Está en la página 1de 19

I- El reino habla, y eligió a su rey.

El grupo de recuperación del trono consiguió pasar a la antesala general, forzando a los
guardias del rey Natan a arrodillarse ante el legítimo soberano del oeste, George Thorne II.
Empujan la puerta de la sala real, donde estaba el trono, y entran pensando que del otro
lado había una división entera de hombres, en cambio, solo encontraron a dos personas
dentro de este salón. El rey “usurpador” y su guardia más leal, mientras que el grupo de
recuperación estaba compuesto por nueve hombres, era encabezado por Sir William Murr, a
quién apodaban "El carnero" por haber causado que el caballero Héctor León rompiera su
espada cuando le asesto un golpe a la cabeza, el casco y el cráneo de Murr fueron tan
fuertes contra el impacto que la espada se partió en mil pedazos.
Seguido del carnero estaban los hermanos Carlos y Gael Haldmork, hijos del emperador
Haldmork, que no apoyaban a Thorne pero querían deshacerse de Natan. Luego se
encontraban Maurice, Michelle y Bacré, los guerreros más fuertes del reino de Rigudea.
Al final de esta fila estaba el legítimo rey del oeste, George II, junto a un grupo de sus
guardias personales.

Del otro lado de la sala, sentado en el trono y bastante calmado para la situación, estaba
Natan Willard.
Él se convirtió en rey luego de las campañas de conquista que se le asignaron cuando los
Thorne fueron expulsados del reino. El pueblo lo adoraba, en la ciudad de Nedión se
construyó una estatua a Natan a quien nombraron como <el bondadoso>.
-Se acabó vuestro reinado, General Willard- dijo Thorne mientras el grupo se abría para
darle paso.
-Thorne, podéis matarme- dijo levantándose del trono- pero entonces cómo podríais…-
El chasquido del rey George, ordena sin palabras al carnero. Interrumpiendo el discurso de
Natan
Murr se acerca corriendo hacía el usurpador y lo toma de un brazo lanzándolo hacía una de
las paredes.
Sir Robert Caine, el último guardia de Willard actúa lo más veloz posible para intentar
atrapar a este en el aire. Pero de todas formas termina impactando la pared siendo solo
amortiguado por un estandarte del reino

-Caine, vos erais leal a mi- reprochó George caminando hacia él


-El reino habla, y eligió a su rey.- respondió Sir Caine
-Si queréis elección de gobernante, podeis ir al sur, a una de las tan pobres repúblicas que
surgieron en estos tiempos- dijo Thorne, en tono burlesco
El guardia de Natan desenvaina su espada mientras se levanta dejando a su rey en el
suelo.
-Mi señor, si tengo que morir, voy a hacerlo del lado correcto-
Los caballeros de la recuperación dieron un paso en conjunto, pero fueron detenidos por su
rey.
-Bajen las armas, no peleareis sin honor. Esta contienda la solucionaré con mi espada- dijo
George Thorne.
-No puedo asesinarlo a vos, hice un juramento.- exclamó Caine envainando su espada.
-Tenéis mucho valor Sir, de todas formas, no planeaba que fuerais vos mi contrincante.-
señalando a Willard.
Este último se levantó como pudo despues del golpe que se dio cuando fue lanzado por
Murr.
-No tengo una espada- dijo en voz baja
Maurice, el Rigudeano se acercó y se arrodilló ante Natan entregando su espada.
-¡Sucio traidor!- gritó el carnero atravesandolo por la espalda con su mandoble.
Caine cambia su rostro completamente y se interpone entre Thorne y Willard.
-A esto le llamáis honor, Thorne, a matar a uno de los vuestros por la espalda.- Poniéndose
en guardia nuevamente.
Carlos Haldmork le lanza una flecha a Caine que le atraviesa el hombro, cuando esté suelta
la espada, el carnero lo golpea en la cabeza hasta desmayarlo y lo mueve hacia la ventana.
Los originarios del reino Rigudea quedaron sorprendidos por la muerte de Maurice pero no
intervinieron por el miedo que les causaban el resto de los que estaban con ellos.
Thorne pateó el cadáver de Maurice y le alcanzó la espada que había quedado en el suelo
a Willard.

El rey legitimo George II era muy bello, esbelto y con una melena de color castaño que le
pasaba por poco los hombros. Portaba el escudo de la dinastía Thorne en el pecho, que era
una corona de espinas con una espada roja en el medio. Tenía una cicatriz en la mejilla que
había obtenido en la batalla de Bahlaan, en la isla de Attah, durante el exilio de su familia.
Natan Willard, el bondadoso, vestía una cota de malla y por encima una cubierta simple de
cuero. Llevaba su pelo negro corto y una barba ligera pero descuidada, no era
particularmente hermoso pero cualquier dama del reino aseguraría que sí. Tenía ojos verdes
esmeralda, que hacían juego con la corona, cubierta con estas joyas, y al mismo tiempo
contrastaba con el oscuro de su cabello.
Willard era una cabeza más bajo de estatura que Thorne y núnca se destacó por sus
habilidades físicas, si no más bien las estratégicas.
-¿A este debilucho se supone que el pueblo prefiere antes que al rey?- le dijo Gael
Haldmork a uno de los guardias de George, que permaneció en silencio mientras su
hermano Carlos reía.

Thorne da el primer paso y se acerca a Natan golpeandolo con su espada desde arriba,
golpe que Willard bloquearía desviando el ataque y así pudo sostener la mano de su
contrincante mientras perdía el control. George era mucho más fuerte así que se soltó con
facilidad y golpeó al usurpador en el rostro.
Le dió una patada en el abdomen y lo tumbó al suelo
-¡No!- gritó -¡¿Por qué no dais pelea?!- puso su espada en el cuello de Natan causándole un
ligero corte, pero este no reaccionaba.
-Ya he perdido esta batalla, pero se que aunque muriese, no habré perdido la guerra contra
vos- exclamó Willard
Entre gracia y enojo, el legítimo rey del oeste vuelve a golpear a su usurpador. Esta vez
mucho más fuerte y en el rostro, haciendo que su nariz comience a sangrar.
Se alejó de su contrincante y se paró al lado del trono unos segundos, luego se agachó y
tomó la corona de esmeraldas que se encontraba en el suelo.
-¿Cómo os sentís, General? Ahora que estáis perdiendolo todo en tan poco tiempo. No
quisiera estar en vuestro lugar- comenzó a reir -Vos disteis tantos sacrificios por este reino,
mi reino, y ahora estais por morir por mi misma mano.-
Natan se quedó callado, mirando al suelo.
-¡Habla!- gritó George.
A pasos grandes y fuertes mientras con una mano se colocaba su corona con la otra iba
arrastrando la espada por el suelo hasta llegar al usurpador.
Le cortó la cabeza y golpeó su cuerpo muchas veces, enfurecido. En ese momento Robert
Caine intenta atacar al rey Thorne pero este fue muy rápido en su reacción. Logró cortarle el
brazo y dejarlo fuera de combate.
-Mi rey, parece que quedan aún un par de vasallos leales a Willard. Tienen a sus hombres
esperando en la puerta de la fortaleza.- Dijo Michelle de Rigudea mientras observaba por
uno de los ventanales de la sala real.
-Matadlos.- respondió agitado
-¿Cuántos son, Sir Michelle?- preguntó el carnero
-Tienen unos veinte soldados y dos jinetes-
-Entonces, ¿Cuál es el problema?-
-Que están portando el estandarte Haldmork…-

Gael y Carlos, los dos hermanos de la familia Haldmork se miraron y miraron a los demas,
con la incógnita de qué podría pasar con ellos.
-Tomadlo con calma, vosotros no tenéis que temer si no estais involucrados en esto- dijo el
rey intentando calmar la situación.

Mucho tiempo atrás, la familia Haldmork era la segunda casa más importante del oeste
después de los Thorne, ellos cumplían funciones públicas y religiosas, siempre estando al
lado de la familia real. Pero en el año cuarenta de la era común, hubo un conflicto familiar
entre los Thorne y los Haldmork, causando que estos últimos sean expulsados del reino y
creando su propia nación en el sur.
Esta casa solía tener en su escudo una tortuga verde sobre un fondo rojo, pero luego de el
conflicto con la casa real los colores del escudo se invirtieron y se sumó una espada
atravesando a la tortuga. En pocos años, ese territorio que habían creado en el sur del reino
comenzó a expandirse y a asimilar a ciertos pueblos libres de la zona, entonces pasó a
llamarse el Imperio Haldmork.
Durante el exilio de George Thorne II y su familia, formaron una alianza con ellos y otras
naciones de Tyros con el fin de destronar al usurpador Natan Willard.
La hermana de Gael y Carlos, llamada Victoria, fue forzada a comprometerse con el hijo de
Thorne, George III, cuando él tenía once años, y ella era diez años mayor al príncipe.

La que había organizado ese pequeño ataque a la fortaleza, era la misma Victoria. Y esto a
sus hermanos les parecía bastante obvio, de todas formas decidieron fingir que no sabían lo
que estaba pasando. El resto del grupo de recuperación salía de la sala real para enfrentar
a los enemigos que estaban a nada de entrar al castillo, pero tanto Gael como Carlos se
quedaron con el rey Thorne.

-En cualquier momento deberían de llegar los refuerzos, compañeros, por el imperio, por los
dioses, ¡y por el futuro de Tyros!- Gritaba el soldado que dirigía el ataque mientras estaban
por entrar, pero no lograron su objetivo, ya que en la puerta del otro lado estaban los
recuperadores.
El carnero, cómo siempre primero en la fila, fue corriendo hasta enfrentar a estos
“haldmorkianos” y mató a tres de un solo movimiento con su mandoble.
Michelle y Bacré iban detrás de este, uno con su ballesta y el otro con sus espadas. Ambos
se movían muy acrobáticamente, junto a cuatro de los guardias reales lograron abatir a
todos los enemigos.
Cubiertos de sangre y algo agitados por ese enfrentamiento, ven a lo lejos al menos cientos
de jinetes que traían el estandarte de la tortuga.
-Explicaos, haldmorkianos.- dijo Thorne levantando la espada hacía los hermanos que
estaban viendo hacía afuera por los ventanales.
-Mi rey, no sabemos nada, lo juro.- suspiró Carlos, nervioso.
-Bien, tirad entonces vuestras espadas.- respondió George.
-¿Por qué, señor?-
- Vais a obedecerme, o preferís morir?
Gael y Carlos no solo estaban nerviosos, si no que les intimidaba la idea de estar
indefensos ante el rey Thorne
-Mi… Mi señor, somos dos, y usted es uno.-
-Si, eso… mi rey, ¡usted es uno! Quiero decir, “vos sois” uno.-
George se quedó callado y los miró fijamente a ambos.

El ejército de Haldmork que había entrado a la ciudad libremente, no fue atacado por nadie
del reino porque tenían órdenes de Willard de dejarlos pasar. Y nadie sabía, ni en la ciudad
de Nedión ni en el resto del oeste que Thorne acababa de matarlo, obteniendo de nuevo su
corona.

Carlos se abalanzó ante el rey George e intentó asestar un golpe a su cabeza, pero Thorne
lo esquivó y le dio una estocada que fue bloqueada por su hermano, Gael.
Ambos intentaban matarlo pero el rey era muy rápido desviando sus ataques, aún en esa
rapidez no lograba hacer un tiempo entre defenderse y atacar, por lo que se limitaba a solo
hacer lo primero. En un momento, Thorne logra cortar ligeramente el rostro de Carlos, y
este reacciona bruscamente cayendo al suelo.
De un movimiento George puede golpear a la mano de Gael haciendo que suelte la espada
y lo empuja para que también se quede en el piso.
-Vais a detener esto, Haldmorkianos.-
-Mi rey, realmente no sabemos que es lo que sucede, sabemos que es mi hermana la que
está detrás de esto pero no sabemos sus intenciones como tal…-
-¡Carlos!- Grita su hermano. -No sabemos nada mi señor-

Thorne se acerca a la ventana viendo al ejército de Victoria detenerse. Abriendo paso para
dejarla adelantarse entre sus tropas.
-No os mováis, me daré cuenta.- Dijo abriendo la puerta y saliendo de la sala.

-¡Mi señor! ¿Qué está sucediendo?- le pregunta el carnero.


-No lo sé, Sir Murr, vosotros mantened la compostura.-
El grupo se empieza a separar y a mirarse mutuamente en sus rostros. Mientras el rey
caminaba hacía la mujer haldmork.
-¿Os ha convencido vuestro padre, dama Veronica?-
-No, Thorne.- Respondió con voz fuerte -Vine por mi cuenta.-
-Tenéis un ejercito imponente, no os confundais, vos nunca estáis por vuestra cuenta-
George le da la espalda a la princesa Haldmork mientras vuelve caminando hacia el grupo
de recuperación.
-Volved a vuestra tierra, os recuerdo que también soy el legítimo soberano de ellas.
Necesitáis aliados, no un nuevo enemigo. Y no me costaría mucho hacer que vuestros
leales se arrodillen ante mi. Con lo dependientes que son del templo.- Decía con un tono
soberbio
-Tendrían que arrodillarse ante tu cadaver, Thorne.- respondió aún sabiendo que este tenía
razón, ya que el imperio era muy religioso.
El rey se detuvo y volvió a girarse. Esbozó una sonrisa.
-Os queda una opción, marcharse en este instante, o voy a encargarme de veros morír a
cada uno de los miembros de vuestra casa, empezando con Gael y Carlos, que están en mi
castillo ahora mismo.-
Victoria bajó de su caballo para ponerse frente a frente con el rey. Pensó en sus hermanos,
que a pesar de ser mayores que ella, no tenían la misma experiencia militar. Pensó en el
resto de su familia, y volver al vasallaje con los Thorne como sus lideres.
-¿Qué me garantiza que si nos vamos no los matarás de todas formas?- preguntó la joven
Haldmork.
-Palabra de rey, dama Victoria.- respondió - Mejor preguntaos, ¿Valdría la pena matarme a
mi? Sabiendo que el siguiente en el trono no tendría ningún respeto hacia vos. Sería mas
tiránico incluso que el mismo Natan Willard.-
-Willard fue el mejor rey del oeste de todos los tiempos.- Respondió la Haldmork
-Él general Willard era eso, mi dama, un general. Se que pensáis lo contrario, pero el no fue
criado con honor, si no con ansías de poder. Incluso tenía un plan para mataros a vos y a tu
padre.-
-Mentiras, Thorne.-
-Podremos hablarlo en breves… - respondió riendo- Pero mirad, Victoria, creí que en
vuestra escuela de letras os habían enseñado a no confíar en los nobles sin escudo de su
casa.-
Victoria se quedó en silencio y vió como uno de los hombres de Thorne salía corriendo en
ese momento.
-¡Arqueros!- gritó Victoria.
-¡Nada de arqueros en la ciudad!- respondió el rey acercándose a la dama y extendiendo
sus brazos con las palmas abiertas -¡Todos tranquilos! No hay que alterarse, podrían herir a
mis civiles.-
<¿Mis civiles?> Pensó la haldmork -¿Qué planeas, George?-
-Solo informo al ejército quién está al mando ahora.-

Victoria no sabía como sobrellevar ese suspenso con las intenciones del rey Thorne, miró a
su derecha, que estaba su mayor consejero, y este movió la cabeza de un lado al otro,
tratando de advertirle de que no actúe sin un plan.
-Trae a mis hermanos a la puerta, y nos iremos.- dijo
Volvió a subirse a su caballo, mientras daba una orden para que su ejercito se abra, luego
dirigió a sus tropas hacía afuera de la ciudad. Esperando la llegada de Thorne con sus
hermanos.

Dentro de la fortaleza, cuando Thorne se había ido, los hermanos Haldmork decidieron
escapar por el otro lado del castillo. Y tomaron con ellos a Sir Robert Caine, que estaba
desmayado por la cantidad de sangre que perdió.
Gael era muy poco experimentado en combate pero era bastante fuerte, así que cargó al
caballero en sus hombros, mientras que Carlos iba combatiendo intentando usar trucos o
distracciones para tener una ventaja. Algo que estaba muy mal visto en el reino, pero
estaban en una situación particular.
Pudieron huir del castillo, y posteriormente de la ciudad, camuflándose entre la gente.

George Thorne II es coronado como rey del oeste de Tyros y rompe relaciones con el
Imperio Haldmork. Declarando así la guerra a los que, según él, traicionaron a su casa y
terminando con los años de paz que había mantenido Willard.
Los estandartes de la espada en una corona de espinas, volvían a flamear sobre el reino.

Las noticias de la muerte de Natan llegarían a los montes nevados de Hadiz, en el este,
donde estaban sus hermanos refugiados.
Lavinia se encontraba cuidando al hijo Natan, Edward, que en ese momento tenía solo ocho
años. Mientras que Jonatan estaba viviendo en el pueblo mas cercano, Rimek. Esa tarde la
que llegaron las noticias, este ultimo fue galopando lo mas rapido que pudo hasta la choza
de su hermana.
-¡Lavinia!- Gritaba Jon -¡Lavinia abreme!-
-Baja la voz, asustaras a Edward- dijo la mujer mientras abría la puerta
-Natan está muerto.-
-Oh dios dolyn, Jon, ¿que haremos?.-
El jovencito se acerca lentamente, dejando caer su espada de madera.
-¿Qué..?- suspiró
Sus dos tíos se preocuparon e intentaron calmarle, pero Edward quedó en shock y no
reaccionaba.
II- Territorio enemigo

Desde que Thorne volvió a obtener el poder del reino, mucho cambió tanto para los
ciudadanos comunes como para la nobleza, una de las sequías más grandes de la historia
de la zona azotó terriblemente causando pobreza, hambruna y un desequilibrio social que
derivó en el descontento común del pueblo. La gente comenzó a odiar aún más la dinastía
de la espada, y lo único que los mantenía a raya era la religión tan fuerte de los dioses
Jacobos.
Al rey no le importaba la voluntad del pueblo, sino más bien su bienestar, pero aún así, tenía
un poder que mantener. La estatua de Natan Willard en el centro de la ciudad de Nedión fue
destruída, y en su lugar se construyó una de Oswald Thorne, el padre de George. A quién,
opuesto a Willard, apodaban en su tiempo como “el inepto”.

George II llama a una reunión del consejo y la junta militar temiendo de una segunda
traición por parte de alguno de sus allegados.
-Mi rey, no hemos podido traerle buenas noticias, he de suponer que vos estaís informado
del bajo rendimiento de las minas este último tiempo- dijo el Duque Parok
-Parok, no os confundais con el rey.- interrumpió Murr, el carnero.
-¡Sir Murr! El que ha actuado mal sois vos, le recuerdo que no podéis dirigirme la palabra,
no es ni un conde. - respondió Parok
George II se levanta de su asiento, señalando al duque.
-Sir Murr es más relevante para el reino que vos, Parok. Mañana despoblad las minas de
Río Alto, pasarán a las manos del Conde Bryon.- dijo.
-Mi rey Thorne, vuestra palabra no es justa. ¡Habéis cometido un error muy grave!- gritó
Parok.
El resto de los nobles se quedaron en silencio mientras Thorne se acercaba lentamente al
asiento del duque, que quedaba en la otra punta de la mesa larga.
-Levantaos.- le pidió
-¡Tirano!-
George tomó por el brazo a Parok y lo tiró al suelo, cuando intentó levantarse Thorne lo
volvió a empujar y lo retuvo apoyando su pie en su espalda.
-No soy un tirano, Duque, estoy siendo justo.- dijo sonríendo.-Si queréis traicionarme tenéis
la libertad de hacerlo. Pero he de castigarlo como es debido.-
-Yo… No… Lo… Traicioné.- suspiró con el poco aire que podía exhalar, ya que estaba boca
abajo en el suelo con la bota de Thorne presionandole.
La puerta del salón se abre muy violentamente y entra Bastian Gallard, con ropas de
dormitorio, cara de asustado y un papel en la mano.
-¡Rey Thorne!- grita el Rigudeano.
-¿Qué ha sucedido, Sir?- dice el rey quitando su pie de encima del duque. Que sale de la
sala tosiendo.
-Han llegado noticias del este, mi reino fracasó conquistando Artsrumi.-
-¿De dónde habéis sacado las noticias, Sir Gallard?.- pregunta Arthur Barbrot, el capitán
general del ejército de Thorne.
-Mi hermano, el comandante Gallard de Rigudea, huyó hacia Lokbon y envió este
comunicado desde allí.- respondió
Se miraron los unos a los otros cuestionando lo sucedido, un ejército tan grande como el
Celeste habiendo perdido contra una ciudad estado de unos cincuenta mil habitantes como
lo es Artsrumi.
-Mi rey, creo que sería una buena idea retomar las campañas hacia al este.- sugirió Charles
Cadow, general de las tropas azules, una división de ataque rápido que se movilizaba
siempre hacia el este.
-Lokbon es inaccesible Cadow. ¿No tenéis una mejor idea?- decía el rey tomando
nuevamente su asiento.
-Podríamos… Podríamos pasar por territorio Saryan, pedirles paso por sus tierras a los
tribales y ofrecerles oro a cambio…-
-No es posible, los Saryan son violentos e ignorantes.- exclamó el Capitán General Barbrot
-debemos arrasar con ellos, y luego proceder-
Gallard, que aún seguía en la sala tomó el asiento del duque sin permiso.
-Pueden dejarle el trabajo a mi reino, y hacer que el ejército celeste ocupe el territorio
Saryan- sugirió el rigudeano Cuando la reunión terminó, Thorne salió de la sala de juntas
hacía el pasillo que daba con la sala del trono, y notó la puerta semiabiertag. Se asomó
lentamente para observar por qué estaba abierta y cuando estaba por ver se escucha un
cristal romperse.
-¡Guardias!- Gritó
El rey pensó que se trataba del Duque Parok que estaba tramando alguna forma de
reemplazarlo en el trono, y sabía que eso era una consecuencia directa de su
comportamiento con el duque.
Se acerca a las escaleras que llevaban a su recamara y desenvaina su espada. Comienza a
subir paso a paso y mira al suelo porque un casco de placas cae rodando las escaleras de
caracol.
En ese momento, un hombre vestido de cuero ligero y una capucha de tela, con un sable
muy delgado salta sobre él, Thorne lo esquiva y bloquea un segundo ataque de este, la
espada del rey rompe el sable y en el mismo movimiento lo mata.
Sigue escuchando ruidos por lo que esta vez más rápido y levantando su espada en
posición de ataque sube a su habitación.
-¡Guardias! ¡Guardias!- gritó nuevamente
Al entrar a su recamara encuentra a tres hombres rebuscando entre sus pertenencias.
Ellos gritaron algo al verlo pero George no pudo entenderlo porque parecía que hablaban en
un idioma extraño
Uno de ellos corrió hacia Thorne y este fácilmente contraataco atravesando el abdomen del
hombre con su espada, otro de ellos al ver esto lanzó su espada y terminó clavada en el
marco de la puerta, ni siquiera rozó al rey. Luego intentó escapar, cosa que el otro ya estaba
intentando desde la muerte de su compañero.
-Arrodillaos- dijo en voz baja
-¡No! ¡Vos!- gritó uno de ellos y una flecha que atravesó la ventana de la habitación hirió la
pierna de Thorne, haciendo que caiga al suelo de rodillas.
-Willard le envía saludos.- dice el otro intruso clavándole un puñal en el hombro.
Ambos están por irse cuando son interceptados por los guardias, que desesperados por la
situación los atacan hasta dejar sus cuerpos irreconocibles, y de esa forma perdiendo la
oportunidad de interrogarlos.
Thorne es llevado al ala de los dioses de su castillo, donde sus heridas son atendidas y lo
dejan en cama para su recuperación. Si bien estuvo desmayado por unas horas,
despertaría al salir el sol. No sentía su pierna, no podía moverla, y tenía un dolor terrible
desde el hombro hacia la mano del lado derecho de su cuerpo, y el peor sufrimiento que
estaba pasando era el mental, al pensar que no podría combatir más.
George enviaría mensajes a todos los miembros del consejo dejando en claro que la lealtad
hoy más que nunca era lo necesario para el bienestar del reino, si bien los intrusos del
castillo dejaron en claro de quién venían, “Willard le envía saludos”, él pensó que podría ser
alguna especie de metafora referida a que le iban a obligar a renunciar a su trono
nuevamente.
Aún en cama, un par de días después envía una carta a su hijo, el príncipe George III, que
se encontraba viajando hacia el norte dirigiendo una decena de barcos con el fin de
colonizar unas islas cercanas.
<Hijo mío, volved lo antes posible a nuestra tierra, necesito gente de confianza. Me han
arrebatado lo más preciado que tenía aparte de vos, mi salud.
No creo volver a poder usar una espada, al menos no como los dioses mandan.
La situación en el territorio empeora cada día al igual que la guerra con los Haldmork,
debemos unir las fuerzas de nuestra población, y vos debéis estar presente. Han usado el
nombre del usurpador para dañarme, terminarán muertos, al igual que él.>
Hizo despedir a todos los guardias en función hasta el momento, no confiando para nada en
la seguridad que le brindaban los hombres elegidos por el consejo. En cambio le ordenó a
Sir Murr que le llevara a cinco espadachines de la nobleza, según él las personas que
tenían que defender el honor de su casa eran más confiables que simples plebeyos.
-¡Ralos!- gritó Thorne desde su cama llamando a su sirviente personal
-Si, ¿mi señor?- dijo acercándose
-Llamad al Conde Bryon, y apuraos.- le ordenó.

Bryon Monavalh era el primo de Parok, pero a diferencia de este no apoyó al consejo real
cuando obligaron a Thorne a exiliarse. Ambos de todas formas eran altenses,
descendientes de los nativos de Río Alto antes de la llegada del rey Jacobo.
-Mi rey, estoy para servirle.- Dijo el conde arrodillándose ante George II
-Bryon, vuestra lealtad es digna de un noble- reconoció Thorne -pero no le he pedido su
presencia para agradecerle, conde.- agregó.
El rey intentó levantarse de la cama pero le fue imposible, por lo que se giró dejando sus
piernas al costado de esta.
-Lo que os voy a contar, Bryon, debe de quedar entre nosotros.- puntualizó Thorne.
-Lo que desee, mi señor.-
-Creo que vuestro primo Parok y Willard están conspirando en mi contra…-
-Pero Willard está muerto mi rey, y Parok podrá ser un soberbio blasfemo pero no es un
traidor a vuestro mandato actual.- respondió el conde poniéndose pálido <Es cierto lo que
dicen, se está volviendo completamente loco> pensó.
-¡No! Natan está muerto, ¡pero no es el único Willard!- gritó el rey -su hijo, ¡su hijo, sus
hermanos, sus padres!-
-Mi rey, yo mismo me encargaré de capturar al hijo de Willard si está con vida. Pero
deberiais de descansar, no os noto muy bien…-
-¡¿Descansar?! ¡Mientras mi reino sufre no puedo descansar!- sostuvo Thorne.
<¿Que se supone que está haciendo ahora por su reino, Thorne?> pensó el Conde.
Ralos, el sirviente entra corriendo a la sala por los gritos, tropezando y sin querer rompiendo
un jarrón que había al lado de la puerta.
-Ralos, ¿vos sois un espía de los Haldmork también?- preguntó Thorne
Tanto el sirviente como el conde se quedaron en silencio mirándolo y pensando en la locura
del rey hasta que este empezó a reir y los dos cambiaron su cara.
Bryon salió de la fortaleza y se dirigió a buscar al duque Parok, que estaba saliendo de la
ciudad en ese momento para dirigirse hacia Río Alto.
-Parok, deteneos.- le pide el conde a su primo.
-¿Vais a arrestarme?- respondió deteniendo la carreta en la que estaba marchando.
-No duque, voy a ir con vos, tenemos una misión.- dijo acariciando el lomo de uno de los
caballos- ¿Podremos hablarlo en el camino?-
-Desde luego, subid-

Entre los arboles, con un arco y una flecha se encontraba Jonatan Willard, a punto de
asesinar al jefe de la tribu Náirr, en Hadiz.
El jefe Firin era conocido por usar los impuestos que cobraba para reforzar su milicia
personal, de alrededor de trescientos hombres, conocidos por usar ropas parecidas al
ejército de Thorne, con pecheras rojas y sombreros o cascos azules, del mismo color que el
traje interior hecho de placas de cuero teñido.
Jon tenía que dirigir a un grupo de guerrilleros para pasar por la frontera de Náirr y salir
hacia el pueblo Heike.
-Se que estoy viejo, pero toda mi vida me dediqué a esto- le susurró a Ayn, una joven que
armada con una ballesta fue a comprobar que el trabajo de Jon se haga correctamente.
-¿A qué te has dedicado? ¿A la caza?- le pregunta en voz baja la chica levantando su arma
al ver movimiento en el camino -Porque es mi rol en la tribu, soy la mejor cazadora de
Náirr.-
-Quizás de animales…- responde Jon y con un movimiento muy rápido dispara dos flechas
seguidas que dan justo en la oreja y en el talón de Firin, el jefe tribal.
Los guardias de Firin se dividen en el bosque intentando encontrar al causante del
asesinato pero sin exito, ya que ambos cazadores se escondieron en la copa de un arbol.
-¡Hay algo aquí!- grita uno de los guardias.
Jonatan mira a Ayn, que tenía naturalmente un rostro de enojada, como si tuviese siempre
el ceño fruncido, ahora en ella se notaba el miedo y los nervios por la posibilidad de ser
descubierta. -¿Dejaste tu ballesta en tierra?- le pregunta intentando hablar lo más bajo
posible.
-¡Si!- grita la chica revelando su úbicación.
Los guardías miran al árbol donde estaba apoyada el arma y cuando dos de ello se acercan
para observar arriba, ambos cazadores se abalanzan para tirarse encima.
Ayn cae directamente sobre los hombros de uno de los guardias y le clava un puñal en el
ojo atravesando su cabeza.
-Jon, ¡cuidado!- Grita Ayn al ver que el otro guardia levanta su espada esperando que
Willard caiga del cielo para matarlo. Él en cambio, deja caer su espada, y luego baja
deslizandose por el tronco del árbol.
Uno de los otros hombres de Firin se percata de lo sucedido y apunta una flecha
directamente a la mano de Ayn cuando esta por tomar su ballesta del suelo, atravesando su
mano.
-¡Ah! ¡Bastardo!- arrojando su daga y fallando en el objetivo, Jonatan toma el brazo de la
chica y empiezan a correr intentando perderse entre los arbustos.
-¡Dijiste que eras la mejor!- grita Willard a la joven mientras siguen huyendo
-Lo siento Jon, no pude demostrarlo…-

Salen hacía el otro lado del bosque, en la llanura, esperando encontrar sus caballos de ese
lado pero no están.
-Mierda, mierda, mierda.- se repite Ayn
-El trabajo está hecho, al menos podremos caminar hacia el campamento esta vez.-

Horas más tarde llegan al campamento, donde los esperan los hombres de Willard.
-Si están aquí es porque terminaron el trabajo.- dijo un joven de cabello oscuro, vestido con
una armadura de tela blanca y un sable madaki en la cintura.
-Así es, Edward.- le respondió Jon a su sobrino
Ambos entran a la tienda de campaña más grande del campamento, toman asiento y
observan el gran mapa del continente de Tyros.
-Bien, mañana marcharemos hacia Heikke- señalando la ciudad en el mapa -nos
encontraremos con el capitán Szesa del ejercito Rigudeano, y les ayudaremos a tomar el
Río Wise.- agregó Edward
-¿En serio tenemos que aliarnos con los celestes?-
-Tienen un ejército fuerte tío.-
-Tienen armas de acero y armaduras fuertes, pero son hombres débiles-
-Aún así, estamos hablando de una batalla contra los Wisahíes, que necesitan doscientos
de sus hombres para abatir a uno de los nuestros.-
-No te confíes joven Edward, ese fue el peor error de tu padre-
-El peor error de mi padre fue ser débil.- Respondió mirando a su tío con desdén.
Al amanecer comenzaron a mover el campamento, levantando las tiendas de campaña,
reconstruyendo algunos carruajes rotos y haciendo un conteo de lo que tenían.
Eran decenas de soldados, pero cientos de civiles nómades que quisieron acompañar a
Willard en su campaña por la liberación de sus tribus, un campamento del tamaño de un
pueblo. Esto era muy común en el territorio Hadiz, había solo dos o tres ciudades y la gente
se movía por las praderas para hacer “Hunas”, que eran asentamientos temporales de
madera y paja.
Cuando comenzaron la movilización desde las afueras de Náirr hacía el pueblo Heikke uno
de los exploradores de Willard que iba primero en el camino volvió galopando a la linea
principal.
-¡Vienen!- gritaba -¡General Willard! ¡Se están acercando!-
Edward frenó su caballo de golpe y ordenó a sus hombres, envío a Jonatan a crear una
línea de arqueros desde la altura mas cercana y con otros seis jinetes el mismo general se
posicionó frente a los enemigos que se acercaban.
-Capitán, ¿son wisahíes?- le preguntó Edward al caballero de su derecha, el capitán
Nubilum
-Están bastante lejos, pero creo que son… ¡Son la milicia de Firin!- respondió
-No, capitán.- dijo asustado Willard. -¡Soldados! ¡Retirada!-
-General, no podemos huir, tenemos que pelear.-
-No entiendes Nubilum, la milicia de Firin no va a caballo.-
-Oh…- respondió

Los hombres de Willard intentaron huir, pero las tropas de a pie, incluído su tío Jonatan. No
pudieron sobrevivir ante el ejército de Thorne. Qué había llegado recientemente a las
llanuras de Hadiz, lugar en el que sus jinetes gozaban de una libertad de movimiento y
organización que no era posible en tierras del oeste, donde las diferencias de altura de
terreno, las hierbas altas y los ríos hacen imposibles ciertas maniobras.
Se enfrentaron contra la infantería que intentaba hacer de escudo para que el campamento
pudiera huir pero solo duraron un par de segundos, literalmente los pasaron por arriba,
luego rodearon a los arqueros y ballesteros que solo pudieron acabar con un par de los
caballeros de Thorne hasta que los alcanzaron.
Siguieron a los carruajes de civiles y directamente fueron a matar a los caballos que tiraban
de estos para que se frenaran.
Capturaron a los civiles, también a unos cuantos soldados que sobrevivieron, quemaron sus
pertenencias y ropas, y los ataron desnudos para llevarlos en sus mismos carruajes hacía el
reino del oeste.
Un grupo del ejército de Thorne persiguió a los jinetes que se retiraron el inició de la batalla,
y en un momento lograron acercarse demasiado.
-Ese, el de armadura blanca, ese es Willard.- dijo uno de los soldados del reino
-Son solo nueve, y aquellos dos parecen exploradores, no caballeros. Los superamos en
número, ¡Ataquemos de una vez!- respondió otro de los jinetes.
-Esperad, soldados.- Dijo el caballero con la armadura más imponente, llevaba un casco
con plumas de pavo real y hombreras rojas. Con una pechera típica de los guerreros del
oeste, de color azul. -Separaos en dos grupos, iré con el resto de nosotros para verificar el
estado de los capturados, os dejo el trabajo a vosotros, capturad a Willard… con vida.-
-Lo haremos, mariscal.-

Los dos grupos de jinetes Thorne aparecieron por los flancos de los caballeros de Edward.
Uno de sus atacantes quiso golpear a la cabeza del caballo del general, pero Willard pudo
esquivarlo y contraatacó por la espalda con su sable madaki, que atravesó la armadura con
facilidad.
Los guerreros del oeste no habían estado núnca en campo abierto llano, sus ataques
pesados cargados servían contra la infanteria que era muy reducida en número. Pero no
contra guerreros experimentados y con caballos de la zona. Que usaban armas mucho mas
ágiles y moviles.
Los veinte caballeros Thorne fueron derrotados, cuando vieron que la batalla estaba
perdida, los supervivientes decidieron huir. Pero por el este surgiría una nueva amenaza
para el grupo del general, cientos de soldados estaban siendo comandados por ese
caballero de casco con plumas.
Los persiguieron durante horas, casi hasta el anochecer, hasta que finalmente desistieron y
se fueron de la zona, posiblemente hasta su campamento.
Cinco jinetes de Willard lograron huir, incluido el mismo Edward, quien totalmente abrumado
por la situación no podía pensar correctamente.
-¡Volvamos!- Gritó, refiriéndose al campo de batalla del que huyeron al principio.
-General, tranquilícese.- intentó calmarlo uno de los caballeros.
-¡No!, mi tío está ahí, la última familia que me queda- exclamó con la voz rota
-Debe estar bromeando- dijo el capitán Nubilum soltando una risa seca.
-No se que le parece divertido capitán, pero no es el momento de…- dijo Sir Eliz de Barintia
-¡¿No es el momento de qué?!- interrumpió Nubilum levantandose y tirando su tazón con
caldo.-Mucha gente murió Sir, y esté bastardo que se hace llamar nuestro general solo
piensa en él mismo. ¿Qué hay de todas las familias que enviaste directamente a la muerte y
abandonaste ahí Willard?- agregó enfurecido el capitán.
Edward se dió vuelta y comenzó a caminar alejándose del pequeño campamento que
hicieron después de la huída. Aún con su tazón de caldo en las manos.
-No hay que sumar problemas donde ya existen Nubilum, ¿estás loco?-
-No, Sir Eliz, loco es dejar que nos dirija un niño.-
-Nadie hubiera podido saber que las tropas del oeste aparecerían de la nada.- dijo Sir Rogg
el tuerto. -No culpes a la inexperiencia de Willard cuando fue una intervención casi de los
dioses.-
-Interpretalo como quieras, pero diganme, ¿Qué podemos hacer ahora?-
-Encontrarnos con las tropas del capitán Szesa.- respondió Eliz.
-Ya veremos en lo que está pensando Willard…- mirando hacia donde estaba Edward,
subiendose a su caballo.
-¿A dónde va, general?- le preguntó el tuerto casi gritando para que le oiga. La respuesta
fue clara pero ambigua, simplemente levantó la mano indicando que no lo siguieran.
Se dirigía al campo de batalla.

Un hombre se acerca al puesto de avanzada, escalón por escalón subiendo hacia donde
estaba su superior.
-Señores, hemos arrasado con las tropas de Willard, son todos “Hadices” tribales, muy
pocos de ellos son soldados blancos.- dijo arrodillándose el mariscal Atwater, dejando su
casco en el suelo de la torre.
-¿Han podido capturar al general?- preguntó el Duque parok
-No, mi señor, Willard se escapó con unos cuantos jinetes.-
-Son unos cobardes, por eso estamos ganando en su propio territorio.- afirmó el Duque
-Bien, haced que llegue la palabra a Rigudea, mariscal.- exigió el conde Bryon.
Atwater asintió con la cabeza y giró para marcharse, mientras que el duque miró a su primo
con cierto asombro.
-¿A Rigudea?-
-Si, parece que algunos capitanes del reino celeste no saben estar del bando correcto.-
-En todos los bandos hay traidores, ¿pero eso en que afecta a capturar al joven Willard?- le
preguntó el duque a su primo mientras el mariscal se iba.
-El rey no puede enterarse de esto, confío en vuestra palabra Parok, así que os diré.-
El príncipe de Rigudea, un reino al este del de Thorne que se suponía que era su aliado,
estaba conspirando en conjunto a los Haldmork para destronar a George.
Al reino del oeste le sobraban las guerras, teniendo que enfrentarse en el sur con el imperio
Haldmork que se aliaron con Claab, en el norte contra la bahía de Verekhim y en el sudeste
contra el reino Lokbon. Es por esto que el conde trataba de esconder la traición del príncipe
rigudeano contra el rey.
Más tarde, esa misma noche, el conde caminaba por el campamento Thorne.
-Escuchad, vosotros.- le dijo a dos de los encargados de los civiles capurados -Matad a la
mitad y usad los cuerpos para marcar los límites con los Rigudeanos.
-Pero señor Bryon, esto no es nuestro territorio.- le recriminó uno de los encargados.
-Cumplid, soldado.-

Edward Willard se acercó al campo de batalla, donde solo quedaban los cuerpos de sus
caídos.
Bajó de su caballo y caminó paso a paso lentamente.
Vio el cadáver de su tío Jonatan, lo reconoció fácilmente por su barba. Abrazó el cuerpo, lo
sostuvo mientras lloraba.
-¡Thorne!- gritó, deseando poder acabar con el tirano del oeste que dejaba solo muerte por
donde pasaba su ejército.
-G…General.- se escuchó desde los cuerpos.
Edward desesperado comenzó a mover los cuerpos, y caminó entre ellos intentando no
pisar a ninguno. Vio una mano levantarse.
-¿Quién eres?- Le preguntó Edward, sosteniendo su mano.
-General, soy Ayn, una de las arqueras.- respondió mientras se levantaba
-¿Ayn? ¿La cazadora?-
Estaba irreconocible, su pelo rubio estaba cubierto de sangre, su cara manchada de barro y
tenía un corte abierto bastante grande en el brazo.
-S…si.- Dijo y cayó desmayada por la pérdida de sangre y el tiempo que estuvo
inconsciente.
Edward la subió a su caballo y volvió hacia el campamento. Donde intentó cerrarle la herida,
pero era demasiado grande.
-General Willard, déjemelo a mí.- se interpuso Sir Eliz. -Recuerde que fuí médico de guerra
cuando servía para el imperio- agregó mientras buscaba en su bolso un hilo y una aguja.
-Pensé que eras Barintio, Sir.- Dijo Rogg el tuerto.-¿Cómo terminaste siendo parte de los
Haldmorkianos?-
-Fue hace mucho tiempo, cuando tu padre era el rey del oeste- Señalando a edward con el
codo, usando sus manos para coser la herida de la chica. -Los haldmork eran aliados de
Willard, pero Thorne los usó en su contra, y es ahí cuando decidí volver a los estados
Barintios.-
-¿Y llegaste a conocerlo?- le pregunta a Eliz el Capitán Nubilum, que parecía no estar
atento pero estaba escuchando atentamente mientras afilaba su sable.
-¿A quién?- le cuestiona el Sir.
-Al rey Willard.-
Edward mira a Nubilum y nota la ilusión en sus ojos al decir el nombre “rey Willard”.
-No lo conocí, pero sí a su guardia más leal, a Robert Caine.- responde Eliz
-Ese traidor manco está del lado de los Haldmork ahora, ni lo menciones.- dijo Edward
-Mi general, ellos le salvaron la vida a Caine, no creo que tenga otra opción.-
-¿El manco? Si sabe que existes, Willard, estaría viniendo a salvarte el pellejo. Como las
historias dicen que él hacía por tu padre.-
-Ya basta de las provocaciones Nubilum.- ordena el general elevando la voz y parándose
frente a él.
-No es mi culpa que te altere la verdad.-
Ambos desenvainan sus espadas al mismo tiempo, Edward su sable negro madaki, y
Nubilum su espada de acero Diwe.
-Suficiente, ¡ambos!- gritó Sir Rogg, poniéndose en medio de los dos. -Solucionen sus
problemas cuando puedan, pero no a horas de distancia de un lugar seguro, no sean
idiotas. Tenemos otras cosas con las que pelear ahora mismo.-

Thorne, todavía en cama, esperaba la llegada de su hijo desde las islas Oswald. Ya habían
pasado varias semanas desde que le envió la carta y no había tenido una respuesta como
tal, pero la cercanía marítima afirmaba que el príncipe ya estaba en camino hacia las costas
del reino.
Ralos entró a su habitación, y lo vió tirado en el suelo.
-¡Rey George! ¡Mi rey!- gritaba desesperadamente.
Thorne estaba pálido, sus labios morados, con su cara mucho más delgada y podían verse
los huesos de sus manos como si su carne se estuviera achicando cada vez más.
-Ralos… El príncipe…-
-El príncipe todavía no ha regresado, mi rey, y no hay noticias sobre algún movimiento.-
Decía mientras lo levantaba y colocaba de nuevo en la cama.
-¡No, no! Colocadme en la silla, Ralos.- Dijo George.
-Seguro, mi señor.-
Thorne se apoyó contra el escritorio, sosteniéndose con su brazo izquierdo sobre este.
Unos guardias entraron a la recamara del rey, acompañados por Murr.
-Carnero.- dijo como pudo mientras tosía.
-Su alteza, ¿Cómo estáis?.- le preguntó el caballero
-Bien…-
-Noto lo contrario, si puedo decirlo, mi rey.-
-Sir Murr, vos dedicaos a hacer lo que le pido, no a analizar mi estado de salud.-
Murr sacó una silla de una de las mesas de la recamara y se sentó frente al escritorio donde
estaba Thorne.
-Para eso he venido, de hecho.- le respondió al rey -He creado un círculo de caballeros de
confianza para empezar a protegeros, mi señor.-
-Bien, escribidme una lista con cada uno de ellos, y los quiero aquí mañana de ser posible,
Sir.-
-Así será mi señor, le traeré la lista escrita.- Murr comenzó a transpirar ya que no sabía
escribir, salió de la recamara y se dirigió a la sala de juntas, donde estaba uno de los
nuevos guardias elegidos por él.
Sir Bune Norbon, vestido con un peto de acero, con el escudo de su casa tallado en él.
La casa Norbon eran los herederos legítimos del rey Norman, rey de Lokbon. Sin embargo
en Lokbon la dinastía había cambiado a manos de los Doros, una casa de mineros. Por lo
que todos los Norbon fueron hacia el oeste, hacía ya unos cien años.
-Sir William Murr, han pasado años desde la última vez que os vi.- dijo el caballero
-Que casualidad, salgo de la recámara del rey… ¿Cómo estáis vos Bune?-
-Entusiasmado con este nuevo trabajo, casi termino involucrado en la administración de
Netamh- respondió Bune -Necesito un poco de acción-
-Espero por los dioses que no haya mucha cerca del rey…- dijo el carnero -¿Qué hay de
vuestro hermano?-
-Rul sigue siendo Rul, piensa que debemos seguir reclamando por el trono de Lokbon, pero
esa es una batalla que perdieron nuestros abuelos.- explicó
-Debe ser bastante humillante vivir en un reino que no es el suyo y tener que estar a la
sombra de vuestro hermano, siendo legítimo rey de una nación con la que estáis en
guerra…- provocaba Murr
-¿Me recuerdas tu título nobiliario Murr? ¿”La cabra”?- preguntó Bune riendo.
William se retiró del castillo y fue hacía el templo Koren, la religión que profesaban los
altenses, nensíes y otras etnias antes de la conquista de Jacobo.
Era un edificio bastante grande, con un techo en forma de cúpula y unos pilares
sobresalientes con las formas de los dioses, Murr dejó su calzado afuera del templo y entró.
Como tal no había puerta, era una especie de cortina de capas muy finas pero pesadas en
la parte de abajo, por lo tanto el viento no entraba y el sonido no salía.
Adentro estaba lleno de asientos vacíos, excepto uno, ocupado por un hombre
encapuchado inclinado hacía adelante.
-Monje Mayor.- saludó inclinandose
-¡Sir! ¡Qué alegría verlo!- gritó exaltado el monje abrazando a Murr -Dime, ¿en qué puedo
ayudarte?-
-Os traigo malas noticias, Mayor…- dijo el caballero sentandose al lado.
-¿Problemas de moneda?-
-Si, la corona no podrá financiar más a vuestro templo. Realmente lo siento monje, he
tratado de convencer a mis superiores y a Thorne, pero no fue posible.-
-Pero Sir Murr, solo tenemos doce templos a lo largo del territorio.- respondió decepcionado
el mayor.
-Lo lamento, os garantizo que en cuanto termine la guerra…-
-¿Cuál guerra? ¿Con el reino Lokbon? ¿Con Claab? ¿Con el imperio? ¿Con la bahía?-
preguntó enojado. -No intente camuflar esto, es una señal de Thorne porque sabe que
somos la mitad de su reino, y no tenemos la misma piel ni los mismos dioses.-
El monje se levantó y abrió las cortinas del templo para que Murr se vaya, sin decir una sola
palabra más.

En el sur, en la frontera con el recién expandido imperio Haldmork, se estaba librando la


batalla de Haore.
-¡Señor!- gritaba uno de los soldados verdes entre el galope de los caballos y las espadas
chocando, así como el gritó de sus compatriotas -¡Señor!-
-No nos retiraremos caballero.- gritaba también en voz alta Carlos, ahora comandante,
mientras ordenaba a sus tropas desde la última línea de jinetes.
Los caballos del imperio eran más grandes que los del reino, pero mucho más lentos y
menos ágiles. En su mayoría llevaban armaduras de cota de malla y una tela por encima,
aunque usualmente se las quitaban en los días más calurosos
Se movían en cantidades muy grandes de soldados, como era común de las hordas
tribales, rodeaban a los enemigos casi sin ningún alineamiento en particular y de esa forma
perdían hombres pero ganaban territorio por donde pasaban. Sin embargo, el reino del
oeste tenía un control estratégico que impedía a los Haldmork avanzar por el paso estrecho
de Torum
-¡Robert! ¡Que los lanceros no se dispersen!- Le ordenó el comandante a Sir Caine el
manco
Los lanceros a caballo se estaban alterando al ver como los “ligeros” Thorne les estaban
obligando a retroceder en el estrecho. El manco se acercó a estos que estaban enfrentados
directamente a los guerreros del reino, en un momento, una flecha está por dar en la
cabeza de uno de los hombres que parecía estar retirandose, Caine levanta su escudo
redondo justo a tiempo para detener el proyectil. Ve al soldado a los ojos y le da su espada,
tomando su lanza a cambio.
-No os rindáis soldado, estamos luchando por el futuro de vuestros hijos, y por ahora eso
debe de importarle mas que una flecha en la cabeza.-
El sir ahora con la lanza marcha hacia el frente matando a dos jinetes de la caballería ligera,
pero uno de sus propios soldados en una mala maniobra tumba al manco de su montura y
cae al suelo, donde intenta moverse para que los caballos no lo aplasten. Se mueve
retrocediendo hacía la infantería, esquivando a los lanceros que estaban cargando contra el
enemigo en dirección contraria a la suya.
Logra llegar a donde estaba el comandante Carlos, que estaba en ese momento enviando
soldados a subir los flancos del estrecho para acabar con los arqueros enemigos.
-Carlos, no os rindaís, solo son caballería ligera.- Le dice Caine.
-Robert, la retirada no es la voluntad de los dioses, ni la mía.- responde el Haldmork
Ambos escuchan instrumentos de percusión acercándose a lo lejos.
-¡No lo estoy creyendo! ¡Fueron muy rápidos!- Grita el manco
-Toma mi caballo Caine, los Lokbon serán de gran ayuda pero también te necesitamos a ti
en el campo.-
-Por supuesto, comandante-
Las tropas de Lokbon habían llegado del otro lado del estrecho , con armaduras plateadas
brillosas y cascos con cuernos, marchando con tambores. Ambas fuerzas unidas
destruyeron implacablemente a la caballería ligera del oeste, marcando la victoria del
imperio, ahora con la entrada libre hacia territorio Thorne.
Después de la batalla, la jefe de división Lokbon se acercó a Carlos, bajó de su caballo y se
quitó su casco plateado.
-Comandante, un placer- dijo con un acento marcado, alargando las palabras y con cierto
rotacismo.
-Usted debe ser Dalia, ¿me equivoco?- preguntó el Haldmork
-Así es, mis tropas arrasaron con los “ligeros” Thorne.- respondió
<¿Mis tropas?> Se preguntó el Haldmork -Nuestros hombres en conjunto son muy fuertes,
Dalia.-
-No lo creo…- la mujer frunció el ceño - Pero no tenemos otra opción-
-Ya veo- Dijo Carlos en voz baja.
-No somos aliados, Haldmorkiano, sólo tenemos un enemigo en común.-
<Esto no puede ser en serio> pensó nuevamente el comandante.
-Avancen libremente, ya que ahora tienen el paso. Vamos a estar detrás suya por si
necesitan que les salvemos el pellejo nuevamente.- La jefa de división se dio la vuelta y
marchó hacía sus tropas.
.

También podría gustarte