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HISTORIAS DEL RIO

Ha transcurrido el tiempo; muchos años hace que transcurrió esa


visita.

Entonces, siendo un niño, solo me guio la curiosidad y el deseo de


enterarme de algo que solo me causaba interés momentáneo; después
de esto mi vida siguió un curso distante, de todo cuanto había
alrededor de aquella etapa de mi visita a la Huasteca.

Sin embargo, hoy, a cincuenta y tantos años de distancia de ese día,


que, a pesar de haber quedado hundido en el pasado, sigue incrustado
en mis recuerdos, intentaré dar vida a aquellos acontecimientos que
rodeaban esa época.

Al evocar en mi mente lo que pude entonces conocer,


inconscientemente dejo en la noche de los años transcurridos, acaso
por olvido o en virtud de ignorarlas, las fechas de los
acontecimientos, y en su mayoría, los nombres de los protagonistas;
pero cabe consignar que el hecho de omitir nombres reales y fecha
en nada o en muy poco cambiarán los acontecimientos, por tanto la
narración de los mismos se llevará a cabo sin orden cronológico alguno
y conforme a la espontaneidad de su recuerdo.
EL RÍO (CUENTO 1)

No sé qué fue para mí, el despertar de aquella noche; quizá los mil
ruidos del silencio, tal vez, el monótono rumor del río cercano. El hecho
es que desde que desperté, en vano intenté de mil maneras reconciliar
el sueño.

Como la noche, a pesar del clima tórrido de la región, se sentía


fresca; opte por levantarme del catre que ocupaba, me embutí los
pantalones y me medio calcé las botas, y así, medio vestido, me
acerque a la ventana del cuarto: jamás me arrepentiré de haberlo
hecho, asomarme y asombrarme ocurrió al mismo instante; sobre el
cerro que nace en la ribera opuesta del río, un cielo resplandeciente,
cuajado de miradas de estrellas se extendía ante mi vista, haciéndome
el regalo de un espléndido espectáculo.

Abajo casi rozando las aguas del río, semejante al estallido de


bellos juegos artificiales, danzaban en la suave penumbra de la noche,
dibujando arabescos luminosos, una inquieta multitud de luciérnagas.

Salí de la casa en la que estaba hospedado cuidándome mucho de


hacer ruido; a nadie podía molestar puesto que estaba solo en aquella
habitación; pero temía que, si producía cualquier sonido, se
desvaneciera en nada, el efluvio luminoso que me tenía embelesado.

Me llegué a la orilla del río, sentado en la arena, con los pies


sumergidos en el agua, había otra persona; al sentirme llegar, antes
que yo la viera, me sobresaltó su bienvenida, que si bien, fue amable,
no dejo de ser sorpresiva.

- Dios, y buenas noches sean para usted. - ¿Que?...

Mi impresionada respuesta, manifestó el susto que me causó, la


brusca interrupción de mi anonadamiento.

-Je, Je… usted ha de dispensar si lo asusté, no fue esa mi


intención, solo que lo vi venir derechito hacia mí, pensé que ya me
había visto; ¿a qué se levantó tan de noche? Si hasta se me figura que
ni ha pegado los ojos.

En tanto, mi pulso fue recuperando su ritmo, me fui aproximando


al sitio de donde provenía la voz que me causaba el sobresalto. Ya
calmado mi asombro, pude al fin articular mi respuesta, tanto a su
saludo como a su preocupación por mi imposible insomnio.

-Si he dormido, aunque no sé cuánto y me retiré a descansar


cuando empezó la tormenta y ni me enteré a qué hora dejó de llover.
Pues la tormenta empezó como a las 7 de la noche, y si ahorita son en
el reloj del palacio, pasado de las 3 de la mañana razón suficiente para
que ya no tenga sueño; pero venga, siéntese aquí, para que reciba
como yo, la fresca brisa que corre al parejo del cauce del río; pues
para que se acomode basta y sobra lo que queda del viejo
embarcadero.

Mientras todo esto ocurría, pude observar que, a unos 300 metros
de nuestro sitio, río abajo, cruzo las aguas un “chalan” de regulares
dimensiones, visible a esa hora gracias a las linternas de petróleo con
que se alumbraban sus operarios; una vez terminada la maniobra,
desembarcó en el atracadero opuesto a la ribera desde la que, mi
nuevo amigo y yo, los veíamos hacer una “troca”, que según supe
después, hacia servicio de carga y ocasionalmente de pasajeros.

Para mí, eso era novedoso, pues la última vez que había estado en
el pueblo, el servicio carretero aún no era muy confiable y menos aún,
si como ocurrió en la víspera, había llovido; sin embargo, aunque este
hecho marcaba un signo de progreso en la región y porque no decirlo,
para el país; los avances de este tipo de desarrollo, se habían
constituido en un rudo golpe, al “transporte fluvial”, medio que hasta
hacía poco, era utilizado comúnmente para el desplazamiento de los
productos de la región, hacia el puerto de Tampico, y de cuyo centro se
transportaban al regreso las diferentes mercancías, medicinas y
herramientas que eran necesarias en la población y en los puntos
vecinos, que hacían de nuestra plaza su punto de comercio, tanto para
vender sus productos, como para cubrir sus necesidades de abasto.

Poco a poco en el horizonte del cielo, se fueron borrando las


estrellas, cubriendo su lugar una tenue claridad entre lechosa y oro con
que se anunciaba la alborada de un nuevo día, pude observar con todo
detalle el lugar donde me hallaba.

Solo vestigios quedaban en aquel lugar de lo que antaño fuera, un


atracadero de regulares dimensiones, y aunque no estaba del todo
abandonado, ya que había ahí algunos botes de remos de diferente
colado, que por su aspecto mostraban hallarse aún en pleno uso.

Todo cuanto iba observando, me fue detallado verbalmente por


quienes ya estaban allí a mi llegada, que eran dos personas y no una
como creyera en un principio, debido a que fuera interrumpido por una
sola voz; el mayor, un hombre de edad indefinida a causa de su
poblada barba y avanzada calvicie, de pelo cano; el otro, diríase que
tendría a lo sumo, treinta y cinco o cuarenta años a juzgar por su
mayor prestancia y mejor condición física.

El mayor dijo llamares Nabucodonosor, pero desde que tenía


memoria, todos los que le conocían, a fin de achicarle el nombre
lo llamaban Nabor; el otro se llamaba Victorino, ambos
desempeñaban el mismo trabajo, eran los custodios de las
embarcaciones y enseres que aún daban algún servicio y que
todavía eran requeridos para realizar algún viaje a los puntos
ribereños, comunicado por caminos de herradura, con las
poblaciones y haciendas diseminadas por la región, que aún no
eran beneficiadas por la nueva carretera.

En mi mente, bullían un sinfín de ideas nacidas de todo cuanto


escuchaba; todo cuanto fui sabiendo acrecentaba mi incredulidad a la
par que mi entusiasmo por vivir en carne propia, el arrojo de aquellos
que afrontaron el riesgo inminente de cualquier imprevisto desenlace,
en la ardua tarea de dominar en cada viaje, las aguas turbulentas de
un río, que, aunque hermoso en toda su majestuosidad, pleno de
peligros para quienes se atrevían a desafiarlo.

Quise saber más e indagué deseoso de obtener respuestas a cada


una de mis dudad con respecto a aquellas travesías; saber que
transportaban, conocer su itinerario, determinar el tiempo en que se
realizaban, ¿todavía se hacían?

Me ofrecieron llevarme a conocer, esa misma tarde después de la


siesta, a uno de los antiguos “patrones” de embarcación, que de
seguro sabría y aceptaría explicarme todo cuanto desde su posición de
timonel; que empezara desde simple remero; había visto y vivido.

En tanto se llegaba esa hora, me invitaron para ir después del


almuerzo a hacer un recorrido río abajo, en una de pequeñas lanchas;
al regreso del desayuno me presenté provisto de un ancho sombrero
para el sol, y a insistencia de mi familia, un pequeño envoltorio
conteniendo alimentos para la comida de medio día y una vasija con
una buena porción de agua.

Cómodamente sentado en un cajón de jabones vacío,


situado en la parte de atrás de la piragua en que hicimos el
paseo, sin estorbar al timonel de popa, pude sentir el suave
deslizamiento, río debajo de la embarcación: lentamente
obedeciendo al hábil remoneo del timón nuestra canoa se fue
aproximando a la ribera opuesta del río; desde este nuevo
ángulo pude observar otro perfil de la población, la cual iba
quedando atrás, con sus diferentes caseríos que sin ningún
sentido de uniformidad, me mostraba al menos la diferencia
económica de sus moradores; aunque se veían algunos techos
de lámina o de teja de tableta, predominaban los techos
confeccionados con zacate especial para ello.

Ya en la orilla opuesta del río, se avanzaba el trabajo de


construcción de las bases del puente que supliría al chalán que en ese
momento trasladaba de orilla a orilla, todo vehículo que deseaba
cruzar el río.
Continuamos corriente abajo, sin otro objetivo que el de ir
admirando el cambiante paisaje, hasta que desembarcamos en un
gran remanso cuyo centro, tanto el remero como el timonel, evitaron
penetrar, como eso me causara extrañeza, me mostraron el motivo de
su viaje; frente a nosotros se estaba gestando un extraño fenómeno de
la naturaleza: la confluencia total de dos caudalosos ríos; de hecho,
más que unión se puede apreciar en la acción, el encuentro de ambos
caudales, como si el Moctezuma y el Amajac pretendieran en ese
eterno choque medir la furia de sus aguas, antes de verlas convertidas
en la impetuosidad de una sola corriente.

El aparente nuevo río, nacido de ese extraordinario maridaje del


Moctezuma y el Amajac, continúo llevando el histórico nombre de uno
de sus confluentes “MOCTEZUMA”.

Ya navegando en sus aguas, nos dejamos llevar por la corriente


hasta una estrecha playa en cuyo centro se erguía un pequeño cerro,
desde el cual, pudimos apreciar en toda magnitud, la descomunal “T”
formada por la naturaleza, mediante la conjunción de las dos
antagónicas fuerzas y el nacimiento de su majestuoso vástago.

Ante la amenaza de una posible lluvia, cuya presencia se dejaba


adivinar, debido a las nubes que rápidamente manchaban el azul del
cielo, nos vimos obligados a regresar de nuestra (para mi) fructífera
excursión.

Lentamente, haciendo caso omiso de los remos, usando los


bogueros de la canoa, unas gruesas garrochas que apoyaban en el
“bajo fondo” de la orilla del río para darnos impulso a contra corriente.

Una vez remontadas las adjuntas y vuelto a cruzar la ribera derecha


del Moctezuma antes de encumbrar el sitio donde se empezaba a
construir el puente, bajo un frondoso jalamate que campaba por sus
fueros, habida cuenta de que había cesado la amenaza de lluvia, nos
dispusimos a disfrutar nuestros respectivos lonches; sin dar
importancia, al hecho de que, ya estábamos de regreso, casi en
nuestro punto de partida, que estaba de nuestro emplazamiento unos
doscientos metros como máximo.

El sitio elegido era realmente acogedor, bajo el sombroso árbol, se


gozaba de un ambiente agradable y fresco y todo en rededor, invitaba
a recrear la vista en todo cuanto hubiera por ver.

Al frente, sobre la rivera opuesta, en buena posición de la vega del


río, mecía sus tallos frondosos, un exuberante sembradío de maíz,
profusamente espigado.
L A T R AV E S I A C O M I E N Z A ( C U E N T O 2 )

Todo estaba preparado para la salida de cuatro de las numerosas


canoas fondeadas en el largo del atracadero; por la tarde, había
llegado, procedente de la sierra de Hidalgo, una numerosa recua de
asnos y mulas, a los cuales se había sumado en Tamán, un buen
número más de acémilas (mula o macho que se usa para llevar carga);
cargado todo el conjunto de café morteado, cera y miel de abejas,
piloncillo, frijol negro y yuca.

Todo ello debidamente distribuido, había sido embarcado en ellas y


solo esperaban la hora de salida, que por lo regular, era antes del
amanecer.

Los últimos preparativos, como eran, afianzar amarras, regular


niveles de peso y cubrir debidamente la carga, a resguardo de la
intemperie; se realizaban a la par del acomodo de los sacos que
contenían la “hojarasca” (una especie de tortilla muy delgada de
maíz, convenientemente tostada), así como otros panes, de maíz
llamados “garapachos”. También llevaban carne seca, sal, chile, café
y sendos guajes llenos de agua de pozo o noria, para aliviar la sed y
preparar algún alimento.

Llegada la hora de partida, estaban listas mínimo tres o cuatro


canoas con el propósito de darse auxilio entre sí, en caso de supuesta
avería o accidente y para su mutua protección en caso de defensa, o
de un posible asalto.

Cada patrón de canoa, que se preciara de bueno en su labor, tenía


por costumbre antes de iniciar un viaje, llevar a cabo una inspección
ocular de su nave, para asegurarse de llevar todo lo necesario y lo que
pudiera ser útil en el trayecto; remos de repuesto, herramientas como
zapapico, pala de punta, una buena barreta y un ancho azadón; todo
ello de gran utilidad, en caso de tropiezos con bajos fondos,
producidos por sedimentos arenosos.

En cuanto todo estuvo listo, fueron cruzando el río rumbo a la ribera


opuesta, punto desde el cual, tomaron el rumbo corriente abajo,
siempre en fila, uno tras otro.

Pronto se vieron en la necesidad de hacer uso de las herramientas


apropiadas. Al llegar a las adjuntas del Moctezuma con el Amajac, en
evitación de navegar directamente en sus tumultuosas corrientes, hubo
que abrir en el recodo anterior un canal cuyo poco uso había
ensolvado y que fue necesario despejar para que pasaran las cuatro
canoas.

Este canal, y otros más existentes en este sitio, habían sido abiertos
años atrás, por los primeros navegantes del río, para evitar riesgos
innecesarios.

Una vez salvado, este primer obstáculo, al reanudarse el viaje, casi


muy poco hubo que hacer. Aunque era muy temprano el día, el sol casi
daba de frente. Aún eran alargadas las sombras que los sauces y los
sabinos que circundan el cauce proyectaban sobre el río, brindándoles
así, su protección contra el calor que empezaba a adivinarse.

Suave, pero firmemente, remando a favor de la corriente, se dejaron


deslizar por su propio impulso, usando solo de vez en cuando los
remos laterales y las garrocha, para que en las aguas mansas no se
retardara la marcha y evitar zozobrar en las corrientes fuertes.

Como entre los víveres que llevaban para el inicio del viaje,
contaban con una buena provisión de chorizo, masa de maíz, manteca
y carne fresca de cerdo y de res, ese primer día aprovecharon la
frondosa sombra de un añoso orejón, que extendía sus ramas casi a la
orilla de una amplia playa, en cuya ribera fueron fondeadas las canoas
para entregarse al deleite de un suculento desayuno.

En tanto preparaban y daban cuenta de tan apetitosas viandas,


uno de los nuevos remeros se acercó al patrón de bote de mayor edad,
a quien, considerándolo de mayor experiencia, le pidió le contara
cuanto supiera de la ruta, insistiendo en saber tanto como fuera
posible, de cada viaje, así como lo aventurado de sus inicios.
Poco a poco fueron teniendo eco sus preguntas.

-Veras muchacho, de cómo empezaron estos viajes por el río,


trataré de platicarte lo que supe por mi abuelo y que conste que a lo
mejor paso por alto algo de lo que también a él le contó su propio
abuelo, ya que los comienzos de estas travesías datan de mucho
tiempo y como quiera, han de ser muchos los hechos que no
conocieron, o a fuerza de tanto tiempo, se perdieron en su memoria.

Desde que se tiene sabido, ya estaban los caminos de herradura


muy transitados desde hacía muchos años; pero era tan largo y
pesado el trayecto que a veces tenían que hacer para mover sus
mercancías que fue menester buscar otra vía que aliviara en alguna
forma aquel cómodo ir y venir a lomo de mula.

Un día no puedo decirte cuando, pues las fechas de estos


acontecimientos se pierden en la noche del pasado; remontando el río,
desde donde se hace una sola agua con el mar.

Llegaron hasta Tamazunchale, los primeros en descubrir como


navegable, las aguas del Río Moctezuma, no se supo de seguro, a que
se debió al mérito de su hazaña, si, al deseo de contribuir a la solución
de aquella falta de vías de comunicación, o a un simple impulso de
satisfacer una inquietud por la aventura.

Poco a poco, los ribereños que hacían su vida a base de conducir


de una orilla a la otra, gentes que querían cruzar el río, o vivían de la
pesca; se dejaron llevar por la curiosidad de conocer la ruta señalada.

En los comienzos, se avinieron para ser alquilados sus servicios


como portadores de pequeñas excursiones de exploración, ya que
sus embarcaciones de poco calado para realizar expediciones de
mayor envergadura. Mas aquella nueva vía pluvial, atrajo también la
atención de comerciantes y traficantes de las diferentes mercaderías
que requerían ser transportados y nació la necesidad de realizar la
pronta construcción de barcazas más espaciosas y de mayor calado.

Pronto favorecidos por esta ruta pluvial, fueron favoreciendo a lo largo


de ambas riberas, varias rancherías que, gracias a su abrigo, vieron
acrecentadas sus posibilidades de progreso.

La Providencia, Huesco, Terrero, La Ceiba, Las Mesas, El Hulero, El


Mirador, Miraflores, Chiquinteco; poblaciones que, en el largo trayecto
de Tamazunchale a Tampico, unieron sus esfuerzos al impulso del
comercio para hacer aún más navegable al Río Moctezuma, Tanquián,
S.L.P. El Higo y Pánuco Ver. (puntos geográficos en que el Río
Moctezuma, cambia su nombre a “Río Pánuco”); con el cual hace su
entrada a las aguas del Golfo de México), sin olvidar a Axtla, S.L.P. y
Tempoal Ver. que gracias a sus ríos que llevan el nombre de ambos
poblados; grandes afluentes del gran río, también han contribuido al
engrandecimiento del tráfico pluvial que llego en poco tiempo a adquirir
importancia y prestigio.

Pero no todo fue silbar y cantar aún hoy existen causas que originan
contratiempos las fuertes avenida que ocasionan los temporales, ya
que durante el tiempo que dura la crecida del río, resulta ser temerario
aventurarse por sus aguas; pasadas las crecientes con sus
consiguientes tumultuosas avenidas, que daba el arduo y penoso
trabajo, de limpiar ambas riveras de los escombros con que fueron
cubiertas durante el tiempo que duraron las encrespadas turbulencias,
animales muertos, árboles caídos y restos de viviendas que llegaron
arrastradas por las impetuosas corrientes.

-Caray patrón, sí que sabe usted hasta de esto; ¡lástima que ahora,
ya tengamos que seguir nuestro viaje! y como no vamos en el mismo
bote, me aguantaré pues hasta otra parada para ver si me puede
platicar todo lo que sepa.

Poco más adelante, a la altura de Chiquintengo, lugar donde el Río


Axtla se encausa con el Moctezuma; atracaron nuevamente, solo el
escaso tiempo para trasbordar procedente de esa población, una lata
de miel y cera de abejas; que llenaron la barca menos cargada.

A su paso frente a Tanquián, se les aparejaron dos barcas más, que


llevaban como cargamento, cerdos vivos, cueros de res, manteca de
cerdo y res, piloncillo, zarza en bejuco y chicle de chico zapote.

Al llegar al Higo Ver., conminando a detenerse, por un


destacamento militar el tiempo necesario para realizar una inspección
ocular del cargamento; en prevención de que llevasen aguardiente de
caña, lo cual tenían prohibido comerciar con el Puerto de Tampico. Ahí
en ese lugar, pregonaban y vendían parte de lo que transportaban,
principalmente café y ajonjolí.

Como debían hacer su entrada a su destino, a hora temprana del


día, decidieron pernoctar esa noche, en el resguardo que les ofrecían
los embarcaderos del Pánuco, en cuyo lugar ya se contaba con
Capitanía de Puerto, la cual proporcionaba constante vigilancia a todas
las piraguas que hubieran en el fondeadero; además de los locales,
había que sumar las procedentes de los ríos Moctezuma, el Axtla, el
Tempoal, y del Tampaón o Tamuín vía por la cual traficaban sus
productos las poblaciones de Valles y Villa Guerrero.

Nuevamente reunidos, alrededor de una fogata, daban cuenta de la


cena de esa noche, consistente en un trozo de carne seca asada en las
brasas de la hoguera, acompañado de garapachos y un jarro de té de
zacate limón, cuyo aroma y sabor lo hacía predilecto de toda la
tripulación y más del río: el viejo patrón de bote y su interlocutor
reanudaban la conversación iniciada durante aquella primera parada
del viaje.

-Buenas noches Don Galdino, -Buenas noches muchacho... -


¿Cómo supiste mi nombre? ¿Quién te lo dijo? -Don Jobo, el patrón del
bote en que silbo; por cierto, que me dijo que, si yo quería y usted
acepta, me podía venir pa’ su piragua; siempre y cuando le mandara a
cambio a su tocayo: Jobo Ramos que, al fin y al cabo, también sale
siendo su yerno.

Una vez realizada la permuta de los dos vaqueros a entera


satisfacción, volvieron a reunirse alrededor de la hoguera para
reanudar la plática.

-Diga Don Galdino, y hoy en la tarde ¿Por qué nos revisaron la


carga de todos los botes esos militares que se mostraron tan
desconfiados, a los que ustedes contestaban a sus preguntas?

-Como te habías dado cuenta, lo que buscaban era aguardiente de


caña, sin amparo legal para su transporte; pues los alambiqueros de
Tamaulipas, se quejan de introducción ilegal de la caña que llega a
Tampico por nuestro conducto.

-Pero se me figura que dé a tiro son desconfiados, pues, aunque


ustedes les aclararon que no traían lo que ellos buscaban, no se
conformaron hasta que rebuscaron en todos los botes sin hacer caso
del tiempo que nos hicieron perder a todos, ya vio que no dejaron que
se moviera ninguna piragua hasta que terminaron la inspección.

-Comprendo tu asombro porque es tu primer viaje hasta Tampico,


pero estas inspecciones seguido las llevan a cabo, y si se muestran
desconfiados como los viste hoy, se debe a que su vigilancia ha sido
esquivada más de una vez por quienes trafican con más aguardiente,
del autorizado por la vía legal.

- ¡Que los van a engañar!, con lo estrictos que son.

-Pues ya ves, aun así, ha habido quien burle tan estrecho patrullaje.

-Ni que estuvieran ciegos o fueran tontos, los que hacen la inspección,
ya vi como hasta los bultos de café destapan para registrarlos, que, por
cierto, todo lo dejan desparramado.

-Ni ciegos ni tontos los patrulleros, sino que muy vivos: te contaré
más o menos lo que hicieron una vez que nos tocó venir como hoy, en
compañía de cuatro piraguas más.

Aunque aparentemente, nos mostramos satisfechos con la


aclaración, aún seguía en nuestro interior la duda del porqué, no iban
completamente llenas aquellas latas y además fueran divididas en
cinco atados de ocho.
Durante todo el trayecto nada ocurrió que nos aclarara nuestras
dudas, como se nos había ordenado, al llegar a la desembocadura del
Río Tempoal, atracamos en espera de nuevas instrucciones.

- ¡Haber muchachos!... Nos llamó Don Agustín, aquí es donde


tenemos que hacer las maniobras de protección, para el exceso que
tenemos de aguardiente, primero que nada, necesito que tres de los
que sepan moverse mejor en el agua, se queden en cueros para poder
realizar lo necesario fuera del bote.

De acuerdo a las instrucciones, atamos a las amarras que de


costumbre inmovilizan la carga, seis cables que de momento quedaron
unidos al lado izquierdo de las piraguas; después sacamos, de uno por
uno, tres de los atados de ocho latas, las cuales sumergimos y
colocamos a lo largo del fondo exterior del bote, debidamente atados a
los cables, cuyo extremo suelto sujetamos fuertemente al lado derecho
de la embarcación. Los otros dos atados de ocho latas, los unimos al
lado izquierdo de la piragua, medio sumergidos en las aguas del río: ya
realizada la maniobra, reanudamos la marcha yendo al frente de la
flotilla, la piragua portadora de aguardiente.

Como era el de esperarse, una vez pasada las inmediaciones de El


Higo, se encontraban los militares comisionados para la inspección, tan
pronto nos ordenaron detenernos, soltamos los cables que sujetaban
las 16 latas unidas al lado del bote. Éstas libres de las ataduras se
medio hundieron y flotaron medio cubiertas por las aguas, dejándose
arrastrar por ellas río abajo.

Una vez echa esta operación, nos acercamos a la ribera para


someternos a la inspección, ya cumplido el requisito, se permitió que
nuestra lancha adelantará su marcha. Todos remamos vigorosamente
a favor de la corriente, que si bien la mansedumbre esta, en esa etapa
de la ruta, favorecía el lento desplazamiento de las latas que soltamos
al garete, si nos obligaba a darle duro a los remos para poder restar
distancia, a la ventaja que ya nos llevaban.
Logramos darle alcance, antes de llegar a las adjuntas con el Río
Tamuín (Tampaón), y ahí, a la sombra de una frondosa pepeyoca,
volvimos a reacomodar los cinco atados al lugar que ocupaban desde
el comienzo del viaje.

-Oiga Don Galdino, y ¿no pasaron susto mientras revisaban la


piragua? -Que si no...con decirte que, si tantito más dilataban en
dejarnos seguir la ruta, Yo hubiera mojado mis pantalones del puro
miedo que pase.

Si nos hubieran pescado, segurito nos recogían todo el embarque; y


lo que es peor, nos metían en la “chirona” a todos en tantito descubren
el engaño; y para colmo, bien lejos de nuestra querencia.

Después que llegaron al Puerto de Tampico. Descargaron e hicieron


entrega de las diferentes mercancías a los distintos compradores,
según la especie de lo transportado, cruzaron con las piraguas a la
ribera opuesta, a fin de proceder a asearlos convenientemente, para
poder recibir en ellas, las mercancías que durante ese día y quizá otro
más, acopiaban en el muelle de carga, los encargados de realizar el
reembarque para el retorno ahora río arriba.

Dado que el viaje de regreso se realizaba remontando la corriente,


se comprendía el hecho de no cargar las piraguas a su máxima
capacidad, a fin de facilitar su maniobrabilidad, ofreciendo menor
resistencia a la corriente, llevando menos peso y dando mayor espacio
y libertad de movimiento a sus tripulantes.

Teniendo lista la carga para el regreso, fue estibada en las piraguas,


procurando colocar en las primeras la mercancía pesada, con el fin de
dar a su tripulación, la oportunidad de iniciar su salida con ventaja
respecto a las demás, ya que, debido al peso del embarque, su avance
río arriba sería más lento y fácil de alcanzar por el resto de la flotilla.

Como los envíos casi siempre eran para diferentes destinatarios, se


cargaba por lo regular el mismo tipo y peso de mercancías
debidamente surtidas, de acuerdo con lo estipulado en cada pedido,
siempre sin riesgo de revolver los comestibles, con artículos que
pudieran descomponerlos.

Según el recuento de lo embarcado con destino río arriba, se llevaba


repartido en los botes lo siguiente: setenta quintales de azúcar,
cincuenta de harina de trigo, cien de sal en grano, veinte latas de
alcohol de caña de 20 lts., cien latas con el mismo contenido de
petróleo, seis quintales de azufre, tres de carbonato, dos de piedra de
alumbre, cuatro de canela y seis sacos de cacao. Además, ochenta
cajas de madera conteniendo jabón de lavandería, quince cajas de
clavos de diferentes medidas,12 rollos de alambre de púas y tres
trapiches.

El navegar contracorriente hacía más lento el desplazamiento de las


piraguas que llevaban más peso; por ello, casi al anochecer del primer
día, iban siendo alcanzadas por las que, al llevar menos peso, les
habían concedido ventaja.

Como el viaje, ahora río arriba, requería mayor esfuerzo para su


avance, se hacía necesario el uso de largas pértigas o garrochas para
impulsar las piraguas; más aún, donde la corriente llevaba mayor
fuerza; Para llevar a cabo esta labor, se pagaban peones, que de
trecho en trecho aguardaban apostados, para cumplir con esta misión,
en los sitios donde la corriente llevaba más ímpetu o en los casos en
que el río estuviera crecido. Algunas veces, cuando esto sucedía los
peones en vez de empujar con las garrochas, jalaban con cables las
piraguas, caminando por la ribera
EL CONEJO (cuento 3)

Una bella noche, de esplendoroso plenilunio; en una amplia playa


donde habían atracado las nueve embarcaciones, que esa vez hacían
ruta de Tampico a Tamazunchale, toda la tripulación, con excepción de
quienes se quedaron al cuidado de las piraguas, se habían acomodado
plácidamente en un amplio circulo en derredor de una bien alimentada
fogata, acompañados de algunos rivereños conocidos y amistosos.

En tanto transcurrían las primeras horas de la noche y daban cuenta


de varios conejos cazados por ellos en la orilla y debidamente
sazonados al amor del fuego de la hoguera, surgían espontáneamente,
canciones, chistes, cuentos, anécdotas; y a propósito del banquete de
conejo que se estaban dando uno de los presentes trajo a colación
algo que recordó, que, según él, ocurrió cerca de su ranchería.

-Verán; -comenzó… -Una tarde llegaron de píe, pero llevando de


mecate una vieja mula dos hombres que a leguas se les notaba que
más de cansancio, lo que traían era hambre. Sin embargo, como ellos
no se atrevían a pedir, fue mi madre quien les ofreció de beber y de
comer.

No sin ciertas muestras de desconfianza, pero agradeciendo la


invitación que mi madre les hizo, se acercaban respetuosos a la
sombra del gran orejón bajo cuyas ramas les improvisamos, con dos
horquetas y una tabla, lo más parecido a una mesa.

A pesar del hambre que traían, no empezaron a comer de


inmediato, antes de tomar el primer bocado, el que representaba más
edad, recito ante la comida unas oraciones, pidiendo a Dios la
bendición de los alimentos que iban a comer y a la casa de las buenas
gentes que les daban la oportunidad de saciar su apetito.

Ya una vez iniciada la comida y entablada la conversación entre los


dos y nosotros, como entre lo que comían se les sirvió conejo frito, a
uno de ellos se le escapó el comentario —¡Esto si es conejo! No
cualquier gato o tlacuache más o menos gordo.
-A ver a ver, pregunte alarmado ante tan raro comentario; les
advierto que, si tienen duda de lo que están comiendo, yo mismo maté
y despelleje este conejo. - ¡No, no! Me contestó el mayor de ellos; pero
que les cuente aquí mi compañero, a que se debe nuestro comentario.

-Pues verán, como ya se habrán dado alcances, por la forma en que


nos tratamos y los modos de mi compañero; pues… él es sacerdote, y
si andamos por acá, se debe de plano, a que con eso de la “cristiada”
pos nosotros andamos a salto de mata, ya que, aunque aquí el Sr.
Cura, siempre ha sido pacífico y no le gusta la política, tampoco le faltó
algún enemigo gratuito, que le echo la perrada encima. Pero de lo que
se trata ahorita, es de contarles lo que nos hizo recordar el conejo que
nos estamos comiendo.

Hará más o menos cinco o seis días, veníamos por el encinal


grande cuando nos sorprendió la noche. Como por fortuna estaba
despejada, no nos preocupó demasiado la falta de techo y nos
dispusimos a pasar la noche en descampado.

Mientras el Sr. Cura procuraba encender una fogata, yo me dediqué


a descargar y desensillar la mula y buscarle un lugar donde
apersogarla para que comiera y a la vez, alcanzara a beber agua de un
arroyo que pasaba cerca de donde quisimos descansar.

Como así lo acordamos, fui el primero en irme a dormir, mientras el


padre hacia la primera guardia. A eso de la media noche pasada, me
despertó un sabroso olor a carne dorada al fuego lento y al levantarme
pude ver que el Sr. Cura hacia girar sobre el fuego, un animal de cuatro
patas que, por faltarle la cabeza y las cuatro patitas, me supe que sería
un conejo.

Después de acompañarme a cenar, el padre se fue a buscar donde


dormir mientras yo me disponía a realizar la segunda guardia. Ya casi
para amanecer, habiendo buscado un conejo por todo aquello sin
mayor éxito, cuando me resignaba a regresar con las manos vacías, se
me atravesó en el camino un gordo y hermoso gato; no me quedo otra
alternativa que sacrificarlo, pues ya debidamente desollado, lavado a
conciencia y desprovisto de cabeza y extremidades, bien podría
ocultarse su condición de simple felino casero.

Ese día, después de haber transcurrido el desayuno, durante el cual


no ocurrió nada que indicara sospechas del padre, respecto a la
procedencia o especie de conejo que me correspondió proveer para
llenar nuestro estómago; no podía aplacar mi conciencia y casi no
hablaba, rehuyendo toda ocasión de enfrentarme a la posibilidad de
ser interrogado por el padre.

Hasta que, al medio día, mientras desplumábamos unas palomas


que habíamos logrado atrapar, tomándome por sorpresa el padre me
hizo preguntas imposibles de dejar sin contestar.

-A ver Tenche, ¿qué te está pasando?, toda la mañana haz estado


callado y evitando hablar conmigo; ¿qué te ocurre? Anda, dime que
tienes y deja de andarme mortificando.

-Caray, Padre, de veras que me da vergüenza con uste’… anoche


de buena gana le entré al conejo que cazó y doró y yo no tuve la
decencia de retribuir su buena fe, haciendo por usted algo igual; yo lo
que maté, destacé y ahumé, fue un gato. -No te preocupes hijo, que
anoche lo que comimos... ¡tampoco fue conejo!

Y así, entre cuentos, risas y cancines, mientras unos dormían y


otros velaban, y los vecinos de aquellas playas se retiraban, se fue
angostando la noche y poco a poco, la fogata, falta ya de quien la
mantuviera viva, se fue extinguiendo.
EL PERCANCE (cuento 4)

Cuando solo se adivinaba la proximidad del nuevo día, ya todos


estaban de pie, organizando la reanudación del viaje.

Uno de los remeros, ya para iniciar la salida, echó de menos a Don


Jobo, por lo que de inmediato le comunicó a su patrón de bote.

- ¡Don Galdino, no miró a Don Jobo en su piragua! -al que veo es a


Jobo Ramón, su yerno, tomar el remo de mando en su lugar. ¿Qué
pasaría?

Algo intrigado, Don Galdino se acercó al bote del viejo canoero para
saber que estaba ocurriendo.

- ¿Qué pasa Jobito? ¿Dónde está tu suegro?

-Se me puso malito, Don Galdino; desde anoche le entró mucha


calentura con harta dolencia de huesos; como el bote de Don Pascasio
es el que viene menos cargado, ahí le acomodamos unas cobijas, lo
brote de aguardiente calientito, le unte hora sí que untura de carreta en
las coyunturas pa’ quitarle tantito la dolencia y también le dimos
Quinina.

- ¡Ave María! Nomás mira dónde; todavía estamos re ’lejos del


pueblo, ojalá y aguante, si no, ya la amolamos.

- ¡A ver tú!, ¡Pascasio! - ¿Qué quieres que yo haga? -Que cambies


de piragua con Jobo, ya que la que tu conduces lleva menos peso y
como también ya acomodaron en ella a Jobo viejo, pienso que sería
bueno que se la llevara su yerno por delante de nosotros, quien quita y
alcance a llegar a tiempo al pueblo pa’ que lo curen.

-Para que pueda ir más rápido, pónganle dos remeros más de los
botes menos cargados.

-Tienes razón, ¡A ver Simitrio y Lauro! ¡Vayan con Jobo para que
ayuden con sus remos! ¡Pero úrjanle, que no hay tiempo pa’ pachorras!

Una vez realizada la maniobra que concluyó con la partida del bote
donde iba el enfermo, los demás canoeros se dedicaron a reacomodar
en las restantes embarcaciones, el lastre que quitaron a la que tomó la
delantera; procediendo a reanudar la marcha una vez concluido el
reacomodo.

Todo parecía indicar, que, ya terminados los contratiempos, el resto del


trayecto sería cuestión de chiflar y cantar; y mientras más confiados
bogaban, tras una vuelta del rio, arrimada a la playa, alcanzaron la
piragua de los Jobos.

Un raro presentimiento, hizo exclamar casi como juramento a Don


Galdino: -¡Ya estuvo la carajada!

Luego, casi sin darle importancia, espetó lo que más que pregunta,
parecía una afirmación: - ¿Qué? ¿Se murió Jobo? ¿Verdad? concluyó
con la partida del bote donde iba el enfermo, los demás canoeros se
dedicaron a reacomodar en las restantes embarcaciones, el lastre que
quitaron a la que tomó la delantera; procediendo a reanudar la marcha
una vez concluido el reacomodo.
EL VELORIO (cuento 5)

Eran sólo unas pocas casas; nadie podía imaginar siquiera una
veintena de moradores, incluyendo los niños, sin embargo, ahí se
estaba mostrando la solidaridad de la gente sencilla, que no necesita
conocerse para mostrar su pesar ante el dolor de los demás.

Ahí, en aquella pequeña cabaña, de aquella ranchería, se llevaría a


cabo, el velorio de un desconocido en vida para ellos, pero para ellos
mismos, hermano en la muerte como destino común e inevitable.

Como presentida, la muerte atrajo, no se sabe de dónde, a cuantos


quisieron asistir al velorio de aquel hombre, que había que acompañar
y por el cual elevar alguna oración, por la salvación de su alma.

Fue una noche muy larga, que, a fuerza de rezos, café, algunos
tragos de aguardiente y una que otra cabeceada, fue transcurriendo
lentamente.

Con el carpintero que se ofreció hacer la caja del muerto, llegó un


perro que sin dilación se dirigí hacia el rincón de la cabaña, en donde
se hallaba echada una gallina, que por haber sacado ese mismo día su
pollada, a nadie se le ocurrió moverla de su sitio; y había que ver la
que se armó entre píos, cacareos, ladridos y vuelos, los niños de los
asistentes se despertaron (algunos llorando), dos de las velas del
difunto se apagaron y una de ellas, al caer, andaba provocando que se
quemara el petate que servía de puerta a la cocina.

Lentamente, entre ardor de ojos, revuelo de gallinas y canto a la


vida, de aves que saludan al nuevo día, terminó la larga noche del
velorio; ahora sólo nos restaba conducir el cuerpo de nuestro amigo,
hasta su última morada. Cuya sepultura ya había sido abierta por los
buenos vecinos de la ranchería en que nos permitieron velarlo.
EL INCENDIO (cuento 6)

Ya tenían dispuesta la reanudación del truncado viaje desde el


entierro del querido amigo Jobo; cuando vieron llegar de río arriba, una
panga conducida por un solo hombre, que desde antes de llegar a
ellos, les gritaban que no continuaran el viaje, que Tamazunchale,
ardía por sus cuatro costados, incendiado por las fuerzas Carrancistas,
que al mando del Gral. José Hernández Camargo y de los coroneles
Marciano Salazar, José Hernández Meraz y Bruno Guzmán; atacaron
por la madrugada con más de 600 hombres, con los cuales abatieron a
poco más de 300 defensores de la plaza(1), quedando a media tarde, la
población a merced de los atacantes, que después de saquearla con
lujo de pillaje, prendieron fuego a más de media población y al Palacio
Municipal.

La verdad que se imponía, era no seguir con las barcazas hasta su


destino final, ya que las mercancías con que iban cargadas, serían un
botín más para las fuerzas de ocupación; agregando a ello, que se
ignoraba la suerte por la que atravesarían los dueños o quienes
tendrían que recibirlas pues las malas nuevas, daban cuenta de
muchos muertos y heridos y no se podía saber si entre los que
lograron escapar, irían los propietarios del embarque.

En tanto esperaban tener noticias menos desafortunadas, hicieron


retroceder la flotilla, hasta el entronque del Río Claro por el que se une
al Moctezuma, la población de Axtla.

Por este río, que lleva el nombre de la población por la que al


pasar lo adquiere “Río Axtla”, hace llegar de dicha población al Río
Moctezuma, también con destino al puerto de Tampico, para su
comercialización, piloncillo, miel y cera de abeja, manteca de cerdo,
cebo de res y café morteado procedentes de la Sierra de Xilitla.

En las claras aguas de este río, se hacía fácil la pesca, por el


procedimiento de explosivos; ya que sus limpias aguas, permitían la
completa recuperación de los peces que mataba el explosivo; esta
costumbre, atrajo la atención de propios y extraños, al grado que se
llegaban a organizar animadas excursiones, no solo para el paseo en
sí, sino para tomar parte en aquella excitante manera de pescar.

Como en todos los pueblos existe un bromista, Axtla no ha sido la


excepción, muchos muertos y heridos y no se podía saber si entre los
que lograron escapar, irían los propietarios del embarque.

En tanto esperaban tener noticias menos desafortunadas, hicieron


retroceder la flotilla, hasta el entronque del Río Claro por el que se une
al Moctezuma, la población de Axtla.

Ocurrió que, atraídos por aquella manera de pescar, llegó un grupo


de personas que deseaban llevar a cabo la excursión; entre ellos, un
coronel del ejército, un político y un sacerdote.

Visto el grupo de personas que deseaban hacer el recorrido y vivir


las emociones de la pesca, el bromista del pueblo, planeando llevar a
cabo sus travesuras sin ser pescador, se ofreció solícito a ser guía y en
ejecutar él la pesca.

Desde que subió a la piragua, ya iba en ropas menores, con el


pretexto de que a él correspondía hacer los zambullidos para sacar la
pesca e iba preparado con pequeños atados del explosivo
indispensable para realizar la pesca.

Provocó cuatro detonaciones de cuyas zambullidas extrajo buenas


porciones de peces muertos; por último, para realizar su “bromita”
prendió una corta mecha a un pequeño atado que solo él sabía que no
tenía dinamita; hizo como que se le soltaba de las manos y caía sobre
el piso de la canoa, lanzando una gruesa expresión de fingido estupor,
se arrojó al agua.

Por demás está decir que de inmediato todos los ocupantes del
bote se arrojaron también al agua, incluido el sacerdote con sotana y
todo.
EL PRESO (cuento 7)

Mientras esperaban noticias mejores, que les permitieran seguir


remontando el río, hacia su destino, llegaron en un esquife pesquero
dos guardias rurales, conduciendo a un indígena atado con una tosca
cuerda de ixtle desde el cuello, pasando por la espalda, para después
de rodear la cintura, atarle las manos hacia atrás, saliendo de ahí un
cabo de cuerda, con el cual lo traían sujeto; con la comisión de
embarcarlo en una de nuestras barcazas; además de las rozaduras
marcadas por la áspera cuerda, traía señales de haber sido torturado o
quizá golpeado durante su captura.

Durante la guardia nocturna, quien vigilaba al reo se acercó a


conquistar su confianza y así supo la causa de su perdida libertad.

-Pos con hora, iban a ser quince días, lo juí a jallar a mi mujer
chillando de puritita muina por lo que el hijo del haciendado la jalló por
la vereda que sube del aguaje y como iba solita, la jalo pal monte, a
juerzas la beso y le aprieto los pechos pero como pudo se zafó; y no
quedó ahí la cosa, al poco tiempo, antes de antier pa’ más seguro, lo
jui a jallar en mi jacal, mero encima de mi vieja que chillaba de miedo y
de muina, queriendo hacerle que por la juerzas, ahí mesmo juera
también su mujer.

Casi ciego de coraje agarre un leño de la hornilla y con él le


acomode de garrotazos hasta que me quitaron el leño y a él se lo
llevaron todo golpeado y aturdido.

En cuantito me avisaron que el haciendado me andaba buscando,


mande llamar a mis suegros pa’ que recogieran a mi mujer, y yo me
eche andar pa’ que no me agarraran, pero poco me duró el gusto.
Según sabían pa’ donde iba yo a jalar porque luego me toparon. Y a
según dice la “conducta”, que más vale que me hayan apresado
porque los peones de la hacienda me siguen procurando, pa’ llevarme
con el haciendado, y que ahí sí que no me arriendan las ganancias
LA VITROLA (cuento 8)

- ¡Oiga Don Galdino!, ¿y nunca durante el trayecto de estos viajes


han sido asaltados o víctimas de atracos?

-Pues veras, asaltados no, pero ocurrió que en uno de los viajes
sucedió que a eso de las once de aquel día, zarparon hacia su
destino; llevando un embarque muy variado de mercancías; azúcar,
harina, alcohol de caña, petróleo diáfano en latas de 20 litros, sal en
grano, molinos o trapiches para molienda de caña, sacos para los
embarcadores de café y como colofón, un pasajero con su criado, los
cuales tenían el encargo de vender a quien se interesara, unos
artefactos que tenían la propiedad de producir música y cantos
extraídos de una especie de hoja de lámina, plana y negra; con solo
darle vuelta a una manija como de molino, a aquella caja que a ellos
les dijeron que se llamaba “vitrola”, de la cual sobresalía una como
trompeta, que en la parte ancha, que era donde terminaba, estaba más
grande que la dichosa vitrola.

Durante aquel viaje, todo parecía perfecto y tranquilo, sin ningún


incidente perturbador que pudiera obstaculizar la buena y tranquila
navegación de aquella flotilla de barcazas mercantes, que realizaban
su lento, pero al parecer seguro avance río arriba, rumbo a su fácil
destino.

Al atardecer del segundo día de viaje después de comprobar las


amarras de cada una de las barcazas y de procurarse una buena
fogata; dispusieron la instalación, a la ribera del río, bajo la amplia
cubierta que proporcionaba la tupida arboleda circundante, el sitio
elegido para pernoctar.

A la luz de algunas linternas de petróleo y el amor del fuego de la


hoguera, mientras daban buena cuenta de un asado de res,
acompañado de aromáticos jarros de café; escuchaban el regalo que,
convertido en acordes musicales, salían de aquella mágica caja, cuyos
dueños habían sacado y puesto a funcionar con aparentes deseos de
agradar a todos con su acción.

La fatiga, ocasionada por el duro trabajo del día, aunados al peso de


la cena, y el grato sonido de la música, fueron la acción adormecedora
que dio fin a la vigilia obligada de aquel abigarrado número de
remeros, dejándolos dormidos como troncos.

¡De pronto! Todos despertaron a las voces de alarma, vociferadas


por uno de los remeros que al despertar echo a faltar la canoa en la
que llevaban, además de ropa hecha y telas para las tiendas de
Tamazunchale, el dinero correspondiente al pago del café y el piloncillo
que entregaron en el puerto y que sumaban algunos miles de pesos.
Como tampoco amanecieron los viajeros que traían de venta la “vitrola”
comprendieron que solamente ellos, pudieron ser quienes se robaron
la canoa madrina.

Para buena suerte, luego les ofrecieron la ayuda de gente decidida y


les presentaron 4 esquifes pesqueros para darse a la persecución de
quienes robaron la piragua.

Cuando le dieron alcance, solamente un remero iba visible en cada


esquife, pues mientras rebasaban la canoa robada, el resto de los
voluntarios iba escondido en el lado opuesto con respecto a la barcaza
perseguida.

Casi al mediar el día, ocultos tras la enramada de unos tupidos


juncos, pudieron detener su fuga y gracias a la superioridad numérica
de los perseguidores se sometió a los ladrones para posteriormente
enviarlos presos al puerto de Tampico.
EL ASILO (cuento 9)

Cuando confiado, trasponía el umbral de aquel recinto, me sentí de


pronto impelido, arrojado casi de bruces hacia la obscura boca de un
pasillo sin fin; aun tratando de asirme de algún saliente, que me
pudieran ofrecer aquellas lisas paredes, sentí de pronto, más que oí,
aquel coro burlón de risas y recias carcajadas, que casi frenaron mi
caída.

A punto de replicar con un denuesto, aquella mofa que me zahería,


me sentí de pronto auxiliado por las manos, por la voz que firme, mas
no imperiosa, reconvino a quienes me hacían víctima de aquella
múltiple y poco agradable broma.

La verdad es, que ya me sentía arrepentido de haber seguido mi


impulso, de conocer la vida interior de aquel lugar. ¿Cómo llevar a
cabo mis propósitos, si con quienes me proponía contemporizar, me
anteponían obstáculos?

-Somos amigos. Me dijo una voz. -Perdona nuestra brusquedad,


solo pretendíamos embromarte para hacer de nuestro primer contacto,
un alegre acontecimiento; te rogamos no tomes a mal nuestra inicial
falta de tacto, creo que hemos perdido la costumbre de tratar a quienes
no son como nosotros, aquí es muy raro recibir otra visita que no sea
un familiar (quien por lo regular lo hace por cumplir una obligación) a
dejarnos un poco de su tiempo y a cambio del afecto que de ellos
esperamos, algunas monedas que aquí, muy pocas veces utilizamos.

- ¿Lo tienen todo? -Tenemos algunas carencias, pero en lo esencial,


la vamos pando. -Dígame, afuera, ¿nadie de ustedes tiene a alguien
que se preocupe de su suerte y desee rescatarlos de esta institución?

-En todo caso, esta es nuestra casa y todos los que en ella
convivimos, somos una familia, que bien o mal allegada, nos vamos
tolerando.

- ¿Cuál es la membresía?
Y así lenta pero positivamente, la tensión inicial se fue diluyendo;
todos querían mostrarse amistosos, las damas, me hacían sentir
admirado por ellas, ellos, comportándose ya sosegados y respetuosos,
me ayudaron a recuperar la confianza que a mi llegada me habían
toscamente escamoteado.

Al sentirme con ánimo de cumplir mi propósito inicial, tomé asiento


al lado de quien me pareció el menos viejo de los ahí asilados, con la
intención de entablar conversación con quien, hasta ese momento, no
había tomado parte activa en la vivaz bienvenida de que fui objeto;
observé que dormitaba, lo cual contuvo mi acción de abordarlo.

Como me precio una actitud inútil, permanecer activo durante el


lapso en que transcurría la siesta general de mis nuevos conocidos,
opte por realizar una inspección ocular, del lugar que necesariamente
tenía que investigar.

No bien me hube alejado unos pasos de la solera de aquella


construcción, me vi rodeado de una vegetación laboriosamente
cuidada por la mano del hombre, de entre lo que podíamos llamar un
jardín emergían hortalizas de diferentes especies, que denotaban un
cuidadoso cultivo, algo atrajo mi atención, una rata escarbaba afanosa
entre las coles, cuando intentaba expulsarla arrojándole un pedrusco,
la voz calmada pero firme de una mujer, detuvo mi intención,
prohibiéndome hacerlo.

- ¡No lo haga! ... ¡Déjela vivir! Solo medra por su existencia y lo poco
que pueda comer, no matará de hambre a nadie.

Mientras escuchaba curioso la reconvención de mi interlocutora, no


pude menos que admirar, el más raro disfraz de jardinero que hubiera
visto jamás; azada y rastrillos en ristre, ante mí se erguía el más
sofisticado espantapájaros que se pueda concebir.

A punto de reír, solo pude murmurar un apagado…”hola”. Y agitar la

mano a guisa de saludo, ambas actitudes ignoradas olímpicamente, en


tanto la supuesta hortelana me llenaba de epítetos agudos, e

iracundas acusaciones, de entremetido y cochino espía del servicio

de intendencia del ayuntamiento local.

Tan radical cambio de trato, de quien en un principio me hablara

sosegada y amablemente, casi me dejó sin aliento para dar respuesta

a sus ataques infundados, sin embargo logré articular entre divertido y

colérico, las aclaraciones pertinentes, que convencieron a mi

acusadora de la confusión que sufría, creyéndome espía del

departamento de intendencia.
JOSEFINITA (cuento 10)

Ya menos calado el ambiente, pero también roto el hielo, en nuestra


naciente relación, me presente ante ella como lo que soy y logré que
se confiara a mí.

Ana Josefa me dijo llamarse, pero que todos sus nuevos amigos la
llamaban (unos cariñosamente y los mas en son de mofa) Josefinita.

-Y a mí, la verdad sea expuesta, lo mismo me da llamarme como me


llaman, valgan todas las redundancias o llamarme como realmente me
llamo.

-Pero vayamos al meollo del asunto, tú y perdona que te apee el


tratamiento, que para eso soy, digamos mayorcita que tu; ¿llegaste a
este asilo con la intención de hacerte con una historia?, en cuanto a
mí, mal puedo escabullirme, si ya me encuentro plenamente a tu
merced, más aún, siento propensión a las confidencias, ya que mi
estancia aquí, espontáneamente buscada, como castigo a mi
intransigente actitud con mi desaparecida madre, me obliga a expiar de
esta forma mi gran pecado.

-¿Hace que?... No recuerdo cuanto; en esa casa solariega, que


albergaba, el negocio y la familia que mi padre había logrado atesorar
con todo tesón y cariño; se desenvolvía la que debía ser, feliz
existencia de una niña a la que le abundaba, amor excesivo y
comodidades sin fin. Cómo podía faltarle nada, cuando su madre se
desvivía y dividía entre su acentuado amor por ella, y la esmerada
atención al negocio que su desdichado esposo depositará en sus
manos, a raíz de la primera de las tres embolias, que lo convirtieran a
la sazón, en una maltrecha piltrafa humana; implacablemente flagelado
por la parálisis, que, aunque parcial, había transformado su organismo
y sus facciones, en una cruel parodia, de lo que testiguaban sus
conocidos otrora había sido.

Agobiada por tantos deberes, aunados al de entregar sus amorosos


cuidados, al compañero muy querido de la mitad de su vida; poco a
poco, fue menguando a la par que su salud y fortaleza, la atención que
su hijita requería; de cuando en cuando, respondiendo a su amor
maternal, dividía su escaso tiempo, en buscar para ella el calor filial y
tratar de lograr que la niña a su vez, también se acercará al lecho de
miseria en el que desfallecía su infortunado progenitor.

Pero que espanto, que horrible aberración y negativa impresión


causaba a la niña, contemplar aquel despojo humano, al que le decían
que debía amar, cuando a ella solo le causaba tal temor, que siempre
que tenía que verlo, le producía arrebatos de histeria y sentimientos de
odio y rencor por quien la obligaba a penetrar en aquella habitación,
que tanto motivo de pánico contenía; -¿cómo no sentir ira, contra quien
la instaba a ser piadosa con quien solo le inspiraba repulsión y miedo?.

No eran de ninguna manera, ignorados por su enfermo padre,


aquellos arrebatos infantiles, que cada vez que ocurrían, eran
presenciados con agónica angustia y creciente desazón, desde su
lecho de infortunio.

-¡Oh Dios!, clamaba interiormente, al ver el atroz sufrimiento que su


amada esposa soportaba; -Tú Señor que viste a Jesús tu hijo, llevar
una cruz por el calvario, ¿Por qué inclemente dejas que ella sin contar
con Cirineo, lleve a cuestas dos?. Descarga Señor sus hombros,
llevándome a tu presencia, dale ya la ventura de mi ausencia.

Después de algunos años del fallecimiento de su padre, aquella niña


que mimada creció, por la fortuna y el desmedido amor de su
progenitora; se había convertido en una agraciada, pero engreída
jovencita, que sin control alguno hacía y deshacía, a su libre albedrío,
de su vida y de la tranquilidad de quienes la rodeaban y cuidaban, un
desastre ya imposible de controlar. Todos sus caprichos tenían que
verse cumplimentados, a despecho de provocar en ella, verdaderos
estallidos de cólera, que casi siempre concluían en imprevistas
consecuencias. En ocasiones, para desesperación y congoja de su
atribulada madre, desaparecía por días, incluso hasta semanas.
Puesto que todo lo tenía para cumplir sus caprichos, solía realizar
viajes, siempre a diferentes lugares del país, todos ellos a sitios que le
pudieran ofrecer distracción y según su forma de apreciar su regalada
existencia, un descanso lejos de quien le pudiera impedir libertades
excesivas, que, a su modo de ver, solo eran traviesas formas de hacer
sufrir a quienes tenía a su entorno.

Llegada su mayoría de edad, al serle notificada su posesión de la


totalidad de la fortuna que su padre le heredara y su madre
acrecentará; comenzó a maquinar la forma en que podría
desvincularse, de quien lo hizo todo por su bienestar, en lo que duró su
desarrollo, su crianza y educación; todo lo cual, para ella constituía un
estorbo para la realización de sus planes; ella quería libertad para
gozar de todo lo hasta entonces prohibido y fuera de su alcance:
Ahora, para su asombro y felicidad, todo le sería dado conseguir, si
lograba salvar el obstáculo que su propia madre suponía.

¿Cómo hacerlo? ¿Cómo convencerla de que ella no necesitaba ya


de su protección y vigilancia?, sobre todo vigilancia, le estorbaba la
vigilancia que siempre interpusiera obstáculos a su anhelo de libre
determinación.

Tenía que haber una solución, tenía que surgir la fórmula que le
ayudara a sacudirse la potestad que suponía la presencia a su lado de
su madre, de cuya tutela ya estaba cansada y de ninguna manera
deseaba seguir consintiendo por más tiempo; era necesario trasponer
ese obstáculo que interponía diques a sus pretensiones de
independencia total y para lograrlo solo veía como única solución,
internar a aquella madre, que todo lo sacrificó por ella y siempre le
diera solo amor y desvelos, en los oscuros rincones de este asilo de
ancianos, que acoge por igual, a menesterosos y a repudiados por su
propia familia.

-Ya veo entonces el porqué de su asilamiento aquí, su mala hija la


confinó para retirarla de su lado, deshaciéndose así de usted.
-¡No, No!, mis hijos ignoran mi paradero; ambos han quedado y
crecido con sus padres, lejos de mi nefasta tutela: ¿Quien fue mala
hija, que pueda ser buena madre?. Mis hijos vinieron como producto
de mi inestable conducta; si bien es cierto que fui dos veces casada,
en ambos casos he sido legalmente divorciada y para mi mal, a causa
de mi incontrolable carácter y enfermiza obsesión de actuar
independiente y desenfrenadamente; sin los derechos que
maternalmente podría esgrimir mi potestad sobre ellos, que en mal
momento tuvieran madre tan desaprensiva.

-¿Acaso no recuerdas, que al iniciar mi relato, te hice saber que mi


estancia aquí es voluntaria?: Perdidos mis hijos, sin alicientes ya para
seguir arruinando mi existencia y… corroída por los remordimientos
por mi ingrato proceder con mi madre; opté por entregar lo poco que
aún me quedaba de mi dilapidada herencia, a la administración de un
albacea, que entregará a quienes yo no supe retener a mi lado, y más
lo merecen, cuanto pueda existir cuando alcancen su mayoría de edad
y obtengan derechos legales para recibir mi legado.

- ¿El no dejar nada para usted? ¿No constituye un error?

-Para cubrir la satisfacción de mis necesidades he creído suficiente


la pequeña pensión que suponen los intereses de un oportuno
depósito bancario, que, al ocurrir mi deceso, también pará a ser
propiedad de mis hijos.

-De hecho, no la pasa mal aquí, ¿o sí?

-Podría pasarla bien, sin añoranzas de mejores tiempos vividos, de


los cuales me arranqué para mejor pagar mi mal proceder, con mi
buena madre y todos los que tuvieron la mala fortuna de cruzar por mi
camino y que solo fueron utilizados para satisfacer mis caprichos.

-En consecuencia, ¿no es aquí feliz?

-Mal puedo serlo, cuando como a ti te consta, vivo en este lugar,


asilada en mí misma, sin permitir siquiera un asomo de libertad, a mis
deseos de entablar amistad con el resto de los asilados, que en buena
medida, ha aceptado mi manera solitaria de vivir mi vida.

Para concluir, solo me resta pedirte un último favor; si publicas


nuestra entrevista, olvida mencionar mi nombre, acaso alguien fuera,
intente hacerme retornar a la vida de sociedad que antes llevaba y yo,
temo caer en la tentación de ignorar mis propósitos de penitencia por
mis pasados errores.
EXPLORACION (cuento 11)

Una tarde, agobiado por el calor del ya agónico verano, me acerque


a la protección de la sombra, que fresca me brindaba, el frondoso
ramaje, del grueso laurel que el tiempo había visto crecer, en el centro
del enorme patio de aquel asilo no era yo el único en elegir su abrigo
contra el sol, que inclemente dejaba derretir su fuego contra seres y
cosas; ahí además de mí, semirecostado entre sus raíces, reposaba su
humanidad el conserje encargado de la limpieza de aquel vasto jardín,
en compañía de un perrazo cuya velocidad ya habíase quedado atrás,
con el devenir de los años y la costumbre de convivir pacíficamente,
con quienes compartía su existencia en el asilo .

La tranquilidad del momento, solo interrumpida por el alegre trinar


de un sin número de avecillas que revoloteaban en la fronda del añoso
laurel, casi invitaba al sueño y a punto estuve, recostado en el grueso
tronco, de aceptar la insinuación que la modorra del momento me
hacía, de cerrar ojos oídos a todo cuanto me rodeaba; empero hubo
algo que me distrajo del letargo que amenazaba con adormecerme, el
perro del conserje, alertado por el movimiento de un pequeño
camaleón, se incorporó de un salto y corrió entre la maleza que crecía
entre los andadores del jardín, con la intención de juguetear con él o
quizá de atraparlo. Todo ese movimiento atrajo mi atención, siguiendo
con la mirada el alegre retozar del perro tras su pequeña víctima, algo
hizo que mi vista se fijara en un punto concreto del bien cuidado jardín.

Ahí, incrédulo, estaba viendo algo, a todas luces completamente


fuera de lugar, pues lo que atrajo sorpresivamente mi asombrada
curiosidad fue…una tumba.
“LA TUMBA” (cuento 12)

Era para mí, imposible sustraerme del asombro que me causaba,


haber descubierto en medio de aquel jardín, un pequeño mausoleo,
que daba cobijo a una bien ornamentada tumba.

Divertido de mi expectante actitud, se acercó el conserje al sitio en


que me encontraba, casi paralizado por el estupor que me producía el
hallazgo; casi con sorna, me expresó.

-Se que está usted verdaderamente confundido por lo que mira


ensimismado, como es comprensible su abstracción, creo mi deber
ayudarle a salir de cualquier duda que le ocasione la presencia de esta
tumba, en un sitio por demás inverosímil y alejado del lugar que en
cualquier panteón debiera ocupar Pero, acerquémonos para que usted
mismo, se vaya haciendo cargo de la situación y de acuerdo con lo que
vaya descubriendo, le sea allanado el camino, para sacudirse todas
sus dudas.

No me hice repetir la invitación, de hecho, yo hubiera tomado la


iniciativa de acercarme aquel increíble sepulcro, que ostentaba su
presencia en aquel extraño lugar para haber sido sepultada persona
alguna.

Ya en el pórtico del sepulcro, pude leer en una bien pulida placa de


bronce, la leyenda que en realzada escritura contenía a guisa de
epitafio.

Aquí, ya traspuesto el velo que contiene la existencia,

yacentes reposan los restos de quien en vida fuera…

“El vagabundo millonario”


Afuera…Libre ya del cuerpo
que lo contenía; su espíritu
seguirá vagando, realizando
así su anhelo inconcluso,
de eterna libertad.
Descansen pues sus
restos en paz.
Que su alma liberada:
por siempre vagará.

Aún más perplejo y pasmado por lo que a mí me seguía pareciendo


inaudito, con las miradas más que con la voz, pregunté al conserje,
que hasta allí me había seguido.

- ¿Quien fue en vida el ocupante de esta fosa? ¿Por qué fue


sepultado aquí?

Por toda respuesta a mi interrogatorio, procedió a accionar el


combinado candado, que prohibía el acceso a toda persona extraña a
aquel recinto, únicamente destinado al eterno descanso, de los restos
mortales que contenía.

Ya en su interior, ayudado por la iluminación que penetraba a través


de artísticos vitrales, pude admirar, la ordenada ornamentación que
rodeaba la marmórea lápida, que guardaba el eterno descanso de
aquel que hasta ese momento, era para mí un enigma.

Paseando la mirada detenidamente, por cada objeto destinado a


adornar aquella tumba; sobre una cornisa arabescamente construida,
descubrí una urna de cristal tallado y de esquinas laminadas, cuyas
tapas abiertas mostraban su interior, descansando sobre un dorado
terciopelo, las negras tapas de un libro.

Por toda respuesta a mi interrogante mirada, con un ademán, mi


acompañante me hizo entender la tácita invitación, a tomar aquel libro;
Conteniendo mi curiosidad a duras penas, levanté la portada de
aquel volumen que guardaba en su interior, las maltratadas hojas que
mostraban, en firmes y manuscritos caracteres, las incidencias de un
“DIARIO”

Ante la negativa del sueño, a acudir a mi auxilio, para


proporcionarme descanso a las tensiones que esa tarde me
produjeran los acontecimientos; provisto de una bien surtida charola de
panecillos y una media jarra de aromático café, recostado en el
catrecillo de mi camper, me dispuse a iniciar la lectura del “diario” cuya
obtención momentánea urgía mi ansiedad de interiorizarme, entre las
líneas que surcaban sus páginas.

Abierto ya ante mi vista, comenzó a entregarme las confidencias en


él plasmadas.
EL DIARIO (cuento 13)

Todo cuanto pueda escribir en este diario, dio comienzo ya en las


postrimerías de mi juventud, cuando se empieza a añorar las
oportunidades desdeñadas y a sufrir las consecuencias, que
ocasionan la irreflexión con que se actúa durante el tiempo que dura
la mal llamada “adolescencia”, que bien podría decírsele,
“desperdicio”.

Esa mañana de julio, aún no despuntaba el alba, llegaba


procedente de la provincia, a “la gran ciudad” …

Cansado por el desvelo que supuso el largo viaje en la porta lonas


de un camión carguero, temblando de frio, entré a un pequeño “café”
de chinos, con la intensión de aplacar las protestas de mi vacío
estómago y confortar mi cuerpo con el calorcillo que reinaba en el
interior del establecimiento.

Un poco cohibido, pude observar que, a pesar de la temprana hora,


el lleno de aquel local era total; ante la inutilidad de encontrar un sitio
para sentarme, daba la media vuelta para regresar a la calle, cuando
fui llamado por la invitación que desde un reservado me hizo la voz de
una mujer.

-Regresa, que aquí hay sitio para ti; rodeando las atestadas mesas
centrales, me acerqué a aquel reservado, desde el cual me ofrecían
las oportunidades de tomar asiento; ya cerca me di cuenta, que
además de quien me llamó a la mesa, había un hombre que inclinado
sobre ella, utilizando sus brazos cruzados a manera de almohada,
dormitaba quizá, su propio cansancio: al levantar interrogante la vista
hacia la mujer que me invitaba a compartir con ellos el reservado,
sonriente tornó a invitar,

- ¡Vamos no temas sentarte! Mi esposo duerme tan plácidamente


que nada podrá alterar su sueño, toma asiento a nuestro lado con
plena confianza, que hasta hoy no nos hemos comido a nadie.
Quisiera o no, de verdad cohibido por mi condición de provinciano y
la impresión que me causaba aquella pareja, tímidamente tomé
asiento, poniendo sobre mis rodillas el pequeño paquete que contenía
mis pocas pertenencias.

Entre migajas manchas dejadas en la mesa por anteriores


servicios, se localizaba el mal escrito menú del día, con tembloroso
dedo recorrí de arriba abajo, antes que la lista de las viandas que el
menú ofrecía, la relación de los precios de las mismas: ya que, más
que llenar el estómago, me interesaba más, no vaciar rápidamente mi
bolsillo, ya que mi entrada a la gran ciudad, la hacía con solo ochenta
y pico de pesos y unos cuantos centavos, que debía alargar mientras
lograba colocarme en algún trabajo.

Despierta su curiosidad por el bulto que descansaba en mis


rodillas, la mujer inquirió.

- ¿Qué llevas ahí?

-Solo tres juegos de ropa, y un sobre con la dirección, de la


persona que debo buscar, para que me ayude a colocarme.

Puesto que aún no decidía lo que iba a pedir, casi me sobresalto la


voz de la mesera, que preguntó que deseaba tomar.

-No, no se todavía, algo que no sea caro, no traigo mucho dinero:


¿Qué me aconseja usted?, tengo hambre, pero todo lo que aquí me
ofrecen me parece onerosos para el poco efectivo con que cuento: La
especulativa mirada con que fui examinado, tanto por la empleada
como por la mujer que me permitía sentarme en su mesa, me cohibió
tanto en ese momento que me hizo sentir muy pequeño, ante los ojos
de todo el mundo.

Sin embargo, acepté la estimada sugerencia de...-Si le sirvo


solamente el caldo del menú, con noventa centavos le alcanzara
también para su bolillo y una media taza de café. Ante la situación
actual de mi bolsillo, mal podía andarme con remilgos, así que de
buen grado convino en avenirme a lo que me ofrecía.
Ya reconfortado a medias mi estómago, agradecido con la
empleada del café por su desinteresada sugerencia, quise ser
“esplendido” con ella, dejándole la jugosa propina, de los diez
centavos que sobraban del peso, con que pagué, lo que me había
servido.

-Te lo acepto, me dijo sonriente, porque no te sientas desairado,


pero pienso que pasas por un momento difícil económicamente; mira,
agregó, no te ofendas por lo que voy a confiarte, aquí al chino, le hace
falta un ayudante en la cocina; la paga es poca, solo treinta y cinco
centavos al día, más la comida y un catre donde pasar la noche,
mientras te ambientas y consigues un trabajo mejor, ¿quieres que
hable con él?

Dicho y hecho, aunque el salario no satisfacía mis necesidades, ni


mucho menos mis aspiraciones, hube de convenir que de momento
no me venía del todo mal, mientras buscaba nuevos horizontes; la
oportunidad de no gastar cuando menos en comida y alojamiento el
poco dinero que disponía.

Transcurridos treinta y siete días, después de mi llegada a la


ciudad, mi trabajo en el café había experimentado un cambio;
Samuel, el chino propietario, me había sacado de la cocina para
darme un puesto de confianza.

Como encargado de realizar las compras de las diferentes vituallas


que requería el negocio, tenía suficiente libertad de movimientos fuera
de esta, para ambientarme y tratar de conseguir un mejor empleo
para mis inquietudes.

Que difícil tarea; que no hay vacantes, que no tienes referencias,


que qué experiencia tienes, que, que, que. Por todos los santos, que
así no hay quien pierda el ánimo, sin embargo, como debía tocar
todas las puertas, de todo probé hacer; vendí libros, destapé
cañerías, lave coches, sacudí alfombras y repartí volantes de un
charlatán que anunciaba adivinar la suerte y curarlo todo.
VENDEDOR DE ESPERANZAS (cuento 14)

De entre tantos quehaceres probados para salir del paso, había


uno que hacía siempre con agrado, puesto que me brindaba la
oportunidad de deambular por diferentes rumbos de la ciudad e ir
conociendo diferentes sitios, personas y locales de diversión.

En la esquina de la calle en que se ubicaba el café, había el


establecimiento de un español, que, de portería del edificio, se
habilitaba bien en cigarrería, en la que, a más de vender cigarrillos,
puros, puros, tabaco, boquillas y dulces, también hacía las veces de
expendio de billetes de lotería; como la venta de estos no era suficiente
desde el mismo establecimiento tenía necesidad de utilizar la ayuda de
vendedores ambulantes, a quienes daba comisión sobre la venta. Con
las referencias de Samuel y Laurita, la comedida mesera del café,
conseguí ser uno de sus pregoneros.

Fue increíble la forma en que me serví de este medio, para


conseguir relacionarme con personalidades de diferentes niveles, ya
en el comercio, ya en la política, en la Banca y en los diferentes medios
deportivos y periodísticos de este ambiente.

A más ventas, mayores comisiones y si a esto debo agregar las


propinas que a veces jugosas, recibía de quienes lograban algún
premio, las cosas pintaban bien económicamente: a tal grado, que ya
me fue posible dejar de vivir en el cuarto de trabajos del café y poder
pagar la renta de un departamento de vecindad, modestamente
amueblado.

De vez en cuando, se veían menguadas mis comisiones, debido a


que, en ocasiones tenía que hacer efectivo, el valor de los billetes que
no entregaba, antes del sorteo correspondiente a la emisión sobrante.
Está, aunque injusta, por el solo hecho de ser aplicada a todos los
vendedores, tal medida era tolerable.
Como en no pocas ocasiones, algunos pregoneros, llegaron a
desaparecer con el producto de la venta, los expendedores acordaron
aplicar otra medida; que a cada pregonero se le entregaría la cantidad
de billetes, por cuyo costo, pudiera dejar un depósito en efectivo. Al no
existir en esa época una unión que los respaldará económicamente,
ocurrió la desbandada de quienes no podían o no quisieron apegarse
al procedimiento, con el cual se protegían los intereses de los
expendedores. Este descenso de pregoneros ayudó a quienes
quedamos, a ampliar nuestro círculo de ventas y, por ende, tener
mayores utilidades y conocer más gente, que, en mi caso, significó
mayores relaciones en los diferentes ámbitos de la ciudad.

Un buen día, al llevar mis ventas hasta las inmediaciones del


mayor parque de la ciudad, con el afán de realizar una mejor venta,
me introduje en el gimnasio en que se llevaba a cabo un desafío por el
campeonato de lucha libre; y aunque me fue bien, ya que coloque
buena parte de los billetes, la atracción del evento me distrajo a grado
tal, que olvidé que ese día se llevaba a cabo el sorteo del cual, aún me
sobraban poco más de dos enteros y algunos vigésimos; tarde me di
cuenta de mi irresponsable descuido, por el cual no podría recuperar el
depósito, que dejé por los billetes recibidos.

Por la mañana del día siguiente, mientras hacia las cuentas de lo

perdido por los billetes sobrantes, en uno de los reservados del café de

Samuel; con un periódico enrollado en la mano, llegó casi corriendo y

lleno de excitación, el español del expendio a darme el primer

afortunado golpe de “Buena Suerte” que recibía en mi vida.

- ¡El Primer Premio!, ¡El Gordo!, -¡Que tú lo tienes hombre! En uno de


los enteros que se te han quedado por holgazán, ¡ha caído el Premio
Mayor!;

-¡Vamos hombre, que te has sacado La Lotería!

¡Ochenta y cinco mil pesos ochen… ¡Qué barbaridad de dinero!;


con tal fortuna en mis manos, no sabía qué hacer, yo nunca había sido
rico y menos a grado tal; no faltaron los consejos; el español del
expendio me sugirió codicioso, que me dedicara al agio o que instalara
un bar al lado de la plaza de toros o del teatro de la ciudad. Samuel,
más reposado, con esa calmosa paciencia que distinguía al oriental,
me formuló la más concreta proposición.

-Oye tu Saul, pol que no hacel una socieda a paltes iguales y


ablimos una lavandelia, pol lumbo glandes hoteles y lesidencias alta
sociedá. Yo conocel negocio, cuando llegal aquí yo tenel plimel
empleo, una lavandelia: Al ver mi indecisión, prosiguió entusiasmado
con su proyecto.

-Mila, pala que no tené tu desconfianza, yo dal galantía; filmemos


contlato con notalio, con compromiso de mi palte, si en un año no vel
lesultado de tu aglado, lompel sociedá y yo devolvel invelción tuya y
pagal leditos pol el tiempo que habel estado en negocio, tu dimelo.

A mi alrededor, solo Laurita no hablaba de negocios, ni mostraba


alegría por mi buena fortuna; al preguntarle el porqué de su tristeza,
casi en un murmullo contestó: - ¿Como puedo ser feliz por tu buena
suerte, sí sé que todo entre Tu y Yo está amenazado por cambiar? Tu
ahora eres rico, te alejarás de todo esto para buscar nuevos
derroteros; Yo ya no seré para ti refugio que hasta hoy fui de tus
inquietudes y confidencias, para convertirme en uno más de los
recuerdos, del tiempo que iras dejando tras de ti; y ese pensamiento no
me deja compartir tu alegría, por el cambio que significará en tu vida,
haber obtenido ese premio de La Lotería.

Casi confundido por aquel reproche que juzgué infundado,


tomándola entre mis brazos, dolido por su desconfianza, sellé sus
labios con mi boca, en un beso con el que quise afirmar lo que punto y
seguido, con todo el sincero cariño que le tenía le expresé: -Laurita
mía, ¿Cómo puedes pensar que mi cariño por ti, pueda ser más
pequeño que la fortuna?, este hecho es nuevo y Tú para mi serás
siempre, desde que me entregaste tu amor espontaneo y
desinteresado, mi pasado, mi presente y mi futuro, que compartiremos
siempre, con ese ser que llevas como fruto de nuestro amor, al que
desde mañana, si tú lo quieres, deseo formalizar; hoy puedo ya,
ofrecerles algo más que incertidumbre.
LA BODA (cuento 15)

No fue al día siguiente, pero si el domingo venidero a mi propuesta


matrimonial, que el café de Samuel, se vio inundado de la alegría de
nuestros amigos los vecinos y mis camaradas billeteros, que asistieron
a mis esponsales con Laurita, atestiguados por Samuel y Rodrigo el
español del expendio: Samuel emocionado hasta las lágrimas, no
había permitido la entrada al café, a nadie más que nuestros amigos e
invitados; el repartidor de refrescos, el lechero, el abarrotero de la
tienda “El Surtidor”, el cual llevó consigo, además de su caja de sidras
para el brindis. La compañía del Lic. Menindez, Notario de nuestra
Delegación; a quien correspondió confirmar la realización del contrato
que legalizaba mi sociedad con Samuel, en la instalación de la
lavandería y tintorería que habríamos de instalar en breve.

La instalación y acondicionamiento de ambas dependencias, se


llevó aproximadamente dos meses, tiempo durante el cual, el estado
de ingravidez de Laurita, siguió avanzando a la par que se veía
desmejorar su salud.

Nada hubo que no se intentara para detener su pérdida de salud y


sin embargo veíamos que todo era inútil: la única solución, aunque
para ella fuera un duro golpe a su ilusión de darme un hijo, era hacerlo
perder, ya que el facultativo (uno de los mejores) que la atendía,
consideró que era la mejor medida para detener su constante
decaimiento, pues el diagnóstico general, mostraba que su irreversible
anemia, se debía al esfuerzo de su organismo cada vez más endeble,
para sostener la nueva vida que medraba en su vientre.

Para su pobre cuerpo, fue una fortuna que no hubiera sido necesario
que sufriera una intervención quirúrgica, que por penosa y larga
pusiera en peligro su existencia; la misma naturaleza de su organismo,
imposibilitado para seguir luchando por ambas vidas,
espontáneamente expulsó de sus entrañas, la causa de su
quebrantada salud.
Tras largas horas de angustia e incertidumbre, logró sobreponer la
crítica situación, de la cual, solo restaba una larga cura de reposo,
necesaria para que recuperara energías y saliera del estado anémico
que le ocasionó la pérdida del hijo que con tanta ilusión había
esperado.

En tanto estos trágicos acontecimientos ocurrían en el seno de mi


familia; la honrada y sabía administración de Samuel a nuestra
sociedad, había rendido frutos insospechados; a esa fecha ya se
habían instalado dos sucursales del negocio, en rumbos estratégicos
de la ciudad y hacía remodelar las instalaciones de unos baños
públicos adquiridos a un emigrante judío, cuya afición al juego y a la
bebida lo condujo a la bancarrota.

Rodrigo: no queriendo mostrarse demasiado ambicioso, había


convencido a Samuel, para que financiáramos, aunque fuera en
pequeña parte, su nuevo negocio; participación con la cual dio
comienzo a su casa de cambio y empeño, según él, para facilitar, a
quien pudiera garantizar con algún objeto, la obtención de pequeños
préstamos, a corto plazo y bajo interés. Había sido, antes de
independizarse, un buen tasador en su primer empleo desde su
llegada al Continente; por ello su inquietud por dedicarse al negocio de
prestamista; a cambio del enajenamiento de joyas o muebles;
conocedor como era, de la difícil posibilidad de los empeñadores, de
recuperar los objetos que dejaban en garantía; de ahí, las
posibilidades del buen negocio.

En tanto, aunque paulatinamente, Laurita había ido


recuperándose físicamente, gracias al tratamiento eficaz y el reposo a
que la sometían en la clínica donde se le había internado; sin embargo,
su estado de ánimo seguía siendo endeble y nada que se hiciera para
sacarla de su abstracción valía para lograrlo; para ella, desde la
pérdida de nuestro hijo, nada ni nadie la haría salir de su idea de que
el mundo no era el lugar feliz, al que valiera la pena retornar. Mayor fue
su decepción, al enterarse que ya no debía concebir un nuevo hijo, so
pena de poner en peligro nuevamente en serio peligro, su existencia.

DESAPARECIDA (cuento16)

La decisión de su médico de darla de alta, fue acogida con total


indiferencia por su parte; el volver a casa no significó cambio alguno
para su estado anímico; en adelante su vida quedo reducida a la de un
vegetal o cualquier otro objeto más de los la rodeaban. Poco a poco fui
acostumbrándome a ver en nuestro hogar, esencialmente en Laurita,
un elemento más; todo el cariño y comodidades de que traté de
rodearla, no fueron suficiente motivo para verla recuperar su ánimo;
decididamente la consideré perdida.

Transcurría en tanto el tiempo y a la par que veía progresos en


las empresas que la sociedad adquiría, en mí fue creciendo la
insatisfacción por la forma en que se sucedían los acontecimientos en
el de mi hogar, cada día fue más marcado el repudio que Laurita
mostraba hacia todo lo que la rodeaba, cada día sus ausencias
mentales fueron siendo más largas y sus estados de depresión, más
prolongados.

Un día; sorpresivamente ocurrió lo inesperado; con


desesperación comprobé que Laurita, había abandonado la protección
de la casa, aprovechando mi ausencia y el descuido de quien siempre
debió estar a su lado, en prevención de cualquier cambio de estado
mental y físico.
LA BUSQUEDA (cuento 17)

Con creciente angustia busqué en toda la ciudad, con la ayuda de


Samuel y Rodrigo, fuimos buscando su pista, en hospitales, depósitos
de cadáveres; acudimos a la policía, a los servicios de salud pública, a
las terminales de autobuses de pasajeros y a la estación de
ferrocarril...Todo fue inútil, y aunque amplié mi búsqueda hasta las
poblaciones que rodean la ciudad, los resultados fueron negativos.

Cada vez me fui alejando más y más de toda responsabilidad,


dejando en manos de Samuel la conducción de las empresas que
constituían nuestra sociedad; pues ya requería cada vez de mayor
tiempo, para seguir dirigiendo la búsqueda de Laurita, por todos los
ámbitos del país. En uno de esos viajes, llagué a la población donde
estaba instalado el orfanato del cual yo procedía, siendo para mí una
sorpresa verlo convertido en un asilo de ancianos y eventual refugio
para menesterosos. Me sentí inclinado a favorecer su expansión,
haciendo un jugoso donativo, como un acto de gratitud por todo cuanto
ahí hicieron por mí, en mi niñez y parte de mi juventud; aparte
comprometí a la empresa a enviar mensualmente, descontada de lo
que me correspondía de mis ganancias; una espléndida pensión, que
ayudaría a su sostenimiento.

Terminadas esas gestiones, proseguí en la búsqueda de Laurita;


ahora ayudado por dos de los asilados, un ex policía y un retirado
agente de ventas; que, no siendo tan ancianos para permanecer
tiempo completo en el asilo, me ofrecieron sus conocimientos del país
para escudriñar por todos sus ámbitos en tan ardua como inútil
empresa.

Consiente de mi irresponsable actitud, con respecto a mi


sociedad con Samuel y Rodrigo; un día suspendí mi constante viajar,
para ir a la ciudad y proponerles la liquidación de las empresas que
solo ellos habían acrecentado en mis largas ausencias y de cuyos
beneficios participaba con ellos a partes iguales, sin que yo lo
mereciera.

Imposible fue tratar de convencerlos de la conveniencia para


ellos, de la disolución de nuestra sociedad, en la cual, debido a mi
constante viajar era yo el único que no aportaba esfuerzo alguno en su
desenvolvimiento; a pesar de ello mis beneficios eran considerados al
mismo margen de quienes como ellos, realizaban todo el trabajo, pesar
de mi falta de concurso en las empresas.
TESTAMENTO (cuento 18)

Siguió transcurriendo el tiempo; mi búsqueda, con el devenir de


los años fue decreciendo a la par de mis esperanzas de encontrar, al
menos viva, a la mujer cuya imagen, el tiempo había ido borrando de
mi mente. Fatigado de mi aventura, cansado de buscar, rendido por los
años, decidí buscar refugio en este asilo; al hacerlo formulé mi
testamento; legalmente dejaba todo cuanto poseía, a mis socios y
amigos, cuya única obligación, consistía en seguir enviando a este
lugar, la pensión que yo había destinado para su sostén…

Por esa ocasión fui yo quien no admitió replicas a mi decisión de


legar en vida, mis acciones en las empresas; no tenía a nadie en el
presente, como tampoco en el pasado, a quien dejar mi fortuna, que no
fueran mis amigos, que al fin y al cabo fueron quienes propiciaron su
crecimiento, y el orfanato, al que ya convertido en asilo, me volvía a
recibir hasta la consumación de mis días.

Algunos años después de mi retiro, me llegó la visita de Rodrigo,


quien, a raíz del fallecimiento de Samuel, la cabeza principal del
consorcio, decidió liquidar las empresas e irse a su país, no sin antes,
dejar aumentadas las finanzas del asilo. Con lo que, de la sociedad,
correspondió a Samuel, quien, al morir en su condición de célibe, dejó
todo lo suyo, para ese fin.

Ya aliviado de toda presión externa, dediqué mi ocio a vagar por los


lugares ya conocidos, ampliando mi vagabundear hacia nuevos
rumbos, hasta donde mi condición física lo permitió.

Aquí en este diario, a grandes rasgos dejo constancia de lo que fue


mi vida, desde que salí del orfanato, hasta mi retorno al refugio que ya
transformado en asilo de ancianos me ofrece, para depositar en él mis
últimos días, añorando con tristeza, la pérdida irreparable, de la única
mujer que amé en mi vida.

SAUL…
-Al terminar la lectura de este diario, di por terminada mi visita a
aquel asilo; pues con ello finalizaba mi búsqueda. Mi madre en su
póstuma carta, me había dejado la petición de que buscará a mi padre,
a quien ella había dejado al enterarse que estaba nuevamente en cinta,
y ante el temor de enfrentarse a la posibilidad, de que, por su salud, le
exigieran detener el proceso de su embarazo, que ella anhelaba llevar
hasta el final.

Durante el tiempo de mi desarrollo; se llevaba a cabo la inútil


búsqueda de mi padre, para tratar de localizarla, pues desde antes de
mi nacimiento, ella había encontrado refugio, en la caravana del circo,
con el cual permaneció hasta su recuperación física y emocional y ya
no quiso que siguiéramos siendo una carga para ellos.

Cuando siendo ya mayor, quiso mi madre que conociera a mi padre,


se encontró deseche la sociedad; solo los datos proporcionados por
algún antiguo conocido, la enteraron de parte de la odisea de mi padre,
tratando de encontrarla. Esto, hizo recaer su salud, dejándose
consumir por la angustia y la tristeza; cuando volví dejando mis
estudios para atender su llamado, ya fua en última instancia, solo
encontré junto a su cuerpo inerte, el ruego de encontrar a quien fue mi
padre.

Siguiendo sus pasos, indagando aquí y allá, logré encaminar mi


búsqueda hasta este asilo y aquí, aunque tarde, encontré su paradero;
ya que mi padre fue…

“EL VAGABUNDO MILLONARIO”


del río ya fuera a pie o a caballo, el tramo necesario para salvar la
turbulencia.

Por ello, el viaje de regreso, duraba de seis semanas en tiempo


seco, a tres meses o un poco más, en épocas de lluvias.

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