Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
No sé qué fue para mí, el despertar de aquella noche; quizá los mil
ruidos del silencio, tal vez, el monótono rumor del río cercano. El hecho
es que desde que desperté, en vano intenté de mil maneras reconciliar
el sueño.
Mientras todo esto ocurría, pude observar que, a unos 300 metros
de nuestro sitio, río abajo, cruzo las aguas un “chalan” de regulares
dimensiones, visible a esa hora gracias a las linternas de petróleo con
que se alumbraban sus operarios; una vez terminada la maniobra,
desembarcó en el atracadero opuesto a la ribera desde la que, mi
nuevo amigo y yo, los veíamos hacer una “troca”, que según supe
después, hacia servicio de carga y ocasionalmente de pasajeros.
Para mí, eso era novedoso, pues la última vez que había estado en
el pueblo, el servicio carretero aún no era muy confiable y menos aún,
si como ocurrió en la víspera, había llovido; sin embargo, aunque este
hecho marcaba un signo de progreso en la región y porque no decirlo,
para el país; los avances de este tipo de desarrollo, se habían
constituido en un rudo golpe, al “transporte fluvial”, medio que hasta
hacía poco, era utilizado comúnmente para el desplazamiento de los
productos de la región, hacia el puerto de Tampico, y de cuyo centro se
transportaban al regreso las diferentes mercancías, medicinas y
herramientas que eran necesarias en la población y en los puntos
vecinos, que hacían de nuestra plaza su punto de comercio, tanto para
vender sus productos, como para cubrir sus necesidades de abasto.
Este canal, y otros más existentes en este sitio, habían sido abiertos
años atrás, por los primeros navegantes del río, para evitar riesgos
innecesarios.
Como entre los víveres que llevaban para el inicio del viaje,
contaban con una buena provisión de chorizo, masa de maíz, manteca
y carne fresca de cerdo y de res, ese primer día aprovecharon la
frondosa sombra de un añoso orejón, que extendía sus ramas casi a la
orilla de una amplia playa, en cuya ribera fueron fondeadas las canoas
para entregarse al deleite de un suculento desayuno.
Pero no todo fue silbar y cantar aún hoy existen causas que originan
contratiempos las fuertes avenida que ocasionan los temporales, ya
que durante el tiempo que dura la crecida del río, resulta ser temerario
aventurarse por sus aguas; pasadas las crecientes con sus
consiguientes tumultuosas avenidas, que daba el arduo y penoso
trabajo, de limpiar ambas riveras de los escombros con que fueron
cubiertas durante el tiempo que duraron las encrespadas turbulencias,
animales muertos, árboles caídos y restos de viviendas que llegaron
arrastradas por las impetuosas corrientes.
-Caray patrón, sí que sabe usted hasta de esto; ¡lástima que ahora,
ya tengamos que seguir nuestro viaje! y como no vamos en el mismo
bote, me aguantaré pues hasta otra parada para ver si me puede
platicar todo lo que sepa.
-Pues ya ves, aun así, ha habido quien burle tan estrecho patrullaje.
-Ni que estuvieran ciegos o fueran tontos, los que hacen la inspección,
ya vi como hasta los bultos de café destapan para registrarlos, que, por
cierto, todo lo dejan desparramado.
-Ni ciegos ni tontos los patrulleros, sino que muy vivos: te contaré
más o menos lo que hicieron una vez que nos tocó venir como hoy, en
compañía de cuatro piraguas más.
Algo intrigado, Don Galdino se acercó al bote del viejo canoero para
saber que estaba ocurriendo.
-Para que pueda ir más rápido, pónganle dos remeros más de los
botes menos cargados.
-Tienes razón, ¡A ver Simitrio y Lauro! ¡Vayan con Jobo para que
ayuden con sus remos! ¡Pero úrjanle, que no hay tiempo pa’ pachorras!
Una vez realizada la maniobra que concluyó con la partida del bote
donde iba el enfermo, los demás canoeros se dedicaron a reacomodar
en las restantes embarcaciones, el lastre que quitaron a la que tomó la
delantera; procediendo a reanudar la marcha una vez concluido el
reacomodo.
Luego, casi sin darle importancia, espetó lo que más que pregunta,
parecía una afirmación: - ¿Qué? ¿Se murió Jobo? ¿Verdad? concluyó
con la partida del bote donde iba el enfermo, los demás canoeros se
dedicaron a reacomodar en las restantes embarcaciones, el lastre que
quitaron a la que tomó la delantera; procediendo a reanudar la marcha
una vez concluido el reacomodo.
EL VELORIO (cuento 5)
Eran sólo unas pocas casas; nadie podía imaginar siquiera una
veintena de moradores, incluyendo los niños, sin embargo, ahí se
estaba mostrando la solidaridad de la gente sencilla, que no necesita
conocerse para mostrar su pesar ante el dolor de los demás.
Fue una noche muy larga, que, a fuerza de rezos, café, algunos
tragos de aguardiente y una que otra cabeceada, fue transcurriendo
lentamente.
Por demás está decir que de inmediato todos los ocupantes del
bote se arrojaron también al agua, incluido el sacerdote con sotana y
todo.
EL PRESO (cuento 7)
-Pos con hora, iban a ser quince días, lo juí a jallar a mi mujer
chillando de puritita muina por lo que el hijo del haciendado la jalló por
la vereda que sube del aguaje y como iba solita, la jalo pal monte, a
juerzas la beso y le aprieto los pechos pero como pudo se zafó; y no
quedó ahí la cosa, al poco tiempo, antes de antier pa’ más seguro, lo
jui a jallar en mi jacal, mero encima de mi vieja que chillaba de miedo y
de muina, queriendo hacerle que por la juerzas, ahí mesmo juera
también su mujer.
-Pues veras, asaltados no, pero ocurrió que en uno de los viajes
sucedió que a eso de las once de aquel día, zarparon hacia su
destino; llevando un embarque muy variado de mercancías; azúcar,
harina, alcohol de caña, petróleo diáfano en latas de 20 litros, sal en
grano, molinos o trapiches para molienda de caña, sacos para los
embarcadores de café y como colofón, un pasajero con su criado, los
cuales tenían el encargo de vender a quien se interesara, unos
artefactos que tenían la propiedad de producir música y cantos
extraídos de una especie de hoja de lámina, plana y negra; con solo
darle vuelta a una manija como de molino, a aquella caja que a ellos
les dijeron que se llamaba “vitrola”, de la cual sobresalía una como
trompeta, que en la parte ancha, que era donde terminaba, estaba más
grande que la dichosa vitrola.
-En todo caso, esta es nuestra casa y todos los que en ella
convivimos, somos una familia, que bien o mal allegada, nos vamos
tolerando.
- ¿Cuál es la membresía?
Y así lenta pero positivamente, la tensión inicial se fue diluyendo;
todos querían mostrarse amistosos, las damas, me hacían sentir
admirado por ellas, ellos, comportándose ya sosegados y respetuosos,
me ayudaron a recuperar la confianza que a mi llegada me habían
toscamente escamoteado.
- ¡No lo haga! ... ¡Déjela vivir! Solo medra por su existencia y lo poco
que pueda comer, no matará de hambre a nadie.
departamento de intendencia.
JOSEFINITA (cuento 10)
Ana Josefa me dijo llamarse, pero que todos sus nuevos amigos la
llamaban (unos cariñosamente y los mas en son de mofa) Josefinita.
Tenía que haber una solución, tenía que surgir la fórmula que le
ayudara a sacudirse la potestad que suponía la presencia a su lado de
su madre, de cuya tutela ya estaba cansada y de ninguna manera
deseaba seguir consintiendo por más tiempo; era necesario trasponer
ese obstáculo que interponía diques a sus pretensiones de
independencia total y para lograrlo solo veía como única solución,
internar a aquella madre, que todo lo sacrificó por ella y siempre le
diera solo amor y desvelos, en los oscuros rincones de este asilo de
ancianos, que acoge por igual, a menesterosos y a repudiados por su
propia familia.
-Regresa, que aquí hay sitio para ti; rodeando las atestadas mesas
centrales, me acerqué a aquel reservado, desde el cual me ofrecían
las oportunidades de tomar asiento; ya cerca me di cuenta, que
además de quien me llamó a la mesa, había un hombre que inclinado
sobre ella, utilizando sus brazos cruzados a manera de almohada,
dormitaba quizá, su propio cansancio: al levantar interrogante la vista
hacia la mujer que me invitaba a compartir con ellos el reservado,
sonriente tornó a invitar,
perdido por los billetes sobrantes, en uno de los reservados del café de
Para su pobre cuerpo, fue una fortuna que no hubiera sido necesario
que sufriera una intervención quirúrgica, que por penosa y larga
pusiera en peligro su existencia; la misma naturaleza de su organismo,
imposibilitado para seguir luchando por ambas vidas,
espontáneamente expulsó de sus entrañas, la causa de su
quebrantada salud.
Tras largas horas de angustia e incertidumbre, logró sobreponer la
crítica situación, de la cual, solo restaba una larga cura de reposo,
necesaria para que recuperara energías y saliera del estado anémico
que le ocasionó la pérdida del hijo que con tanta ilusión había
esperado.
DESAPARECIDA (cuento16)
SAUL…
-Al terminar la lectura de este diario, di por terminada mi visita a
aquel asilo; pues con ello finalizaba mi búsqueda. Mi madre en su
póstuma carta, me había dejado la petición de que buscará a mi padre,
a quien ella había dejado al enterarse que estaba nuevamente en cinta,
y ante el temor de enfrentarse a la posibilidad, de que, por su salud, le
exigieran detener el proceso de su embarazo, que ella anhelaba llevar
hasta el final.