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Siglo xix
ACADEMIA mexicana
Q€ LA LENGUA
Y, silenciosamente,
con la noche caída hago una estrella.
in memoriam
PORFIRIO MARTINEZ PEÑALOZA
Discurso de ingreso en la
Academia Mexicana,
leído en la sesión pública
celebrada el 27 de agosto de 1976.
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En su dedicatoria “A la infancia” Rosas Moreno de
clara su intención didáctica y de glorificar a la literatura
nacional y se propone difundirla ya que es "desconocida
desgraciadamente de propios y extraños, y por todos injus
tamente desdeñada”. ¡Dichosa edad en que los libros esco
lares familiarizaban a los niños con la obra de nuestros
escritores, y para tal fin se escogían, como lo hace Rosas
Moreno en su Pensil, las flores “más bellas, las más ino
centes, las más puras!”.
La poesía prehispánica no está representada, pero sí
hay un poema de tema indígena, el "Canto de Nezahual-
cóyotl” [sic] calzado con las iniciales “E.M.O.” que co
rresponden, en mi opinión, a Eulalio María Ortega. Lle
va este poema, además, un epígrafe de Martínez de la
Rosa, curioso encuentro del México Antiguo y España.
Otra cosa digna de notarse es que el poema “La vida” que
se atribuye a Juan Wenceslao Barquera, es nada menos
que la segunda estrofa de la “Invocación” que abre las in
mortales "Coplas” de Jorge Manrique a la muerte de su
padre, error que parece inadmisible e inexplicable en un
literato y pedagogo como lo fue Rosas Moreno.
El número 7 de mi lista corresponde a la Lira de la
juventud, México, Imprenta de la Bohemia Literaria,
1872, Poesías Mexicanas coleccionadas por Juan E. Bar
bero, Biblioteca de El Eco de Ambos Mundos, t. i., único
publicado.
Barbero, compilador además de las Flores del siglo
(1873) “Álbum de las más distinguidas escritoras mexi
canas y españolas’’’, primera de su género editada en Méxi
co, dice en el Prólogo a esta Lira: “Los autores de las poe
sías de esta colección comienzan a atravesar el camino de
la vida; están en esa edad en que del sentimiento brotan
esas flores purísimas para adornar el horizonte intermina
ble del porvenir; su época es de promesas..Advierte
después la diversidad de las tendencias literarias que priva
en la selección y dice que si no todos los poemas son bue-
nos "sí creemos útil el publicarlos; tal vez de este modo
ayudemos al que se proponga hacer un estudio de nuestra
literatura”. Así es, pues recoge las primicias de poetas co
mo Justo Sierra, Cuenca, Acuña y otros.
Peza hace la historia del libro en sus Memorias, reli
quias y retratos (¡900) con la melancolía del que al evocar
el pasado promisorio se encuentra con que de los 39 auto
res que contribuyeron a la Lira —115 poemas en total-
para la fecha en que escribe, habían muerto 19, . .algu
nos de ellos llenos de inspiración, de méritos, de vida”.
Cabe señalar la clara conciencia de Barbero en
cuanto a su persuación de contribuir a los estudios lite
rarios del futuro, cosa muy cierta, pues, por ejemplo, en
esta Lira hay poemas del grupo que he llamado “Los ger
manizantes” de quienes tanto se ocupó Gutiérrez Náje-
ra. Entre otros están Franz Cosmes, Manuel de Olaguí-
bel, Ramón Rodríguez Rivera..., que en mi opinión son
los verdaderos poetas de transición, precursores del mo
dernismo.
Con diferencia de un año se publicaron en Espa
ña las antologías que en mi lista llevan los números 8 y
9. Son, respectivamente, las Poesías líricas mejicanas,
Madrid, 1878, tomo XIV de la “Biblioteca Universal”, co
leccionadas y anotadas por Enrique de Olavarría y Ferra
ti; manejo la segunda edición, de 1882. En segundo lu
gar, la Lira mexicana, Madrid, R. Velasco Impresor, 1879,
“formada por Juan de Dios Peza, Segundo Secretario de
la Legación de México en España”, con Prólogo de D.
Antonio Balbín de Unquera y Apreciaciones de los seño
res Castelar, Campoamor, Grilo, Hidalgo de Mobellán,
Martínez Pedroza, Núñez de Arce y Selgas. Ambas anto
logías obedecen al mismo propósito de dar a conocer las
letras mexicanas en España.
Aunque nacido en España, Olavarría y Ferrari nos
pertence por completo no sólo por su arraigo definitivo en
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México, sino por su incansable labor de difundir las letras
patrias, de que son cumplido testimonio las dos ediciones
de las Poesías líricas mejicanas y las dos de su Arte litera
rio en Méjico, Málaga, 1877 y Madrid, 1878. Este último
libro ba sido estudiado por don José Luis Martínez, cuyos
esfuerzos por reeditarlo no han cristalizado.
Al proclamar el éxito de su antología, Olavarría dice
que “Es evidente que... se debe a que mis presentados
son todos ellos de sobresalientes condiciones: bastará a mis
nuevos lectores para convencerse de ello abrir por cual
quier página este tomo...” Afirma después que el origen
de la poesía mexicana es “posterior a 1821, en que Mé
jico se constituyó en nación independiente. En los ante
riores siglos sólo tres autores mejicanos pudieron hacerse
conocer en España; el gran Alarcón, Sor Juana Inés de la
Cruz y don Eduardo Gorostiza”. Una opinión casi coinci
dente con la de Mora y que explica el olvido de las letras
prehispánicas, pues los poetas cuyas composiciones se re
cogen y se mencionan en la portada, son Isabel Prieto, Ro
sas, Sierra, Altamirano, Flores, Riva Palacio, Prieto "y
otros autores”.
El libro de Olavarría fue cementado en España por
Manuel de la Revilla y Moreno, en su artículo “Los poe
tas líricos mejicanos de nuestros días” (En El Liceo, enero
de 1879). Apenas puedo agregar que De la Revilla, des
pués de notar que la colección del señor Olavarría es redu
cida y uno o dos poemas no bastan para conocer, y menos
juzgar a un poeta, hace este juicio global: “No hay entre
estos poetas ninguno que con justicia pueda apellidarse
malo, ni tampoco ninguno que pueda considerarse como
genio extraordinario y de primera fuerza”.
Los trabajos de Olavarría y la nota de De la Revilla,
piden un estudio detenido, no una mera mención como es
ésta. Pero ambos autores deberían figurar, con sobrado de
recho, en el libro de Donald F. Fogelquist: Españoles de
20
América y americanos de España, Madrid, 1968, en don
de brillan por su ausencia.
*
De mayor importancia es la Lira de Peza, que contie
ne 115 poemas de 59 autores, notable por su contenido y
por sus anexos críticos: el Prólogo y las apreciaciones de
los éscritores españoles, que se agrupan al final de la obra.
"He coleccionado poetas contemporáneos” dice Peza
“jóvenes en su mayor parte para que se pueda juzgar el
porvenir literario de mí patria, puesto que lo que pertene
ce al pasado queda palpitante en la historia”. Y luego pre
cisa: "A ninguno omití voluntariamente y de los que doy
a conocer no estuvo en mi mano escoger lo más hermoso
de sus producciones”. El limo, señor Montes de Oca y
Obregón protestó inmediatamente por la omisión —injus
tificable— de Pesado; pero, en cambio, figura, acaso por
primera vez en una antología, Gutiérrez Nájera.
Las opiniones que contienen los anexos mencionados
son de las pocas españolas sobre la poesía de México an
teriores a Menéndez Pelayo; "... coro inmortal de poetas
mexicanos...” califica Castelar; Campoamor encuentra
que se trata de ".. .una pléyade de escritores mexicanos
en extremo cultos y temperantes, tanto, que parece impo
sible que sean contemporáneos...” Fernández Grilo dice
que los nuestros son poetas "... cuyos humanísimos ver
sos yo presentía en los jazmines [de] mis patios andaluces”.
Núñez y Arce descubre en los poetas de la Lira la
*.. .grandeza, pompa y majestad de la musa lírica mexi
cana en los tiempos modernos”. Selgas, en fin, halla en la
misma obra "... rica imaginación y el sentimiento que
distinguen a los poetas españoles".
Esta actividad diplomática recomendabilísima que ini-
ció Peza, tuvo una sola continuación tardía, pues en 1919,
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Por todos esos motivos, según es lo probable, núes
*
tra Academia estimó conveniente editar el trabajo mexi
cano en una que, en rigor, fue primera edición, pues la
anterior, por su corta tirada, era casi desconocida. Me li
mito a decir que este libro se divide en dos secciones:
Poetas muertos, con 30 autores, y Poetas vivos, con 46;
y que la “Reseña” de Vigil es otra pieza notable de este
autor, tan digno de recordación y estudio.
La brevedad de mi alusión obedece a la buena ra
zón de que todas las cuestiones relativas a la Antología de
la Real Academia y a la labor de Menéndez Pelayo, han
sido tratadas, con su proverbial maestría por el Decano
de nuestra Academia, doctor Francisco Monterde en su
libro La literatura mexicana en la obra ¿le Menéndez Pe-
layo, México, UNAM, 1958. A mayor abundamiento, la
reproducción facsimilar de esta obra, es uno de los títulos
de la serie de Ediciones del Centenario de nuestra Aca
demia.
El número 14 de mi lista son Los trovadores de
México, México-Barcelona-Buenos Aires, Casa Editora
Maucci, 1898. Contiene 198 poemas de 65 autores, éstos
aumentados en número en ediciones posteriores y lleva
esta Dedicatoria algo altisonante:
“A los trovadores Americanos: a esa pléyade de so
ñadores vírgenes, que así afilan la espada en la lira, para
defender su independencia, como lloran, ríen o cantan
con el alma, reproduciendo en sus versos cuanto de su
blime encierra el Nuevo Mundo, dedican la edición de
este libro, Los Editores”.
Los Trovadores no llevan el nombre de su compila
dor, sólo un epígrafe de Magraños Cervantes —que yo
leo— Magañños Cervantes. Pero Urbina dice que los for
mó Juan de Dios Peza, cosa nada remota. Sin embargo,
tengo mis reservas, no sólo por el descuido que hay en la
obra misma, sino .porque se cometió el error, y se repitió en
varias ediciones posteriores, de atribuir a Rafael de Zayas
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Enríquez cinco de los seis poemas que se recogen de este
cantor, cuando pertenecen a Luis G. Urbina. Es curioso
señalar que en estos Trovadores y en los Parnasos, tam
bién de Maucci, se recoge un poema de don José María
Pino Suárez, cuya obra poética es prácticamente desco
nocida.14
También dice Urbina que la segunda edición de esta
antología fue de 1906, pero yo tengo un ejemplar de
1900, en que se especifica que es segunda edición. La casa
Maucci, a pesar del descuido de sus Trovadores y Parna
sos, merece reconocimiento, pues hizo, acaso, la primera
difusión masiva de la poesía de México y de la Hispano
americana.
Cierro aquí mi registro de antologías. Pero por ra
zones que tienen relación importante con lo que se ha
llamado sociología de la literatura, añado los datos es
cuetos de dos piezas que tengo y las clasifico en la Sec
ción 4: Rarezas biliográficas. La primera es el Calendario
y catálogo de la Antigua Casa de Murguía para 1887,
cuyas páginas finales forman una Musa mexicana, "com
posiciones escogidas y entre ellas algunas inéditas de poe
tas mexicanos”, que recoge 45 poemas de 29 autores. La
segunda son las Poesías escogidas, obsequio de la gre
guería Belga, S. A., México 1889, con 45 poemas de 26
autores, 11 de ellos mexicanos.
Esta última me recuerda la condición de farmacéu
tico y mago que apuntó Chesterton en el boticario de su
Napoleón de Notting HiU; como éste, mi padre, en su
trabajo cotidiano de preparar las prescripciones de la far
macopea antigua —que hoy nos parecen cosa de encanta
miento— halló tiempo para versificar alguna vez.
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Estos son, señor Director, señores Académicos, seño
ras y señores, algunos de los apuntamientos que tengo
hechos sobre el tema enunciado y que me propongo, en
ocasión futura, tratar con la amplitud y detenimiento
apropiados. Algunos, pues además de la posibilidad de
enriquecer mis registros,, no aludí, por ejemplo, a las
Veladas literarias, celebradas en 1867 y 1868, bajo el es
píritu de conciliación que postuló y practicó Ignacio M.
Altamirano. Las editadas han sido estudiadas por Alicia
Perales Ojeda en sus Asociaciones literarias mexicanas.
Siglo xix, 1957, y reproducidas y comentadas por José
Luis Martínez en diversos lugares. Tampoco he mencio
nado el número 15 de mi lista, que es un curioso Museo
poético que no he podido identificar porque a mi ejem
plar le falta la portada.
Por otra parte, si se admite que 1900 pertenece al
siglo pasado —aclárenlo los entendidos— debería comen
tarse el México poético de Adalberto A. Esteva, editado
ese año. Y aun más, me pregunto si por razones diferentes
de las estrictamente cronológicas, el lapso de que me ocu
po debería cerrarse con la Antología del Centenario. Sin
embargo, confío en que lo dicho basta para afirmar que
las antologías poéticas mexicanas del xix, cubren casi
todos los aspectos de interés que pueden distinguirse en
la poesía.
Y concluyo. Don Carlos de Sigüenza y Góngora, en
la página inicial del Triunfo parténico, escribió:
“Por lisonja tuve la obediencia que se me impuso pa
ra formar este libro, reconociendo el que con esta ocasión
se me podría saciar en algo el vehemente deseo que de elo
giar a los míos me pulsa simpre”.
Lisonja me ha sido obedecer, con esta nota, el man
damiento estatutario que esta Ilustre Corporación impo-
30
ne a quienes ingresan en ella. Como a los del sabio y poe
ta novohispano, a mis trabajos de investigación los ha pre
sidido un deseo: decir bien de los míos; no con la sabidu
ría y elegancia barrocas del “dulce, canoro cisne mexicano”
pero sí con su misma vehemencia. Que la sapiencia de
quienes me admitieron a su lado, mantenga siempre en mí
el pulso que animó a don Carlos de Sigüenza y Góngora.
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