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LA PLEGARIA DE ORDENACIÓN DEL OBISPO

Narciso-Jesús Lorenzo1

La misión del Obispo en la plegaria de ordenación episcopal

Con motivo del año sacerdotal nos proponemos en estas páginas hacer una aproximación
contemplativa a las plegarias de Ordenación del obispo, de los presbíteros y de los diáconos.
Un recorrido mistagógico, un ejercicio de “degustación” espiritual, pues como dice el obispo
Pere Tena en la Presentación del Pontifical cuando se quiere conocer la identidad sacramental
de los pastores de la Iglesia hay que acudir a estos gestos y oraciones que, desde la antigüedad
cristiana hasta nuestros días, han expresado con progresivo enriquecimiento la fe de la Iglesia
en esta materia.
Conviene recordar que el sacramento del Orden es uno de los sacramentos dirigidos a la
Salvación de los demás, para ser en nombre de Cristo los pastores de la Iglesia con la palabra
y la gracia de Dios (LG 11). Este Sacramento se concreta en tres ministerios: el episcopado, el
presbiterado y el diaconado. Siendo la Iglesia toda ella un pueblo sacerdotal (cfr. 1Pe 2, 5.9),
por participación en el único y definitivo sacerdocio de Cristo (cfr. Hb 9,11), algunos hermanos
al recibir el ministerio ordenado se convierten en medio por el que Cristo está presente en su
Iglesia como Cabeza de su cuerpo, Pastor de su rebaño, Sumo Sacerdote del sacrificio
redentor y Maestro de la Verdad (CEC 1548). Dos son los grados de participación ministerial
en el Sacerdocio de Cristo: el episcopado y el presbiterado.
Conviene recordar, también, que existe una íntima implicación entre la fe que profesamos y las
plegarias que rezamos. Las plegarias son expresión de la fe en un doble sentido: Objetivo
porque expresan lo que la Iglesia cree, aquello por lo que glorifica a su Señor y lo que espera
recibir de la fuente inagotable de la Salvación. Pero también desde un punto de vista individual
o subjetivo porque pueden y deben expresar lo que cada uno cree, y ser participadas en espíritu
de oración de forma más consciente.

Características de una plegaria sacramental

La plegaria de ordenación del Obispo es una plegaria sacramental donde se expresa la fe en lo


que atañe al ministerio episcopal y tiene como finalidad suplicar a Dios que derrame su Espíritu
sobre un elegido para vincularlo a Cristo con el ministerio de obispo. Aunque es pronunciada
en su totalidad por el obispo que preside la ordenación y en parte por todos los obispos
presentes, no deja de ser una plegaria de toda la asamblea que participa con su asentimiento
final, pero también contemplando y suplicando el actuar divino expresado en las palabras
pronunciadas.
Otro aspecto fundamental que conviene considerar es el de la estructura misma de ésta y de
todas las plegarias cristianas. Toda oración se organiza básicamente en dos grandes secciones:

1
Narciso-Jesús Lorenzo, presbítero, doctor en Teología Sacramentaria por la Facultad de Teología de San Anselmo en
Roma. Es delegado Diocesano de Liturgia de Zamora, Canónigo de la Catedral de la citada diócesis, y adscrito a la
Parroquia de Ntra. Sra. de Lourdes de la misma ciudad. Texto tomado el 16 de octubre de 2012 de:
http://www.lexorandies.blogspot.mx/search/label/orden%20sagrado

1
una anamnética y otra epiclética. Es decir: la alabanza y reconocimiento de las obras salvíficas
de Dios, sobre todo el Misterio Pascual de Cristo, y la suplica confiada para que Dios continúe
actuando su salvación entre sus fieles. Concluyendo con la intercesión de Cristo, el único
Mediador.
Por tratarse de una plegaria sacramental está intrínsecamente unida a un rito, el de la
imposición de las manos de los obispos ordenantes2. Plegaria y rito constituyen la acción
sacramental destinada a que el Espíritu confiera la gracia, la función del episcopado. Toda
plegaria sacramental es simultáneamente oración de la Iglesia y actuación divina. Es una
oración inmediatamente escuchada y atendida por Dios porque en ellas se manifiesta, en el
Espíritu Santo, la mediación sacerdotal de Cristo que asocia a su Iglesia para presentar al Padre
una necesidad que es siempre atendida.

Invocación y Anámnesis en la plegaria de ordenación episcopal

La actual plegaria de Ordenación Episcopal está tomada de la Tradición Apostólica. Un


documento del siglo III recuperado con la publicación del ritual de órdenes de Pablo VI3. En
esta plegaria podemos distinguir la habitual estructura anamnético-epiclética. El primer bloque
comienza con una invocación dirigida al Padre al que sigue una narración del actuar divino.
Prosigue la petición en la que se encuentran las palabras necesarias para la validez del acto,
con un complemento anamnético. Continúa con una serie de intercesiones descriptivas del
ministerio episcopal, introducidas por una nueva invocación. La plegaria concluye con la
conclusión cristológica. Se trata de un texto muy antiguo y a la vez de gran actualidad en el
cual resuena continuamente la Sagrada Escritura, la doctrina de los Padres y la vez la
eclesiología del Vaticano II.
La invocación inicial reza: Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de la misericordia
y Dios de todo consuelo, expresión tomada literalmente de 2Co 1,3. Según es costumbre en la
Iglesia y norma de redacción en la Iglesia Romana las plegarias tienen como destinatario al
Padre, siguiendo el ejemplo de Cristo (cfr. Mt 26,42) y el encargo mismo del Señor, Vosotros
orad así: Padre nuestro (cfr. Mt 6,9). La innovación revela desde el principio lo sustantivo del
misterio de Dios: Dios es Padre. Es Padre en sentido propio. Es Padre de Jesucristo, su
Unigénito. Y Jesucristo aparece desde el principio en su doble vinculación al Padre y a
nosotros, Hijo de Dios y Señor nuestro, nuestro Señor Jesucristo. La invocación va
acompañada de una descripción, con dos proposiciones de relativo tomadas también de la
Sagrada Escritura, que habitas en el cielo y te fijas en los humildes (Sal 112, 5-6); que lo
conoces todo antes de que exista (cfr. Dn 13,42). Dos afirmaciones dependientes de la
invocación que muestran como el actuar divino se “filtra”, viene dado a través de la filiación y
señorío de Cristo. Dicho con palabras del Apóstol: Dios os ha concedido su gracia mediante
Cristo Jesús, en quien habéis sido enriquecidos sobremanera (1Co 4b-5a).
2
Será Pío XII en 1947 en la Constitución Apostólica Sacramentum Ordinis donde sanciona definitivamente que son la
imposición de las manos y la plegaria consecratoria los ritos esenciales para conferir el Orden. Doctrina confirmada por
Pablo VI en Pontificalis Romani recognitio.
3
El texto más primitivo de Ordenación está en la Tradición Apostólica de Hipólito (de nuevo recuperada). Luego se usarán
otras plegarias recogidas en los sacramentarios romanos, Veronense y Gelasiano Antiguo (cfr. Ve 947, 951, 954; GeV 770).
El último texto empleado será el publicado en el Pontifical Romano de Clemente VIII en 1596. La reforma del Ritual de
Ordenes, que recibe el nombre de Pontifical, vino promulgado por Pablo VI con la Constitución Apostólica del 18 de junio
de 1968 Pontificalis Romani recognitio. Hasta el momento ha conocido una II Edición Típica en 1990.

2
La referencia a la humildad al comienzo de la redacción, te fijas en los humildes, indica dos
aspectos decisivos: En primer lugar describe la actitud suplicante de la Iglesia frente a Dios,
humillaos bajo la mano poderosa de Dios… Confiadle todas vuestras preocupaciones (1Pe 6b-
7a). Y en segundo lugar manifiesta un aspecto fundamental en la vocación, elección y
concesión de los ministerios, sobre todo en lo que respecta al ministerio supremo en la Iglesia:
el episcopado, donde debe resplandecer la primera bienaventuranza, bienaventurados los
pobres de espíritu (Mt 5,3, cfr. Ef 4,1-2)

Sigue la sección anamnética propiamente dicha en las que se expone el plan de Dios sobre su
Iglesia: Tú estableciste normas en tu Iglesia con tu palabra bienhechora. Desde el principio tú
predestinaste un linaje justo de Abrahán; nombraste príncipes y sacerdotes y no dejaste sin
ministros tu santuario. Desde el principio del mundo te agrada ser glorificado por tus elegidos.

Las referencias veterotestamentarias tienen un valor tipológico. Esto es: anticipatorio de la


función episcopal y apostólica de Cristo (cfr. 1Pe 2,25; Hb 3,1). Y por extensión de los que le
representen en la Iglesia. Permite a su vez apreciar la unidad y continuidad entre las distintas
etapas de la Historia de la Salvación que se refleja en la celebración de los santos misterios,
como es el caso. La primera proposición habla de las normas establecidas en la Iglesia por la
palabra bienhechora de Dios. Esta Palabra bienhechora es ante todo el mismo Cristo, Verbo de
Dios (cfr. Jn 1,1). En segundo lugar: su enseñanza (cfr. Lc 4,22). Y en tercer lugar: la palabra
de sus Apóstoles, vinculada a Cristo y en Cristo al Padre (cfr. Lc 10,16). Por ello las palabras
de la Iglesia son también palabra de gracia (cfr. Hch 14,3; 20,32)4.
La segunda afirmación hace referencia a una continuidad salvífica que arranca en la Alianza
sellada con Abrahán. La salvación de Dios gesta un pueblo que contará con dirigentes y
sacerdotes nombrados por el mismo Dios, y con un santuario, signo de la presencia divina entre
los suyos, al que proveerá de ministros que lo atiendan. De nuevo estamos ante importantes
referencias tipológicas, el Santuario de Israel, no es sino una imagen del verdadero Templo que
es Jesucristo (cfr. Jn 10,20). Y por “expansión” la Iglesia: Vosotros como piedras vivas vais
construyendo un templo espiritual dedicado a un sacerdocio santo (1Pe 2,5, cfr. 1Co 3,16).
Este santuario, que será de nuevo mencionado en la epíclesis, cimentado sobre los Apóstoles
(cfr. Ef 2,20; 4,11), está permanentemente atendido porque los Apóstoles han confiado su
función a otros. Como dice 2Tim 1,6: Te aconsejo que reavives el don de Dios, que te fue
conferido cuando te impuse las manos. La última afirmación resume la vocación a la que son
llamados todos los hombres: la de participar de la alabanza divina. Vocación que expresa la
plena comunión filial en Cristo, Yo te alabo Padre (Mt, 11,25), a la que estamos convocados y
en la que participamos, sobre todo, en la liturgia. Recitad entre vosotros salmos, himnos y
cánticos inspirados; cantad salmodiad en vuestro corazón al Señor, dando gracias
continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo (Ef 5,19-20).
Su expresión suprema será la celebración de la Misa, que “eucaristiza” la vida de todos los

4
Una expresión similar la encontramos en un texto posterior, las Constituciones Apostólicas, en el que se hace referencia
explícita al Espíritu Santo y se señala con absoluta claridad la continuidad entre Cristo, los Apóstoles y los Obispos: esta
normas las tenemos por la venida de tu Cristo en la carne, bajo el testimonio del Paráclito, por tus apóstoles y por tus
obispos, que por tu gracia nos presiden (VIII, 5,3).

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fieles. Siendo el obispo como el icono de la existencia filial y de la alabanza de Cristo, con su
vida y sobre todo cuando preside las acciones litúrgicas5.

Epíclesis e intercesiones en la plegaria de ordenación episcopal

Entramos en la sección epiclética, en el fragmento establecido como vinculante para la


administración del Orden episcopal, que reza así: INFUNDE AHORA SOBRE ESTE TU ELEGIDO LA
FUERZA QUE DE TI PROCEDE: EL ESPÍRITU DE GOBIERNO QUE DISTE A TU HIJO JESUCRISTO, Y ÉL
COMUNICÓ A LOS SANTOS APÓSTOLES, QUIENES ESTABLECIERON LA IGLESIA COMO SANTUARIO TUYO
EN CADA LUGAR, PARA GLORIA Y ALABANZA INCESANTE DE TU NOMBRE.

La suplica pide que Dios infunda, vierta la energía, la fuerza que procede de Él. Y que
inmediatamente se precisa: Espíritu de gobiernoLa terminología manifiesta una
pneumatología aún primitiva. El verbo infunde-effunde-alude a una acción consecratoria
consistente en derramar aceite (cfr. Ex 29,7). En este caso se pide que Dios derrame una fuerza,
una energía, virtutem- que le pertenece. Que inmediatamente se designa como Espíritu
de gobierno - Spiritum principalem - . La descripción anamnética
que sigue resume en pocas palabras la economía de este Espíritu. Presenta la acción del
Espíritu Santo en Cristo y en los Apóstoles y en la Iglesia. El uso del verbo infunde, que evoca
el derramamiento del aceite, es altamente expresivo porque menciona una acción que viene de
fuera, que envuelve, penetra y permanece en una realidad. El Espíritu invade la humanidad de
Cristo desde el momento de su concepción (cfr. Lc 1,35) y manifiesta su condición mesiánica
en el Jordán (cfr. Mt 3,16). Es derramado sobre los Apóstoles transformándolos (cfr. Hch 2,4;
Jn 20,22-23) y sobre la Iglesia entera, haciendo de ella un Santuario permanentemente habitado
por ese mismo Espíritu (cfr. 1Co 3,16). El calificativo griego que traducimos
como de gobierno, aparece el Salmo 50,4 donde se suplica a Dios: fortaléceme con Espíritu
soberano. Se trata de un calificativo más que oportuno, pues, aún siendo todo lenguaje incapaz
de expresar la totalidad de la verdad, sirve para precisar lo que podríamos llamar función
“capital” del ministerio episcopal en la Iglesia, por su vinculación con la Cabeza, Cristo, para
pastorearla en su nombre y construirla por la predicación de la Palabra, la administración de los
santos misterios, el impulso de la comunión y la promoción de la caridad. La posesión de este
Espíritu de gobierno hace realidad lo que leemos en la carta a los Efesios: (Dios) capacita así a
los creyentes para la tarea del ministerio y para construir el Cuerpo de Cristo (Ef 4,12)6.
Del conjunto de los datos, someramente expuestos, se desprende que se pide a Dios la
comunicación personal del Espíritu Santo, presente en la humanidad de Cristo, transmitido por
él a los Apóstoles y transmitiéndose en forma de “sucesión apostólica” desde entonces hasta
nuestros días7. Es dado como Espíritu soberano, de gobierno, para que se realice en la Iglesia la
5
Dice Juan Pablo II en Pastores Gregis: “Por tanto, todo Obispo ha de ser ejemplar en el arte del presidir, consciente de
“tractare mysteria”. Debe tener también una vida teologal profunda que inspire su comportamiento en cada contacto con el
Pueblo santo de Dios. Debe ser capaz de transmitir el sentido sobrenatural de las palabras, oraciones y ritos, de modo que
implique a todos en la participación en los santos misterios”.
6
“Los Obispos rigen las Iglesias particulares confiadas a ellos como vicarios y legados de Cristo, «con sus proyectos, con
sus consejos y con sus ejemplos»” Pastores Gregis 43.
7
En las Constituciones Apostólicas VIII, 46,15 se dicen: Después de la Ascensión, fieles a su mandato hemos ofrecido el
sacrificio puro y sin mancha, hemos ordenado obispos, presbíteros y diáconos. El primer escrutinio de la Ordenación
resume muy bien la doctrina sacramental de la Sucesión: ¿Quieres consagrarte, hasta la muerte, al ministerio episcopal,

4
función episcopal, la función “capital”. Con una doble finalidad. Primero: El establecimiento
de la Iglesia como santuario, signo, medio, espacio, ámbito de la presencia de Dios hasta los
confines del mundo. Segundo: Como consecuencia los hombres que se conviertan a Cristo
entren a formar parte de su comunión personal y con espíritu filial y fraterno den gloria y
alaben el nombre de Dios. Siendo así que se pueda decir que la Iglesia es en Cristo como un
sacramento o señal o instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género
humano (LG 1).

Siguen las intercesiones en las que se enumeran las principales funciones del Obispo: Padre
santo, tú que conoces los corazones, concede a este servidor tuyo, a quien elegiste para el
episcopado, que sea un buen pastor de tu santa grey y ejercite ante ti el Sumo Sacerdocio
sirviéndote sin tacha día y noche; que atraiga tu favor sobre tu pueblo y ofrezca los dones de
tu santa Iglesia; que por la fuerza de tu Espíritu que recibe como sumo sacerdote y según tu
mandato, tenga el poder de perdonar los pecados; que distribuya los ministerios y oficios
según tu voluntad, y desate todo vínculo conforme al poder que diste a los Apóstoles; que por
la mansedumbre y la pureza de corazón, te sea grata su vida como sacrificio de suave olor, por
medio de tu Hijo Jesucristo, por quien recibes la gloria, el poder y el honor, con el Espíritu, en
la Santa Iglesia, ahora y por los siglos de los siglos.

Las intercesiones vienen introducidas por otra invocación: Padre santo, acompañada de una
breve descripción: tú que conoces los corazones, lo que permite aliviar la redacción y
recitación del texto. De este modo no se pierde de vista el destinatario de la oración, marcando
así, más intensamente, la naturaleza deprecativa del discurso. La innovación está tomada casi
literalmente del relato de la elección de Matías (cfr. Hch 1,24) evidenciando la continuidad,
incluso la cercanía en el tiempo, entre la Ordenación del obispo y la elección del Apóstol.

La primera petición reza así: concede a este servidor tuyo, a quien elegiste para el episcopado,
que sea un buen pastor de tu santa grey. Dios ha elegido a alguien en particular, presente en
estos momentos, sobre el que se está orando, concede a este siervo tuyo, a quien elegiste. Se
trata de alguien que se presenta como siervo y que ha sido elegido. El Siervo elegido por
antonomasia es Cristo, Este es mi siervo a quien sostengo, mi elegido en quien me complazco
(Is 42,1). Y Cristo, el Elegido, es quien llama y elige. Llamó a los que quiso (cfr. Jn 15,16).
Llamó a los Apóstoles (cfr. Mc 3,13) y llama al episcopado. El término  lo
encontramos precisamente en la elección de Matías para designar la tarea que habrá de
desempeñar (Hech 1,21; cfr. 1Tim 3,1). Dios hace una elección universal en Cristo (cfr. Ef
1,4), pero a la vez realiza elecciones específicas, y siempre para el servicio. El siervo de Dios
es el siervo de los hermanos. Sobre todo en aquellos que continúan la misión apostólica: Jesús,
se sentó llamo a los doce y les dijo: -El que quiera ser el primero, que sea el último de todos y
el servidor de todos (Mc 9,35). El servicio, la función concreta que el obispo debe desempeñar
es que sea un buen pastor (de tu santa grey). Pero es Dios el verdadero pastor. Su cuidado
pastoral llega a plenitud en Jesucristo. Hasta el extremo de ser un pastor que no sólo conoce y
cuida de sus ovejas, sino que busca a las descarriadas y llega a dar la vida por ellas. También

que hemos heredado de los Apóstoles, y que por la imposición de nuestras manos te va a ser confiado con la gracia del
Espíritu Santo?

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Jesús, si dejar de ser el Pastor, confía su rebaño a Pedro y los demás discípulos. Los
 prolongarán esta misión de apacentar la Iglesia de Dios en nombre de Cristo (cfr.
Hch 20,28; 1Pe 5,2).

En segundo lugar se señala la función de sumo sacerdote, ejercite ante ti el sumo sacerdocio.
Se trata de una función y de un título ampliamente desarrollado. Como sumo sacerdote servirá
a Dios en todo momento de modo irreprensible. Intercederá por el pueblo. Ofrecerá la oblación
eucarística. Perdonará los pecados y reintegrará en la comunión. Y distribuirá los ministerios y
los oficios. Sumo sacerdote es un título que necesariamente remite a Cristo. Él es único,
definitivo y supremo Sacerdote de la Nueva Alianza. Cristo ha venido como Sumo Sacerdote
de los bienes definitivos (cfr. Hb 9,11), porque ha entregado su vida en expiación por los
pecados de la humanidad (cfr. Hb 9,14.28) e intercede eternamente por todos (cfr. Hb 7,25). El
obispo es sumo sacerdote en cuanto es signo sacramental del Sumo Sacerdote. En los obispos…
Jesucristo, nuestro Señor, Pontífice supremo está presente en medio de los creyentes (LG 21).
Aunque el texto de la plegaria aparentemente no parece relacionar el sumo sacerdocio de los
obispos con Cristo, sin embargo, tanto la alusión al Espíritu Santo, concede por la fuerza del
Espíritu que recibe como sumo sacerdote y en la conclusión doxológica el por medio de tu Hijo
Jesucristo, vinculan, remiten los oficios de sumo sacerdote del obispo a Jesucristo. Como
consecuencia la función de sumo sacerdote engloba toda la existencia del obispo, por eso se
dirá: sirviéndote sin tacha día y noche. Con su vida y sobre todo con su oración participa y
expresa la intercesión eterna de Cristo (cfr. Hb 9,24).

Precisando aún más esta elevada misión el texto sigue suplicando: que atraiga tu favor sobre tu
pueblo y ofrezca los dones de tu santa Iglesia. Sólo en Cristo Dios se encuentra complacido
(cfr. Mt 3,17). Atraer, pues, el favor de Dios, sólo es posible en la medida en que Cristo asocia
a su Iglesia a su función sacerdotal, significándose sacramentalmente en los sacerdotes, sobre
todo en el obispo cuando celebra la Liturgia. De ahí que Sacrosanctum Concilium 7 diga: se
considera la Liturgia el ejercicio del Sacerdocio de Jesucristo. Llegados a este punto cabe
preguntarse ¿a que se referirá la oración con el ofrecer los dones de la Santa Iglesia? Sucede
que se va dando como una progresiva concreción del ejercicio del sumo sacerdocio, porque este
ofrecer no es otra cosa que la oblación eucarística. La acción sacerdotal por excelencia. Que
este ofrecer refiere la Eucaristía es claro porque la terminología griega usada es
manifiestamente sacrificial Sobre la centralidad de esta función
eucarística dice Pastores Gregis 37: En el centro del “munus sanctificandi” del Obispo está la
Eucaristía, que él mismo ofrece o encarga ofrecer, y en la que se manifiesta especialmente su
función de «ecónomo» o ministro de la gracia del supremo sacerdocio.

Continúa la oración con las siguientes súplicas: que por la fuerza de tu Espíritu que recibe
como sumo sacerdote y según tu mandato, tenga el poder de perdonar los pecados. Próximo a
esta idea se pide un poco más adelante: desate todo vínculo conforme al poder que diste a los
Apóstoles. La función de la reconciliación, del perdón de los pecados engloba desde la
disciplina penitencial ordinaria hasta la reintegración en la Iglesia de aquellos que han roto la
comunión; de ahí la alusión a desate todo vínculo. El fundamento bíblico es claro. Por un lado

8
Cfr. Primera Carta de Clemente XLIV, 4

6
remite a la efusión del Espíritu en la mañana de Pascua para que los Apóstoles puedan perdonar
los pecados (cfr. Jn 20,23) y por otro a la extensión del poder de atar y desatar dado a Pedro,
pero también a los Doce (cfr. Mt 18,18)9. En último término estas funciones manifiestan la
responsabilidad apostólica y episcopal de servir de todos los modos posibles a la Redención
obrada por Cristo, cuya manifestación suprema se da también en el Sacrificio de la Eucaristía,
que en la actual forma del relato sobre el cáliz reza: Tomad y bebed todos de él porque este es
el cáliz de mi Sangre… que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el
perdón de los pecados. Estamos llamados a vivir-beber del Costado del Redentor y es el obispo
el primero en ofrecer y hacer distribuir ese Cáliz de Salvación.

La quinta súplica, teniendo siempre en el horizonte la presencia del Espíritu de gobierno, pide:
que distribuya los ministerios y oficios según tu voluntad. El texto original, tanto griego como
latino, no distinguen entre ministerios y oficios, sólo dice: -munera10. Un término que
alude en primer lugar al triple munus de Cristo por todos participado, pero cada uno a su modo
y que se concreta en el ministerio ordenado y en los demás servicios eclesiales dentro y fuera
de la Liturgia. De todos ellos el obispo es primer responsable. La atención y servicio de la
Iglesia conlleva el ejercicio del ministerio episcopal junto con su presbiterio, promoviendo,
animando y sosteniendo los restantes ministerios y servicios para la edificación del pueblo de
Dios. Así lo testifica el sexto escrutinio de la Ordenación: Con amor de padre, ayudado de tus
presbíteros y diáconos, ¿quieres cuidar del pueblo santo de Dios y dirigirlo por el camino de
la salvación?

La última petición evidencia que el episcopado, como todo ministerio eclesial, no es “una tarea
a tiempo parcial”, sino “una forma de vida” y “una manera de ser”. Algo “que se nota” que por
la mansedumbre y la pureza de corazón, te sea grata su vida como sacrificio de suave olor. La
vida del Obispo ha de ser una íntima vinculación a Cristo. Posible precisamente por el Espíritu
de gobierno recibido. Porque el gobierno episcopal es el primer servicio-ministerio en la
Iglesia, que supone la identificación con Cristo, manso y humilde de corazón a quien todos, en
particular los obispos, habrán de imitar (cfr. Mt 11,29 y 5,5.8). Como enseña la Primera carta
de Pedro: Apacentad el rebaño que Dios os ha encomendado… de buen grado… no como
déspotas… sino como modelos del rebaño (1Pe 5,2-3; cfr. 1Tim 2,25). De este modo el obispo
se va asociando progresivamente a la ofrenda existencial de Cristo (cfr. Ef 5,2). Ofrenda de
suave olor que atrae a Dios y atrae a los hombres como delicioso perfume (cfr. 2Co 2,15-16).

La conclusión de la plegaria es teológica y espiritualmente muy rica. Por medio de tu Hijo


Jesucristo, por quien recibes la gloria, el poder y el honor, con el Espíritu, en la Santa Iglesia,
ahora y por los siglos de los siglos. No se trata de un mero recurso redaccional. En ella se
resume toda la fuerza de la plegaria cristiana. Si nuestra oración es escuchada es porque es la
oración de Cristo, el Sumo Sacerdote, que intercede por nosotros ante el Padre, que asocia a su
Esposa la Iglesia y que actualiza su presencia por medio del ministro ordenado (cfr. Jn 14,23).
En esta doxología se resume la entera economía de la salvación. Todo lo suplicado se hace por
9
En las Constituciones Apostólicas se lee: Reconoce, obispo, tu dignidad: así como has recibido en herencia el poder de
atar, has recibido el poder de desatar (II, 18,3). Sirva como referencia indirecta a la necesaria comunión episcopal con el
Sucesor de Pedro.
10
Del término griego procede nuestro actual “clero”.

7
medio del Hijo. Con una finalidad: la alabanza y la glorificación de Dios por parte de la Iglesia
y en la Iglesia, la comunidad de discípulos, el santuario de Dios en medio del mundo. Lo único
que la criatura puede tributar al Creador es la alabanza y la adoración que para los cristianos va
y viene de la liturgia a la vida, convirtiendo la entera existencia en culto de obediencia filial en
Cristo, Con esto recibe gloria mi Padre en que deis fruto abundante (Jn 15,8a).
La referencia final al Espíritu relata y confiesa la comunión interpersonal y la común deidad de
las Tres Personas, destinatarias de la alabanza y glorificación de la Iglesia.

Conclusión

Como consecuencia el ministerio episcopal se presenta a los fieles como sacramento personal
de Cristo, que amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla a Dios (Ef
5,25-26a), mediante el ejercicio en el Espíritu de las diversas tareas episcopales y en el
“soporte” y “escaparate” de la santidad de personal de cada obispo. Hemos pues de venerar y
amar a los obispos, porque están llamados a ser después de Dios como padres y madres (cfr.
Didascalia Apostolorum, II, 33, 1).

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