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El gusto por el teatro fue algo común entre los literatos románticos
peruanos. Escribieron, no para una elite culta, sino para el público en
general, aproximándose al melodrama de acción apasionante,
escenario pintoresco y caracteres simples. En el teatro alternaron
tanto las obras de estos poetas nacionales como las de los grandes
románticos españoles como José Zorrilla y también algunos
franceses. «La escena se llenó de choques súbitos, argumentos
complicados y sangrientos, aventuras llenas de milagro y azar,
cambios bruscos, encuentros y reconocimientos inesperados, trucos
llenos de violencia a los que no eran ajenos a veces lo horrible y lo
demoníaco, disfraces y equívocos, conjeturas y trampas, seducciones
y arrestos, secuestros y rescates, intentos de escapatorias y
asesinatos, cadáveres y féretros, cuevas y tumbas, torres de castillos
y mazmorras, espadas, dagas y venenos, anillos, amuletos y
maleficios, cartas interceptadas testamentos perdidos y contratos
secretos» (J.Basadre).
Aunque el argumento de la obra, para un gusto moderno, podría
parecer disparatado, tuvo buena acogida por parte de la crítica. La
Revista de Lima del 22 de enero de 1851 afirmó que era la mejor
representación dramática realizada en ese teatro capitalino.
Corpancho fue coronado en la noche del estreno; estaba tan
emocionado que apenas podía mantenerse de pie en el escenario.
Algunos de sus amigos más entusiastas sufragaron los gastos de la
impresión de la obra. Como recompensa al precoz talento del poeta, al
año siguiente el gobierno de José Rufino Echenique auspició su viaje
y estancia en Europa, para que culminara su carrera de médico.
eobaldo, poeta huérfano y desconocido, se enamora de Clorinda, una hermosa doncella hija de uno
de los primeros nobles de España y logra el amor de ella. Cierta noche escala los muros del castillo
que la alberga. El padre vuelve de improviso de una partida de caza. Escondido en un rincón de la
sala, Teobaldo oye las inculpaciones hechas a Clorinda por su furtiva aventura. Viene una confesión
ardorosa de ella y el padre, al creerla deshonrada, saca el acero para matarla. En ese momento se
descubre Teobaldo y ofrece su pecho a la venganza paterna. Al juramento acerca de la pureza de
este afecto sigue el perdón, supeditado al alejamiento del poeta. Como hay un caballero de alta
alcurnia, famoso por su valor guerrero que puede ser el yerno deseado, el padre ofrece la mano de
Clorinda a quien triunfe en el torneo. Pero en él se presenta, encubierto, Teobaldo. Lucha, vence a
su rival y exige el premio ofrecido. El padre se niega a concedérselo y el derrotado insulta al
vencedor llamándolo villano. Teobaldo ingresa a la cruzada de Pedro el Ermitaño para obtener un
nombre, un título de nobleza y la esperanza de casarse con Clorinda. Vuelve a los cinco años,
vencedor. Se presenta en los momentos que Clorinda va a ser la esposa del mismo rival que,
mediante la exhibición de una joya, le ha hecho creer en la muerte del poeta en Palestina. La
ceremonia de la boda da oportunidad para que se aclaren las cosas y los amantes se juran amor
eterno. Sin embargo el drama no ha concluido. Los dos enemigos riñen y Teobaldo cae herido de
muerte. En su agonía se descubre que es hijo de quien lo ha convertido en víctima. La joven,
esposa, loca de desesperación, se suicida con un puñal. Su padre pierde el juicio y también fallece.