecido, “Eres nuestro mayor orgullo”, dijeron
soy diferente!” los cuervos, las ardillas y el torrente
“¡Ahora basta, hija mía!”, explotó una del bosque, “difícil de cultivar, pero
tarde Venus. No soportaba más verla con la capacidad de darnos las más
tan deprimida. “Pasas los días compa- grandes satisfacciones.”
rándote con lo que no tienes. ¿Cuánto Desde ese día, lentamente, algo cambió
tiempo más vas a seguir así?” en el corazón de Plantina. Era como
Plantina exclamó: “¡Hasta que me pa- si una convicción hubiera llegado a su
rezca a las demás!” vida. Absurdamente, secretamente, se
“¡Olvídalo!” No estamos hechas para ser decía: “Soy una princesa”, y bailaba con
como las demás, es hora de que alguien sus pétalos trilobulados sacudidos por
te lo diga. Mira: una reina sin reino y ese bribón del viento nocturno. Estaba
una flor carnosa y atribulada que parece decidida: iba a ser algo diferente a lo que
venir de la luna. ¡Si no puedes ser lo que siempre había imaginado. ¿En qué? To-
deseas, entonces encuentra el coraje que davía no lo sabía, pero encontrar nue-
necesitas para cambiar tus sueños!”, y le vos sueños era una expresión de coraje
dio un coscorrón en la cabeza. Planti- en sí mismo que le daba color a su vida.
na se puso a llorar desconsoladamente. Por eso, con entusiasmo, se repetía a sí
“No sé quién soy”, dijo gimiendo. misma: “Soy diferentemente diferente”.
Venus le dio unas palmadas sobre la Princesa de un panal que no existía,
corola: “Eres mi hija”, dijo zumbando. abeja adoptiva, orgullo y desconcierto
“Y esto te convierte oficialmente en de las fuerzas del aire y del agua. Mien-
una princesa. Eres mi princesa”. tras el verano avanzaba, un nuevo sem-
71
blante le infundía fuerzas. Era siempre Plantina aprendió a escuchar e imaginar.
ella misma, el mismo perfil inclinado Al final, esa nueva actitud, ese modo nue-
y rígido reflejado en el torrente, pero, vo de ver el mundo, surgió en medio de la
al menos, había dejado de lamentarse noche como un olor punzante, un aroma
y llorar. O mejor aún: todavía lloraba, especiado que muchos ignoraban pero
pero solo cuando le iba realmente mal, que, si se le prestaba atención, se lo po-
y, mientras tanto, enfrentaba la vida que día percibir. Entonces, una mariposa se le
le tocaba vivir gozando del tiempo y de acercó y Plantina, durante algunos segun-
lo que el destino le había confiado. dos, bailó con ella a la luz del crepúsculo.
Incluso se apasionó con las historias
deshilvanadas que el viento, su padre, Muchos días más tarde Venus voló en-
le contaba en sus ratos perdidos. Una tre las casas de los humanos. Buscaba
tarde la suave brisa llegaba con el olor un invernadero, acompañada por una
de la nieve después de haber seguido brisa burbujeante y parlanchina.
cristales de hielo sobre las cimas de las “Es esa”, dijo, de hecho, el amigo viento.
montañas, y una mañana, en cambio, “La reconozco sin dudarlo, ¿ves la venta-
traía la fragancia del pan recién hecho, na cerrada? ¡Oh!, ¿cómo se atreve a impe-
porque había ayudado al panadero a dirnos pasar? Se necesita mucha fuerza
encender el fuego del horno. En otra para abrirla, pero nada puede detenerme”,
ocasión le contaba sobre la regata que se vanaglorió y sopló con fuerzas, sacu-
los ratones de Fuerte Hueco habían diendo los cercos, levantando las hojas
hecho en el torrente o sobre las lu- de un periódico abandonado y abriendo
ciérnagas que encendían carteles para con un golpe seco los postigos. “¡Ah! Es-
anunciar el musical de las cigarras. toy adentro, furtivo e indomable”.
En fin, Plantina escuchaba el viento y se Venus empezó a zumbar en su favorito
sorprendía de que el mundo fuera tan sol sostenido. Entre las macetas, llenas
grande y diferente a su amado pedacito de flores brillantes con formas raras y
de tierra. Se sorprendía de que en algu- poco comunes, algunas plantas sobre-
nos lugares las flores ni siquiera existie- salían por el color rosa intenso de sus
ran y de que la belleza pudiera encontrar- estambres charlatanes.
se en amplias extensiones de musgo o en “Ahí están las hermanas de Plantina”,
colonias de champiñones intensamente dijo Venus. En las macetas algunas eti-
.
perfumados. Se volvió curiosa, aunque quetas declaraban con una cuidada y
no pudiera moverse: sus raíces ahora sensual caligrafía: “Afrodita”. “Aphrodi-
eran fuertes y espesas debajo de la tierra. te Phalaenopsis”.
72 Plantina
73
.8 Rafting para ratones.
Fábula para niños y niñas, adolescentes,
Padres y madres en la era del cambio.
74
ción. Nadie en Fuerte Hueco había “No creo. Algún cachorro que tomó este
osado hablar alguna vez de eso. Ya no medicamento cuando recién había na-
poder caminar era doloroso, pero el cido, después logró caminar, pero Sép-
pensamiento de que más adelante, des- timo ya es un poco grande”. La lechuza
pués de algunos años, el ratón fuera a observaba al ratoncito con atención.
volverse más débil, era insoportable “Este medicamento, como decía, te dará
y los enojaba. “Pero, a fin de cuentas, más fuerzas después de cada inyección.
¿para qué sirve ese medicamento?”, Y, si tenemos suerte, te ayudará a mover
preguntó Mamá Blanquini. mejor las piernas. Más que eso no pue-
“Le dará más energía a su hijo”, le do asegurarte. ¿Qué te parece?”
respondió Lechuza Sabia, mientras “Tal vez deberían renunciar”, le susu-
se quitaba algunas pulgas de encima. rró al oído de Mamá Blanquini el in-
“Pero, ¿no les parece que esas pregun- tendente de Fuerte Hueco.
tas debería hacérmelas Séptimo?” “Yo quiero ser más fuerte”, exclamó, en
Por segunda vez en poco tiempo, toda cambio, Séptimo. “Y si no puedo ser
la comunidad tembló. No era habitual más fuerte, al menos quiero ser menos
que los ratoncitos hablaran, ¡y menos débil. Hagámoslo”.
con un ave rapaz!
“De hecho, quisiera hacerle un par de El séptimo hijo de un séptimo hijo,
preguntas”, susurró Séptimo. “¿Me va aunque sea un ratón, como se sabe, es
a sanar?” un animal mágico. El albino Séptimo,
Lechuza Sabia lo miró con sus grandes de hecho, confirmaba esa regla. No po-
ojos dorados. “No”, dijo. día caminar, pero sentía de un modo es-
De golpe, un coro de desaliento se ele- pecial. Era más perspicaz, más sensible,
vó, pero Séptimo ni siquiera pestañó. estaba más atento a lo que les sucedía
“Este nuevo medicamento no te sana”, a los demás ratones. Él decía que era el
dijo el pajarraco, “solo retardará la en- efecto, es decir el resultado, del hecho
fermedad y te hará ganar más tiempo. de que, si no caminabas, necesariamen-
El tiempo vale oro, ¿sabías? Ahora no te te tenías que pensar. Séptimo no se
das cuenta porque eres jovencito, pero creía mágico, si bien, en secreto, desea-
cuando seas grande lo entenderás. El ba poder hacer magia, desplazar los ob-
tiempo vale oro: nunca es suficiente”. jetos solo con la fuerza del pensamiento
“¿Lo hará caminar?”, se animó a pre- o volar por el cielo estrellado. Por ahora
guntar la hermana mayor de Séptimo. se conformaba con poder ser valiente,
75
y el nuevo medicamento era la ocasión de regata. Él también habría querido
perfecta. “Si no puedes ser mágico, al aprender a usar el remo como su amigo
menos puedes intentar ser más audaz”. y también era por eso que todos juntos,
“¡Pero no te sanará!”, le repetían sus mientras trataban de hacerle cambiar de
amigos. idea con respecto a la nueva medicina,
Él se encogía de hombros. Estaba ata- estaban dirigiéndose hacia una puerte-
do a la espalda de Bombo, el ratón más cita. “En cambio, yo te voy a mostrar lo
gordo de la colonia. Bombo era quien lo que vas a hacer”, dijo Séptimo riéndo-
transportaba de un lado para el otro por se con sarcasmo. Con el tiempo había
los estrechos pasillos de Fuerte Hueco. aprendido a reírse. “Las abejas no me
“Y con la picadura, ¿cómo vas a hacer?”, dan miedo”, dijo. En realidad, estaba se-
le preguntó Prímula. Era su prima y, ob- guro de que, a fuerza de repetírselo va-
viamente, Séptimo estaba enamorado rias veces, iba a terminar convenciéndo-
de ella. No había conocido nunca a una se a sí mismo de su supuesta valentía.
ratoncita tan amable y curiosa como ella. “Yo estaría muerto de miedo”, dijo
Una vez Prímula había metido la cabeza Bombo, tratando de bajar los escalones
en una bellota, inventando, muy a su sin caer rodando en el torrente con su
pesar, un casco que el equipo de regata compañero sobre los hombros. “Ade-
habría de usar desde ese día en todas las más, porque no es solo una picadura”.
competiciones. También los ratones que Lechuza Sabia se lo había explicado
practican rafting usaban el bellota-cas- bien: no bastaba tomar una vez sola la
co de Prímula y eso, para Séptimo, era medicina. Había que seguir aplicándo-
una especie de señal del destino. sela en cada estación del año, durante
“Te explico yo cómo va a ser la pica- todo el resto de su vida. ¡De toda su vida!
dura”, respondió por él Chiquito, un Séptimo nunca había pensado en lo lar-
joven ratón que practicaba regata y ga que podía ser una vida hasta que no
que, a pesar de su nombre, tenía fuer- tuvo que medirla en picaduras de abejas.
tes músculos debajo de su piel marrón. ¡Eran un montón de picaduras!
“¡Chillará como un ratoncito apenas En ese momento, llegaron a la embar-
vea el aguijón, te lo aseguro!” cación. La Hoja, tratada con cera de
Séptimo envidiaba todo de Chiquito. abejas (qué casualidad, ¿no?), flotaba
No solo el hecho de que pudiera cami- perezosamente mientras el torrente
nar, sino que también fuera despierto fluía tranquilo. En realidad, se trata-
y valiente y que integrara un equipo ba solo de una calma aparente, exac-
78
Nadie dijo nada. concluyó Lechuza Sabia riéndose.
“La receta lo hará dormirse un poqui- “¡Claro que no!”, confirmó Papá Blan-
to”, explicó Lechuza Sabia. quini. Séptimo y sus amigos se mira-
“Ah, entonces creo que va a servirle”, ron unos a otros con culpa.
dijo Bombo. Él también estaba en el Chiquito ató a Séptimo justo sobre la proa
nido. Séptimo aceptó con la cabeza. de la Hoja. “¿Te parece una buena posi-
“Estoy listo”, dijo. ción?”, se lamentó. “Te vas a salpicar todo”.
“Un momento”, replicó su amigo Chi- “No te preocupes, logro mantener el
quito. “Séptimo se hace el valiente y aire durante mucho tiempo”. Era ver-
sería capaz de masticarse a la abeja si dad: Séptimo era muy bueno en el agua
sirviera para algo, eso es claro. Pero yo y lograba resistir sin respirar, debajo
quiero estar seguro. ¿Y después? Des- del agua, durante muchos segundos.
pués de la picadura, ¿qué pasará?” Prímula le apretó la patita. “¿Puedo sen-
Lechuza Sabia miró fastidiada al mus- tarme a tu lado?”, le preguntó. “¡Yo tam-
culoso ratón. No le gustaba que la inte- bién quiero que me salpique el agua!”
rrumpieran. “Después, si me lo permites, En cambio, Bombo se había sentado
debe descansar. Es mejor que se quede detrás, hundiendo de un buen palmo
recostado, así el medicamento puede la embarcación.
llegar a todo su cuerpo: desde la punta “Quédate quieto o vas a lograr que nos
de las patas hasta sus blandas orejas. Por hundamos antes de empezar el viaje”,
algunas horas debería moverse lo menos dijo Chiquito. No sabía por qué había de-
posible y resistir si le dan ganas de sen- jado que lo convencieran. Después, miró
tarse. Sobre todo tú, Brumbo…” a su amigo atado a la proa. “¡Nos vamos a
“Bombo”. hundir y todo va a ser por mi culpa!”, re-
“¡Exacto! Tú, Bombo, durante un par funfuñó. Pero después miró seriamente
de días, no tendrás que llevarlo de pa- a Séptimo. “Ok chicos, dado que hacerles
seo. Séptimo deberá estar en reposo cambiar de idea es imposible, tomen los
y tranquilo para evitar los dolores de remos. ¡Bombo, no te muevas! ¿Todos
cabeza y los vómitos”. Mientras habla- tienen su bellota en la cabeza?”
ba, Lechuza Sabia liberó a su amiga, la Al unísono, todos respondieron afir-
abeja. “Pero esto, en el caso de ustedes, mativamente. “Séptimo, ¿estás listo?
ni siquiera es necesario decirlo… Los Es tu primer descenso por los rápidos”.
ratoncitos con los músculos débiles no “¡La primera no es la última!”, dijo Sép-
tienen muchas ocasiones de ser some- timo cerrando los ojos y respirando
tidos a quién sabe qué sacudones, ¿no?”, profundamente. ¡Siempre y cuando esa
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salpicaduras de agua los mojó hasta la Langosta exactamente de proa, ahí
médula. “¡Aférrense con fuerza!”, repi- donde la velocidad es mayor”.
tió. La Hoja era sacudida por la corrien- El Salto de la Langosta. Séptimo tenía
te de un lado para el otro. Ondeaba y miedo. “Un ratón que no camina, ¿pue-
se balanceaba furiosamente, mientras de saltar?”, se preguntó.
entraba en una parte del río lleno de Prímula estaba a su lado, pelo contra
espuma y de olas. “Uaaaahhhhhhh!”, pelo, y remaba totalmente concentra-
gritó Séptimo exaltado. “¡Derecho al da. Chiquito le estrechaba los hom-
río!” bros. Bombo remaba y rezaba: ¡SCHU-
Chiquito, que esperaba haber atado FF! “Te lo ruego.” ¡SCHAFF! “¡Déjame
a su amigo lo suficientemente fuer- sobrevivir!”
te, tuvo el tiempo de preguntarse qué “Un ratón puede saltar”, dijo Séptimo
habría sucedido si Séptimo se hubiera decidido. El barco giró sobre sí mismo
caído al agua. Probablemente se ha- en dirección a la orilla derecha, se me-
bría divertido inmensamente. Y, des- tió debajo del techo de raíces, para luego
pués, se habría ahogado. “¡No tendría realizar el último viraje hacia la casca-
que haberme dejado convencer!”, gritó da. “¡Un ratón puede volar!”, le gritó su
para hacerse escuchar por encima del mejor amigo al oído. “¡Tiren los remos!”
estruendo de los rápidos. Y durante un tiempo largo la Hoja se
El barco hizo un violento trompo, levantó por los aires, suspendida arriba
los empapó nuevamente y retomó del Salto de la Langosta. Como es sa-
velocidad. “¡Uahhhhhhhhhhhhhh!” bido, todo lo que vuela y no tiene alas
“Uooooohhhhhhhhhhhhh”. está destinado a precipitarse, y así fue
Solo Bombo no gritaba. Acurrucado para los cuatro ratoncitos y su embar-
en popa, dado que nadie lo veía, podía cación. Cayeron a lo largo de la cascada
tener los ojos cerrados, rezar algunas zambulléndose de cabeza. El barco se
oraciones al Dios de los ratones y es- metió en el agua y Séptimo sintió que
perar a que todo terminara pronto. lo arrastraba la masa espumosa del lago.
Y pronto terminó, por lo menos el tra- Descendieron en medio de las burbujas
mo de los rápidos. Después, aun antes algunos metros y luego, como un ta-
de ver la cascada, sintieron su fragor. pón de corcho, subieron a la superficie,
“¡Está bien, ahora remen!”, les ordenó irrumpiendo por fin de las aguas.
Chiquito. “Tenemos que posicionarnos “¡Estoy vivo, estoy vivo!”, pensó Sép-
debajo de aquellas raíces a la derecha, timo. El salto había sido tan violento
de modo que tomemos el Salto de la que le hizo perder el casco de bellota.
.
pero la espalda del ratoncito había cesiva, dado que ya estaba programando
visto tiempos mejores. “Lo logramos”, con sus amigos un descenso desde el
le dijo dulcemente, entreabriendo las gran arce con un paracaídas de hojas…
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habían inventado un juego nuevo: se lan- “Yo tengo las antenas débiles, así que,
zaban y pasaban las cerezas, divididos en en vez de jugar, miro la luna. ¿Ves? Se
equipos. El objetivo era hacer un gol, es equivocó y apareció en el cielo aun
decir mandar la cereza al arco, cuya red cuando todavía es de día”.
era una telaraña. Si este juego les recuerda “Oh”, dijo Enebro como si fuera lo más
otro, no se equivocan: era igual al fútbol natural del mundo. “No me había dado
y, como el fútbol de los niños humanos, a cuenta”.
los caracoles les gustaba muchísimo. “¿De la luna o de que mis antenas son
Romina miraba jugar a los demás que, débiles?” “¡De las dos cosas!”
para ser sinceros, un par de veces habían Romina sonrió ante la simpática respues-
intentado incluirla. Pero había surgido ta. ¿Cómo era posible que Enebro no se
una discusión sobre cómo cambiar las hubiera dado cuenta de que sus músculos
reglas, que no había terminado para nada eran débiles? Realmente era un misterio.
bien. Por eso, cuando los otros caracoles ¡La silla de hojas no era precisamente in-
corrían rápidamente (o sea todo lo “rápi- visible! “¿Quieres jugar al fútbol conmi-
do” que puede correr un caracol…), a ella go?”, le preguntó entonces, inspirada.
le tocaba quedarse mirando, desconso- “¿Pero no era que tenías las antenas dé-
lada. También esa tarde había sucedido biles?”
lo mismo y Romina ni siquiera se había “Ehhh, … ¿y qué tiene que ver? Yo jue-
quejado. Se estaba acostumbrando, y go al fútbol de un modo especial”.
esto, si quieren saber lo que pienso, es “¿O sea?”
mucho peor que sentirse excluido. Romina infló las mejillas y dijo: “la ce-
Fue por ese motivo que saltó descon- reza es arrojada desde la otra parte de la
certada cuando Enebro, un caracol de cancha con un tiro importante. Enebro
la especie amarilla, le dijo: “¿No vienes salta sobre uno de los hongos del so-
a jugar con nosotros?” tobosque y, gracias al rebote, se levan-
“¡Gup!”, respondió Romina, tomada ta bien alto en el aire parándola con el
por sorpresa. pecho. Da una cabriola, luego otra, y por
“¿Qué te pasa?”, preguntó Enebro ob- último arroja el balón en el campo ad-
servándola con sus antenas. versario. ¡Increíble! Aterriza sobre su ca-
“¡Me sorprendiste!”, admitió Romina, parazón y, haciendo una pirueta le hace
“¿por qué no estás corriendo detrás de una seña a Flor Silvestre, su compañera
las cerezas?”, le preguntó. de equipo. Corre, le dicen sus antenas”.
“¿Por qué no corres tú también?”, su- “Juegas-relatas el partido”, le dijo Ene-
brayó Enebro con curiosidad. Romina bro. Romina estaba desorientada: “Flor
pertenecía a otra especie y pasaban Silvestre sale corriendo, pasando por
juntos sólo los recreos. entre los caracoles adversarios. La cere-
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za salta hacia el arco del equipo contra- desesperado, gira sobre sí mismo y
rio y los caracoles de la defensa están vuelve hacia la zona de marcación”.
a punto de interceptarla. ¡No llegará a “¡Déjala, maldito!”, repitió Enebro.
tiempo! Por eso se cierra en su capa- La cereza cae precisamente en ese mo-
razón, se empuja hacia adelante con la mento, exactamente frente al arco del
cola y rueda a través de toda la cancha”. equipo adversario…”
Enebro sacudió las antenas: “pero eso “¡Flor Silvestre, es tuya!”
es imposible”. “Flor Silvestre toma el balón, descarta
“Cuando juegas-relatas un partido, a uno de los últimos defensores, carga
todo es posible”, afirmó Romina y lue- una de sus antenas y…”
go agregó: “Flor Silvestre aferra el ba- “¡Gol!”, exclamó Enebro. “¡Flor Sil-
lón alcanzando a los caracoles de la de- vestre lanza la cereza con un tiro ra-
fensa. ¡Strike! Manda a los adversarios sante, que entra en el arco adversario!
al área como tantos jugadores y le pasa ¡Goooooooool!”
la cereza a Enebro que, mientras tanto, “Exacto”, comentó un poco decepcionada
ya está cerca del área, listo para el tiro. Romina. No pensaba que el partido fuese
En ese punto, inesperadamente…” a terminar tan rápido; ella había imagi-
“¿Qué pasó?” nado a una lagartija como arquero. “Uno
“Inesperadamente…” Romina buscaba a cero para los Caracoles de Tierra”. Esta-
inspiración. No era fácil inventarse “un ba triste porque ahora que la historia se
partido, así como así” diríamos noso- había terminado Enebro iba a irse a jugar.
tros los lobos, o como dicen los caraco- Mientras tanto, otros caracoles, entre los
les “en el espacio en el que una cochi- cuales, precisamente, Flor Silvestre, se
nilla vuela de un diente de león a otro”. habían acercado atraídos por el alboroto
“¡Inesperadamente un escarabajo de es- de Enebro: “yo nunca hice un gol, ¿qué
meralda le arranca la cereza de las ante- estás diciendo?”, preguntó. “Y no saben
nas!” “¡Déjala, maldito!”, exclamó Enebro. lo mejor”, agregó reanimándose Romi-
Él era uno de los que se dejaban atrapar na. “Es decir, qué pasa cuando los Esca-
por las bellas historias, eso era claro. rabajos de Esmeralda deciden desafiar a
“Entonces Enebro da un salto y aterri- los Caracoles de Tierra a una revancha”.
za sobre las espaldas del escarabajo. Se Enseguida un grupito de caracoles empe-
mantiene firme, pero corre el riesgo de zó a escuchar con interés el juego-relato
caerse al menos dos veces. El maldito de Romina. El caracol tenía tantas ideas
insecto zigzaguea por el campo. Desar- en la cabeza como las abejas que caben en
ma el juego de los equipos tumbando un panal. ¿Era posible que no lo supieran?
los caparazones de los más pequeños. En el musical de las cigarras del año, el
¡Déjala!, grita Enebro. El escarabajo, partido nocturno había sido jugado antes
Un partido con cerezas 89
contra las luciérnagas de Campo Florido. fruncidos, preguntó: “¿Qué?”
¿Y aquella vez que el Viento de la noche “¡Jugar contigo un verdadero partido de
había soplado con tanto ímpetu que les fútbol!”. Entonces la llevó hasta el centro
permitió jugar entre las nubes? ¿Real- de la cancha, con la silla de hojas que cru-
mente no lo recordaban? Se había juga- jía cada vez que sus ruedas giraban. Ene-
do un partido con las termitas de Fuerte bro recogió una de las cerezas más rojas.
Hueco en el gran Estadio de la Selva. Ha- “¡Es demasiado pesada!”, le advirtió
bía sido un gran éxito celebrado durante Romina.
muchos años. Y aquella vez en Fondo “Las historias que has contado han des-
Barroso, ¿cómo olvidarlo? Los renacua- pertado en mí el deseo de jugar contigo”.
jos habían sido capaces de dominar las “Sí, pero esa cereza pesa demasiado”.
cerezas a lo largo de todo el estanque. “¿Estás lista para el pase?”
Lo hermoso de las historias de Romi- “¡No, no lo estoy!”
na era que también los otros caracoles Enebro lanzó la cereza muy alta, tan alta
podían participar. De hecho, no era ce- que Romina tuvo tiempo de imaginár-
losa. No hablaba solo ella. Al menos, sela caer sobre su cabeza, romperse y
no todo el tiempo. Cualquiera podía ensuciarle todo el caparazón de jugo de
agregarse y, entre un partido verda- cerezas. Después se imaginó que la afe-
dero y el otro, decidir jugar-relatar un rraba en el aire, que encontraba las fuer-
nuevo y extraordinario torneo. zas para levantarla y lanzarla lejos, inclu-
Finalmente, como sucede con todo lo so sobre la distraída luna que todavía los
bello, la pausa llegó a su fin. La maestra espiaba desde el cielo, a tal punto que se
sopló tres veces en una raíz de abedul. arrancó un pedacito y lo hizo caer en el
Unos instantes después iban a tener estanque. Le gustaba mucho esa idea.
que entrar en sus respectivas aulas. Pasó un segundo, después otro. La ce-
Muchos caracoles se fueron y solo reza no cayó sobre su cabeza. ¿Había
Enebro se quedó en el prado junto a su perdido el vuelo? Un pajarito aleteó en
nueva amiga. ese momento.
“Fue divertido jugar-relatar contigo”, le “¡Ah, maldito ladrón!”, dijo Enebro.
dijo él. Al final tuvieron que volver a clases,
Romina le sonrió incómoda. pero para Romina había sido una jor-
“Después de todas estas historias, ¿sa- nada emocionante. No había tocado el
bes lo que me gustaría hacer ahora?” balón, pero por primera vez en su vida
Ciertamente Romina no quería que le había jugado al fútbol con un amigo.
.
diera un beso. Los caracoles eran ba- No había quebrado la luna, pero, de to-
bosos, ¡imagínense entonces cómo po- dos modos, tuvo la sensación de que se
dían ser sus besos! Así, con los labios había llevado un pedacito a su casa.
90 Un partido con cerezas
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.10 Los tres hermanos Carpa.
Fábula para niños y niñas y adolescentes
con AME y para quienes quieran leerla
o que alguien se las cuente.
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vía se sentía un pececito, lleno de mie- un partido de fútbol con cerezas. A los
dos e inseguridades. Envidiaba todo de hermanos Carpa les habría gustado
sus hermanos y, a menudo, suspiraba encontrar esas cerezas porque no sa-
solitario en el fondo del lago. bían qué tipo de animales eran.
Cuando un sapo de Pantano del Prado Precisamente, en una noche de verano
cuenta esta historia no deja de admitir muy calurosa, cuando el agua del estan-
que, de hecho, en una cosa, lamenta- que parecía un plato de sopa, por prime-
blemente, los tres hermanos se pare- ra vez escuchó hablar del Velo Misterio-
cían. Los tres eran débiles nadadores so. Un viejo pez Pérsico pirata, tuerto de
y las aletas desflecadas con las que ha- un ojo, cuyo traje demostraba que había
bían nacido no les permitían ir adonde librado varios combates, les había con-
les hubiera gustado. Para Ulises, vaya y tado esta historia. Fue necesario que el
pase, pero para Rodrigo esto significa- buen Amadeo le rogara muchísimo para
ba un verdadero sufrimiento. Además, convencerlo de que largara prenda. Al
para Amadeo esa debilidad era una au- final, aquello de lo que los tres herma-
téntica prisión: ¿cómo podía conciliar- nos Carpa se enteraron, les cambió la
la con su curiosidad? vida, y no precisamente para mejor.
Los tres hermanos Carpa vivían en el Los sapos aseguran que conocen las
Gran Estanque cerca de Fondo Barroso palabras exactas que pronunció Pérsi-
y ayudaban a su madre a administrar co. Lo imitan con voz ronca y rasposa,
los campos de plecópteros y el corres- pero no sé decir si esto refleja fielmente
pondiente self-service para peces. En el modo de hablar de un pirata; con los
esa cómoda ensenada de aguas tibias sapos nunca se sabe. “Siguiendo el ba-
y sin correntadas, numerosos viajantes rranco irregular hasta el valle turbio y
provenientes del lago que se encontraba nadando solitarios durante muchas ho-
en el valle se detenían a pasar la noche. ras, desde el fondo del lago se eleva de
En esas ocasiones Amadeo se armaba repente una nube de centelleantes Ma-
de un buen botín de historias de aven- riposas de Agua”, dijo. Quien se detie-
tura. En esas hermosas noches, por ne demasiado en esas aguas podría ser
ejemplo, había escuchado hablar del capturado por una corriente fría y des-
equipo de los ratoncitos que se había piadada, que te succiona cerca de una
tirado en paracaídas desde la cima del gruta. Allí es donde luché por mi vida,
Gran Arce (o el árbol que fuera) o sobre hechizado por el Velo Misterioso. Más
los Caracoles de Tierra que les habían que esto no les puedo decir”. Se necesi-
ganado a los Escarabajos Esmeralda taron cien gramos de plecópteros para
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Carpa partieron enseguida, revolcándo- nos Carpa nadaron en contra de la co-
se en el fondo con sus barbillas cortas y rriente, arrastrándose sobre el fondo del
carnosas. Otros cuentan todas las astu- lago durante varios días. Seguían las in-
cias que Amadeo tuvo que inventar para dicaciones del viejo Pérsico, buscando
convencer al asustado Ulises, incluida la el barranco irregular y el valle turbio.
vez en que escondió en el barro el anillo Internarse en esa parte del lago era un
encantado que su hermano quería rega- auténtico desafío: medio ciegos por el
larle a su enamorada. Ulises había decla- agua oscura y llena de barro, molesta-
rado que solo iba a partir hacia el campo dos por los bagres que los consideraban
de Mariposas si el Dios de los Cetáceos verdaderos intrusos, los tres hermanos,
le daba la gracia de encontrar el anillo y aunque estuvieran agotados, tuvieron
Flora, su amor, aceptaba casarse con él. que sacar fuerzas de donde fuera. Pero
Obviamente, fue justamente Amadeo no se rindieron, y siguieron su camino
quien hizo que encontrara el anillo, in- hacia las más profundas tinieblas.
volucrando en la aventura a un tritón, Un día, precisamente cuando Rodrigo
una decrépita tortuga y un par de angui- estaba arrastrando de la barbilla al ex-
las… pero esa es otra historia. hausto Ulises y ya habían perdido las
Muchos sapos cuentan que fue Rodri- esperanzas, un resplandor les llamó la
go Carpa quien preparó la expedición, atención. Parecía un polvillo luminoso
compró los mapas del fondo del lago y que daba vueltas en las tinieblas. ¿Lu-
organizó pragmáticamente las provisio- ciérnagas en el fondo de un lago? Ama-
nes y los lugares donde iban a descansar. deo se sintió inundado de una nueva
En cambio, uno de los sapos más cu- energía: “¡las Mariposas!”, exclamó.
bierto de granos que he visto en mi El viejo Pérsico había dicho la verdad.
vida asegura que fue el mismo Ulises Nadaron hasta alcanzar el cardumen.
Carpa quien quiso organizar el viaje: No habían visto nunca nubes lumi-
de este modo, habría evitado que sus nosas tan espesas. Larvas por doquier,
distraídos hermanos, uno por vani- que los tres hermanos podían comer
dad, el otro por demasiada fantasía, se con solo abrir la boca. “¡Se las llevare-
perdieran en detalles inútiles. Lo que mos a nuestra madre!”, exclamó Ulises,
más influyó sobre él habría sido la gula que no veía la hora de volver a casa.
por las Mariposas, capaces de hacerle “¡Hagamos un concurso a ver quién
venir el agua a la boca a la carpa más come más Mariposas!”, propuso Ro-
mesurada, es decir, más seria. drigo que, en realidad, ya había empe-
De cualquier manera, los tres herma- zado desde hacía un buen rato.
.
su cuerpo a la izquierda: la otra mitad convertirse en un río que llega a un lu-
de la barbilla, el otro ojo y ¿adivinen gar, lejano y especial, que Amadeo solo
qué más? Sí, la otra aleta lateral. Na- puede imaginarse y que se llama Mar.
Dedicada a Denisa.
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tercera vez que repetía el año. Rufa era pose y el perfume sofocante que había
una hormiga obrera, pero nunca iba a emanado les habían comunicado a sus
poder trabajar ya que sus miembros es- atacantes que la iba a defender y que
taban atrofiados. Había nacido así y no estaba dispuesta a morir en el intento.
podía retozar como las otras hormigas. Esto hacen las hormigas por los que
Campa pensaba que pocas cosas eran tan aman: están dispuestas a sacrificarse a
dolorosas como la debilidad de su her- sí mismas.
mana. De la enorme nidada en los tiem- Habían pasado muchos años desde que,
pos de la eclosión solo le quedaba ella por al final, la Colonia las había aceptado y
lo que, evidentemente, ocupaba todos sus el lento avanzar del tiempo también ha-
pensamientos, incluso cuando tendría bía acompañado el progresivo empeora-
que haberse concentrado en su propia miento de Rufa. Por eso, Campa no ima-
labor como guerrera. Estaba programada ginaba que las cosas pudieran cambiar
para pensar solamente en cómo destruir, de improviso, pero la vida, hasta las de
quebrar y matar a los enemigos de la co- las criaturas más minúsculas, es inespe-
lonia; sin embargo, la situación de Rufa rada y se reserva problemas y sorpresas
le quitaba el empuje que necesitaba para repartidos sin lógica ni mérito.
ello. Por eso, le habían concedido una li- Esa mañana, justamente aquella en la
cencia de dos semanas. Ella la vivía como que a Rufa por primera vez más le costó
una especie de insulto para una hormiga incluso mover las antenas, recibieron la
que, por norma, no tendría que haber te- visita más importante de sus vidas. Una
nido ni siquiera un día de vacaciones. de las termitas de Fuerte Hueco tenía
Esa noche se durmieron con las cabezas importantes novedades para comunicar-
apoyadas una contra la otra. El perfume les a sus amigas. Fue recibida con una
que salía de su nido era extraordinaria- profusión de olores de cobertura para
mente intenso y frutado. Eso demostra- que pudiera superar las defensas de la
ba que su sueño era profundo y que su Colonia. Después les habló a sus amigos
amor traspasaba las reglas de la Colonia. y masajeó las antenas de Rufa mientras
Campa soñó cuando, siendo adolescen- el perfume que expandía en el aire ha-
te, había tenido que luchar para que blaba a las claras de cuánto era impa-
Rufa viviera. Las otras hormigas que- ciente. Parece ser que, en lo más alto del
rían hacerle daño y llevarla a la despen- Gran Arce, Lechuza Sabia había utiliza-
sa mientras sentía que en el aire flotaba do un medicamento útil para los raton-
el olor amenazador de la violencia. citos que no tenían fuerzas. Campa pegó
Había separado sus patas posteriores un salto. Casi los sofocó por la nube de
y elevado sus potentes mandíbulas. La emociones que produjo. ¿Tal vez ese re-
.
a su hermana el permiso para salir de más pequeña que habita en el corazón
la Colonia. Quería remontar la rugosa de las criaturas más diminutas, puede
corteza del Gran Arce para encontrar- producir grandes milagros.
110 Una pequeña esperanza
111
.12 Azul.
Fábula para niños y niñas, adolescentes
con AME y para quienes quieran leerla
o que alguien se las cuente.
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“¡Mamá!” torrente durante horas y horas, en
“Pssssss…” suspiró la pobre serpiente; compañía solo de ella misma y de sus
“Ok, con respecto a los músculos, has pensamientos.
tenido mala suerte, pero con respecto A su madre esto le preocupaba mu-
a lo demás…” cho, ya que, obviamente, habría que-
“¡Lo demás no me interesa!”, había rido que su hija tuviera amigas de su
dicho Viperina y, aprovechando una misma edad, ¿por qué no? Viperina, en
pendiente, se alejó lo más rápido po- cambio, silbaba molesta: “Mamá, ayer
sible. salí con mis amigas. ¿Por qué hoy no
No era verdad que el resto no le inte- puedo ir al campo sola?”
resara. A Viperina le gustaba dibujar y, “¡Sola, sola, siempre sola! ¿No puedes
además, le encantaba observar, con sus ser como tus hermanos, que están
brillantes pupilas verticales, a los habi- siempre todos enredados entre sí?”
tantes del Bosque. Podía pasarse horas Justamente, si había algo que a Viperina
inmóvil, sin ser vista, examinando a las le gustaba poco, eran los abrazos, los
charlatanas ardillas o el ir y venir acele- melindres y las falsedades, no nece-
rado de las liebres. A Viperina también sariamente en ese orden. Tampoco le
le gustaban las lagartijas y los raton- gustaban las cochinillas, los pomelos y
citos. Los devoraba enteros extasiada, la rúcula. Obviamente, detestaba tener
mientras disfrutaba de su sabor ácido. los músculos débiles. Desde hacía algu-
Una de las más grandes pasiones de Vi- nos meses, toda la historia de la Atro-
perina eran los colores. Desde peque- fia le gustaba menos aun porque había
ña sabía reconocer solo los primarios, descubierto que ya no tenía fuerzas para
pero ahora los conocía a todos, desde pintar como quería. “Lechuza Sabia fue
el ámbar hasta el violeta berenjena, clara: cuanto más grande seas, tus mús-
pasando incluso por los más difíciles culos más se debilitarán”, le había repe-
de reconocer para una víbora como el tido su madre trescientas veces apro-
perlado y el azul violáceo. Sabía crear ximadamente solo en el último mes.
los colores con hierbas y polvillos y, Viperina lo sabía, siempre lo había sa-
obviamente, los usaba en sus cuadros. bido, pero tener que elegir plumas más
En fin, a Viperina le gustaba estar sola. livianas para poder pintar había sido
Podía arrastrarse entre las piedras del un golpe muy duro. Su cola maciza, en
114 Azul
una época fulminante y certera, se ha- lo habrían hecho con la cola. ¿Por qué
bía vuelto lenta y débil. “¿Cómo se hace entonces ella, Viperina, a diferencia de
para pintar con una cola lenta y débil?”, los demás, tenía que pintar con la boca?
se quejaba. Igual lo intentaba, pero el re- Rumiaba justamente sobre este tema,
sultado le parecía lamentable. pensando que tal vez habría tenido que
“Podrías pintar con la boca”, le había elegirse otro hobby, cuando “¡TONG!”,
sugerido Astrid, una compañera de se golpeó la cabeza contra la de un co-
clase. Era una víbora con la cola de co- lúbrido. Como le habían enseñado en
lor anaranjado brillante, siempre ama- la escuela, se trataba de una víbora. Be-
ble con todos. “Obviamente, es fácil lla y, además, robusta.
ser amable cuando también se es bella; “¡Hola!”, le había dicho ella con voz
es natural ser ambas cosas al mismo fuerte y segura. “¿Adónde te arrastras
tiempo”, decía Viperina. toda serpenteante?”
“Pero eso qué tiene que ver con la pin- “¡A buscar a alguien con quien NO ha-
tura?”, había respondido Astrid. blar!”, le respondió agresiva Viperina.
“¡Yo no quiero pintar con la boca!” Vi- La víbora se debe haber asustado por-
perina estaba muy enojada. ¿Por qué te- que se revolcó sobre su panza, se in-
nía que hacer algo que le gustaba hacer movilizó de golpe y abrió su boca de
de forma diferente a los demás? ¿Algu- par en par.
na vez alguien había escuchado que su “¿Qué haces? ¿qué te pasa?”, le pregun-
maestro de pintura hubiera pintado con tó Viperina. “Finjo que estoy muerta”.
el pico? ¡No, su maestro de pintura pin- Viperina elevó los ojos al cielo. Esa víbora
taba con la cola, como los zorros o los tonta estaba robándole un tiempo precio-
caballos! Incluso los perros de la granja, so a su tarde de reproches y melancolía,
que no tenían talento para las artes grá- es decir, de tristeza, que había programa-
ficas, si hubieran sido obligados a pintar, do. “¿Por qué finges que estás muerta?”,
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preguntó conteniendo su cólera. permanecía en un lugar a la sombra lo
“Tenía miedo de que quisieras atacar- suficientemente apartado. Tenía un par
me”. Evidentemente el miedo se le ha- de plumas para pintar y su cajita con
bía pasado porque se había reanimado los colores. No tenía muchas ganas de
y temblaba a lo largo de todo su cuerpo pelear con los pinceles, pero, al fin y
ancho y gomoso. “De todos modos, me al cabo, pintar siempre había sido su
llamo Dulce, es un placer; por fin te co- pasión. No podía renunciar tan fácil-
nozco”. mente. Por eso, se decidió a intentar-
“¿Por fin?” lo cuando “¡TONG!”, chocó contra un
“Había leído sobre ti en la Gaceta del cuerpo gomoso.
Bosque”. “¡Hola!”, dijo la propietaria de ese cuerpo.
“Ah, te advierto”, dijo Viperina sonro- “¿Otra vez tú? ¿Qué haces aquí?”
jándose debajo de las escamas, “la his- “¡Tomo sol!”
toria de las luciérnagas sobre las pesta- “¿Tomas sol? ¿Y después?”, preguntó
ñas es completamente falsa. La inventó Viperina.
esa estúpida de Poiana”. “¿Cómo ‘después’? Después nada, tomo
“Oh, qué lástima. Era muy dulce. Pero sol y basta. ¡Ah, no, espera! También
el cuadro sí lo pintaste, ¿no?” duermo un poco”.
“Sí, el cuadro lo pinté”. “¿Nada más? ¿No tienes un programa,
“¿Y en el cuadro hay luciérnagas?” qué se yo, un proyecto a largo o a corto
Viperina sacudió la cabeza. “Sí, hay lu- plazo?”
ciérnagas”, tuvo que admitir. Dulce la miró con ojos adormecidos.
“¡Ooooh, qué maravilla!”, exclamó Dulce. “No, ningún proyecto. Solo tomar sol.
“¿Sí? ¡Bueno! ¡Me tengo que ir!”, y len- Y charlar contigo, si puedo”, agregó un
tamente, aprovechando que había un poco mortificada.
desnivel en el terreno, se alejó. “Me lo esperaba. Bueno, para que se-
“¡Que tengas un buen día!”, le dijo la pas, hoy voy a pintar”.
víbora. “¡Oh, genial!”
“Qué serpiente estúpida”, silbó Viperina. “Sí, pero a mí me gusta pintar en silen-
Al día siguiente, Viperina tenía pro- cio y, sobre todo, sola. Además…”, agre-
gramado pasar la tarde sola, cerca del gó haciéndose la interesante. “No sé si
torrente. Era un día caluroso, por eso realmente tengo ganas. Podría pasar la
Azul 117
tarde en ese charco allá abajo. Sola, en en la granja para después desperdiciar-
paz. A… pensar. ¿has entendido?” lo todo. Viperina se ensució de rojo
“Ah, ¿ese sería tu proyecto a corto pla- cardenal y de heliotropo, el color mal-
zo?” va le goteaba de la nariz mientras tenía
Viperina cerró los ojos. Le había pare- manchas color coral sobre la panza.
cido captar una leve ironía en el tono Al final tuvo que tomar una decisión:
usado por Dulce. Pero, observándola, le tenía que darse un baño. Por lo tanto,
pareció demasiado tonta como para ser silbando por el incordio, aprovechan-
irónica; por lo tanto, alzó el mentón con do un hermoso declive, llegó al fondo
altanería y lentamente se alejó. “Que gredoso del torrente.
tengas un buen día”. “¡Tú también!” “¡Hola!”, le dijo Dulce de nuevo.
“Ya me lo esperaba”, comentó con tono
De hecho, no fue un buen día. seco Viperina.
Viperina estaba preparando nuevos A la serpiente le encantaba el agua y
colores para sus cuadros y, después de había sumergido su largo cuerpo go-
haber abierto la caja con las pinturas, moso en el torrente.
inmediatamente se encontró cubierta “¿Pintaste mucho?”, preguntó lánguida-
de polvillos laqueados y brillantinas. mente. “¡Estás toda pintada de colores!”
El problema era que la cola no lograba Viperina se zambulló de golpe, se
tener con firmeza la pluma para pintar quedó algunos segundos debajo del
y así, en vez de obtener el color ver- agua manteniendo la respiración (era
de Veronés que quería, se encontró una campeona en resistencia suba-
con un color indescifrable, un arcoiris cuática) y después salió por donde
brillante pero inutilizable. Se había he- había greda, dejando una huella de
cho regalar jalea real para crear el co- pintura brillante.
lor ámbar. Había juntado y machacado Mientras se alejaba, sintió la mirada de
dientes de león para enriquecer con la estúpida víbora dirigida hacia su es-
amarillo esa mezcla y, sin embargo, esa palda. Estaba segura. La víbora la mira-
tarde solo logró arruinar todo el proce- da notando el esfuerzo que hacía para
so. Resultado: también tuvo que tirar desplazarse. La ira le brotó del corazón.
el color oro. Con el marrón oscuro no
le fue mejor. Toda una tarde hirviendo Esa noche, Astrid fue a ver a su amiga.
cebollas y recogiendo cápsulas de café “¡Es la primera vez que me invitas a tu
118 Azul
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casa!”, dijo con alegría. que saben de ella”. En la expresión de
“Es un placer verte en la Cueva”, admi- su rostro se veía que estaba tramando
tió la madre de Viperina. un plan. Meditar sobre el modo de li-
A Viperina no le gustaba invitar a las berarse de las absurdas atenciones de
amigas a su casa. En principio porque Dulce era, por ejemplo, una forma ex-
se sentía frágil, como si su propia inti- celente para no pensar en su cola débil.
midad fuese vulnerada y pudieran qui- Muy pronto Cardamomo y Priscila lle-
tarle la coraza de indiferencia que usaba garon con Astrid a la cueva.
cuando estaba en el Bosque. Además, La madre de Viperina estaba sorpren-
no era capaz de soportar un rechazo o dida. Nunca había visto a su hija invitar
una falsa promesa. ¿Por qué sus amigas a tres amigas a su casa. La habitación
iban a querer estar un rato en su casa era toda una confusión de silbidos.
cuando habrían podido serpentear y “Dulce Natrix”, silbó Priscila, “es huér-
enroscarse felices en otro lugar? fana. Sus padres fueron asesinados por
De todos modos, extrañamente, Astrid los humanos de la granja”, explicó con
fue a visitarla y Viperina exhaló un voz grave.
suspiro de alivio. “¿Conoces a una tal “Sí, sucedió el verano pasado. Se dice
Dulce?”, le preguntó en voz baja. que los mataron a golpes”, agregó Car-
“La grande víbora de agua?” damomo temblando. “Hacía años que
“¡Esa!” no se daba un delito como ese”.
“No la conozco, pero hablaban de ella De repente, una atmósfera oscura ha-
Cardamomo y Priscila. Me han dicho bía descendido sobre todo el grupo.
que le encanta pasar todo el día entre “¿Entonces vive sola?”, preguntó Vi-
la grava del torrente”. perina.
¡Eureka! Pensó Viperina. Cardamomo “Que yo sepa, sí”, admitió Priscila. “In-
y Priscila pasaban el tiempo hablan- cluso tuvo que dejar de ir a la escuela
do mal de las otras serpientes. Segu- y mi madre, que como ustedes saben,
ramente tenían historias jugosas para enseña el idioma viborés, dijo que se
contarle sobre esa serpiente. “¿Podrías trataba de una situación engorrossssa”.
ir a buscarlas?”, dijo Viperina insólita- No sabían qué significaba la palabra “en-
mente amable. “Me gustaría invitarlas gorrossssa”, pero Viperina la anotó para
a mi casa y convidarles un poco de buscarla más tarde en el diccionario.
jugo de moras mientras me cuentan lo La tarde concluyó con otros chismes
Azul 121
sobre los animales del Bosque. Viperi- to incluso el que hiciste sobre la pie-
na puso a mal tiempo buena cara, pero dra en la entrada del Bosque. Casi me
ya estaba arrepentida de haberlas invi- deshidrato para llegar hasta allí abajo,
tado. ¿Entonces Dulce se había queda- pero valió la pena. Me gustan los colo-
do sola en la vida? Esta noticia la llevó res. El rojo y el amarillo. Y, sobre todo,
a cuestionarse sobre el sentido de sus me gusta el azul”.
pérfidos propósitos. La víbora no se Viperina arrugó la frente. “Aparte tu
merecía la soledad. “En realidad, nadie total ignorancia sobre el nombre de los
se lo merece”, meditó Viperina suspi- colores”, le dijo, “te debo pedir disculpas;
rando sobre su propia cama. creí que te reías de mis músculos débi-
A la tarde siguiente, Viperina fue al to- les. A muchos, de hecho, les hace gracia”.
rrente ayudada por el camino en baja- “Tienes músculos débiles?”, le pregun-
da de siempre. tó Dulce.
“¡Hola!”, la saludó Dulce. “¿Has venido “Sí”.
a verme?” “Por qué?”
“¿Qué te hace pensar eso?” “¡No lo sé!”
“Porque ya sabes adónde vivo. Si me “Pero igual logras serpentear”.
hubieras querido evitar habrías pasado “Aprovecho el terreno en bajada”, ad-
por otro lado”. mitió Viperina.
“¿Por qué ayer me has observado La frase se le escapó sin querer, porque
mientras subía el camino de grava? nunca se lo había contado a nadie.
¿Te hacía reír mi caminar torcido?”, le “¡Excelente idea!”
preguntó Viperina. Nunca había sido Para Dulce el tema ya estaba archivado.
tan directa con otras serpientes. Dulce Viperina la miraba disimuladamente.
abrió sus ojos sorprendida. “Te obser- Pero no le parecía que la víbora hubiese
vaba porque eres hermosísima”, res- cambiado de actitud hacia ella. Le suce-
pondió incómoda. día siempre: cuando las serpientes des-
“Sssss”, silbó impresionada Viperina. cubrían la historia de la Atrofia, entonces
Ciertamente, no era bella. cambiaban. O se alejaban o se volvían
“Tenías sobre las espaldas un manto más amables y cuidadosas. En ambos
lleno de colores que goteaba; ¡parecías casos, Viperina odiaba esa actitud.
un cuadro viviente!” dijo Dulce, cohi- Dulce, al contrario, se puso a hablar del
bida. “Me gustan tus cuadros. He vis- torrente y de su casa entre las piedras
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y del verano y de las mariposas y bla- haber ido a escuela. Pero me duele por-
blablá. Parecía haberse olvidado com- que, de esa manera, no tengo con quién
pletamente de los músculos débiles de hablar”.
Viperina. “Estoy contenta de que quie- “¿No te gusta estar sola?”, preguntó Vi-
ras ser mi amiga”, concluyó entonces perina, incrédula.
Dulce. “Antes sí, me gustaba. Ahora que mi
“¡Todavía no he tomado una decisión!”, madre y mi padre fueron asesinados,
exclamó sorprendida Viperina. no”.
“Oh… qué pena”. El silencio que se produjo la hizo sen-
Dulce no tenía filtros. Era… genuina, tir muy incómoda a Viperina. Se sen-
en el sentido de que siempre decía lo tía mal incluso porque normalmente
que pensaba y parecía no avergonzar- era ella la que ponía incómodos a los
se de nada. Exactamente lo opuesto a demás.
Viperina, ¿se entiende? Claro, no sabía Dulce suspiró. “Los extraño tanto”. Lo
tantas cosas, pero Viperina sabía cuál dijo como si fuera lo más natural del
era su secreto: “no había podido ir a mundo. Viperina nunca habría osado
la escuela y eso había sido algo engo- admitir algo así ante un desconocido, y
rrosssso, es decir”, y aquí citó el diccio- menos aun ante un reptil coetáneo. El
nario: “Una evidente condición de ma- hecho de que Dulce comenzara a llorar,
lestar material o moral”. tampoco la ayudó. Caían por su rostro
“¿Qué significa malestar?”, preguntó la unas lágrimas enormes, redondas y bri-
serpiente. ¡Ay! Viperina había dicho en llantes, parecidas al agua del torrente.
voz alta lo que estaba pensando. Viperina sentía un nudo en la gargan-
“Significa una situación desagradable”. ta por las ganas que sentía de llorar con
“Oh, yo no me siento mal solo por no ella. Se contuvo, como siempre, tragán-
124
dose la hiel que guardaba. Si hubiera guían el azul cielo y el azul marino, el
empezado a llorar, no habría podido celeste y el turquesa, el azul amatista
detenerse. Estaba segura. No solo se ha- y el ultramar, todo acompañado por
bría conmovido por la historia de Dulce, salpicaduras de celeste pastel y blanco
sino que habría llorado por sus propios puro. Incluso se percibía el color lino,
músculos y por su cola torpe y débil. tal vez por el reflejo en el agua de las
Por eso, solo se permitió tener los ojos flores fucsias que bordeaban el torrente.
humedecidos. “Muy bien, sin exagerar, Estudiar los colores del río era algo
así, resiste”, pensó. que lograba hacer muy bien y, por eso,
De golpe, Dulce levantó la cabeza. la víbora empezó a frecuentar cada vez
“¡Mira!”, exclamó, “¡una mariposa! ¡Me más la grava que se encontraba delante
encantan las mariposas, son tan colo- de la cueva de Dulce. No hablaba con
ridas!” Inspiró fuerte y sonrió. la serpiente, pero observaba pensativa
Viperina no pudo no reírse con ella. la corriente.
Había bastado tan poco para distraer- “Realmente es muy bello”, admitió un
la de un dolor tan profundo. ¡Oh, qué día. “Hoy el torrente es de un color
tonta era esa serpiente! azul grisáceo, con algunos toques de
celeste pastel”.
Tienen que entender que el verano es un “A mí me parece que es siempre azul”.
momento mágico para las serpientes. No Viperina miró a la víbora con la expre-
van a la escuela, el clima cálido vuelve sión de sorpresa de siempre. “¡Basta! No
brillantes los cuerpos de tantos roedores puedo soportar que no sepas reconocer
y tantas cosas ricas salen de sus cuevas... los colores como se debe. No es azul lo
De hecho, Viperina tenía hasta demasia- que ves, ¿puedes entenderlo de una bue-
do tiempo libre. Salía de su casa con lo na vez? Hay distintos tonos de azul. Al
necesario para pintar y regresaba sin ha- menos doce, a partir del azul acerado”.
ber realizado ni siquiera un boceto. “Nunca vi el acero”.
El hecho de que Dulce estuviera exta- “Ahhhh”, refunfuñó Viperina. Por lo
siada por el torrente y sus espumosas tanto, abrió su caja de colores. “Mira: te
aguas, en un principio le habían dado muestro los colores primarios y des-
fastidio, pero al final habían despertado pués te enseño cómo se forman todos
su interés. El torrente era un conjunto los demás”.
de colores extraordinario. Se distin- “¿Me vas a enseñar a pintar?”
Azul 125
126
“Veremos si tienes el talento natural llo… será un lío enseñártelos… ya me
para hacerlo…” lo imagino”.
Dulce repitió el nombre de ese color
De hecho, no lo tenía. Dulce era muy un par de veces. Después exclamó:
desprolija, a un punto tal que le cos- “Gracias”.
taba más que a Viperina con su cola “¿De qué?”, preguntó Viperina, des-
blanda. “¿No te pone nerviosa?”, le dijo consolada aun por la ignorancia de su
al final Viperina. amiga.
“¿Qué cosa?” “Por divertirte conmigo”.
“Bueno… ¡eso!” Y le indicó el desas- Viperina se mordió la lengua. ¿Di-
tre indescriptible que Dulce había in- vertirse? Bueno… y miró esa enorme
tentado pintar sobre las piedras de su pintura horrible. Dulce se estaba divir-
propia cueva. Si Viperina hubiera es- tiendo, eso era seguro, pero ella… no
tornudado sobre los colores de su caja había dibujado ni una línea porque, en
habría creado una pintura más bella de fin…
la que Dulce había intentado hacer du- En ese momento Dulce le pasó una
rante días enteros. pluma. Cómo había hecho para en-
“A mí me gusta porque es azul y…” tender lo que estaba pensando, era un
“¿Qué azul ves?”, le preguntó Viperina misterio.
con tono comprensivo. “No puedo, Dulce, tengo la cola cada
“¿Azul Francia y azul eléctrico?” vez más débil. No podría pintar ni un
“¡Excelente! Y estos signos…” trazo aun queriéndolo”. Viperina no
“Son las ondas del río”. iba a querer aceptarlo nunca, pero Dul-
“Y esas… ¿de qué color son?” ce lograba despojarla de todas sus ver-
Dulce infló sus mejillas, incómoda. güenzas. Con ella podía decir lo que
“¿Azuladas?” quisiera. Podía ser ella misma.
Noooo, Viperina no lo podía creer. Le “¿Por qué no pintas con la boca?”, le
estaba enseñando a reconocer los co- preguntó la víbora.
lores desde hacía días. “¡¡¡Hojas de té, Viperina quedó como petrificada.
son color hojas de té!!! ¿No lo ves? ¡Es “No puedo”, dijo.
un color muy fácil! ¿Cómo vamos a “¿Eres débil también en la boca?”
hacer cuando tengamos que pasar a los “¡Pero no, ¿qué estás diciendo?! Si no,
rojos? Langosta, cardenal, fuego, ladri- ¿cómo comería?”
Azul 127
Entonces, ¿por qué no puedes?” “Porque nos intercambiamos pedaci-
“Porque…” Viperina buscaba un moti- tos, por eso lo digo”.
vo, pero no se le ocurría ninguno. El “¿Qué son esos pedacitos?” Yo no he
vacío total. Escena muda, como cuan- intercambiado ningún pedacito conti-
do le preguntaba a Dulce que adivinara go, ¡qué asco!”
el nombre de un nuevo color. Dulce se balanceó contenta. “Los peda-
“¿Te duelen los dientes?” citos, …no sé cómo explicarlo mejor. Son
“No, claro que no; no es un motivo fí- ideas que tú posees y emociones y cosas
sico. Es que… yo quiero pintar exacta- que sabes hacer. Primero te las comparto
mente como los demás”. yo y luego, si tengo suerte, tú conservas
“Ah”, exclamó Dulce. “¡Pero tú no pin- esos pedacitos de mí en ti, dijo.
tas como los demás!” Al final, Viperina volvió a su casa, si-
Viperina se levantó de golpe, ofendida. lenciosa y pensativa. Todavía no en-
“Tú pintas mejor que los demás, tendía qué pedacito había recibido de
Viperina; sin dudas, pintas mejor que Dulce.
yo”, admitió desanimada.
El día después, Viperina se despertó con
Esa tarde Viperina no tenía ganas de una nueva convicción. Había tenido un
volver a su casa. Le habría gustado ayu- sueño muy intenso, color plomizo, agua-
dar a su amiga a terminar el cuadro. Por marina y berenjena; ya lo había olvida-
otra parte, estaba aterrorizada por esa do, pero le había quedado una sensación
idea. Después se dio cuenta de qué era de alegría inmensa en el pecho. ¡Los pe-
lo que le resultaba extraño en ese razo- dacitos! “Claro”, pensaba, “un pedacito
namiento. Había llamado ‘amiga’ a Dulce para ti y uno para mí”. Ese día le iba a
por primera vez y en sus pensamientos. mostrar a Dulce qué pedacito de su ami-
“¿Sabes una cosa?”, le preguntó Viperina. ga era capaz de recibir en su corazón.
“¿Qué?”, le respondió Dulce. Entonces, tomó las plumas, su caja de
“Creo que eres mi mejor amiga”. La colores, le dio un beso a su madre y
víbora le hizo una caricia con la cola se precipitó a toda velocidad hacia el
larga y húmeda. “Lo somos desde hace torrente. Pero cuando llegó, tuvo que
semanas”, admitió. esconderse entre las sombras porque
“¡Ja!”, se rió Viperina. “Incluso desde hace sintió voces humanas.
semanas. ¿Y cómo puedes afirmarlo?” “Te lo dije”, afirmó agitado uno de los
128 Azul
dos. “Era realmente una víbora”. za. Los colores más cálidos del espec-
“Serpiente asquerosa”, dijo el segundo tro”. Silbó como atontada. “Escarlata.
humano. Rosa shocking. Magenta. Los colores
Eran gigantescos y Viperina temblaba de la pasión y de la rabia”. La escena era
debajo de las piedras. terrible. “Carmín y bordó”. Por todas
“Mi padre me lo había dicho; el año partes predominaba el intenso color
pasado mató a dos en este lugar, junto del torrente y de la pintura de Dulce.
al torrente. Eran larguísimas y estaban Azul.
las dos entrelazadas”. Azul. El color que amaba su amiga.
Viperina estaba devastada. ¡Hablaban Después, se desmayó.
de los padres de Dulce!
Después sintió un sonido extraño, Cuando la llevaron a su casa, estaban
fuerte y terrible. “¡Toma esto y esto!” todos alarmados. Se habían enterado de
“Puedes aniquilarla del todo, total ya la llegada de unos hombres y todas las
está muerta”. víboras del bosque estaban nerviosas.
Cuando Viperina entendió lo que ha- “Las víboras no toman sol a orillas de
bía sucedido, vio algo color rojo. Le los torrentes, estúpidos idiotas”, pen-
sacaron los colmillos fuera de las en- saba Viperina. Había dejado su prime-
cías y el veneno le brilló sobre la punta ra piel sobre las piedras del río. Había
de los dientes. Se lanzó al descubierto, sido una mutación en plena regla, fren-
lista para morder a uno de los dos hu- te a la cueva de su amiga. Había dejado
manos, pero ellos ya se estaban yendo, una piel color biscocho y durazno, con
salpicando barro para todos lados. algunas vetas color limón crema. Si
Viperina se desplomó a los pies de la hubiera podido, habría dejado incluso
pintura de su amiga. su corazón entre esas piedras. Tal vez
“Rojo violeta. Rojo ladrillo. Rojo cere- lo había dejado de verdad.
129
Los días pasaron sin que Viperina se Llovió durante días y luego volvió a
levantara de su cama. Su madre estaba brillar el sol. Los días volvieron a ser
muy preocupada y Astrid incluso fue los de siempre.
a verla. Cardamomo y Priscila ni apa- Una noche, al final, cuando ya el aire había
recieron, obviamente. Ella también, si cambiado y se sentía el olor del otoño, Vi-
hubiera podido, habría escapado de las perina, sin que la vieran, salió de la cueva.
lágrimas y la tristeza y de la sensación Llevaba consigo su caja de colores y
de haber perdido una gran ocasión. sus plumas.
130
131
Aprovechando la bajada llegó al lugar mos este cuadro!”
de siempre y observó lo que había que- ¿La ven? Pinta con la pluma entre sus
dado. El cuadro de Dulce había sido de- fauces, cuando baja el sol. Pinta con gra-
colorado por el agua del torrente, que cia, pincelada tras pincelada, escondida
había crecido. Pero todavía era visible. entre las sombras. El sol se esconde. Las
Viperina aferró una pluma entre los sombras crecen. ¿Todavía la ven?
dientes y silbó: “Está bien, ¡complete- Viperina ama la noche.
.
indicarme un pedacito de témpera exactamente
en el centro de la obra. “¿Ve ese pedacito? Ese es
el color que prefiero. El Azul”.
132 Azul
133
///
Lupo había mantenido la promesa y los doce
días habían pasado. A fuerza de comer solo
fruta y verdura y de hacer poco ejercicio, tenía
el vientre redondo y tenso como siempre
había deseado. “¡Ahora respeten los pactos y
libérenme!”, decía refunfuñando.
Por eso, los animales del Bosque se habían
reunido.
Confabulaban y le dirigían algunas miradas,
evidentemente enojadas. Algunos todavía se
secaban las lágrimas y Lupo se preguntó si
eso era algo positivo o no. Él también se había
conmovido mientras contaba sus fábulas.
El viejo Lupo, todo un sentimental, ¡se
emocionaba con sus propios relatos!
Alargó las orejas tratando de no pensar en
ello. Los animales discutían animadamente,
pero a Lupo le llegaban solo algunas palabras
entrecortadas: “glotón”, “astuto”, “empático”.
Frunció el ceño. La cosa pintaba mal, muy mal.
Al final, una delegación formada por los
animales más influyentes del Bosque se acercó
a la jaula. Lupo se puso muy nervioso. Comer
abundantemente durante doce días podía
ser agradable, pero Lupo quería irse de allí y
retomar su vida. Quería dormir en su gruta
preferida y pasar los días sin pensar en nada,
como había hecho siempre. Las doce fábulas lo
habían agotado y ahora merecía ser dejado en
134
libertad, ¿no?
“Has contado doce fábulas especiales”, dijo el
Maestro Búho.
“He tratado de respetar mi parte del acuerdo”,
respondió Lupo.
“Y nosotros tenemos que decidir si respetamos
la nuestra. Pero primero tenemos que pedirte
algo. ¿Por qué todos los protagonistas de tus
fábulas tenían los músculos débiles? Tú corres
rápido como un rayo, sobre todo cuando tienes
que escapar de los compromisos o de los
animales a los que les debes un favor. No tienes
los músculos débiles. En tu manada nadie los
tiene; no formas parte de esta historia”.
Lupo paró las orejas.
Detrás del Maestro Búho veía a Mamá Jabalí y
a Séptimo, a Plantina y a Viperina, escondida
en la sombra. ¿Los veía solo él o existían de
verdad?
Lupo apretó los dientes: “no tengo los
músculos débiles, es verdad, y soy un miedoso.
Hago siempre trapisondas y, a fin de cuentas,
cometo más errores que aciertos. Siempre
tengo hambre y mi higiene personal, ejem,
ejem… ¡mejor no hablemos! A lo largo de los
años he recogido estas fábulas, que me han
conmovido y me han dado fuerzas. He decidido
...
Conclusión 135
muy astuto, y ustedes lo saben”. Suspiró
...
dramático. “Pero también se las he contado
porque merecían ser recordadas y vueltas a
contar una vez más. Los amigos de los que les
he hablado no tienen que ser olvidados y todos
podemos aprender algo de ellos”.
Lupo metió el hocico entre las barras. “Yo creo
que no importa si tus músculos son fuertes o
no. Si tienes un corazón sensible como para
escuchar estas fábulas, entonces tú también
formas parte de ellas”.
En ese momento, Pequeña Liebre surgió de
debajo de un arbusto; le temblaba la nariz
mientras sus ruedas dejaban una huella sutil sobre
la hierba. Le gustaba correr rápido y también
escuchar fábulas. Había permanecido escondido
durante esos doce días, a pesar de que Lupo le
infundía miedo. No dijo ni siquiera una palabra.
En cambio, cerró los ojos una vez. Una vez sola.
Lupo le sonrió con complicidad.
Se había ganado la libertad.
Fin
136
137
S
Agradecimientos on muchas las personas extraordinarias que
quiero agradecer al final de esta selección de
fábulas. La primera es Caterina, la Gallina que
amo, que ha corregido mis errores y me incen-
tivó a escribir. Sin ella estas fábulas no existirían.
Quiero agradecerle a Simona Viperina, porque les ha dado
voz, cuerpo e ideas a tantos personajes de estas páginas.
Ha sido gracias a su aprobación y afecto que pude encon-
trar el coraje para seguir adelante con este proyecto.
Ilaria es el maravilloso Sapo del Pantano que ha logrado
que este libro sea una realidad. Ha leído las fábulas a los
otros animales del Bosque y, vagón por vagón, ha llevado
su voz hasta las casas de los humanos. Antonella la ha
sostenido y me ha ayudado a llegar hasta el final; por lo
tanto, ella también merece un agradecimiento especial.
Un abrazo agradecido va dirigido a las jabalíes Daniela y
Cristina, cuyas vidas e historias me han enseñado tanto:
gracias por haberme concedido el permiso para escribir
estas fábulas y contar su dolor. Les estoy muy agradecido.
El oso Alberto ha aceptado escribir la bellísima premi-
sa de este trabajo, y para mí ha sido un honor.
Gracias también al búho Enrico, que con gran entu-
siasmo ha escrito la introducción al libro que tienen
en sus manos.
El Viejo Lobo Fausto y Stefania, el Tordo cantor, porque
me han enseñado el amor a la escritura, a los libros y
a los seres vivientes. Sus comentarios al final de cada
fábula han logrado que me sintiera feliz y orgulloso de
la manada. Quiero agradecer a mi hermano (adoptivo)
Ferdinando el Zorro, un apasionado lector y, además,
el mejor psicólogo que conozco. Merece un gracias
enorme Dorothy, el Ovejero Alemán, una lectora atenta
138
y entusiasta y libre de tantos prejuicios que ha sabido
...
llenarme de confianza.
Un gracias muy grande debo dedicárselo a Matilde la
Gata: si bien confinada en la Cárcel, ha leído las fábulas
con espíritu agudo, siempre atenta a lo que hay más
allá del velo de Maya. Quisiera agradecer al Erizo Clau-
dia S.: sus palabras y las de la comunidad de los Erizos
me han conmovido y llevado a querer escribir mejor. El
Lirón Bazec, en cambio, todavía está leyéndolas. ¡Sus
comentarios habrían sido mucho más útiles si hubie-
ran llegado a tiempo! Samuela la Ardilla ha ilustrado
en su primera versión “la magia más importante de
todas”. Lo ha hecho con espíritu entusiasta y un gran
corazón. Ella también merece mi agradecimiento.
Además, hay tantos lectores y lectoras que han sopor-
tado la ingrata tarea de leer estas fábulas online. Sus
comentarios han sido de un gran valor, así como su
apoyo. Claudia B., la lagartija que juega con cerezas,
me ha escrito mails y mensajes siempre estimulan-
tes, así como Leda la Garza Real, que orgullosamente
todavía baila. La Lechuza Sabia Stefania P. las ha leído
y le gustaron todas (¡gracias!) así como al Oso Vit, que
ha lanzado el hashtag #JusticiaParaDulce.
En fin, quiero abrazar a tantos niños y niñas a quienes
las fábulas se las han contado durante el tratamiento o
también en sus casas, gracias a sus maravillosos padres y
madres: Tommy, Aurora, Marco, Denisa, Peo y tantos otros.
Por último, mi más profundo agradecimiento a todas
las maravillosas criaturas del Bosque conocidas gra-
cias a la Asociación Famiglie SMA. Ellos me han reci-
bido, aunque llevase una Historia Diferente y menos
noble. Lo que he escrito me lo han enseñado ustedes.
JC, febrero de 2019
139
Premisa página 5
Indice
Fábulas que curan p. 8
Introducción narrativa p. 14
7 .7 Plantina p. 66
Conclusión p.134
Agradecimientos p. 138
140
Jacopo Casiraghi, Author Jacopo Casiraghi es psicólogo y
psicoterapeuta relacional sistémico.
Es experto, en el campo de la
discapacidad, la dinámica familiar
y el envejecimiento.
Es el jefe del Servicio de Psicología
del Centro Clínico NeMo de Milán.
Brinda asesoramiento psicológico
a personas adultas, a familias y a
menores que sufren de neuropatías y
enfermedades de la neurona motora.
Desde 2013, ha apoyado a las familias
de niños con AME.
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Biogen es una de las principales
Biogen empresas de biotecnología del mundo.
Su misión es clara: ser pioneros en neurociencia.
La empresa impulsa investigación
científica de vanguardia
para desarrollar y poner a disposición
terapias innovadoras destinadas
a personas de todo el mundo que viven con serias
enfermedades neurológicas y neurodegenerativas.
Fundada en 1978, hoy en día Biogen tiene
la más amplia cartera de tratamientos para
esclerosis múltiple e introdujo el
primer tratamiento para la Atrofia Muscular Espinal.
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