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El terruño

Eran otros tiempos. Llegaron a esta tierra abandonando la suya, cansados de la falta
de trabajo, la miseria y la inestabilidad política. No dudaron en subirse al barco motivados
por la idea que trabajarían y, en poco tiempo regresarían con los bolsillos llenos de dinero.
Sin proponérselo, formaron parte de un modelo de país construido desde las familias
tradicionales porteñas que nos mostraron la imagen de una argentina como granero del
mundo, con trigales color oro ondeando en las llanuras. Algunos, se incorporaron a las
colonias entrerrianas como la primera del país, fundada en 1853 y que hoy se conoce con el
nombre de su gestor: Villa Urquiza. Otros, se instalaron en Santa Fé, en Coronel Suarez, o
en la Provincia de Córdoba.
Pero en las mejores tierras de la llanura pampeana, esas de la Provincia de Buenos
Aires, en esas no... Ya tenían quien las habitara.
Muchos, como los alemanes, siguieron un derrotero que se pierde en el tiempo y en
el espacio cuando queremos volver hacia atrás: generación tras generación de andar y andar
los caminos, como dice la canción.
A otros, les tocó conquistar la zona más marginal de esta región estratégica de la
Argentina para el modelo agroexportador: el oeste de la Llanura Pampeana. Ellos fueron
nuestros antepasados, los que llegaron a esta pampa, la hicieron gringa, y la llenaron de
hijos . Los que de sol a sol, trabajaron la tierra sin importarle que no era propia sino
arrendada o trabajada al tanto por ciento.
Lo mismo daba. Aquí se arraigaron, aunque tuvieran en algunos casos que desclavar
las chapas, correrse a otras chacras y empezar de nuevo si no cumplían con las condiciones
del contrato. Animales, por ejemplo, no se pudieron criar por mucho tiempo, porque se
establecía en el contrato un sistema de rotación de cultivos, y porque el arrendamiento se
cobraba en tanto por ciento de bolsas cosechadas.
Todo bien controlado, para que no hubiera trampas. Con un administrador, y un
marcador que venía y marcaba las bolsas que se llevaría como pago de alquiler el dueño de
las tierras. Sus verdaderos dueños, los Naveira, manejando sus intereses desde Buenos
Aires . En La pampa, tenían su administrador el Sr. Torre y quien marcaba las bolsas, el Sr.
Martín ZAPACÁ. Hasta que en la década del ’50, la tierra fue para el que la trabajara.
Así vivieron en el Lote XIII los inmigrantes. Cada uno traía su historia personal. La
familia que quedó en la tierra natal (padre, madre, hermanos, en algunos casos, esposa e
hijos con los que nunca más volvieron a verse), la supervivencia a naufragios como el del
Mafalda, la muerte de un amigo en el penoso trayecto al otro lado del mar, y tantas otras.
Y aquí agregaron acontecimientos a su historia personal, contribuyendo a la historia
colectiva y a la consolidación de un país con características tan particulares. Fueron ellos
nuestros antepasados. La mayoría descansa ya en la tierra santa del pueblo, de este
Winifreda en el cual construyeron su vida social y cultural, de este Winifreda que les aportó
lo necesario para su transcurrir cotidiano en la colonia. De este Winifreda del cual no
quisieron irse, a pesar de la nieve, la sequía, los medanales, la ceniza, la langosta y la crisis
económica mundial, todos males de la década del treinta. Quiera Dios que nuestra memoria
no los olvide, como pasó en Villa Urquiza donde las tumbas de los fundadores y de los
primeros inmigrantes, yacen olvidadas y tapadas por los yuyos, y que rescate esas viejas
cruces forjadas en hierro como testimonio y homenaje de este tiempo pasado.
Otros se fueron, acosados por la miseria del treinta .
Esta es también mi historia. Aunque no viva hoy en Winifreda, porque... ¡había que
estudiar! Sino, ¿Qué íbamos a ser en la vida? Nuestros padres, ya hijos de inmigrantes
soñaron otro proyecto de vida para nosotros, y sin quererlo, contribuyeron al
despoblamiento del campo, de ese campo tan caro a mis recuerdos de infancia. La chacra
en que vivimos, la escuela, el club, la gente. Esa chacra de la que costó desprenderse en
1986, y a la que mi padre quiere volver a toda costa cuando nos dice que cuando muera,
quiere que llevemos a ella sus cenizas. Nunca había querido volver, hasta ese día de Julio
del 95. Y nunca podré olvidar las sensaciones que experimenté en el momento

En este pedazo
de tierra y de cielo, se hicieron jirones
las manos del viejo.
Y dejó mi madre, plasmada en la arena
presente en el viento...
su etapa dorada de lucha y de sueños.

Marita BARABASCHI de HERLEIN


11.11.2000

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