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Los habitantes de la Mesopotamia (el actual Irak) creían que la Tierra era un disco
que subía y bajaba en el mar primigenio. Los humanos vivían en el disco; por
encima de él se encontraba la bóveda celeste, la morada de los dioses, y debajo
estaba el inframundo. Durante miles de años, la creencia de que el planeta era
plano impidió a los hombres alejarse de las costas para explorar los océanos.
Temían caer por el borde del disco al inframundo, o peor aún, al abismo.
Desde la Antigüedad, sin embargo, era evidente que la Tierra no podía ser plana.
Pitágoras y Aristóteles declararon que era redonda. A partir de ese momento, la
teoría de que el mundo era plano quedó más o menos desmentida, incluso por
parte de la Iglesia Católica. Así que, en 1492, cuando Cristóbal Colón zarpó hacia
el oeste en busca de una ruta marítima hacia la India, no temía en absoluto caerse
de los confines de la Tierra. Aunque en ese tiempo habían empezado a aparecer
los primeros globos terráqueos, América no figuraba en ellos. Colón pasó el resto
de su vida creyendo que había navegado a la India; descubrió América por
casualidad, pero la gente no se dio cuenta de eso hasta después de la muerte del
genovés.
Hasta el siglo XVII, la gente creía que la Tierra era el centro del universo. Incluso
cuando científicos como Nicolás Copérnico, Johannes Kepler y Galileo Galilei
demostraron de manera inequívoca que la Tierra gira alrededor del Sol, nadie
quería aceptarlo, y mucho menos la Iglesia Católica. A sus ojos, esto contradecía
la historia de la Creación, y sus inquisidores persiguieron a todo aquel que
pensara lo contrario. “La presunción de que el Sol está en el centro y que no gira
en torno a la Tierra es una tontería, un absurdo teológicamente infundado y una
herejía”, advirtió la Inquisición a Galileo. En 1600 incluso quemaron en la hoguera
al erudito italiano Giordano Bruno, y sus obras permanecieron en el Índice de
Libros Prohibidos hasta 1966. Había sostenido, correctamente, que el universo es
infinito en el tiempo y el espacio y que se compone de innumerables sistemas
solares. Al recibir su sentencia, pronunció la célebre réplica: “Talvez pronuncian
esta sentencia en mi contra con mayor temor con que yo la recibo”.